Capítulo 27
Había meditado mucho esa semana. Se replanteó la causa que inició todo ese problema. Los humanos. No recuerda cuántas veces se formuló la misma pregunta «¿He de perdonarlos?» No quería, simplemente no podía olvidar todo lo que le hicieron en el pasado, todo lo que había sufrido mientras esperaba que trataran con amor al bosque que llevaba tanto tiempo cuidando. Pero su confianza fue traicionada, ¿debía depositarla en ese joven?
Vida logró que dudara ¡Cuánto tiempo tenía sin dudar de sus acciones! Aquella conversación sólo la había desequilibrado. Pensó en su vida pasada, como humana; recordó todos aquellos momentos... y también como Diosa, junto a su grave pecado. Y ahora como una guardiana condenada a pagar por la eternidad su errada acción. Había nacido de nuevo, una pequeña niña que creció en ese bosque fortaleciéndose más y más; creciendo junto a las hojas y los tallos que poco a poco se convirtieron en árboles.
Su pasado ya no era relevante, o eso quería creer, porque si reamente no lo era ¿Por qué dudaba en el perdón de la humanidad? Sin embargo, en ese momento no estaba preparada para las duras palabras de David. Finas dagas que fueron clavadas en su corazón. Sintió su dolor como si fuera propio; la injusticia, el rencor que se siente al ser juzgado
«¡Oh! ¿Por qué los dioses me envían a este chico? ¿Por qué quieren que recuerde lo que yo misma pasé siendo humana?» Lo comprendía a la perfección; había experimentado lo que era el rechazo y que le señalaran sin tan si quiera conocerla. ¿Haría lo mismo con David? «He estado errada. Me lamenté cada parte de mi vida anterior, y soñé el día en el que nadie sería mal juzgado ¿Y qué he hecho? Dañar a un niño que sufre lo que yo sufrí hace milenios. Nadie merece eso, ni si quiera la raza más dañina del mundo y del universo»
Fue entonces cuando intentó con las palabras redimirse, pedir unas disculpas que nunca creyó días antes que saldrían de su boca. Aquel chico aún no decía que la perdonaba, sin embargo también pidió perdón, en nombre de su raza. ¿Qué haría? ¿Liberaría un poco el peso que su alma cargaba? Aquel rencor que minaba en ella desde hacía siglos atrás.
—¿Entonces... me perdonas? —preguntó saliendo de la sorpresa por sus palabras. Ese «nosotros» había sido dicho con buenas intenciones, aunque no pudo imaginárselo en otro contexto.
—¿Perdonarte? Claro que sí —respondió David, con una sonrisa tierna—. ¿Y tú nos perdonas?
—Yo... am... y-y-o... —Buscó apoyo en la tierra ¿Qué se supone que tenía que hacer? ¿Decir que sí? Era tan irreal, nunca se habría imaginado que perdonaría a los humanos «¿Soy capaz de hacerlo?» Se preguntó internada en un torbellino de dudas.
—Tranquila —musitó David sin apartar su mirada de ella. Forest se detuvo a mirar sus ojos azules—. Entiendo que es difícil. Pero, me pregunto ¿Qué más te hicimos? No creo que sientas tanto odio por tan solo un incendio ¿O sí?
—No, ciertamente. Son muchas cosas que me hicieron perder la fe en la humanidad.
—Ya veo... ¡Entonces haré que regrese! —exclamó riendo—. Verás que no todos somos malos, y que a muchos les agrada este tipo de lugar.
—¿Por qué sonríes tanto? —preguntó observándolo mejor. Desde que había llegado, no había parado de sonreír. Nunca en su vida como guardiana había conocido a alguien así. «En mi primera vida, conocí a uno igual de risueño —pensó con tristeza—, igual de alegre»
—No lo sé. Supongo que es porque me gusta más que estar serio todo el tiempo. Además, mi vida tiene muchas limitaciones, sería muy triste que estuviera deprimido todo el día, en ese caso cuando muera le tendré que contar a la muerte que fui un ser muy desdichado.
—No creo que a Muerte le interese eso... —musitó pensando en la cara de la Diosa si escuchara eso. Seguramente gruñiría y frunciría su ceño con enojo.
—¿Qué dijiste?
—Que tienes razón. Es... agradable ver sonreír a alguien con tu enfermedad.
—Hablando de eso, me toca la pastilla de las diez —dijo mientras sacaba de su bolso una botellita de agua y unas capsulas que tomó con rapidez.
—¿Qué es eso?
—¿Qué cosa?
—Esto —dijo desapareciendo y apareciendo al frente del bolso, y sacando la caja con cápsulas extrañas para ella. David se sobresaltó por su repentina aparición—. Lo que te comiste ¿Qué es?
—Son... medicamentos.
—Medicamentos... escuché una vez de ellos cuando era una diosa. ¿Son para... curar heridas? —preguntó haciendo un intento por recordar. Cuando había sido una diosa, se la pasaba la mayoría del tiempo atendiendo las necesidades de la naturaleza, por eso no le había prestado mucha atención a los seres humanos. Vida una vez le contó el momento que comenzaron a ser creadas, gracias al ingenio de esa raza
—No —rió David—. Sirven para diversas cosas, depende de cuales tomes. Por ejemplo, yo tomo de estas para ayudar que mi corazón bombee mejor, o para eliminar coágulos de sangre. También las hay para equilibrar los líquidos en mi cuerpo, o controlar el potasio. Y muchos más, depende de la enfermedad.
—Ya veo... Ustedes son extraños. Cuando tengo una herida puedo curarme con mi magia. Ustedes no tienen ¿Cierto?
—No. Pero hemos inventado muchas cosas interesantes y para nuestro beneficio —sonrió. Su sonrisa se esfumó con rapidez, para subir su mirada y posarla en Forest—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Ya lo estás haciendo —Él rió, mientras asentía.
—De acuerdo. ¿Por qué nada más al inicio del bosque hay piedras preciosas en los troncos? Cuando me adentré a él no vi más que árboles comunes, pero esos no lo eran ¿Por qué? —Forest se quedó sin habla. Era una historia aterradora, que revivía momentos del pasado, incómodos, tristes.
—Son... —Se relamió los labios—. Las almas de más de cuatro generaciones de una familia. —Se hizo el silencio entre ambos. David seguramente estaba especulando, creyendo que quizá ella había tenido algo que ver con eso, cuando no era así—. Cuando me sienta preparada te contaré la historia completa ¿De acuerdo?
—¿No... no fueron personas a las que... ya sabes... convertiste parte del bosque? —Se aventuró.
—No —repuso con rapidez—. Es... algo muy distinto. —David sonrió con calidez.
—Me alivia saberlo.
—¿Por qué? —preguntó brusca—. Eso no quita que le haya quitado la vida a miles de personas, con sueños, esperanzas... la cantidad de esas piedras preciosas ni si quiera alcanza a ser un cuarto de todas las vidas que he hecho parte de este bosque. —David dejó de sonreír, frunciendo su ceño y bajando la mirada ante las duras palabras de la guardiana. Sabía que era cruel decírselo de aquella manera, pero no resistía ante el pensamiento de que se acercara a ella con una idea distinta de lo que era—. Sé que no te gusta, mas es mejor que lo comprendas, que lo aceptes. Si estarás en este bosque debes de saber que quizá la flor que toques pueda contener el alma de alguien. Una persona que hace años o meses atrás entró al bosque queriendo hacerle daño, viéndome en la obligación de castigarlos.
«Es mejor que sepa lo que soy, así no se engañará así mismo, viendo en mí alguien inexistente.» Miró a David encontrándose con una mirada con pizcas de ira y tristeza. No podía culparlo, era lo que era. No podía cambiarlo.
—¿Te gusta hacerlo? —masculló David, apretando sus puños—. ¿Disfrutas quitando vidas?
Forest le miró atónita. ¿Cómo podía pensar que disfrutaba haciéndolo? Sólo un mounstro haría eso. «Eres uno —pensó—. Nunca olvides lo que eres» Incluso siendo uno de ellos, no podía asimilar que después de todo lo que le había dicho él creyera que era capaz de deleitarse arrebatando vidas y esperanzas.
Negó sin poder creérselo. Desintegró su cuerpo sumida en sus desastrosos pensamientos, materializándose en la rama del sauce llorón que había en el jardín. No muy lejos de David, mas si lo suficiente para que no viera como la inseguridad se arremolinaba en su mente, susurrándole palabras que la llevaban al borde de un abismo sin fin. No le agradaba sentirse vulnerable, pero en esos momentos era inevitable.
«Si tan solo no hubiera pecado, no tendría que hacer esto. —Enterró la cabeza entre sus piernas. Sintió la textura rústica de la rama bajo sus pies—. No sentiría el dolor de cada alma al ser arrancada de su cuerpo, ni tampoco el dolor del bosque cuando alguien lo daña. Él no lo entiende, no lo entenderá... nunca lo hará» Sus ojos comenzaron a picar; la sensación de las lágrimas que se había vuelto desconocida, seguía haciendo falta en sus mejillas. Recordaba lejanamente el sentimiento de sosiego luego de llorar. Ahora ya no podía.
—¿Forest? —preguntó la delgada voz de David a lo lejos. Percibió el arrepentimiento en ella—. ¿Estás bien?
No contestó, ¿para qué hacerlo si de todas formas no le creería? Sólo ella y los dioses conocían el porqué de sus acciones, nunca un humano había tenido tanto contacto con ella como él. Se sentía insegura. Temía que tomar el consejo de Vida fuera errado, «¿Qué hago ahora? —Se preguntó—. Dioses... Vida... ayúdenme»
—Maldición —Escuchó mascullar a David—. Esto es más difícil de lo que parece —Dejó de acurrucarse, curiosa por la repentina palabrota que salió de los labios del joven. Se asomó por la rama para observar como vanamente intentaba subir el árbol. No estaba segura si podía hacerlo o no, no quería que se lastimara de nuevo. Frunció su ceño al notar que el árbol no decía nada. No sintió ningún tipo de dolor en su cuerpo, ni tampoco la angustia de la vida que era escalada en esos momentos.
Unió incrédula, su mano al tronco, conectándose con él. Lo primero que sintió fue su palpitar y la calma que mantenía en aquellos momentos. El viejo sauce llorón se mantenía tranquilo, afable ante la presencia de quien osaba escalarlo, ensuciando su tronco con la mugre de lo que los humanos llamaban "zapatos". No dudó en preguntarle: «¿Por qué viejo árbol? ¿Por qué no se ha asustado por la presencia de un ser maligno cerca de su cuerpo? ¿Acaso no le ha de molestar?» La respuesta del árbol fue un suave susurro en el viento; un sonido inalcanzable para seres tan inferiores como los humanos, pero ella lo escuchó, tan claro como el cantar de los pájaros que se posaban en sus ramas, buscando hogar y refugio.
Frunció su ceño, sorprendida ante la respuesta de tan sabio árbol. No le desagradaba el humano, ni sentía el mismo aura que el resto. Su osado gesto era desinteresado, con el fin de conocer y entender los pesares que atormentaban a la guardiana. El viejo sauce, contestó con amabilidad, que todo gesto de interés y cariño hacia ella era bien recibido, e incluso, no le importaba que un humano intentara subir por su tronco, dijo que la sensación era extraña, de cierta forma agradable.
«Gracias. —Le dijo la guardiana cerrando sus ojos, sintiendo la calidez que manaba de él—. Siempre tan amable. Se lo agradezco, no quisiera quitarle la vida a este humano» Abrió sus ojos de sopetón, retirando su mano del tronco ¿Realmente había pensado eso? Sus mejillas se sonrojaron de inmediato. Desvió su atención de sus pensamientos, para centrarla en David. Mascullaba maldiciones por resbalar del árbol cada que intentaba subir. «Para ser un aventurero, no sabe mucho sobre subir por uno de ellos»
—Detente —pidió con suavidad. No quería sonar brusca y asustarlo. Tal vez los humanos eran como esos animalitos que huían despavoridos al escuchar algo muy fuerte.
—No lo haré hasta que bajes y me digas que tienes —contestó subiendo su mirada determinante. Sonrió en su mente. «Este chico no sabe cuando rendirse» Suspiró sin cambiar su inexpresividad del rostro. Su cuerpo se desintegró en miles de mariposas de colores, que revolotearon con vertiginosidad hasta detenerse y materializarse al frente de David.
—Para adorar la naturaleza, sabes muy poco sobre subir un árbol ¿Por qué? —La vista de David reflejó nostalgia y un repentino dolor que arraigaba en su corazón.
—Mi madre siempre me protegió demasiado. Temía que pudiera caer en uno de mis intentos por subir un árbol, lastimarme y hacerme daño. —Bajó su mirada, titubeante—. Un susto de esos aceleraría mucho mi corazón; podría asustarme e incluso, herirme. Nunca me gustó que me hospitalizaran, por eso le hice caso. Jamás me había arriesgado a subir uno. —Forest sintió pesar por él. Realmente su enfermedad suponía un obstáculo para muchas cosas. Quizá su actitud era debido a eso; un chico normal no sonreiría con la inocencia con la que él lo hacía. Ese chico de rulos era distinto.
—No —dijo firme—. No disfruto quitando vidas. Es lo menos que haría. —David subió su mirada, mas no sonrió. Miró directamente sus ojos, como buscando algún rastro de que estuviera mintiendo.
—Entonces... ¿Por qué lo haces? —Sus cejas negras se fruncieron con tristeza. Forest desvió su mirada resoplando. No planeaba contestar pero antes de que se diera cuenta, de su boca ya habían salido las palabras.
—Porque es mí deber —expuso neutra. Subió su mirada posándola en David—. Y no se puede escapar del deber.
—Si puedes hacerlo. Nosotros siempre lo hacemos, algunas veces no voy a clases, siendo mi deber.
—Ustedes —Corrigió, férrea—. Ustedes pueden escapar de sus deberes sin recibir castigo alguno. Pero ese no es mi caso. Mi deber, mi obligación. Son como grilletes que llevo en mis manos, de un metal grueso e infranqueable. No puedo quitármelos, así lo desee. —David negó, escéptico.
—Lo siento, no... no lo comprendo —admitió. Forest emuló una media sonrisa, que fue más parecida a una mueca de desagrado. El chico frunció su ceño al verla, así que simplemente dejó de intentarlo.
—Ven, sígueme y te mostraré. —Él accedió. Comenzaron a caminar por el sendero, con flores por doquier.
Los colores eran vívidos, mientras que las flores danzaban al compás del viento. Forest sonrió en su mente. Ella era feliz cuando el bosque lo era, y justo en ese momento las hermosas doncellas de colores reían al roce de las mariposas y las abejas, mostrando la íntima relación de dos peculiares amigas. Se detuvieron al final del camino. Ella se sentó cruzando sus piernas, con la pradera de flores al frente.
—Siéntate junto a mi. —Le invitó palpando un lugar al lado. Él titubeó, pero lo hizo. Ambos se tomaron un tiempo para admirar el mar de colores, luego rompió el silencio—. Hermosas ¿Cierto? —Él asintió—. Son como mis hijas, las quiero demasiado. ¿Sabes qué flores hay aquí? —David negó, confuso. Forest sonrió, exhalando un suspiro—. Todas... todas las flores del mundo se encuentran aquí. Desde las más inofensivas, hasta las que no lo son. Aún así conviven juntas en un solo lugar. Mi poder las mantiene con vida hasta que llega el día en que se marchiten. Este sitio es especial, es mágico. Uno de los pocos que hay en este bosque. Cuando una flor muere, vuelve a nacer sin la necesidad de sembrar semilla alguna; es natural, debido a su proveniencia.
—Sorprendente...
—Lo es. Ahora dime, David ¿Cuál de las que tienes cerca, te gusta más? —Se volvió a mirarlo, esperando impaciente por una respuesta. Su tono era apacible, sin ánimos de parecer tosca en esta ocasión. Sonrió en su mente cuándo él señaló una margarita—. Tómala.
—¿Qué? —exclamó sorprendido. Ambos se miraron por unos largos segundos—. Si esto es una trampa, en serio que...
—No lo es. Anda, tómala.
—No... yo... n-no puedo. —David miró con horror a la flor, como si de repente se hubiera transformado en la muerte. Forest miró su terror, pero también sintió el de la flor. Miró hacia ella, sus delicados pétalos blancos se batían con el susurro del viento, desesperado. Ambos seres le preguntaban que qué estaba haciendo. La margarita suplicaba piedad, temerosa a morir. En esta ocasión la guardiana no acudió a su llamado.
—Si puedes, David. Te estoy dando mi permiso. Arráncala —pidió, esta vez con un tono tosco y fuerte. Miró al chico frunciendo su ceño, demostrando que era en serio.
David miró su rostro, pensando quizá, que era una broma, «no lo es, solo hazlo rápido» pensó Forest. Él se volvió a mirar la flor. Tragó saliva, nervioso; acercó su mano al tallo y de un jalón delicado, la arrancó de la tierra.
Forest cerró sus ojos y apretó sus labios al sentir como su piel se desgarraba. No emitió ningún gemido a pesar de que el dolor fue penetrante. Soltó el aire que había estado reteniendo, haciendo caso omiso a los gritos de agonía de la flor. Miró hacia David que contemplaba su belleza, ajeno a todo lo que estaba ocurriendo.
—Mira —musitó en un hilito de voz. Quería sonar fuerte, pero el dolor no lo permitió. Se levantó la falda de su vestido, mostrando su pierna derecha. Entre su blanquecina piel una herida vertical se abría paso, mientras que la sangre roja como las rosas manaba de ella sin parar.
—¡Por Dios! —exclamó David, asustado—. ¡Estas herida!
—Esto ocurre cuando alguien daña al bosque —explicó mientras que la herida comenzaba a sanar con lentitud. Para que se curara por completo tenía que pasar como mínimo dos minutos, pero eso no era lo importante. Gimió al escuchar el agudo grito de la margarita que descansaba en la mano de David—. Por... por eso es que me veo obligada a tomar venganza. No lo hago por mí. No me importan las heridas que pueda recibir mi cuerpo, o las punzadas de dolor. Lo hago porque ellos lo piden, porque son ellos los que sufren en realidad, no yo.
—¿Ellos?
—Sí, ellos, el bosque... todo lo que lo constituye —musitó inhalando y exhalando, recuperando la calma e intentado olvidar el dolor de su pierna. Esta vez, recuperó el tono fuerte de su voz—. Ellos me reclaman cuando alguien les hace daño, su dolor se ve reflejado en mí, porque yo soy la representación de la vida de este lugar, su guardiana, y mi deber es cuidarlos. Antes tenía que soportar las heridas y sus gritos ¿Ellos gritan, sabes? Sólo que es un sonido que los humanos nunca escucharán. Pero yo lo hago, tan claro como el agua del río. Es como el eco penetrante de alguien agonizando.
»Esto puede depender de la gravedad, en este caso, para la margarita puede ser mortal, porque la arrancaste desde el tallo. Usualmente ninguna flor resiste mucho tiempo de esa forma, así que su único destino es la muerte. Las heridas de mi cuerpo dentro o fuera de él pueden variar de la especie que sea lastimada. —La herida ya había cerrado, esta vez acercó su mano hacia la flor, tomando y llevándola de nuevo al lugar en el que pertenecía. Cuando la acercó al pedacito de tallo que quedaba, inmediatamente ambas partes se unieron, regresándole la vitalidad casi perdida de flor. Los gritos cesaron, regresándole la paz a su alma.
—¿Por qué no me has hecho nada? Arranqué la flor, la dañé... te dañé —Se volvió a mirarlo con ternura.
—No puedo dañarte, porque yo te di mi aprobación. Empero, no todo es como piensas —explicó—. Yo te dejé que dañaras la flor para demostrártelo, pero la margarita no lo aprobó. Tenía miedo... me suplicó que no lo permitiera, mas era necesario. Por eso, la herida de hace unos momentos. Si la flor te hubiera dado su aprobación, sabiendo que luego de tenerla en sus manos, podrías regresarla a su lugar, no se hubiera quejado y yo no habría salido herida. Si dañas un árbol, y ese árbol no tiene quejas de ti, entonces yo no seré dañada. Así es como todo funciona.
»Antes, el bosque era alegre con los humanos. Ellos no lo dañaban, pero cuando todo comenzó a cambiar, perdieron por completo cualquier confianza que el bosque les tenía. Las flores; las aves; los árboles; la tierra... todos comenzaron a sufrir. Yo no quería dañarlos a ustedes, así que recibía sus quejas sin rechistar. Me mantenía escondida, en lo profundo del bosque, gritando lo más bajo que pudiera, para que nadie me escuchara. Era agónico, pero no me importaba, me repetía: «está bien, está bien» Hasta que comprendí que no podía resistir todos los días lo mismo. Lo entendí el día del incendio. Los dioses vinieron y me castigaron por... no haber cumplido con mi deber, el de cuidar al bosque, así que me condenaron colocándome estos grilletes; el de castigar a quienes osaran dañarlo.
El viento pasó entre ellos, inseguro ante la información que Forest estaba revelando. Quizá le parecía algo imprudente por su parte, pero era necesario para que él comprendiera todo. Le miró de soslayo, deteniéndose en sus perlas azules, llenas de remordimiento y dolor.
—L-Lo siento, Forest —musitó David llevándose ambas manos a su cabeza. Parecía desesperado—. No debí juzgarte... por Dios ¡No debí hacerlo! En serio, lamento todo lo que pasa... que estúpido fui, debí preguntarte antes, no...
—Basta —respondió emulando una semi sonrisa—. No es necesario que te disculpes tantas veces. No te juzgaré por creer lo contrario, después de todo, tienes razón de pensar lo peor de mí. Te arrebaté a tus amigos, los únicos verdaderos amigos que tenías. —Bajó su mirada, con cierto remordimiento en su alma—. Lo siento... soy un monstruo.
—¡No! —exclamó volviéndose hacia ella con brusquedad—. No tenías opción... no tienes opción. Hoy más que nunca estoy decidido. No haré nada que ofenda este lugar, realmente quiero estar aquí. Si llego a cometer algún error, estaré contento de ser parte del bosque.
»Nosotros... ese día... cometimos muchos errores, no debimos tomar lo que no era nuestro. Por eso mis amigos... ¿Te herimos ese día?
—Sí. No fueron heridas físicas. Escuché los lamentos de los robles. Usualmente son gritos muy agudos, ensordecedores. Cuando tu amigo cortó la liana, sentí una punzada de dolor, pero no tuve ninguna herida.
—Entiendo —respondió sonriendo. Ambos se miraron, e inconscientemente, Forest emuló una sonrisa, al igual que él. De alguna forma, le agradaba verlo así. Parecía un niño en el cuerpo de un hombre, lleno de una inocencia agradable—. Que linda sonrisa —rió él. La sangre subió hasta sus mejillas, colorándose. «¿Bonita? ¿Sonreí?» Borró la que seguramente era una mueca, desviando su atención por completo hacia otro lugar.
—¿Sigues teniendo algún tipo de dudas? —Le miró de soslayo.
—Sí —contestó eliminando la sonrisa. Se mantuvo pensativo por unos momentos, hasta que un inusual brillo en sus ojos alertó a la guardiana—. ¿Qué ocurre con las personas a las que conviertes parte del bosque? ¿En que se convierten? ¿Existe alguna forma de regresarlos? —Una punzada de desconfianza cruzó su pecho. Al hacer la última pregunta, su tono fue desesperado, no el que utilizarías para hacer una inocente pregunta, no fue así. Notó que el brillo en sus ojos se intensificaba. ¿Egoísmo? ¿Codicia? Lo que sea que fuere no le produjo un buen presentimiento. Era como si... fuera utilizada.
—¿Por qué quieres saberlo? —preguntó brusca, llegando a una inevitable conclusión—. ¿Por qué quieres saber si puedo regresar a las personas a su forma normal? ¿Qué quieres?, ¿engañarme? No puedes engañarme, sé cuando alguien miente, sé cuando codician algo. He visto la misma mirada por años. ¿Qué pretendes David? —Estaba dolida. Por primera vez se abrió ante un humano. Permitió que conociera un pedacito de ella, de su vida y lo que significaba ser una guardiana. ¿Y con qué se lo pagaba? Engañándola, buscando algo que ni ella misma sabía si era posible o no.
—Te equivocas, yo no... —David se detuvo. No encontró palabras para continuar, lo que confirmó sus sospechas. «Es igual que todos. Siempre buscan algo, siempre ocultan algo» Se reprochó.
—Fue un error darte un poco de confianza. —Lamentó, negando tenuemente la cabeza. Se levantó, proponiéndose a irse de allí. Su corazón curiosamente dolía, o mejor dicho, el espacio vacío en su pecho lo hacía. No podía creer que había cometido semejante error; nunca debió hacerlo, sabía que no debía y aun así lo hizo. Le dio confianza a un humano, haciendo caso omiso de su naturaleza. Ahora inevitablemente obtenía un final esperado.
«Tonta, tonta, tonta —Se reprochó caminando con rapidez por el sendero—. Creíste que ese humano era distinto. Pensaste que quizá era distinto, pero acabó mostrando que inevitablemente no puede escapar de su naturaleza. Los humanos siempre buscan algo, siempre codician algo. Son egoístas y crueles. Sólo deseaba sacarte información —Comprendió aminorando su paso—. Quería engañarme y descubrir si podía traer de regreso a sus amigos» De nuevo el picor en sus ojos se hizo presente. No podía llorar por algo como eso, ni deprimirse tampoco. Mas le fue totalmente inevitable.
—¡Forest! Espera —gritó David detrás de ella.
—¡Aléjate! —exclamó iracunda. El viento giró receloso a su alrededor, no queriendo permitir que el humano se acercara demasiado a ella. Sus risos se movieron al son del aire que giraba a su alrededor.
—¡Lo siento! —gritó por encima del sonido del viento—. Yo... estoy desesperado, quería saber si ellos podrían regresar, lo admito. Admito que quería avivar la esperanza en mí, esa que me decía que aún existía una solución... —Percibió cómo David caía al suelo, sentado—. No... todavía no me hago la idea de que... ellos no regresarán —musitó al borde de las lágrimas. Forest escuchó como su mandíbula se tensaba. El chico realmente estaba triste, ¿debía juzgar sus acciones?
«¿Qué haría Vida? —Se preguntó deteniéndose—. ¿Qué me aconsejaría? —pensó en posibles consejos, hasta que cayó en cuenta de lo que le recomendaría—. Seguramente diría que lo escuchara. Que escuchara sus problemas, sus sentimientos... Él ya lo hizo, ¿debería hacerlo?» Apretó sus puños, y subió su mirada al cielo, buscando en él alguna respuesta, aun si era imposible hallarla en el azul de su manto.
—¿Por qué me mentiste?
—No te mentí, sólo no quise decírtelo. Sabía cómo reaccionarías —refutó, un poco más calmado. Ella se volvió con brusquedad.
—¿Sabias cómo reaccionaría? —espetó enojada. Él no titubeó.
—Sí, ¿o me vas a decir que no te hubieras enojado? ¿Habrías actuado distinto a como lo haces ahora? —preguntó desafiante. No contestó. Había dado en el clavo. «Por los dioses, este humano tiene razón» Frunció su ceño. No permitiría que la viera dudar de nuevo.
—No —contestó, firme.
—Entonces no tiene caso discutir sobre esto. Yo tuve mis razones y... lo siento, sé que no me contestarás. Rompí la pequeña confianza que me diste, pero... por lo menos... entiéndeme.
—¿Entenderte, dices? —Negó indignada—. ¿Quieres que entienda que me engañaste? Después de todo lo que te dije...
—No. Quiero que entiendas mis razones —espetó férreo. Ella se volvió hacia él, mirándolo incrédula. David se levantó determinante—. Entiende que perdí a mis amigos, los únicos que he tenido en esta vida y que como cualquier persona los quiero de regreso. Tuve la esperanza de que existiera alguna posibilidad de que regresaran, de que quizá... podría verlos de nuevo, aunque sea una última vez —musitó la última frase cabizbajo—. Pensé que si me volvía tu amigo surgiría la posibilidad de que ellos...
—Sé lo que quieres —Soltó brusca—. No eres diferente al resto. Después de todo eres humano. —Forest negó, decepcionada—. No puedo regresarlos, no que yo sepa, y si lo supiera tampoco te lo diría. Lo siento David Fuentes, pero es mejor que erradiques esa esperanza, porque jamás volverán.
N/a:
Y justo cuando veían la luz, todo se oscurece de nuevo. ¡Hola de nuevo! Hoy hay una actualización porque no sé cuánto me dure el internet :3 En mi actualización anterior muchos preguntaban que cuando sería ese pronto, ¡pues es hoy! Espero que hayan disfrutado del capítulo, déjenme leer sus reacciones u opiniones.
Recuerden que acepto críticas constructivas o alguna mención de error en la historia :D Siempre hay cositas que se me pasan JAJA Esto es todo, un abrazo enorme a todos mis lectores, los quiero un montón. ¡Nos vemos!
-Little.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top