Capítulo 24

Las cosas eran más simples de lo que se imaginaba, y a la vez, eran difíciles de afrontar. Quería renunciar a todo: al bosque, a la guardiana, lo mágico que era el lugar, pero a la vez no lo deseaba. Estaba sumido en una desdicha plena, sin ganas de regresar ni hacer nada. Sólo que aún estaban sus amigos, todo era por ellos. ¿Cuántas veces lo ayudaron? Tanto en sus problemas físicos como mentales. Hernesto y Xavier habían sido su pilar. Gracias a ellos la tristeza y el miedo al rechazo habían desaparecido. Ahora temía al desafortunado regreso de esas emociones que siempre vivieron a la sombra de su alegría, esperando el momento de regresar y volver su vida un caos mayor.

Sentía un vacio en su estómago, ¿qué era? Pensó mucho en ello mientras iba en el bus de regreso a casa. Era algo que tenía muchísimo tiempo sin sentir. Era similar a la tristeza, y a su vez, rabia unida a la frustración de no saber qué hacer.

Cada vez se le dificultaba estar más en ese bosque, cuando era tan hermoso. No aceptaba el odio de la guardiana hacia él, ni si quiera lo conocía. ¿Por qué tratarlo de la forma en que lo hacía? Sus palabras habían parecido insignificantes, mas fueron todo para David. Era saber que sus amigos no regresarían, y que viviría solo toda su vida. Además ¿A quién le agradaba estar con un enfermo como él? Tan frágil y débil como un vidrio delgado.

Estaba cansado de que las personas tuvieran esa idea de él; de que vieran a un niño indefenso que necesita ser protegido todo el tiempo. Ni siquiera pudo parecer fuerte delante de la guardiana del bosque; sólo había demostrado que cualquier cosa podía lastimarlo. Eso le frustraba. Deseaba tanto ser normal... ser alguien que puede protegerse así mismo, e incluso a otros. Su imagen ideal se borraba al verse en el espejo, allí veía a un chico con problemas cardiacos, delgado, frágil.

Rompible.

«Traté de ser alguien gentil. Traté de caerle bien y ser su amigo ¡Pero nada funciona! Me trata como una basura ¿Por qué debería regresar? —Se preguntó mientras veía por la ventana del bus. De repente resonó la respuesta; en voz de Hernesto—. ¿Nos vas a abandonar?» Apretó sus puños con toda la fuerza que podía, hasta que los nudillos se le pusieron blancos. ¿Cómo salvar a sus amigos sin perecer en el intento? Era ridículo tan si quiera pensar que podría hacer algo al respecto, o ablandar el corazón de esa mujer tan impía como Esmeralda. «Ese no es su nombre, aunque ¿Qué más da?»

Por un momento había creído que realmente le importaba; cuando notó en su mirada una tenue preocupación por su situación. Temblaba por el frío que sentía, y ella le había llevado un abrigo, uno tan cálido como los rayos del sol. Nunca había tenido en sus manos una capa tan gruesa y hermosa como aquella. A la guardiana eso no parecía preocuparle, o en todo caso, sorprenderle. Ni si quiera le gustaba.

También se sorprendió cuando agarró su mano y la detuvo. Pensaba en que no quería estar solo; por un segundo el pánico había dominado su cuerpo y el impulso de detenerla fue inevitable. ¿Cómo describir el temor de estar solo? A sabiendas que las preocupaciones de su infancia acechaban muy cerca, esperando el mejor momento para llevarlo al abismo de la desesperación.

No quería volver a entrar en la depresión ¿A cuántos psicólogos tuvo que ir para curarse? No, sabía que no estaba completamente curado, pero por lo menos sus dos amigos habían apaciguado todo ese miedo que ahora comenzaba a corromper su alma, como el peor veneno que se pudo imaginar. Sólo que éste no mataba, únicamente consume tu consciencia poco a poco, haciendo que pierdas tu cordura y la alegría de tu vida, para llevarte a un mundo lleno de inseguridad, negativismo y desdichas.

Dejó su cavilación cuando vio la entrada de su urbanización. Pidió la parada y se bajó del bus, sin dejar de pensar en todo lo que había hecho en el día. Se sentía agobiado, quizá un pequeño descanso en su cama luego de un largo día no le haría daño. Caminó bajo los rayos del sol hasta que llegó a su casa. Justo al abrir la puerta se encontró con su madre en la sala, sentada viendo televisión.

Ella giró para encontrarse a David con su semblante de agobio sin disimular. Él abrió la boca con la intención de saludarla, salvo que la expresión de horror en su madre no permitió que articulara ninguna palabra.

—¡David! —exclamó, enojada y con un tono de reproche a la vez—. ¿Qué hiciste? Mira nada más el estado en el que estás.

—Mamá, estoy bien... —murmuró confundido. ¿Tenía mal aspecto? Luego recordó su caída; las manchas en su ropa, su cabello húmedo, los zapatos completamente empapados, la hinchazón en sus piernas que había disminuido gracias a la guardiana, mas no desaparecido y por último, el raspón en su pierna que parecía estar a punto de sangrar.

—¿Estás bien? —espetó acercándose a grandes zancadas. Su boca estaba fruncida, al igual que su ceño. Se detuvo al frente de él y comenzó a inspeccionarlo de pies a cabeza—. ¿Dónde carajos estabas? Mira esa herida en tu pierna ¿Te caíste? ¿Cómo está tu corazón? ¿Necesitas oxígeno? Y ¿Por qué estas mojado? ¿Dónde diablos te empapaste tanto? ¿Por qué tu camisa está manchada de barro? —Tomó el rostro de David para escrutar cada parte de él. Eso comenzaba a enojarlo—. No pareces tener alguna herida en el rostro —murmuró para sí—. Aun así quiero explicaciones. Sólo luego de que te bañes, te peses y te tomes unos analgésicos ¡Ah! Y que estés en cama descansando.

—Mamá, no es nada grave, en serio...

—¡¿Nada grave?! ¡Mírate David Alejandrino! Tienes un aspecto fatal. —Sí, había inventado un segundo nombre de último momento.

—Tengo un aspecto de alguien que ha tenido aventuras —replicó cansino.

—¡Al diablo con tus aventuras! —gritó eufórica. Esta vez sus mejillas rojas y sus ojos a punto de salirse de sus órbitas asustaron a David—. No me hagas repetirte de nuevo lo que tienes que hacer, no quieres que haga algo de lo que puedes arrepentirte. —La amenaza no le gustó para nada. Siempre que iba más allá del límite, terminaba internado en un hospital bajo cuidados médicos por escándalos hechos por su madre. O lo castigaba a estar en la casa por más de un mes, encerrado, únicamente con el entretenimiento que le podía suponer el televisor.

Sin decir más nada, se dio la vuelta y subió sus escaleras despacio. Recordar todo el "daño" que había sufrido, hizo que el pequeño dolor en sus piernas regresara. A pesar de que la hinchazón disminuyó considerablemente, aun habían vestigios de su presencia, lo que confirmó al estar en el baño, desnudo, sobre la pesa. «Dos kilos, aumenté dos kilos que no tenía esta mañana —suspiró cerrando sus ojos—; hubieran sido más de tres si ella no me hubiese ayudado»

Encendió el calentador y entró a la ducha. El agua se escurría por todo su cuerpo borrando los rastros de sudor o tierra que pudiera tener en el cuerpo. La pequeña magulladura ya no le ardía. Quiso que con el agua se fueran todas sus preocupaciones, todos los malos momentos que había pasado dentro del bosque; pero eso no iba a ocurrir.

Salió del baño con una toalla alrededor de su cintura, mientras que en la punta de la cama estaba sentada su madre con una caja de pastillas en la mano, las piernas cruzadas junto con sus brazos y su mirada perdida en la de David, llena de una furia apenas contenida.

—¿Cuánto? —preguntó brusca. Él suspiró.

—Dos kilos —susurró sin mirarla directamente.

—¿Lo ves? Esto es lo que producen tus "aventuras" La primera vez casi te mueres; te lo perdoné porque eran cosas de niños, pero la segunda vez volviste a pasar por lo mismo, sin contar que estabas solo, Dios sabe dónde, y desaparecido. Ahora, llegas a casa, herido y empapado de pies a cabeza, milagrosamente con tu ropa casi seca. No te voy a preguntar qué diablos hiciste en ese bosque porque eso no borrará el daño. —espetó—. Hablé con el doctor, me dijo que si te veía muy mal te llevara al hospital. No parece necesario. Me envió indicaciones. Te pones una ropa cómoda, te tomas la pastilla; colocas las piernas en alto y te acuestas en la cama hasta el día siguiente. Dime algo ¿Por lo menos tuviste la decencia de desayunar? —preguntó entre dientes. Planeaba mentirle, hasta que su estómago se revolvió, logrando que él titubeara por unas milésimas de segundos, cruciales para una mentira verosímil. Al final, tuvo que decir la verdad.

—No... solo comí una manzana de regreso. —Su madre pareció convertirse en un monstruo digno de llamarse "furia" Su rostro se congestionó en uno lleno de un coraje contenido. Por suerte, no llegó a mayores. Se levantó de la cama y se dirigió a la puerta, pero antes de atravesar el umbral dijo:

—Te dejo la pastilla en la cama. Tómala y acuéstate, ya te traigo el desayuno.

La puerta se cerró, dejando que la calma regresara al cuarto de David. Él exhaló un suspiro, cansado, tanto por el día como por el regaño de su madre. Se cambió de ropa a una más cómoda, la que usualmente usaba para estar en casa. Hizo exactamente lo que le dijo, se tomó la pastilla y se acostó en la cama con las piernas sobre tres almohadas y su cabeza sobre otras tres. Prendió la televisión y comenzó a pasar los canales uno a uno, hasta que terminó viento programas de supervivencia.

Al rato llegó su madre con una bandeja de comida, en la que habían tres platos y un vaso con avena. El primer plato eran unos cereales en leche; el otro eran frutas cortadas y el ultimo un aperitivo de galletas sin azúcar. El doctor una vez le había dicho que no necesariamente tenía que llevar una estricta dieta sin sal y azúcar, bastaba que estuviera en bajas cantidades, pero cuando se trataba de Cristal no le importaba nada, y menos en esos momentos. Así que pudo asegurar que nada de ese plato contenía una pizca de sal o azúcar, exceptuando las galletas que siempre tenían un toque distinto.

—No quiero ver que hagas muchos esfuerzos. Por hoy te quedarás en cama. Luego hablaremos sobre tus "aventuras" —Salió de su cuarto dando un enorme portazo, que pudo jurar, se escuchó en la casa de los vecinos.

Comenzó a comerse su desayuno. Al haber terminado el primer plato, no quiso continuar. No le agradaba ese trato que sólo empeoraba su situación. Quizá si Hernesto y Xavier continuaran con él, los mensajes de motivación cambiarían su ánimo; ahora ya no tenía nada, absolutamente nada. Su teléfono ya no tenía grabado sus nombres en ningún lado, ni si quiera sus números. Todo de ellos había desaparecido, exceptuando los recuerdos que le carcomían por dentro.

«Los extraño tanto... como desearía que regresaran conmigo y me alejaran de todo ésto. Como quisiera que me hicieran sentir útil; que me hicieran reír con sus ocurrencias... que acabaran con la miseria que comienza a apoderarse de mi vida —Se recostó en las almohadas llevándose el brazo derecho a su rostro, tapando con él sus ojos—. ¿Por qué dependo tanto de ustedes? Sólo era un niño que vivía bajo sus sombras, soñando con un mundo utópico en el que yo era como ustedes, y en el que todo era normal. ¿Por qué ahora siento la desdicha poseerme de nuevo? ¿Por qué caigo en el abismo que toda mi adolescencia estuve evitando? Los necesitaba a ustedes para ser feliz y sentirme completo. Ahora han desaparecido de mi vida, dejando únicamente los recuerdos que cosechamos con tanto cariño»

De su boca salió un sollozo, luego otro, y otro. Las lágrimas se habían apoderado de sus mejillas, y el caudal del río dentro de sus ojos creció bajo la tormenta de sus pensamientos, desbordándose por completo. Recorrían su rostro hasta llegar al mentón, muchas de ellas se deslizaban sobre su nariz hasta caer en sus labios. Eran saladas, solo que para él fueron tan amargas como el recuerdo de lo que fue y que nunca sería. Intentó vanamente en limpiárselas con el brazo; al final, estas salían nuevamente, sin dar descanso. Su corazón había comenzado a acelerarse, pero por un momento no le importó.

No supo cuánto tiempo pasó desde que había comenzado a llorar, ya que inconscientemente ellas se habían detenido. Quizá se habían acabado, o simplemente su subconsciente no permitió que continuaran saliendo, pues lo único que provocaban era amargar su alma y sumergirlo más en la desdicha.

Terminó colocando la bandeja a un lado de su cama, sobre una pequeña mesita de noche. Dejó los dos platos y el vaso de avena por la mitad. Apagó el televisor sin ganas de pensar, se colocó el brazo sobre sus ojos y se internó en la calma del sueño.

—¡David! —exclamó Hernesto desde arriba—. Apúrate viejo, tienes que ver esto.

—Caray, espera —dijo mientras volvía a subir una piedra. Abajo estaba Xavier, ayudándolo cuando lo necesitara. El camino no era muy empinado, pero en algunas ocasiones se le dificultaba subir alguna que otra roca—. Recuerda que no soy tan rápido como tú.

—Maldición Hernesto, debiste quedarte en mi lugar —Se quejó Xavier abajo—. ¿Esto no es... muy peligroso para ti, señor alegría? —preguntó jadeando. Lo era indudablemente, aunque su madre no tenía que darse cuenta que estaba subiendo por un camino más empinado de lo que frecuentaba, con piedras calizas muy resbaladizas, y un sol que no daba tregua. Por lo menos mantenía a raya su respiración, y daba pequeños descansos que hacían que sus latidos se normalizaran.

—Sí —contestó directo—. Pero mi madre no se enterará, y no haré nada que me vaya a matar, así que no es del todo peligroso.

—¿Y si caes? —reprochó Xavier con una sonrisa.

—Si caigo te llevo conmigo, y morimos juntos —bromeó soltando una risita. Miró hacia donde estaba Hernesto, ya casi no quedaba nada para llegar. Estaban dentro de una montaña, recorriendo caminos no muy peligrosos, hasta que decidieron visitar un famoso lugar del que habían escuchado hablar. Era el exterior de la montaña, sólo que tenías que subir mucho, más de lo que David acostumbraba. Si seguías ese camino lleno de piedras, arbustos y árboles, llegabas a una plataforma no muy ancha, en donde podrías admirar la ciudad y la división de esta con el mar. Un espectáculo digno de admirar.

Los tres amigos dejaron de hablar, para David solo existía él, y esa imagen borrosa que pronto tendría el gusto de observar, tan majestuosa como las palabras que la describían. Cuando faltaba una piedra, Hernesto se hizo presente en su campo de visión, estirándole la mano con una sonrisa.

—¡Vamos señor alegría! Un paso más y verás una de las cosas más hermosas que puede existir en este mundo. —David sonrió y dio finalmente el paso que haría que llegase a la cima de ese lugar tan recóndito de la montaña.

Al hacerlo, lo primero que observó fue el cielo azul del mediodía y las nubes blancas haciendo contraste con lo verde de la montaña. Efectivamente, la ciudad se mostraba abajo como una pequeña maqueta, tan diminuta que pudo asemejarla con una colonia de hormigas. A sus costados la montaña se extendía, dejando entrever sus árboles que ascendían hacia un lugar mucho más alto del que estaban. Volvió a mirar a la ciudad, pero esta vez subió su vista para ver el increíble mar azul por la costa. Las olas se batían con fiereza, mas no llegaba a ver más que los destellos blancos y los colores azules de distintas tonalidades. El cielo, se perdía con el mar, en donde las blanquecinas nubes hacían la diferencia. Se quitó el bolso que cargaba y sacó una cámara. Allí le sacó una foto que le daba honor a todo lo que veía. Xavier llegó un minuto después, quedando igual o más sorprendido que David por lo que veía. Sonrió no queriendo despegar su mirada de ese lugar.

El viento les dio la bienvenida, sigiloso y refrescante. David sintió el sudor que bajaba por su nuca, al igual que por sus sienes. Le echó toda la culpa a su cabello lleno de bucles negros. Definitivamente, no se arrepentía de haber ido.

—¿Valió la pena el esfuerzo, eh señor alegría? —David rió sin borrar la sonrisa de su rostro. Se volvió hacia Hernesto, más alto que él, sonriendo con la misma dulzura de un hermano mayor a su hermano menor.

—Por supuesto que valió la pena todo esto. No podría estar más agradecido de que me convencieran de cometer esta locura. —Miró a Xavier que le correspondió la sonrisa, luego a Hernesto que sonreía de igual forma. Cruzó sus brazos y apretó las manos de sus amigos. Con su mano derecha tomó la de Hernesto, y la izquierda la de Xavier. Los tres intercambiaron miradas, y sin mencionar palabra, desviaron su atención al paisaje que tenían al frente. «Mi mano es delgada comparada con la de Hernesto, pero la de Xavier es casi como la mía»

Mientras se deleitaba con lo que tenía al frente, pensó en lo dichoso que era. Tenía a sus dos amigos, que ya formaban parte de su familia, que lo querían y cuidaban. Eran como un trío de hermanos inseparables, haciendo las locuras que muchos eran incapaces de lograr.

De repente sintió sus manos vacías. Ya no sentía a sus amigos. Se volvió hacia dónde ellos minutos antes estaban, esperando encontrarlos, mas no fue así. Estaba solo, en el lugar más recóndito de la montaña. Su corazón inevitablemente comenzó a acelerarse, así que se repitió las palabras que formaban parte de su vida, una y otra vez «Tranquilo, tranquilo, todo está bien» Buscó nuevamente a Xavier o a Hernesto, pero no los encontró ¿Dónde estaban?

—¡David, ayúdanos! —exclamó una voz por el acantilado. David se acercó cauteloso hacia él, se arrodilló y se asomó, hasta que notó que Hernesto y Xavier pendían de unas raíces extrañas. De cualquier forma, no le importó lo improbable que resultaba eso, solo se preocupó en sus amigos—. ¡Ayúdanos, no queremos caer!

—¡David! ¡Danos la mano! —suplicó Xavier con lágrimas en sus ojos. Él no sabía qué hacer, con su fuerza no podría traerlos a ambos, y si no hacía el intento sus amigos podían caer y morir. Su corazón comenzaba a latir a ritmos preocupantes, mientras el miedo se apoderaba de cada nervio de su cuerpo—. ¡David!

—Y-Y-Y-Yo buscaré ayuda... no-no... va-vayan a caer —tartamudeó nervioso. Las lágrimas comenzaban a desplazarse por sus mejillas, mientras que sus piernas adoptaban el mismo movimiento trémulo de sus manos. Se volvió buscando a su alrededor. Tenía que encontrar ayuda en alguien ¿Pero a quien? No había nadie, estaba solo ¿Qué haría? ¿Cómo salvaría a sus amigos?

El pánico se apoderó de su rostro, mientras que su boca sólo producía gemidos cubiertos de miedo. Su corazón no paraba de palpitar, así que no tardó en sentir el dolor en su pecho. Se había desequilibrado completamente y su mente le pedía a gritos que hiciera algo.

—¡Daviiid, ayuda! —suplicaba la voz de Hernesto.

—¡Señor alegría, no quiero morir! —inquiría Xavier desesperado. Sus voces estaban quebradas, llenas de miedo como las de él en ese momento. David se acercó al abismo de nuevo, con temor a que hubieran caído, pero allí continuaban, asustados y desesperanzados.

—Y-Y-Y-Yo... no puedo —sollozó—... no puedo ayudarlos...

—¿Nos vas a abandonar? —preguntó Hernesto interrumpiendo los lamentos de David. Su expresión se ensombreció, y solo musitaba la misma pregunta, una y otra vez, hasta que su voz comenzó a cambiar—. ¿Nos vas a abandonar? ¿Nos vas a abandonar?

—¿Nos vas a abandonar, David? —Se le unió Xavier con la misma expresión llena de decepción, como la de Hernesto—. ¿Nos vas a abandonar?

—N-N-N-N-No... no... no puedo abandonarlos—musitó dejando escapar pequeños gemidos. Las preguntas continuaron—. ¡PERO NO PUEDO AYUDARLOS! —exclamó colocándose las manos en sus oídos, intentando apaciguar las preguntas que se clavaban como dagas en su corazón, y que aumentaban el dolor en su pecho.

Las preguntas continuaban; no podían ser detenidas con nada, y sólo provocaba aumentar la desesperación en él «¿Nos vas a abandonar? ¿Nos vas a abandonar? ¿Nos vas a abandonar? ¿Nos vas a abandonar? ¿Nos vas a abandonar?» Las voces eran guturales, gruesas, deformes. No eran las de sus amigos, ya no eran ellos, eran dos sombras que crecían con su sufrimiento. Dos enormes fantasmas que se alimentaban de la desesperación que crecía vertiginosa en él. Cerró sus ojos, mientras que con sus manos apretaba más su cabeza. Cada pregunta era como un martillazo en su cabeza, que le provocaba un indescriptible dolor agonizante. ¿Estaba muriendo? ¿Era eso?

—Nosotros siempre quisimos protegerte —dijo la voz de Xavier, lánguida. David abrió sus ojos. Esta vez no estaba en la montaña, sino en la nada. Un espacio negro, en el que solo estaba él, Hernesto y el moreno.

Sus dos amigos tenían caras largas, inexpresivas. Sus voces eran las mismas que recordaba, aunque algo había distintas en ella. La vida que siempre poseyeron se había esfumado. Ya no quedaba nada de sus esencias.

—Siempre te quisimos como un hermano —contribuyó Hernesto.

—Pero nos abandonaste.

—Nos abandonaste —reafirmó el castaño ante lo dicho por el moreno. David se arrodilló mientras sus lágrimas recorrían imparables por sus mejillas. Negó desesperado.

—¡No! ¡No los abandoné! —gritó alterado—. ¡Lo juro! Ustedes son mis amigos. Yo no los abandonaría —sollozó sin despegar su mirada de ellos.

—Nos abandonaste —repitió Xavier. Sus ojos ya no tenían el mismo brillo de antes. Eran dos cuencas cafés, vacías y sin vida.

—¡No, no, no! —bramó negando con la cabeza, regresando sus manos a la cabeza—. Yo no quise... no quiero... ustedes son mis hermanos, no puedo... —Su cuerpo temblaba, y la desesperación se apoderó por completo de él. El mar en sus ojos azules estaba desbocado—. Perdónenme... —suplicó—... yo los quiero...

—Nos abandonaste. Eso es imperdonable, David —insistió Hernesto—. Eres el peor amigo que pudimos tener.

—¡NOO! —Su vista nublada comenzó a ver como sus dos amigos se quebraron como un vidrio. Estallaron en un estruendo, esparciendo sus restos por toda la nada. Por los filos corría la sangre de sus cuerpos muertos, mientras que las preguntas comenzaban a resonar por todo el lugar «¿Nos vas a abandonar? ¿Nos vas a abandonar? ¿Nos vas a abandonar? ¿Nos vas a abandonar? —David gritó con toda su fuerza, sin poder despegar la mirada de los cristales ensangrentados—. ¡Yo los maté! ¡Yo los maté! ¡Yo los maté! ¡Yo los maté!»

Toda la nada comenzó a quebrarse al igual que como lo hicieron sus dos amigos. Se esparcieron fragmentos de vidrio por el suelo cuando su corazón estalló dentro de su pecho, fue allí cuando abrió sus ojos.

Era un poco más del mediodía, pero eso no era lo importante. Su pecho dolía; le costó unos sagrados segundos comprender que su corazón latía desbocado. El aire comenzaba a faltarle, sentía que comenzaba a ahogarse «El oxígeno —pensó levantándose de la cama con dificultad. Sus piernas parecían gelatina, y su corazón no paraba—. Necesito la pastilla... de agua...» Se cayó al suelo, mientras jadeaba en busca de aire. Se había quedado dormido y no se tomó la pastilla que le correspondía a las tres y media de la tarde, un diurético que ayudaba a equilibrar los líquidos en su cuerpo. Inhalaba y exhalaba, recuperando con lentitud el aire que necesitaban sus pulmones. «Tranquilo, tranquilo, solo respira» Se repetía las mismas palabras hasta que logró acomodar sus pensamientos desenfrenados y entender lo que le pasaba.

Sacó de un cajón la pastilla y se la tomó sin usar agua. Continuó intentando calmar los latidos de su corazón. Poco a poco su cuerpo dejó de temblar y miró su alrededor. La luz de la habitación seguía encendida; miró la cama, y notó como las tres almohadas con las que dormía estaban casi en el suelo, y la marca de las sábanas indicaba que minutos antes su cabeza reposaba sin nada sobre ella. Le costó un poco recordar la disnea paroxística nocturna*, sin agregar la ortopnea*. Estaban húmedas, quizá por el sudor. El cabello estaba empapado, como cuando salió de la cascada. «Maldición, de nuevo, de nuevo —pensó suspirando con hartazgo—. Putos síntomas, putos sueños, putos sentimientos»

Todo se estaba desestabilizando en su vida. Primero sus amigos, ahora los síntomas de su enfermedad que comenzaban a hacerse presente con más frecuencia. Tendría que regresar a los exhaustos cuidados minuciosos de antes.

Se levantó despacio, para sentarse en la punta de la cama. Allí abrió uno de los cajones de su mesita de noche. De la primera sacó una pequeña libretica, que decía en la portada: registro diario de los síntomas.

Pasó las hojas recordando el último día que dejó de plasmar algo en ese cuaderno. Siempre cumplía con su tratamiento y casi nunca le ocurrían cosas como esas, gracias al cuidado de su madre y de él mismo.

Hasta que se descuidó. Esa eran las consecuencias.

Suspiró de nuevo y anotó.



N/A:

Nota: Ortopnea es el síntoma de la insuficiencia cardíaca que significa la dificultad para respirar cuando se está acostado plenamente. Por ello es que usa tres almohadas al dormir.

¡Hooola!

Quizás algunos piensen que es un capítulo relleno, pero no lo es. Las cosas en esta historia comienzan a complicarse, espero que continúen conmigo. ¡Cierto! Les debo una disculpa por no actualizar cuando debía, se me presentaron inconvenientes y... Les tengo 2 malas noticias (?

1- Empecé clases :'v Ahora actualizaré cuando pueda.

2- Terminé "la diosa del bosque" por Word. Les diría el total de capítulos, pero no quiero que se asusten xd

Ahora, no vayan a pensar "Bien, ya la terminó, puede actualizar todas las veces que quiera a la semana" Pues no. Me gusta subir los capítulos lo mejor editados posible, siempre busco errores, acentos, comas... es un trabajo minucioso y pesado así que me tomo mi tiempo para hacerlo. Espero no les moleste. En fin, esto es todo.

Hola lectores nuevos 7u7 <3 Ya saben que pueden apoyar a esta escritora con votos y sexys comentarios #CampañaNoMasLectoresFantasmas #NoMuerdo

-Little. 

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