Capítulo 37

Después de tres horas interminables, finalmente los grillos reanudaban su canto.

El olor a orquídeas se había desvanecido tan pronto ella salió de su perplejidad. No intercambiaron palabras relevantes después de eso, salvo miradas llenas de culpa por aquel pasado que no podría corregirse.

Finalmente los animales volvieron a la cotidianidad; los que se habían despertado por el alboroto y la tensión de la guardiana volvían a sus cómodas, descansando para despertarse bien temprano como usualmente lo hacían. Los nocturnos no paraban de cantar, algunos daban luz, otros buscaban cazar.

Todavía intentaba asimilarlo. Le costaba creer que después de tanto tiempo él la hubiera seguido, incluso en otra vida, para volverla a conocer y quizá para algo más. ¡Pero no podía permitirlo! Ella era una guardiana y él un humano. Sus pétalos comenzaban a caer y los de él estaban en pleno crecimiento.

Claro, aquel chico estaría ajeno a todo ello, según le contó la diosa. Las almas que reencarnan jamás vuelven a saber de sus vidas anteriores; simplemente vuelven a nacer en un cuerpo distinto y con una vida distinta. De alguna u otra forma estas persiguen eso que jamás pudieron alcanzar: un sueño, un amor, un agradecimiento, e incluso un perdón.

No sabía cómo mirar a David luego de ello. ¿Podría actuar normal? No estaba segura de lograrlo porque ahora que sabía la verdad estaría pensando en él; buscaría más similitudes que le recordaran lo feliz que había sido con Dairev y en las desdichas que acabaron con sus vidas. «¿Por qué? —Se preguntó mirando al cielo, más un lamento—. ¿Acaso no fue suficiente lo que viví en mis primeras dos vidas? ¡¿Esta también se tenía que arruinar?!» Por primera vez creyó haber conocido a alguien que comprendía su punto de vista, su pensar; alguien que prontamente comenzaba a considerar su amigo, pero jamás fue así; siempre fue Dairev, el amor de su vida.

«Jamás tendré amigos —pensó—. Ellos no existen. El significado de amistad es demasiado perfecto para los humanos. Incluso, para los dioses»

Se acurrucó en el árbol cual bebé en brazos de su madre. Estaba preocupada, el picor en sus ojos continuaba; deseaba llorar y no podía. Recordó la vez en el que el mar de sus ojos se secó. Lloró cien noches, de allí surgió el nombre para el jardín de la doncella.

Vida creó un cuento para él, uno muy hermoso pero que le traía malos recuerdos.

«Había una vez una hermosa doncella de cabello rojizo, tan ondulado que parecía la melena de un feroz león. Tenía la sonrisa más hermosa del mundo que fácilmente podría cautivar a cualquier hombre. Lo que más resaltaba de ella eran sus ojos verdes como las hojas de los árboles.

Ella vivía en un frondoso bosque desde pequeña; conviviendo con cualquier tipo de ser vivo dentro de él. Sus días eran alegres, cantando canciones hermosas que los pájaros repetían para formar una hermosa melodía. Pero, un día todo cambió.

La doncella aprendió por completo a usar sus poderes; sabía hablar con cualquier tipo de árbol; escuchaba a los animales y les brindaba ayuda; sanaba a los heridos, y purificaba el aire que se contaminaba de vez en cuando. Al hacerlo todos los recuerdos de su vida pasada volvieron causando estragos en su vida. La joven chica dejó a un lado la felicidad para que ingresara la tristeza.

Corrió tan fuerte como pudo, hasta que llegó a un lado del bosque sin árboles alrededor. Era una pequeña pradera plana con unas pocas flores, y un gran sauce llorón. Cayó en el medio de la pradera y lloró. Sus lágrimas saladas resbalaban por sus mejillas, pero las que caían al suelo se convertían en hermosas flores de colores. Allí duró cien días llorando sin consuelo y sin parar, hasta que finalmente dejó de hacerlo porque de sus ojos no brotó ninguna más.

Cuando la doncella se dio cuenta todo a su alrededor eran flores de todas las clases en el mundo. Desde las más conocidas hasta las más extrañas. Las que derramó por tristeza fueron nocturnas; las de alegría por recordar buenos momentos, las más coloridas; las de amargura, aquellas que lastimaban y las de odio fueron las venenosas. Todo su alrededor fue un mar lleno de color.

Enternecida secó sus mejillas borrando el rastro de las que serían sus últimas lágrimas, pues juró ese día que no se lamentaría más por su pasado ni por su presente. Cumpliría con su labor sin rechistar intentando lo más que pudiera acercar al humano a ese humilde bosque, para que pudieran apreciar su belleza.

La doncella de cabello rojizo se fortaleció con el tiempo probando diversas formas de proteger aquel lugar sagrado. El hermoso jardín lleno de color que fue testigo de los cien días desgarradores de la joven fue llamado poco después "el jardín de la doncella" cuyo nombre fue producto de muchas invenciones humanas; ninguna de ellas acertadas a la realidad»

Ese era el relato original narrado por su mentora, Vida. Desde pequeña ella fue su maestra; la que le brindó todo el cariño posible. Cuando recuperó sus recuerdos le preguntó el por qué precisamente ella y no otro dios que no fuera tan ocupado, pero no contestó. Su sonrisa respondió aquella pregunta. Aunque no lo admitiera, Forest era especial, era su hija, y por eso hizo espacio entre toda la humanidad para dedicarse a su aprendizaje.

«Gracias a Vida aprendí todo lo que sé» Pensó. No podía negar que se sentía lastimada. Jamás pensó que le ocultaría un secreto de tal magnitud y más cuando se trataba de ella. Pero después de todo tenía sus razones, pensó en Forest y su bienestar, así que no debía reprochárselo.

Acurrucada entre las ramas recordó a Aido. La pregunta que le hizo sobre la predestinada de David, el amor de su vida. Recuerda su risita tonta esa que tanto le molestaba porque siempre ocultaba algo, bueno o malo, pero lo hacía.

«Así que era eso, ¿eh? —pensó con tristeza—. No ocurrirá. Fui la predestinada de Dairev, mas él ahora es David. Ya no tiene caso que se aferre a una flor marchita. Al final sólo quedarán hojas secas y el amargo recuerdo de mi existencia»

La noche anterior la había dejado completamente agotada. Las quejas de la Tierra cada día se intensificaban —si era posible que fueran peores de lo que ya eran—. Despertó acurrucada en un pequeño nido que las ardillas le ayudaron a construir, estaba cerca del Árbol Padre porque luego de su "castigo" terminaba tan débil que caminar se le volvía trabajoso; así que con suerte lograba arrastrarse hasta el pequeño nido. Estaba hecho de ramas que caían de los árboles y hojas secas. Ellas le decían que era un honor morir bajo el peso de su guardiana; realmente la querían.

Ese día despertó muy temprano así que decidió hacer una caminata mañanera. Como siempre, inspeccionaba el estado de los animales y se cercioraba que no tuvieran problemas inducidos y no naturales. En su andar observó a los árboles para saber si algunos estaba enfermo o no. Por suerte ninguno lo estaba, así que caminó alegre por todos ellos. En el camino sus manos se llenaron de frutas: bananas, manzanas, avellanas y nueces. Los árboles se las regalaban, en parte como un agradecimiento por su trabajo, así que ella las aceptaba dichosa. Ese era su desayuno.

Se detuvo al frente de una cascada, allí se sentó encima de una piedra mohosa y comenzó a comer. Mientras lo hacía se deleitaba con la vista que el paisaje natural le ofrecía. El ruido de la cascada era estruendoso a su medida; los pájaros cantaban una hermosa melodía dedicada especialmente para Forest. La reconoció con rapidez; ella la cantaba de niña, era el cuento de la caperucita roja. Vida dijo que el dios de la música y poesía la había compuesto para ella, así que cada vez que podía se la cantaba. Las pequeñas aves crearon una melodía y juntos la entonaban por todo el bosque mientras ella tomaba el papel de caperucita roja.

—Ojalá me hubiera quedado niña por siempre —murmuró mientras masticaba lo último de la manzana. Tomó los desechos en su mano y sin mucho esfuerzo los convirtió en hermosas flores, cada una de un color distinto. Sonrió, le gustaba hacer eso, crear, dar vida con tanta facilidad. «Aun no pierdo este toque —pensó—, me alegra»

Se levantó del suelo mientras sacudía su vestido. Era nuevo, de los regalos que le había llevado Aido. En vez de ser largo —como le gustaban— le llegaba hasta las rodillas; era rosado pálido con encajes en blanco. En lo personal no era su color favorito, pero no podía despreciar el regalo de un dios.

Se acercó al río para ver su reflejo, quizá se veía con él mucho mejor que con sus ostentosos y largos vestidos. El agua era clara y corría con naturalidad. Debido a las corrientes de la cascada su imagen se distorsionaba, sin embargo, esto no fue impedimento para que cayera en cuenta de un detalle muy importante. Su cabello estaba completamente liso.

No quedaba nada de los rulos rojizos que le caracterizaron de pequeña. Aquella melena que inducía temor a quienes la vieran había desaparecido por completo; ahora el rojo de su cabello era opaco, casi castaño, sin brillo ni gracia. Se mentiría a sí misma si dijera que no lo sabía, mas de alguna forma sospechaba que su físico empezaría a cambiar conforme perdía su vitalidad. Sorprendida, se alejó del río y se llevó una mano a su cabello, confirmando lo que sus ojos habían visto.

Quería fingir que no le dolía, no obstante ¿Cómo decir que no cuando en su pecho la presión no le dejaba hablar? Nuevamente sintió un escozor en sus ojos. Debía acostumbrarse; su apariencia iba a cambiar constantemente, pues la vida del bosque estaba siendo consumida con lentitud.

«Acéptalo —Le dijo su subconsciente—, es lo que llevas años queriendo. No hay vuelta atrás, de nada servirá arrepentirte. —Por más que quiso convencerse, no era eso lo que sentía, ¿o sí? ¿Acaso se estaba lamentando porque dejaría su vida inmortal?—. ¡No! Imposible. La vida eterna ha sido el peor castigo que erróneamente he podido desear»

Desintegró su cuerpo en miles de mariposas verdes y amarillas que volaron lejos de ese lugar. Comprendió la urgencia de la situación. Era cuestión de tiempo para que muchas de sus habilidades comenzaran a desaparecer; ya no podía reconocer la presencia de un humano dentro del bosque, ¿cuánto tardaría en ya no poder abrazar al señor viento? Siguió su camino volando por todo el bosque para observarlo mejor. Estaba bien cuidado, había cumplido con su trabajo. «Lo he hecho bien —pensó—. Por primera vez, hice algo bien»

Siguió volando para admirar una pequeña parte de lo que conformaba la naturaleza. Definitivamente estar con ella era especial; podías ver todos los colores en un mismo lugar, solo era cuestión de saber apreciarlos bien. Sin duda alguien como David, Hernesto o Xavier podrían comprenderla.

Se materializó al frente del sauce llorón del jardín, de repente, confundida. Pensó en ellos dos y en el chico. ¿Con quién se quedaría David cuando ella desapareciera? No era un pensamiento frecuente, pero le aterraba la idea de que él volviera a caer en la depresión y Forest más que nadie sabía a la perfección lo que era sentirse solo.

Se sentó entre las flores y allí pensó en lo poco que sabía sobre las almas que arrebataba. Vida le había enseñado a hacerlo cuando los dioses le dieron la orden aunque jamás le brindó información más allá de eso. Ahora que conocía a David se formulaba preguntas que antes no se había hecho. «¿Cuándo desaparezca, qué pasará con las almas que apresé en este bosque? ¿Existe alguna forma de liberarlas?» Sabía que ellas perdían todos sus recuerdos al momento de ser convertidas, sin embargo ¿Qué ocurría cuando todos sus familiares morían y no quedaba nadie para recordar a esa alma?

Miró a las flores con dulzura al escuchar sus pláticas banales, sin dejar de pensar en todas esas cosas que aún no sabía. Hizo suposiciones no muy agradables, así que prefirió esperar otro encuentro con su mentora y pedirle explicaciones.

Tocó los pétalos de un amarilis e inmediatamente esta le dijo algo. Preguntaba por David e informaba que a muchas les caía bien. Por primera vez en mucho tiempo un chico no se atrevía a lastimarlas en primera instancia, lo que hizo que se ganara el afecto de todas ellas.

«Sí, lo mismo pasa con los árboles —pensó con una sonrisa—, se ha ganado el afecto del bosque» Abrió sus ojos sorprendida y feliz a la vez cuando la flor dijo que no importaba si la arrancaba, que estaría gustosa de estar entre las manos de David. Muchas de ellas compartieron ese pensamiento.

—Por los dioses, que amables. —Les dijo mientras arrancaba la amarilis y la pasaba con suavidad por su mejilla. El roce tan delicado le transmitió felicidad. La admiró por un momento y luego volvió a colocarla en su lugar. La flor se unió a la tierra igual de feliz que la guardiana. Sabía que en manos de ella no tenía porqué temerle a la muerte.

Varias mariposas se acercaron a ella y se posaron en su cuerpo para darle algunos besitos de cariño. Mientras charlaba con estos insectos el viento se hizo presente en un tenue contacto con su piel, indicándole que David había entrado al bosque. Cerró sus ojos para intentar sentir su presencia. Nada.

Quería ir a recibirlo, pero no se preocupó por ello; sabía que él vendría a ella como todo ese tiempo, de alguna u otra forma siempre la encontraba. Sonrió de nuevo, esta vez dejando que una mariposa morada se posara en su mano.

Pocos minutos después llegó David. Agitaba su mano hacia los lados en modo de saludo mientras caminaba a la vez. Ella sonrió en su dirección. Se concentró en el bulto que llevaba en su mano. «De nuevo flores —pensó alegre—. Es igual a él»

—¡Hola! —saludó con una enorme sonrisa. Le extendió el ramo a Forest mientras se sentaba de igual forma en el pastizal—. Te he traído estas. —Ella la tomó en sus manos y sonrió en respuesta.

—Narcisos —musitó—. Me encantan los narcisos.

—¿De verdad? Yo solo venía pensando en qué color se vería bien en tu cabello; usualmente se te quedaban allí con facilidad pero... —David frunció su ceño, notando de forma irremediable aquello que había trastornado a Forest—. Tu cabello está completamente liso. ¿Por qué? ¿No te gustaba más rulo? Se te veía mejor.

—Lo sé, no puedo hacer nada para acomodarlo.

—¿Eh? ¿Por qué? Creí que te echabas algo en él para arreglarlo y tenerlo tan voluminoso como antes. —David enarcó su mirada en ella, inspeccionándola—. ¿Por qué decidiste cambiarlo?

—No fui yo David —dijo cansina. Tomó a los narcisos y comenzó a sembrarlos—. ¿Quieres tomar alguna flor? —preguntó intentando que él desviara su atención a otro tema. Lo que por fortuna no era muy complicado.

—¿Qué? ¡No! ¿Estás bromeando, cierto? —Su rostro se había ensombrecido de repente, notablemente asustado—. Ya te he dicho que yo no sería capaz de dañar a este bosque, sé que es...

—No lo dañarás —repuso con una sonrisa. David dejó de parlotear tan rápido para conectar su mirada con la de ella—. No es ninguna broma David, simplemente a ellas les parece bien.

—¿Qué?

—Ya lo había dicho, ¿no? Me hieren cuando arrancan una flor sin su permiso, así como aquella vez. Pero te has ganado su cariño David; no solo de las flores sino del bosque, ¿lo entiendes? Te adoran, así que no les importa que las arranques. Claro, sólo si prometes volverlas a plantar en la tierra.

—Claro ¿Segura que puedo? —No tenía confianza de hacerlo y no era para menos. Así que como demostración arrancó la flor que tenía más cerca; una rosa. David aguantó la respiración. Sus ojos comenzaban a inspeccionarla—. ¿Te encuentras bien? ¿No estás lastimada?

—No —rió. Le entregó la rosa. Él la aceptó dudoso—. Le caes bien. Ahora colócala en la tierra, ella volverá a plantarse. —Eso hizo, y aunque él no lo vio, ella sí—. Listo, nada pasó. Puedes tomar la que gustes.

—Entonces... —observó un rato, luego arrancó con suma delicadeza un lirio amarillo. Miró a la guardiana como si esperara ver en ella alguna señal de daño, al no notar nada sonrió complacido. Se movió con rapidez y en menos de tres segundos Forest tenía la flor reposando sobre su oreja—. No importa como tengas tu cabello, las flores siempre se te verán bien.

Se quedó pasmada mirando sus ojos azules. De alguna forma amaba ese gesto, le hacía sentir especial. No supo cuánto tiempo sus miradas quedaron conectadas, pero ambos disfrutaron esa sensación de calma recíproca. Estaban hechos el uno para el otro, así tal cual; él con sus problemas y ella con sus pecados. ¿Cómo podían esas dos almas totalmente lastimadas ser felices?

—Hace unos días pensé en algo —murmuró David sin despegar su mirada—. Tus cuernos te daban imponencia, un toque temible. Además te caracterizaba por ser la guardiana de este lugar. Me pregunté, ¿por qué un ser tan sublime como ella no tiene algo que le haga ver superior? Entonces tuve la idea de hacerte una corona —Ella no pudo ocultar sus sorpresa ante lo dicho por él—. ¡Si quieres no te la muestro! Después de todo fue una niñería, yo pensé que quizás a ti...

—David —Soltó una pequeña risilla por ver su actitud tan nerviosa. Sonrió—. Gracias, me encantaría que me la mostrases. —El rostro de David se iluminó de alegría, así que se apresuró en sacar esa corona de su bolso. Al parecer era muy grande, pues intentaba sacarla con mucho cuidado.

—Verás, no es una común como la de reyes y reinas —explicó mientras la sacaba. Cuando la tuvo en sus manos se la mostró a la guardiana intercalando las miradas de la corona a ella—. Espero que te guste.

Forest tomó el objeto entre sus manos. Quería llorar de la alegría; había pasado mucho tiempo desde que un humano se preocupaba tanto por ella. Hacer ese gesto sólo hizo que su corazón se oprimiera de la alegría y tristeza. Soportar tales regalos, con el remordimiento de que pronto ya no existiría, no tenía límites. Y no exactamente eran esos obsequios lo que la hacían sentirse así; sino el valor sentimental que adoptaban para ella.

Malditos sentimientos.

La corona estaba hecha de ramas largas y fuertes. Era un enjambre que se formaba para darle vida a su cabeza. Tenía unas cuantas florecillas blancas artificiales. Medían casi el mismo tamaño que un girasol. Con ella daría el mismo porte de superioridad que con sus cuernos. Era simplemente perfecto.

La sonrisa que surgió en su rostro fue natural, casi como aquellas de su infancia y que permanecían en su memoria. Sin más preámbulos la acomodó sobre su cabello cobrizo. Inmediatamente tomó vida.

David soltó una exclamación de completo asentimiento.

—¡Guao! ¡Te queda genial! —Forest sintió como sus mejillas se arrebolaban. Tomó un mechón de su pelo y comenzó a juguetear con él.

—Gracias... —musitó con cierta vergüenza. Su mirada no paraba de moverse, intentando no mirar demasiado a David—. Es un lindo detalle. No pienso quitármelo, nunca.

—Seré inmensamente feliz si lo llegas a usar por más tiempo. Ahora sí que deben temblar quienes entren a este bosque —bromeó—, los destruirás a todos.

—¿Quieres que los destruya?

—¿Qué? No... —Chasqueó la lengua—, no lo quise decir literal, fue una broma, un chiste.

—Oh... entonces no eres bueno con los chistes. —Ambos se miraron por unos segundos, luego estallaron en carcajadas. Ella no lo notó, pero era la primera vez en mucho tiempo que reía con tanta naturalidad. Como antes.

La risa de David le recordaba mucho a la de Dairev, era encantadora, con un toque notablemente similar. Sus ojos se cerraban al igual que él lo hacía y de sus ojos brotaban pequeñas lagrimitas que él se quitaba con agilidad. Sus rulos caían sobre su rostro, no parecían molestarlo, al contrario, era muy natural. David era más sensible; menos fuerte, mas con un gran corazón. De alguna forma el alma de Dairev había reencarnado, pero David se apoderó de ella y la hizo propia.

«Es cierto —pensó mientras se detenía a mirarlo. Él reía, alegre, como un niño—, son iguales y a la vez diferentes. David lo que le falta de fuerza le sobra en bondad. Usa sus defectos a su favor. Dairev era muy sobre protector e impulsivo. David piensa más sus acciones; es inseguro de todos y de sí mismo»

—Anoche me pregunté algo —dijo mientras paraba de reír—; la primera vez que desperté aquí, cuando aún no te conocía del todo, el paisaje que me rodeaba era otoñal. Los árboles, las hojas... Todo era una bonita liga. ¿Por qué si estamos en pleno verano?

—Porque te llevé a un lugar especial. Esa vez planeaba dejarte tirado, mas mis sentidos me dijeron que no eras estable y que si no tenías el debido cuidado podías decaer de nuevo. Así que te llevé a un lugar más fresco. Nunca ha sido visitado por humanos, fuiste el primero. En ese pequeño espacio siempre es otoño. Fue un pequeño capricho que tuve de niña ya que las estaciones en esta zona no se daban completas. Es un país en el que nunca nieva, en el que la primavera no se nota demasiado, así que los dioses me lo permitieron, en parte porque Vida, mi mentora, intervino por mí.

—Debe ser fantástico que ese pequeño espacio nunca cambie. ¿Podemos ir? —preguntó con un pequeño brillo en sus ojos. Fores rió en su mente.

—Claro. Vamos. —Se levantó del suelo mientras se sacudía su vestido rosa.

Se adentraron a la espesura del bosque dejando atrás la pradera llena de flores. Los árboles y matorrales con sus distintas tonalidades verdosas se dejaron ver luego de la pequeña reja oxidada. Los pájaros entonaban una melodía que prontamente David aprendió. Comenzó a tararearla junto a ellos.

—¿Te gustan los pájaros?

—Claro que sí. Aunque nunca tuve uno. Tenerlos encerrados no debía ser agradable para ellos. Es como si yo permaneciera todo el día en casa. De imaginármelo siento que me asfixio. Así que me puse en su lugar y nunca pedí uno. Mis padres varias veces me preguntaron si quería una mascota, eso fue en mi niñez —relató sin borrar su pequeña sonrisa—, el psicólogo que me trataba le había dicho que tener un animal que me acompañara y me distrajera podía subirme el ánimo. Un perro, un gato, o un ave. No quise ninguno. Cuando me dijeron sobre comprar un pájaro me negué rotundamente. Me imaginé ser uno; no... —negó con su cabeza, de repente algo nostálgico por el recuerdo. Forest miraba al frente totalmente seria—. Yo era uno —afirmó—, era preso de mi enfermedad; encadenado a estar todo el día en casa sin poder volar por miedo a caerme. ¿Caminatas? Sí, eran necesarias, pero solo por cierto tiempo al día; no había nada de divertido en ellas.

—Y cuando conociste Hernesto y a Xavier viste a una llave que abría tu jaula —siguió Forest, imaginándose todo—. Ellos fueron quienes rompieron tu monotonía.

—Exacto. Gracias a ellos me atreví a volar. —David parecía perdido en sus propios recuerdos, sonriendo de vez en cuando—. Solo no me habría arriesgado a salir de excursión por varios días. Ellos me motivaron y mi madre tuvo que aceptarlo. Me dejó crecer.

—D-David... —Forest inhaló y exhaló con pesadez. No estaba segura de lo que iba a decir pero era necesario. Ignoró el vacío de su estómago y continuó:—, si existiera la oportunidad de que tus amigos regresaran... —apretó sus puños incapaz de ver a David y cruzar miradas—, ¿dejarías de visitarme?

Notó que el joven de rulos se detenía en seco. Probablemente no se había planteado la posibilidad, después de todo ella se había empecinado en hacerle entender que eso jamás ocurriría. Alegó de ello como si estuviera segura de la improbabilidad de sus regresos. La verdad era otra.

El silencio entre ellos se volvió incómodo. Al parecer David no sabía cómo contestar la pregunta de la guardiana, ni ella cómo eludir el ambiente que había creado. «¡Tonta! No debiste preguntarlo —Se recriminó enojada—, él se alejará o intentará persuadirte para que los liberes como la otra vez. Luego te abandonará» A su mente llegó la imagen de Dairev con su expresión vacía, sin rastros de tristeza o arrepentimientos. Sus oídos volvieron a escuchar su rechazo, ese que tanto le había dolido.

—Sí... —Sus ojos se abrieron al escuchar la voz de David, tan firme. «Tenía razón —pensó cerrando sus ojos—. Él me abandonará de nuevo»—... sí, definitivamente eso sería lo único que no haría en mi vida. —Completó lleno de determinación. La guardiana abrió sus ojos de nuevo.

Se volvió hacia él incapaz de ocultar la sorpresa, y en parte, el alivio que sentía.

—¿De verdad?

—Por supuesto —Él se acercó con lentitud, hasta que quedó al frente de ella. En su rostro relucía una sonrisa, sincera—. Eres importante para mí Forest, no podría abandonarte. No importa si mis amigos regresan; tú siempre estarás presente. —Ambos se miraron por unos momentos; él elevó su mano, alcanzando la mejilla de Forest para acariciarla con delicadeza y ternura. Ella percibió una extraña conexión entre ellos; no era normal la reciprocidad con la que se miraban. El cariño, la calidez que ambos se transmitían era mágico.

Notó como él bajaba su mirada hasta posarla en sus labios. Era un poquito más grande que David, pero eso no significaba que ese chico no pudiera alcanzarlos. Se sonrojó ante el pensamiento atrevido, así que rompió con esa conexión de inmediato.

David respiraba con dificultad como si hubiera aguantado la respiración por mucho tiempo.

—Caminemos, aún queda mucho para llegar —dijo con voz entrecortada. ¡Estaba demasiado nerviosa como para ocultarlo! Sólo esperaba que él no lo notara.

David sonrió.

—De acuerdo. 


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