Capítulo 17

Habían sido demasiadas cosas en un solo día. Demasiadas emociones que experimentó en tan solo unos momentos. Acciones, misterios... todo se salía de la realidad. Todo era demasiado confuso y aberrante.

«Guardián, magia, animales, bosque. Guardián, magia, animales, bosque» Se repitió en todo el trayecto a casa. Era algo que debía digerir con calma. ¡Pero vaya día! Al principio creyó que jamás saldría vivo de allí. Sorprendentemente lo había logrado, y aunque no lo pensara en aquellos momentos, era un avance.

Sin embargo, algo arraigaba en su ser que no era odio. Aquella persona, la guardiana de aquel lugar le despertaba una curiosidad que solo sentía al ver algo desconocido. Ella no era como Gadné que ocultaba su dolor con indiferencia, y al mínimo momento mostró su verdadera personalidad. Ella era muy distinta a las personas que había conocido. «Me pregunto si también llorará —pensó. Negó casi al instante, desechando la idea con rapidez—. No, es un mounstro, y ellos no lloran»

A pesar de su curiosidad por conocerla, sentía odio. Uno que había surgido al escuchar sus palabras de desdén y cólera. ¿Quién era ella para decidir que hacía o qué no con las personas? Sus amigos eran fieles a lo que ella tanto protegía, ¿por qué quitarle aliados a la naturaleza?

Mientras iba en el transporte, pensó en todo lo que había vivido en tan solo unos segundos. Lloró, tembló, y al final se fue con una sonrisa que ocultaba sus pesares. Debía admitir que entrar en contacto con tantos animales a la vez era algo nuevo para él. Usualmente huían de ellos cuando se le cercaban, como si tuvieran miedo de algo o alguien. Pero aquellos no habían escapado temerosos, al contrario, se acercaron con la curiosidad de un niño pequeño al ver algo nuevo. Acariciarlos fue extraño; emocionante y alegre, tanto que le fue fácil olvidar el mal rato con la guardiana. Claro, hasta que volvía a recordar su apatía, entonces inmediatamente un mal sabor impregnaba su boca. Amargo.

Sentía una indignación al pensar en ella, al... creer que su corazón de piedra se ablandaría al verlo tan débil y vulnerable. Sus lágrimas no lograron el efecto que en lo profundo de su ser esperaba. Al llorar, al escuchar aquellas palabras, su mundo se había derrumbado por completo. Frunció su ceño, decepcionado. En ese momento debía ser perspicaz, así que esperó usar aquella escena como un arma de doble filo. Había sido ingenuo, era una guardiana. ¿Cómo se supone que engañas a una guardiana?

—Guardián, magia, animales, Dioses —murmuró mientras se bajaba del bus. Ya solo le faltaba caminar unas cuadras más y llegaría a su casa, pero su cabeza se había quedado en el bosque.

Cuando salió de él, el cambio del ambiente, del aire... había sido palpable. Sus pulmones dejaron de recibir aquel tenue dulce que llevaba el aire consigo. Resultó extraño, pues empezaba a acostumbrarse a él, hasta que se dio cuenta que faltaban pocos minutos para las seis. El guardia se sorprendió cuando cruzó la verja, quizá no recordaba que alguien hubiera entrado.

Llegó a su casa lánguido. No tenía ánimos de nada, todavía tenía demasiadas cosas que pensar y analizar. ¿Y si era todo un sueño? Imposible, no podía continuar engañándose de que aquel ser que cuidaba el bosque no existía. Era tan real como el grito que le estrujó el alma. Recordar el bramido, el bombeo de su corazón acelerado fue como imaginarse caer por una ladera escarpada. Se lastimaba con tan solo recordarla, golpeándose con piedras en forma de palabras e hiriendo su alma.

«No regresarán a su forma humana. Ustedes cometieron un error al entrar a este lugar, corrieron un riesgo y ahora pagan por ello» Las palabras de aquella guardiana resonaron por su cabeza. Ni si quiera conocía su nombre, pero el recuerdo taladraba su cabeza hasta hacerla doler.

Entró dejando escapar un pequeño gemido que por suerte no llegó a oídos de su madre. El olor a estofado inundó sus fosas nasales, invitándolo a comer. En otra ocasión hubiese abrazado a su mamá, esperando comer pronto aquel manjar que ella preparaba. Por el contrario, sus ánimos se centraban en la mujer y en el bosque, al igual que la manera de encontrar una solución a sus problemas. Es decir, sus amigos.

No quería creerse que no existía un método de hacerlos regresar. Ella le dijo que formaban parte del bosque. ¿Cómo? ¿Qué eran? ¿Animales? ¿Existía la posibilidad de que alguno de esos animales fuera Hernesto y Xavier? Sintió un dolor de cabeza inusual, seguramente por la cantidad de preguntas que arremetían en su mente, buscando alguna respuesta que todavía no encontraba.

—Vaya, ya ni saludas —dijo Cristal al verlo entrar, llevaba puesto un delantal azul con flores blancas del que se secó las manos de forma torpe. David respondió con desgana, evadiendo su mirada.

—Hola mamá —Y dicho esto, comenzó a subir las escaleras, ignorando la afirmación de su madre. No quería mentirle de nuevo, no era de su agrado hacerlo, y mucho menos a la persona que le había enseñado tantos valores como ella. Aunque muchas veces era necesario.

Entró a su cuarto. Suspiró al sentirse solo. «Últimamente suspiro mucho. ¿Dónde quedó el señor alegría?» Sabía la respuesta. Se había ido junto con sus amigos.

Consideró que tanto ajetreo merecía una ducha. Le gustaría fría a pesar de que no era demasiado recomendada por su doctor «El agua caliente relaja los músculos» decía. Para David, era al contrario, y en aquellos momentos solo quería un agua que despertara su cuerpo y le sacara del agotamiento. No creía que el agua caliente lograra ese efecto, aunque al fin de cuentas, hizo lo que el doctor le había aconsejado.

Después de una ducha que duró más de una hora, se acostó en su cama. Sintió las tres almohadas bajo su cabeza más suaves de lo usual. Se había sentido así varias veces. Normalmente era cuando regresaba de un paseo, o de un día muy ajetreado y entretenido. Eran los días en la playa, en los parques, en las dunas... tenía un tiempo que no sentía el agotamiento, producto de un día lleno de aventuras.

Aunque, una aventura que se salía de lo real. Algo que solo creyó ver en cuentos, o en películas. Una que no terminó tan bien como otras «¿Realmente es real?» Se preguntó. Desechó la duda con rapidez. Había dudado todo ese tiempo, era momento de tomarse las cosas con seriedad, y comprender que lo irreal se había vuelto real.

Ahora, comprendió muchísimas cosas. Se levantó y volvió a hacer anotaciones. Anotó lo que había vivido, la guardiana; los extraños animales; la cólera... Y por último, escribió sobre su hipótesis que estaba acertada. Ella no podía hacer nada para sacarlo del bosque a menos que él hiciera algo malo, a menos que él destruyera. «Esto me da ventaja —pensó—. Puedo regresar y buscar un punto débil. Puedo... sacarle toda la información posible para recuperar a mis amigos» Eso iba a hacer, tenía que ser valiente para afrontarlo. Al principio le costó; no era fácil acercarse a un lugar tan desconocido. Sonrió complacido consigo mismo; a esas alturas, ya no lo era.

Debía trazar un plan, algo que le brindara los conocimientos necesarios sobre el bosque, sobre lo que debía hacer para poder sacar a sus amigos de allí. Los animales parecían empatizar con él, pero la guardiana...

Suspiró y se revolvió los rulos. No sabía qué hacer con respecto a ella. Era la dueña de aquel lugar, su protectora. ¿Cómo enfrentarla? Alguien como él, con una enfermedad tan peligrosa; no podía tener impresiones demasiado fuertes, ni nada que le provocara un temor alarmante, de los que le hicieran cometer locuras, como correr.

Apretó sus puños con rabia. Nuevamente su enfermedad le limitaba en las cosas que quería hacer. Quizá si no la tuviera, fuera a esas alturas más fuerte, más fornido y menos delgado ¡Parecía una ramita fácil de romper! Seguro que la guardiana tenía esa impresión de él. Sin embargo, ella era tan... extraña. Su color de pelo era hermoso, en opinión de David. Nunca había visto uno tan pomposo y de un color tan vivo como el rojo. Era encantador. Por otro lado, sus ojos eran pequeñas perlas llenas de un odio incompresible para él ¿Por qué? ¿Qué le habían hecho para que sintiera tanto odio hacia la humanidad? «Le quita el encanto —pensó—. Sus ojos son inalcanzables» Y lo eran. En ellos había algo que probablemente nunca alcanzaría, pero ¿Qué era?

—¡David! No puedes acostarte sin comer, ven a cenar —gritó Cristal por cuarta vez. David no se había percatado de los gritos hasta ese momento, seguramente estaba muy internado en sus pensamientos como para poder haberlo escuchado.

Se levantó y se dirigió a la sala a comer. Su padre se encontraba allí, cenando como una persona adulta normal, que no deja a su familia atrás para poder escribir. Su cabello negro azabache estaba desordenado, lo que le brindaba características similares a David. Tenía una pequeña barba y un rostro cuadrado. Sus ojos azules miraron de reojo al chico, a través del cristal de sus gafas. Su hermana hablaba de un trabajo en clase cuando se sentó a comer.

—¿Qué hiciste hoy? —preguntó Cristal al verlo sentarse. Él pensó en algo, pero decidió cambiar el tema.

—Me saldré de las clases de inglés —musitó mientras se llevaba a la boca una cucharada de sopa.

—¡¿Qué?! ¿Por qué? —David se encogió de hombros. No podía decirle «Porque no creo que tenga tiempo de pensar en el pasado perfecto, cuando busco la forma de hacer regresar unos amigos que nadie recuerda»

—La universidad me tiene muy ocupado —mintió, llevándose a la boca una cucharada. Miró a su madre para que notara que no mentía.

—¿En serio?

—Sí, ya estamos finalizando el semestre, las cosas se ponen duras ¿Sabías? En la secundaria nadie nos advirtió que esto sería tan duro —suspiró—. Luego que me sienta más liberado, puede que entre de nuevo.

—Cris, él tiene razón —Le apoyó su padre, Manuel—. La universidad no es fácil, te lo digo yo que ya pasé por allí.

—No eres el único —bufó la mujer—. De acuerdo, si tú lo dices, está bien.

Después de esa pequeña conversación, continuaron hablando sobre Mérida y sus trabajos en grupo, al parecer eran muy difíciles. Solo que no era eso lo que mantenía preocupado a David. Ese día se había salido del curso de inglés, y no porque considerara que la universidad lo tenía presionado. En esa etapa, existían cosas más importantes en que pensar.

Después de comer, regresó a su habitación para hacer las tareas. Una parte de él no estaba allí, investigando, por en cambio, pensaba en su siguiente paso. No podía permitir que los sentimientos negativos regresaran; no cuando sabía a la perfección que sus amigos harían lo necesario para que regresara.

Suspiró cerrando sus ojos. ¿Qué haría ahora que sabía la verdad tras aquella inmensidad de plantas? No conocía la respuesta a aquella pregunta, pero si algo tenía en claro es que regresaría al bosque.

Tenía que hacerlo.

Se despertó el domingo muy temprano. Eran como las ocho de la mañana cuando ya estaba completamente vestido y arreglado. Esta vez no quiso usar su camisa de cuadros. Se vistió como si fuera a ir a trotar un día normal. Rió «Como si pudiera trotar» pensó divertido.

Usó un short negro que dejaba al descubierto sus pálidas piernas, y el bosque de vellos negros en ellas; una camisa blanca con finas rayas rojas por la manga y una gorra para el sol. Agarró su mochila pequeña y se empacó con una botella de agua, unas cuantas frutas y una cámara. Dudó sobre llevar la ultima, pero estaba acostumbrado que a cada viaje Xavier tomara fotos como recuerdo. Si él se internaba en un lugar como aquel. ¿Por qué no tener un presente del momento? «Eres patético —Se dijo mientras la colocaba—. Piensas en hacer eterno un recuerdo, cuando ni si quieras sabes qué hacer con la información que tienes en manos»

Aun así, se la llevó.

Su familia seguía durmiendo, así que colocó una nota en la nevera contando hacia donde iría.

Salió de su casa dirección al bosque. Tomó un bus que iba casi vacío. Era un domingo por la mañana y no había casi transeúntes circulando por las cercanías, así que le pareció agradable no sentir el sofocante aire de las personas amontonadas, al igual que los distintos olores que se respiraban.

El tiempo se le hizo demasiado rápido, no tuvo tiempo de pensar con claridad lo que haría, hasta que se vio así mismo al frente de la verja. Leyó un letrero algo degastado que decía: Abierto de 9:00 am a 6:00 pm. Miró su reloj. Había llegado temprano, todavía faltaban veinte minutos para que abrieran el bosque. Suspiró «¿Se notará demasiado que tengo asuntos que atener en este lugar? —Se preguntó irónico—. Seguro el guardia ni lo nota»

Decidió caminar por la plaza haciendo tiempo. Se sentó en un banco, esperando que llegara la hora para entrar. Miró a las personas pasar con tranquilidad, algunas madres con sus hijos; unos en bicicleta, otros corrían y se deslizaban por los columpios con enormes sonrisas en sus rostros.

David sonrió. Esos niños estaban disfrutando de su niñez, algo que él no pudo hacer. Su madre lo sobreprotegía demasiado, y cuando era pequeño no permitía que se esforzara. Mientras observaba a los niños jugar y divertirse, él se quedaba sentado, jugando juegos de mesa. Pacíficos, y que no le exigían mucho esfuerzo. Su favorito siempre fue uno de preguntas y respuestas, se las sabía todas de tanto jugarlas; también alardeaba de un pequeño conocimiento sobre el ajedrez, aunque no era su juego favorito.

Tampoco comía mucha azúcar, así que los dulces para él era algo poco común. En su niñez se sintió triste muchas veces; era como ser alguien que no encajaba en aquella sociedad infante tan feliz, pero el tiempo se encargó que lo que consideraba triste, se volviera monótono. Algo normal en su vida, que ya no le afectaba. Todo gracias a ellos.

Finalmente, se levantó del banco a las nueve y quince minutos más. Cuando se acercó al bosque, notó que el guardia apenas estaba llegando. Al parecer no era demasiado puntual cuando se hablaba de ese bosque «Debe considerarlo un trabajo aburrido»

—Hola —saludó con una sonrisa. El guardia volteó a mirarlo con su ceño fruncido—. Entraré al bosque —El vigilante le miró incrédulo. Ya lo había visto salir una vez de ese lugar, seguramente sentía curiosidad.

—De acuerdo... —musitó sin dejar de mirarlo con extrañeza. Sacó de un bolso una libreta, y volvió a anotar en la primera página—. Eres el mismo de ayer ¿no? David Fuentes.

—Sí —asintió.

—Curioso... nunca alguien había entrado y salido de este bosque tantas veces. ¿No te da miedo?

—La verdad es que no. Es... muy... interesante —respondió. No era precisamente la palabra para describirlo, pero no había encontrado otra cosa para decirle. «Vengo porque es necesario»

—Bueno, como quieras —agregó el guardia. Sacó de sus pantalones unas llaves y abrió la verja—. Antes de las seis, recuerda.

David asintió y traspasó la reja. El guardia la dejó entreabierta, e inmediatamente sintió la diferencia del clima ¿O el aire? El dulzor invadió sus fosas nasales. Todavía no se acostumbraba, era demasiado agradable para ser real «Lo es —pensó—. Todo es real»

Caminó por el sendero de siempre, esta vez con el olor a humedad por estar en un lugar tan tropical, hasta que llegó al mismo poste informativo. No se veían bien los lugares que tenía aquel bosque, únicamente el río de Cristal que ya había visitado. Las plantas a su alrededor no dejaban que viera bien. Quiso moverlas pero tenían púas, y no quería lastimarse las manos «Aparte de que no se si esa mínima acción enfade a la guardiana... o al bosque»

Decidió caminar al azar. Era peligroso, pero debía haber más sitios interesantes en aquel lugar que no fuera el río que presenció una de las calamidades más grandes de su vida, probablemente la segunda. Mientras andaba, notó la presencia de las ardillas, saltamontes y guacamayas. También escuchó el mañanero cantar de los pájaros, que le brindaban una agradable melodía. Era reconfortante, y le quitaba esa mala idea que tenía del bosque. Pronto comprendió que nada estaba dormido; los pájaros, las cigarras, e incluso, pequeñas telarañas en los árboles, con sus creadoras trepando por ellas, eran visibles y de forma indiscutible, atractivo para él.

No pudo identificar todas las especies de plantas que habían allí, solo se quedó observando la belleza que emanaba ese lugar. El verde del ambiente brillaba bajo los pequeños halos de luz que se colaban entre las aberturas de las copas de los árboles; observó diferentes hongos bajo pequeños troncos caídos, y flores de diferentes colores en vastas especies de arbustos. Definitivamente era el bosque más hermoso que en su vida había visto.

Llegó al camino que se dividía. Ascender o descender, decisión que tomó con facilidad. Decidió subir por el sendero que era un poco más claro en aquel lugar y continuar con su camino. Prontamente se dio cuenta que subía por peldaños rústicos de tierra que estaban abarrotados de pétalos rojos, puesto que a los alrededores, los árboles poseían hermosas flores, que al caer se depositaban sobre los escalones. Las plantas alrededor variaban en tamaño, y atisbó algunos matorrales de una belleza única de la naturaleza. Quizá en otro momento hubiese arrancando alguna flor, pero no en ese momento. No cuando podría estar prohibido.

Todo era un lugar lleno de arboles y el agradable aroma del aire, hasta que otro poste le hizo detener. El terreno era plano y el sendero volvía a dividirse en dos, uno terminaba allí y otro continuaba por una dirección distinta. No obstante, no continuó, se quedó parado por donde el primer camino de tierra le indicaba. Detrás de una reja casi destruida por completo se atisbaba una hermosa combinación de colores que le dejó perplejo. La pequeña verja no le llegaba al abdomen, y el cartel obsoleto decía: Jardín de la doncella. No arrancar flores. Del suelo emanaban raíces gruesas, o lo que asemejaban ser raíces de color verde, que atrapaban al cartel y lo envolvían casi por completo. Lo mismo ocurría con la verja. Trepadoras que se ensartaban como una serpiente.

Tragó saliva, y caminó hacia el jardín. Pasó la reja y se detuvo para contemplar el majestuoso paisaje que sus ojos admiraban en aquel momento.

Habían miles de colores que se perdían en el horizonte. El aroma a flores inundó sus fosas nasales, esta vez más fuerte, mas... extasiante. El sendero continuaba, dividiendo dos grandes terrenos llenos de flores de distintos colores y tamaños. Atisbó a ver rosas, margaritas, girasoles... todas de una manera desorganizada, pero que le brindaba un mayor impacto. No sabía hacia dónde mirar, quería detallar todo, y a la vez no podía hacer nada, salvo quedarse allí y admirar lo más hermoso que había en ese bosque.

Las mariposas revoloteaban, y el sol parecía brindar toda su calidez al jardín. Notó que su boca estaba entre abierta, así que la cerró. Sacó su cámara de la mochila y tomó una foto. Había quedado perfecta, aunque no era tan genial como experimentarlo en persona. ¿Existiría en el mundo un lugar tan hermoso como ese? Imposible.

Caminó por el pequeño sendero, intentando mirar todo lo que le rodeaba. Inevitablemente su mirada se perdía entre la espesura de las flores en su máximo esplendor. Se detuvo para admirar a un pequeño grupo de mariposas que revoloteaban sobre una petunia, maravillado por lo puro que era el espectáculo. Su mirada continuó hasta que se posó en algo de lo que no se había percatado todavía.

En la lejanía, atisbó un árbol. Pero no cualquier árbol. Era un sauce llorón. Se veía pequeño porque estaba lejos. Lo natural del paisaje y la perfecta ubicación del árbol maravilló a David. Literal, daba el aspecto de una diminuta isla, solo que en ese caso, era un gran árbol entre la inmensidad del florezco mar. Regresó a su andar, hasta que se detuvo a unos quince metros de él.

Era grande, mucho más grande de lo que se esperó. Tenía entendido que los sauces llorones podían variar de tamaño. Definitivamente ese era especial. El más grande que en su vida había visto. No pudo dejar de contemplarlo. Era hermoso, y sus hojas caían como una cascada de tonalidades verdes. Sonrió ante él, hasta que contempló algo pequeño sobre sus ramas.

En una rama gruesa, posaba el cuerpo de una mujer dormida. Su rostro angelical estaba apacible ante los brazos del sueño. Tenía un vestido largo de color carmín, que sobresalían de las ramas, y su cuerpo se acurrucaba entre ellas, como si buscara de alguna forma la protección de la planta. A David, le recordó el calor que busca un niño al lado del cuerpo de su madre. Reconoció a la mujer en el árbol. Era la guardiana que descansaba en los brazos del sauce.

Su mirada era tan distinta... por algún motivo, le transmitió una paz a David que no se esperaba. Al igual que avivó la curiosidad en su interior, ¿así dormían los guardianes? Era algo nuevo, pero a la vez obvio considerando que era la guardiana de aquel lugar. Exceptuando ese tipo de pensamientos, se dejó embriagar por la belleza que emanaba aquella persona.

Era hermosa, no podía negarlo. Su enorme melena resaltaba entre lo verde del pasaje, y su diminuto cuerpo casi parecía gracioso ante el tamaño del árbol. Y su piel... tan delicada a la vista como una fina hoja blanca, sin ninguna mancha o imperfección. Era simplemente perfecta. «Ella es tan... distinta mientras duerme —pensó maravillado—, casi parece inofensiva»

El viento se hizo presente en una ráfaga algo brusca. Alborotó su cabello y a las flores que danzaron junto a él en un vaivén sorpresivo, como si de alguna forma David hubiese importunado algo. Algunos pétalos salieron volando, junto con el polen de las plantas.

Miró como la guardiana abría sus ojos sobresaltada. Se movió con brusquedad, dejando a un lado todo rastro de inocencia de hacía unos minutos. Ahora estaba levantada, sobre la enorme rama, sosteniéndose del tronco con una mano, y mirando con furia a David. Sus cejas rojizas estaban fruncidas, al igual que aquellos labios pálidos. Sus cuernos se hicieron presentes entre la melena de su cabello, brindándole el toque imponente a sus ojos que brillaban producto del coraje.

—B-B-Buenos días —dijo. Quiso sonar fuerte, quizás enojado, pero los latidos de su corazón y el leve temblor en sus labios denotaron el temor que le producía la mirada asesina de la guardiana.

—¿Qué haces aquí? —masculló, intentando no sonar tan brusca. «¿Qué hago? ¿Le respondo? ¿La ignoro? ¿Será que la enfurecí demasiado?» Su mente trabajaba con rapidez, buscando alguna respuesta que no sonara demasiado insolente de su parte.

—Vine a explorar el bosque —respondió finalmente. Dio unos pasos hacia adelante «¿Qué haces?» Continuó caminando, a pasos lentos e inseguros. Su cuerpo se estaba moviendo inconsciente, o quizá, consciente, no lo comprendió en ese momento.

La respuesta enfureció a la guardiana, justo lo que él no quería. Su rostro se congestionó y sus mejillas se tornaron rosadas. El viento hizo un remolino alrededor de ella, lo que agitó miles de pétalos que danzaron cerca. David volvió a sentir el miedo, mas no se iría. Ella estaba acorralada, y no podía hacerle daño, ¿cierto? «No, claro que no. Si te hubiera querido dañar ya lo habría hecho» Inhaló y exhaló como usualmente lo hacía, para poder mantener en calma su corazón.

La guardiana se bajó del árbol, y cayó al suelo con elegancia. Su cabello se alborotó, al igual que el lugar en el que había aterrizado. David, hasta esos momentos comprendía que era más hermosa de lo que esperaba. Quizás, el estar enojada contribuía a ese toque especial que tenía. El vestido carmín era de seda, muy liviano, y se movía con elegancia bajo el poder del viento.

—Creí que te había quedado claro que no eres bienvenido en este lugar —dijo, enojada.

—¿No soy bienvenido? —preguntó con un tono lleno de inocencia fingida. Sonrió «Eso, sé valiente y atrevido ¡Hazlo!»—. No fue lo que me demostraron los animales ayer.

—¡Ellos son inocentes! —exclamó la guardiana de repente. David supo que había dado en el clavo—. Tú... tú... ¡Los manipulaste! —inquirió señalándolo con su dedo índice.

—¿Qué? Yo no los manipulé —expuso, estupefacto ante la mención. ¿Cómo diablos controlaría a los animales?

—Claro que si, ellos no actúan así cuando está un humano cerca —reprochó. La guardiana estaba algo alterada a juzgar por su tono de voz. A pesar de ser algo peligroso, David pensó que era una acción idónea para que todo se desarrollara—. Además, tú...

—Quiero estar aquí —dijo de repente—. Amo la naturaleza. Y estoy empezando a amar este lugar.

Esas palaras fueron suficientes para que todo quedara en silencio. No quedó rastro alguno del enojo de la guardiana. Por en cambio, parecía perpleja, demasiado. Sus ojos verdes se abrieron como si hubiera recibido un fuerte impacto. ¿Acaso habían sido sus palabras? Cuando ella pareció percatar su expresión, intentó buscar la cordura que había perdido. Ahora, su rostro era una fina máscara inexpresiva que ocultaba su sorpresa.

—Te equivocas, no puedes amar este bosque —respondió aséptica—. Nadie lo ama, salvo yo. Nadie nunca lo ha querido tanto. No puedes decidir amarlo, eso no es amor ni cariño... eso...

—Tienes razón —admitió interrumpiéndola. Aquellas últimas palabras eran acertadas. No podía amar de un día para otro. Sonrió, olvidando el momento y las circunstancias. Por primera vez en un tiempo, su sonrisa fue verdadera y natural—. No puedo decidir amarlo. Nadie escoge cuándo y dónde amar. Pero prometo demostrar mi cariño hacia este lugar. Prometo cuidarlo tanto como pueda. Y te demostraré que llegaré a quererlo, tal y como amo la naturaleza.

—N-No... no puedes... —La guardiana frunció su ceño, y no por enojo. Esta vez consternada, miraba al suelo con cierta preocupación. Sus ojos se movían hacia diferentes lados, como si intentara comprender las palabras de David. Ya no existía rastro alguno de indiferencia. Ahora en su rostro mostraba la aprensión que sentía, como un animal que no confía en su entorno, en busca de alguna trampa en todo aquel perfecto escenario.

Él no entendía del todo lo que estaba ocurriendo. Y se asustó cuando ella lanzó un pequeño gemido por lo bajo. Inconscientemente se acercó. Caminó sin detenerse hasta llegar al frente de ella. Su mano se posó en su hombro, consternado. El corazón le palpitaba, quizá demasiado para estar relativamente calmado. Notó que la piel de la guardiana era fría, demasiado para ser algo natural. Ella ante su roce, se movió alejándose de él con rapidez.

David quedó perplejo, parecía un pequeño animal asustado. ¿Pero de qué? ¿Qué daño podía causarle él? No le agradó el pensamiento. Él no quería dañarla, solo deseaba ver a sus amigos, eso era todo.

Aunque fuera una última vez.

—O-Oye, ¿estás bien? —preguntó. La guardiana no le contestó, se limitó a negar con la cabeza, mientras se tocaba las manos con nerviosismo. Se detuvo e inhaló profundo, hasta que recuperó un poco más la calma.

—No te me acerques —pidió con un tono muy bajo, quizá demasiado asustadizo para lo que David se esperaba—. No lo hagas, ni a mí, ni a mis hijos. Aunque quieras huir de tu naturaleza, no podrás. Eres un humano, llevas la codicia en la sangre, y en cualquier momento anhelarás lo que hoy dices despreciar.

»David, no te servirá de nada querer este bosque. Cuando la naturaleza en ti decida tus acciones, no habrá marcha atrás. Ustedes no lo saben, son muy ingenuos para saberlo, pero ella siempre gana.



N/a:

¡Hooooola bello lector! Si llegaste hasta aquí solo quiero decirte que te amo (? Okno.

No andaba perdida, solo de parranda XD Sí, una parranda llamada escuela con un nuevo baile llamado "O bailas pegatido con los profes o raspas la materia" Pero, ya no tengo tantas evaluaciones así que Forest y David regresan ¡Bien!

Ya estamos en época navideña así que espero que la pasen muy bien, y como celebración, las actualizaciones semanales regresan, espero que continúen apoyándome con sus comentarios y/o votos, que aunque son pocos, los valoro mucho.

Saluditos a los lectores fantasmas e.e

Les traigo algunas imágenes que me recordaron varios aspectos del cap. PRIMERO, el camino que recorrió David para llegar al jardín. 

El sauce llorón en el que dormía Forest.


Y algunas bellezas naturales que se pueden encontrar en el bosque :3 

Ahora sí, me voy, espero que les haya gustado el cap, déjenme sus comentarios que encantada los estaré leyendo. ¡Bye!

-Little 

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