Epílogo (Corinne)

Corinne

Nunca me imaginé que un día tan especial, tan añorado por mí, se transformaría en el peor en la historia de la manada. En el peor capítulo de mi vida.

Desperté con una gran sonrisa en el rostro, sin intuir lo que él maquinaba en su mente. Así tuvo que ser, Drake tuvo que haber planeado cada detalle días antes, incluso antes de proponerme matrimonio. Lo conocía y sabía que no hacía ningún movimiento sin pensarlo muy bien con antelación.

Aunque, tal vez el secuestro lo afectó. Un hecho así debía marcarte, a pesar de que desconocía lo que enfrentó. No quiso hablar de ello y aseguró que todo estaba en orden. Le pregunté varias veces, causando que se enojara, así que desistí.

Sin embargo, no lo justificaba. Contó con tiempo para retractarse y no lo hizo. No dudó en entregar la vida de todos en bandeja de plata. Y, ¿qué otra explicación existía? Yo misma lo vi huir con Vanessa, lejos de los muertos, sin protegernos.

Esos desgraciados.

Pasé el reverso de la mano por mi frente, limpiando el sudor. Quité de mi cabello el gancho de mariposa azul que fue de la abuela. Con el mareo llegando a afectar mi visión, me permití caer hacia un lado sobre el frío mármol.

La puerta hacia el interior del tempo del pequeño cuarto, donde me preparé y aguardé por Drake hasta el punto del desespero, se hallaba abierta, habiéndome dado clara vista de los cuerpos inertes en el mar de sangre. Les arrancaron extremidades, les sacaron el corazón, los decapitaron y se efectuaron más actos abominables que me atormentarían siempre. Un siempre que acabaría pronto si no volvía para auxiliarme, porque la vida se me escapaba de los pulmones.

Creí en ella. De verdad creí que se conmovió con mi embarazo y por ende no seguiría interponiéndose. Creí que iría por Drake y lo traería a mí, al altar. Sí, carecí de sentido común, mas al informarlo sonó sincera. Me olvidé de que estaba entrenada para mentir.

La paciencia se agotó y, yendo en contra de mi madre, fui yo misma por él. No había puesto ni el segundo pie fuera cuando se oyeron los disparos, acompañados por gritos. Mi padre entró al cuarto y dijo que los Tres habían sido asesinados. Me volví histérica y luego de discutir salí por Drake.

Ignoré sus miradas en mí, donde la mayoría se encontraba confundida y sin saber qué hacer. Yo necesitaba asegurarme de que estaba bien. Ahí fue que estallaron los fuegos artificiales y el infierno se desató. No sé de dónde aparecieron tantos, ni cómo violaron la seguridad; el hecho fue en un pestañeo la lucha inició y las primeras vidas fueron tomadas.

Corrí. Corrí en su dirección porque confiaba en él, porque creía que en sus brazos el bebé y yo estaríamos a salvo. ¿Y qué hallé después de esquivar atacantes y brincar el ridículo lazo verde? A él agarrando a Vanessa de la mano y huyendo de los ataques. Se preocupó por ella y ni por un segundo nosotros cruzamos su mente.

No le importábamos.

Los gritos aumentaron y el olor a cenizas empezó. En medio del pánico, comprendí que solo yo era la responsable de mantener a mi hijo y a mí misma con vida, y que encontrándome en el centro de todo el índice de falla era alto.

Quizá nunca llegó a amarme como me juró una y otra vez para que lo perdonara. No se desvió del camino, como se justificó, ni se arrepintió de dejarse seducir por Vanessa. Tampoco fue sincero cuando me pidió un heredero para que nunca fuéramos separados. Fui una idiota en no darme cuenta.

Regresé por mis padres. Los hallé peleando con vampiros. Eran recién nacidos, pero suficientes para generar inconvenientes. Mamá cayó al suelo cuando le rebanaron el cuello. Solté un grito, provocando que uno de ellos posara su atención en mí y se alejara del resto.

Fui cobarde. Sí que lo fui, pero jamás enfrenté a alguien ajeno a la manada, a alguien que quisiera matarme. Me pareció irrelevante porque iba a ser la esposa del alfa, la sacerdotisa, no cualquier miembro. Por eso escapé con lágrimas en los ojos, porque el miedo de no saber cómo actuar, de ser consciente que era una cuestión de vida o muerte, me empujó a elegir lo sencillo: encerrarme otra vez en la habitación de la novia.

Ellos eran más rápidos. Sí, y como resultado tiró la puerta a un lado antes de que yo pudiera cerrarla. Caí de espaldas, quedando indefensa.

El chupasangre rasgó el vestido con sus largas uñas. Mi vientre, alcanzando al bebé. Ya no estaba. Lo sentía sin vida en mi interior. O, mejor dicho, ya no lo sentía. Ni los latidos de su corazón, ni el más mínimo movimiento. Se fue, junto con cualquier rastro de mi amor por Drake.

Si no hubiese sido por aquel cazador que apareció, mi existencia hubiera caducado. Le atravesó el pecho al vampiro con una estaca y después lo degolló sin pudor frente a mí.

—Soy Wyatt. Tengo que encontrar a alguien —fue lo que dijo mientras me sujetaba con cuidado y ayudaba a sentarme contra una pared—. Cuando lo haga regresaré por ti, ¿entiendes? Resiste. Ten, defiéndete con esto.

Me dio un arma y esperó a que asintiera para marcharse. La hice a un lado, indiferente si moría o no. Me daba igual.

Era su culpa. Por su jodida culpa Julieta, Iván, Lisa y mi madre... Todos muertos gracias a él. Hechiceros, cazadores, y miembros de cada manada de la zona masacrados a manos de vampiros y Malditos de Aithan aliados con él. Él, quien me llenó de amor y se convirtió en el producto de mis desgracias.

Insistí. Luché durante años para convencerlo de que su puesto era a mi lado, como fue planeado, pero también porque al poco tiempo de conocerlo empecé a amarlo. Mi gran error fue pasar por alto los pensamientos de verdadera libertad que en ocasiones compartió conmigo, sin tener a quién más decírselo, porque sabía que me lo tomaba a chiste. Solo me importó poseer su atención y ser la dueña de su afecto. Si se lo hubiera dejado a Vanessa, a esa perra que se le metió por los ojos, me hubiese ahorrado tanto sufrimiento.

Tosí. La sangre que subió por mi garganta se derramó y siguió descendiendo por mi mentón. Su olor y sabor ya no me asqueaban, porque había tanto en el ambiente que paré de percibirla. También que me costaba respirar, estando al borde de ahogarme con mi propia sangre, influenció en ello.

El sueño del inicio de una vida con él se convertía en el fin de la mía, y si tuviera un último deseo sería contar con un poco más de tiempo para devolverle con creces el favor. Lo cazaría, aunque no tuviera idea de cómo, y lo arrastraría conmigo a la muerte. A Vanessa la dejaría con vida, porque de esa manera la lastimaría manteniéndola lejos de él.

Los haría pagar.

Ya no sentía mi unión a él, aquel lazo que conectaba a la manada con el alfa, que nos hacía obedecer. Había tres opciones: su muerte, la liberación voluntaria, o que la misma diosa cortara los hilos ante sus imperdonables acciones. Yo apostaba por la última.

Ya no era alfa y si yo lo percibía, los demás también. A la lucha por sobrevivir se le sumó la pelea por el poder. El puesto estaba vacío y alguien, el vencedor, tenía que reclamarlo para restablecer el orden. Ya no solo se trataba de vampiros y rebeldes contra nosotros, sino amigos, hermanos, contra ellos mismos. La muerte de los Tres llevó a la inestabilidad, así como el abandono de Drake, incrementando el encontrarnos bajo ataque. El cargo le pertenecía a Josh, pero antes debía someterlos a todos, incluso a los ambiciosos de otras manadas que aprovecharían el golpe de suerte. No la tenía fácil. Claro, si era que no estaba involucrado en los planes de su hermano.

Me estremecí.

Fui consciente del calor en el aire causado por el incendio de las instalaciones, sin embargo, mi cuerpo reaccionaba a un frío paralelo. Los párpados se volvían más pesados y la visión más opaca. El precipicio se acercaba. Estaba preparada para dejarme caer y ser recibida por los brazos de Diana.

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