Capítulo 27 | La boda


Era la hora.

Abandoné la cama poco después de la partida de Alan. Sí, me había rechazo, no obstante, las energías positivas que me generó permanecieron. Tenía razón. No importaba si me acostaba con otro intentando olvidar a Drake, eso no significaba superarlo. Luego del momento de amnesia, el recuerdo volvería a amargarme la existencia.

Por eso me levanté y tendí el vestido sobre el colchón. El primer paso para dejarlo ir, para dejar nuestro pasado y amor ir, era asistir a esa boda y presenciar su unión con otra. A partir de allí, pondría la distancia que necesitaba y lo demás sería sencillo. El tiempo terminaría de curar mis heridas, dándome una segunda oportunidad para ser feliz.

Empaqué mis pertenencias justo como acordé con el rubio días antes. En cuanto culminara la ceremonia nos marcharíamos.

Me duché con calma e incluso me eché crema hidratante, la cual tomé prestada de Paula; un viejo hábito que no repetiría dentro de mucho. Me coloqué ropa interior limpia y sequé mi cabello formando algunas ondas en las puntas.

No iba a ser una velada agradable, mas no evitaría destacar. Si lo que quería Corinne era verme derramando lágrimas tumbada en el suelo, estaba muy equivocada. Iría despampanante y con la frente en alto, con la máscara puesta, indiferente a lo que ocurría.

El vestido me quedó a la perfección. La costurera hizo honor a su prestigio y efectuó las modificaciones que le indiqué, dando como resultado una prenda con escote de corazón adherido al cuerpo con un cierre invisible en la espalda y una cinta alrededor de la cintura. Los pliegues y adornos floreales lo hacían una opción que utilizaría gustosa de ser una ocasión distinta.

Montándome sobre los zapatos cerrados de tacón bajo, solo faltó el maquillaje suave para estar lista.

Alan arribó por mí en el instante preciso. Tocó dos veces levemente la puerta antes de entrar y, antes de que me dedicara un halago respecto a mi aspecto, lo tomé del brazo y halé de vuelta al pasillo.

—No es necesario tener prisa. Todavía faltan treinta minutos para que la luna llegue a su pico más alto —dijo él intentado seguir mi ritmo.

—Mientras más rápido me siente en el templo, más rápido sentiré que esto acabará. Además, no quiero tener que maniobrar entre tanta gente para llegar a mi puesto en primera fila.

Llegamos al exterior y la brisa que nos recibió fue tan gélida que me erizó la piel. Las luces decorativas en las plantas, acompañadas por las velas en antorchas clavadas al suelo a lo largo de los caminos empedrados, iluminaban las figuras de los presentes. Miembros de la manada, integrantes de otras, e incluso varios cazadores y hechiceros estaban dentro de lo que detallé conforme avanzábamos.

Trajes elaborados y peinados extravagantes, se mezclaban y destacaban entre distintos estilos. Todos tan diferentes, pero reunidos en un mismo lugar por un evento significativo. Alfas aliados, puros, impuros, los que antes nos cazaban y los que imponían las reglas en nuestro mundo convivían como nunca creí verlo. Se trataba de una ocasión importante, y la presencia de todos ellos debía ser una razón de peso para que Drake se casara. No podía retractarse con tantos ojos puestos en él y en su rango.

El templo de Diana se hallaba en una esquina de las instalaciones rodeado por un número específico de árboles y arbustos, así como puñados de flores moradas. Era una estructura de cuarzo compuesto por la habitación central y dos secundarias a los costados. No poseía ventanas, sino aberturas alrededor de un agujero principal en la cima del techo con forma de cúpula.

La entrada de metal abierta permitió mirar el altar al final del pasillo. Un arco adornado con más flores coloridas tenía a cada lado otro arreglo y velas en soportes que descendían en altura. Más allá, una estatua de la diosa aguardaba por la hora de presenciar la unión de los novios.

—Todos te están observando —susurró Alan después de tratar de disimular plantando un beso en mi mejilla—. Ya no puedes retractarte.

Inhalé hondo, notando en ese instante que me había quedado inmóvil. Solté el aire despacio y luego tomé la mano del rubio. Él apretó la mía, transmitiendo la fuerza que supo necesitaba. Le brindé un breve asentimiento para indicar que todo estaba en orden y accedimos al lugar.

Ya la mayoría de los bancos eran ocupados. Los que se encontraban sentados eran miembros e invitados importantes, mientras que los que yacían de pie, por no haber suficientes asientos, eran impuros y uno que otro puro. No todos iban a caber en ese espacio limitado, pero sí los primordiales.

No tuve cabeza para buscar rostros conocidos. No me pregunté si Lisa había hallado el vestido y había asistido a pesar de los intentos de Amanda. No intenté ubicar a Ian y a Paula para saber que contaba con ellos. Llegamos a nuestros puestos y me senté sin pensar en nadie más.

Alan me apoyó en silencio sin separar nuestros dedos entrelazados sobre su regazo. No habló con los que se encontraban junto a él, como todos lo hacían para matar el tiempo. Él también se sentía fuera de lugar.

Podía escucharlos murmurar cosas de él, acerca de si en verdad era el bastardo de Humbert Seward, y de cómo dejó de ser humano. Como si importara. Prefería que estuvieran chismeando sobre mí, la pobre convertida que creyó estar a la altura de un alfa.

Suspiré, enfocándome en el tacto de mi acompañante.

Drake fue quien no estuvo a la altura. No pudo dejar su ambición mientras yo lo di todo. Él era el cobarde que no podía guiarse por su corazón y se preocupaba más por sus supuestas obligaciones y deberes.

Los minutos se volvieron eternos. Elevé la mirada a la abertura en la cúpula por donde, al llegar la hora, se observaría la luna y su luz bañaría a la pareja, bendiciéndolos y forjando un lazo que no debía romperse.

—Drake ya debería estar aquí. La luna ya se está asomando —dije.

Escaneé la habitación, esperando que solo fuera una preocupación absurda mía. No obstante, los invitados estaban ansiosos y se cuestionaban entre sí lo mismo que yo. ¿Dónde se encontraba el novio?

Lo que Amanda anunció se tornaba real. Drake en verdad no planeaba casarse, y en ese instante debía estar ideando una excusa, o hasta cómo escapar, en el cuarto continúo. No lo permitiría. No dejaría que su decisión generara, como también dijo Amanda, desgracias; incluso si se lo entregaba en bandeja de plata a Corinne.

Alan sujetando mi muñeca me devolvió a mi asiento.

—No vayas. Deja que suceda lo que tenga que pasar.

—No puedo hacer eso —repliqué—. Ya decidí, y tú mismo lo dijiste, no puedo retractarme.

—Entonces iré contigo.

—No, quédate aquí. Esto tengo que hacerlo yo.

No estuvo feliz con mi respuesta, mas no insistió. Me soltó y me apresuré hacia la salida.

En la puerta me topé cara a cara con los padres de Corinne, Ingrid y Christoph Terrell. Vivían apartados de la manada como embajadores en un país extranjero. Solo los había visto una vez, cuando regresaron al enterarse de que Drake le rompió el corazón a su hija.

—¿Tú aquí? ¿Dónde está Drake? —espetó ella. También me recordaba.

Christoph la agarró del brazo porque destilaba las ganas que tenía de lanzárseme encima—. No armes un escándalo. No aquí. Piensa en nuestra hija.

Era indudable el parentesco.

La señora ojeó hacia su derecha, en dirección a la alcoba donde la novia se preparaba y aguardaba por la llegada del novio. Corinne se asomaba entre las sombras por la puerta entreabierta. Más que enojaba por verme, la angustia se esparció por su expresión. Ninguna mujer deseaba ser dejaba plantada en el altar, mucho menos con un bebé en camino. Pero, había más que eso. Si antes no estaba segura de que Drake no era otra cosa que un capricho para ella, con el temor en su mirada comprendí que sí lo amaba. Todo ese tiempo se esforzó por defender ese sentimiento, como yo lo hice por mi lado. Ella podía merecerse lo que ocurría, mas yo no sería el verdugo.

—Yo me encargaré de que llegue a ese altar —prometí.

Tomé el camino contrario, hacia la recamara del novio. A diferencia de su versión femenina, la cual poseía dos maneras de ingresar, su entrada era independiente, es decir, solo se podía acceder a ella desde fuera del templo. Solo familiares podían acompañar a la pareja, y eran los únicos con acceso al otro lado de la cinta que traspasé sin dudar. Avancé unos cuantos pasos hasta la parte trasera de la estructura y su olor llegó a mí.

Podía escuchar su corazón latiendo del otro lado de la puerta. Y, luego de superar los segundos donde decidía qué hacer, percibí otro individuo en la recamara. También detecté la sangre.

Giré la manilla y entré alarmada. Drake estaba en esmoquin de pie en medio de la habitación, con Ian herido a sus pies.

—¿Viniste a obligarme a ir al altar, Vanessa?

—¿Qué sucedió? —interrogué yendo hacia mi amigo.

Me tumbé junto a él. Una extensa cortada que iba desde su hombro a través del pecho hasta la zona del ombligo era la causante de tanto líquido escarlata. Era profunda y su camisa blanca se encontraba empapada.

—Vino a hacer exactamente lo que tú, y escuchó una conversación que lo hizo querer interponerse en mis planes —contestó el castaño. Me tendió una toalla—. Yo siendo tú, haría presión para evitar que se desangre antes de que su herida sane.

No comprendía nada de lo que ocurría, mas, por los momentos, fue prioridad detener la pérdida de sangre del pelinegro.

Aparté las manos de su pecho y soltó un gemido casi inaudible cuando presioné gran parte de la herida. Ian observaba su alrededor con los ojos entreabiertos. Le costaba mantenerse consciente y el sudor envolvía su piel.

—No puedo creer que le hayas hecho esto —siseé.

—Yo no lo hice. —Examinó su reloj como si estuviera esperando algo—. El hechicero no pudo controlar todo el poder que gracias a mí posee.

—¿Qué hechicero?

Los gritos que se oyeron opacaron mi pregunta. Después se escucharon disparos y un sentimiento extraño se apoderó de mi pecho.

La puerta se abrió y Bryan ingresó a la habitación. Sus manos y rostro tenían salpicaduras de sangre.

—Está hecho —dijo.

Drake sonrió—. Bien, por fin nos libramos de esos tres decrépitos.

Con los decrépitos solo podía referirse a los Tres, los antiguos hermanos licántropos con dones especiales e influencia en las decisiones de las manadas, pero sobre todo del alfa de los Cephei. Eran venerados y personalidades de muy lejos los visitaban para pedir consulta referente a elecciones importantes.

—¿Qué hiciste, Drake? ¿Bryan? —inquirí.

Si ellos... si planificaron sus asesinatos los decapitarían por traición.

—Lo que debía hacerse —contestó Drake verificando la hora de nuevo. ¿Qué faltaba?—. Ellos eran un estorbo y aproveché la oportunidad.

¿Quién era él? ¿Dónde se escondió aquel brillo macabro, capaz de lo que fuera, durante todo este tiempo? ¿Acaso la boda fue parte de un numerito conspirador? Tenía sentido. Los Tres solo eran vulnerables separados, y justamente eso sucedía en las bodas cuando cada quien arribaba por rutas diferentes al templo. Norte, este y oeste, reuniéndose con la pareja que provenía del sur.

Ian se removió bajo mi toque, recobrando mi completa atención.

—Bryan, ve por ayuda. Olivia sabrá qué hacer —pedí.

El medio hermano de Alan esperó por las instrucciones de su líder.

El castaño negó—. Todavía no. Todavía queda una fase de mi plan y él no va a interferir. No me mires así, siendo sincero, está más seguro aquí que allá afuera.

—Eso no importará si muere —siseé.

Me ignoró y giró para concentrarse en Bryan—. Asegúrate de que los autos estén listos.

—¿Vanessa? —El que no quería que estuviese involucrado en esto, apareció por la puerta. ¿Fue tan difícil esperarme unos minutos?

Su mirada azulada se dirigió de inmediato hacia Ian y a mí, con mi vestido manchándose de sangre. Pasó entre su hermano y Drake sin prestarles atención, como si exclusivamente estuviéramos los tres en la habitación.

—Dime que no es tuya.

—No, no lo es. Por favor busca a Olivia para...

El disparo producido por el arma de Bryan le dio a Alan en la pierna. El rubio cayó junto al pelinegro aullando en agonía.

Deseé poder apartarme de Ian para arrancarle la mano a Bryan. Pero, por encima de todo, quise poder llegar a Alan para auxiliarlo.

—Llegó el invitado que faltaba —dijo Drake con desdén. Sacó su propia pistola del interior de su chaqueta y le apuntó mientras su cómplice se marchaba como si nada—. Dame una razón para no volarte los sesos por meterte con lo mío, bastardo.

—Drake —supliqué—, por favor.

No lo merecía. Luego de todo lo que había hecho por mí no merecía verse envuelto en todo eso. Drake era mi problema, no el suyo.

—Pídelo otra vez, caramelo. Convénceme.

Maldito. Se aprovechaba del desespero que poseía por evitar la muerte de ambos, para demostrar que él tenía el control de la situación. Lamentablemente, no podía arriesgarme a llevarle la contraria.

—Si no le haces daño yo... haré lo que me pidas.

Sonrió con suficiencia, revelando con el brillo en sus ojos que me arrepentiría de mi elección—. Bien. Toma el lugar de Vanessa, Alan. Apúrate.

El rubio como pudo se arrastró entre quejas de dolor hasta donde yo me encontraba. No dijo palabra alguna, solo intercambiamos miradas y cambió mis manos por las suyas. Ahora él era quien retrasaba el desangramiento de Ian, mientras de su propia pierna escapaba sangre.

No bajó su arma, en vez de eso me apuntó—. Camina hacia mí. Lentamente.

Continuaba agachada y aproveché de murmurar el nombre de Alan. Él volteó y no dudé en unir sus labios con los míos. Corto y superficial, pero significativo; tanto para generar un bramido por parte de Drake.

—No te muevas de aquí. —Obedecí las órdenes del castaño, mas, sin la vida del pelinegro en mis manos, mi mente recobró la serenidad para exigir respuestas—. ¿Qué hechicero le hizo esto a Ian, acaso el responsable de todas esas desapariciones y muertes? No me digas que eres cómplice en esa monstruosidad.

—Lo soy —replicó como si aquellas vidas no tuvieran valor para él—. Quiso poder y se lo di. Lo necesitaba de mi lado y ahora lo está.

Intenté limpiarme las manos pintadas de rojo con la falda de mi vestido. Resistí las ganas de lanzármele encima y golpearlo. ¿Cómo pudo participar en algo así? Murieron miembros de las manadas, y de su manada. Su deber era protegerlos, no desampararlos para cumplir sus propios intereses.

—¿Para qué? ¿Para demostrar tu soberanía asesinando a los Tres?

—Hay mucho más. Ellos eran un impedimento y sus muertes son el inicio de mi plan. —Ojeó su reloj por tercera ocasión—. Ahí está bien. Quédate ahí.

Me detuve—. Murieron niños, Drake. Niños inocentes.

La mención no lo conmovió—. Daño colateral requerido para alcanzar un fin mayor, para el bien de nuestra especie. No podemos seguir viviendo en la sumisión y suprimiendo nuestra naturaleza.

Con sumisión se refería a los hechiceros y cazadores. Con suprimiendo nuestra naturaleza solo se me ocurrió que podía referirse a consumir sangre humana. ¿Siempre había pensado de esa forma?

—Una rebelión puede significar el fin de nuestra especie, o, lo más probable, llevarte a la muerte a manos de otras manadas. Nadie quiere regresar a las viejas costumbres.

—Te sorprenderías —dijo—. Así como también muchos creen que los prejuicios que separan a los supuestos puros e impuros son absurdos. Nadie tiene que pasar por lo que nos sucedió a nosotros. Y, si todavía estamos a tiempo, incluso podríamos amarnos de nuevo. Sin rumores malintencionados, ni señalamientos.

—Estás loco.

Y eso quería creer para no caer en la tentadora propuesta. Su meta utópica fue lo que anhelé por años. Las opiniones negativas de los demás influenciaron en el trágico final de nuestra relación, así como las restricciones y pensamientos preconcebidos. Nadie merecía atravesar por una situación similar, donde se descubría que el amor no era suficiente.

—Sabes que no. —Extendió su mano libre—. Ven conmigo y te lo demostraré.

Permanecí inmóvil observando la mano, con una picazón esparciéndose por mis dedos.

Pensé en Alan, tanto en lo acontecido recientemente como en cada gesto que tuvo hacia mí. Yo no podía continuar en ese círculo vicioso con Drake. La vida me había puesto enfrente la oportunidad para dejarlo ir y comenzar de nuevo. No iba a aceptar su propuesta.

Estuve a punto de negarme, arriesgándome de que perdiera la cabeza y empezara a disparar, cuando el ruido de fuegos artificiales lo impidió.

—Dos minutos tarde —lo oí susurrar.

El sonido de las explosiones en el cielo fue acompañado por más gritos y sangre. Mucha sangre. Mis sentidos me indicaron que la mayoría se concentraba del otro lado de la pared a mis espaldas, en el interior del templo. Histeria, golpes de lucha, corazones que paraban de latir. Era una masacre organizada. Por él.

Cerré las manos en puños y mis ojos se llenaron de lágrimas. Paula, Lisa, todos los demás. No pude articular palabra. ¿Cómo pudo?

—Nuestro hijo está vivo, Vanessa, y sé dónde está. Ven y lo volverás a ver.

Así de rápido mi atención abandonó las muertes, la ira, para enfocarse exclusivamente en la posible artimaña que empleó para convencerme. Fui consciente de ello, pero aun así mi instinto materno me obligó a escuchar. ¿Y si no mentía?

—Te mostraré algo para que me creas.

Sacó de su chaqueta una fotografía y se acercó para mostrármela. Se trataba de un niño sonriente de cabello castaño claro y ojos cafés. En su nariz, en la forma de sus labios, pude ver el reflejo de los genes de Drake. No obstante, lo más importante era que estaba sano y vivo. Sin duda era él, mi bebé.

Estiré el brazo para tomar la imagen, soltando las primeras lágrimas, mas él la apartó de mi alcance. La guardó otra vez.

—Es de hace un mes. —Dio pasos hacia atrás—. O vienes, o te quedas. No hay tiempo.

Lo sabía. Llevaba tiempo sabiendo que estaba vivo y no me había dicho nada. Seguro esperó a este instante, su última carta para convencerme de marcharme con él. A base de ese detalle había dicho los planes pueden cambiar la noche anterior. Lo tenía todo calculado.

No me indigné. No existía espacio para ello con el hoyo que se volvió a llenar en mi corazón, el vacío que fue reemplazado por la calidez de la esperanza. Las espesas capas de tristeza y dolor se alivianaron. Quería poder abrazarlo por primera vez, pellizcar sus mejillas y darle todos los besos que le debía.

Años llorando su pérdida para que Drake lo encontrara. No había tiempo para lidiar con cada emoción, o considerarlo, sobre todo porque mientras lo pensaba él se alejaba, llevándose consigo mi oportunidad.

—No lo hagas.

Miré a Alan, la voz de la razón. Me olvidé de que se hallaba allí batallando el dolor y aferrando a Ian a este mundo. Estaba en lo cierto, no debía hacerlo. No debía ceder ante el juego sucio de Drake. ¿Utilizar a nuestro hijo para manipularme? Eso era caer bajo. Sin embargo, el rubio no podía comprender en su totalidad la complejidad del asunto.

Si no lo acompañaba, si permitía que él pudiera sus manos en nuestro hijo, corría el riesgo de que envenenara su joven mente. Él tenía rencor en su interior, y sus ideas de rebelión lo pondrían en peligro y a todos a su alrededor. Era mi obligación protegerlo.

—Vanessa, por favor —pidió deduciendo mi decisión. Qué lástima que se trataba de uno de los pocos motivos de fuerza mayor que me alejarían de él. Drake fue listo.

—Mantente con vida y pase lo que pase no dudes de mí —dije.

Entre los gritos de desesperación provenientes de cada dirección, di el primer paso hacia el exterior. Lejos de la vista de los que corrían por sus vidas y de quienes los cazaban, Drake se detuvo a esperarme bajo un árbol. Indiferente de las muertes generadas por sus decisiones y de que en otras circunstancias jamás hubiera escogido ir con él, sonrió victorioso antes de tomarme de la muñeca y guiarme de nuevo hacia la fuga.

Porque así seriamos considerados a partir de ese momento: unos traidores.

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