Capítulo 7 | Comienza el juego

Acordamos reunirnos en la Sala del Consejo. Cuando no se planificaba la presencia de Los Tres, se trataba de una habitación subterránea fría y gris. Esa especie de cueva debía encontrarse ahí desde antes de la construcción de los muros, o incluso de la formación de los Cephei como tal.

Del espacio irregular, con suelo y paredes de piedra, emanaba una energía que ponía de punta los vellos de cualquiera. La escasa iluminación provenía de velas aromáticas, distribuidas en agujeros naturales de las paredes y bases de madera tallada. Tres estatuas resguardaban el lugar. Ceres, el primer alfa de los Cephei, se imponía junto a los puestos de Los Tres ubicados en la parte más alta, como si participara en la toma de decisiones. A un costado había un modesto altar dedicado a Diana, la encargada de bendecir nuestros pasos. Por último, no muy lejos de la diosa, yacía Arthur, como el alfa previo que le dejó su legado al siguiente en la línea, preparado para supervisarlo todo.

En ese momento recordé con claridad la vez que acompañé a Drake al templo de la diosa para enfrentarse a los ancianos. Ellos le advirtieron que le quitarían el derecho de convertirse en alfa si continuaba conmigo, sin embargo, él los mandó a la mierda. Así, sin más, renunció al motivo de su existencia por mí. ¿De verdad había valido la pena tanto teatro para al final de todas maneras conseguir lo que siempre soñó?

En la mesa ovalada en el centro de la habitación, nos esperaban Josh, Patrick y Paula. Sobre la superficie estaba un bolso, una pistola y las carpetas que pedí.

—Llegan tarde —reclamó Josh.

—Estaba gestionando los últimos detalles —repliqué—. Todavía estamos a tiempo.

En realidad, la noche anterior había saqueado el bar privado de Arthur y dormido más de la cuenta producto de ello. Estuvo mal invadir la recamara del fallecido, pero estando muerto no necesitaba disfrutar de las maravillas del alcohol. En cambio yo lo requerí para apagar los pensamientos de preocupación y angustia, y así descansar lo suficiente antes de la misión.

Josh dejó el asunto ir.

—Alan me contó que ya sabes sobre su... condición y que lo usarán a su favor. Aquí está su suministro de sangre —continuó tocando el morral.

Por el rabillo del ojo vi al rubio haciendo una mueca. No estuve segura si fue por encontrarse aguantando las ganas de balancearse sobre la sangre y satisfacer su desmesurada sed; o por disgusto al resaltarse una vez más su dependencia del líquido vital.

—Está bien. —Me acerqué a la mesa y ojeé los papeles por unos instantes—. Todos se ven reales.

—Y lo son. Por eso espero que esto valga la pena y traigas a mi hermano de vuelta.

Paula desdobló sus piernas y se inclinó hacia adelante para tocar el antebrazo del castaño.

—Yo sigo creyendo que esto es demasiado. No podemos simplemente darle toda esa información a los vampiros —dijo.

Su aporte produjo que Josh se apartara del contacto, lanzando una mirada de molestia. No obstante, Patrick se unió a la plática colocando ambas manos sobre la mesa.

—Yo opino lo mismo que Paula. Si las demás manadas se enteran, podrán en tela de juicio nuestro liderazgo. Incluso podrían acusarnos de traidores.

Solté un bufido y me quité la mochila para ponerla en la mesa. Estábamos por empezar y ellos aún no se ponían de acuerdo. Tenía que ser una broma.

—Llevamos varios días hablando de este plan. ¿Se hará, o no? Hicimos un trato.

—Creo que...

—Cállate, Paula —la cortó Josh—. Esta es mi decisión. Yo estoy a cargo y se hará lo que yo diga. ¿Entienden? Haz como quedamos, Vanessa. Ya Ian está en el estacionamiento.

Me mordí la lengua para no replicar por el tono empleado hacia mi amiga. Ella misma me había dicho que no me metiera en sus asuntos. No obstante, por su expresión supe que no tampoco le agradó. Intentó llamar la atención de Josh con su mirada perpleja, pero él la ignoró.

Patrick se deslizó fuera de su silla.

—Respeto tu decisión, pero eso no significa que vaya a participar en ella. Con permiso.

Con eso, asintió en mi dirección antes de marcharse. Uno menos a quien someter.

Miré la hora en mi reloj de muñeca. Decidí meterme en personaje, sin querer alargar más las cosas. Agarré la pistola y le apunté a Paula.

—Así se harán las cosas: ponte de pie con Josh antes de que te vuele la única neurona que tienes.

Los ojos de mi amiga ardieron, mas su lealtad por el hermano Aldrich fue más fuerte. Se levantó como él, cumpliendo sus deseos. Josh le rodeó la cintura con un brazo, siendo más que un gesto de aprecio, uno para evitar que interfiriera.

Alan estaba esperando instrucciones, así que se las di.

—Guarda las carpetas en mi bolso. Agarra nuestras cosas y espérame afuera.

Obedeció sin decir palabra alguna.

—¿Dónde están los de seguridad? —cuestioné.

—Teniendo una reunión en el comedor —respondió Josh—. Pero eso seguramente ya lo sabías, traidora.

Debía admitir que la situación era divertida. Disfrutaba encontrarme en control, incluso si era uno ficticio.

—Vanessa...

—Dime, Alan.

—No te tardes. Dentro de diez minutos será la hora de comer y habrá estudiantes por todos lados.

Justo lo que quería: muchos testigos. Nunca se sabía quién podía tener un espía infiltrado.

—Bien, espera afuera.

—Deberías irte de una vez con él. ¿Ahora qué piensas hacer? —preguntó Paula cuando el rubio se retiró.

Me encontraba pisando una línea, en la que podía escoger cualquiera de los dos lados. Iba a ser sencillo transformar la actuación en algo real, obtener mi libertad y hacer un trato con el Clan del Norte para que me dejaran en paz. Tenía todas las de ganar.

Alcé el arma con el dedo en el gatillo. Apunté a la cabeza de Josh.

Fue un deleite la expresión de ambos ante mi inesperada acción; una opuesta a la otra. Josh me retaba con la mirada a que lo hiciera. O no me creía capaz, o no apreciaba su vida. Por otro lado, Paula no iba a arriesgarse. El miedo se apoderó de sus facciones. Se zafó de su agarre y lo empujó hacia atrás.

La bala acabó donde quise: en el antebrazo de la castaña. No, no contaba con la voluntad para darles la espalda y renunciar al rescate de Drake. La diosa conocía lo que estaba en mi corazón y sabía que no abandonaría el trato. No lo dejaría morir a pesar de haberse encargado de destruir mi vida.

Paula soltó un chillido aguantándose de la mesa. Enroscó una mano alrededor de la zona, retorciéndose al intentar contener manifestaciones de dolor. Aún así, la sangre se escurrió entre sus dedos.

Josh permaneció en su sitio, expectante. Tal vez esperando su turno. Sin embargo, me limité a sonreír.

—Lo siento, Paula. Era necesario —me disculpé dirigiéndome a la salida—. Espero que no haya rencores. Hasta deberías estar feliz, porque ahora sí parece más un robo creíble. Las otras manadas no podrán culparlos de nada.

Las carpetas facilitadas por Josh contenían datos sobre las rutas de patrullaje y las expediciones de los próximos meses. Si las cosas salían mal, si nos atrapaban y Drake acababa muerto, yo sería una de las más buscadas. Y Alan también se vería salpicado.

En el corredor, lo encontré al borde una crisis. Apretaba sus sienes con las manos caminando de un extremo a otro, negando con la cabeza. Se detuvo al oír la puerta cerrarse y palideció al detallar la pistola en mi poder.

—¿A quién le disparaste? —exigió saber—. Esto no está bien. No dijiste nada de esto.

—Cálmate —pedí arrebatándole mis pertenencias—. Fue algo de último minuto. Además, no tengo por qué contártelo todo. Fue solo un rasguño, sé lo que hago.

—Estoy comenzado a dudar que Drake valga el riesgo. Maldita sea. Si cualquier otro hubiese sido secuestrado, máximo le encienden una vela a Diana y le rezan.

Trató de contenerse al tronar sus dedos, justo como cuando era niño. No era el momento ideal para tener un ataque de nervios. Lo sujeté de la camisa y lo empujé contra la pared.

—¿Estás en esto, o no? Si lo estás, acomoda tu mierda y respira. Esto apenas está comenzando.

Una gran bocanada de aire impactó contra mi cara. Hice una mueca y me alejé. El rubio había aprovechado el tiempo para probar el líquido rojizo. La alarma eligió ese instante para activarse.

—Es ahora o nunca, Alan.

Su corazón latía a millón, se le trababan las respiraciones y sus ojos se aguaron debido a la presión. Llegué a creer que estaba por mojarse el pantalón, mas me sorprendió cuando de un segundo a otro pudo reprimir esas señales, como si de un interruptor se tratase.

—Estoy contigo —vociferó.

Con aquello dio iniciada nuestra carrera por el pasillo hacia el exterior.

Afuera el sol del mediodía me encandeció. Las primeras siluetas aparecieron ante nosotros, unas chicas que debían ser novatas por la manera en la que gritaron. Mis pulmones ardieron por intentar mantener el ritmo de Alan. Sus piernas eran unos centímetros más largas que las mías y, a diferencia de mí, se encontraba en buena condición física.

Cruzábamos el patio central y estábamos por llegar a la reja que conducía al estacionamiento, cuando alguien familiar se interpuso en nuestro camino. Era el malnacido de Fred, el pelirrojo que se atrevió a insultarme. De inmediato captó lo que sucedía al fijarse en el arma en mi poder. Se puso hasta más blanco que Alan.

—¿Qué ves, cachorro? —interrogué mostrándole el objeto—. ¿Acaso es esto?

La cría alzó las manos dando un paso hacia atrás.

—No, por favor —suplicó.

—¿Por favor? No eres tan valiente sin tus admiradores, ¿cierto? —reí—. Cuéntame, ¿dónde fue que tu espada atravesó a Alan? Creo que se te vería bien un hoyo ahí.

—Esto no es necesario, Vanessa —murmuró Alan agarrando mi brazo libre.

Torcí los ojos. Me mataba con su buen corazón. Era la oportunidad perfecta para darle su merecido a ese cobarde mimado, pero él prefería dejarlo pasar. Solté un pesado suspiro y, antes de que Fred lo anticipara, con un rápido movimiento lo golpeé con el mango para noquearlo. Cayó inconsciente en el césped y con la sien sangrando.

—No entiendo cómo sigues vivo con esa personalidad tan sumisa —comenté iniciando el trote de nuevo.

—Ni yo cómo tú lo haces con esa tan explosiva.

Me abstuve de contestar. La alarma cada vez sonaba más fuerte y los transeúntes se detenían para buscar comprender qué ocurría.

Alcanzamos el arco de la entrada principal sin más imprevistos. Era la única con acceso al estacionamiento, resguardada y controlada por los guardias que normalmente ocuparían la oficina con una pared de vidrio. No obstante, se encontraban con los demás en esa breve, obligatoria e inesperada reunión.

Ian nos esperaba apoyado de su auto deportivo negro. Estaba concentrado en su celular, mas al presentir nuestra presencia desvió la atención hacia nosotros. Le apunté disminuyendo la velocidad.

—Tira las llaves y acuéstate en el pavimento —ordené—. No quiero lastimarte.

Su historia sería no haber sido capaz de herir a su amiga. Cuando crecieron los problemas con Drake, muchos malinterpretaron nuestra amistad, regando el rumor de que éramos amantes. No pudieron estar más ajenos a la realidad.

—Esto no está bien, Vanessa. Baja el arma y hablemos como personas civilizadas —recomendó guardando el aparato.

—¡Haz lo que te digo! No lo repetiré.

Lanzó las llaves a mis pies. Me agaché con cuidado a recogerlas mientras él se tendía sobre el asfalto.

—Manos en la cabeza.

—Dos meses, solo tienen eso —susurró obedeciendo cuando pasé a su lado.

Ya había espectadores en las ventanas y eran audibles los gritos y pisadas de los guardias aproximándose. Nos apresuramos al coche; yo como conductora y el rubio como copiloto. Una vez dentro, tiramos los bolsos en el asiento trasero. Inserté la llave e hice al motor rugir.

A través de la ventanilla vi a Josh hacerse paso entre la multitud. Las manchas de sangre resaltaban en su suéter gris.

—¡Por un demonio! —exclamó moviendo los brazos dramáticamente—. ¡Cierren las malditas rejas! ¡¿Dónde están los putos vigilantes?!

Su actuación fue tan creíble en otra vida tuvo que haber sido actor. Incluso empezaba a colorarse del enojo.

Retrocedí.

Por el retrovisor pude visualizar a los primeros guardias ingresando a la oficina de control, sin embargo, no oprimirían el botón a tiempo. También se acercaba un grupo armado, con Bryan y Patrick a la cabeza.

Pisé el acelerador.

Unas balas impactaron contra el metal. El portón se fue cerrando, mas no frené. Alan se aferró a su cinturón de seguridad. Conseguimos atravesarlo segundos antes de que nos hiciera papilla.

Liberé un chillido de emoción. Le di un golpe al volante. La adrenalina corría por mis venas, haciéndome sentir más viva que nunca y capaz de cualquier cosa.

Nos desplazamos por la ruta que llevaba a la autopista. Unos aullidos se escucharon. Al mirar a ambos costados, noté unos lobos siguiéndonos. Si mantenía la velocidad, era cuestión de tiempo para que se cansaran y lograra perderlos.

Estuve en lo correcto. En la primera media hora la mayoría se rindió y luego de la hora Patrick y Bryan también decidieron darse por vencidos. El acelerante natural fue perdiendo su efecto hasta dejarme igual de vacía. Le sugerí a Alan que colocara uno de los discos que Ian guardaba en la guantera, y así transcurrió el largo tramo de varias horas.

Nos turnamos para manejar para que el otro pudiera descansar, no obstante, ninguno pudo conciliar el sueño. Yo ya estaba acostumbrada y preferí mantenerme alerta, pero él necesitaría de sus fuerzas y la ansiedad fue la responsable de no permitirle dormir. No nos detuvimos, ni siquiera para comer. Adquirimos comida rápida en uno de los pueblos y los alimentamos en la vía. Tampoco conversamos.

Al arribar a nuestro destino, le indiqué que parqueara el carro oculto por unos árboles, arbustos y las sombras de la noche. Apagó el motor y las luces.

Comprobé mi apariencia en el pequeño espejo, mientras él optó por beber de una de las botellas.

—Deberías terminarte tu hamburguesa. La comida que ellos ofrecen no es muy apetitosa —dije refiriéndome al envoltorio semiabierto en su regazo—. No gasté dinero alimentándote para que se dañe.

Acomodó la botella en el portavasos, tomó la hamburguesa y la ingirió en silencio. Cerré el compartimiento y le di el último sorbo a mi bebida llena de cafeína y azúcar. Tenía que arreglar las cosas si no quería que los tres acabáramos muertos.

—¿Quieres decirme algo? Si es así, hazlo ahora. Después no habrá tiempo.

Empezó a hacer de nuevo ruido con sus dedos. Resultaba agobiante oír a alguien haciendo sonar sus huesos así, incluso si era su forma de canalizar el estrés o nerviosismo.

—No creo poder hacer esto —admitió—. No soy tan fuerte como tú.

Tenía miedo y yo también, solo que llevaba tanto tiempo conociéndolo que al aparecer se había vuelto mi amigo. Era tarde para arrepentirse. Yo se lo advertí. Tuvo la oportunidad de escoger y ya no podía echarse para atrás. La noticia del robo de los documentos debió haberse corrido y nos buscaban.

Me acerqué lo más que pude y le sujeté el mentón para forzarlo a mirarme.

—Tranquilízate. Olvida lo que te dije, me habías hecho enojar. No eres un inútil y puedes con esto. Yo lo sé. Confía en ti. Quieres ganarte tu puesto en la manada, ¿verdad? Esto es lo que tienes que hacer. —Toqué sus manos en mi mano libre—. Y deja de hacer eso. Me aturde.

Las aplanó, asintiendo.

—Bien. —Regresé a mi puesto. Le pasé la botella de antes—. ¿Cómo sigue tu herida?

—Casi sana.

—Menos mal. ¿Me dirás por qué enfrentaste a Fred de esa forma?

Negó dando otro trago.

—¿Cómo está tu sed?

—Controlada.

—Perfecto.

Apoyé mi cabeza de la ventana, consciente de que no estaba muy comunicativo. La herida de espada en su abdomen bajo había tardado en sanar, justo como él explicó. El tema de la sangre todavía me incomodaba, mas debía aceptarlo. No era su culpa y lo necesitaba para sobrevivir.

Desde nuestra posición podíamos ver el hotel supuestamente abandonado del otro lado de la carretera. Con sus cinco plantas, se encontraba al borde de un acantilado con vista a una caída de agua con más de cien metros de altura. Los bloques color terracota de la estructura y el techo estaban invadidos por enredaderas y moho, al igual que los alrededores por hierba. Aunque varias de las ventanas arqueadas se hallaban rotas, la antigua casona conservaba esa aura de lujo que debió poseer en su época de pertenecerle a alguna familia adinerada.

—Es hora —dije.

—¿Estás segura de querer hacerlo?

—Sí, será incómodo, pero es necesario.

La unión de almas era el lazo más íntimo que podía haber entre dos individuos. Se reservaba para la noche de bodas, un acto de confianza plena, donde el pasado del otro era revelado para así compartir un único presente. Además, proporcionaba una comunicación telepática entre las partes incluso estando en su forma humana. La utilizaríamos para hablarnos sin miedo a ser escuchados.

Lo encaré.

—No me vayas a morder ni hagas la cortada muy profunda. Debe cerrarse en cuestión de minutos.

—Entendido —susurró.

Sujetó mi rostro, posicionando su pulgar izquierdo sobre mi labio inferior. Hice lo mismo.

—Ya sabes, hay que estar sincronizados. Dentro de tres inhalaciones.

En la primera faltó coordinación, pero en la siguiente captó el ritmo y trasladó la atención de mis ojos a mis labios. Al culminar la tercera, su uña se hundió a la vez que la mía realizó la acción espejo. Tracé la línea ignorando la molestia y el ardor proveniente de mi boca. Podía sentir la sangre emergiendo de mi herida a la par que vi la suya florecer.

Tuve un sentimiento contradictorio durante ese ancestral ritual de amor. Fantaseé con consumarlo con Drake en nuestro matrimonio. Estuve dispuesta a mostrarle cada espacio de mi alma, sin guardar ningún secreto. No era una ceremonia que debía tomarse a la ligera y me equivoqué al elegirlo a él porque jamás llegué a conocerlo en realidad.

Alan y yo nos acercamos como si un hilo invisible los halara. Él estaba concentrado en mí y yo no me quedaba atrás. Nuestras bocas se encontraron. Nuestra sangre y saliva se mezclaron en un beso. Supe que había funcionado cuando las imágenes comenzaron a fluir en mi cabeza y él se tensó confirmándolo.

Llegaron recuerdos de la infancia siendo agredido por niños más grandes que él. Noches de desvelo en las que se escabullía en la cama de su madre de crianza huyendo de las pesadillas. El desprecio de su medio hermano. Yo vista a través de sus ojos regalándole dulces y dándole palabras de aliento. El miedo a lo desconocido. Un Maldito de Aithan salvándole la vida. Las caricias y besos de su primer amor. La desilusión de un corazón roto. Rinc. El dolor de la mordida de Bryan. Su éxtasis al saborear sangre. Todo aquello y más me golpeó junto a una avalancha de pensamientos y emociones.

Al apartarnos, mi frente palpitaba a causa de tanta información nueva. Me costó diferenciar qué era mío y qué no. El rubio, por su lado, me observaba con los ojos bien abiertos, impactado con lo aprendido sobre mí.

—Tu familia... Ellos...

—No es el momento para hablar de ellos —lo interrumpí sorprendiéndome de poder formular una oración decente. Metí el labio inferior en mi boca para succionar los residuos del líquido escarlata.

—Drake y tú... Ustedes...

—De eso tampoco quiero hablar —gruñí—. Por favor, deja de mirarme así. No necesito que sientas... pena por mí después de ver lo que viste, ¿bien?

—Bien —respondió removiendo la mirada.

—Bien. Ahora agarra tus cosas y bájate del auto.

Tomé mi bolso y abandoné el vehículo.

—¿Solo caminaremos hasta allá y tocaremos la puerta? —inquirió Alan ya junto a mí.

Cerré los ojos por un instante, buscando palpar nuestra conexión psíquica.

«Algo así. Déjame hablar a mí y sígueme el juego».

—Me costará acostumbrarme a esto —murmuró masajeando su nuca.

—Lo sé.

Descendimos por la colina empinada. No tardamos en llegar a la carretera desierta, atravesarla y alcanzar el estacionamiento de la propiedad. La sensación de ser vigilados me erizó la piel. Sombras se movían entre las sombras. El silencio de muerte era solo perturbado por el caer del agua en la distancia. Nos detuvimos a unos cuantos metros de la entrada al ser recibidos por una risa.

«Vanessa...».

«Tranquilo y respira».

En el siguiente parpadeo nos encontrábamos rodeados por doce vampiros. Sus ojos inyectados con sangre y sus colmillos desplegados eran la pesadilla de cualquiera. Alan empezó a sudar frío a mi costado, mas yo conservé la calma, esperando detectar un rostro familiar.

Las puertas dobles que conformaban la entrada principal se abrieron con un rechinido. Un hombre alto y pelinegro salió a darnos la bienvenida luciendo un traje rojo y negro. Se trataba del chupasangre sucesor de Monique, el nuevo líder del Clan del Norte.

—Thomas —dije.

—Vanessa —contestó—, no esperaba ver tu cara de traidora de nuevo. Por lo menos no con vida.

—Lamento lo de Monique.

—¡Tú no mereces pronunciar su nombre! —rugió.

Acortó la distancia y en nada se encontró frente a nosotros. Sus ojos eran un volcán de ira ardiente. Monique lo había convertido en lo que era y de cierta manera se volvió como una madre para él.

Sus súbditos se prepararon para atacar ante la mínima orden suya.

—Dame una razón para no matar a tu amiguito y a ti en este instante.

Alan había dado un brinco de la impresión. Yo apreté el puño para mantener el control sobre mí y no retirar la mirada, ni flaquear.

—Tengo información que puede interesarte. —Tiré el bolso a sus pies—. Quiero hacer un trato contigo.

—¿Información? ¿Trato? —repitió. Inhaló hondo y levantó una mano para que los suyos se relajaran. Ladeó la cabeza tocándose la barbilla con una sonrisa peligrosa—. ¿Por qué crees que algo tuyo podría interesarme?

—Según tú, nada. Y no te culpo. Crees que soy la responsable de la muerte de tu creadora y tienes todo el derecho de hacerlo. Pero si los rumores que te llegaron son verdaderos, sabrás que ella me atacó y que yo no la maté, sino otro miembro de los Cephei. —Efectué una pausa, analizando sus facciones. Se mantuvo quieto, procesando cada palabra—. El hecho es que, Thomas, yo nunca los traicioné. Ella se equivocó y yo estoy aquí para limpiar mi nombre ante ustedes. Por eso les traigo este regalo.

Frunció los labios, pensativo con los ojos fijos en los míos.

Él adoraba a Monique. Ocupó el puesto de su mano derecha y le debía la vida. Era lógico que deseara vengarse.

—¿Entonces por qué escapaste?

—De lo contrario hubiera muerto. Tú lo sabes. Necesitaba tiempo para reunir prue-

Chasqueó los dedos, callándome.

—Suficiente. Ven, Caitlin. Revisa los bolsos.

Una morena salió de formación. Era en extremo delgada, sin ninguna curva pronunciada. Su cabello lacio tono avellana le caía hasta los hombros. Se agachó junto a mi morral y chequeó el interior.

Alan colocó con cuidado sus pertenencias también sobre el pavimento.

La vampiresa dio con las carpetas y se las pasó a su amo. Él empezó a curiosear los documentos.

—¿Son genuinos?

—Por supuesto —repliqué.

—Señor, hay botellas con sangre aquí —indicó la chica sacando una del bolso de Alan.

Thomas me miró intrigado cerrando el archivo. Aceptó la botella de su ayudante y la examinó.

—Pero, ¿qué tenemos aquí? ¿Acaso son un obsequio?

—Son...

—No te estoy hablando a ti, Vanessa. Me dirijo a tu acompañante. No me da confianza que esté tan silencioso.

«¿Qué digo?».

Su pregunta estuvo impregnada con un pánico que pudo ocultar. El nerviosismo era normal al enfrentar un numeroso clan. No se preparó para que se dirigiera directamente a él.

«La verdad de ser conveniente y la mentira cuando sea la mejor opción».

Cité a mi maestro en el arte de mentir. La verdad podía torcerse a nuestra conveniencia y la mentira darle pincelazos a la realidad para mejorarla.

—No. —Sonó ronco, por lo que aclaró su garganta—. No, de hecho, son mías. Tengo que tomar por lo menos una diaria para controlar la sed.

—¿Eres un Maldito de Aithan? No hueles como uno.

—No lo soy, o bueno, eso creo. Sigo teniendo la apariencia de un Hijo de Diana.

La chispa de la curiosidad se encendió en Thomas. Le devolvió las carpetas y la botella a Caitlin y caminó hacia el rubio.

—Qué interesante.

La vampiresa regresó los objetos a su sitio y luego volvió a la formación.

Thomas fue trazando una línea invisible por la mejilla de Alan y fue bajando hasta detenerse cerca de su estómago. Mi acompañante se quedó quieto como una piedra y aguantó la respiración.

—¿Cómo te hiciste la herida que tienes en el abdomen? —continuó.

—Cuando huimos. Por poco no lo logramos, pero valió la pena. —Alan consiguió reaccionar. Comenzó a agarrar la rienda de sus emociones. Su pulso se estabilizó y pudo mantener la mirada de Thomas sin titubear—. Esos bastardos torturaron a mi madre hasta matarla. Vanessa se acercó a mí y no dudé en ayudarla. Este es el inicio de mi venganza. Los haré pagar.

Su mandíbula tembló como si en verdad poseyera rabia contenida. Una nube sombría lo rodeó. Estuve por creérmelo.

«Bien hecho».

—Al parecer tenemos un enemigo común y casi por las mismas razones. Otro día voy a querer escuchar esa historia. Creo que nos llevaremos bien. —Volvió a enfocarse en mí—. ¿Cuál es el trato que propones?

—Quiero recuperar tu confianza y mi puesto en el clan, dejando atrás la confusión de hace años. Además, considero que, gracias a su lealtad y cooperación, Alan merece ingresar al clan —respondí.

Se dio la vuelta y caminó unos cuantos pasos mientras lo consideraba. Lo conocía, no iba a negarse. La posibilidad de tener a Alan era demasiado tentadora. Con sus tres siglos no había visto nada igual antes. Podía utilizarlo como una pieza a su favor.

Finalmente, nos observó de nuevo y sonrió.

—Acepto, pero si descubro que esto es una artimaña, yo mismo les arrancaré la cabeza. —Chasqueó los dedos y dos sanguijuelas rompieron fila; cada uno con una bolsa de tela—. Por ahora estarán bajo vigilancia mientras verifico la información que nos entregaron. Ya conoces el procedimiento, Vanessa. Arrodíllense.

Le di el ejemplo a Alan obedeciendo. Ya con las rodillas contra el asfalto, junté las manos frente a mí. Él me imitó.

«Esto es una locura».

«Relájate y ruega por que esto no sea una trampa».

Thomas realizó otra señal con las manos y luego se retiró hacia el interior del hotel. Los vampiros con las bolsas se aproximaron preparados. Primero le cubrieron la cabeza a Alan y después a mí.

«Esto no me gusta».

El sonido seco del golpe anunció la caída de su cuerpo inconsciente. Respiré hondo y me preparé para mi turno. El dolor estalló en mi cabeza y no tardé en ser arrojada hacia la oscuridad plena.

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