Desconfiables alianzas


Nuevamente los días pasaban, Bella cumplió su palabra y dejó que James viviera en el castillo. Volvía a estar en su antigua habitación, las mismas camas, los mismos muebles y la misma decoración, solo que esta vez ya no se sentía en su hogar, aquel ya no era su lugar.

Durante todo ese tiempo que había estado cautivo, solo una cosa lo ayudó a mantenerse mayormente cuerdo: la imagen de Elin entregándose a él. Oh, cuanto añoraba poder tenerla entre sus brazos, disfrutar su delicado aroma a hierbas frescas del bosque, sentir esa fría y suave piel con sus manos. Añoraba tanto estar con ella, sentarse a su lado y observar de nuevo aquella cascada, compartir el tiempo juntos, ver el brillo de sus ojos, y decirle algo que nunca le había dicho: cuanto la amaba.

Pero a pesar de todo el cariño que sentía, no podía olvidar aquella traición, no podía olvidar que Elin no era precisamente el verdadero nombre de su amada, no, ella era Elinae, diosa de la sabiduría. Cada vez que intentaba recordar los bellos momentos, la imagen de una mentira se aferraba a sus recuerdos.

—¿Por qué Elin? ¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó en voz alta acercándose a la ventana, mirando a lo lejos el bosque, sabiendo que, en alguna parte de él, su hermano y su amada se encontraban protegidos.

James se quedó mirando por la ventana un largo rato, tanto así que ya había anochecido. En la oscuridad de la noche, logró vislumbrar antorchas moviéndose en el patio del castillo, y dos batallones avanzando a paso firme y bien formados, con espadas y lanzas listas.

"La Guerra", se imaginó él. Le causaba gran desconfianza todo lo que estaba pasando, por un lado, Bella se portó gentil, y por otro no supo más de ella; aquel movimiento del ejército enemigo le preocupaba, ¿y si ya habían descubierto la entrada a Dryadalis? ¿Y si su plan era invadir la ciudad élfica por la noche, cuando nadie pueda imaginárselo?

No, James no podía permitirlo, debía hacer algo para alertarlos, pero... ¿qué? Desde aquel día en que Bella se llevó a Imhotep, James no volvió a saber nada de él, y quizás, en esos momentos él era quien más podía ayudarlo. Necesitaba volver a encontrarlo, necesitaba que alguien lo ayudase a contactar a Aaron y a Elin.

Oh, ¡cuán revueltas estaban sus ideas! Ojalá hubiese sido cierto que la soledad ayuda a organizar el pensamiento, pero en su caso, la soledad solo le había servido para crear más ideas y confundirlo más. Entonces, tres golpes en la puerta lo sacaron por completo de aquellos pensamientos.

—¿Mi señor...? —dijo una doncella entrando en su alcoba, era la misma que le había limpiado el rostro cuando lo sacaron del calabozo.

Por estar metido de lleno en sus pensamientos, James no había prendido ni siquiera una de las velas para que la luz de las flamas iluminara aquel oscuro sitio.

Ella pareció no percibir nada extraño, se acercó a uno de los candelabros y con rapidez encendió las velas, luego dejó una charola con comida y bebida en una mesa cerca de su cama, parecía intentar por todos los medios que James no le viera el rostro, pues se lo cubría constantemente con su largo cabello negro.

—¿Qué tienes? —preguntó él. Ante la pregunta ella se estremeció.

—Nada mi señor —respondió cabizbaja y no muy fuerte.

—Mírame —exigió James.

Ella dudo, tardó unos segundos en hacerlo, le temblaba la mano mientras terminaba de dejar las cosas en la mesa, pero luego se dio la vuelta y lo que James vio, hizo que sintiera rabia y a la vez pena.

La joven muchacha, tenía un golpe horrible en el lado derecho del rostro, el pómulo estaba hinchado y con un color azul oscuro aterrador. Ella tenía los ojos rojos y aguados, como si hubiera estado llorando.

—¿Quién te lo ha hecho? —preguntó James, acercándose a ella y quitándole el cabello del rostro para ver mejor.

—No... no tiene sentido que se lo diga mi señor, fue un accidente.

—No existen accidentes con forma de un puño varonil —contestó él—, te exijo que me digas quién fue el desgraciado que osó a lastimarte de esta forma.

—¿Y qué podría hacer? ¿Encerrado en esta alcoba? No, señor mío, por favor, le ruego que no intervenga —ella estaba decidida a no decirle nada a James, o eso parecía, hasta que las lágrimas saltaron de sus ojos y la emoción pudo más—. ¡Fue Oth'dor! —exclamó en sollozos— Él abuso de mí, y me golpeó luego para que no dijera nada.

James no se esperaba eso, ¿aquel hombre lobo, oficial del ejército de Bella? No cabía duda que era un bestia en todos los sentidos. ¡Cuánta repulsión sentía al pensar en lo que aquel monstruo asqueroso le había hecho a esa joven! La muchacha, que ahora ya no era doncella, estaba arrodillada en el suelo llorando y tapándose la cara de vergüenza.

Él no supo que hacer, más que abrazarla.

—Dispénseme —dijo ella alejándose de él—, no debí hablar de esto, Oth'dor me matará si sabe que se lo dije a alguien —. Y con eso salió de la habitación rápidamente, sin darle a James la oportunidad de hablar.

El príncipe se quedó sentado en la cama de su alcoba cenando, mirando a la luna que iluminaba la noche, y pensando en todo lo que había ocurrido hace un momento, y fue entonces que una idea llegó a su mente: ella, esa muchacha desgraciada es quien lo ayudaría a contactar a su hermano.

Sí, después de todo lo que le había pasado, ella debía odiar tanto a Bella como a todo lo que fuera suyo, que estaría dispuesta a darle información de lo que estaban planeando, y a su vez, el podía confiar en ella para llevar el mensaje. Pero aún no la conocía bien, debía tratarla más.

Así fue como pasó sus días encerrado en aquel castillo, afinando aquella unión de amistad que ansiaba tener con la joven. A medida que los días pasaron, James logró conversar más con ella, logró conocerla realmente y descubrir que era tierna y servicial, tenía un corazón muy bello y una belleza inigualable, se atrevía a decir, que ni siquiera la misma Elin podría llegar a ser tan bella, pero había algo en sus ojos, algo en ese raro color negro intenso que le hacía familiar a alguien que ya había visto, el punto era que, no recordaba a quien.

Dalia, así se llamaba aquella joven con la que pasaba horas de sus días hablando en la habitación. Con ella, no se había dado cuenta de lo rápido que pasaron los días en su nuevo encierro, pero hablando un día, Dalia le comentó que ya hacía un mes de que la Diosa lo había trasladado al palacio.

—¿Con qué objetivo? —le preguntó él, un día.

—Nadie lo sabe, pero ha dado instrucciones claras de que eres intocable, por ahora —respondió ella.

—Está loca —exclamó.

—Creo que oí una vez cuando dijo que tú sabías la entrada al reino de los elfos —dijo incrédula.

—Si lo supiera no se lo diría jamás, esperará sentada hasta que me muera.

—¿Y lo sabes? —preguntó ella jugando con los dedos de sus manos y mirando sus pies.

Dalia era su amiga, no tenía sentido mentirle, pero la verdad era absoluta.

—Sé donde queda el reino de los elfos, pero no sé como llegar a él —respondió, con un dejo de tristeza pensando en aquel lugar donde había dejado a su nueva familia.

Extrañaba mucho Dryadalis. El enorme castillo, el largo río que cruzaba por la aldea, la tienda donde compraban alimentos, a los niños elfos jugando en la naturaleza, a su hermano, sus amigos y su hermosa Elin. Todo lo había abandonado cuando se entregó a Bella, y cada noche antes de dormir se preguntaba si, ¿qué hubiera pasado si no se entregaba? Tal vez quien estaría en su situación ahora sería Aaron, y tal vez, ya ni siquiera hubiese estado vivo.

—¿Quieres volver? —pregunto ella.

¡Qué pregunta! —pensó él— Más que nada en el mundo —respondió.

Ella quedó en silencio unos minutos, como si estuviera pensando qué decir.

—Si te ayudo a volver... ¿me llevarías contigo?

Aquello era algo que no lo había pensado, era lógico que, si ella lo ayudaba a escapar, él estaría en deuda con ella. Pero por alguna extraña razón, James no terminaba de confiar en su propuesta, había algo en ella que no lo terminaba de convencer, ¿serían acaso sus intensos ojos negros? Sabía que los había visto antes, pero ¿dónde?

De igual modo, si Dalia lo ayudaba a escapar, su honor lo obligaba a saldar esa deuda, ¿y que era lo único que ella pedía a cambio? Libertad, una libertad que él podía brindarle.

—Sí, lo juro por mi honor —, contestó segundos después.

En eso, la puerta de la habitación se abrió de par en par, y una figura altanera y oscura apareció en el umbral.

—Vaya, vaya, vaya —habló la voz de Bella—. ¿Te diviertes con mi criada, James? —sonrío sin muchas ganas—. Salte —ordenó, y la joven obedeció de inmediato.

La forma en como Bella observaba a James, anunciaba una larga y dolorosa interrogación.

***

La situación de Logan en Dryadalis era mucho mejor que la de James. El haber fingido su arrepentimiento le estaba brindando oportunidades que en Lógverting solo podía soñar.

Por toda la aldea se había corrido la voz de que él salvó la vida del príncipe Aaron, y que tanto el príncipe como la reina creían en su inocencia. Cuando caminaba por el mercado, los elfos y aldeanos que se refugiaron en la aldea, volteaban el rostro para observarlo, la mayoría levantaba la mano para saludarlo y otros se acercaban a hablarle.

En aquel mes que había estado allí, se adaptó a las costumbres, a la gente y a la calidez de un hogar, cosas que solo había tenido cuando era humano, pero que después de tanto tiempo, solo quedaban recuerdos fugaces en su memoria.

Logan comenzó a acostumbrarse, comenzó a entender cuál era la realidad, y que la verdadera batalla era una lucha por mantener y preservar la paz y la belleza de un hogar. Entendió que Bella, aún con todo su poder, jamás podría darles a sus súbditos la verdadera felicidad que allí disfrutaba.

Un día, caminando a la orilla del río, observando su reflejo en el agua pensó:

¿Y si no tengo que cumplir con el encargo que mi ama me dio? ¿Qué pasaría si desertara realmente de este trabajo tan espeluznante? —las preguntas bombardeaban su mente— ¿Estoy realmente preparado para ser el culpable de exterminar a toda una raza?

Estaba completamente seguro de que, si Aaron escuchaba su versión, y si sabía cómo se habían dado las cosas, lo perdonaría de todo lo que intentaba hacer. Después de todo, aún no había traicionado a los elfos, ni mucho menos a Aaron.

Decidido a hablar con el príncipe, puso rumbo a sus pasos y avanzó hasta la casa de Aaron, pero no lo encontró. Los niños le dijeron que el príncipe estaba en el castillo, hablando con la reina de un asunto importante, pero para Logan, lo que él debía decir también lo era, así que salió con rapidez al buscar al príncipe.

Estaba completamente decidido a decirle a Aaron todo lo que estaba ocurriendo, quería salvar su vida y disfrutar de la belleza de la vida, pero también ansiaba salvar las vidas de aquellos que creyeron en él y le permitieron cambiar.

Rumbo al castillo, su mente falló. Vio como Aaron salía del castillo acompañado de Az y Tolhet, reían con ánimos, tal vez por un chiste que haya dicho alguno de ellos, pero a Logan, el cuerpo no le respondía. Se había paralizado en medio del camino, una voz aguda, fría y clara sonó en su mente.

Si no quieres morir, recuerda quién es tu creador —decía la voz—. No olvides que en la misma forma que te he creado, lobo inútil, también puedo destruirte.

De modo que Logan cayó al suelo temblando, sus ojos quedaron completamente blancos y una fina línea de sangre caía por la comisura de sus labios.

—¡Logan! ¡Logan! —Aaron y los dos elfos corrieron a su encuentro— ¿Qué tienes amigo?

Regresa al campamento, y dame la ubicación exacta de la entrada, o haré que tu cuerpo se consuma en llamas infernales allí mismo —, sentenció Bella.

—Ella... ella está... —trataba de hablar Logan, pero la voz se le dificultaba— la reina está llamándome, quiere que vuelva o va a asesinarme —, explicó sentándose en el camino y abrazando sus piernas.

Rápidamente ellos lo llevaron al palacio para hablar con la reina. Nadie que hubiera estado en Dryadalis se iba sin olvidar antes el acceso a su reino.

—¿Y ella sabe que estás en mi reino, lobo? —preguntó Elin.

—No —, contestó él—. Bella cree que he desertado y que escapé a las montañas —mintió.

—Entonces, si es lo que deseas puedes marcharte —anunció ella.

—No lo deseo majestad, pero temo que la diosa no me da otra opción —, admitió cabizbajo.

Entonces Aaron propuso algo que a la reina Elin le interesaba.

—Logan puede sernos de utilidad, mi señora —dijo el príncipe—. Él puede averiguar si mi hermano James sigue con vida, y ayudarlo a escapar.

—El príncipe sigue vivo —, confesó el hombre lobo— a Bella no le sirve muerto.

—¿Puedes rescatarlo? —preguntó Elin, casi implorando una respuesta positiva.

—Lo intentaré —, contestó con algo de incomodidad que nadie notó—. Daré mi vida por él, si fuese necesario.

Al oírlo, Aaron lo abrazó. Aquella calidez humana, el sentimiento de amistad y el cariño fraternal hicieron que su corazón se fragmentara, lastimándole profundamente aquella situación.

Parte del plan de Bella, era que Logan volviera a Lógverting prometiendo salvar a James, y de esa forma infiltrara en la ciudadela a la Diosa de la muerte. Logan no quería hacerlo, pero ya era tarde para arrepentimientos, porque ¿Cómo iba él a luchar contra el poder de Bella?

Simplemente no podía, pero estaba claro en algo, y en eso no había mentido: era capaz de dar su vida, con tal de llevar a James de vuelta a Dryadalis.

Luego de trazar un plan bien elaborado, y definir exactamente cuáles eran las rutas más seguras y cuáles las más rápidas, Logan se marchó de Dryadalis.

Y ni Aaron ni James sabían que su reencuentro traería consecuencias trágicas para todos los demás.


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