~ 25 ~
- Ya veo. Así que, ese tal Amuro no ha revelado ninguna información nueva que pueda servirnos sobre la organización... - comentó Shinichi mientras cambiaba de posición, y se apoyaba en el marco de la ventana.
El chico se encontraba en su habitación, una sencilla estancia de albergue. Una bolsa de viaje a medio cerrar se hallaba sobre la cama, y dispersas sobre las mantas sólo quedaban por guardar algunas pequeñas cosas de última hora, como un peine y el cepillo de dientes. A través del móvil le llegó la respuesta de Irene.
- No mucho... - la niña hablaba en voz baja, lo que indicaba que no quería ser oída.
Irene se encontraba en ese momento con los Jóvenes Detectives. Los 5 se dirigían hacia el colegio, y aprovechando que los más pequeños entretenían a Amuro con sus juegos y comentarios, la detective encogida ponía a su amigo al corriente de las recientes novedades.
- Según él, la organización tiene hombres en prácticamente todo el planeta, desde Japón a Estados Unidos, inclusive Europa. Y muchos de sus miembros son altos cargos políticos, o de gran influencia en la sociedad, que se mueven en las sombras...
- Eso es una red muy extendida. Necesitaríamos años para dar con cada uno de ellos y sacarlos a la luz... - Shinichi llevó una mano a su mentón mientras reflexionaba. Si gente tan importante estaba mezclada con esa organización, es que sus actividades delictivas iban más lejos de atracar bancos o tráfico de armas. Puede que incluso buscasen el control de los gobiernos - ¿Qué hay de su jefe? ¿Podría desarmarse la organización desde dentro eliminando a su líder?
- Lo pensé, aunque Amuro afirma que desconoce quién es en realidad, ni cómo se puede llegar a él... Al parecer, sólo un pequeño círculo selecto tiene contacto directo... o eso es lo que él dice.
- ¿En qué piensas?
- Pues.. siento que no es toda la verdad. Hay algo más que no nos quiere contar.
- Hmm, estoy de acuerdo. Es imposible que no pueda darnos algún nombre. ¿No dijo que había alcanzado un puesto alto en sus filas?
- Si. Es por lo que no me fío. Si eso es cierto, debería haber tenido acceso a archivos y registros de todos sus movimientos. Oculta algo.
Unos golpes en la puerta de la habitación atrajeron la atención de Shinichi en ese momento. La profesora a cargo de su grupo asomó segundos después, avisándole de que debía bajar a la recepción del albergue con los demás.
- Bien. - agregó Shinichi sujetando el teléfono con su cuello, mientras guardaba las cosas que faltaban en la bolsa y la cerraba - Esto es lo que haremos. Por ahora actúa como siempre, y mantenlo vigilado. En cuanto yo regrese, nos pondremos a trabajar, recolectando todas las pistas que hemos reunido hasta ahora. El tren sale en una hora. Debería llegar a casa a media tarde aproximadamente.
- No tendríais que haber vuelto hasta mañana... ¿Ha sucedido algo? - preguntó la niña extrañada.
- Según la predicción meteorológica, va a llegar un temporal muy violento a la costa japonesa en las próximas horas... - Shinichi abandonó su habitación y avanzó por el pasillo. Algunos de sus compañeros pasaron a su lado, corriendo y haciendo bromas - Puede ser peligroso, y ante la posibilidad de quedarnos aquí aislados, los profesores no han querido arriesgarse. Además... hubo un caso de asesinato en el albergue en el que nos alojamos, y Sonoko casi resultó herida por el asesino, porque creía que le había visto cometer el crimen.
- ¿¡Sonoko está bien!? - preguntó alarmada la niña.
Pero antes de que el chico pudiera responder, una voz infantil preocupada se escuchó al otro lado.
- ¿Eh? ¿Le ha pasado algo a Sonoko-neechan? - escuchó preguntar Shinichi a un niño. Dedujo que era Mitsuhiko.
- ¿Con quién estás hablando? - escucho seguido la voz de otro niño. Genta seguramente.
- ¿Shinichi-niichan está bien? - escuchó a continuación la voz angustiada de Ayumi.
- ¿¡Cómo lo voy a saber si no me dejáis escuchar!?
Shinichi tuvo que separarse el auricular del oído. Rara vez Ran perdía la paciencia con los niños, pero cuando eso ocurría, lo hacía en forma de una especie de explosión arrolladora.
- Ey, ¿esos son los niños? - se atrevió a preguntar el futbolista, mientras se reunía con los demás estudiantes de su clase.
- Perdona... Han escuchado lo que has dicho de Sonoko, y ahora quieren saber también ellos... - respondió Irene, algo avergonzada.
El chico pensó que había acertado pues en su deducción de lo que ocurría.
- Diles que todo está bien, que no tienen que preocuparse. El criminal fue detenido, y en cuanto a Sonoko... Según palabras textuales suyas, "no la pasó nada, porque un príncipe acudió a rescatarla".
- ¿Uh? ¿Un príncipe?
- ¿Te dice algo el nombre de Makoto Kyogoku?
- Kyogoku... Creo que sí... Me parece recordar que coincidimos en un torneo de karate... Representaba al instituto Haido. Un chico muy fuerte. Pero, ¿qué hacía allí?
- Su familia regenta este negocio, y al parecer de vez en cuando trabaja aquí de camarero para ayudarles...
Un grito sobresaltó a Shinichi, y sin saber ni cómo ni de dónde había surgido exactamente, Sonoko apareció a su lado tomándole por el brazo.
- ¿Estás hablando con Ran? - exclamó la castaña emocionada, intentando tomar el móvil de la mano de Shinichi - ¡Déjame, déjame! ¡Tengo que contarla!
- A-ah... no, no... te equivocas... estoy hablando con Irene... - Shinichi retrocedió unos pasos, abrumado por la energía que emanaba Sonoko, e intentó liberar su brazo del agarre de la chica. El móvil resbaló de su mano y, al intentar cogerlo antes de que se cayera, le dio sin querer al botón de colgar - ¡Ah, maldición! He colgado...
- Eso te pasa por estar tan pendiente de llamar a esa mocosa - le recriminó Sonoko, soltándole por fin, y señalándole acusadoramente con el dedo - Con quien deberías hablar es con tu novia. Si no la vigilas, probablemente se te escapara con algún chico guapo y millonario que la seduzca.
- Pero... ¿Qué dices? No es mi novia... y Ran no es así... - Shinichi se puso nervioso. Sus compañeros de clase les estaban mirando.
- ¿Cómo que no? - continuó la castaña, ignorando que se estaba convirtiendo en el centro de atención - Seguramente en este momento está resolviendo algún caso para un actor famoso, y él se haya quedado prendado de su inteligencia y belleza. Probablemente se sienta solo, y busca a alguien que pueda escucharle y darle consuelo...
Algunos de los compañeros del equipo de fútbol que habían escuchado, comenzaron a hacer bromas.
- Oh, detective, no puedo ocultarlo más... Te amo. Desde el momento en que recuperaste mi honor... - fingió un chico de pelo rizado ser el supuesto pretendiente.
- Oh, eres tan guapo y tan caballeroso... No puedo resistirme a tus encantos... Eres mejor que mi Shinichi... - puso voz de falsete el otro chico, intentando imitar a Ran.
Todos sus compañeros estallaron en risas, pero Shinichi sintió que se quería morir allí mismo.
- ¡Dejarlo ya! - gritó Shinichi, completamente avergonzado.
Lejos de allí, Irene permanecía inmóvil en el sitio con el móvil aún en el oído. Por mucho que llamase a Shinichi, su amigo no le respondía.
- ¡Que mal! - se quejó con un puchero, mientras observaba la pantalla oscura de su teléfono - Se ha cortado...
- Puede ser que se haya quedado sin batería - apuntó Mitsuhiko, y agregó con una sonrisa - Por lo menos sabemos que no ha ocurrido nada malo.
- Eso es. - afirmaron Genta y Ayumi, asintiendo con la cabeza.
- Sí, supongo que tenéis razón... - suspiro la pequeña con resignación, guardando el aparato en la cartera. Hubiera querido que le contara con más detalle lo de Sonoko, pero al parecer debería esperar a que llegase a casa.
Amuro, que había permanecido apartado hasta el momento, finalmente se acercó a sus compañeros. Fingiendo que estaba interesado en lo que le decían Genta y Ayumi, de reojo se dedicó a observar a Irene. No podía dejar de apreciar que la actitud de la niña, tensa y en alerta, había cambiado totalmente desde la mañana, siendo ahora relajada. Sonreía abiertamente ante lo que le contaba Mitsuhiko, de una forma que Amuro estaba seguro no la había visto hacer todavía.
Aquella breve conversación telefónica había bastado para que fuera completamente otra. Quizás ese tal Shinichi fuera más importante para ella de lo que había supuesto en un principio. El profesor le había contado sobre su amistad desde la infancia, pero empezaba a creer que había algo más entre aquellos dos. Debería tenerlo en cuenta en el futuro.
La expresión del rostro del chico de piel tostada se volvió seria, y bajó la mirada al suelo. Ayumi se dio cuenta y le preguntó preocupada.
- Ey, Amuro, ¿estás bien? Pareces muy distraído...
- Ah... no es nada... - el chico rápidamente puso una sonrisa amable - Estoy cansado, me he debido resfriar y anoche no dormí bien...
- ¡Yo tampoco pude dormir, pero fue porque el capítulo de Yaiba el Enmascarado que pusieron estuvo demasiado emocionante! - interrumpió emocionado Genta.
A partir de ese momento, la conversación de los niños giró completamente en torno a aquella serie infantil. Irene y Amuro se les unieron, y los 5 pequeños continuaron su camino al colegio.
Las horas pasaron rápidamente, y las clases acabaron. La nieve volvía a caer lentamente y Ayumi, Mitsuhiko y Genta se sentían tan felices, que comenzaron a cantar una alegre melodía dedicada a la nieve mientras andaban por la calle. Era tal la alegría que transmitían que incluso Irene, que se mantenía a distancia de ellos, comenzó a tararear la melodía en voz baja. Amuro que se hallaba a su lado no pudo evitar encontrarlo encantador, y el esbozo de una sonrisa se dibujó en sus labios.
Pero en ese momento, 3 niños llegaron corriendo y al pasar al lado de Amuro, le empujaron con fuerza haciéndole tropezar y casi caer al suelo.
- ¡Quítate de en medio, mestizo! - le gritó uno de ellos, mientras los otros dos se reían.
La sorpresa paralizó a los niños cuando los 3 gamberros les adelantaron, pero Ayumi se recompuso rápidamente.
- ¡Oye, eso no está bien! - les recriminó la pequeña. No le gustaba que se metieran con su amigo - ¡Pide perdón ahora!
- ¡No quiero! - le hizo burla uno de los niños, deteniendo su carrera y volviéndose a mirarla con aire de superioridad. Parecía ser el jefecillo del grupo. Señaló al rubio - Es un bicho raro.
Irene les reconoció en el acto, aquellos chicos iban a su colegio y estaban en la clase siguiente a la suya. Miró a Amuro y vio que el encogido tenía una expresión de resignación, como si no fuera la primera vez que se veía acosado por ser diferente, y que todo su cuerpo se movía hacia delante, preparándose para pelear si era necesario. Pero antes de que hiciera nada, Genta y Mitsuhiko se posicionaron al lado de Ayumi y le defendieron.
- Pues resulta que es nuestro amigo, y no nos gusta que se burlen de él - se cruzó de brazos Mitsuhiko.
- Eso es. Si os metéis con él, os metéis con toda la Liga Juvenil de Detectives - apoyó Genta.
Irene se puso delante de Amuro también, dispuesta a lo que fuera necesario.
- Amuro, tú no hagas nada, nosotros nos encargamos - le dijo. Puede que no se fiara mucho todavía de él, pero no iba a permitir que le acosaran así.
Amuro abrió los ojos por la sorpresa. Por un segundo, la sombra de otra niña se coló en sus recuerdos y escuchó su voz preocupada: "¡Te has herido por pelear con esos chicos! ¡Te voy a llevar a que te curen!". Sacudió la cabeza para alejar el recuerdo.
Los 3 niños que pretendían burlarse de Amuro, al ver que los demás salían en su defensa, comprendieron que si se enfrentaban con ellos con toda seguridad perderían, de modo que tras afirmar que no pelearían contra unas niñas, se dieron media vuelta y se marcharon.
- ¡Y no volváis a meteros con nuestro amigo! - les amenazó Mitsuhiko, mientras se alejaban corriendo.
- ¡Bien! - exclamó Genta triunfantemente - ¡La Liga Juvenil de Detectives ayudando una vez más a quien lo necesita!
"Hurra" exclamaron los pequeños, sintiéndose muy felices. Ayumi corrió hacia Amuro y le cogió por el brazo.
- No te preocupes Amuro, mientras estemos aquí no dejaremos que se metan contigo - le dijo la niña, con ojos brillantes.
El chico se ruborizó ante el gesto, e Irene no pudo evitar una risita. Parecía que Ayumi estaba desarrollando un interés especial en el rubio.
- Tenemos que celebrarlo. ¿A dónde podríamos ir? - preguntó Mitsuhiko.
- Podemos ir a aquella pastelería que descubrimos el otro día... - sugirió emocionado Genta.
- A mi me parece bien - apoyo Ayumi - Tienen unos dulces deliciosos, y la chica que trabaja allí es muy amable.
- Por mi de acuerdo - Irene aceptó también.
- Amuro, tú también vienes ¿verdad? - le preguntó Ayumi al chico.
- Eeh... si...
La pastelería a la que se encaminaron los jóvenes detectives era una pequeña tiendecita situada en una calle comercial en el centro de Beika. Desde fuera engañaba bastante porque no era ni llamativa ni estaba demasiada publicitada, pero una vez que se entraba, un paraíso de dulces caseros de todos los colores y sabores esperaba a quien se animara a probarlos.
La chica que allí trabajaba era muy joven, apenas tenía 25 años, y había terminado sus estudios universitarios de hostelería. Cuando vio a los Jóvenes Detectives se alegró mucho. Los niños entraron de forma ruidosa, dándole las buenas tardes, y gritando emocionados ante la variedad de dulces que ese día había en el mostrador. Sonrió abiertamente, le caían bien aquellos pequeños, y le hacían gracia las historias que contaban sobre que eran detectives y resolvían casos, seguro eran todas una invención, los niños habitualmente no se mezclaban con la policía ni con criminales. En eso, reparó en que había un nuevo miembro en el grupo.
- Vaya, ¿a quién tenemos aquí? - se hizo la sorprendida.
- Hola, me llamo Tooru Amuro, encantado - saludó el rubio cortésmente con una inclinación.
- ¡Es nuestro nuevo amigo! - dijo Ayumi feliz.
- Ah, pues una nueva amistad es algo que hay que celebrar, ¿verdad? - la chica le guiñó el ojo a Ayumi, y esta sonrió afirmativamente.
Los niños enloquecieron de felicidad cuando la chica les ofreció una pequeña cata de varios tipos de pasteles de su elección, sobre todo Genta (ni que decir que fue el que más dulces se comió). Sus gritos y risas atrajeron además a muchas personas que pasaban por delante del local, y al ver como disfrutaban los pequeños con los pasteles, también quisieron comprar para probarlos.
La dueña de la tienda no se lo podía creer, durante casi toda la tarde había sido un constante entrar y salir de clientes. Desde que había abierto, nunca había tenido una jornada tan fructífera, y todo gracias a los Jóvenes Detectives. Antes de que se fueran, y como agradecimiento, quiso regalarles unas gorras con un pastel bordado que era el logotipo de la tienda. Pero sólo le quedaban dos, así que se las dio a Ayumi y a Irene, con la promesa de que cuando llegaran más también habría para los chicos. Muy contentos y satisfechos, los pequeños emprendieron el camino de vuelta a sus casas. Las chicas luciendo orgullosas sus gorras, y los chicos sintiéndose algo envidiosos.
En un punto del camino, Ayumi, Mitsuhiko y Genta se despidieron de Irene y Amuro, pues debían irse en otra dirección. Los dos encogidos dijeron adiós a sus compañeros, y continuaron su camino en solitario. A la pequeña detective no se le había pasado por alto que durante toda la tarde, el chico de piel tostada había estado serio y perdido en sus pensamientos.
- ¿Por qué esos niños salieron en mi defensa? Si apenas me conocen. No les necesitaba además, yo sólo podría haber hecho huir a esos matones. No es la primera vez que algo así me sucede - escuchó Amuro la voz de la niña.
- ¿Eh? - el chico levantó la cabeza, volviéndose a mirarla sorprendido.
- Eso es lo que has estado pensando todo el tiempo, ¿no? Por eso has estado tan serio - Irene caminaba con las manos en los bolsillos, pareciendo ignorarlo - Tienes todo el aspecto de ser el típico chico que se pelea cuando se ve atacado. Seguro que en el pasado estabas siempre lleno de golpes, y por eso te parece extraño que alguien dé la cara por ti...
Amuro se sorprendió por lo rápido que la detective le había calado. Era como si hubiera podido entrar en su cabeza, y leer sus sentimientos como si estuvieran escritos en las páginas de un libro.
- Tienes razón. No me esperaba que los 4 os pusierais delante de mí para defenderme... especialmente tú, Mouri - Irene bufó por lo bajo, Amuro se rió entre dientes y continuó hablando mientras ponía los brazos detrás de la cabeza de forma casual - Y es cierto que cuando era pequeño, siempre me peleaba con todo aquel que dijera que yo era diferente, ya fuera por mí color de pelo o por mis orígenes extranjeros... Pero te equivocas en una cosa, sí que hubo alguien que se preocupó por mí. Pasara lo que pasara, Akemi siempre me encontraba, aunque yo me escondiera de ella, y me arrastraba a la fuerza a ver a una doctora, para que curase las heridas que me había hecho...
¿Akemi?
Algo se removió en el interior de Irene, no sabía decir qué exactamente, pero algo no estaba bien. Aquel nombre le sonaba, estaba segura de haberlo oído antes... ¿Pero dónde?
- La verdad es que esa mujer me impresionó muchísimo - la voz de Amuro disminuyó hasta ser casi un susurro, y a la vez, una atmósfera de nostalgia le rodeó - Y he de admitir que aunque me regañaba por pelearme, yo seguí haciéndome heridas para tener una excusa e ir a verla. Pero después desapareció...
- ¿Desapareció? ¿Quieres decir que murió?
- No - el chico suspiró pesadamente - Quiero decir que no quedó rastro de ella. Fue como si de la noche a la mañana, la tierra se la hubiera tragado. Nadie pudo darme ninguna información sobre dónde se había marchado, y yo era un niño todavía, de modo que tampoco es que pudiera investigar mucho.
- ¿Y Akemi? ¿Qué le sucedió?
Mierda.
Acababa de darse cuenta de que había hablado de más. Muy poca gente conocía esa parte de su pasado y él, en un ataque de sentimentalismo, iba y se lo contaba a aquella chica. ¿En qué estaba pensando? Apretó los labios, y bajó la cabeza hasta que sus ojos fueron ocultados por su cabello, devolviéndole como respuesta a Irene solo un pesado silencio.
La pequeña detective no entendía qué había sucedido, creía que finalmente había conseguido conectar con el rubio, pero no era así al parecer. Amuro había vuelto a encerrarse en sí mismo, levantando un muro invisible a su alrededor que la mantenía alejada. Suspiró. Era la primera vez que el chico se abría tanto con ella, mostrando algo de vulnerabilidad, y por algún motivo que no supo definir (¿curiosidad tal vez?), hubiera querido seguir escuchándole, pero esa oportunidad había pasado ya. Al parecer, no le iba a resultar fácil descubrir más cosas sobre aquel chico.
- "La próxima vez será..."
En los siguientes minutos, ninguno de los dos dijo nada. El tiempo parecía que empezaba a cambiar, volviéndose algo más frío y desapacible. Seguramente a causa del temporal que había mencionado Shinichi en la mañana. Una racha de viento repentina arrebató la gorra de la cabeza de Irene, haciéndola revolotear en el aire unos momentos, y luego caer para continuar rodando por el suelo.
- ¡Ay! ¡Espera! - le gritó la niña, como si fuera un ser vivo que pudiera responderle - ¡Quédate quieta!
Finalmente consiguió atraparla antes de que se metiera debajo de un coche que se hallaba aparcado. Muy satisfecha de sí misma, la sacudió un poco el polvo que se había quedado impregnado y se la volvió a poner. Cuál no sería su sorpresa al incorporarse y mirar a su compañero, encontrándose con que este había cambiado su expresión, poniéndose muy pálido y adoptando un gesto de rabia contenida.
- A-Amuro... ¿Qué... Qué sucede?
El chico no la respondió, y en su lugar empezó a murmurar, más para sí mismo que para Irene.
- No puede ser... ¿Por qué está aquí en Beika...?
Irene se dio cuenta de que no se estaba refiriendo a ella, y siguió la dirección de la mirada del rubio. Lo que le había puesto en ese estado, era el coche negro que estaba aparcado detrás de ella.
- ¿Es por el coche? - preguntó. Amuro bajó la cabeza y apretó los dientes. Curiosa por la actitud de su compañero, prestó más atención el vehículo. El conductor no estaba, así que empezó a recorrer el coche analizándolo - Es un porsche, modelo 356 A... Desde luego es un modelo antiguo, de hace unos 50 años. Yo solo había visto conducirlo en la televisión y en los libros...
- Gin...
Lentamente, Irene se giró hacia Amuro. El niño conectó sus ojos con los de ella y, tomando aire profundamente, pronunció unas palabras que hicieron que la mini detective se estremeciera de pies a cabeza.
- Es el coche favorito de Gin, tiene uno igual...
En aquel momento, Agase acababa de terminar de ver el último capítulo de una novela de ciencia ficción americana a la que se había enganchado, y se estiró muy satisfecho en su silla. Miró el reloj de la pared de la cocina, de seguro el par de pequeños encogidos no tardaría mucho en llegar. Como Shinichi estaba fuera de viaje escolar, Ran se estaba quedando en la casa con él y con Amuro, y aunque Agase no quería admitirlo, por un lado estaba deseando que el futbolista regresase para que la niña volviera a instalarse con él.
Cada vez que Ran y el rubio se hallaban en la misma habitación, no había manera de tener ni un minuto de tranquilidad. Los dos niños terminaban siempre manteniendo un silencioso duelo de voluntades el uno contra el otro. Parecía que ninguno de los dos quería ceder terreno, como si eso fuera una debilidad de la que el otro pudiera aprovecharse. Ellos no se daban cuenta, pero aquello provocaba que se crease una atmósfera tan tensa, que casi se podía cortar con un cuchillo.
Suspiro
Agase sabía que Ran no confiaba del todo en Amuro, y quizás tenía razón en dudar del niño. Quizás en efecto, el tenerle allí con ellos solo terminaría trayendoles problemas y dolor... Pero algo dentro de él le decía que con el chico de su lado, las cosas en el futuro podrían girarse a su favor, que podría ser la clave que marcase en un futuro no muy lejano la diferencia entre el fracaso y el éxito, y el profesor pensaba que valía la pena correr el riesgo.
Apagó el ordenador, y se disponía a prepararse un té, cuando su teléfono comenzó a sonar con mucha insistencia. ¿Quién sería?
- ¿Si?
- ¡Agase, soy Ran! ¡Rápido, necesito que vengas al callejón de la 4ª avenida, y me traigas una percha de alambre y unos alicates!
- ¿Uh? P-pero, ¿para qué...?
- Lo siento, pero no puedo explicarte ahora. Por favor, es muy urgente.
- De acuerdo... Llegaré en unos 15 minutos.
- Gracias - suspiró la chica aliviada antes de colgar.
El profesor permaneció unos momentos inmóvil, mirando el teléfono que todavía estaba en su mano, sin reaccionar del todo. Se hallaba completamente desconcertado por la petición de la niña. ¿Para qué querría Ran esas cosas? ¿En qué tipo de emergencia estaría involucrada en esta ocasión? Su voz había sonado muy apurada, lo que significaba que para ella era muy importante. La experiencia también le había enseñado que muchas veces, por no decir la mayoría, era mejor no preguntar y simplemente seguir a la detective. De modo que el anciano decidió confiar en la pequeña también esta vez, y se apresuró a ir a su armario a buscar la percha requerida.
Irene comenzaba a impacientarse, el profesor ya debería estar llegando. Maldita sea, si realmente aquel coche era el de Gin, y regresaba antes de tiempo, habría perdido esa oportunidad tan valiosa que el destino le había puesto por delante. Estaba consultando su reloj por décimo millonésima vez, cuando el sonido de un claxon llamó su atención. Levantó la cabeza y corrió al encuentro del escarabajo amarillo del profesor, antes de que este ni siquiera hubiera terminado de aparcar. De un brusco tirón, abrió la puerta del copiloto.
- ¡Por fin! ¿Has traído lo que te pedí?
- Si, aquí, una percha de alambre y unos alicates. - le respondió el anciano, mientras se los tendía. Irene arrojó su mochila al asiento y los tomó rápidamente - ¿ Pero qué vas a hacer con ellos?
Sin contestarle, la niña comenzó a cortar un extremo de la percha con los alicates.
- ¿Qué es lo que ocurre? - Agase miró a Amuro que se había acercado al coche a dejar su mochila en el asiento trasero, y este se encogió de hombros. Tampoco estaba seguro de qué idea estaba rondando por la cabeza de la detective en ese momento.
Irene mientras tanto había terminado de cortar la percha, y tras devolverle los alicates al profesor, regresó rápidamente al porsche negro. El anciano se asustó al verla empezar a forzar la cerradura de la puerta del vehículo con la percha, y salió corriendo de su escarabajo para detenerla.
- ¡Pero oye!¡ E-espera...! - intentó detenerla, mientras miraba a su alrededor para asegurarse de que nadie estaba viendo a la niña intentando abrir por la fuerza el coche.
- Debería funcionar... - murmuró para sí misma, ignorando a Agase - Con los coches de antes era así...
- ¿Y después qué piensas hacer? - se unió Amuro también a ellos.
- Pondré un localizador con micrófono en el interior...
- ¿Y si resulta que este no es el coche de Gin? - volvió a rebatirle el moreno.
- ¿Y si lo es? - Irene se giró a mirarle. Amuro se quedó paralizado ante el brillo que tenían los ojos de la chica. En ellos se podía leer valor, determinación, y algo aún más profundo que no sabría definir - No puedo quedarme quieta, dejándolo escapar de nuevo...
- Está bien - cedió el niño, pero se acercó a ella y de un empujón le arrebató la percha - Aunque si vas a hacerlo, hazlo bien.
Amuro giró un poco la percha, primero a la derecha y luego a la izquierda, y enseguida se oyó un "cloc", abriéndose a continuación la puerta.
- Vaya... eso... eso ha sido sorprendente - Agase estaba realmente impresionado - ¿Dónde aprendiste a abrir cerraduras?
- Un amigo de la academia me enseñó - se encogió de hombros el niño con indiferencia, mientras le sujetaba la puerta a Irene para que entrara en el coche.
- ¿Qué academia? ¿Una de ladrones? - se burló la niña, mientras gateaba por el asiento del conductor.
- No - le sonrió Amuro con picardía, mientras se sentaba en el asiento del copiloto - La academia de policía.
Irene notó como su boca se abría sin poder evitarlo, y que sus manos que se hallaban tocando la parte de abajo del asiento se detenían.
¿Qué?
En serio, ¿qué? ¿De verdad acababa de decir que había ido a la academia de policía? ¿Él? ¿Un miembro de los Hombres de Negro? En su mente se agolparon mil preguntas, queriendo ser todas las primeras en salir. Necesitaba saber, necesitaba conocer...
Pero no tuvo tiempo.
El cuerpo del rubio se puso rígido, de sus labios se escapó una maldición, y sin previo aviso, se abalanzó sobre Irene y la obligó a agacharse.
- ¡Ay! ¿Qué haces? - protestó la detective.
- Mira, en la otra acera... - le susurró el chico en el oído, haciendo que su aliento le cosquilleara la piel.
Irene levantó la cabeza, lo suficiente para poder mirar por la ventanilla, y les vio. Allí estaban, parados en la acera de enfrente.
- Gin... Vodka... Al fin volvemos a encontrarnos.... - su respiración se volvió agitada, y sus puños se cerraron con fuerza.
- Mierda, vienen hacia aquí. ¡Tenemos que irnos o nos descubrirán! ¡Vamos, Mouri!
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