Capítulo 34

El tiempo se había convertido en una cadena constante de dolor, en el que cada movimiento de la aguja era un recordatorio que su estadía en el bosque cambiaría para siempre. Era incierto ¿Un año? ¿Más o menos? Lo único seguro era que la cuenta regresiva había empezado, y ya nadie podría detenerla.

Se odiaba por haber preocupado a los habitantes del bosque tanto como lo hizo. Las flores lloraron preocupadas, e incluso, muchas salieron de la tierra para arrastrarse hasta el lugar en el que reposaba su guardiana indefensa. Hicieron un pequeño altar a su alrededor queriendo estar lo más cerca posible de ella.

Tenía dos días en los que no podía moverse, pero el Árbol Padre no daba tregua. A pesar de su inmovilidad las raíces se arrastraban y la apresaban entre toscos agarres, y así recibía las quejas que cada noche empeoraban. Siempre había algo nuevo: animales extintos por caza o por la falta de su hábitat, tala compulsiva, pérdida del relieve a niveles alarmantes, y cada día más y más.

Ninguna se comparaba con esa en la que inevitablemente perdió sus cuernos.

Las ardillas habían ayudado a las flores a transportarse hacia ella para darle pequeños abrazos y palabras de ayuda, aunque ninguno se comparaba con la preocupación del señor viento que jamás llegó a abandonarla. El era un fiel amigo que la acompañaba desde que se convirtió en diosa. Era un ente más de la Tierra, como las plantas, pero omnipresente. Cuando llegó estaba muy lastimado pues él solo no podía hacer mucho por la Madre. Ella le cuidó hasta el punto que se volvieron muy cercanos. El viento le permitió muchas cosas, y desde que había sido encerrada en el bosque su consciencia la concentraba allí, reacio a dejarla sola.

Al día siguiente de perder sus cuernos le dijo que David había acudido al bosque casi al atardecer, mas tuvo que irse al saber que ella no llegaría. Cuando se enteró una punzada de dolor llegó a su vacío pecho. «Lo siento... no puedo ir. —Cerró sus ojos al momento que el picor en ellos regresaba—, no sé cuando pueda regresar»

Jamás estuvo sola; los pájaros le cantaban melodías hermosas esperando que ella se animara y lograra recuperar las fuerzas que había perdido. Estaba tan frágil que ni si quiera se pudo transportar en el viento hacia otro lugar más cómodo en el que poder descansar, así que se conformó en el pequeño nido floral que hicieron varias especies de flores a su alrededor. De alguna forma logró enviarles un poco de su poder para que quedaran sembradas en ese lugar, así estarían cerca de ella y no morirían. En las noches las luciérnagas le brindaban su cálida luz para que no se sintiera temerosa de la oscuridad, e incluso los búhos no se alejaron al escuchar los constantes quejidos de la Tierra.

Todos estuvieron allí para Forest, para su guardiana. Los animales del bosque, desde escarabajos hasta lindas aves se mantuvieron con ella en los tres días agónicos, en los que vanamente intentó recuperar la fuerza que esa noche se le había arrebatado de forma tan abrupta. Las liebres y los pequeños monos le llevaban alimento, basado más que todo en frutas de todos los árboles que allí se encontraban.

A la mañana del día siguiente logró sentarse después de tres días enteros casi inconsciente en la grama. Sus piernas continuaban sin responder, pero logró moverse gracias a sus manos, para reincorporarse y recostarse de un árbol aledaño al Padre. Este le brindó sombra buscando que la guardiana entrara en calor después de tantas noches frías «No han sido tan malas, las flores son cálidas también, todos han sido buenos conmigo cuando yo seré incapaz de protegerlos de nuevo»

Un nudo en la garganta, malos pensamientos, y una congoja que no parecía querer abandonarla en ninguna vida.

—Lo siento —sollozó. De sus ojos no salió una lágrima. No importaba si ellas ya no existían detrás de ellos, el pesar continuaba allí, el dolor era tan palpable como la neblina de las mañanas.

Las liebres, las ardillas, los pájaros, las mariposas, los pequeños gavilanes, los conejos y muchos otros más se le acercaron, se aglomeraron a su alrededor. A pesar de ser cada uno distinto, tal vez tener el papel de depredador y presa, dejaron eso de lado para compartir un abrazo. Intentaron abrazar a su madre, a la guardiana del bosque, pensando con ingenuidad que sus pesares acabarían si ellos estaban cerca.

«Oh, mis pequeños ¿Qué harán cuando yo no esté? —preguntó cerrando su ojos, intentó ahogar un sollozó seco. El viento escuchó sus pensamientos y se agito a su alrededor, escandalizado—, es la dura verdad querido amigo; la cuenta regresiva ha empezado, y nadie podrá detener las agujas del reloj. Cada noche será peor que la otra, mi fuerza vital será absorbida hasta que tenga que desfallecer en manos de la Madre»

Tal vez fue su imaginación, mas sintió que su fiel amigo la abrazaba, como si de alguna manera hubiera adoptado una forma y estuviera allí, compartiendo con la guardiana sus pesares.

Al atardecer del cuarto día despertó de su sueño al recibir una visita inesperada. Reconoció la presencia de Aido que característicamente venía acompañado de su aroma a caramelo. El dios apareció delante de ella, con su traje extravagante lleno de brillo.

—Oh, pequeña diosa —dijo el dios acercándose a ella. Continuaba recostada del árbol. Seguía débil, pero ya no tanto como antes, ahora por lo menos podía regular su respiración. Sin embargo sus piernas seguían sin poder moverse.

—Mi señor... —musitó ronca. Tragó saliva. Tenía unos días sin dirigirle la palabra a nadie—. Lamento no recibirlo de la forma en la que un Dios se lo merece. Como se habrá dado cuenta, no estoy en mis mejores momentos.

—¡Al infierno con la cortesía! —exclamó. Secó el sudor de la guardiana con un pequeño pañuelo de algodón—, los dioses están preocupados por ti, por eso vine —dijo omitiendo la parte en la que él también lo estaba.

—Estoy bien...

—¿Estás bien? —bufó Aido—, no estoy ciego, ¿de acuerdo? Cualquiera con un sólo ojo podría ver que estas peor que una anciana sin sus lentes. —Forest intentó emular una sonrisa forzada—. De acuerdo, no fue un buen chiste.

—¿Vida...

—Vendrá, pero no hoy. Ha estado muy ocupada pequeña diosa, yo también lo estoy, aunque ya sabes que soy el otro ojo del Dios Creador cuando se trata de ti, así que dejé a un lado mis responsabilidades por venir a verte. ¿Cómo ocurrió? Cuando me di cuenta ya estabas aquí.

—La Madre —murmuró negando con lentitud—, está sufriendo mucho, mi señor. Los humanos no paran de dañarla.

—Malditos sean —masculló enojado—, la humanidad está pendiendo de un hilo y no se dan cuenta ¡Que ciegos están! Cariño, no eres la única que lo ha notado. Soy el dios del Amor, lo sé, y aun así mientras cumplo con mi trabajo he tenido que encontrarme con miles desfortunios que han acabado con varios conectores. Suicidios, depresión, drogas... Lam está haciendo su trabajo bien, pero me temo que se le ha salido de las manos. La impureza en la humanidad crece como el humo de una gran fogata, y sin que nada pueda detenerla.

—Lam... tenía tanto sin escuchar de ella.

—Oh si, ha hecho de las suyas en el mundo. ¿Quién diría que la Diosa de la Maldad fuera tan poderosa? Aún no puedo creer que haya nacido de las impurezas de la humanidad. Y pensar que una pequeña mentira fue la semilla que comenzó a ser regada por esta diosa, hasta que el árbol creció y dio sus frutos. Ahora no sólo mentiras: robos, asesinatos, violaciones, injusticias... Todas estas acciones han comenzado a consumir a la humanidad.

—Y ellos a la Madre.

—En efecto pequeña diosa. ¡Oh, se me olvidaba!, te he traído unos presentes. —Con un movimiento de su mano aparecieron varios objetos—. Vestidos que sé que te quedarán bien, una guardiana necesita verse atrevida, imponente y hermosa tal y como lo eres. Ubnéd te ha enviado una pequeña lámpara de luz blanca para que ilumine tus noches; es muy bonita, es una nube blanca y de ella desprende un halo blanco, puedes guindarla de la rama de un árbol cuando vayas a dormir. Mirlan te ha enviado una pequeña cajita de música. Nérum te envía una linda almohada de plumas blancas y rosas, dice que alejará las pesadillas.

—Creí que los dioses me odiaban. —Eso era lo que creyó por mucho tiempo.

Luego de caer en la tentación de pecar todos ellos parecieron decepcionarse de ella. Fue doloroso ver sus expresiones cuando la desterraron de su título como Diosa; ninguno hizo nada cuando la apresaron en el cielo por trescientos años. Muchos se burlaron por ella un tiempo, al igual que lo hacía Aido con frecuencia, sólo que ya no veía sus constantes provocaciones como un insulto. Ellos buscaban su fortaleza.

—Oh, no. Los dioses no amamos u odiamos. Para poder cumplir con nuestros objetivos debemos ser neutros, por eso nadie reaccionó cuando te quitaron tu título, mas en el fondo muchos te guardan cariño, y la mayoría conoce a situación por el que está pasando la tierra. Es un problema que nos concierne a todos los Dioses, pero ninguno puede hacer algo para remediarlo, no hasta que el Creador encuentre una solución.

Forest se removió buscando de nuevo algún tipo de reacción en sus piernas. Seguía teniendo miedo, el vértigo no abandonaba su estómago y Aido pareció notarlo.

—¿Mis pier...

—Podrás moverlas de nuevo. —Le aseguró el Dios, agachándose a su altura. Sonrió sin una pizca de arrogancia; fue una sonrisa sincera, una que embelleció su perfilado rostro—. No te preocupes, ya le pregunté a Vida sobre ello. Tenías que verla cuando se enteró, casi corría para este lugar, pero si venía debía dejar morir a trece mil bebés en peligro de muerte, así que tuvo que contenerse.

—¿Cuándo? —preguntó.

—Mañana. Ya ha pasado bastante tiempo desde la pérdida de tus cuernos, tu fuerza regresará por completo, ya verás. —Ella, por primera vez en mucho tiempo sonrió con tristeza.

—Se equivoca mi señor. Mi fuerza jamás volverá a ser la misma.

Aido se había marchado dejando los presentes de los dioses al frente del Árbol Padre. Recordó que había sido él quien le regaló la capa de piel de oso que usó David por un corto tiempo. Recuerda la ira que sintió en ese instante al escuchar las carcajadas, pero se contuvo, ya no era un ser tan poderoso como antes.

Vida también le había regalado muchos vestidos, entre ellos el verde que usaba normalmente para ahuyentar a los humanos.

A pesar de los quejidos de la Madre, esa noche pudo dormir en paz gracias al regalo de Nérum. No sólo de él, sino de todos los que le enviaron un presente. Jamás se imaginó que serían tan bondadosos con ella cuando experimentó en carne propia lo que muchos conocían como la "crueldad de los dioses"

La almohada era realmente cómoda, pocas veces había tenido una, normalmente dormía sentada en el tronco de un árbol, o sobre ramas y hojas secas, pues el contacto con ellas le hacían trabajar incluso durmiendo. Escuchar los lamentos de los seres que fallecen dentro de sus terrenos también es parte de ser una guardiana «Después de la vida está la muerte, y después de ella el descanso que muchos desean»

Al día siguiente despertó con el mañanero cantar de los ruiseñores. Se levantó justo en el momento en que varias ardillas se le acercaron con algunas bayas y nueces. Emuló una mueca que pretendía ser una sonrisa; amaba la atención de los hijos del bosque que estaba recibiendo, se sentía querida, amada. Un dios no puede experimentar amor sino quiere salir herido y condenado, por ende el romance estaba prohibido entre ellos. Cada vez que alguno quería pecar el recuerdo de la historia de amor de Herostes y Luna se intensificaba.

—Gracias —Le dijo rascándole la oreja a una pequeña liebre que se había acercado—, son muy amables.

El señor viento se hizo presente, alborotó las hojas y las flores que se encontraban alrededor. Fue en ese momento en que movió sus piernas. Un tenue movimiento hecho por inercia que le recordó las noches anteriores en las que estuvo postrada en un mismo lugar.

Se levantó por completo, con algo de dificultad. Las sentía entumecidas aún, mas logró moverlas y dar un paso, luego dos. Miró hacia los lados extrañada por la ligereza de su cabeza. «Mis cuernos —pensó llevándose una mano hacia el lugar en el que antes estaban, ahora lo ocupaba el cabello—. Ya no están, más nunca regresarán» Podía parecer algo insignificante ¿Cómo unos cuernos se podían comparar con la magnificencia de su poder? Pero ambos tenían tanta relación que esa mínima parte de ella significaba todo lo que representaba para el bosque: Su pilar, y ¿Qué era el bosque sin su pilar? ¿Qué sería de él cuando ella muriera? Perderlos significaba que su guardiana, su diosa, comenzaba a convertirse en un ente vulnerable que poco a poco se debilitaría hasta desaparecer.

«Antes era una flor inmarcesible, eterna; pero las agujas del reloj comenzaron a moverse para que inicie el ciclo en el que sólo existe un final. El inminente marchitar ha iniciado»

Continuó caminando entre los senderos rocosos del bosque. Se fue de aquel lugar sagrado, siempre con los animales siguiéndola con la esperanza que su guardiana se animara por completo. A sus oídos llegó como una liebre deseaba el regreso de David; se detuvo para mirar al pequeño animal que se le acercó haciendo un pequeño sonido con su boca. Decía que ese muchacho había cambiado a la guardiana, que lo quería por eso. «Quizá lo hizo» admitió en su mente, no obstante eso no quería decir que debía bajar la guardia. Temía que encariñarse con ese chico la hiciera débil, comprensiva con los humanos que entraban al bosque.

No podía permitirlo. Quizá su deber no era el más agradable de cumplir, pero sobre todas las cosas estaban los dioses y luego su hogar; dejarlo a un lado por el simple pensamiento de un humano era inconcebible. Ni siquiera se podía imaginar un castigo para tal atrocidad. Si con desear un descanso fue condenada de esa manera ¿Qué sería de ella si permitía que dañaran el bosque nuevamente?

«Te equivocas —Le dijo una voz en su cabeza, con desdén—, tú no deseaste un descanso. Te dejaste manipular por el odio de la diosa que quería tu desgracia, creyendo ingenua que después de haber aceptado la inmortalidad podías deshacerte de ella con facilidad. Era imposible y aun así aguardaste esperanzas para que tu existencia acabara»

Esa voz tenía razón. Ella aceptó una responsabilidad que no pudo cargar sobre sus hombros. Tanta destrucción, tanta muerte, tanto llanto de la naturaleza y el dolor al saber que no podía hacer lo mucho que deseaba, le frustraba. Creía que siendo una diosa podía manipularlo todo a su antojo, revivir y cuidar cada planta y cada hoja que muriera. Empero falló por completo al comprenderlo. Un dios por más que desee la perfección no podría alcanzarla, porque la pureza de lo perfecto es irreal.

Ni siquiera el propio Creador era perfecto, si acosta de sus inseguridades y temores nacieron los otros dioses, que luego le dieron vida a la Madre para que albergara más vidas de las que podía soportar. No midieron las consecuencias de sus actos, creyeron que la Tierra era un simple recipiente sin vida alguna, con el único deber de mantener dentro de su atmósfera a seres tan imperfectos como los humanos. Resultó ser distinto. El Dios Creador se concentró en otros mundos, otras galaxias y cosmos, dejando sola a la Madre, con dioses que no tenían nada que ver con ella.

Y así anduvo Forest vagando por los rincones más inhóspitos del bosque, pensando en lo que habría pasado si no hubiera pecado. ¿Seguiría siendo diosa? ¡No! Mucho antes de aceptar serlo, cuando era humana, cuando fue feliz sin saberlo ¿Habría sido distinto si hubiera tomado la mano de Dairev para escapar? Seguramente sí, él arriesgó todo por ella; su familia, su dinero, su vida, únicamente para ser feliz junto a Laurel, la pequeña niña que vivió ajena a su alrededor por más tiempo del que debía.

«Esa chica murió. Fue quemada viva en una hoguera por ser lo que no era, mas sí lo que las personas especulaban. Eso sólo demuestra que el juzgar a las personas sin conocerlas puede dañar de muchas maneras. Ella murió y nunca nadie notó su bondad. La diosa desapareció y ningún humano creyó en ella. Ahora la guardiana se desvanecerá y nadie pensará en el ente que mantuvo vivo este lugar»

El día pasó tan rápido como el volar de un águila en su momento de cacería, y cuando menos se lo esperó faltaba una hora para el atardecer. Se acostó sobre un árbol con ramas gruesas y largas, en donde las hojas eran muy escasas. Allí aguardó paciente a que llegara la tarde con sus colores cálidos. Cuando casi encontraba la oscuridad del sueño, se presentó un inconveniente.

El viento giró en torno a ella. Era suave y delicado, pero no fue eso precisamente lo que sobresaltó a la guardiana. Él había ido para avisarle la presencia de un intruso dentro del bosque.

Esperaba que hubiese sido David, tenía unos días que no lo veía y comenzaba a hacerle falta. Era el primer humano al que le daba la oportunidad de conocerla, y el primero que se permitía así mismo hacerlo, arrepentido de haberle atribuido características que no poseía en realidad. No era él.

Suspiró con hartazgo. Otro humano desconocido que entraba al bosque. No había pasado mucho tiempo desde que David y sus amigos habían pasado las verjas, y de tres solo uno salió vivo, de milagro.

«Espero que no comentan un error —pensó de repente. Se sorprendió así misma de ello—, quizá David sí me está cambian...» Se detuvo en seco para presionar su estómago con fuerza. Había comenzado a dolerle de forma incontrolable. Soltó un pequeño gemido al inclinarse, justo antes de que le llegaran los quejidos de un árbol. El viento le informó que eran tres chicos de corta edad. Dieciocho, tal vez.

Se reincorporó reacia a permitir semejante ofensa. No podía creer que todavía existieran jóvenes curiosos como aquellos, que iban creyendo que todo era un juego. Usualmente subestimaban el poder de la Tierra; el ser humano es incrédulo con lo que no ve u experimenta, por eso muchos se llegan a arrepentir en última instancia.

Llevaba un vestido de seda muy simple, su aspecto era de una chica débil, así que mientras se desintegró para incorporarse al viento pensó en su vestido favorito; el verde ostentoso que le daba un porte de superioridad que le agradaba. No tardó en localizar a los tres chicos; reían carismáticos, cada uno turnándose para brincar y ver quien lograba arrancar más hojas de un avellano no muy antiguo del lugar. Ganó un apuesto joven, el más grande del resto. Era pelirrojo al igual que ella, su rostro era perfilado y sin rastro alguno de pecas así que supuso que era teñido.

—Deberíamos seguir caminando, si seguimos ese camino llegaremos a un jardín —dijo el más alto, botando todas las hojas que había acumulado en su mano. La guardiana cerró sus ojos cuando los gritos de las pequeñas llegaron sus oídos. El avellano volvió a quejarse, esta vez pidiendo que se le regresara lo que había perdido.

—¿Un jardín? ¡No seas estúpido, Alberto! ¿Crees que debe continuar preservado? Hace tiempo que las personas abandonaron este lugar —contestó un chico más pequeño, de cabello castaño claro. Caminó cerca observando el lugar, creía que no había nada anormal. Hasta que se detuvo al frente de un roble, sorprendido—. ¡Vengan a ver esto! Es... imposible.

Los otros dos se acercaron al castaño para ver lo que este había descubierto: un rubí incrustado en el tronco del roble. No iba a permitir que dañaran otro árbol, suficiente le habían hecho al avellano. Dejó al señor viento para internarse en la profunda tierra, la que albergaba miles de raíces conectoras de las plantas del bosque con la Madre.

«Por favor bríndenme su poder y permítanme expulsar a los invasores de nuestro hogar» Entonces, se hizo presente entre los humanos que comenzaban a hacerse preguntas sobre el roble. El suelo tembló hasta que dejó visible toda su presencia. Su forma humana había desaparecido por completo. Era ente conformado por raíces gruesas y firmes del mismo tamaño que un árbol, con dos agujeros como sus ojos. No tenía piernas, sólo gruesas raíces provenientes de la tierra. Sus brazos eran delgados y rústicos, cual tronco de árbol viejo.

Percibió el terror en los rostros de los jóvenes; habían comenzado a temblar despavoridos. Uno intentó correr, pero fue apresado por una de las raíces del avellano al que habían ofendido. Gritó seguido del llanto del los otros dos que comenzaban a ser tomados entre las garras de la guardiana. Las raíces los tomaron por cada miembro de sus cuerpos. Más gritos.

—Ofendieron al bosque —bramó con una voz deforme que provino de cada árbol de los alrededores—, ahora paguen su condena. Sean hijos de la Tierra. —Y al decir sus últimas palabras los tres jóvenes se iluminaron. De sus bocas un último grito resonó en las cercanías.

Inmediatamente su mente se ennegreció por un segundo. Recibió todos los recuerdos, las vivencias de los tres chicos que acudieron, conociendo la historia de sus vidas al igual que sus añoranzas. Eran jóvenes que todavía no se graduaban, uno de ellos estaba involucrado con sustancias tóxicas. «¿Drogas?» No conocía del todo el término, aunque sí sabía que los casos del consumo de este producto eran muy frecuentes en la juventud de la época. Sólo dos de ellos tenían hermanos, el pelirrojo era hijo único, con unos padres divorciados.

Siempre había escogido a los hermanos. Le recordaban a Margaret. Era egoísta de su parte porque no todas las relaciones eran iguales a las de ella; no todos eran buenos, pero confiaba en que el pensamiento de esos jóvenes cambiara al saber que sus parientes habían desaparecido. Quizá podrían con ello reflexionar, o tal vez aprovecharían la situación.

Dejó que el recuerdo del pelirrojo quedara en su tía, sufriría menos que sus padres. Era infame, aunque lo único que podía hacer. En algunas ocasionas las mismas almas decidían en quienes dejar sus recuerdos, nada más las que aceptaban su destino, las cuales eran muy escasas.

Cuando regresó a la realidad ya había logrado su cometido. Los tres chicos automáticamente habían desaparecido sin dejar rastro alguno en el mundo de su existencia, salvo las tres personas elegidas para la encomienda. Siendo todavía ese monstruoso ser conformado por raíces observó como tres hermosas y pequeñas hojas verdes descansaban sobre la rusticidad de su palma. Allí reposaban el alma de los tres chicos. Se movió extendiendo las raíces que la conectaban de la tierra; se acercó al avellano y acercó las tres hojitas que inmediatamente se unieron a una de sus ramas. Luego hizo lo mismo con las que ellos habían arrancado. Estaban lastimadas pero con su poder logró sanarlas y regresarlas a su sitio.

Después que lo hizo percibió la presencia de alguien más dentro del bosque. Se volvió con brusquedad logrando que su cuerpo crujiera sonoramente. Su mirada quedó postrada en David. Iba vestido diferente; llevaba un pantalón azul oscuro, y una camisa de cuadros naranjas y blancos.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó atónito. La guardiana percibió la tristeza en él, al igual que la decepción. No cambió de forma, decidió en última instancia quedarse así para que él observara bien lo que era y lo que podía hacer.

—¿Cuánto tiempo tienes mirando? —indagó con el mismo tono distorsionado que usó en contra de los jóvenes humanos. David no se intimidó en esta ocasión.

—Lo suficiente como para saber que ahora hay tres jóvenes menos en el mundo —repuso sin poder ocultar su tono de enfado. Forest escuchó como el corazón de David se aceleraba.

—Creí que ya sabías lo que era, y cuál es mi deber. —La bestia de raíces se acercó a él notando lo débil e indefenso era—, soy un monstruo condenado a arrebatar las vidas de las personas que dañen a la Madre ¡Nada cambiará así lo desees! Viste lo que sucede con arrebatar una flor ¿Necesitas más pruebas? —rugió enfurecida.

—N-No, yo... —La respiración comenzaba a acelerarse, así que Forest decidió regresar a su apariencia habitual. Las raíces volvieron serpenteantes a la tierra, dejando su cuerpo humano al frente de David.

—Lo siento David. Es una maldición, una condena que sólo acabará el día en que muera. —«No falta mucho» pensó. El chico controló los latidos de su corazón, regresó a la normalidad luego de varias inhalaciones y exhalaciones. No sabía si era su impresión, mas parecía que le costaba más desde la última vez que lo vio.

—Yo soy el que debería disculparme. Aún... aún siento mucho pesar por lo que ocurre; no creí que verlo fuera tan... tan... —suspiró cabizbajo, sin saber cómo continuar.

—Ellos te recuerdan a tus amigos ¿No es cierto? Incautos, creían que la naturaleza es un juego. Lástima que se dan cuenta de sus errores muy tarde.

—¿Cómo saberlo? El ser humano nunca estuvo pendiente de la naturaleza porque no le daba motivos para protegerse de ella. ¿Por qué ahora?

—Porque la han dañado tanto que debe buscar protegerse. Cuando a un perro lo lastimas demasiado te muestra sus dientes, lo mismo sucede con la Tierra. Cuídala, que ella te dará vida, pero dáñala y buscará tu destrucción.

El silenció reinó en el bosque, salvo por las cigarras que a esas horas continuaban con su característico ruido. Los mosquitos pululaban cerca, mas no se acercaban a la guardiana por precaución. David comenzó a mirarla de los pies a la cabeza mientras negaba con lentitud. Le costaba asimilarlo, y no era para menos, ella debía entenderlo. El mundo en el que vivían los humanos sumidos era demasiado problemático como para sumarle a todo ello un problema más.

Forest bajó su mirada para que David sacara sus propias conclusiones de aquello. Esperaba que él pudiera entenderla. No era fácil cumplir con su cometido, tampoco le agradaba, salvo que esa era su vida y tenía que aferrarse a ella hasta que la última gota de su esencia se desvaneciera en manos de la tierra.

—Estás extraña —murmuró David después de un largo rato. Forest le miró sin poder despegarse de sus ojos inquisitivos, esos que no paraban de escrutar su rostro. Al parecer había dejado el tema en otro plano.

—No lo estoy —repuso sin ánimos de suavizar su tono, que ya de por sí era grueso.

—Sí lo estas —insistió David—, no sé si es tu cabello, o... —Al darse cuenta se acercó con rapidez hacia Forest, tocó levemente su hombro—. ¿Dónde están tus cuernos?

La guardiana se alejó de David con brusquedad. Sus músculos se tensaron cuando recordó la pérdida que había sufrido. Se abrazó a sí misma al sentir un peculiar frío a los alrededores ¿O era su imaginación?

—Ellos... ya no están —murmuró intentando no sonar afectada por ello.

—¿Por qué?

—¿Acaso eso importa? —espetó sin darle la cara al chico de rulos.

—Lo hace para mí —Apretó sus puños con fuerza; su pecho comenzó a doler sin importar que su corazón ya no estaba allí. Reconoció el sentimiento como la tristeza. David no sabía nada de lo que ocurría; tampoco planeaba decírselo, sería involucrarlo demasiado en la relación con los Dioses, además ¿Qué podría hacer un humano como él en contra de la furia de la Tierra?

Nada.

—David... yo... —Tragó saliva—, no puedo decírtelo.

—¿Por qué? —La guardiana bufó, con fastidio.

—¡Porque haces demasiadas preguntas! Y a veces el conocimiento no es bueno.

—Vivir en la ignorancia tampoco. —refutó el joven sin titubear. Hicieron silencio de nuevo.

—No. La información es como un buen vino; debes tomarlo despacio. Si te apresuras te embriagarás muy rápido. —Se volvió a él—. ¿Por qué viniste hoy?

David hizo silencio por unos momentos, considerando si contestar o no. Al final lo hizo, claro que sin ejercer contacto visual con la guardiana.

—Quería verte —contestó David mirando hacia los lados como si con eso el sonrojo en sus mejillas fuera menos visible—, me preocupé cuando vine y no te encontré. Estuve un buen rato vagando cerca del sendero para no perderme, pero no te encontré por ningún lado.

—Estaba muy ocupada.

—¿Hasta para venir y decírmelo? Duré más de dos horas buscándote.

—Sí. Ser una guardiana no es un juego de niños. Tengo responsabilidades que atender. —Suspiró—. No lo entenderías...

—De acuerdo, ya no importa —Miró su reloj—, tengo que irme Forest. Regresaré el sábado. Por cierto, ese vestido te queda muy bonito. —Hizo silencio de repente, notablemente avergonzado—. Te hace ver más bonita de lo que eres —dijo bajito, algo apenado por el halago. Se despidió de Forest moviendo su mano y desapareció tan rápido como había llegado.

La sorpresa en la guardiana no desapareció. No estaba acostumbrada a los halagos por su físico, nunca se consideró en lo personal demasiado atractiva. En el pueblo no concurrían las pelirrojas, por lo que se ganó varias miradas de desdén por ser diferente en ese aspecto. A su yo humana nunca le importó, era feliz a su manera.

«Las cosas han cambiado —pensó mirando al cielo—, las épocas transforman el pensar de las personas. Ahora lo anormal se convirtió en normal. Lo feo es bonito... —Sonrió sorna—. ¿Quién diría que Granados cambiaría tanto?»



N/a: 

¡Hola chicos! Perdonen la tardanza. Capítulos largos=edición larga.

Les dejaré un pequeño dato por si no se acuerdan. Granados era el pueblo en donde iba Laurel y su familia a comprar víveres. ¡Tarán! ¿A que no se lo esperaban? Todo está conectado, lo tengo bien anotadito para que no se me olvide.

Otro dato. Sé que me dirán, "pero si el dios del amor se llamaba Ido" Sí, pero ese es un cambio que estoy implementando. La escritura de su nombre será igual a como yo lo pronunciaba. "Aido" Me parece que así está mejor.

Espero que hayan disfrutado del capítulo. ¡Ya casi acaba la historia! Quiero llorar. Se les quiere un mundo.

-Little. 

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