8. ¡Qué comience el espectáculo!

—¡El espectáculo comienza en 30 minutos! —chilló la maquillista, quien aparentemente tenía problemas para controlar su nerviosismo.

—No puede ser —habló la que se encargaba de su peinado—. Necesitaré más tiempo para deshacer estos nudos. Tan solo mírenla, ¡está hecha un desastre!

Lee se abstuvo de comentar nada. Permaneció callada, como siempre le decían que debía estar, con la vista al frente, en el reflejo que proyectaba el espejo de cuerpo completo. Su cabello, que antes había estado recogido en un moño alto, estaba suelto y caía de forma natural a sus lados mientras la peinadora desenredaba de forma brusca los nudos que se le habían formado al bailar en la pista de baile.

No había podido resistirse al ritmo de la música, siempre le había encantado bailar y había aprovechado que su madre no estaba presente en el salón de baile para danzar al ritmo de la música bretona. Estaba pasándosela de maravilla, sin el constante escrutinio de su madre, hasta que anunciaron que ésta vez, por primer año, se daría la oportunidad a cada miembro de cada familia de participar en la demostración de poderes. Entre los miembros se elegiría el mejor y el más apto, lo que, a ojos de Lee, transformaba la competencia en algo más retorcido e insano.

Todos se pusieron felices por tener esa oportunidad, porque aunque no fueran los más hábiles podrían mostrar la magnitud de sus poderes, pero Lee solo había sentido un nudo de pánico en el estómago. Su madre, por otro lado, se había mostrado completamente furiosa con la noticia, despotricando sobre lo mucho que había esperado ese día y que no quería que ella lo arruinara o, peor aún, la opacara. Lee ya sabía que a su madre le gustaba acaparar toda la atención, pero deseo palabras de apoyo en lugar de la advertencia susurrada entre dientes.

Lee rió por lo bajo al recordar esas palabras. «Más te vale que no arruines el espectáculo», había dicho su propia madre. No un «Buena suerte» o «Estoy segura de que te irá de maravilla», sino una amenaza proferida sutilmente. Esa era Lara Jamerson, una mujer que ante los demás portaba una máscara de madre perfecta y que con su hija era alguien completamente diferente.

—Por aquí, por favor —le indicó la maquillista mientras le señalaba el banco delante del tocador. Lee se dirigió hasta ahí e inmediatamente la desmaquillaron para luego volver a colocar maquillaje sobre su rostro.

Las sombras en sus ojos fueron un tono carmesí muy suave y el labial sobre sus gruesos y carnosos labios fue de un tono rojo mucho más opaco, oscuro, similar al vestido que ahora traía. El vestido era mucho más sencillo que el primero que había usado para la fiesta y era ligero, sin embargo, a pesar de las bajas temperaturas del palacio, Lee no tenía frío.

Tardaron un par de minutos en terminar de arreglarla. El peinado, debido a la premura con que había sido preparado, era muy sencillo y simplemente había sido adornado con unos cuantos caireles. Luego, sin decir nada más, su grupo de asesoras salió de la alcoba de Lee, dejando finalmente sola a la muchacha.

—Vaya títere que estás hecha ¿eh? —se burló de sí misma—. Al parecer ahora estas lo suficientemente presentable para entretener al rey.

Su madre, la maquillista y la gran mayoría de las personas llamaban espectáculo a la demostración de poderes y Lee no podía estar más de acuerdo. El Dryadalum Sequere Debemus Diem era algo montado para entretener a los reyes mientras las demás casas luchaban para obtener un poco de atención; una absurda representación para consumir sus aburridas tardes y hallar un poco de placer en el nerviosismo de todos aquellos que deseaban pertenecer con todas sus fuerzas.

El problema era que a Lee eso no la entretenía ni un poco y ni siquiera le emocionaba la oportunidad de pertenecer al concejo. Quizá se debía a que tenía un poco de sentido común y veía lo absurdo de la situación, porque ella sabía que los lugares ya estaban elegidos y que nada de lo que pasase esa noche iba a hacer que los miembros del concejo, previamente seleccionados, fueran otros que los mismos de siempre.

—¡Pero que guapa te ves, hermanita! —irrumpió su hermano en la habitación, con una gran sonrisa—. Más guapa de lo habitual, por supuesto.

—Me estás halagando y eso solo puede significar una cosa: ¿qué quieres? —preguntó Lee, directa. La sonrisa de Nolan se ensanchó.

—¿No puedo hacerle un cumplido a mi hermana sin que piense que estoy planeando algo malévolo? ¡Pero en que mal concepto me tienes! —se hizo el ofendido mientras colocaba una mano en su pecho con aflicción.

—17 años bastan para conocerte como la palma de mi mano.

—Si contamos los 9 meses que estuvimos en el útero de nuestra madre, entonces son casi 18 años.

—Más a mi favor.

Nolan tomó asiento junto a Lee, de modo que ambos quedaron bastante apretujados en el banquito.

—¿Sabías que Alexandret no te quitaba el ojo de encima? —soltó con el mismo tono con el que se cuenta un chisme—. Creía que el pobre comenzaría a chorrear baba.

Ahí Lee también sonrió. Según ella, lo único mejor que estar enamorado, era amar y ser correspondido. Y en esos momentos ella se sentía en las nubes con Alexandret, como que no necesitaba nada más para ser feliz, como que a su lado cualquier problema parecía insignificante.

Bueno, quizá no cualquier problema, porque lo cierto era que las manos le sudaban con nerviosismo por la demostración de poderes. Volteó a ver a Nolan para ver si compartía el mismo sentimiento, sin embargo, su hermano seguía con una amplia sonrisa que parecía pintada en su rostro. Lee frunció el ceño ante la felicidad de Nolan. Sabía que él tampoco tenía gran interés en pertenecer al concejo y le desconcertaba su actitud.

—¿Qué mosca te picó? —preguntó mientras añadía su propio toque personal a su apariencia; tomó al menos una decena de pulseras de plata y se las colocó en su mano derecha, un par de anillos en la mano izquierda, un collar grande y pesado y dos palillos de punta filosa que camufló entre su peinado—. Estas muy tranquilo, ¿qué tienes?

—Nada, es solo que si vamos a montar una demostración, es mejor aparentar que nos sentimos halagados —dijo con sarcasmo. Luego su sonrisa se borró—. Yo solo voy a hacer lo mío por obligación y ya. Ni siquiera pienso fingir que estoy agradecido con la oportunidad.

—Me gustaría poder decir lo mismo —se lamentó Lee—, pero si no finjo que estoy al borde el éxtasis, nuestra madre seguro me reprochará toda la vida.

—Sí —concordó Nolan—. De por sí ya estaba furiosa porque le quitaremos protagonismo.

—¿Te sientes listo? —inquirió Lee porque, quisiese o no, a ella la ponía nerviosa la idea de presentarse frente a un montón de público que la juzgaría ante el más mínimo de los errores.

Nolan volvió a esbozar una sonrisa.

—¿Cuando no?

Lee lo observó a través del espejo largo tiempo. Había algo que no le cuadraba en la actitud de su hermano; las sonrisas esporádicas y el brillo en sus ojos.

—¿Lo volviste a hacer? —cuestionó con dureza.

Nolan negó con la cabeza y se puso de pie, como si quisiera mantener la distancia entre su hermana. Quizá queriendo evitar que ésta lo analizara.

—No arruines la noche —pidió con tono suave.

Lee se levantó de su lugar, boquiabierta e indignada.

—¿Qué? —preguntó con incredulidad—. Nolan, me preocupo por ti, eso es todo.

—Pues no hay necesidad de que te preocupes. Estoy perfectamente bien.

—Eso no es estar bien y lo sabes —contradijo Lee, viendo a su hermano con aprehensión—. Consumir polvo áureo desestabiliza tus poderes.

El polvo áureo, también conocido como polvo de ángeles, era una de las sustancias más peligrosas de todos los reinos. Era una sustancia altamente adictiva y debido a que se conseguía con sangre de nefilim, éstos habían hecho que todos los reinos prohibieran el mercadeo de ese producto. Su tráfico era ilegal y altamente castigado, pero de alguna forma que Lee desconocía, Nolan parecía conseguir reservas ilimitadas de polvo áureo siempre que se le diera la gana.

—Mis poderes están mejor que nunca —aseguró, y para probarlo lanzó una llama que encendió un fuego rojo en la chimenea. Las llamas eran altas y voraces e hicieron crepitar la leña con fuerza, pero, lejos de brindarle tranquilidad a Lee, ésta frunció el ceño.

—Eso no significa nada. Prender fuego es como un truco barato comparado con lo que haremos —lo regañó.

Nolan rodó los ojos y levantó ambas manos en señal de derrota.

—No vine aquí para pelear —dictaminó mientras se alejaba de Lee y caminaba rumbo a la puerta. Lee quiso detenerlo, pedirle que no se fuera, decirle que no necesitaba consumir polvo áureo, pero en su lugar se quedó plantada en donde estaba, viendo como Nolan tomaba el pomo de la puerta, muy dispuesto a irse—. Suerte, hermanita. Si alguien de nuestra familia se merece un lugar en el consejo, esa eres tú —le dijo antes de fundirse con la luz procedente del pasillo.

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Lee se tumbó en su cama, de un ornamentado dosel con delgadas cortinas rojas colgando y separando el lugar en donde estaba de todo lo demás. De alguna manera le servía como barrera entre ella y su complicada familia, la separaba de esa ridícula celebración e incluso la alejaba de la persona que era cuando buscaba complacer a todos.

Ese era su lugar seguro. El segundo lugar que más tranquilidad le brindaba, aunque el otro no era un lugar; era una persona.

Soltó un suspiro; ignorar la situación no serviría de nada e irremediablemente Nolan llegó a sus pensamientos. Nolan era su hermano mellizo y el amor que le tenía iba más allá de que compartían la misma sangre. A él lo adoraba, daría su vida por él, y le preocupaba la forma en que se destruía cada que consumía polvo áureo. La degeneración que el polvo ocasionaba no era inmediata, antes pasabas por un complicado proceso: excitabilidad, amplificación de poderes, sensación de que puedes hacer cualquier cosa en el mundo. Sin embargo, los síntomas mediatos eran mucho menos placenteros y ocurrían cuando adquirías cierta dependencia a este polvo: irritabilidad, magia difícil de controlar y astenia.

Lee ya había tratado por todos los medios de convencer a su hermano de superar su adicción, no obstante, parecía que todo esfuerzo era en vano: Nolan no aceptaba razones y se justificaba diciendo que no siempre consumía. Y eso Lee ya lo sabía, sabía que Nolan no consumía siempre, no obstante, la frecuencia estaba aumentando y Lee comprendía que tenían que parar eso antes de que se volviera incontrolable. La alarma roja dentro de Lee estaba activa, exigiéndole que actuara, sin embargo, ésta no sabía cómo hacerle entender a su hermano que tenía una adicción.

Alguien tocó a la puerta, interrumpiendo sus pensamientos. Lee se enderezó en la cama, recordando de repente qué día era y lo que se suponía que tenía que hacer.

—Adelante —dijo.

Entró una mucama.

—Lamento interrumpirla, lady Jamerson, pero el espectáculo está a punto de comenzar y se me ordenó venir a sus aposentos a buscarla.

Lee le agradeció y le pidió que se retirase. Se incorporó de mala gana y se echó un último vistazo en el espejo para asegurarse de estar presentable. Su cabello castaño oscuro  le caía a media espalda y estaba ondulado en las puntas, su piel oscura brillaba por el maquillaje, y su vestido tenía unas cuantas arrugas, resultado de haberse acostado en la cama, que intentó alisar rápidamente.

Un par de minutos después, salió de su habitación. Las pasillos eran un caos, repletos de sirvientes que iban de un lado a otro y de Dotados que corrían presurosos hasta el salón de baile para demostrar sus habilidades. Lee no se apresuró a llegar al salón de baile, sin embargo, una vez ahí, esbozó una sonrisa radiante y se puso de puntitas, buscando a Alexandret.

Le tomó varios minutos ubicarlo, pero no porque estuviera mezclado entre la gente, Alexandret rara vez se veía rodeado de gente que no fuera de su círculo íntimo, sino porque acababa de tomar asiento en el palco, junto a su tía. Lee no sabía a dónde había ido, pero sin duda se veía molesto y contrariado.

Alexandret estaba sentado en una imponente silla aterciopelada de respaldo alto, con un traje azul cobalto que acentuaba el azul de sus ojos y los mismos detalles dorados que ostentaba el primer vestido de Lee, con quien habían coordinado su vestuario. La línea de su barbilla era fina y perfectamente perfilada, sin embargo, ésta, al igual que sus labios, estaban apretados, lo cual delataba el disgusto que sentía. Sus cejas estaban ligeramente juntas y hundidas, analizando todo a su alrededor, aunque sin detenerse demasiado tiempo en ninguna persona.

Excepto en su tío.

Lee observó con detenimiento como la mirada de Alexandret se posaba en Robert, el cual estaba sentado en una de las mesas situadas en la parte de abajo y estaba charlando animadamente con las personas de ahí. Robert no notó la mirada de Alexandret, y a los pocos segundos el muchacho apartó la vista, no obstante, tanta atención, la forma en que lo miraba, como si estuviera mandándole una advertencia silenciosa, hizo que un escalofrío subiera por la columna de Lee.

Lee se adelantó un paso, con toda la intención de subir al palco y hablar con Alexandret, pero su madre la detuvo, apretando su brazo con fuerza.

—¿A dónde crees que vas? —musitó Lara con enfado—. El show está a punto de comenzar.

—Solo... iré un segundo a hablar con Alexandret —dijo Lee con honestidad, pero su madre no la soltó.

—Tú no vas a ningún lado.

—Ya déjala —la defendió su hermano—. Si se quiere ir, déjala.

—Son órdenes reales que participen todos los miembros de la familia, así que no se puede ir —dictaminó en un tono que no dejó lugar a réplicas.

Lara finalmente la soltó y Lee se quedó ahí, sin dejar de observar a Alexandret, pero sin atreverse a contradecir a su madre.

Alrededor de la pista de baile había una larga fila de Dotados que esperaban su turno para demostrar su poderío. Primero estaban todos los miembros de las familias nobles y luego Dotados que buscaban ganar un título o atención. El nerviosismo y la ansiedad podía sentirse en el ambiente, la expectación era palpable.

Y el espectáculo comenzó.

Los Dotados que se encargaban de los detalles de la fiesta, susurraron unas palabras y la iluminación procedente de las velas se hizo más tenue. La música cesó y todos los invitados que no iban a participar en la demostración, tomaron asiento. Finalmente había llegado la hora del acontecimiento más esperado durante toda la noche o, incluso, durante todo el año, pero Lee se fijó en que Alexandret, totalmente falto de interés, se hundió en su asiento.

—¡Muy buenas noches, damas y caballeros! —saludó el presentador y de forma abrupta todo el barullo se silenció—. El momento más esperado, ha llegado. El momento de demostrar su valía para el esplendoroso reino de Macrew y formar parte del concejo. ¿Están listos?

El murmullo que se alzó entre los Dotados fue impresionante. Una horda ansiosa por demostrar su poder.

»Pero antes de que cada uno de ustedes pueda presentarse —continuó—, primero debemos dar un aplauso a Robert Linhengtone, rey temporal de Macrew, y a su bella esposa, la reina Cristina Gorg, por organizar una noche tan espléndida.

Los aplausos inundaron la habitación.

—Y, por supuesto, nuestro invitado de honor, el príncipe y legítimo heredero de Macrew, William Alexandret III de la casa real Elvish.

Los aplausos fueron más escandalosos y los vítores no se hicieron esperar. Cuando los aplausos cesaron, toda la atención se centró nuevamente en el presentador.

—Ahora sí. ¡Que inicie el DS Double D!

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