~ 21 ~
Mientras era abrazada, la mente de Irene intentaba procesar lo que estaba ocurriendo. No estaba preparada para una situación semejante, no lo había previsto. Tenía que reaccionar de alguna forma, pero se hallaba paralizada porque a su vez, una parte de ella se sentía extrañamente cálida y protegida con aquel abrazo que estaba recibiendo. Era como si esa mujer realmente sintiera un amor sincero por ella, y se lo estuviera transmitiendo.
Algo dentro suyo empezó a desear corresponder, y lentamente sus brazos empezaron a moverse por sí solos a la vez que cerraba los ojos.
- "Espera, espera, ¿qué estás haciendo?" - se coló una vocesilla de alarma en su mente, advirtiéndole - "No sabes quién es en realidad, ¿y si es una trampa?"
Aquello la hizo reaccionar y abrir los ojos de golpe. Cierto, ¿qué estaba a punto de hacer?... Había bajado la guardia.
- Eh, ¿¡quién es usted, señora!? - exclamó y se apartó de un empujón de aquella mujer.
Detrás suyo, la profesora Kobayashi se sorprendió ante tal acción por parte de la niña. Irene solía ser muy dulce con todos.
- ¿Cómo? ¿Es que no es tu madre? - preguntó sospechosa, acercándose.
La mujer soltó a Irene, y rápidamente se giró para enfrentar a la profesora.
- Que tonta. Está haciendo una rabieta... después de todo hemos estado mucho tiempo fuera - justificó la actitud de Irene. De su bolso extrajo un carnet de identidad que presentó a la señorita Kobayashi y al director - Mi nombre es Fumiyo Kudo, y soy la verdadera madre de Irene Kudo.
Irene cerró los puños con rabia, pero permaneció callada y no dijo nada más.
Finalmente, y tras una animada charla en la que aquella mujer contó sobre su estancia en Estados Unidos, el director dió su autorización para que se llevara a Irene consigo antes del fin de las clases del día. A Irene no le quedo más remedio que dejarse llevar, pues si organizaba un escándalo, el colegio podría considerar llamar a la policía y eso traería consigo una investigación que no podía permitirse. Su secreto saldría a la luz, y con ello, los Hombres de Negro sabrían que no estaba muerta.
Todos sus compañeros se asomaron a la ventana para despedirse de ella, mientras la pequeña detective iba cogida de la mano de su "madre" y ésta la conducía hasta un coche que se hallaba aparcado a la salida del colegio. A los que más se oía eran a Genta y Mitsuhiko, que gritaban cosas tales como "no nos olvides" o "llama de vez en cuando".
Los niños siguieron gritando mientras ambas se subían al coche. También lo hicieron mientras se ponía en marcha, e incluso cuando se perdió de vista sumergiéndose en el tráfico de las calles. La señorita Kobayashi les ordenó entonces que volvieran dentro de la clase, y todos abandonaron las ventanas. Sólo Ayumi permaneció asomada.
Irene observaba de reojo a la mujer que conducía a su lado. Estudió sus rasgos, pero no le eran familiares. Estaba claro que se trataba de una impostora, ya que en realidad ella no era Irene Kudo sino Ran Mouri. Pero, ¿por qué? ¿por qué alguien querría fingir ser su madre? ¿qué ganaba con todo aquello?
- ¿Quién es usted en realidad? - se decidió a preguntar la pequeña. Necesitaba respuestas.
- Si ya te lo he dicho, tontita, soy tu madre - se burló la mujer.
- Eso no es posible, porque mi madre...
- Es Eri Kisaki - completó la frase. Su voz había cambiado completamente, ahora era dura y fría como el hielo, y sus ojos habían empequeñecido hasta no ser más que dos rendijas que miraban con astucia. Irene sintió escalofríos en todo su cuerpo - Una abogada, que con 38 años a conseguido ser una de más prestigiosas de todo Japón, tanto, que le apodan la Reina de la Sala. Estuvo casada con el detective privado Kogoro Mouri del que se enamoró cuando iban juntos al instituto, aunque durante su matrimonio no hicieron más que discutir y terminaron divorciándose. Ahora vive en el extranjero a causa de un complicado caso en el que trabaja... ¿Me he dejado algo, Ran Mouri?
Los ojos de Irene se abrieron por el pánico. Sólo había una explicación para que supiera tanto de ella, y es que aquella mujer era parte de los Hombres de Negro que le habían dado el veneno que la había encogido.
Su primer instinto fue llevar la mano al reloj de su muñeca para atacar. Pero la esbirra de los Hombres de Negro fue más rápida, y le apuntó con una pistola a la cabeza mientras se oía el "click" del arma indicando que estaba cargaba y lista para disparar. Irene detuvo su gesto y rechinó los dientes.
- No te muevas - la amenazó aquella mujer - Si te portas bien te llevaré a un sitio... Un sitio muy divertido... ¿Qué te parece, Ran?
Si creía que iba a dejarse capturar como una ovejita indefensa, es que no la conocía bien. Irene se soltó el cinturón de seguridad y saltó de su asiento. Con fuerza, pisó el pie de la mujer que estaba sobre el acelerador provocando que el coche aumentara su velocidad drásticamente.
- ¿¡Es que quieres que nos matemos!? - chilló asustada la mujer mientras intentaba controlar el coche, esquivando a los demás que iban por la carretera y que la pitaban enojados.
Al haber estado el día anterior nevando, la carretera estaba mojada lo que hacía que las ruedas patinasen y el vehículo fuera dando tumbos de un lado a otro.
De un empujón, finalmente, lanzó a Irene de vuelta al asiento de copiloto y ella pisó a fondo el freno, derrapando y consiguiendo detenerse antes de chocar con varios coches, que tuvieron que realizar maniobras similares para evitar chocarse con ellas.
- ¡Niña estúpida...! - se giró dispuesta a darle una bofetada a Irene, pero la mini detective había aprovechado que el coche había parado para saltar al exterior y emprender la fuga. La mujer intentó arrancar de nuevo y perseguirla, pero estaba atrapada en medio de un colapso de coches - ¡Que alguien detenga a esa niña!
Por mucho que gritó, la gente no terminaba de entender qué sucedía, y miraban pasar a Irene corriendo con cara extrañada y sin hacer nada. Un gruñido de rabia escapó de sus labios al ver como Irene se perdía de su vista entre los coches. Cogió el móvil de su bolso, y marcó un número. Al segundo toque descolgaron al otro lado de la línea.
- ¿Ya tienes a la niña? - se escuchó por el auricular una voz masculina, grave y amortiguada.
- No... Escapó. Ha sido culpa mía. Pero no hay duda de que esa pequeña es Ran Mouri. No tengo ninguna duda.
- Ya veo... vaya, vaya... quien diría que ese veneno realmente hace encoger - la voz sonó divertida, como si encontrara toda aquella situación muy graciosa. Luego cambió a un tono más serio - Encuéntrala, si va a la policía tendremos muchos problemas.
- ¿Pero dónde la busco?
- Tranquila. Sé exactamente a dónde irá ahora...
Mientras Irene se había refugiado en un callejón. Su respiración estaba agitada y notaba que sus piernas no le sostenían. Tras asegurarse de que no la seguían, se dio el lujo de dejarse caer sentada al suelo, resbalando su espalda por la pared.
- "¿Cómo...? ¿Cómo me han encontrado?... Quizás... Fue por el caso del robo de los 10 millones. Maldición, le dijimos al inspector Megure que no me mencionara... Esto es igual que en mi pesadilla..." - se abrazó las piernas temblando - "¿Qué voy a hacer? ¿Qué puedo hacer?"
- Ey Kudo, despierta - bromeó uno de los compañeros de equipo de Shinichi, mientras le daba un codazo.
- Ah, sí... Lo siento - respondió Shinichi, dándose cuenta de que llevaba un rato andando con sus 3 amigos de equipo, sin prestar atención a lo que le decían - Realmente es una faena que el profesor de inglés se haya puesto enfermo. Supongo que deberán buscar un sustituto para el resto del curso...
- No hablábamos de eso. ¿Qué diablos te pasa? - le preguntó un chico llamado Matsuroko, mientras se ajustaba las gafas - Hoy durante el entrenamiento igual, no eras tú mismo. Si sigues así, el entrenador te va a dejar en el banquillo en el próximo partido.
Esa tarde había tenido un riguroso entrenamiento para prepararse para el próximo partido contra el equipo del instituto de Tomoeda, pero por algún motivo no había estado tan centrado como solía estar y sus compañeros lo habían notado. ¿La causa? tenía una sensación dentro de él que no podía sacarse, una sensación que le decía que algo estaba mal. Pero no sabía qué.
- No es nada Matsuroko... Sólo estoy cansado...
- ¿No te estarás enfermando?
Antes de que Shinichi pudiera responder, escuchó una vocesita infantil detrás suya llamándole. Detuvo su andar y se giró, viendo que Ayumi junto a Mitsuhiko y Genta se les aproximaban corriendo.
- ¡Shinichi-niichan! - le llamó Ayumi agitando su mano.
- Hola chicos - les saludo Shinichi con una sonrisa cuando los niños le alcanzaron.
- Shinichi-niichan, ¿ya habéis terminado el entrenamiento por hoy?
- Eso es. Hemos entrenado muy duro, para ganar nuestro próximo partido. Por algo somos los campeones regionales. - afirmó un chico rubio, de aspecto punk. Todos los del equipo conocían a los niños ya que frecuentemente iban a verles entrenar, y ya se estaban acostumbrando a que anduvieran rondando a Shinichi.
- Recuerda que prometiste que nos darías algunas clases para mejorar nuestro fútbol - mencionó Mitsuhiko.
- Puede ser hoy, ya que ya estás libre - afirmó Genta.
- Bueno, yo... - dudó Shinichi. En realidad había hecho aquella promesa un día que Irene les había llevado a la mansión y los niños habían puesto un poco patas arriba la biblioteca. Para entretenerles habían terminado en el parque, jugando un pequeño partido.
- Lo prometiste con el meñique, y una promesa de meñique hay que cumplirla. - afirmó muy serio Mitsuhiko.
- De acuerdo - suspiró resignado Shinichi, mientras los niños daban gritos de "viva" - por cierto, ¿dónde está Irene? ¿Se ha ido ya a casa?
Los 3 pasaron de estar alegres a tristes en un momento, lo que disparó las alarmas del adolescente.
- Su mamá vino a buscarla al colegio... - explicó Ayumi - Y ahora vivirá con sus padres para siempre...
- ¿Qué...? - Shinichi se quedó en shock. No era posible que hubiera ido ninguna madre al colegio, ni que se llevara a su amiga. Aquello sólo podía significar...
- Jajaja si que estás hoy despistado Kudo. - se rió el chico punk - Tu familia viene de visita y tú sin enterarte... ¡Espera! ¿A dónde vas?
Shinichi había echado a correr, dejándo atrás al grupo e ignorando los gritos que le llamaban. Su mente trabajaba al 100% y sólo hallaba una opción para lo que había ocurrido.
- "Mierda, mierda, mierda... No me digas que ellos... Que a Ran la han..."
Irene permanecía escondida en una esquina, enfrente de la casa del profesor Agasa. Había pensado contactar con Shinichi, pero el móvil estaba en su mochila, y se había dejado ésta en el coche de aquella mujer. Entonces se decidió por su segunda opción, pedirle consejo a Agasa.
- "El profesor sabe toda la verdad. Tal vez a él se le ocurra alguna idea..." - Irene miró hacia el cielo, y varios copos de nieve cayeron sobre su frente. La niña los apartó, y tembló de frío. - "Vaya, que mala pata que justo no esté en casa. Espero que no tarde en volver..."
El ruido de unos pasos apresurados que se acercaban llamaron su atención. Asomándose lentamente, vio a una figura que venía corriendo por la calle. Una figura que conocía muy bien.
- Ah, es Shinichi... ¡Shini...!
Pero antes de que terminara de llamar a su amigo, y abandonara su escondite para salirle al encuentro, alguien la sujetó por detrás y le puso un pañuelo en la nariz. Irene se intentó resistir, pero el pañuelo debía estar impregnado con algún tipo de narcótico porque enseguida se sintió somnolienta, y perdió el conocimiento.
- Dulces sueños... pequeña... - susurró la mujer que la había secuestrado de su colegio esa misma tarde, mientras la tomaba en brazos.
Shinichi pasó corriendo por delante de ambas, sin saber que su amiga se hallaba a pocos metros de él. La mujer retrocedió unos pasos, asegurándose que Shinichi no les había visto, y se alejó de allí llevándose a Irene.
El adolescente detuvo su carrera al llegar delante de su casa. Pero no entró enseguida, ya que desde la reja observó que la puerta principal estaba entreabierta. Estaba seguro de haber cerrado esa mañana al salir para el instituto, lo que significaba que habían entrado... o que incluso podrían estar aún dentro.
- "Maldición..." - Shinichi notó que el sudor comenzaba a caerle por el cuello - "Quizás estén dentro esperándome... Ran podría estar ahí también..."
Lentamente, Shinichi abrió la reja y penetró en el jardín. Avanzó por el sendero que conducía a la entrada de la mansión, sin perder de vista las ventanas por si detectaba algún movimiento sospechoso. Pero no hubo figuras tras las cortinas que espiasen, ni nada semejante.
Llegó a la puerta sin que nada hubiera ocurrido. Depósito la bolsa de deporte en el suelo, y preparó el reloj en su muñeca. Dentro de la vivienda todo parecía estar en quietud, y en silencio. Tomó aire y entró.
Registrando a conciencia cada una de las habitaciones, Shinichi recorrió toda la casa asegurándose que los asaltantes habían huido ya. Si un huracán hubiera penetrado, y recorrido las habitaciones, no las hubiera dejado tan caóticas como Shinichi se las encontró. Todo estaba tirado por el suelo, los cajones vaciados y su contenido esparcido por doquier, los muebles volcados, algunas sillas tenían los asientos rajados... era desolador.
Cuando estuvo seguro que estaba sólo, fue a la biblioteca y se dejó caer en uno de los sofás. Miró todos los libros de su padre tirados en el suelo, y los pocos que habían quedado en las estanterías volcados.
- Estuvieron aquí... No sé exactamente qué buscaban, pero parece que no lo encontraron... - el chico emitió un suspiro, largo y triste - ¿Y ahora? ¿Qué vas a hacer ahora Shinichi Kudo?
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