5. Algunas opiniones pesan menos que otras.

Alexandret se quedó en shock al escuchar esas palabras. Por un segundo creyó que había oído mal, que quizá estaba malinterpretando las cosas, pero la situación parecía ser bastante clara: su tío no creía que estuviera listo para regir. Y quizá no lo estaba, quizá aún tenía mucho por aprender y mejorar, pero lo hirió el hecho de que su tío pretendiera mantener oculta esa información, que no creía que Alexandret mereciera saberlo y, sobretodo, enterarse de que ni siquiera contaba con el beneficio de la duda.

—De acuerdo, me parece que es la decisión adecuada, sin embargo, seguimos teniendo problemas con las casas nobles que forman parte del concejo —continuó Marcus justo cuando Alexandret se disponía a irrumpir dramáticamente en la habitación. El muchacho se quedó quieto, temiendo incluso respirar, con las manos rozando las puertas—. Muchas familias, leales a los Elvish desde hace siglos, están ansiosos porque Alexandret comience a regir.

—Déjame adivinar —habló Robert con un tono frío—, ¿entre esas familias están los Daft?

—Sí, son los principales instigadores. Los que más insisten en que Alexandret debe comenzar a regir. A ser honesto, creo que los demás siguen a Thomas Daft por el poderío y el respeto que le tienen.

Robert chascó la lengua.

—Haremos lo siguiente: Hoy, durante la demostración de poderes, elegiremos a un nuevo miembro que nos parezca tranquilo y medianamente poderoso. De esta forma, destituiremos a Thomas Daft como escarmiento por su pequeña revuelta y, al mismo tiempo, transmitiremos un mensaje a las demás casas: No permitiremos alborotos.

—¿No cree que eso los ponga furiosos? —cuestionó Marcus—. Thomas ha ayudado a muchos nobles y puede que no se tomen muy bien su destitución.

—Se les olvidará en un par de días —aseguró Robert muy confiado—. Estoy seguro de que entre la fiesta y la generosa hospitalidad que les ofrecemos, no les durará mucho tiempo el descontento.

Fue entonces que Alexandret decidió intervenir. Irrumpió en la habitación sin esperar más tiempo y sin importarle que se enteraran de que estaba espiándolos. El rostro de Marcus delató culpabilidad ante el enfrentamiento de miradas de Alexandret, sin embargo, su tío, lejos de mostrar arrepentimiento, se mostró furioso.

—Alexandret, tu tía ya te ha dicho en más de una ocasión que debes tocar la puerta antes de entrar. —A Alexandret le irritó el tono en que su tío se dirigió a él, como si todavía fuera un niño al que reprendían por comerse todo el tarro de galletas.

Ignoró la llamada de atención y dijo:

—No pueden retirar a Thomas Daft del concejo —afirmó Alexandret con voz firme. Sabía quién era Thomas Daft; descendiente de las familias de brujos originales y un poderoso Dotado con la capacidad de duplicar cualquier objeto que quisiese, desde armas, oro o, incluso, comida.

Esto último fue lo que le ganó el apodo de "El patrono de las nobles causas" mientras ayudaba a que las personas en las aldeas pobres no murieran de hambre. Además, tenía el respeto y el respaldo de importantes casas nobles de todos los demás reinos. Por ese motivo, Alexandret sabía que destituir a Thomas Daft, desestabilizaría al reino de una forma inmediata e intensa.

»Su familia ha formado parte del concejo por siglos y él es muy leal a nosotros. Quitarlo como miembro del concejo nos afectaría más a nosotros que a él —estipuló Alexandret, viéndolos a los dos con fijeza y resolución.

Lejos de que Robert le diera una respuesta, se talló el arco de la nariz y soltó un suspiro cansino, haciendo sentir a Alexandret, una vez más, como que su opinión no era válida.

—Marcus, retírate. —El soldado acató la orden de inmediato y Robert rodeó el escritorio para tomar asiento en la cabeza de este, en la impresionante silla de piel de dragón.

Le indicó a Alexandret la silla de enfrente para que se sentara y el muchacho así lo hizo. Sabía que no conseguiría nada gritándole a su tío; no podía combatir fuego con fuego, así que lo que le quedaba era actuar con diplomacia y hacerle entender mediante razonamientos las repercusiones de las acciones que planeaba tomar.

—¿Qué tanto escuchaste de la conversación? —preguntó Robert, cruzado de brazos y recargado sobre su silla.

—No mucho —admitió Alexandret—. Lo suficiente para saber que no crees que pueda dirigir Macrew.

—No es que lo crea —respondió—. Es que sé que aún no estás listo.

—¿Y cómo se supone que este listo si te la pasas ocultándome información? —preguntó Alexandret, ligeramente desesperado. Estaba cansado de que la gente dijera lo poderoso que era y, aún así, que lo subestimaran a cada rato. Era contradictorio, injusto y mareador—. Ni siquiera planeabas decirme que cambiaste la fecha para mi ascenso ¿no es cierto? Y, para variar, se te ocurre quitar del concejo a uno de los miembros más influyentes simplemente porque apoya mi coronación —relató categóricamente—. Siéntete con derecho de objetar, pero toda esta situación me parece ridícula.

—No, no estaba en mis planes decírtelo ni, por supuesto, que te enteraras —confesó Robert con toda la desfachatez del mundo—. Y, por muy ridícula que te parezca la situación, esto se trata de un juego de poder y no espero que lo entiendas.

—No sé si eso sea honestidad o descaro —bufó Alexandret y se dejó caer en el respaldo de su silla.

—Honestidad. ¿No era eso lo qué querías?

—Sí, y también quiero que me digas por qué te crees con el derecho de tomar esas desiciones sin preguntarme siquiera. —A Alexandret le era imposible ocultar su molestia en esos momentos, no solo por la situación en sí, sino por lo forma en que su tío se tomaba las cosas; tan a la ligera y sin una pizca de arrepentimiento.

—Lo hago por tu bien. Ahora no es el mejor momento para que te conviertas en rey y no estoy seguro de que seas capaz de tomar esa clase de decisiones —dijo Robert, manteniendo, al igual que siempre, la compostura—. Sabía que si te decía que necesitábamos retirar a los Daft del concejo, te opondrías.

—Por supuesto que me opondría —aseguró—. Y más aún por las razones por las que los quieres quitar.

—No es solo eso, no es solo que quieran fervientemente tu ascenso al trono. La mayor problemática radica en que Thomas Daft está acumulando mucho poder y gente que lo apoya, y debemos frenar eso antes de que se desate otra guerra civil, además de la que ya tenemos pendiente con los Monte Ruiz. Tenemos que frenar esto antes de que las cosas se salgan de control.

—Thomas Daft es leal a nosotros.

—Todos son leales hasta que los corrompe la ambición —respondió de forma sombría. Soltó un suspiro y se inclinó adelante, como si quisiera que Alexandret no se perdiera ninguna de las palabras que iba a decir a continuación—: Macrew está muy desestabilizada con el ejército de los Monte Ruiz metiendo saña por todos lados y lo que menos quiero es que haya conflictos internos.

—Y justo por esa razón es que necesitamos a Thomas como miembro del concejo. Lo que quieren los demás es la estabilidad que parece estar ausente últimamente.

—No lo entiendes y es una de las razones por las que no estás listo: eres demasiado emocional. Thomas Daft lo que está haciendo es socavar mi autoridad y, por tanto, merece ser castigado —replicó en tono terminante. Un tono que significaba: «Te conté las cosas porque ya no tenía más remedio, pero no estoy pidiendo tu opinión».

Alexandret se removió en su asiento, cada vez más molesto.

—¿Una de las razones por las que no estoy listo? —repitió con incredulidad—. Ya que finalmente estás hablándome con sinceridad, ¿te importaría decirme las otras razones? O quizá tampoco esté listo para escucharlas.

—Aún eres inmaduro, Alexandret —le dijo sin tacto ni amabilidad—. Eres un niño y lo que estoy haciendo es darte una oportunidad de quedar fuera de todo este circo que se está formando con los Monte Ruiz. Aunque no lo creas, lo único que busco es protegerte.

—¿Protegerme de qué exactamente?

—Del sadismo de los Monte Ruiz, que estoy seguro que recuerdas muy bien. —Alexandret tragó saliva con pesadez. Claro que recordaba esos días de tortura y sufrimiento en donde el ejército de los Monte Ruiz lo había tenido en cautiverio. Alexandret no creía que podría olvidarlos jamás—, y de una guerra que quieren iniciar.

El príncipe contuvo el aliento ante esas últimas palabras. Los rumores de una guerra eran cada vez más constantes, sin embargo, si los Monte Ruiz estaban acumulando tantos seguidores como se decía, entonces Alexandret no entendía qué era lo que los frenaba.

—¿Y qué esperan para atacar? —inquirió Alexandret con repentina seriedad. Entendió que no haría cambiar de opinión a su tío con respecto a nada, pero que quizá, ahora que parecía estar hablando abiertamente con él, podría obtener un poco de la información que a menudo le era negada—. No es que quiera que ataquen. De hecho, espero de verdad que no lo hagan, pero ¿qué es lo que los retiene?

—Se dice que están juntando fuerzas con gente de otro reino —Alexandret estuvo a punto de preguntar a qué reino se refería, pero Robert se le adelantó—. No sabemos con cuál reino quieren aliarse, sin embargo, también se dice que están entrenando y, lo más importante, que están buscando los fragmentos de la piedra de Cumbria.

Alexandret arrugó el ceño. La piedra de Cumbria y su ubicación no era algo que se tomara a la ligera entre los Dotados, ya que éste era el objeto mágico más poderoso jamás creado y, justamente, quien lo había creado había sido una Elvish. Sin embargo, a Alexandret le causaron extrañeza esas palabras porque siempre le habían dicho que la piedra no existía más que como un truco psicológico para conseguir el temor de los demás reinos.

—Dijiste que la piedra de Cumbria era solo un mito —susurró Alexandret mientras procesaba todo. De repente le dieron unas ganas casi incontrolables de fumarse un cigarro y estar solo para pensar en todo lo que parecía avecinarse con fuerza.

—Tal vez no lo sea —fue la respuesta de su tío.

—¿Tal vez? Cuando yo te contaba sobre mis sueños de los fragmentos de la piedra de Cumbria, tú me decías muy seguro que la piedra no existía.

Desde que era niño, Alexandret solía tener sueños con respecto a esa piedra, sueños que lo instaban a buscarla, pero, debido a los rumores de que había sido destruída y la propia persuasión de su tío, jamás les prestó atención o se interesó realmente en encontrarla.

—Esos eran sueños infantiles, Alexandret, y lo dije porque no vi motivo para preocuparnos por eso. La piedra de Cumbria parecía estar en lugares donde nadie la encontraría jamás. Y créeme que sé de lo que hablo porque mandé escuadrones a buscarla por todo el reino y no encontraron ni una pista del dichoso objeto.

—¿Entonces por qué te preocupa que los Monte Ruiz la busquen? Si lo hacen, mejor ¿no? Así pierden su tiempo y nosotros pensamos en que hacer.

—He dicho qué tal vez sí exista —rectificó Robert—. Dije que la piedra parecía estar perdida, lo que connota pasado, y no podemos jugar ante esa posibilidad.

Alexandret soltó un gruñido de molestia y se pasó una mano por el cabello, desacomodado algunos mechones rubios.

—Tal vez no... tal vez sí... ¿Qué mierda es eso? —soltó y se puso de pie—. No me das respuestas, solo evades.

—Es porque no hay respuestas ahorita. Por el momento, tú seguirás preparándote para ser rey algún día y yo me encargo de los Monte Ruiz y de la piedra de Cumbria.

—Yo podría ayudar a buscar la piedra de Cumbria —se ofreció Alexandret de forma automática. Quería ayudar y sentirse útil. No simplemente portar un apellido que le abriera puertas, sino ganarse un lugar.

La respuesta de su tío fue definitiva:

—No. Tú preocúpate por tus asuntos y yo por los míos. —Se puso de pie también y caminó hasta la salida—. Esto no es algo en lo que te debas inmiscuir y la demostración de poderes está a punto de comenzar. Será mejor que te relajes, vayas con tus amigos y disfrutes el espectáculo.

Ahora Alexandret tenía aún menos ganas de regresar a la fiesta. La cosa con los Monte Ruiz parecía ser bastante seria y le pareció una completa falta de sensatez que estuviesen realizando una celebración.

Antes de cruzar las puertas de la oficina, Robert le soltó como advertencia:

»Sé que tus intenciones son buenas, Alexandret, pero debes recordar que la gente es leal solo a sus propios intereses. No confundas lobos con ovejas.

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