Capítulo 9 | Prueba de fuego

Thomas pudo comprobar la información suministrada, afianzando su confianza en nosotros. No tardó en anunciar nuestra inclusión en el clan y en organizar un festín para darnos la bienvenida. Desde la mesa alargada rectangular que ocupaba con Alan y un grupo de Malditos de Aithan, se podía escuchar a un par de metros de distancia cómo el pelinegro relataba lo ocurrido.

Un equipo de caza fue a un pueblo al sur, a algunos kilómetros de distancia, la noche anterior. Era una población que no se encontraba en ningún mapa, pero vigilada por un puesto de cazadores respaldado por Hijos de Diana. No obstante, gracias a las carpetas que les dimos, al conocer las rondas de patrullaje, pudieron emboscar a sus víctimas evadiendo sin problemas a sus protectores. Sin ser eso suficiente, sabiendo la ubicación de la base cazadora y los datos necesarios, los atacaron sin piedad.

Monique no hubiera aprobado un ataque así. Hubiese sido más cuidadosa con el manejo de la información y evitado llamar la atención. Si los vinculaban con el ataque, iban a poner en riesgo los convenios.

Estaba mal que inocentes murieran por salvar a un hombre, mas el pacto ya había sido dictado y debía cumplir con la labor, aunque fuera injusta. Rescatar a Drake era más importante que mi cargo de consciencia, o la culpa que Alan pudiera sentir. Fue obvio que el rubio no estuvo contento con lo sucedido, a pesar de abstenerse de comentar. Esas personas sin rostro, ese daño colateral, solo se volvía soportable al tener la mente puesta en el objetivo.

—¿Te sientes bien, Vanessa? —preguntó Alan.

Alejé la atención del plato de pollo crudo y vegetales sin sabor frente a mí. En comparación con la carne que salpicaba sangre al cortarla de nuestros acompañantes de mesa, no podía quejarme.

—Estoy un poco cansada, eso es todo.

—Espero que la comida te de energía, porque según oí Thomas tiene algo planeado para ti hoy —intervino Arsen, quien había defendido a Alan de Caitlin noches atrás.

Era un sujeto de espalda ancha y cabeza rapada. Su tez oscura brillaba con el resplandor de los candelabros. Por cómo los que lo rodeaban se mantenían atentos ante el más mínimo movimiento, deduje que contaba con un alto rango.

Continué alimentándome en silencio, intrigada con la noticia. Hubiera sido inteligente buscar ganarme la amistad de Arsen, pero no me encontraba en el humor correcto para hacerlo y Alan estaba efectuando un buen trabajo conversando con él, contándole de nosotros y hallando puntos en común. Lucía cómodo alrededor del Maldito de Aithan.

El área de comedor había sido modificada para albergar cuatro mesas de veinticuatro puestos, repartidas entre los vampiros de elevada posición, chupasangres comunes, licántropos y, para mi sorpresa, humanos. Más de la mitad de las sillas se encontraban vacías y, al tratarse de una celebración, lo que indicó es que habían descendido en números.

Los vampiros no necesitaban comer, ya que con la sangre les bastaba, pero algunos, sobre todo los nuevos, lo hacían por costumbre, a pesar de tener que vomitarlo después. Que hubiera humanos presentes, con expresiones perdidas de zombi a causa de excesivo contacto con saliva vampírica y marcas de mordidas visibles a través de sus vestimentas deterioradas, me indignó; Monique no lo hubiese permitido.

Me esforcé por ignorar su presencia. No había nada que pudiera hacer por ellos.

Los Malditos de Aithan justificaban sus actos con el odio hacia los humanos. La humanidad era la peor de las escorias y no merecía seguir controlando el mundo. Debían ser aniquilados justo como ellos habían llevado a la extinción a tantas especies. Los cazadores eran lo mismo, solo que en mejor empaque; y si los hechiceros se interponían también tenían que caer. Ese era su pensamiento.

A mi parecer, si lo que querían era salvar el planeta, debían incluirnos en su plan de exterminio. Cada uno de nosotros poseía un porcentaje de ser humano que contribuía a la destrucción.

Por el rabillo del ojo presencié cómo una vampiresa de bajo puesto se aproximó a nosotros. Le presté mayor atención cuando noté sus iris endemoniadas fijas en Alan. Al detallar mi enfoque en ella, decidió modificar su trayecto y solo pasar por detrás de nosotros, sin embargo, no sin tocar por un instante el hombro del rubio. Alan se dio cuenta de su existencia en ese instante. Le hizo posar los ojos en ella mientras caminaba ondeando su melena rizada.

Ninguno de los tres supo de dónde apareció Caitlin. De un segundo a otro, la protegida de Thomas entró en escena derribando a la chupasangre y atravesándole el corazón con la pata rota de una silla. La vampiresa había cometido la imprudencia de tocar lo ajeno.

Caitlin se retiró como si nada bajo la mirada estupefacta de Alan, quien no podía creer lo que acababa de suceder.

—Con eso deja un mensaje claro de que le perteneces —habló Arsen rompiendo la tensión.

—Por lo menos no le arrancó la cabeza a la pobre —comentó el chico a su izquierda.

La dinámica en el comedor no se detuvo. Los comensales continuaron tomando lo ocurrido como un evento normal. En la punta de la mesa más remota, vi a Thomas atento a nosotros. Alzó su copa de vino como si estuviera brindando con nosotros y luego la llevó a sus labios. Después, le hizo una señal para que me acercara.

No podía negarme, por más que no quisiera apartarme de Alan. Me limpié las comisuras con la servilleta de tela y me puse de pie.

—Ya vengo.

—Tranquila, nena. Nosotros cuidaremos al muñequito por ti.

La sonrisa que proporcionó me causó mala espina. Quizá fue el breve vistazo de sus colmillos, la sensación de peligro que generaban los Malditos de Aithan en nosotros, o el hecho de que debíamos tener presente que no podíamos fiarnos de nadie.

«Reacciona, Alan. Ten cuidado con este tipo».

Alan se enderezó tragando grueso. Bebió un sorbo de agua.

—Aquí te espero.

Maniobré entre los que se encargaban de recoger el cuerpo de la chica y así llegar a la mesa de Thomas.

—Pareces más una liebre asustada que un lobo feroz.

—Si sigues así te convertirás en una presa fácil.

Ese par de comentarios fue lo último que oí a mis espaldas.

Sentí todas las miradas curiosas puestas en mí. Al alcanzar la mesa, un escalofrío me recorrió al recibir la atención de los vampiros más poderosos del clan. Se trataban de Descendientes de Imm que tomaban sangre de sus copas, excepto por uno que era un Ixoide; de esos vampiros sin boca que adquirían el alimento de los parásitos en los que se convertían sus dedos.

—Algunos de ustedes recordarán a Vanessa —dijo Thomas.

Reconocí a varios; antiguos encargados de las otras instalaciones, el hermano de Monique y uno de sus examantes. Debían continuar aguantando junto al pelinegro por el cariño —si era que podían experimentar ese sentimiento— y la lealtad que le tuvieron a ella.

—Sí, es la asesina de Monique y no me quedaré en su presencia. Ya es demasiado —respondió Darwin arrastrando la silla para levantarse. Había sido pareja de Monique—. Perderás más aliados si insistes en mantenerla aquí, hijo.

Se colocó su saco con cola y marchó seguido por otros tres.

Thomas suspiró abandonando su puesto.

—No le hagas caso —me pidió. Después, se enfocó en cada uno de sus acompañantes—. Si alguien más quiere irse, puede hacerlo ahora. Con gusto me entretendré viendo si sobreviven a la cacería que les harán los otros clanes si les retiro mi protección. Con su historial, no los recibirán con los brazos abiertos.

Nadie actuó y yo no entendí por qué los desafiaba poniéndome por encima de ellos cuando el clan se estaba desmoronando. ¿Qué intenciones tenía?

—Bien. Ahora me retiraré para demostrarles por qué la necesitamos. Darwin regresará besando el piso por donde camino —agregó. Me sujetó de la muñeca, arrastrándome consigo—. Vamos.

Antes de atravesar las puertas dobles que daban al recibidor del hotel, giré para ver hacia Alan. Caitlin halaba de él, guiándolo hacia el extremo contrario del que me dirigía. Él no estaba poniendo mucha resistencia que digamos.

«¿A dónde vas?», pregunté antes de que el vínculo se extendiera demasiado como para seguir funcionando.

«A ver si logro descubrir algo. Me dijo que si no iba con ella, mataría a más personas y de todas formas me obligaría a ir»

No contesté. Tuve unas ganas de decirle lo imbécil que era, pero sabía que bajo su máscara de serenidad se ocultaba un pequeño lobo asustado. Podía ofrecerle sangre, morderlo, querer acostarse con él, o las tres situaciones juntas. Deseé poder librarlo de ese riesgo, mas no me encontraba en la posición para hacerlo. Lo que me quedó fue confiar en que sería capaz de manejarlo.

El agarre de Thomas cobró más fuerza.

—Después de las palabras que acabo de dar, te juro que tu final será lamentable si resultas ser una farsa —amenazó el pelinegro con un tono calmado, pero igual de filoso al dejar el comedor atrás.

—Lo sé, no soy tan estúpida.

El contacto se tornó doloroso.

—Más te vale. —Cuando creí que no tenía planes de soltarme, sino de quebrarme la muñeca, decidió suavizar la presión que ejercían sus dedos—. Vas a necesitar tu mano para lo que quiero que hagas —añadió.

Nos llevó a la puerta que era el inicio de las escaleras hacia los pisos inferiores, aquellos incrustados en la piedra del acantilado. Las paredes y el piso que una vez estuvieron impecables, eran los restos sin cuidado ni vida que reflejaban el espíritu de sus propietarios. Ventanas rotas del pasillo por el que transitamos permitían observar el cuerpo de la caída de agua que se esparcía en un lago y en vapor en el fondo del abismo. También se podía detallar varias de las cuevas en el muro natural que antes servían de hogar para una extinta civilización.

La cicatriz en mi hombro, así como la palma de mi mano, ardió. Una picazón se fue extendiendo desde la punta de mis dedos hasta cada parte de mí. Y luego lo percibí. Recibí el claro aroma de la persona que me convirtió, de la que más amé y más me lastimó, de Drake. Olía a almendras. Él estaba cerca.

Un pensamiento retorcido cruzó mi mente. ¿Y si Thomas planeaba llevarme con él? Sabía quién era, quién había sido para mí, y podía utilizarlo como una prueba para confirmar mi lealtad. Podía pedirme que lo matara.

Sin embargo, no tuve tiempo para preguntarme cómo actuaría en ese caso. La sensación tan pronto como apareció, se fue. Por los momentos no iba a tener que averiguar qué pasaría al encontrarme de nuevo cara a cara con Drake.

Al alcanzar la habitación indicada, Thomas introdujo una llave en la cerradura para poder acceder. En el medio del cuarto, iluminado por una linterna de tenue luz amarilla, se encontraba una chica de ojos vendados atada a una silla. Había dos Descendientes de Imm mujeres y un Kaan sentado en una esquina acompañándola.

Los Kaan eran una especie de vampiro raro y antiguo, con uno de los aspectos más aterradores. Entre la boca, donde se exponían los colmillos más largos y delgados, y la nariz que consistía de un solo orificio, yacían dos agujeros como el de las serpientes para detectar el calor de sus presas. Unos centímetros más arriba, estaban esas dos esferas negras ante la presencia de luz que le servían como ojos de visión infrarroja.

A Monique nunca le agradaron por ser tan primitivos, pero eran buenos para mantener vigilados a los prisioneros.

—Tengo una mejor idea, Gabrielle, ve a buscar al rubiecito. Debe estar con Caitlin —ordenó Thomas a la morena que había guardado el celular cuando ingresamos.

La vampira obedeció, mas no sin antes disculparse por haber estado usando el aparato.

—Dame tu arma, Victoria —continuó él dirigiéndose a la otra—. ¿Cómo está el estado de la perra sarnosa?

La chupasangre sacó lo pedido de su funda y se apartó de la pared para entregársela.

—Hemos bebido un poco de ella como nos diste el permiso de hacerlo. A Jota se le pasó un poco la mano, pero nada grave. También le inyectamos acónito para intentar sacarle información, pero la desgraciada no pudo decir mucho. Según ella, solo llevaba tres meses con la manada —respondió.

—Entonces ya no nos servirá. Quítale la venda.

Intuí que la prueba sería matar a la muchacha. No iba a ser la primera vez que lo hiciera, no obstante, que Alan fuera a estar presente volvió distinta la situación. No solo tendría que cargar con el conflicto de asesinar a una inocente, sino que también con la cara de horror del rubio cuando lo cumpliera.

El quitaron la tela a la mujer lobo. Se mantuvo cabizbaja, con sus mechones oscuros cayéndole por los hombros. Lágrimas silenciosas se escaparon de sus ojos. Parecía poseer alrededor de mi edad.

Esperamos a que Gabrielle regresara seguida por Alan y Caitlin. Se puso a las órdenes de Thomas sujetando posesivamente el hombro de Alan. Me fijé en el rubio que esquivaba mi mirada. Su corbata no estaba, la camisa se encontraba arrugada y tenía sangre en el cuello.

«Estoy bien».

—Lo mordió —gruñí, ignorándolo, yendo hacia él. Lo alejé de la sanguijuela y examiné la herida. No se trató de una mordida, sino de una cortada—. Te exijo que la controles, Thomas. No voy a aceptar que...

—Yo no lo obligué a nada —me interrumpió Caitlin volviendo a colocar su mano sobre Alan—. ¿Cierto, muñeco?

—Cierto —murmuró—. Además, es solo un rasguño.

«Alan».

«Yo sé lo que hago».

«No. No lo sabes».

—No estás para exigirme nada, Vanessa —habló el pelinegro entrecerrando los párpados—. Continuarás respirando hasta que yo no decida lo contrario. Que no se te olvide. Y no soy el niñero de nadie. Él debe saber cuidarse solo.

Me importaba un rábano si el rubio había accedido a entrar en el juego de Caitlin. No permitiría que se aprovechara de su inexperiencia. Era mi obligación trazarle un margen a esa chupasangre. Si deseaba divertirse con alguien, que buscara a otro.

—Ahora, vayamos a lo nuestro.

Thomas tomó una navaja del interior de su chaqueta y se aproximó a la rehén. Puso la mano sobre la soga atada a su muñeca para mantener firme el brazo y hundió la hoja en esa zona. Dibujó una línea hasta el codo, sonriendo con los gemidos de dolor de la chica.

Al acabar, desvió su atención a Alan.

—Quiero que bebas de ella. Si no lo haces, haré que Jota y estas tres le succionen hasta la última gota de sangre.

Los labios de Alan se separaron y sus ojos se desenfocaron por un momento ante la petición. No me miró. Su rostro perdió color. Una gota de sudor descendió por su sien mientras tomaba una decisión.

Thomas era un completo bastardo. Sabía perfectamente que el rubio no se alimentaba de víctimas de forma directa y buscaba empujarlo al borde a ver si estaba dispuesto a traspasar sus límites por él. Y yo no podía interponerme. El pelinegro evaluaba su comportamiento, impacientándose con cada latido desperdiciado.

—Bueno, supongo que te niegas...

—Espera.

Fue un tono ahogado. Posó su mirada en Thomas, como rogando que cambiara de parecer. Sin embargo, el líder del clan consideró que al recién llegado solo le faltaba un empujón para acceder. Ese fue el motivo por el que introdujo dos de sus dedos en la herida para empaparlos de sangre y luego llevárselos a la boca. Alan humedeció la suya ante la acción. Su corazón bombeaba con el desespero que debía sentir por acercarse.

—Sé que lo deseas. Si quieres ser uno de nosotros tienes que dejar tus viejas costumbres. Ya no eres de los Cephei.

Caitlin se aproximó para susurrarle en el oído.

—Si no lo harás, solo dilo. Sé que todavía es pronto. Yo puedo matarla por ti y después extraerle la sangre para rellenar tus botellas.

La idea le pareció aún más enferma. Dio un paso adelante, como si tuviera zapatos de concreto, apartándose de ella. Ya había hecho su elección.

La muchacha alzó la vista atemorizada para verlo dirigirse a ella. Tenía el pecoso rostro colorado empapado del llanto. Yo no podía detallar la expresión del rubio, mas esa era la imagen del ángel que anunciaba la muerte de la secuestrada. Ella se movió en un inútil intento por alejarse. La silla se tambaleó, no obstante, Victoria, ubicada detrás de ella, sujetó firme el espaldar.

Era impredecible cómo Alan actuaría al succionar la sangre tibia desde el cuerpo portador. Si podría controlarse, o cegarse con la desenfrenada sed. De cualquier modo, si la mataba en ese frenesí, o no, esa chica no saldría viva de esa habitación. Me encontraba segura de que si Alan no culminaba el trabajo, Thomas me haría hacerlo con el arma en su poder.

—Bien, muchacho. Así me gusta. Ahora arrodíllate a su lado.

Thomas colocó las manos en los hombros de Alan y lo guió a la posición indicada. Él, con los brazos inmóviles a sus costados, contemplaba la cortada con sus pupilas no únicamente dilatadas por la escasa iluminación. Sin esperar otra instrucción, se inclinó hacia adelante.

El vampiro lo frenó.

—No tan rápido. Primero embriágate con el aroma, deslúmbrate con los colores y ensordécete con la vida que se le escapa a tu víctima. No solo se trata de extasiar tu paladar.

Alan asintió. Acomodó sus manos temblorosas en los extremos del brazo de la mujer lobo.

Adherí la espalda de la pared. Quise apartar la mirada del momento que quedaría marcado como la corrupción de Alan, pero no pude. Él se odiaría por lo que estaba a punto de hacer, mas no había vuelta a atrás. Yo le advertí que no debía ser mi compañero en el rescate de Drake, porque viví lo que era perderse a sí mismo en un mar de mentiras. No se vuelve a ser el mismo después de fingir ser un monstruo; fragmentos de maldad hallaban la manera de colarse en la esencia propia.

Alan cerró los párpados y acercó la nariz a la zona para inhalar profundamente.

—Eso es, que ese exquisito olor te abarque.

Apretó la mandíbula antes de volver a abrir los ojos. Su respiración se tornó más pesada. Acortó la distancia entre su boca y la sangre. Y, como una sanguijuela, clavó su cavidad bucal en la piscina escarlata.

La mujer lobo prefirió no ver. Juntó sus párpados con fuerza y arrugó el rostro con un sollozo. Cada vez era más consciente de que nadie iría a salvarla.

El rubio empezó lento, suprimiendo su naturaleza, guiado por la autoridad de Thomas. Transcurrieron unos segundos, algunos tragos de su parte, e hizo ademán de separarse de ella. Sin embargo, Thomas lo impidió colocando una mano en su nuca para obligarlo a continuar pegado a ella. No tuvo otra opción que seguir.

Su agarre de la extremidad se tornó más posesiva. Soltó un gemido hundiendo sus dientes todavía más. De un instante a otro dejó de respirar para exclusivamente beber. Sucumbió ante la sed.

Thomas, satisfecho de haber logrado su objetivo, retiró sus manos.

—Sigue así, pequeño, lo estás haciendo muy bien.

Caitlin observaba con una sonrisa la escena.

—Sabía que había escogido bien.

Yo era la única contrariada con la situación. No quedaban rastros del hombre dócil; solo había un animal por fin fuera de su jaula que disfrutaba arrebatándole la vida a una joven víctima del destino. La chica tenía la cabeza ladeada hacia un lado y con cada minuto que pasaba perdía más color. Si Alan no era detenido la drenaría.

—¿No crees que es suficiente, Thomas? —pregunté abandonando mi puesto.

—Dejemos que él lo decida. Ya no lo estoy forzando a nada.

—Ya es suficiente, Alan —dije.

El mencionado ni se inmutó. Como le instruyó Thomas, todos sus sentidos estaban comprometidos con la extracción del líquido vital. No existía cabida para nada más.

Con la alegría borrándose de Caitlin, me aproximé al rubio. Puse una mano en su espalda y me agaché a su lado.

—Escúchame, Alan. Suéltala.

Negó.

Sin intenciones de darme por vencida, traté de apartar una de sus manos. Recibí un gruñido y un empujón de su parte que por poco me hizo perder el equilibrio.

Volví a ponerme de pie. Miré seria a Thomas.

—Ya obtuviste lo que querías: bebió sangre fresca. No empujes sus límites, no sabes qué pueda pasar.

Él permaneció callado con los ojos fijos en los míos. No removí la mirada, mas la impaciencia creció. Quería evitar que Alan cargara con la muerte de la chica.

—Por favor, Thomas —pedí agachando la cabeza en sumisión.

—Victoria, Gabrielle, alejen al muñeco de la perra sarnosa —ordenó.

Las vampiresas sujetaron a Alan por los brazos y lo halaron.

Él se resistió, pero no era más fuerte que ellas. Al ser apartado, sus manos y boca arrancaron pedazos de carne. De su mentón escurría una cascada carmesí y la mitad de sus dedos se encontraban pintados con el mismo color. Los primeros instantes luchó por regresar con su alimento, pero luego su lado racional reaccionó y cayó en cuenta de lo que había sucedido. Al dejar de pelear, las chupasangres lo tiraron contra la pared y él se deslizó hasta el suelo abatido.

La abducida se despertó de su estado de somnolencia y se retorció del dolor, siendo sus pulsaciones cada vez más débiles.

Thomas me tendió el arma.

—Acaba con su agonía, Vanessa. Que sea justo en el medio de sus ojos.

Tenía que sacar a Alan de ahí. No hacía ruido, pero el destrozo en su interior fue evidente. Se mantuvo en su sitio examinando sus manos ensangrentadas. Y yo también deseaba acabar con aquello e irme. No soportaba continuar en la presencia de ellos.

Tomé el arma con firmeza y fui hasta la chica. Al notarme, puso en pausa sus retorcijones y me miró directamente. Quizás imaginé la súplica silenciosa con la que rogó que terminara con su sufrimiento. Pudo haber sido un espejismo para facilitar mi labor. Lo cierto fue que no se movió ni un milímetro cuando apunté a la zona indicada y presioné del gatillo.

El estruendo resonó en el cuarto. Quedé paralizada viendo la vida escaparse de sus ojos, el hilo de sangre correr y su cabeza caer inerte hacia atrás.

Thomas aplaudiendo me devolvió a la realidad. Le regresé el arma.

—¿Ya podemos retirarnos? —cuestioné con una máscara de piedra puesta.

—Por supuesto.

Fui hacia Alan. Intenté forzarlo a mirarme, pero no pude. Lo tomé del brazo para ayudarlo a levantar y por lo menos cooperó. Mientras las Descendientes de Imm soltaban las sogas que sometían al cadáver, coloqué el brazo del rubio en mis hombros y lo hice seguirme a la salida.

—Ya es toda tuya, Jota. Que no quede ni un solo hueso —dijo Thomas.

El Kaan se abalanzó sobre los restos de la mujer lobo, por fin concretando sus ansías por literalmente devorarla.

***

—Soy un monstruo —murmuró Alan mientras arrastraba los pies hacia nuestra habitación. Avanzaba cabizbajo, aún apoyándose de mí, y como si llevara el peso del cadáver de la chica atado a sus tobillos como un grillete.

Mis preocupaciones se hacían realidad. Temí que no fuera capaz de soportar las pruebas de lealtad a las que nos someterían, y estuve en lo correcto. Estaba abatido; su espíritu destrozado. En cuestión de segundos se convirtió en lo que siempre le dijeron que era, pero que se negaba a serlo: un engendro.

Yo poseía mi propio torbellino de emociones siendo contenido en mi interior. Impotencia, culpa, odio, horror. Todas se encontraban ahí, más latentes que años atrás, amplificadas por la compañía de Alan, luchando por salir a flote.

Había sido más sencillo cuando estuve sola, siendo exclusivamente responsable de mí misma. Mentir, herir, torturar, matar; efectuar lo necesario para mezclarme, ganar confianza y adquirir información. Ya había pasado por eso y me costaba comprender el porqué me sentía tan fuera de mí, lejos de mi entrenamiento, a un empujón de derrumbarme. Antes guardé cada llanto, pizca de remordimiento, y escalofrío de miedo para final, cuando la misión acabó y regresé con la manada. Coloqué un tapón a la llave, que solo retiré al ser seguro dejar fluir todo lo acumulado.

Traer a Alan fue un error.

Entramos a la recamara. Se dejó llevar al baño, donde lo metí en la regadera y sin perder tiempo giré la llave. A medida que su ropa se iba empapando, la sangre se deslizó por su piel hasta gotear y acabar escapándose por el desagüe. Agarré el jabón y le di vuelta para restregar las zonas faltantes. La camisa blanca se volvió transparente adhiriéndose a su figura. Quise quitársela para terminar de borrar el último rastro de la muchacha, pero me contuve.

—También te estás mojando —susurró.

—No importa.

Me observaba con una expresión estática, en el limbo de no saber por cuál emoción guiarse. De un momento a otro sujetó mi muñeca, generando que soltara el jabón de la impresión. Me tomó de los brazos y me empujó contra la pared.

—¿Qué haces?

No luché para liberarme. Se respiración se fue tornando pesada. Estaba bastante cerca y pude detallar sus pupilas dilatándose. Separó los labios y comenzó a respirar por la boca. Todavía no decidía qué Alan ser.

—Quiero beber de ti —dijo en un tono ahogado, como si le doliera pronunciar esa declaración—. Quiero succionar hasta la última gota de tus venas.

A pesar de la amenaza no intenté zafarme. Se encontraba caminando por un estrecho puente que comunicaba a dos islas opuestas. En una estaba la empatía por los demás, y en el otro el egoísmo de saciar los deseos más primitivos. Quise presenciar hasta dónde podía llegar.

Acercó su mano, aún con sangre seca bajo su uña, y apartó un mechón húmedo. No flaqueé; no parpadeé para no interrumpir la conexión de nuestras miradas. No demostré miedo porque de eso se alimentaba la bestia en su interior.

—¿No rogarás por tu vida?

—Si quieres probar mi sangre, hazlo. No te detendré.

Pasó sus dedos a la piel de mi hombro, dividida por el tirante de mi camiseta. La deslizó, dejando a completa vista la cicatriz de la mordida de Drake. Rozó la zona sensible y tuve que recurrir a apretar la mandíbula para no estremecerme.

—Este lugar es perfecto.

Se enfocó en el sitio y en el siguiente latido aproximó la boca a él. Yo mantuve la vista al frente, donde, ante ausencia de cortina de baño, podía observar nuestro reflejo en el espejo astillado. Coloqué la mano por encima de su nuca, decidiendo demostrar que cooperaba al halarlo yo misma al área elegida.

«Si escogerás este camino, no lo hagas porque te obligaron a hacerlo», dije, ya lista para sentir sus dientes perforando mi cuerpo.

En el fondo, el aceptar que bebería de mí fue una penitencia por haber matado a la chica. Lo traje conmigo, pude haberme negado con más ímpetu, mas no lo hice. Yo lo expuse a liberar ese monstruo en él. Mientras él saciaba su sed con ella, yo también lo hacía. Después, cuando tiré del gatillo para darle fin a su agonía, solo saqué a la luz mi complicidad. Merecía el castigo y sufrir como él lo estaba haciendo.

Su aliento caliente se esparció por mi articulación. Apretó con más fuerza mi brazo, hundiendo las uñas. Su espalda se puso tensa. Se quedó tieso como una estatua.

—¿Qué esperas? Hazlo —murmuré.

En vez de perderse en su sed desenfrenada, apoyó su frente de mi hombro y empezó a llorar. No fue un llanto ruidoso, sino uno que se hace evidente por el temblor de los sollozos sofocados y la cascada de lágrimas que empapan la superficie de consuelo. Sucumbí al impulso de acariciarle el cabello, descendiendo por su nuca, hasta el inicio de la pequeña joroba generada por su cuerpo doblado, para luego volver a ascender. Enroscó sus brazos a mi alrededor, enjaulando la balsa que lo mantenía a flote para no dejarla ir.

Era como el niño asustado que una vez fue, con la diferencia de que su espíritu era oprimido por el remordimiento. No pude preservar la solidez de mis barreras por mucho más tiempo y tambalearon provocando que participara en su desahogo. Solo se trató de algunas lágrimas furtivas, las cuales él no dio señales de notar.

«Lo siento, lo siento, lo siento», repetía una y otra vez.

No repliqué. Absorbí su dolor el tiempo que necesitó. Paciente. Callada. Consolándolo con un aire maternal.

La chica que matamos había sido una hija, una hermana, una novia, una prima, un lo que sea de otra persona. Las personas que la quisieron nunca sabrán qué sucedió con exactitud con ella.

Yo sabía lo que era perder al fruto de tus entrañas, a esa criaturita que sentiste crecer en tu interior. Por unos meses no fui solo yo sola contra el mundo hostil, sino que él llegó para llenarme de ganas de luchar. Su muerte me destrozó, tanto que aún no me recuperaba por completo. Y como de costumbre, Drake era la causa de cada uno de mis males.

Alan paró de disculparse. El llanto se agotó. Permaneció ahí, rompiendo el silencio con sus respiraciones.

—Lo mejor es que nos acostemos. Ha sido un día largo —dije dándole unas palmadas en la espalda.

Lo sentí asentir contra mi hombro. Luego se reincorporó sin mirarme a los ojos y salió de la ducha goteando agua sobre el suelo.

Me apresuré a agarrar una de las toallas y lo llamé para evitar que abandonara el baño. Supuse que se dormiría en su estado y así solo conseguiría empapar las sábanas. Sin darle vueltas al asunto, me ocupé de desabotonar su camisa para quitársela. Al acabar, la tiré al bote de basura. Saciado mi objetivo principal, le sacudí el cabello con la toalla para secarlo lo más posible.

No hizo comentario alguno. Para mí fue suficiente con que no se negara.

Le tendí la toalla.

—Ten, tú termina con el resto.

Tomé la otra toalla y me encargué de mi propio desastre frente a mi reflejo. Por el rabillo del ojo lo vi pasar la tela con su parte superior, luego deshaciéndose de los pantalones para quedar en bóxers y hacer lo mismo con sus piernas, y por último dejar el baño no sin antes dedicarme una rápida mirada.

Al encontrarme por fin sola, solté una bocanada de aire y me sostuve el lavamanos. Apreté el borde. Cerré los ojos por unos segundos para buscar mi centro, el equilibrio. Yo era consciente de lo que implicaba introducirse en un clan y tener que ganarse su confianza. Debía tener la vista fija en la meta, no dejarme afligir ni distraerme por daño colateral, y cumplir con el trato.

Me desvestí para secarme mejor. Envolví mi figura en la toalla, decidiendo dormir en ella.

Al salir a la habitación, Alan ya se encontraba acostando en su cama dándome la espalda. Me acomodé en mi propio colchón y esperé a que el sueño me embargara, arropada y mirando el techo con las manos enlazadas encima de mi abdomen.

No podía borrar los ojos de la muchacha de mi mente, cómo se apagó su luz.

—Vanessa.

Fue un susurro tan bajo que creí que pudo tratarse de mi imaginación. Alan seguía con la vista hacia la pared, tapado hasta la cintura con la sábana.

—¿Sí?

«Yo no soy como tú. Lamento lo que ocurrió hoy. Sé que eres capaz de lo que sea por él y, aunque no lo entiendo porque sé todo lo que te hizo, lo respeto. También me comprometí a rescatarlo, no por las mismas razones, pero prometo hacer todo lo que esté en mis manos para lograrlo».

—Buenas noches —añadió en voz alta.

Uno de mis capítulos favoritos n.n

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