18. Caminos cruzados.

Esa afirmación, decirle, más bien asegurarle, que podía ayudarla, avivó la curiosidad de Winter. No sabía si podía confiar en él, ni siquiera sabía si le estaba diciendo la verdad, pero sin duda era una persona que lograba atraer su atención. Sus ojos azul grisáceo estaban puestos sobre ella, analizándola profundamente, y tenía una sonrisa de medio lado que, Winter tuvo que admitir, resultaba encantadora.

—¿Cómo sé que puedo confiar en ti? —preguntó la muchacha. No era tan tonta como para confiar en la primera persona que se le ponía enfrente, pues incluso ella había escuchado historias sobre estafadores que se aprovechaban de la inocencia de las personas.

Ledo se encogió de hombros.

—Tú lo dijiste, estoy en problemas —admitió sin pena alguna—. Si quieres algo, y es algo que yo puedo conseguir, entonces podemos hacer un trato que nos beneficie a ambos.

—Pero yo no tengo nada con qué pagarte —dijo Winter. Con ella no tenía nada de valor, más que la daga con la que siempre cargaba, pero no estaba dispuesta a deshacerse de eso.

—No es dinero lo que quiero. —Winter lo miró con curiosidad. Llevaba de conocer a Ledo poco más de diez minutos y, sin embargo, el vampiro ya había logrado sorprenderla en varias ocasiones—. Necesito una distracción. Tú serás mi distracción, si aceptas el trato, claro.

—¿Qué clase de distracción? ¿Qué fue lo que hiciste? —cuestionó Winter. En ese momento se percató de que lo que sentía, lejos de ser temor, era interés. No preguntaba para juzgarlo, al fin y al cabo, ella pretendía hacer algo peor al matar al futuro rey, sino para convencerse de que podía confiar en él.

—Hice muchas cosas de las cuales no se me acusa, pero me intentan capturar por la única jodida cosa que no he hecho —respondió y Winter rodó los ojos.

—No quiero acertijos y, si vamos a trabajar juntos, debes saber que odio las adivinanzas —espetó con dureza—. Dime qué hiciste.

—¿Tú me vas a decir qué es lo que buscas? —contraatacó Ledo, sin dejarse sonsacar toda la información. Era evidente que quería su ayuda, pero que tampoco estaba seguro de poder confiar en ella.

Winter, negándose a hablar, lo miró de forma retadora durante varios segundos, esperando que Ledo se doblegara y empezara a contarle todo, pero el muchacho le mantuvo la mirada; firme, decidido y con una pizca de diversión que desquició a Winter.

En cierta forma, ambos eran muy parecidos: obstinados, curiosos y desconfiados. Ninguno parecía dispuesto a ceder, pero tampoco daban media vuelta y terminaban la conversación.

—¿Cómo sé que no me delataras? —inquirió de nuevo.

—Porque ya te dije que la maldita guardia real me está buscando y que ofrecieron recompensa por mi cabeza. ¿Qué más quieres para confiar en mí, además de una declaración criminal?

Winter tuvo que admitir que tenía un punto y, además, que Ledo era la única persona que había conocido en esas dos semanas que parecía dispuesto a ayudarla. Soltó un suspiro, tratando de calmar sus nervios, y se dijo que podía confiar en él.

—No es algo lo que busco, sino a alguien —se animó a contarle. Ledo frunció el ceño.

—Ahora quién es la que anda con adivinanzas, ¿eh? —se burló. Su sonrisa se hizo más amplia—. Te voy a ser honesto, antes de que decidas contármelo. No soy bueno encontrando gente, de hecho, yo los ayudo a pasar entre las fronteras de los reinos de forma ilegal y anónima. Muchos no me dan su nombre y, cuando lo hacen, no tengo la maldita certeza de que sea el verdadero. La discreción es un plus que ofrece mi negocio.

Aunque Winter trató de ocultar su desilusión, no pudo. Agachó la cabeza, decepcionada, y la desesperanza amargó sus facciones.

—De acuerdo —aceptó con tristeza. Luego tragó con dificultad e incluso su saliva le supo amarga por la decepción, pero volvió a levantar la cabeza. No se iba a rendir hasta que hubiese intentado todo y luego un poco más—, pero ellos son muy conocidos dentro de tu mundo.

Ledo arqueó sus finas cejas con diversión.

—Con «tu mundo» asumo que te refieres al mundo criminal ¿no es así? —Winter asintió y Ledo la miró con renovado interés luego de agitar la cabeza mientras profería unas carcajadas bajas—. Si se me permite decirlo: eres una caja llena de sorpresas, Winter. ¿Qué es lo que trama esa atormentada cabecita que necesitas relacionarte con alguien del bajo mundo?

Winter se apretujó las manos y decidió confiar a pesar de que había una gran posibilidad de que Ledo se negara a ayudarla. Le pidió a los dioses que por favor ese salto de fe no fuera su ruina, y dijo:

—Necesito que me contactes con alguien que trabaje con los Monte Ruiz.

La sonrisa de Ledo se borró inmediatamente.

—Espero haber escuchado mal —confesó mientras la miraba atónito—. ¿Por qué alguien querría relacionarse con ellos? Su único propósito es asesinar, sembrar terror y...

—Derrocar a los Elvish —completó Winter con su corazón latiéndole tan de prisa que sentía que se le iba a salir del pecho. Extendió sus brazos, mostrándose por completo a Ledo—. Ahora sabes lo que quiero, ahora conoces mis más oscuros deseos y una venganza que anhelo está en tus manos. —Tragó con dificultad y dejó caer sus brazos a sus costados—. ¿Que dices? ¿Me ayudarás?

Ledo la miró, parpadeando con perplejidad durante varios segundos. Parecía que esperaba que Winter se echara para atrás, pero la determinación de la muchacha no flaqueó. A su alrededor, todo el mundo continuaba haciendo sus cosas, encargándose de sus asuntos, pero ahí, entre Ledo y Winter, el tiempo parecía haberse detenido. La muchacha estaba tan ansiosa por escuchar la respuesta de Ledo que nada más le importaba.

—¿En qué te estás metiendo? —cuestionó. Su tono denotaba preocupación y Winter se preguntó porqué, eran a penas dos desconocidos.

—Entre menos sepas, mejor.

Ledo negó con la cabeza y se frotó la frente, parecía bastante abrumado. Comenzó a caminar de un lado a otro, pensativo, con su capa púrpura ondeando con elegancia detrás de él, y Winter no hizo más que observarlo atentamente.

—Jamás pensé que tú fueras de esos rebeldes —admitió sin dejar de pasearse, cosa que comenzaba a alterar los nervios de Winter.

—Aún no formo parte de ellos, por eso quiero tu ayuda —le recordó—. De verdad necesito entrar en su ejército.

—¿Pero por qué? —preguntó Ledo y parecía que de verdad le hacía falta esa respuesta para continuar, sin embargo, Winter no planeaba decir nada más.

—Ya te respondí lo único en lo que que puedes ayudarme —dictaminó con firmeza—. No te diré nada más hasta que hagas un trago conmigo.

Tras esas palabras, o quizá por la dureza que Winter empleó al pronunciarlas, Ledo pareció recomponerse. Se detuvo, respiró hondo, (cosa que le pareció bastante curiosa a Winter), y esbozó una sonrisa descompuesta.

—Bien —dijo—, éste es el trato. Tú vas a servir como distracción para que pueda salir de este maldito mercado y, si lo logras, yo te llevaré con alguien que puede conocer a los Monte Ruiz. ¿Aceptas?

Para Winter no pasó desapercibida aquella posibilidad, de hecho, prestó especial atención a el «puede» en las palabras de Ledo. No estaba garantizándole nada, no le había dicho de forma directa que la llevaría con los Monte Ruiz, ni estaba tratando de engañarla. Le había dicho las cosas de forma clara y Winter tenía que decidir si arriesgarse o no.

—Sí. Tenemos un trato —decidió sin pensarlo mucho. En realidad no era una situación que tuviera que meditar a fondo, era bastante sencillo, una posibilidad de 50-50 en la que no perdía nada.

—Perfecto. —Ledo avanzó, encabezando la marcha, pero de pronto se detuvo y se giró a Winter—. Ah, por cierto, casi lo olvidaba, podrás escuchar que algunos me llaman de otra forma. Solo no te asustes, ¿de acuerdo?

—¿Cómo te llaman y por qué me asustaría?

—Me conocen como Vëgda, es un neologismo de las lenguas celtas antiguas, cuyo significado es...

—El que trae la muerte —completó Winter. Su madre, antes de morir, había tratado de enseñarle un poco de las lenguas que se hablaban en cada uno de los reinos. Las celtas eran usualmente habladas entre los druidas, en algunas partes de Macrew, y Winter recordaba haber estudiado un poco de ellas.

—Sí, exacto —concedió Ledo.

La muchacha trató de descifrar, observándolo bajo el cielo estrellado de aquel peculiar lugar, si el apodo le molestaba o había sido él quién se lo había puesto, pero el rostro de Ledo, en ese instante, se mostró tan imperturbable como los muros de una fortaleza. El vampiro se dio la vuelta nuevamente, dándole la espalda, y enfiló rumbo a la salida del mercado oscuro.

|⚜️|

—Esto es algo que pocos saben, pero hay tres entradas y salidas de este mercado —dijo Ledo mientras paseaban, tratando de pasar desapercibidos, entre los clientes del mercado.

Ambos jóvenes tenían la capucha puesta sobre sus cabezas, pero esto no llamaba la atención ya que muchos visitantes estaban igual que ellos, tratando de cubrirse el rostro de las inclementes ráfagas de viento. La tarde ya había caído sobre el mercado y unas espesas nubes grisáceas formaban un lóbrego paisaje que contrastaba enormemente con la actividad del mercado, que, a esas horas, parecía estar en su apogeo.

—Aguarda, ¿dijiste tres? —Winter no tenía gran conocimiento del mercado de pulgas, pero estaba casi segura de que eran sólo dos los lugares por donde se podía ingresar.

Ledo suspiro, se detuvo, y tomó a Winter por los brazos, obligándola a detenerse también.

—De acuerdo, no tenemos tiempo así que no te voy a poder explicar las cosas con sumo detalle y tienes que prestar mucha atención, ¿entiendes? —Winter asintió. Ledo la soltó y continuó avanzando con Winter esforzándose por seguirlo de cerca—. Tenemos las dos salidas convencionales, como bien sabes, una nos lleva hasta Leprelf, la ciudad de los elfos, duendes y demás, y la otra a la Ciudad de Cumbria propiamente dicha.

Eso Winter sí lo sabía. De hecho, había entrado por la última entrada mencionada y se había dado cuenta de lo resguardada que estaba, ya que, por supuesto, nadie quería que su preciosa Ciudad de Cumbria se infestara de ladrones y estafadores.

—¿Y la otra entrada?

—La otra entrada es secreta porque solo se puede pasar por ella a través del mercado oscuro e igual lleva a Leprelf. Es una entrada que no está vigilada y de la cual los soldados no tienen conocimiento, pero no podemos ir por ahí.

Winter se confundió al escuchar eso. Si había una salida que no estaba vigilada, ¿por qué Ledo no la usaba?

—¿Y por qué no? —preguntó mientras cambiaban su rumbo para esquivar a unos soldados que estaban revisando detrás de unos puestos y deteniendo a unas personas para interrogarlas.

—Por dos razones: una, lo más lógico sería que escape hacia Leprelf porque es una ciudad mucho menos vigilada que la ciudad de Cumbria.

—¿Y dos?

—Porque necesito ir a mi apartamento, que se encuentra en la Ciudad de Cumbria, para recoger algunas cosas.

—¿Qué? ¿La princesa no puede viajar sin comodidades? —se burló Winter.

—Sí, me gustan las comodidades —admitió sin pena alguna—, pero no confundas eso con estupidez. De ser necesario, abandonaría todo lo que tengo con tal de que no me capturen, pero ¿qué tan lejos crees que llegaremos sin dinero ni recursos?

Winter admitió que Ledo tenía razón y no tuvo nada que decir ante sus palabras. Se quedó en silencio, observando todo a su alrededor con curiosidad y cierto nerviosismo. Estaban avanzando hacia la salida que los dejaría en la ciudad de Cumbria y, a medida que se acercaban, Winter pudo ver a los soldados que vigilaban el flujo constante de personas que entraban y salían.

En realidad no era una entrada como tal lo que vigilaban, ya que el mercado de pulgas se hallaba entre dos hileras de casas, y a cada extremo había varios guardias registrando a los visitantes. En un extremo, se encontraba el puente de las ensoñaciones que, tal y como había dicho Ledo, llevaba hasta Leprelf. Y el otro extremo, hacia el que se dirigían, te llevaba hasta los límites de la Ciudad de Cumbria, separada de Leprelf por un río de aguas turbulentas hechizado para que nadie pudiera cruzarlo.

De repente Winter notó que se había quedado ligeramente atrás sin darse cuenta y, tras ubicar a Ledo entre cientos de cabezas encapuchadas, avanzó a paso rápido para igualar su ritmo.

—¿Y, esa persona que mencionaste, donde vive? ¿Cómo nos encontraremos con ella? —inquirió con curiosidad—. ¿Queda muy lejos?

Ledo negó con la cabeza y movió su dedo índice de un lado a otro, en señal de negación.

—Guarda las preguntas para luego —sugirió mientras se quitaba la capa y la dejaba caer detrás de él, cosa que Winter consideró muy astuta porque el color de su capa lo hacía sobresalir mucho—. Tú me ayudas, yo te ayudo. Ese es el trato, y tu momento de actuar llegó.

Ledo señaló con la cabeza, de forma muy sutil, a los soldados que resguardaban la entrada y chequeaban a los visitantes, en busca de armas o cosas ilícitas. Winter le siguió la mirada y observó con detenimiento a los 4 soldados en esa estrecha entrada; todos estaban armados y parecían estar alerta.

—Bien —Winter se tronó los dedos para desentumirlos y, muy a su pesar, se quitó la capa para ponérsela sobre los hombros a Ledo porque que fuera por la vida sin abrigo lo delataría como vampiro y sería más fácil de ubicar—, hora del espectáculo. 

Winter avanzó corriendo hacia donde estaban dos de ellos. Trató de plasmar en su rostro todo el terror posible y comenzó a temblar, ayudada por el frío, de forma magistral.

—Tienen que ayudarme —pidió, tomando a uno de los guardias por el cuello de su capa. Ambos soldados se miraron desconfiados y Winter temió haberse excedido, pero continuó con su actuación, tratando de transmitir su intranquilidad—. ¡Ayúdenme!

—¿Qué pasó? —preguntó el soldado mientras la obligaba a separarse de él.

Winter tragó con dificultad y fingió que incluso le costaba respirar.

—¡Ay, no, fue horrible! Siento que me voy a desmayar.

—Siéntate —dijo el otro soldado mientras la guiaba hasta un banco pegado a la pared—, te ves muy pálida.

—Eso es cierto —concedió el tercer soldado cuando se acercó a ellos para ver qué pasaba—. ¿Por qué hay tanto alboroto aquí? ¿Viste algo?

—S... sí.

—Cuéntanos, aquí ya estás a salvo —aseguró uno de los soldados. Winter observó cómo Ledo iba acercándose con velocidad a la salida, echando fugaces vistazos a los soldados que tenían la atención fija en Winter. Solo tenía que entretenerlos un poco más y llamar la atención del cuarto soldado, y ya habría cumplido su parte del trato.

—Vi a... —No se le ocurría que decir, y estaba buscando algo con que improvisar, hasta que un soldado la interrumpió.

—Viste a un vampiro, ¿no es así?

Winter quedó petrificada. ¿Estaría hablando de Ledo? Él no había querido decirle porqué lo buscaban y Winter sospechaba que no era por su negocio de contrabando.

—Sí.

—¿Ese vampiro te hizo daño?

—A mi no, pero creo que atacó a alguien más. Escuché muchos gritos y quise acercarme para ver si todo estaba en orden, pero... los gritos continuaban y había una persona en el suelo... y me asusté tanto que decidí salir corriendo.

—Entiendo, ¿dónde viste eso? —Winter levantó la vista, manteniendo su expresión perturbada.

—Allá —señaló el otro extremo del mercado—, cerca de un puesto de libros de segunda mano, a unos cuantos metros del puente de las ensoñaciones.

—Seguro que planea escapar por ahí —dedujo uno de los soldados.

—Sí, debemos detenerlo antes de que lo haga. Todos sabemos que la seguridad en Leprelf es bastante mala.

Los tres soldados se enderezaron y tras agradecerle a Winter, echaron a correr en la dirección en la que la muchacha había señalado. Ledo, por su parte, se acercaba cada vez más a la salida, pero aún estaba el cuarto soldado, registrando a las personas y pidiéndoles que se quitaran la capucha, quizá buscando al vampiro. Si Ledo se detenía y daba media vuelta, la gente comenzaría a sospechar de él, así que Winter tenía que pensar en algo rápido que lograra distraer a el último soldado antes de que fuera demasiado tarde.

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