Capítulo 38

Algo le estaba pasando, algo que le inquietaba.

Cada vez que cruzaba miradas con Forest el mundo alrededor desaparecía. Se introducía en la belleza de sus ojos, tan verdes como las hojas de los árboles, vívida, hermosa. Poco a poco conocía un poquito más de ella y cada cosa que descubría le gustaba más que la otra.

Habían pasado tres semanas desde que visitó el pequeño bosque otoñal. Ciertamente fue hermoso. Al llegar lo recibió una lluvia de hojas que se mecían en el viento con gracilidad; el espectáculo fue hermoso y no dudó un segundo en detenerse para admirarlo. Pero mientras lo hacía su mirada se había desviado varias veces en dirección a la guardiana, quien sonreía con amplitud por la belleza de su bosque. No fue esa liga de colores cálidos lo que le mantuvo distraído. Fue ella.

Su corazón se aceleraba al verla sonreír. Claro, lo calmaba al rato repitiéndose las mismas palabras de siempre. Incluso así, eso no era impedimento para que dentro de su estómago revolotearan miles de mariposas al mirarla. Quizá la comparación no era la más acertada, mas ¿Cómo podía describir la agitación que lo embargaba al cruzar miradas? Ella parecía sentirlo también. Negó con rapidez. Imposible.

Cerró sus ojos mientras inhalaba profundo. ¿Qué le estaba haciendo Forest como para que la pensara toda la noche? Siempre su imagen llegaba a su mente sin desearlo, sin permiso; aunque en realidad no le molestaba esa intrusión, esa bella intrusión. Al regresar a su casa se concentraba en banalidades; hacer los ejercicios que le recetaban los doctores, estar pendiente de sus pastillas, de su peso. Y en cuanto lo hacía rememoraba cada capítulo de su vida junto a ella; cada mañana y tarde que se marcaba en su memoria como un bello recuerdo que comenzó a atesorar tanto como los de sus amigos.

Los días junto a ella eran distintos; siempre descubría un poco más sobre su deber, sobre el bosque en general. Forest le contaba anécdotas y él igual. El cariño entre ambos crecía cada día, así lo sentía. Pero David comenzaba a alejarse; ya lo que comenzaba como una simple amistad tomaba un rumbo muy distinto. «Maldición, ¿por qué pienso estas cosas? —Inhaló de nuevo—. Sólo somos buenos compañeros, nada más —Se repitió por enésima vez—, los revuelos en mi estómago es hambre, y mis latidos acelerados son problemas típicos de mi enfermedad, nada que tenga relación con ella»

De repente a su mente llegó una imagen; la de sus labios. Ese día, luego de que ella le hiciera esa pregunta su corazón dio un vuelco enorme. Deseaba ver a sus amigos de nuevo; añoraba el día en que ellos regresaran a su vida para iluminarla de nuevo. Pero de tan solo imaginarse que no volvería a verla le dio un mal sabor en la boca. No se veía haciéndolo, ¿cómo era capaz de abandonarla? Ella cambió al conocerlo y eso le llenaba de una profunda dicha. Era insegura, imperturbable como las aguas de una laguna, mas con su llegada Forest sonrió, e incluso, escuchó su risa por primera vez. No recuerda haber oído algo tan tierno y armonioso en su vida.

«No puedo, jamás la abandonaré. No me sentiré feliz de saber que ella está ahí, sola; únicamente con la compañía de plantas que no le pueden enseñar más nada de lo que ya sabe» Recordó su acercamiento y luego, como su mirada se perdía en los labios de la guardiana. No eran gruesos o carnosos; eran simples, delgados, rosados, provocativos. No había podido despegar su vista de ellos, cuando ni siquiera lo había planeado. Abrió sus ojos de golpe al sentir como sus mejillas se ruborizaban.

—¡Maldición! —gruñó mientras le propiciaba un golpe a la cama. Dejó a un lado sus almohadas y se levantó con frustración. ¡¿Qué diablos le estaba pasando?! No llevaba más de cuatro meses conociéndola y aún así se sentía como un idiota al darle tanta importancia. Se revolvió sus rulos denotando las inseguridades que embargaban su mente, hasta que gracias a su mamá, se distrajo de sus pensamientos.

—¡David, baja a comer! —Suspiró. Eran las ocho y veinte de la noche, hora de la cena. Se colocó una playera sencilla para no bajar con el torso desnudo. Mientras bajaba las escaleras descalzo pensó en lo que haría la guardiana a esas horas.

«Tal vez se acuesta temprano como las aves. O quizá se toma su tiempo para admirar las luciérnagas» Sin duda eso haría él. No lo pensaría dos veces y admiraría la belleza del entorno nocturno con la luz de la luna haciendo reflejos y el sonido de los grillos cantarines en el ambiente húmedo del bosque.

—¿David? Cuidado con las escaleras, mira por donde pisas —refunfuñó Cristal al notar lo nefelibato de su estado. David miraba el techo mientras bajaba con suma lentitud cada escalón, parecía no haberle prestado atención a su madre—. ¡David! Termina de bajar.

—Sí... ya voy —musitó con una sonrisa tonta. Terminó de bajar en puntillas y se dirigió a la mesa. Miró su alrededor pero no atisbó la presencia de su hermana por ningún lado. Ni la de su padre, como era usual—. ¿Dónde está Mérida?

—Ah, salió con unos amigos —repuso Cristal restándole importancia con un gesto—. Esta noche te hice un delicioso estofado de ternera, con una rica limonada.

—Déjame adivinar, sin sal. —David arqueó sus cejas denotando una sorpresa fingida.

—Lógicamente. Recomendado por los doctores. —Su madre adoptó un tono serio ante la mención. Inmediatamente suspiró con remordimiento—. Lo siento, pero no quiero que se te hinchen las piernas por el sodio.

—Para eso tomo los diuréticos —rechistó dando el primer bocado. De todas formas la comida no estaba mal, su mamá cocinaba bien; aprendió a hacer muchas cosas sólo para complacerlo y hacerlo sentir normal—. Lo siento mamá, a veces una pizca no me hará daño; los medicamentos ayudan a mi corazón. Hablando de eso, el Carvedilol se me acabó hoy, mañana hay que comprar una caja más.

—De acuerdo. Hablando de eso, ¿te tomaste la digoxina? —David asintió—. Genial. Ahora ten. —Cristal deslizó por la mesa una cajita de hidralazina—. No se te olvide es muy importante para que tus vasos sanguíneos se relajen un poco.

David se tomó la pastilla con pesadez, luego continuó.

—¿Crees que pueda empeorar? —Le preguntó David. La última vez que fue al médico y le presentó la hoja de sus síntomas no tuvo una muy buena expresión por parte del doctor. Se estaban intensificando; cada uno de ellos. Normalmente sentiría uno que otro efecto secundario por las pastillas, pero en esas semanas comenzaba a sentirse más sofocado de lo usual. Al contárselo a su proveedor no le dio buenas noticias.

—Mi vida, hay que ser positivos y confiar en Dios. —No pudo evitar soltar un bufido. «No me ayudó estos últimos veinte años y lo va a hacer ahora» Pensó enojado. Quizá estaba errado al pensar de esa forma, pues Forest le confirmó la existencia de seres todopoderosos. Ninguno tenía la voluntad de ayudarlo, así que no perdería más noches de su vida "orando" por una mejoría.

—Hum... mamá —Miró de reojo a su madre con gravedad. El doctor le había recetado más medicamentos para tratar los síntomas; la mayoría fue un cambio porque otros ya no hacían efectos—. Me recetó más medicinas. Las que llevaba usando todo este tiempo dejaron de ser efectivas.

—Sí, quizá es por el tiempo, tu sistema necesita nuevas, ¿no? —Su voz temblaba un poco y había dejado de comer por el nerviosismo—, me niego a pensar que pueda llegar a una fase terminal. Eres muy joven, y alegre, y...

—De niño, cuando tuve mi primera recaída el doctor me dijo que siempre debía estar preparado para lo peor —musitó con desgano. Echó para un lado su comida y cruzó sus brazos encima de la mesa. Cristal le miró horrorizada—, mamá, a mí tampoco me gusta la idea.

—N-No David. No empeorará, hay que confiar en que esas nuevas pastillas harán efecto. Yo estaré muy pendiente. Tu padre también lo está, todos los días me llama para preguntarme por ti y por si necesitas alguna medicina. Aunque no lo creas él te quiere más de lo que parece.

Asintió forzando una sonrisa. Regresó su atención a la comida pero el ambiente que se formó entre ellos fue muy incómodo. Ninguno quería mencionar la posibilidad de que su insuficiencia cardiaca llegara a fases terminales; fase en la que ningún medicamento hace efecto, y finalmente se plantea la posibilidad de un trasplante de corazón.

La idea le aterraba, no quería morir, y si esa operación era necesaria se sometería a ella sin dudarlo.

—No te lo he preguntado ¿Qué haces tanto en el bosque? —Miró a su mamá de soslayo, encontrándose con una sonrisa pícara. «Está intentando relajar el ambiente —pensó—, gracias mamá»

—Pasar el rato, caminar... —negó para restarle importancia. De sus labios afloró una sonrisa que puso en alerta a su mamá.

—¿Una chica? —completó directa. Cristal sonreía con picardia interesada en la reacción de David. Irremediablemente sus mejillas se tiñeron de rojo. Pensó en Forest, "la chica". Su madre chasqueó los dedos llamando su atención—. ¡Claro! Por eso tan sonriente cuando bajabas las escaleras.

—¿Qué? No, claro que no —intentaba continuar con su comida pero la sonrisa no lo dejaba. «¿Puedes ser más obvio David Fuentes?» Ladeó su cabeza hacia los lados sin saber qué decir.

—Oh, claro que sí. —Su madre dejó que su mejilla reposara sobre su mano—. ¿Cómo es? ¿Es bonita? ¿Sexy?... —Cristal lo atiborró de preguntas llenas de insinuaciones y bromas.

—No es una chica —repuso luego de terminar—, bueno, si es una chica, pero no de esa manera.

—Especifíca "esa manera" —Su mamá rió divertida atrayendo a su hijo hacia la trampa.

—Esa, la de... ya sabes... gustos —susurró apenado. Sintió que su rostro ardía así que se levantó de la mesa apurado—. Lavaré los platos. —Tembloroso tomó el suyo y se fue a la cocina. Atrás de él resonó la risa de Cristal.

—¡Te gusta! —exclamó.

—¡No! —gritó él desde atrás. «No, imposible»

—Si no te gusta entonces sientes atracción. —David negaba mientras terminaba de fregar los trastes. ¿Era posible? ¿Acaso comenzaba a sentir una incipiente atracción hacia la guardiana? ¡Qué problema! «Sé que te gusta cometer locuras, David, ¡pero no de este tipo! —Le gritó su subconsciente—, ¡sé más racional!»

—Sólo somos amigos.

—De amigos se llega a novios —canturreó su madre dándole un abrazo por la espalda—. A mi bebé le gusta una chica, a mi bebé le gusta una chica —rió mientras cantaba por toda la casa.

—¡Mamá, basta! —gritó avergonzado. Su madre no paró. El ambiente que se creó entre ellos estuvo cargado de miradas pícaras y sonrisas contagiosas.

Terminó de lavar lo que quedaba en la cocina y corrió a su cuarto con su rostro a punto de explotar. Cerró la puerta de un portazo y se llevó ambas manos a sus mejillas. «Están tibias, maldición»

No podía ser posible, no debía gustarle la guardiana. No tenía mucho tiempo conociéndola, además, en caso de que fuera posible, ¿habría algún tipo de oportunidad entre ellos? «No, ella es inmortal. Yo no lo soy, yo moriré un día y para ella no será nada —pensó triste. Se deslizó por la puerta hasta caer en el suelo recordando las películas de fantasía que pasaban en la televisión—. Su vida es muy distinta a la mía. Ella puede ser lastimada muchas veces y siempre se salvará. Si a mí no me mata la vejez, lo hará mi corazón, y temo a que sea más pronto que tarde»

Analizando su situación, no podía hacerse ilusiones de ningún tipo. Con una amistad bastaba.

Subió su vista de golpe deteniendo su mirada en la laptop. Estaba prendida, así que se acercó con rapidez para seguir visitando páginas por internet.

Sonrió al ver fotos de abedules. El árbol no era el más bonito del mundo, pero Forest dijo que no había uno en el bosque así que era el momento de que él diera el primer paso.

Tenía varias semanas meditando sobre ese regalo. Ella ya le había contado la historia de esa parte del bosque sin árboles ni pasto. El pequeño incendio devastó decenas de plantas, pequeñas y grandes, así que fue castigada por descuidar sus deberes. Era injusto, ¿por qué castigarla por algo que no fue su culpa? Forest sólo quería que el ser humano amara la naturaleza tanto como ella, y, ¿qué mejor forma que entrar en contacto con ella? Lamentablemente no supieron hacerlo, así que tuvo que pagar las consecuencias por los actos de otros.

Sonrió viendo la pantalla. Esa parte del bosque ya no sería un recuerdo desagradable para la guardiana; tenía que encargarse de convertirlo en uno de los mejores.

Siguió bajando el cursor y tecleando varias veces hasta que se convenció de las semillas que quería. Limoneros, abedules y castaños. Todavía le faltaba saber la cantidad y ver si el dinero que tenía ahorrado le alcanzaba. Negó restándole importancia al dinero. Era un regalo, uno que haría feliz a la guardiana, así que sin importar cómo, debía comprar esas semillas y sembrarlas.

Apagó la laptop satisfecho por sus investigaciones. Estaba emocionado; su corazón palpitaba de alegría y su estómago se revolvía con extrañeza. Al cerrar sus ojos se imaginaba posibles escenarios y reacciones, todas eran favorables.

Rió.

«¿Qué flores le llevaré mañana? —Se preguntó sonriente—. Ya sé. Dalias»

Había salido de su casa antes de que fueran las diez. Se había tomado el tiempo necesario para desayunar con su mamá, hablar de banalidades con su padre y regañar a Mérida por sus impertinencias. Por primera vez en mucho tiempo tuvieron un desayuno común, puesto que era domingo y no había deberes que cumplir.

Luego de salir de vacaciones se sentía más relajado. No extrañaba nada de la universidad; nada de profesores o compañeros, después de todo los suyos no estaban, no tenía motivos para hacer otras amistades que lo verían como la mayoría de personas que no lo conocían.

En esa ocasión compró el periódico y se lo fue leyendo en el transcurso del camino. En el bus leyó una buena parte, sin embargo no eran más que banalidades. Ojeaba con rapidez las páginas hasta que se detuvo en un artículo pequeño. Frunció su ceño con enojo al leer sobre lo que trataba. Habían aumentado un setenta porciento la producción de madera en el país, lo que significaba que eran más las zonas naturales destruidas. Suficiente calor hacía en la ciudad por falta de zonas verdes, ¿por qué seguir haciéndolo?

Cuando llegó a la plaza se dirigió hacia la pequeña floristería que ahora concurría. Al llegar, saludó a la dueña.

—¡Buenos días señora Juana! —La mujer mayor sonrió al ver a David tan radiante como todos los días. Las arrugas de su rostro se marcaron cuando sonrió con amabilidad.

—Buenos días jovencito, ¿de nuevo buscas unas flores?

—Sí, esta vez quiero un ramo de Dalias, ¿tiene? —preguntó mientras miraba la cantidad de flores que había en macetas y jarrones. La señora asintió con alegría.

—¡Por supuesto! Son una de las flores más hermosas que me llegan. Dalias, son increíblemente elegantes. Esa chica debe amarlas ¿eh? —parloteó mientras buscaba las tan dichosas plantas. Su arrugada mano se movía con rapidez sacando las flores de donde estaban. Al terminar envolvió los tallos en un papel sin dañar los pétalos; luego se las entregó—. Ten.

—Muchas gracias señora, ¿cuánto es? —preguntó sacando su billetera.

—Lo mismo de siempre. —La señora Juana sonrió. Al ver que David iba a protestar, continuó—. No te preocupes, eres un jovencito muy cariñoso y mi cliente más amable. Anda, apresúrate y llévale a esa chica las flores, les encantará.

—Muchas gracias. —Luego que pagó, se fue del local con una enorme sonrisa, directo al bosque.

Después de completar la molesta rutina con el guardia entró al bosque. Ya Forest no lo recibía como antes, era como si ya no sintiera su presencia al entrar, así que se tardaba más de lo usual en visualizarse ante él. Días antes habían llegado a un acuerdo; ambos se encontrarían en el jardín de la doncella sin importar el día.

Así que sin mirar a los lados emprendió el camino directo a la pradera. Cuando llegó no encontró a Forest, así que decidió esperarla. Caminó observando detenidamente su alrededor. No se cansaba de admirar la belleza del jardín; con esa increíble cantidad de flores, de arbustos que le daban vida a ese lugar. Se sentó al frente del sauce y en él aguardó paciente.

Miró a las Dalias con una sonrisa «No se preocupen, Forest vendrá muy pronto y con su magia ustedes volverán a la tierra. Ustedes serán felices y ella también —sacó una del ramo. Era rosada, con varias tonalidades más oscuras—. Tú eres perfecta para estar detrás de su oreja» No sabía el porqué, pero cada vez que veía a la guardiana lo primero que hacía era colocarle una flor. No podía negar que se veía hermosa, pero más allá de eso era un impulso de su cuerpo, o de su ser. De pronto eso se había convertido en una necesidad.

El viento se hizo presente, así que alzó su vista para admirar como cientos de mariposas tomaban la forma de la guardiana. Todas revolotearon a su alrededor, sacándole una sonrisa a David. Esta vez, la guardiana tenía su cabello recogido en una trenza de lado; era la primera vez que la veía peinada e esa forma. «Se ve mucho más hermosa de lo usual» pensó anonadado. Llevaba puesto un vestido azul cielo, bastante ligero; le llegaba por las rodillas, con encajes de flores al nivel del pecho. Forest tenía una pequeña y casi imperceptible sonrisa, con un tenue color rosado en sus mejillas. «Lleva la corona que le hice» pensó al verla. Ahora siempre la cargaba, lo que le llenaba de una profunda dicha.

—Hola —saludó levantándose. Lo primero que hizo fue colocarle la dalia detrás de su oreja.

—Buenos días David —contestó Forest mirando hacia los lados; de alguna forma, esquivando la mirada inquisitiva del chico. Sonrió de lado al ver el ramo de Dalias—. Son hermosas.

—Lo sé. Las escogí principalmente porque son elegantes y me recuerdan mucho a ti. Además, el color hace un buen contraste con tu piel y tu cabello. —Ella tomó el ramo, y juntos, se agacharon para completar la rutina: sembrar las flores juntos—. Estás diferente hoy —agregó desviando su mirada hacia ella—, tu cabello se ve bien así.

—¿D-De verdad? —tartamudeó sonrojada—. Gracias... el cabello largo comenzaba a molestarme un poco.

—Forest... ¿Todavía no piensas decirme lo que te ocurre? — Tenía mucho tiempo queriendo saber lo que le ocurría y la duda lo estaba carcomiendo. No era la primera vez que se preguntaba lo que le estaba pasando a la guardiana. Poco a poco comenzaba a cambiar, ¿por qué?

—No sé de qué hablas —murmuró incómoda.

—Lo sabes —afirmó frunciendo su ceño. Miró a la guardiana impaciente—, después que te conocí comenzaste a cambiar. Primero tus cuernos, luego tu cabello, y tu actitud ¿Qué ocurre?

—Ya te lo advertí una vez David, no es bueno entrometerse en este tipo de problemas. —Forest había parado de sembrar las flores, para detenerse en él y plantar su vista llena de desaprobación—, ¿no te cansas de husmear en la vida de las personas?

David abrió sus ojos sorprendido por la frialdad que tomaron aquellas palabras. Le había dolido; esa simple frase apuñaló su ego a puntos inimaginables. ¡Ella no lo comprendía! Hacía todas esas preguntas porque le importaba su situación; quería saber si existía alguna forma de ayudarla.

«Al parecer no quiere ayuda —pensó enojado—, no vale la pena preocuparme más por ella» Desvió su mirada de los ojos verdes de la guardiana intentando ocultar la dolencia provocada.

Se levantó del suelo y dejó a un lado las flores que él iba sembrar. Tomó su mochila y se dio la vuelta. Comenzó a caminar de regreso a la salida. No sabía por qué, mas ya no deseaba estar allí; por primera vez en mucho tiempo se sintió de alguna forma rechazado. Sólo deseaba ayudar, mas desde un principio dio la impresión de querer entrometerse en donde no le incumbía, así que para no hacerlo más decidió irse.

—David —dijo la guardiana detrás de él, pero ya se había alejado lo suficiente—, David, ¡espera!

No se detuvo, continuó caminando lo más rápido que pudo. No importaban sus latidos. Se internó en el bosque consciente de que los pasos de Forest le seguían. Intentaba alcanzarlo. Cuando lo hizo, ya era tarde. Estaba al frente de la verja a punto de cruzarla.

—David —balbuceó la guardiana aparentemente agotada. Él se volvió para darle una última mirada. Notó en ella el arrepentimiento, pero por algún motivo no se regresó. No quería estar allí por más tiempo; era incómodo y su corazón dolía, así que dejó de ver en la dirección de ella y salió del bosque.

David se detuvo en un pequeño banco y se sentó. Allí suspiró de frustración dirigiendo su mirada al cielo. No había nubes en él, únicamente la cegadora luz del sol. «Cada día hace más calor que el anterior —Se quejó mentalmente—. El bosque es más fresco» Negó, reacio ante la tentadora imagen que comenzaba a incitarlo para regresar.

«¿No te cansas de husmear en la vida de las personas? —rememoró cabizbajo. La voz de Forest resonó por toda su cabeza—. ¿Husmear? ¡Yo no quiero hacer eso!» Gruñó enojado. Era lo menos que quería y aun así sus intenciones fueron malinterpretadas.

Quizá irse no había sido la mejor forma de reaccionar, pero esa simple frase fue suficiente para hacerle entender que todo ese día sería incómodo si él continuaba allí. Su pecho dolía al recordar las palabras. ¿Por qué?

—No... ¿por qué me preocupo tanto por ella? ¿Qué me asegura que algo malo le ocurre? —Se preguntó en voz alta. Afortunadamente nadie estaba a los alrededores como para darse cuenta de sus inseguridades. Suspiró de nuevo.

¡Era demasiado obvio! Todos sus instintos le gritaban que ella estaba pasando por problemas que él no veía todavía. ¿Acaso era normal la pérdida de sus cuernos? Forest había evadido el tema cada vez que intentaba sacarlo a luz, así que eso era una clara señal de que algo le pasaba.

Suspiró de nuevo. Se levantó de la banca con varias gotas de sudor recorriéndole la frente; ¡sí que estaba haciendo calor! Caminó varias cuadras hasta que llegó a la parada del bus, allí tomó el primero que se le cruzó. Iba casi vacío, así que se sentó en los últimos asientos. Al hacerlo su vista inconscientemente escrutó todo el transporte público llegando a atisbar varios envases de basura, o plásticos regados por todo el piso. Se sorprendió que nadie le prestara atención a ese tipo de detalles que eran importantes, ¿acaso no les importaba la imagen que daba? Negó completamente indignado, «lo peor de todo es que cuando lo limpian dejan la basura regada en la calle»

Era cierto, la ciudad de Arlesia cada día se veía más sucia. Tal vez él notaba la basura con más rapidez que el resto de las personas; le incomodaba de cierta forma y más cuando estaba acostumbrado a un lugar tan hermoso como el bosque del centro. «Forest tiene razón de estar enojada con nosotros. Mirar todo lo que causamos es motivo para algo más que una simple decepción»

Llegó a su casa algo agotado por el día que había tenido. Sintió una peculiar incomodidad en sus piernas, así que se apresuró en llegar a su cuarto para revisarlas. Antes, se detuvo para contestar las preguntas de su mamá.

—¿Y eso? —preguntó Cristal al salir de la cocina para recibirlo—, llegas temprano.

—Sí, no fue un buen día —mencionó mientras dejaba la mochila en el mueble. Enseguida sacó su pastillero de él. Miró la hora, eran las once del mediodía; aún faltaba una hora para tomarse el siguiente medicamento.

—¿Qué ocurrió? —preguntó su mamá con una notable preocupación. David no estaba muy animado, no como usualmente. Así que supuso que ese era motivo suficiente.

—Tuve una discusión con una amiga —dijo restándole importancia con un gesto de la mano. Tomó un vaso de agua y se fue a la habitación con el pastillero en la mano.

Literalmente huyó de su mamá. Sabía que si no se iba de la sala ella seguiría insistiendo con sus preguntas, y la verdad era que no tenía muchas ganas de contarle sobre su día con Forest; o lo poco que pudieron compartir.

Se sentó en su cama y como ya había previsto, tenía las piernas hinchadas. «Caminé demasiado rápido —negó—, no, no debería tenerlas hinchadas, me tomé el diurético temprano, como lo recetó el doctor» La furosemida* era un medicamento que le ayudaba con la retención de líquidos; antes tomaba la amilorida*, pero ya no estaba haciendo efecto, así que le recetaron un diurético más fuerte.

Fue a baño y comprobó su peso. Había aumentado doscientos gramos desde la mañana. Suspiró agobiado. Se propuso a darse una ducha fría. Al salir se untó crema en las manos y comenzó a hacerse masajes en las piernas, esperaba que con ello los líquidos se lograran equilibrar. Se acostó en la cama dejando que las piernas reposaran sobre siete almohadas. Se sentía más relajado, pero seguía teniendo esa inquietud en su estómago.

«¿Qué me está pasando?» pensó antes de caer dormido.  


N/a:

*Furosemida: es un diurético fuerte que se utiliza para tratar los edemas (retención de líquidos) causados por diferentes problemas médicos, entre ellos los del corazón. 

*Amilorida: es una medicina que generalmente se usa junto con otro tipo de diurético, y se usa para controlar los niveles del potasio en el cuerpo. 

¡Doble episodiooo! ¡¡SORPRESA!! ¿Cómo están? Sé que estuve casi un mes desaparecida, o todo un mes, es por eso que he preparado este doble episodio, para que tengan una bonita forma de iniciar este mes de febrero. ¡Espero que les guste!

Por cierto. ¡QUEDAN MENOS DE DIEZ CAPÍTULOS PARA TERMINAR ESTA OBRA! *todo entra en caos.

Les quiero agradecer a todos por el apoyo, pocos lectores han llegado a este punto pero no importa, sus comentarios me incitan a seguir, así que gracias a:  MirianSakura a la que le dedico este capítulo KendraGil1 LaZenzualidah7w7 MariaGHernandez6 rebelde125 Y a todos los que se me escapan. 🎉❤️

Los siguientes capítulos serán algo fuertes, así que estaré trabajando en ellos para darles lo mejor. ¡Gracias por continuar leyendo y ser tan pacientes! Nada me hace más feliz que eso. Se les quiere un mundo. 

-Little. 


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