Capítulo 45. (FINAL)
—N-No sé cómo empezar... pero desde que te conocí mi vida cambió. D-De alguna forma me e-e-na-namo-moré de t-ti. —Vio cómo su rostro se teñía de un rosado intenso. Maldijo para sí lo nervioso que estaba. ¡Si apenas era un espejo! Estaba practicando y sus nervios estaban peor que su corazón.
Suspiró intentando recobrar la compostura y la normalidad en sus latidos. Una sonrisa afloró en su rostro cuando al cerrar sus ojos la vio de nuevo. Su sonrisa, su cabello rubio, la diversidad de flores que la rodeaban, y la calidez que emanaba. Aunque todo aquello se desvaneció de repente al percibir en ella una preocupación inusual. Algo no andaba bien. ¿Cómo podía ayudarla?
Llevaba media hora practicando y no obtenía resultado. El tartamudeo le ganaba, las palabras salían mecánicas, llenas de terror. Su corazón se aceleraba al verse la cara en el espejo; sus mejillas se arrebolaban e inevitablemente bajaba su mirada, como si de alguna forma ella realmente estuviera al frente de él. Apenas y había pasado un día y ya la extrañaba.
Cuando llegó a su casa su madre lo recibió con una gran reprimenda. Estaba preocupada y lo primero que hizo fue inspeccionarlo de pies a cabeza. Se calmó al notar que David se hallaba en perfecto estado, bueno, por esa vez. No quiso entrar en detalles, no planeaba contarle sobre Forest y lo que había ocurrido, sólo regresó a su habitación con una gran sonrisa.
Su corazón no paraba de palpitar de alegría. No sabía si era o no peligroso, sólo reaccionaba así al recordar su angelical rostro. Era un sentimiento que no podía explicar; ya sabía la palabra, y le parecía tan extraña que no paraba de susurrarla.
—Te amo... —Volvió a susurrar mientras pasaba el pulgar por sus labios. Sonrió nervioso. Aún no estaba seguro de cuando se lo diría, pero tenía que hacerlo.
Se acostó en su cama sin dejar de pensar en ella. Le preocupaba, tanto que al día siguiente iría a verla. No podía permitir que alguien volviera a entrar y la dañara. Realmente se alarmó al verla herida; por primera vez sintió la necesidad de proteger a alguien a pesar de lo débil que era. «Oh, Forest, ¿qué tienes? ¿Por qué no me lo has dicho?» Una punzada en su pecho se hizo presente al imaginarse lo peor. Negó. Ella no era humana, viviría incluso después que todo el mundo olvidara la existencia de David, o eso pensaba él.
Recordó la herida que tenía en su brazo. Se levantó con rapidez con el objetivo de buscar un botiquín de primeros auxilios, quizás eso podría ayudarla a sanar. Al hacerlo de forma tan brusca se sintió un poco mareado, así que esperó unos minutos. Bajó a la cocina y buscó el cajón en donde estaba. Al encontrarlo subió y lo colocó en su mochila. Antes de volver a acostarse miró su reloj.
Eran las diez de la noche.
No supo por qué, pero al ver la hora sintió una presión en su pecho.
Fue como si de alguna forma algo malo se avecinara. Y su corazón lo sabía.
No entendió por qué, sólo sabía que no pudo dormirse sino después de las dos de la madrugada. Algo andaba mal, lo que muchos conocen como una corazonada. Eso sintió David. Pensó que fueron las horas más agotadoras de su vida. Incluso se levantó antes que la alarma sonara a las ocho de la mañana.
Sentía una inusual inquietud, un deseo abrumador por verla de nuevo. Se frotó las manos mientras miraba a través de su ventana. El sol brillaba, entonces, ¿por qué sus manos estaban frías?
Negó desechando todas las ideas de su mente. Era su enfermedad, seguro que sí. No podía deprimirse por una corazonada, a excepción de la herida que ella tenía en su brazo, estaba bien; fuerte y hermosa, ¿cierto? David cerró sus ojos al tiempo que se apretaba el pecho con su puño derecho. «¿Qué me pasa? —pensó abrumado—. Por favor Forest, espero que estés bien»
Se dio una ducha rápida y en menos de veinte minutos ya estaba vestido, con su mochila al hombro. Bajó con rapidez por las escaleras para comer un poco antes de salir. Sigilosamente verificó que no se escuchara ningún ruido en la habitación en su madre, lo que significaba que aún dormía.
Comenzaba a prepararse un sándwich cuando una voz hizo que se estremeciera de pies a cabeza. Maldijo por lo bajo.
—¿A dónde piensas que vas, David?
—Mamá... —musitó mientras se daba la vuelta—. Necesito ir a... la biblioteca —mintió con la cabeza agachas. Se mordió el labio, cometió errores y su madre no le creería.
—¿Ah, sí? —preguntó sorna—. ¿Entonces por qué parece que vas de excursión? Tu ropa lo dice todo David. ¡Quieres ir de nuevo al bosque ese! ¿Qué hablamos en estos días David?
—Por favor mamá. Tengo que ir.
—¡No irás a ningún lado! ¿Acaso no ves tú condición? No quiero que te ocurra nada mal...
—No me va a pasar nada —interrumpió enojado y con un tono más elevado—. Deja de tratarme como un incapacitado. Puedo valerme por mí mismo; sé cuándo estoy bien y cuándo estoy mal. ¿Por qué no entiendes que ir al bosque es muy importante para mí? —Cristal abrió sus ojos, herida por las palabras de su hijo. David se terminó de preparar el pan—. Lo siento, no puedo quedarme aquí cuando hay alguien muy importante para mí necesitando mi ayuda.
No esperó una respuesta por parte de su madre. Guardó su desayuno en el bolso, y en grandes zancadas salió de su casa. Al cerrar la puerta de un portazo se detuvo para inhalar y exhalar. Su corazón palpitaba con fuerza, al tiempo que el pecho le comenzaba a doler. Cerró sus ojos «Lo siento mamá, tengo que ir... necesito hacerlo»
Abrió sus ojos decidido. No podía echarse para atrás, ese día finalmente haría que Forest hablara. De alguna u otra forma tendría que enterarse de los problemas que arraigaban en la guardiana, y así él podría ayudarla.
Tomó un bus, esta vez ignorando a todas las personas a su alrededor; no les importaba en lo más mínimo. Sólo quería verla. A medida que la distancia entre ellos se acortaba, David comenzara a sentir un inusual revoloteo en su estómago, pero no era agradable. No se sentía feliz, era la misma corazonada que en la mañana. Algo no andaba bien y le preocupaba que no estuviera equivocado.
Como se esperaba aún el bosque estaba cerrado, así que como era habitual, fue a comprar un ramo de flores para la guardiana. Mientras caminaba pensó muy bien en el tipo de flor que le regalaría. «Una rosa blanca» pensó mientras se dirigía a la pequeña tienda de flores. Había leído que las rosas de ese color poseían un significado especial. La pureza e inocencia, además de un amor muy íntimo hacia una persona. Justamente eso sentía por la guardiana.
No pudo comprar un ramo como había querido, el dinero en su billetera resultó ser menos del que esperaba, sin embargo se conformó con tres flores de esas.
Se sentó en un banco a esperar que se llegara la hora. Cada vez que veía su reloj sentía incluso más inquietud que antes. ¿Por qué la hora pasaba tan lento?
«¿Y si se lo digo hoy? —Se preguntó. Inmediatamente su corazón se aceleró, y sus mejillas se arrebolaron—. ¿Seré capaz de decírselo?»
—F-Forest, tu m-me gus-gustas —tartamudeó nervioso. Suspiró mientras se tocaba las mejillas que le comenzaban a arder. ¿Cuándo regresó a su adolescencia? Sin duda ese sentimiento de cariño intenso era algo que casi nunca había experimentado, y ahora lo hacía sentir tonto. Las ganas de vivir habían vuelto, se conformaba con tenerla al lado, era lo que necesitaba.
Los siguientes minutos pasaron más lento de lo que quería. El tiempo confabulaba en su contra, sin embargo de forma inevitable el reloj marcó las nueve. Mientras esperaba al guardia que como era habitual no llegaba de forma puntual, miraba al bosque con aprensión. Agudizó sus oídos y no escuchaba nada.
Absolutamente nada.
¿Dónde estaban los pájaros y las cigarras? Algo andaba mal. Fue en ese entonces cuando cualquier rastro de alegría se esfumó. Olvidó declararse, o sus sueños de estar con ella por mucho tiempo. Para David sólo existía el presente, y ese presente estaba frente a él, imponente; lleno de hojas y árboles, sumido en un silencio sepulcral.
—Ah, otra vez tú —Se volteó para ver como el guardia abría la verja—. ¿David? Necesito... —Él negó comenzando a caminar hacia el bosque.
—No tengo nada peligroso en mi bolso —contestó apurado. No esperó a que el guardia le hiciera alguna réplica, simplemente se internó en la espesura el bosque.
Sus pasos eran apurados y se intensificaron cuando no escuchó ruido alguno a los alrededores. Algo malo estaba pasando como para que los pájaros no hicieran acto de presencia con sus mágicas melodías. Buscó los nidos en lo alto de las ramas; ardillas y monos.
Nada.
Comenzaba a inhalar y a exhalar sonoramente; se estaba cansando y aún no encontraba a la guardiana. Se sostuvo de un árbol al sentir una presión en su pecho. Había caminado demasiado rápido y sus latinos no ayudaban a que mejorara. «¿Dónde están todos? ¡¿Dónde?!» Cerró su puño haciendo fricción en la textura del tronco, sin importar que su mano se rasguñara en el momento. Abrió sus ojos para observar a su alrededor; aun no localizaba animal alguno que pudiera sosegarlo un poco. La soledad comenzaba a frustrarlo.
—¿Forest? —llamó. Su voz se coló por los arbustos, aunque no lo suficiente como para ser captado por algún otro ser vivo—. ¡Forest! ¡¿Dónde estás?! —gritó agitado.
Su corazón seguía palpitando con rapidez, así que se obligó mentalmente a mantener la calma; si le daba un ataque no podría caminar, no podría buscarla. «Yo puedo... sé que puedo, por ella. Hazlo por ella David» Se dijo mientras inhalaba y exhalaba con lentitud.
Estuvo un aproximado de siete minutos al frente del árbol, normalizando su respiración. Cuando lo logró abrió sus ojos nuevamente, se hallaba en la misma posición. Ningún sonido aparte de su respiración se escuchaba. ¡Hasta el viento parecía ausente!
Fue directo al jardín de la doncella. Al entrar allí se alarmó un poco más. Las flores se estaban marchitando. Todo en ese lugar estaba muriendo. Atónito se acercó y tocó una flor, esta, como por arte de magia, se convirtió en polvo.
—¿Qué...? —Negó con lentitud—. Esto no puede ser.
Se internó en el jardín buscándola. No la encontró. Tomó entre sus manos un girasol marchito que se encontraba tirado en el pequeño sendero. Estuvo en su manos unos segundos, luego comenzó a desaparecer como la primera flor que tocó. Conmocionado, salió lo más rápido posible de ese lugar.
«No te alteres, no te alteres» Se dijo más de una vez, pero simplemente lo que acababa de presenciar era alarmante. El jardín estaba muriendo. Toda la belleza de las miles de flores en ese lugar comenzaba a desaparecer. ¿Por qué? «Oh Dios, Forest ¿Dónde estás?»
—¡Forest! —gritó de nuevo. Los árboles fueron los únicos que presenciaron su angustia. Tenía que hacerlo, una vez más—. ¡FOREST! —bramó con todo lo que tenía. Sintió un escozor en su garganta que ignoró. No le importaba desgarrársela si con ello podía encontrarla.
Su voz resonó por todas las cercanías, y simplemente por casualidad, fue escuchada por una pequeña liebre que se hallaba a no más de cien metros. El pequeño animalito comenzó a llamar a otros. Pronto algunas aves fueron informadas de la presencia de David, así que inmediatamente volaron en su dirección.
El chico de rulos luchaba por mantener la cordura, al igual que una respiración tranquila. Casi de la nada, se vio rodeado por distintas especies de aves, desde pequeños gavilanes, hasta ruiseñores que no cantaban ni un poco. Algunas liebres se acercaron a él para jalarle de forma vaga, sus piernas.
—¿Dónde está Forest? —preguntó ignorando que le estaba hablando a los animales. Las liebres comenzaron a hacerle más fuerza para moverlo de donde estaba, y algunas aves se le depositaron en los hombros, emitiendo sonidos que estaban lejos a ser melodías.
«Tratan de decirme algo» Comprendió luego que una liebre intentara empujarlo hacia adelante.
—¿Quieren indicarme un camino? —murmuró. Todas las aves que estaban cerca volaron a otro árbol que se encontraba más adelante. Muchas comenzaron a cantar. Las liebres fueron detrás de ellas. Fue entonces cuando David dio un paso.
Comenzó a seguir la dirección que le marcaban los animales. Las aves volaban posándose de árbol en árbol, indicándole hacia donde debía ir. David estaba nervioso, para nada sosegado, los animales generalmente no actúan de ese modo, algo ocurría. Estaban reaccionando de forma extraña. ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde estaba Forest?
Pronto lo descubriría.
Siguió caminando dos horas. Tuvo que hacer varios descansos para normalizar su respiración. Una vez sintió una presión en el pecho, que por fortuna fue aplacado por un descanso breve y su debida pastilla. Cuando se cumplieron ciento veinte minutos caminando, decidió hacer otro descanso. Los animales se acercaron a él para incitarlo a continuar, pero no podía exigirse demasiado, no por nada su enfermedad estaba en etapas finales, y no quería morir allí. No sin antes verla.
Descansó diez minutos, luego continuó caminando.
Las aves cantaban cada vez más, como si le quisieran decir que estaba cerca. El camino comenzaba a ser más espeso, no había ningún sendero, únicamente árboles y más matorrales. Se topó con otros animales, como insectos, reptiles y serpientes que no se atacaron entre sí, no existió un ciclo alimenticio entre ellos en aquellos momentos, únicamente se conglomeraron y marcharon junto a David hacia el lugar en el que Forest debía estar.
El mal presentimiento iba en aumento. Algo malo pasaba, muy malo.
Finalmente, después de trepar troncos caídos, ramas y pasar por más arbustos densos, llegó a un lugar que consideró más que mágico. Era un gran círculo abarrotado de flores de cerezo y otras especies de árboles. Los animales se hallaban por donde mirase; en las ramas, troncos, raíces, suelo. Las plantas eran grandes, pero uno en especial le resultó majestuoso.
Su tamaño inconmensurable era abrumador; era demasiado grande para ser un árbol. Tenía raíces gruesas que fácilmente podrían acurrucarlo y él quedaría como un ser muy pequeño. Alrededor de todo ese círculo, habían árboles de cerezo que comenzaban a botar sus flores. Pululaban por doquier junto a las hojas marchitas de otros. Parecían danzar en el aire para depositarse en el suelo con la sutileza de una bailarina de ballet.
Mientras observaba su alrededor, su mirada quedó fija en un lugar especial. Muchos animales estaban alrededor ocultando lo que había detrás. Cuando notaron la presencia de David le abrieron paso para que viera a la persona que buscaba desde el inicio.
Dormida o muerta.
Su corazón dio un vuelco enorme; comenzó a palpitar con fuerza al tiempo que su cuerpo comenzaba a temblar.
Forest, era ella.
Todo su cuerpo estaba rodeado por flores de cerezo y otra especie que no supo identificar, de color blanco. Estaban amontonadas cubriéndole su pequeño y delicado cuerpo. Él comenzó a acercarse con el corazón en la mano. Ella, como de costumbre, tenía sus manos sobre el vientre. Su cabello, blanco como las nubes, estaba disperso sobre aquel lecho de hojas secas.
—F-Forest —murmuró dolido. ¿Por qué su guardiana estaba allí? ¿Por qué parecía muerta?—. Oh por Dios, Forest...
Finalmente se acercó para detallarla mejor. Su piel parecía estar conectada al suelo, puesto que pequeñas venas sobresalían de su rostro y de sus brazos hasta conectarse a la tierra. Eran de color blanco y le produjeron un escalofrío a David. Ella llevaba puesto un vestido blanco y su cabello estaba adornado con diferentes flores de colores.
A David se le cristalizaron sus ojos; se acercó a ella. De inercia, acarició la mejilla de la guardiana sin dejar de mirarla. Su rostro angelical era hermoso. Una lágrima cayó con lentitud hasta posarse en la de Forest. Justo en ese momento ella abrió los ojos.
—F-Forest —dijo David sorprendido y alarmado a la vez—. Gracias a los dioses que despiertas —sollozó—. ¿Qué te sucede? Dime que estarás bien... por favor...
—D...Da...vid... —Él se acercó un poco más. Los ojos verdes de Forest habían perdido brillo, ahora parecían buscarlo, como si estuvieran ciegos.
—Aquí estoy, Forest aquí estoy —Tomó su mano y se la llevó al rostro. No sintió ningún movimiento por parte del miembro, como si ella ya no pudiera moverlo—. Por favor, dime que pasa, Forest, por favor... estoy asustado...
—N-No tienes... por qué estar asus... tado —murmuró. Forest emuló una pequeña y distante sonrisa. Su mirada seguía perdida en el cielo, en otro lado muy lejos de David—. Todo estará... bien.
—No, no, no. ¡Nada está bien! ¿Qué ocurre? ¡¿Por qué nunca me dijiste nada?! —exclamó entre el llanto—. Siempre te pedí que me explicaras, ¡te lo pedí! Quería ayudarte, yo...
—No hubieses... podido —murmuró queda. No hacía falta ser un adivino para comprender que le costaba hablar—. La natu-naturaleza... está mal. Sufre y me... necesi...taba. Estaré bien. No... llores, por fa...vor. —David negaba mientras la escuchaba hablar. El dolor en su pecho iba en aumento. Ya ni si quiera sabía si era por su enfermedad o no.
—No te vayas, el bosque te necesita, ¿me oyes? Yo te necesito. —El joven de rulos soltó un sollozo mientras acariciaba la mejilla de su guardiana, la otra sostenía la mano muerta de Forest—. Todo este tiempo fue tan... mágico. ¿Recuerdas la primera vez que sonreíste? —soltó una pequeña risa, que al final se volvió un diminuto gemido—, fue extraña, pero para mí fue hermosa. —La moribunda guardiana sonrió de nuevo, esta vez por completo, aunque su mirada seguía clavada en el cielo—. Quiero seguir observando tu rostro. Quiero... quiero verte sonreír más veces... Prometo estar aquí. Te necesito.
—David... gracias por todos los... intentos por volverme fe-feliz... pero estaba condenada. Mientras la natu... raleza sufriera yo lo... haría. —Las lágrimas de David seguían humedeciendo su rostro—. Fueron los m-mejo-mejores meses de mi vida. Ahora... sé feliz, disfruta de la vida.
—No puedo. No puedo vivir sin ti. ¡Entiéndelo! Me enamoré de ti. No sé cómo pasó, ni cuándo. —Soltó en medio de sollozos. Se alejó de ella por un segundo. Su rostro le ardía, así que se lo ocultó con sus manos—. Pero pasó. Mi corazón late cuando te ve, cuando ve tu sonrisa y tu apego hacia lo que amas... no te vayas, lo prometiste Forest. —Alzó su mirada, y observó como la guardiana lo buscaba con la mirada—. ¿Quién cuidará los árboles que sembramos juntos? ¿Qué será de este bosque? Éste es tu hogar...
—D-David... acércate, por favor... —Él lo hizo. Acercó su rostro al de ella, hasta que tuvieron a unos cinco centímetros de distancia. Ella finalmente había clavado su vista ciega en él—. Pasaron muchas cosas en el pasado... Cometimos errores que... acabaron con nuestras v-vidas. Mas yo siempre t-te amé...
—¿Qué? —David se secó las lágrimas para continuar viéndola. Estaba confundido—. ¿D-De qué hablas? —En ese momento sintió una presión en el pecho. Forest estaba a punto de hacer algo que lo desligaría de ella para siempre. Ella rompería su conexión.
—Jamás me imaginé que fueras tú... aunque de cierta forma me lo im-imaginaba. Al final no pudimos estar juntos... —David había comenzado a llorar de nuevo. Las palabras de Forest le dolían a pesar de que no estaba entendiendo mucho. ¿O sí?—. Antes de... irme tengo que decirte algo.
—¿Qué? Forest, por favor... explícame... —Ella sonrió. Y justo en ese instante, una gotica surgió de sus ojos. Fue tan diminuta y bonita, que él se quedó perplejo al verla. Resbaló por sus mejillas y sin darse cuenta cayó al suelo. De inmediato se convirtió en un hermoso girasol.
—Dairev, te perdono...
David abrió sus ojos, sorprendido. Se apretó su camisa justo en el lugar en dónde estaría su corazón. Dolía, algo adentro le estaba quemando, fue entonces cuando soltó un pequeño gritico. Una señal muy dentro de sí le decía que no era su enfermedad, sino algo que se salía de los límites de lo que podía controlar. Posteriormente un vaho invadió su estómago. Se sintió vacío. Solo.
—N-No... por favor. Forest —Soltó un sollozo al tiempo que la miraba—. ¡No me perdones si eso significa que estaremos más tiempo juntos! —Esta vez David se inclinó hasta que tocó el torso de la guardiana. No podía con tanto. ¿Qué pasaba? ¿Acaso ella estaba alucinando?
La guardiana también lloraba. Por primera vez en casi un milenio sus mejillas se humedecían con las lágrimas. Sonrió con nostalgia. Allí estaban, dos almas que el destino volvió a unir y que nuevamente separaba.
Esta vez en definitiva.
David se había enamorado de Forest; no sólo de su belleza sino de su personalidad. Era intrigante, adorable en algunas ocasiones, y fiera cuando lastimaban lo que ella amaba. Siempre fue un imposible.
Forest continuaba mirando la nada, sin parar de llorar, aunque en realidad no sentía dolor. No físico. Simplemente le provocaba nostalgia dejarlo todo atrás. Dejaría su hogar, la naturaleza, y a David, el chico enfermizo que le hizo conocer la alegría de vivir a pesar de limitaciones. Dejaría su pasado. Finalmente después de tanto tiempo le diría adiós a sus cadenas.
—David. Lamento... no haberte... correspondido. Lamento... haber aceptado ser diosa... lamento no haber tomado tu mano aquel día. —El joven de rulos levantó su mirada. Se acercó a ella lo suficiente como para que sus frentes se juntaran. Las lágrimas de ambos se unieron en las mejillas de la guardiana—. Eres fuerte, podrás vivir.
—Te amo Forest —David sollozó sin parar de mirarla—. No sé en qué momento, pero siento que te amo más que a nada... No quiero que te vayas. —Ella emuló una tierna sonrisa. De repente, David observó como un hilito de fuerza surgía en ella, lo suficiente como para que levantara su mano y tocara su mejilla.
—Siempre viviré, aquí. —Tocó el pecho de David—. Y aquí —Con suma delicadeza y cierta torpeza, acarició las sienes de David—. Recuérdame, que... jamás moriré. No hasta que tú lo h-hagas. —David negó.
—No quiero. No... —Forest siguió sonriendo.
—Y-Yo sólo de-demuestro que... la naturaleza puede morir, y... sufre. La humanidad es el cáncer en su propio cuerpo. Pronto morirán si no... es salvada. —Más lágrimas surgieron. David notó que estas se transformaban en flores de muchos colores—. Nunca la dañes David, recuerda que ella es la M-Madre de todos.
—Te amo... —Un último sollozo escapó de David, justo antes de que se acercara con lentitud a la guardiana y depositara sus labios en los de ella.
Fue un beso muy corto, efímero, sin magia. Esperaba sentir su cuerpo vibrar de la emoción, alguna reacción especial. Mas sólo percibió tristeza de saber que ella estaba fría como el hielo, sus labios se habían tornado azulados, inmóviles. Deseó brindarle vida, como si existiese la mínima posibilidad de que eso fuera posible. Se separó sin parar de mirarla. Le dolía el pecho, quería aferrarse a su cuerpo como si fuera lo único preciado en su vida. Quería tenerla para él más tiempo; hacerla reír, sonrojarse, observar las estrellas junto a él. Pero estaba allí, presenciando con dolor los últimos momentos de su guardiana.
—David... sé feliz, y cuida de este lu-lugar. —David comenzó a alarmarse cuando observó que las manos de la guardiana se desintegraban, convirtiéndose en pequeños pétalos de cerezos—. Hernesto y X-Xavier te esperan...
—No, no, no, no —David intentó aferrarse a ella entre un mar de lágrimas—. Por favor no te vayas, no, no te vayas por favor, ¡FOREST! —Le gritó a su último rastro. Los pétalos volaron entre el viento perdiéndose y uniéndose con otros de forma armoniosa. Tuvo la sensación de que a pesar de la tristeza el color no desaparecía.
Las flores danzaban en el viento como pequeñas bailarinas. Muchas cayeron en los hombros de David, como si quisieran consolarlo de alguna forma. Pero él no podía. Gritó arrodillado frente al lugar en el que Forest antes se hallaba. Gritó por segunda vez incluso más fuerte, un alarido lleno de una tristeza muy profunda. Los animales se le acercaron y se acostaron en su regazo, o los que tuvieron la oportunidad. Ellos también lloraban de tristeza.
Su guardiana se había ido.
Y con ella, toda la magia del bosque.
David ajeno a todo ello, no notó que el bosque sufrió cambios. No todo en él era mágico. Al contrario, la mayoría era natural, salvo por aquellos espacios que eran especiales para la guardiana. El jardín de la doncella desapareció por completo. Todas eran flores que nacieron de las lágrimas de Forest en tiempos anteriores, así que como ella se había ido, tenían que desaparecer. Muchas no viven en ese tipo de ecosistema. En su lugar quedó un claro verde, listo para afrontar el otoño y el venidero invierno.
Lo mismo ocurrió en muchos casos; praderas, árboles en estaciones indefinidas. El bosque se volvió uno completamente normal. Ya nadie cuidaría de sus habitantes, ni de las flores, o árboles.
—Forest... —sollozó David, aún con sus manos cubriendo su rostro. Las lágrimas se escurrían entre sus dedos hasta caer en la tierra—. Te extrañaré...
De repente, el corazón de David se aceleró. Una increíble presión brotaba en su pecho. Abrió sus ojos alarmados y pudo notar lo mareado que estaba. El mundo giraba convirtiéndose en una liga abrumadora de colores sin forma. Su presión sanguínea iba en aumento. No era una buena señal.
—Oh no, aún no es tu tiempo jovencito. —Alcanzó a escuchar una meliflua voz. Cuando se volteó en su busca, perdió la consciencia.
Lo último que recuerda es un agradable olor a orquídeas.
En el mismo lugar, fuera del alcance de David...
Suspiró aliviada. No estaba siendo del todo correcta, pero haría cumplir el último deseo de su hija. Le transmitió calma al desconsolado chico e hizo que fuera flotando a los inicios del bosque. Muchos animales lo acompañaron.
Ella tenía otros asuntos que atender.
El olor a aserrín se hizo presente. Un pequeño remolino materializó a la diosa de la Muerte, que con agilidad atrapó a una pequeña bolita destellante que comenzaba a surgir entre los pétalos.
La mantuvo en su mano, firme.
—Hacerlo aquí es lo más adecuado. Era su hogar.
—El lugar me es irrelevante, Vida. No soy de quienes les importa mucho el significado sentimental de las cosas. ¿Lo hago ahora? —Muerte parecía ansiosa.
—¡No! Espera. Aido vendrá. —Y, justo como lo había dicho Vida, no sólo Aido sino tres dioses más llegaron.
El dios del amor llevaba un cambio de atuendo. Su ropa —sin dejar de ser atrevida—, había cambiado a colores verdes y toques en negro, que de cierta forma honraba a la guardiana.
—Mi diosa, he traído compañía. —Aido hizo una pequeña reverencia al frente de Vida. Los otros dioses imitaron su ejemplo. Al fondo, se escuchó un bufido por parte de Muerte.
—Es una lástima lo ocurrido —dijo Nérum, dios del sueño—. Aún recuerdo cuando vimos su bella alma la primera vez. —agregó nostálgico. A su lado, el dios del cielo sonrió.
—Recuerdo que le regalé una lámpara con forma de nube cuando todo inició. —Ubnéd llevaba puesto un vestido de algodón blanco que le llegaba hasta los pies—. Por fin descansará.
—Nunca fue apta para ser una diosa, sin embargo hizo todo lo que pudo. Ayudó a que la tierra encontrara la paz y eso nunca se lo negaré. Fuiste grande Forest, ahora es tiempo de que descanses. —El dios de la Sabiduría, Reinoth juntó sus palmas en gesto de respeto.
—Bueno, estamos aquí reunidos para presenciar algo que no solemos hacer. Destruir un alma, por pedido propio. Forest, quien fue humana en épocas de antaño, muerta entre las llamas y renacida para ser diosa de la Naturaleza. Pecadora por querer rechazar su deber y condenada a permanecer encerrada en un bosque por la eternidad. Hoy finalmente está en manos de Muerte, quien cumplirá con su último deseo —Vida le echó una última mirada al alma de su hija más preciada. Inhaló con pesadez, consciente de que le costaba decir un último adiós.
Pero los dioses no deben dejarse llevar por sus sentimientos.
—Adiós pequeña flor. —Le echó un vistazo rápido a Muerte y con una señal la diosa cerró su puño, con fuerza.
Todos los dioses presentes parecieron aguantar la respiración. El alma de Forest se quebró cual vidrio pequeño al caer al suelo. Pequeñas estelas brillantes pulularon por unos segundos, hasta que desaparecieron por completo.
Ya no quedaba nada de Forest, salvo el recuerdo.
No habría más vidas, ni reencarnaciones. Nada.
Muerte, inexpresiva y al parecer satisfecha, se retiró llevándose su pútrido aroma. Sin embargo el resto de los dioses se quedaron unos segundos más.
—¿Ya tienen todas las almas para convertir en dioses menores? —Preguntó Ubnéd. Vida negó.
—Falta una sola. El resto espera para poder comenzar con los preparativos. Creí que este proceso sería rápido. Llegué a creer que ella podía salvarse. Pero me temo que a este punto aún no hemos logrado el cometido. Por lo menos un mes más hasta tener a los seis dioses en sus posiciones.
—¿Qué será de la humanidad para ese momento? —Vida miró al cielo, distante.
—Muerte tendrá mucho trabajo que hacer en los días venideros...
En el cielo comenzaba a caer la noche. Los matices anaranjados se fueron yendo con parsimonia. Pronto hasta los cielos temblarían.
Por primera vez nadie en el bosque admiraría las estrellas.
N/a:
Y colorín colorado, esta historia aún no ha acabado.
¡Queda el epílogo! Espero que les haya gustado. No puedo creer que después de dos años finalmente haya podido terminar esta obra. (Me disculpo por haber tardado tanto, pero el internet y la universidad han sido un obstáculo.)
Espero que realmente hayan podido transmitirse los sentimientos esperados en capítulo, no solo es mi favorito, sino el que más nostalgia me produce, pues estaba pensado mucho antes del rumbo que tomase la obra. Nuevamente solo me queda agradecerles por el infinito apoyo que me brindaron. ¡GRACIAS!
Me gustaría leerlos. Gracias por acompañarme en esta larga travesía, en serio. Se les quiere un mundo.
-Little.
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