19. Historia indeleble.
Ledo ya había entrado en el campo de visión del soldado. Era cuestión de tiempo para que éste le pidiera que se bajara la capucha y Winter no había logrado atraer su atención. Con los otros había sido muy fácil, sin embargo, ese soldado parecía muy empeñado en permanecer en su puesto sin importar qué. Winter estuvo a punto de rendirse y abandonar a Ledo, pero, justo antes de hacerlo, recordó la promesa que se había hecho a sí misma: «hasta haberlo intentado todo y luego un poco más».
Rendirse no era una opción. No podía serlo si planeaba tomar en serio su venganza, si intentaba unirse al ejército de los Monte Ruiz, si de verdad quería asesinar al príncipe. Ledo era su única oportunidad de contactar con el ejército que parecía estar en guerra con los Elvish, y Winter no podía dejar pasar esa oportunidad.
Winter cerró los ojos con fuerza, armándose de valor, y apretó los dientes porque sabía que lo que iba a hacer le dolería. Sacó la daga que tenía oculta entre su vestido y se hizo un corte profundo en el antebrazo. La sangre dorada, por su ascendencia nefilim, comenzó a chorrear y Winter notó que Ledo volteaba a verla, con una clara expresión de confusión en su rostro, mientras bajaba la vista hasta el brazo sangrante de la muchacha.
«¿Qué mierda hizo esa loca?», escuchó pensar a Ledo, el cual parecía no poder despegar la mirada del brazo de Winter.
La muchacha le hizo un gesto para que continuara avanzando y se acercó hasta donde estaba el último de los soldados.
—Tiene que ayudarme —pidió. El soldado retrocedió a medida que Winter se acercaba y observó toda la sangre que bañaba el brazo de la muchacha—. Le informé a sus compañeros de un vampiro que aparentemente estaban buscando, pero me hirió. Necesito ayuda.
Los pasos de Ledo se habían vuelto más cortos porque el soldado seguía vigilando con la mirada todo el mercado, sin prestar suficiente atención a Winter.
—Estas retrasando la circulación —dictaminó el soldado. No parecía dispuesto a ayudarla, pero a Winter solo le importaba que desviara su atención una milésima de segundo—. Ve con un sanador y deja de andar molestando.
—Pero... —intentó de protestar y luego simuló que sus piernas le fallan. El soldado la sostuvo hábilmente—. Creo que me voy a desmayar —dijo y dejó caer todo su peso sobre el soldado que, con dificultad, siguió sosteniéndola.
El soldado zarandeó cruelmente a Winter, quien, al abrir los ojos, vio como Ledo doblaba la esquina para finalmente salir del mercado, pasando justo a un lado del soldado, el cual no se dio cuenta porque estaba observando fijamente a Winter. La muchacha, sin poder evitarlo, dejó salir un suspiro de alivio.
—Maldita sea, esto de seguro dejará una mancha en mi uniforme —se quejó el soldado mientras ayudaba a Winter a incorporarse. Era cierto, la sangre dorada manchaba y relucía sobre su uniforme.
Winter sonrió a modo de disculpa.
—Creo que ya me siento mejor. Muchas gracias por su ayuda —fingió. El soldado la miró como si hubiera enloquecido e intentó detenerla, no obstante, Winter no pretendía perder más tiempo ahí y, cubriéndose la herida con la mano, tratando de frenar la sangre, salió del mercado de pulgas.
Miró a ambos lados para asegurarse de que no había más soldados y se encontró con Ledo unos metros más allá. El vampiro la miraba con una mezcla de admiración y preocupación. En el rostro de Winter, por otra parte, se podía ver una sonrisa amplia que denotaba cierta peligrosidad. Ya había cumplido con su parte del trato y ahora solo quedaba esperar que Ledo cumpliera la suya.
—¡¿Estas loca?! Mira cómo estás. —Señaló su brazo—. Y, maldita sea, Winter, el olor de tu sangre me desconcentró. Hueles jodidamente bien.
—¿Es eso un halago? —se burló Winter.
—Pues sí. Dicen que la sangre de los nefilim es la más deliciosa. ¿Sabes cuántas ganas tengo de probar la tuya?
—No me importa, de igual forma te vas a quedar con las ganas y, por cierto, me debes un vestido —le enseñó el suyo, manchado de sangre dorada.
Ledo sonrió.
—Estoy tan agradecido que hasta te pondría un puto monumento —aseguró mientras avanzaban por la calles de la Ciudad de Cumbria, atrayendo varias miradas.
Después de todo, un vampiro y una híbrida eran dos personas que llamaban mucho la atención: dos locos que caminaban entre ese torrencial viento, con sonrisas radiantes, mientras una se desangraba y el otro dejaba ver unos afilados colmillos.
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Avanzaron en semicírculo por toda la frontera de la ciudad de Cumbria. A medida que se alejaban del mercado de pulgas, la afluencia de gente iba disminuyendo, y eran más libres de caminar sin temor a ser vistos.
Ledo le había regresado la capa a Winter y la muchacha estaba completamente enrollada, tiritando y con las uñas moradas. No sabía cuál era la razón, pero el clima había empeorado considerablemente desde que ella había despertado. Estaba acostumbrada al frío de Macrew, por su puesto, pero no a esos vendavales y a la intensa lluvia que se había soltado la semana pasada. Era como si a los inefables les molestara algo y Winter se preguntó qué.
Durante sus cavilaciones, la muchacha cachó a Ledo viéndola con preocupación por décima vez en ese viaje. Winter suspiró con algo de irritación.
—Ya te dije que estoy bien, Ledo —repitió aunque esto era cierto en parte; había comenzado a marearse un poco y le urgía encontrar un lugar para descansar—. Deja de mirarme como cachorro huérfano.
—Ni siquiera te estoy viendo —mintió y Winter le dedicó una mirada fría—. Vale, sí te estoy viendo, pero no por las razones que crees.
—¿Entonces?
—Compré una hermosa alfombra hace como dos semanas y no quiero que la manches de sangre. En eso estaba pensando, en si tengo algo con lo que pueda cubrir la alfombra porque de verdad me gusta mucho.
Winter le dio un suave puñetazo en el hombro.
—Mentiroso.
Ledo le sonrió.
—Actriz de primera.
Finalmente llegaron frente a un colorido edificio. Debido a que ya se habían alejado del centro de la capital, en esa zona las casas o edificios volvían a ser un poco más modestos, pero igual eran impresionantes y llamativos. Al entrar, Ledo le dejó unas pocas monedas de plata a Paul, el Dotado que se encargaba de vigilar la entrada, y le explicó a Winter que en ese edificio muchos de los que estaban residían de forma ilegal o tenían negocios ilícitos. Era, en palabras de Ledo, un refugio para criminales.
Si de afuera el edificio parecía modesto, por dentro era todo lo contrario. Ostentosas alfombras antiguas decoraban los pisos, las paredes estaban recubiertas por un tapiz damasco impresionante y el lugar estaba fuertemente iluminado por un candelabro de oro con muchas velas. El mostrador bajo el que colgaba un letrero dorado que indicaba que esa era la recepción, estaba hecho de algún tipo de madera oscura muy resistente y brillosa; la sala tenía cuatro sillones rojos dispuestos alrededor de una mesita baja; y las escaleras que guiaban a los pisos superiores eran de la misma madera que el escritorio y ascendían en forma de caracol.
Winter, que no se esperaba tal nivel de lujo y que durante una semana había dormido en un pequeño cuarto de servicio en la taberna en la que trabajaba, donde ocasionalmente había ratas, giró sobre sus pies con asombro.
—¿Qué esperabas? ¿Una pocilga? —se mofó Ledo al ver el asombro de Winter—. Tú lo dijiste: me gustan las comodidades y no hay mejor lugar para esconderse que éste.
Subieron unos pocos pisos y Ledo le abrió la puerta a su apartamento, el cual también estaba exquisitamente decorado. Había una alfombra en la sala, la cual tenía sillones de cuero negros frente a una chimenea de granito blanco. No había comedor y en su lugar había una mesa de juegos similar a la que había en la taberna, pero mucho más estilizada y, Winter asumió, cara. Las cortinas eran gruesas y estaban cerradas, impidiendo que el más mínimo rayo de sol entrara en la habitación, a pesar de que el sol nunca salía en Macrew. Los pisos eran de madera y había una vitrina con varias cosas que daban la impresión de ser antiguas y caras. En conclusión: era un lugar muy bonito y parecía ser seguro.
—Bienvenida —dijo Ledo y se apresuró a abrir las cortinas para que entrara un poco de luz.
—Gracias. La verdad es que tienes un lugar impresionante.
Ledo sonrió en agradecimiento.
—De acuerdo, ¿cómo quieres que tratemos esa herida? Hay dos opciones: una, te doy de mi sangre e inmediatamente cerraría la herida. Opción dos, la más aburrida y tardada, debo añadir: suturamos y te vendamos ese horrible corte.
—¿Acaso tienes vendas y agujas?
—¡Por supuesto! —exclamó y por un segundo pareció casi ofendido—. Hace un tiempo, durante una noche de juegos —señaló la mesa que Winter ya había visto—, un licántropo se enojó cuando perdió durante una partida de póquer. Ya sabes lo temperamentales que son y es por eso que no me gusta invitarlos a jugar. En fin, se enojó y estrelló a un elfo contra la mesa, justo donde estaban las copas de donde estaban bebiendo jerez, ah, no, era ginebra ¿o no?
—Eso no importa —lo apresuró Winter.
—Cierto. El punto es que terminó con una cortada horrible, manchando mi piso con su sangre, y desde entonces aprendí la lección: no debo invitar a jugar a los licántropos y debo tener vendas porque no todos son tan jodidamente asombrosos como yo.
—Esa fue una historia muy extraña —admitió Winter y tomó asiento frente a la mesa de juego—. Quiero que me vendes.
Ledo frunció el ceño.
—Pero te va a quedar la cicatriz —dijo.
Winter se encogió de hombros. Pese a que sí era vanidosa, las cicatrices nunca le había molestado.
—Las cicatrices cuentan historias. —Señaló su herida—. Y esta va a contar la historia de cómo nos conocimos.
—¿Estás siendo sentimental? —se burló y se acercó hasta la vitrina, donde comenzó a hurgar en uno de los cajones—. Me agradas, Winter, no lo voy a negar, pero necesito que me digas a qué te referías cuando dijiste, y cito: necesito entrar al ejército de los Monte Ruiz.
—Sin preguntas —espetó la muchacha en tanto Ledo tomaba asiento a su lado con gasas, alcohol, vendas y una aguja e hilo—. No forman parte del trato.
Ledo se estiró para tomar el cenicero del centro de la mesa, lo agarró y sopló con fuerza para retirar algún resto de ceniza. Luego vertió un poco de alcohol ahí y sumergió la aguja.
—Técnicamente, no establecimos reglas y necesito saber que no estoy alojando en mi casa a una potencial asesina. —«Eso es justo lo que albergas», pensó Winter y se mordió la mejilla, dubitativa. Ledo podía ser un buscado contrabandista, pero parecía tener muy establecido un límite: no asesinar a el príncipe. Supo en ese instante que no era óptimo contarle de sus planes contra Alexandret—. Mencionaste también algo de una venganza.
—Es algo que no necesitas saber. Llévame con tu contacto y líbrate de mi.
—¿Qué pasó? —insistió Ledo, ignorando la petición de Winter. La tomó de la mano y la oprimió con suavidad, como para mostrarle su apoyo—. Puedes decírmelo.
Winter tensó la mandíbula.
—Puedo, pero no quiero —se zafó del agarre del vampiro—. No te metas en mis asuntos. Aprecio tu ayuda, ¿de acuerdo? Pero eso no te da derecho de meterte donde no te llaman.
Ledo agachó la cabeza, derrotado. La decepción era evidente en su rostro y Winter quiso sincerarse con él y contarle todo, pero la desconfianza era mayor. Confesar que quería matar al príncipe de Macrew era algo muy serio y sabía que no muchos la apoyarían. No podía arriesgarse de esa forma con Ledo.
El vampiro se puso en pie y por un fugaz momento, Winter creyó que la dejaría ahí sola o que le pediría que se fuera de su casa, pero Ledo simplemente avanzó hasta la barra de mármol sobre la que había varias botellas de alcohol. Tomó una sin pensarlo mucho y regresó a su asiento en completo silencio. Un silencio que Winter temió romper, de esos silencios parecidos a los que anteceden una reprimenda.
—Toma un trago largo de la botella —le indicó. Winter tomó la botella y, a pesar de que el alcohol le raspó la garganta, ingirió bastante del líquido ardiente, que de inmediato provocó que un calor intenso la recorriera.
—¿No vas a hablarme? —rompió el silencio Winter. Ledo la miró, sus chispeantes ojos azul grisáceo analizaron cada milímetro de su rostro y sus labios estaban apretados en una fina línea.
—Sé que el mundo es jodidamente injusto —murmuró en respuesta mientras mojaba una gasa en alcohol y la pasaba sobre la herida de Winter. La muchacha se abstuvo de retirar el brazo ante el ardor—, pero lo cierto es que a veces nosotros también contribuimos a eso. Hay ocasiones en que la vida nos golpea duro y creemos que tenemos que regresar el golpe a quien sea que tengamos en frente, pero eso no es cierto. Con eso sólo logramos que la mierda a nuestro alrededor siga creciendo, fomentamos un ambiente en el que la venganza y el rencor son las únicas opciones.
—También serían tus únicas opciones si hubiesen asesinado a tu padre —espetó Winter con furia.
—¿Eso fue lo qué pasó? ¿Por eso quieres unirte a los Monte Ruiz? —cuestionó Ledo mientras dejaba la gasa empapada en sangre y procedía a comenzar con las suturas—. ¿Le hicieron algo a tu familia?
—Se lo hacen a todos —escupió con rencor. La furia que sentía servía un poco para adormecer el dolor en su brazo—. Dejan a las aldeas desprotegidas y a la gente la abandonan para morir de hambre. Pero sí, hablando específicamente, la reina asesinó a mi padre.
—¿Qué? Eso no puede ser cierto —negó con incredulidad—. La reina lleva muerta más de diez años, debes estar confundiéndote.
—No. Sé de lo que estoy hablando. La reina fue a la aldea Forest y asesinó a mi padre, a mí me puso a dormir bajo un hechizo por una razón que desconozco.
Ledo pareció escéptico y a Winter le enfadó que se mostrara tan renuente a creerle. Por fin que había accedido a contarle su historia (con unas pequeñas variaciones) y él parecía tan receloso que Winter deseó levantarse de la mesa y alejarse.
—Eso suena descabellado.
—Lo sé.
—Pero meterte a un ejército lo es aún más. ¿Qué es lo que pretendes al juntarte con los Monte Ruiz? —cuestionó con dureza, pero sus manos seguían deslizándose con delicadeza por la piel de Winter.
Winter supo que tendría que mentirle a Ledo, que la postura del vampiro era lo suficientemente clara y temió que si le revelaba sus verdaderas intenciones, él cambiara de opinión y no la llevara con su contacto. Tenía que decirle una mentira piadosa por el bien de su venganza.
—Solo planeo derrocar la monarquía. Ayudar a que las cosas cambien.
—¿Eso es todo? ¿No planeas hacerle daño a Alexandret?
Winter frunció el ceño. Esa pregunta había sido demasiado específica como para tratarse de un comentario inocente. De hecho, pudo ver la preocupación en el rostro de Ledo, la cual trataba de disimular con la mirada baja.
—¿Conoces a el príncipe? —preguntó con asombro. ¿Por qué un criminal buscado, conocería a el príncipe de los Dotados?
—Conocí a su madre —respondió y Winter notó una pequeña inflexión en su voz—. Fuimos amigos hace mucho tiempo y no me gustaría que su hijo salga herido.
—No saldrá herido, al menos no si puedo evitarlo —mintió con total convicción.
Se dijo que ese engaño era inocente, que no le causaría ningún daño a Ledo, pero ese era el problema con las mentiras piadosas, que luego dejaban de serlo, que mentir se volvía un hábito y que siempre te convencías de que sería la última vez, que lo hacías por el bien de los demás, que algún día dirías la verdad, pero muy dentro sabes que eso no es cierto. Winter lo sabía, pero se negó a aceptarlo mientras Ledo la miraba depositando toda su confianza en ella.
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