Capítulo 42.
Se obligó a mantener la cordura por todo ese tiempo. No fue una tarea fácil. Sólo una vez en su vida había sentido la necesidad de llorar por meses hasta morir, de dejar fluir el mar de lágrimas que atormentaban su alma y que de alguna forma no parecía tener fin, pero, ¿qué lograba con ellas? Nada, esa era la única respuesta.
En ese tiempo comprendió que la soledad es distinta a sentirse solo. La soledad regresó, no como fantasma; ya no tenía su forma espectral de su niñez, ese miedo infantil que se creó ante sus pensamientos errados. Esta ocasión no era nada, simplemente una habitación vacía. Un cuarto lleno de pequeños recuerdos con sus amigos, marcos de fotografías que anteriormente contenían otras vidas, otras sonrisas.
Diferenció entonces que en su niñez se sentía solo a pesar de la compañía de sus padres que hacían lo imposible para que su salud mejorara. El vacío en su pecho y la falta de sonrisas verdaderas le hizo sentir extraño por mucho tiempo, ni siquiera aquellos niños que se le acercaban por lástima le hicieron sentir mejor. En cambio, como un adulto, lo que experimentaba era la soledad; ese momento en el que las paredes se cierran para dejarte únicamente a ti y a tú conciencia. Muchas personas no suelen hallar la diferencia, mas en esa ocasión, él lo hizo.
Meditó muchísimo sobre sí mismo, sobre la vida y sobre Forest. Finalmente le halló respuesta a las innumerables preguntas que atiborraban su mente cada vez que la veía sonreír. Ese constante vaivén en su estómago o los sonrojos furtivos al momento en el que ambos se acercaban demasiado, incluso cuando observó sus finos labios, tan rosas como las flores de cerezo. Algo en David se encendía, una extraña sensación que no había experimentado a tal límite de sosiego. ¿Cómo explicar el inefable sentimiento que se fortalecía en su corazón al verla? Forest era la liga de todo lo que amaba. Podía ser tan fiera como un león, tan persuasiva como una planta carnívora, y a la vez, era hermosa como una flor, y delicada como cada uno de sus pétalos.
La guardiana representaba cada elemento de la naturaleza.
Tuvo miedo al descubrir lo que ella causaba en él. Era hermoso, pero a la vez peligroso. Ella era pura y David un humano que de alguna u otra forma había "pecado" como ella le diría. No tenía recuerdos recientes sobre ello, mas, ¿quién no ha arrancado una flor con el objetivo de olerla o admirarla un rato? ¿Quién no ha arrancado hojas, o matado hormigas? ¿Qué persona, por más ambientalista que fuera, no ha botado desperdicios en la calle por simple despiste?
La triste realidad se sobreponía a la belleza de lo mágico. Él jamás podría ser correspondido, y cuando llegó a esa conclusión la presión en su pecho no se hizo esperar. Lloró, y no porque fuera débil. Los hombres que lloran en lugar de romper paredes para desahogarse no son menos que otros. Esa era su forma de liberarse.
Por sorpresa, se animó más rápido de lo que esperaba. Tenía que tomar riendas de su vida y dejar aquella dependencia hacia sus amigos. Continuaría su vida sin ellos, así fuera muy doloroso. La vida seguía, no podía quedarse estancado en el tiempo, no cuando había muchas cosas qué hacer, no importaba si la muerte se cernía detrás de él. Tomó esa intrepidez al recordar las palabras de Xavier y Hernesto, una que le brindaron cuando parecía ceder al abismo.
«¡Tú puedes! Un poco más —gritaban sus recuerdos—. No te puedes dejar vencer, la vida sigue, ¿recuerdas?» Escuchó las risas de ambos, sinceras y divertidas.
De repente la imagen de sus dos amigos se hizo presente en su habitación. Xavier estaba recostado en la cama mirando al techo, y Hernesto sentado en su silla, con el espaldar al frente.
Era una noche de agosto, fría. Ya se había cumplido una semana que no iba al bosque y todo parecía complicarse. El viento se colaba por su ventana, pero eso no alteraba las imágenes que seguramente su mente recreaba. Eran ellos; Xavier tenía sus gafas, y Hernesto su típica sonrisa que le subía el ánimo. Todo estaba exactamente igual que antes.
—No deberías darte por vencido —Le dijo Xavier sin volverse a él—. No nos encargamos de animarte todos estos años para que te derrumbes tan fácil.
—Es cierto —Le apoyó Hernesto, con total seriedad—. El señor alegría no debería desaparecer, no cuando era una persona tan genial. ¿Recuerdas nuestras payasadas? Lo hacíamos para que te rieras de la vida, para que vieras que podías cambiar una situación vergonzosa por una que causara gracia, no solo para otras personas, sino para ti. Podías levantarte y volverte a caer, pero siempre te erguías con una sonrisa.
—La vida te podrá dar muchos golpes, mas solo depende de ti si dejarte vencer por ellos o levantarte y decirle que la próxima vez estarás preparado para recibirlos. —La imagen del moreno se levantó, hasta quedar sentado sobre la cama. Sus ojos cafés se postraron en David—. Queríamos demostrarte que no importaba las dificultades que se te presentaran, siempre había una forma de superarlas sin salir herido. ¿Acaso ya no lo recuerdas?
—N-No. Se equivocan... —intentó murmurar, todavía atónito ante lo que se le mostraba. Era tan real que casi se impulsó para abrazarlos. Se contuvo, al insistirse que en realidad ellos no estaban allí.
—Si nos equivocamos, ¿entonces qué haces en esta habitación llorando por nuestra ausencia? ¡No! El verdadero señor alegría no necesita de otras personas para sonreír, ¿olvidaste el objetivo de esas sonrisas? —David negó, aunque en realidad fue una mentira, en esos momentos no recordaba a lo que ellos se referían.
—Animar a las personas —contestó Xavier—. Lo dijiste. "Las sonrisas verdaderas pueden apaciguar el pesar en el alma de las personas. Demuestra el desinteresado apoyo que se le tiene al prójimo, lo que es motivo suficiente para brindarlas en momentos de mayor necesidad de sosiego"
—Es cierto... —murmuró—, yo... lo hice pensando en...
—Nosotros —completó Hernesto con una sonrisa en el rostro, una que irradiaba pureza—. Nos lo dijiste una vez. Nosotros te enseñamos a sonreír y tú moldeaste el significado de la palabra a tu manera, guiándote por tus propias experiencias.
—David, afuera hay muchas personas que necesitan de una sonrisa, de tú sonrisa, incluyéndote. No permitas que la tristeza vuelva a corroer el alma tan sincera que tienes. Enseña a otras personas lo que nosotros te enseñamos a ti, así no estemos contigo en el momento en que lo hagas. —Las palabras de Xavier se esfumaron después que llegaron a sus oídos. Luego de ello, ambos desaparecieron de forma evanescente, dejando como última imagen dos enormes sonrisas que le hicieron llorar de pesar una última vez.
Desde ese encuentro que él consideró "imaginario, pero reflexivo" trabajó en sí mismo. Le abrió las puertas al positivismo que había perdido, y regresó a las terapias. Sus padres se alegraron en sobremanera, mas David consideró que era necesario para finalmente cerrar ese ciclo de su vida. Sin duda ayudaron mucho más de lo que pensaba. Algo dentro de sí cambió. Aprendió a aceptar la realidad. Ellos no estaban, pero él sí.
Continuaría con su vida.
Se tomó otras semanas más para reflexionar e ir al psicólogo. Cuando lo creyó necesario se centró en otro aspecto de su vida que era muy importante. Forest. Ahorró el dinero suficiente para comprar veinte semillas. Todavía no sabía la extensión de ese lugar, quizá esas veinte no abarcaban lo suficiente, aunque, por lo que estuvo leyendo por internet, al momento de sembrarlas debía existir cierta distancia entre las semillas de los árboles para que pudieran absorber toda la cantidad de nutrientes necesarios. Pensó en ir constantemente para regarlas y cuidarlas, pero para ello estaba Forest.
«Ella podrá ver a los árboles crecer, tan grandes y fuertes, incluso después que yo muera —Se entristeció, al encontrar un imposible más—. Ella no morirá... yo sí. Forest cuidará de ellas mejor de lo que lo haría yo. Lo sé»
Entre las semillas estaban abedules, castaños, limoneros y cerezos. No sabía específicamente cuando iría, debía convencer a su madre de que no era el bosque el causante de que sus síntomas empeoraran, lo que comenzaba de cierta forma, a notarse, y no resultaba ser un buen augurio.
Sus síntomas no mejoraron, prevalecieron casi iguales. Se seguía agitando de la nada y la hinchazón en sus piernas se hacía más frecuente. Asistió a varias consultas médicas para que le hicieran exámenes de sangre, más que todo para saber si gracias a ella, existía alguna posibilidad de que los medicamentos no funcionaran. Le recetaron otros medicamentos; le aumentaron la dosis de otros, le ordenaron estricta vigilancia con respecto a su cuerpo, e incluso, disminuyeron un poco la actividad física, esperando que fuera ella la que lo causaba.
No lo fue.
Nadie de esa familia quería admitirlo. Pero ya el corazón de David no daba para más.
Intentaba controlar las disneas, al igual que algunos efectos secundarios que surgieron al usar las nuevas medicinas. Algunas veces la tos era insoportable. Cada día se sentía más inútil que el anterior. Había tocado fondo, así que tuvo que hablar con su madre con claridad. Sus padres debían pensar en una operación, alguna que le salvara la vida, porque si continuaba así perecería en cualquier momento.
La mejor opción parecía ser un trasplante de corazón. Fueron semanas de discusión diaria y su madre insistía que no pondría en un riesgo mayor la vida de su hijo. Su padre intentaba consolarla en vano, mas el llanto terminaba ganando. Mérida se vio afectada por las constantes discusiones, hasta que finalmente todo acabó en una noche.
David jamás olvidará esa noche. No había luna, y como era usual, no se veían las estrellas en esa desgastada ciudad. Mérida no había bajado a cenar, así había hecho por una semana, justo después que comenzaron las disputas. Manuel estaba sentado al frente de él leyendo un artículo en el periódico, Cristal no hacía nada más que quedarse ensimismada en sus pensamientos, jugueteaba con los brócolis que tenía en el plato.
Se armó de valor para ponerle punto y final a la situación. Primero se aseguró que no ocurría nada extraño en su cuerpo que pudiera incapacitarlo para continuar, así que comenzó.
—Mañana llamaré al doctor, quiero una cita y pedirle que comience los trámites para conseguir un donante. —Su madre había alzado la mirada, perpleja. Frunció su ceño.
—David, esto ya lo hablamos —soltó brusca—, no pienso someterte a una operación en la que existen grandes probabilidades de que mueras.
—Cristal... —murmuró Manuel, pero David le interrumpió.
—¿Entonces prefieres encontrar a tú hijo muerto cualquier día entre las sábanas? —Se defendió—. Mamá, tu no me estas sometiendo a nada. Lo hago yo. Esta es mi decisión, y no puedes interferir en ella.
—¡Sí puedo!
—¡Ya tengo veinte años! Soy mayor de edad, puedo tomar decisiones yo sólo, sin tú consentimiento. —Gritó. Cristal lo miró asombrada, justo en el momento que sus ojos se desbordaron de lágrimas. David sintió como su corazón se encogía, odiaba hacer sufrir a su madre—. Mamá, te amo, y no quiero que veas como la vida que engendraste se marchita. Prefiero someterme a la operación y luchar todo lo que pueda por vivir. Sé que si sobrevivo ya no tendrás que preocuparte tanto por mí... —David secó las lágrimas que recorrían las mejillas de su madre y le abrazó. Ella soltó un sollozo y notó como su padre, sentado, se enjuagaba los ojos.
—Amor, es lo mejor. Él es fuerte, podrá soportarlo.
—¡No me digas eso que todo esto es tú culpa! Mi pobre niño tuvo que heredar todo lo malo de tu familia... no es justo —sollozó, separándose de David. Manuel no contestó, sabía que podía enfurecer incluso más a Cristal.
—Mamá —llamó el chico para que ambos se quedasen mirando fijamente—. Voy a vivir porque es lo que deseo. Tengo muchas cosas que hacer, muchos lugares que visitar, muchos... corazones que romper —murmuró soltando una pequeña risa—. Y para eso necesito vivir.
Notó como su madre comenzaba a titubear, a preguntarse si sería correcto o no. Primero negó, pero luego se lanzó en brazos de su hijo para llorar. David no necesitó palabras para saber que ella lo había aceptado, incluso si era doloroso.
Luego de hablar con el doctor le hicieron muchos estudios y análisis para saber si era apto para un trasplante. Con júbilo recibió la noticia de que era apto. Finalmente comenzó la etapa más tortuosa. Esperar un donante.
En Arlesia, una ciudad tan pequeña y tan poblada, era poco probable que existieran donantes de órganos, eran pocos, y aún no habían de corazón. El doctor dijo que tendrían que esperar meses, incluso años, pero la espera valía la pena.
Pensaron en mudarse a otra ciudad. No era mala idea, sólo que no poseían los fondos necesarios para hacerlo y el joven no se mostró muy feliz con la idea. Tenía miedo de irse y dejar a Forest; no pudo expresarlo, pero una parte de su corazón le dijo que si se iba jamás volvería a verla. «Imposible —sonrió nervioso—. Ella siempre estará ahí, ella es inmortal» No se sosegó al decírselo, y lo más grave fue que no supo explicar el porqué.
Sin desearlo su mente comenzó a pensar sobre el significado de inmortalidad. Analizó las pocas películas de fantasía que había visto, y en muchas, ese "inmortal" terminaba muriendo de un modo u otro: una estaca, en una hoguera, decapitación. Quizás no podías morir de cualquier forma, salvo una.
Negó con rapidez. Ella no podía hacerlo, porque si no, ¿Qué sería de ese bosque? ¿De los animales? ¿De las almas que encerró dentro de sus terrenos? Eran demasiados factores que se alterarían con la desaparición de Forest, así que en definitiva eso no podría ocurrir.
Miró su calendario. Se acercó hacia él en la silla giratoria y lo tomó entre sus manos. Siete de septiembre. Esa noche se cumplía treinta y cinco días sin verla, un poco más de un mes, y faltaba poco para iniciar un nuevo semestre. ¿Cuánto tiempo más pasaría sin poder verla? «Tengo que ir, aunque sea una vez más, tengo que entregarle las semillas, sembrarlas con ella»
Entonces tomó la decisión de ir al día siguiente. No le diría nada a sus padres, después de todo era sábado, su madre se levantaría tarde, la oportunidad perfecta. Sonrió con nerviosismo, ¿qué flores le regalaría esa vez? Tendría que ser una especial, «¿Y si en vez de una, compro treinta y seis?» La idea le emocionó, logrando que se levantara de alegría. Una por cada día que no fue al bosque. Entró en su cuenta bancaria y calculó un máximo de dinero gastado tomando en cuenta los precios de los ramos en otras ocasiones. «Saldrá caro, tendré que pedirle prestado a papá» Había gastado la mayoría en las semillas, no obstante, la inversión valía la pena.
Despertó mucho antes que la alarma programada. Se tomó un momento antes de levantarse, quizá para no marearse como sucedió una ocasión. Miró la hora, eran apenas las ocho de la mañana, así que se tomó su tiempo bajo la regadera. Todo el tiempo pensando en Forest, en cómo estaría, en el tipo de vestido que usaría esa cálida mañana. «Ya estamos en otoño, seguramente las flores del jardín han comenzado a marchitarse» pensó emocionado en verlo.
Otras personas pensarían que no era para nada emocionante ver una flor marchitarse, ver algo que tuvo vida morir con lentitud, pero luego del invierno llega la primera. Después de un mal clima, sale el sol, «así funciona, ¿no es cierto Forest?» Sonrió mientras se envolvía una toalla alrededor de la cintura.
Se vistió como si fuera a trotar, solo que esta vez su bolso estuvo lleno de más precauciones que las veces anteriores. Tomó las semillas que ya había comprado preparadas y las colocó en una bolsita. Luego fue directo a su cocina y allí dejo una nota pegada a la nevera. «Ojalá mamá no se preocupe mucho» pensó. Por último, se tomó su tercera pastilla en el día antes de salir.
El clima era fresco por la mañana, aún no hacía mucho sol, así que el camino de ida era bastante ameno. Ya extrañaba la sensación de salir a dar un pequeño paseo dentro del bosque, su cuerpo se lo pedía. Sonrió nervioso al recordar que pronto vería a la guardiana, así que sin más preámbulos empezó su marcha.
El viaje dentro del bus se le hizo eterno. Tuvo una especie de dejavú al ver como una pareja desechaba una lata de soda por la ventana del transporte, sin embargo, en esta ocasión no se permitió enfadarse. Ese día era especial, tenía que recordarlo como uno de los mejores de su vida. «Sobre todo porque no sé si lograré sobrevivir»
Llegó a la plaza antes de las nueve, así que no perdió tiempo y fue hasta la floristería. Allí le pidió a la señora que le formara un ramo de treinta y seis flores distintas. Se sintió afortunado cuando la anciana le hizo una rebaja en el precio por ser uno de sus clientes más queridos, así que no tuvo que usar la tarjeta de crédito de su papá.
Había personas y niños jugando en los pequeños parques cuando regresó. El guardia ya había llegado y comenzaba a prepararse para su aburrida rutina cuando David llegó y se detuvo al frente.
—Disculpe, buenos días. Quiero entrar al bosque —dijo sonriente. Comenzó a sentir la impaciencia por verla ya, quería darle un abrazo, o colocarle una flor detrás de la oreja para admirar incluso mejor su belleza.
—Oh, buenos días —murmuró el guardia—. Ah, el chico de siempre, tenías tiempo sin venir, creí que ya habías desaparecido en el bosque. —bromeó, aunque luego hizo una mueca y negó—, es mentira, los rumores son mentiras. Hace dos días entro un chico y salió como si nada.
David sintió una punzada de miedo al escuchar eso último. No era normal, sin duda no lo era, ¿Quién entró y por qué Forest no hizo nada? ¿Era posible que no hubiera dañado al bosque? Sus manos habían comenzado a sudar, mientras que las preguntas comenzaban a atiborrar su cabeza, una y otra vez.
—¿C-Como se llama? El... hombre que entró y volvió a salir...
—Hum... un tal... Gregor Hernandez, ¿lo conoces? —David negó—. Bueno, eso no importa. ¿Bolso?
David le pasó su mochila, hasta que cayó en cuenta de que no sabía si era permitido sembrar árboles allí dentro.
—Tengo unas cuantas semillas para sembrarlas, ¿puedo hacerlo? ¿Necesito algún permiso?
—En realidad no lo sé. Mira, no hay guardabosque alguno, no hay cámaras de seguridad y nadie que supervise nada allí dentro. Las personas que entran son tan escasas que en todo un año sigo teniendo dos páginas casi llenas de un cuaderno de cien hojas. La mayoría tiene tu nombre. —El guardia suspiró cansado de dar explicaciones—. Hagamos algo, siembra los árboles, que yo no diré nada, aunque no creo que haga falta, el bosque parece bastante poblado... pero como quieras. ¿Estamos?
David asintió sonriente. Su suerte esa mañana no podía ser mejor.
Pasó la verja con rapidez, totalmente emocionado. Podía sentir cada fibra de su cuerpo agitarse, como si fueran mariposas, hermosas mariposas que volaban por todo su cuerpo.
Se detuvo de forma abrupta al recordar que no podía agitarse demasiado, ya nada era como antes, así que dar pequeños descansos y caminar calmado era lo mejor que podía hacer, sin embargo le fue muy difícil aplacar las ansias que poseía. Decidió ir al lugar de siempre, al jardín de la doncella, quizá ella estaba allí esperándolo.
Antes de llegar se tomó su tiempo para inhalar todo ese aire que extraña. Olía tan distinto que era muy difícil no volverse adicto a él. Quizá el mundo tuviera ese aroma si la contaminación no fuese tan grande.
Subió por los mismos peldaños, sólo que no tenían tantas flores como antes. Ignoró ese detalle y continuó subiendo hasta que llegó al jardín. Extrañaba el aroma de ese lugar y la hermosa vista que tenía. Notó que las flores seguían intactas. «Le preguntaré a Forest»
La buscó entre el sauce, pero no estaba allí. Buscó entre el mar de flores alguna figura similar a la de ella y tampoco la encontró. De nuevo ocurría, Forest no aparecía de inmediato, como era costumbre. Algo extraño ocurría, algo no muy bueno. Se recostó sobre el tronco del árbol y esperó.
Después de una hora, seguía esperando.
Comenzaba a impacientarse. ¿Dónde estaba? ¿Estaba bien? ¿Mal? Necesitaba verla, cerciorarse con sus propios ojos que Forest se encontraba bien, sana y salva. Que nada malo estaba ocurriendo. Quiso pensar que quizá dormía plácidamente en algún tronco, mas la incertidumbre en su pecho no aminoraba.
Observó impaciente las mariposas y las abejas. Escuchó algunos pájaros y cigarras. Todo estaba normal. Entonces ¿Por qué sentía que en realidad todo era una farsa?
«Por Dios... ¿Dónde estás? Forest, ¿dónde estás?» Se levantó decidido, no esperaría más. Iba a buscarla sin importar que se le hinchasen las piernas. Tenía que encontrarla.
Salió del jardín y comenzó a recorrer todos los lugares que conocía del bosque, que lamentablemente eran pocos. Duró una hora completa buscando entre árboles, siguiendo el río, inspeccionado las ramas en busca de alguna figura delicada y blanquecina. Nada.
David comenzó a desesperarse. Necesitaba verla, había ido únicamente con ese objetivo, el de observar sus ojos, su sonrisa. Quería volver a sentirse feliz entre sus brazos. No importaba si era imposible algo entre ellos, no importaba si todo terminaba mal. Solo necesitaba verla.
Se detuvo para recuperar el aire, se había agitado más de lo que debía. Miró la hora y se tomó la pastilla que le correspondía. Luego de hacerlo se sentó a los pies de un árbol. Había seguido el cauce del río cuesta abajo, ahora todo era plano. Se levantó luego que descansó unos minutos. Debía insistir.
Continuó caminando cerca del río por una hora más. Ya comenzaba a sentirse cansado, cuando la vio. Miraba nefelibato las aguas que se mecían con tranquilidad, hasta que una onda alteró la pasividad del río. Al subir su mirada se encontró con una mujer que hundía una hoja y luego la sacaba para beber de ella. Se encontraba aún lejos, quizá a unos ocho metros. Ella no se había percatado de la presencia de David hasta que él habló.
—¿Forest? —preguntó atónito. Quiso acercarse mas tenía que cruzar el río. Camino del lado contrario con el objetivo de rodear el río y llegar al otro lado. La alegría con la que esperaba ser recibido no llegó. Cuando la guardiana subió su mirada notó de inmediato que algo andaba mal.
No parecía ella.
Su cabello era rubio, un rubio muy claro, casi platinado. Sus ojos verdes ya no tenían el brillo característico de Forest, y su cuerpo cada vez parecía más pálido, como si de una enfermedad se tratase. Los labios rojizos de antes fueron reemplazados por un color más suave y la fortaleza que antes emanaba de ella parecía estar casi erradicada. David pensó que hasta su rostro había cambiado. El nuevo color de cejas, la falta de sus hermosas pecas y lo pálido del cutis no podía ser normal. «¿Qué está pasando?»
Por fortuna no tuvo que rodear el río. Encontró un camino de piedras que conducía al otro lado. Lo cruzó con cuidado. Ella no se movió de donde estaba. Cuando llegó frente a ella quedó mudo. Ella tampoco había pronunciado palabra alguna, solo miraba hacia los lados, intranquila. Al parecer la manía de juntar las manos sobre el vientre continuaban, eso le confirmó que era ella. Era Forest, su guardiana.
—Hola... David —murmuró ella, apenas audible.
—¿Forest? —preguntó de nuevo, como si no se lo creyera—. ¿De verdad eres tú? —Intentó hacer contacto visual. No lo obtuvo. Ella seguía evadiendo su mirada.
—Tenías un... tiempo sin venir, ¿te encuentras bien? —Finalmente Forest subió su mirada encontrándose con los ojos de David. Él comprobó lo que había detallado segundos antes. Ya no tenían brillo.
—¿Bien? Eso es lo que debería preguntarte a ti. —En un impulso le tomó el brazo para acortar más la distancia entre ellos. Se cansó de ver como ella evadía su mirada como si él le fuera causar daño alguno, se había cansado de observar de lejos el dolor que ocultaban sus ojos.
Cuando envolvió el brazo de la guardiana escuchó como ella lanzaba un pequeño chillido. De forma brusca Forest se libró de su agarre, sin poder ocultar la mueca de dolor que se había apoderado de su rostro. David, perplejo, buscó el miembro de la guardiana hasta toparse con algo alarmante.
Estaba herida.
Tenía un corte transversal de por los menos unos ocho centímetros, que subía desde el codo. No sangraba, pero aún no cicatrizaba. En otras palabras, la herida seguía latente, y cualquier mal movimiento podía abrirla. «Y yo... yo la agarré sin notarlo»
—L-Lo siento —dijo acercándose de nuevo, quería verlo de cerca e intentar ayudarla—. ¿Cómo te heriste así? ¿Por qué no te has curado? Creí... creí que... —Fue en ese momento que su mente le trajo la respuesta. Lo recordó. «Los rumores son mentiras. Hace dos días entró un chico y salió como si nada.»
—Entraron al bosque —dijo la guadiana dándose la vuelta—. Un chico... rasgó un árbol con una navaja. Le escribió letras... No pude llegar a tiempo, estaba muy lejos y cuando llegué al árbol herido era muy tarde. Ya se había ido.
—¿Qué? ¿Cómo es que no pudiste llegar? ¡Si tienes muchos métodos! Como transportarte en el viento, ¿no? O... o convertirte en mariposas, y... desaparecer... no lo sé. Eres la guardiana de este lugar, deberías saber cómo hacerlo, ¿por qué...
—¿¡Crees que si hubiese podido estaría herida!? —Forest se dio la vuelta, para mirar fijamente a David, enojada—. Yo no dejaría que lastimasen al bosque, no cuando me dieron la oportunidad. Simplemente... no pude.
—¿Por qué? —preguntó David, inquieto. Quería tener respuestas, sin duda eso no era normal. Nada de lo que ocurría lo era. Forest negó con lentitud.
—No... —titubeó—, no lo sé.
—¿No lo sabes? ¿Pero estarás bien? ¿Quieres que te traiga algo para que se te cure la herida? ¿Cuándo podrás transportarte con facilidad? Si quieres yo puedo...
—¡David! —exclamó la guardiana para interrumpirlo. Luego, sonrió con dulzura—. Está bien. Yo estoy bien. Lamento no haberte recibido cuando llegaste. Estaba ocupada —Se detuvo para observarlo—. Veo que hoy vienes más pesado de lo usual —dijo sonriente.
David dejó por un momento el tema para concentrarse en lo que le había llevado.
—S-Sí, te traje flores. —El joven le extendió el ramo de las treinta y seis especies. Ella pareció notarlo de inmediato—. Una por cada día que no pude venir. Mis padres...
—Estaban preocupados por tu salud. No viniste por eso, ¿cierto? —David abrió sus ojos, sorprendido, luego asintió resignado.
—Sí. ¿Cómo la sabes? —Forest rió por lo bajo.
—Tengo mis medios —contestó. Bajó su mirada y acercó el ramo para olerlo. Fue allí cuando David hizo lo de siempre. Tomó un clavel y se lo colocó detrás de la oreja. Cuando ella alzó la mirada le sonrió.
Se veía hermosa. No importaba su aspecto o su color de cabello. Ella tenía una esencia distinta, un aroma especial. Y lo amaba. David amaba cada una de sus facetas. La enojada, la feliz, la melancólica y la protectora. Cada una de ellas hacía de la guardiana especial.
Sintió un inusual revoloteo en su estómago. Notó como las mejillas se le encendían y su corazón palpitaba de alegría al verla. Eso era lo que estuvo esperando todo el día, observarla allí, con el ramo entre sus delicadas manos y una semi sonrisa sincera. Se percató de la presencia de varias flores en su cabello, ese día no llevaba la corona que él le había regalado, mas no le molestó en lo absoluto. Forest llevaba puesto un vestido blanco de seda, muy liviano.
—Traje otras cosas —Forest enarcó una ceja, incitándolo a continuar—. Verás... recordé la historia de los árboles incendiados, cuando los dioses no permitieron que ese fragmento de tierra volviera a aceptar tu poder. Pero yo no soy un guardián, o un dios. Soy un humano. Así que compré unas cuantas semillas, de esta forma dentro de unos treinta años, o más, habrán hermosos árboles irguiéndose en un lugar que estuvo vacío por años. Tiene lógica. Ningún humano lo ha hecho así que me gustaría intentarlo. ¿T-Tú... quisieras acompañarme? —preguntó esperando ver una reacción positiva por parte de la guardiana. Una que llegó indudablemente.
Forest rió por lo bajo. Asintió.
—Claro. Como si te supieras el camino.
Y así, ambos se pusieron en marcha.
N/a:
Perdón T.T Wattpad me cambió los guiones largos por cortos y no podré arreglarlos. Perdonen en serio.
Espero que les haya gustado. :D No olviden apoyarme con votos y comentarios.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top