Mantén la calma
A James no se le había olvidado que debía ver cómo se encontraba su hermano. La última vez que lo vio, su cara estaba hinchada y gritaba que no podía ver.
Se obligó a sí mismo a concentrarse en sus prioridades, de momento, su hermano era la única familia que tenía cerca, debía cuidar de él; además, se intentó convencer de que el bullicio de personas que había escuchado, bien podían ser los elfos haciendo algún tipo de trabajo forzoso, o algo así.
Aunque eso sería extremadamente raro, ya que los elfos podían levantar cualquier cosa con magia, si quisiesen. No, eso no era normal, él necesitaba ver qué pasaba, ¿Qué tal si Bella estaba invadiendo Dryadalis y él estaba dudando entre averiguarlo o no? Pero también estaba Elliot... ¿por qué había desaparecido tan rápido? Quizás tenía algo que ver con el bullicio que él escuchó.
Hizo como si caminara normalmente a la enfermería a ver a su hermano, con una maceta en mano y su expresión facial indiferente de siempre; la única diferencia era, que ni sabía dónde quedaba la enfermería, ni tampoco iba realmente a ver a su hermano, y, aunque si sintió algo de culpa, recordó que si hubiera sido Aaron el que estuviera en su lugar, no lo habría pensado dos veces.
Cuando llegó al lugar donde se suponía que debían estar todas esas personas, se encontró con que había un grupo no muy grande de cazadores y campesinos que había venido a Dryadalis. Pero no vinieron a informar, tampoco eran mercaderes, estos cazadores y campesinos se estaban refugiando en la ciudad de los elfos.
Aquel acto le sorprendió a James en gran manera, porque nunca se imaginó que los elfos tuvieran un corazón tan bondadoso y hospitalario; de igual forma, la apariencia de los recién llegados no era buena. Algunos tenían la ropa desecha, con cortes en las mangas o en los pantalones, como si hubieran corrido con desesperación; otros, tenían marcas de batalla, algunos con heridas en forma de garras, otros con cortes profundos y quemaduras. Los elfos estaban ayudándolos a curarse. Otros en cambio, estaban descargando algunas provisiones que habían logrado traer, que, a decir verdad, no era gran cosa.
A pesar de saber lo que hacían allí esas personas, James necesitaba sacarse la duda de encima. Se acercó lentamente hasta una chica que estaba sentada de espaldas sobre una piedra, y le habló:
—¿Qué hacen ustedes aquí? —James no creyó que su pregunta fuera brusca, después de todo, él solo quería saber, y tampoco es como si se le diera muy bien el conversar con las personas.
La joven se dio la vuelta mirando a James con una expresión de pocos amigos. Tenía una mirada amenazante, sus profundos ojos marrones observaban a James de forma inquisidora; tenía una larga melena castaña que caía por el frente en una trenza, estaba vestida como normalmente lo hacían los campesinos de Lógverting, un vestido de tela color beige, botas, guantes y un corsé de cuero marrón. Hasta ahí, era una simple campesina común y corriente, como las había visto James cada vez que iban con Aaron a hacer la ronda de todos los días.
Pero en ella había algo más, esa expresión seria y suspicaz ya la había visto en algún lado, solamente que no recordaba en dónde; bueno, eso, y, que, además, llevaba un enorme arco y un carcaj en la espalda. No es que James no haya visto a mujeres armadas, simplemente era que en Lógverting, las mujeres campesinas tenían otras labores que no les daban el tiempo de inmiscuirse en la batalla.
James supuso que eso tenía que cambiar, ya que, con la situación que afrontaban, ahora todos debían aprender a defenderse por sí mismos, incluso las mujeres y los niños.
—¿Disculpa? —dijo indignada la joven, luego observó a James de pies a cabeza y su expresión de disgusto aumentó— oh, ya veo —murmuró— ¿crees que eres el único que merece ser salvado? —añadió mirando a James con una expresión desafiante.
—Yo no... —comenzó a decir James calmadamente, quizás su forma de haber formulado su pregunta fue lo que la había ofendido, pero ella lo interrumpió.
—Me pregunto, ¿qué méritos has hecho tú para que los elfos te salven, en vez de salvar a otros aldeanos? ¿Es porque eres un príncipe? ¿Enserio? ¿Qué pueblo habrías podido gobernar si ni siquiera pudiste quedarte a dar la cara cuando surgió un problema? —Todas sus preguntas fueron formuladas con demasiado coraje, y cada una de sus palabras hirió a James como si fueran dagas atravesándole el corazón.
—¿CÓMO TE ATREVES A HABLARME ASÍ? —reaccionó él enfurecido— ¿Estás loca? No tienes ni idea de lo que acabas de decir, y será mejor que te retractes porque te juro que si no lo haces te voy a...
—¡Camil! —lo interrumpió un muchacho que venía corriendo junto a ellos.
Así que ese era el nombre de la impertinente muchacha que James acaba de conocer, su nombre era igual de irritante que su persona, o al menos eso pensó él.
—¿Qué quieres Ren? —respondió ella con fastidio.
—Ve y ayuda allá atrás con los enfermos, te necesitan —dijo el tal Ren con un tono en su voz, ¿quizás era de furia? James no lo descubrió, pero si vio que Camil corrió a ayudar en cuanto se lo dijo—. Discúlpala, por favor —suplicó mirando a James con ojos cansados.
—Ni siquiera la conozco, nunca antes la había visto, ¡y ella se pone a atacarme! —reaccionó James con fastidio— ¿quién se cree para hablarme así?
— Lo sé —dijo Ren en un suspiro, por su apariencia también era un campesino, pero su ropa estaba hecha un desastre, como si hubiera tenido una reñida batalla con alguien— mi hermana es muy temperamental, tiende a enojarse con facilidad.
—Pero yo... no le hice... ¡nada! —dijo nuevamente James incrementando su fastidio.
—Por favor... —suplicó el chico— discúlpala, es solo que nuestro padre murió protegiendo a tu madre...
—¿Y crees que yo tengo la culpa de eso? —reaccionó James, esta vez con furia— ¡Mis padres también murieron! ¡Perdí a mi hermana! ¡Perdí todo lo que una vez creí haber tenido! —Para ese momento, había perdido el control— Ustedes no son nadie para juzgar a otros, todos aquí hemos perdido lo que más amábamos en la vida, todos aquí hemos sufrido, ¿Creen que por ser los hijos del rey no podemos sufrir? ¿Se han puesto a pensar en cómo nos sentimos también? Ustedes no tienen ni idea —espetó.
—James —dijo Elliot, venía a su encuentro—, ¿qué está pasando?
—Pregúntaselo a tus protegidos —dijo y se marchó, apartando camino con el hombro.
Caminaba a pasos fuertes, estaba lleno de furia, se sentía impotente, quería gritar y matar a todos en ese momento, pero luego entró en razón. Esos sentimientos eran los que habían causado el caos en el que estaban viviendo, él no podía darle gusto a Bella, si seguía así caería en su juego y eso no sería bueno para nadie.
Se dispuso entonces a ir junto a su hermano en la enfermería; Aaron, a pesar de ser insoportable y arrogante, era su hermano, y él lo amaba como nadie tenía idea. Se obligó a calmarse y relajar su expresión, no quería que Aaron lo viera de esa forma, nunca dejaba que lo vieran expresando sus sentimientos, y esa no sería la excepción, después de todo, ya había cruzado la línea de insensatez hace unos momentos, y tampoco tenía ganas de hablar de ello.
Preguntó a un elfo donde quedaba la enfermería, y después de que éste se lo indicara, se dirigió a ver a su hermano. La enfermería no era algo único o especial, de hecho, era como un enorme y largo cobertizo, solo que tenía unas cuantas camas, y cada una estaba dividida por cortinas.
James vislumbró a Tolhet, que estaba sentado en el borde de una cama aplicando un ungüento al rostro de uno de los pacientes. Pudo observar unos cuantos mechones de cabello dorado que resaltaban sobre la almohada, ese paciente era su hermano.
James se acercó a grandes pasos para observarlo, estaba inconsciente, o quizás, solo estaba dormido, lo que sí, es que estaba acostado en esa cama con bastante tranquilidad, lo cual le hizo ver que no estaba bien, porque no era normal que su hermano se quede quieto por tanto tiempo.
—¿Cómo está? —le preguntó a Tolhet cuando él terminó de colocarle el ungüento.
—Inconsciente —respondió él dejando el cuenco en una mesita a lado de la cama— ¿Sabes? Espero no te enojes, pero esa palabra va muy bien con tu hermano, fue muy inconsciente lo que hizo.
—Créeme que, en estos momentos, eso es lo que menos me molesta —respondió ceñudo— ¿Se va a reponer? —preguntó después de unos minutos, ya que, el aspecto de su hermano no era nada bonito.
El Icorius le había quemado todo el rostro, y aún se le veía la cara hinchada como si hubiera engordado 30 kilos solo en la cabeza, con dificultad se podía ver donde estaban sus ojos. Ver así a su hermano lo hizo estremecer, por un momento le vino la idea de que su hermano no aguantaría algo así y se quedaría solo.
—Tranquilo —respondió Tolhet como si le leyera los pensamientos— la cara bonita de tu hermano volverá, —bromeó.
—Sí... eso espero —dijo James con una voz lejana.
—Veo que has logrado revivir a tu planta —dijo Tolhet nuevamente, viendo la maceta que James llevaba en la mano.
—Sí, lo hice —respondió James de forma indiferente. Volvió a mirar a su hermano y luego se dirigió a Tolhet—. Iré a casa, si sucede algo con él... —señaló a su hermano sin mirarlo— avísame.
Y con eso se dio la vuelta y caminó hasta la salida, tenía un montón de cosas que procesar, tenía que descansar, debía calmar sus emociones y dejar de estar tan frustrado. El punto era, que no sabía cómo.
Cuando llego a su casa cerró la puerta con fuerza, y aunque intentó calmarse, no pudo. Los ejercicios de respiración que su madre le había enseñado para calmarse, ahora parecían no hacer ningún efecto, y pensar en su madre solamente lo atormentaba más.
Era el primer momento en el que estaba solo desde que ocurrió toda aquella tragedia en Lógverting, y era la primera vez que tenía la oportunidad de desahogarse sin que nadie lo molestara. Volvió a pensar en su madre, las veces que ella le había abrazado cuando él se sentía nervioso, las noches que ella había entrado en su habitación para leerle un cuento cuando era niño, todo el cariño, las risas, los momentos que habían vivido juntos ahora no eran más que recuerdos de un difunto.
Las lágrimas comenzaron a brotar, su respiración empezó a agitarse cada vez más, sentía que algo, lo que fuese, estaba oprimiendo su corazón quitándole todo el aliento de vida, pero no, seguía vivo, y ese sentimiento horrible que lo atormentaba era solamente la tristeza de haber perdido a su madre. Era irónico, porque a quién más necesitaba en esos momentos, era a ella. Necesitaba abrazarla, decirle lo que sentía y quizás, llorar en sus brazos, pero, ¿cómo? Sí la razón por la que se sentía de esa forma era a causa de haberla perdido.
Luego pensó también en su padre, quien le había enseñado los valores y el carácter que tenía, las veces que habían entrenado juntos en la sala de armas y los días de sol cuando montaban a caballo recorriendo las tierras del reino; todo eso se había ido, sus padres ya no estaban, había quedado huérfano de un día para otro, y fue ahí cuando supo, lo que significaba ser realmente miserable.
Y, a pesar de que sabía que su hermana estaba viva, ya no la tenía consigo. Su hermana estaba lejos, en otras tierras, en otro mundo, lejos de él y de Aaron, quizás totalmente sola, quizás con miedo, con hambre, con sed, quizás... quizás ni siquiera había sobrevivido.
Pensar en todo eso lo llenó de furia, lo llenó de ira y rencor, pero no contra su familia, ni siquiera contra los aldeanos, James sentía odio hacia Bella, y juró que vengaría todo el sufrimiento que les había causado, juró que, sin importar cuanto tiempo le lleve, acabaría con esa diosa para siempre, y restablecería la paz que una vez se vivió en Lógverting.
Esa ira y esa tristeza que sentía explotó, James explotó. Allí, en la soledad de su casa, comenzó a gritar, a llorar desconsoladamente; todo en ese lugar le recordaba lo que había perdido, todo en ese lugar le hacía saber que ahora dependía de los elfos, que ya no tenía a nadie, y, que, el destino de todos dependía de él. Quería olvidarlo, quería alejarse de ese presente que estaba viviendo, y, sin embargo, no podía.
Así que comenzó a destruir todo, fue a la cocina y tiró al suelo todos los vasos, los platos y los jarrones hechos de barro. También la comida que tenía en los almacenes los desperdigó por toda la cocina.
Cuando ya no tenía fuerzas, cuando se sentía totalmente exhausto y la cabeza amenazaba con partírsele en dos, se desplomó en el suelo, viendo sentado todo el desorden que había hecho, y allí cayó en la cuenta, hacía muchísimo tiempo que no caía en un ataque de nervios, había logrado hace mucho controlar sus emociones, pero hoy... hoy volvió a caer.
—¿Qué hice? —susurró casi sin fuerzas, viendo todo lo que su ataque de ira había causado— Por los dioses... ¿Qué hice?
Y luego de eso, cayó desmayado.
---------------------------------------------------------------------------------------------------
Espero que les guste este nuevo capítulo.
Se vienen muchas sorpresas aún.
Si quieren saber más sobre las historias o sobre mí, pueden seguirme en mi Instagram, @abigailgb20.
Los espero. ❤
Y, gracias por leerme.💖💕
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top