Capítulo 22 | Exaspero
El día siguiente hicimos todo excepto tratar el tema por el que estábamos ahí. Me desperté en la tarde, donde el tiempo se fue entre comida y bailes producto de la fiesta organizada. Celebraron hasta el amanecer, quedándome en una esquina presenciando la alegría acumulada en la plaza.
Paula evitó a Josh y se ocupó en charlar horas con Jair. Él estaba interesado en ella; en verdad le importaban las palabras que salían de la boca de mi amiga, demostrándolo con su mirada atenta y el entusiasmo al contestar. Dudaba que Paula notara lo que yo, ya que de cuando en vez removía su atención del Pólux y buscaba a Josh entre la multitud.
El segundo al mando no se daba problemas y aceptaba gustoso la compañía de varias solteras. Bailaba, reía y les susurraba al oído. Ian hizo lo mismo, intentando encajar, mas guiándose por los buenos modales y la diplomacia. Laila estuvo con él casi toda la velada, mostrando de sobremanera su interés, el cual debía incomodar al pelinegro, porque apenas se asomó el sol en el horizonte se fue.
El próximo día transcurrió casi igual, solo que sin la fiesta, pero sí ocupándonos en nada constructivo. Comer al aire libre y recibir un tour de la isla, donde fuimos Laila, Ian y yo. Por su parte, Paula se ofreció a ayudar a Jair en su trabajo como guía en el museo.
Era exasperante. No eran vacaciones. No dejaba de preguntarme si estaban evadiendo el asunto apropósito. Por eso, la cuarta noche de nuestra estadía no pude soportarlo más.
—¿Cuándo hablaremos de la neblina y de los tentáculos?
Josh, diagonal a mí, me lanzó una mirada de reproche—. No es el momento.
—¿Y cuándo lo será? —insistí posando mis ojos en Clovis, sentado en la cabecera del comedor.
Nos encontrábamos cenando en la sala de reuniones del edificio para asuntos oficiales, el mismo de dos plantas rodeado por columnas.
Josh arrugó el rostro. No le agradó que ignorara su clara orden de seguir retrasando el asunto—. ¿Cómo te...?
—Déjala —lo cortó el alfa—. Está bien que le intrigue. —Realizó un movimiento con la mano para indicarme que continuara.
Daria comía en silencio entre su esposo y yo. Josh intentaba ocultar su enojo. Ian, frente a mí, elevó los ojos de su plato.
—Ya... ya llevamos tres días aquí. Estoy agradecida con la hospitalidad que nos han brindado, pero tenemos razones por las cuales estar aquí y el tiempo pasa sin que hayamos concretado algo. Debe haber un motivo, que no nos están comunicando, y quiero saberlo.
Clovis curveó las puntas de sus labios en lo que juré fue una sonrisa. Era diferente a su esposa, quien transmitía alegría y frescura. Siempre andaba serio, cuidadoso de sus expresiones, cerrado a compartir lo que cruzaba por su cabeza.
—Antes de darles acceso a nuestra biblioteca, tienen que darnos una cosa en retorno. Un favor por otro.
—¿Qué favor? —cuestioné, desviando mi atención a Josh. Por su cara, tampoco parecía estar enterado de ese detalle.
—Quiero que... —Hundió el cuchillo en su papa cocida—...tomes prestada la tarjeta de acceso de tu amigo Wyatt y me la des. —Introdujo un pedazo de papa en su boca—. Eso es todo.
—¿Su tarjeta de acceso?
—Explícale, cariño. —Le cedió el mando de la conversación de Daria para poder comer.
Ella depositó sus cubiertos a los costados de su plato con delicadeza y utilizó la servilleta de tela para limpiar la comisura de sus labios.
—Los cazadores llevan consigo una tarjeta de acceso personal para entrar a cualquier instalación de hechiceros permitida o de cazadores. La mantienen con ellos debido a su importancia, siempre entre sus ropas, lo más cerca posible. El porqué la codiciamos no necesitan saberlo, así como nosotros no limitaremos al uso de nuestros recursos. Consíganla y podrán volver a su hogar una vez hayan hallado lo que buscan.
Fui ingenua en creer que nos brindarían su ayuda sin esperar algo a cambio. Las manadas no se encontraban enemistadas, sin embargo, como era lo natural, cada quien veía por sus propios intereses. La petición confirmaba las sospechas de Wyatt; los Pólux tenían un plan, y estaba segura de que no sería bueno para los cazadores.
No me daría por vencida. Si debía jugar con sus reglas para obtener lo que quería, no me detendría en considerar cómo mis acciones afectarían entes ajenos a mi círculo—. Lo haré. —Me puse de pie—. Muchas gracias por la comida. Me encargaré de cumplir lo antes posible.
Abandoné el salón sin perder tiempo, adueñándome de la misión. Paula no estaba presente, Ian no lograría acercarse lo suficiente a Wyatt y Josh no podía arriesgarse a ser atrapado. Yo era quien quedaba. Engañar a Wyatt no iba a ser fácil, mas no conseguiría la tarjeta de otra forma.
Los guardias abrieron el enorme par de puertas de hierro para permitirme el paso. La luna llena reflejada en el océano me dio la bienvenida al exterior. Los habitantes comían en el comedor público ubicado en la plana baja del edificio para familias, por lo que la plaza estaba desierta.
Descendí por los escalones de dos en dos, decidiendo dónde buscar a Wyatt primero.
—Vanessa, espera.
Me detuve a mitad de camino para voltear a ver a Ian. Yacía a unos escalones por encima de mí, con el pulso acelerado, quizás porque se apresuró para alcanzarme—. Dime. Sé rápido porque quiero acabar con esto lo antes posible.
Dio las pisadas restantes para quedar en mi nivel—. Deja que me encargue.
—¿Encargarte? —Corté la distancia para disminuir el tono de conversación a murmullos solo audibles por nosotros—. Ni siquiera conoces a Wyatt, ¿cómo te acercarás lo suficiente?
—¿Piensas conseguirlo seduciéndolo? —preguntó con incredulidad.
Extraño.
—Tal vez. No subestimes los poderes de una mujer sobre un hombre.
—Repito: déjame manejarlo. —Bajó varios escalones.
Fui detrás de él y sujeté su brazo para detenerlo—. ¿Por qué tanta insistencia? Wyatt no te conoce, no te tendrá la confianza para que te acerques lo suficiente.
Sus ojos se desenfocaron por un instante, como si estuviera recordando un evento, o más de uno. La seriedad que también había mantenido se desvaneció, enseñando una expresión en blanco. Después, volvió a concentrarse en mí y solo un pensamiento cruzó mi mente cuando su rostro revivió de nuevo. Se percató de que lo noté, tensando su mandíbula y retirando la mirada.
—Quiero ayudar —susurró—. La traeré antes del amanecer.
Mi mano soltó su extremidad, de cierta forma aceptando su propuesta y permitiendo su partida. Yo me quedé ahí.
Sea lo que sea en lo que pensó, le sacó una fugaz sonrisa. Luego aquel sentimiento que abarcó, o abarcaba, le dio vergüenza. Pena de compartirla hasta conmigo. Una contradicción que ya había visto en indeterminadas ocasiones en él. Era un deseo que, dentro de nuestros estándares, no podía existir. Estaba prohibido, sobre todo hacia quien era dirigido si yo tenía razón.
Antes de los problemas con Drake, antes de que el pelinegro y yo nos convirtiéramos en confidentes, él disfrutaba alardeando la cantidad de puras e impuras que se había llevado a la cama. Nada serio, únicamente placer. No era una conducta del todo aceptable, pero tampoco rompía ninguna regla siempre y cuando no formalizara con una transformada.
Enterarme de la verdad me hizo comprenderlo. Ian no me lo contó, sino que lo atrapé y no tuvo otra opción que sincerarse conmigo, como nunca antes había hecho con nadie, y hacerme prometer guardar el secreto. Desde ese momento, en escasas oportunidades el tema resurgía. No requería hablarlo para yo ser consciente de lo que debía sentir. No era justo y me preocupaba su necesidad de aparentar.
En Wyatt no sospeché que tuviera esos gustos. Sabía que los cazadores no eran estrictos respecto a ello, así que contaba con suerte si mis suposiciones estaban en lo correcto.
Igual me costaba creerlo. La actitud de Ian había sido muy extraña y aquello me confundió. También estaba el hecho de que Wyatt preguntó por su nombre, cosa que no tenía sentido si se conocían.
Nuevas pisadas me hicieron mirar hacia el edificio. Josh se acercaba todavía con el ceño fruncido. Antes de que pudiera reaccionar, me abofeteó. Mi cara giró por completo a la derecha, generando un horrible dolor de cuello y desatando el sabor a sangre en mi boca.
—Yo no soy Drake para que andes desautorizándome. No tengo por qué lidiar contigo, Vanessa. Vuelve a comportarte así y la pagarás caro —espetó.
Palpé mi mejilla para convencerme de que era real.
Si actuó de esa forma porque no cerré la boca como él quiso frente a la pareja alfa, me preocupó lo que podía hacerle a Paula. Ya de por sí no la trataba de la mejor manera. Cada día se veía más al borde.
—¿Qué harás? ¿Torturarme hasta matarme porque no quise que siguiéramos perdiendo el tiempo? —siseé. Escupí, intencionalmente, sobre sus zapatos. Limpié el hilo de sangre que sentí descender por mi mentón—. Si no hubiese preguntado, no nos hubieran revelado ese requisito. Tú tampoco lo sabías, ¿o sí? ¿De qué tanto has estado hablando con ellos, porque obviamente no pensabas en acelerar la misión?
Entrecerró los ojos y anticipé otro golpe. Si llegaba, iba a estar preparada—. No es tu problema.
—¡¿Qué mierdas haces?! —chillaron al pie de las escaleras cuando Josh alzó su mano, dispuesto a disparar su segunda cachetada. Paula estaba ahí, horrorizada y acompañada por Jair.
El Pólux soltó un silbido y ascendió por la docena de escalones que nos distanciaban—. No está bien agredir a una mujer, Aldrich. ¿Eso no lo enseñan en su escuelita?
Josh removió su atención de mí y se concentró en el otro hombre lobo. Echó sus hombros hacia atrás, resaltando su estatura, y se paró frente a Jair, sus pechos casi rozando, desafiante—. No te metas.
—Esas no son maneras de dirigirse a uno de los nuestros, Josh. —La voz de Clovis provino de la cima de las escaleras. Solemne, con sus ojos brillando con enojo—. Son invitados y pueden dejar de serlo en cuanto yo lo ordene.
Josh cerró sus manos en puños a sus costados. Sin embargo, se tragó sus ganas de comenzar una pelea y se alejó de Jair. Dio la vuelta para observar al alfa—. Tiene razón, y lo lamento. No volverá a ocurrir.
***
—Él no tenía ningún derecho para...
—Ya lo sé, Paula. Deja de repetirlo y de disculparte —la interrumpí irritada. Solo había hecho eso desde que regresamos a la habitación: pedir perdón en nombre de su... de Josh y llorar en silencio sentada en el rincón lejano de su cama—. Él debe hacerlo, no tú. —Suspiré, levantándome de la silla. El sol estaba por salir y Ian no había vuelto—. Si luego de lo de hoy no te has dado cuenta de que él no vale la pena, siento lástima por ti.
No le di tiempo para responder, abandonando la habitación. Las luces de la recamara de Laila se encontraban apagadas, mas no percibí su presencia. Rogaba por que no estuviera revoloteando alrededor del pelinegro y entorpeciendo su misión.
Descendí el primer grupo de escaleras a un costado de las residencias. Giré para bajar por el segundo grupo de escalones y me topé cara a cara con Ian, quién tenía una amplia sonrisa.
—Estaba por irte a buscar —expliqué dando un paso hacia atrás.
—Llegué justo como lo prometí. —Aclaró su garganta, haciendo desaparecer la curva de sus labios. Revisó en el bolsillo de su bermuda y me entregó una lámina rectangular. Pasó a mi lado y se sentó en el muro con vista al lago. Sacó un cigarrillo y lo encendió para llevarlo a su boca—. Eso es lo que necesitas.
Examiné la tarjeta de un negro brillante. En el centro poseía las iniciales de Wyatt en una letra imprenta plateada; bajo éste había una cifra que superaba los siete dígitos y contaba con los dos últimos sustituidos por asteriscos; al final, se encontraba un cuadro con un peculiar dibujo abstracto en él, como un código de barra.
—Gracias —dije escondiéndola en mi pantalón. Me paré a su lado, en un lugar donde no me molestara el humo que destilaba—. ¿Cómo la conseguiste?
Inhaló hondo del delgado palillo destruye pulmones, lo mantuvo por un instante, y se tomó su tiempo para liberarlo. Contempló el horizonte que empezaba a aclararse—. Simplemente fui y se la pedí prestada.
—¿Qué? —exclamé.
Esperé que soltara una carcajada y admitiera que se trataba de una broma. Intenté detectar alguna pizca de sarcasmo, porque el cazador no pudo habérsela dado así como así. No obstante, me observó otra vez y su expresión era seria. No estaba jugando.
—¿Cómo es que...? —Me detuve a organizar mis ideas—. Él... ¿No se negó? ¿Tanta confianza te tiene?
—Es complicado, Vanessa. Llevo mucho tiempo conociéndolo y... Es complicado. —No me gustó su mirada triste, como la de alguien que deseaba algo aun siendo consciente de que se encontraba fuera de su alcance. La agonía de tener que conformarse con los quizás de lo que no puede ser—. Le mentí sobre varias cosas y fue una sorpresa encontrarlo aquí. A pesar de todo, me perdonó. Por favor, no preguntes.
Él era mi amigo y me dolía verlo así, por eso no insistí y me conformé con agradecerle de nuevo.
—No puedes fumar aquí —informó una muchacha de corto cabello rubio al pie de las escaleras. Estaba acompañada por una amiga. Ella era Zara, otra hija de la pareja alfa, menor que Laila—. Es dañino tanto para ti como para el ambiente.
Ian se abstuvo de quejarse. Removió el cigarrillo de su boca y lo tiró al suelo para pisarlo.
Zara no parecía satisfecha—. Recógelo y guárdalo para que lo botes de regreso al exterior. Como le dije al cazador, no necesitamos esa contaminación aquí. —No cesó su mirada de reproche hasta que Ian obedeció. No sé por qué, pero tuve la intuición de que Wyatt le había dado ese cigarrillo, ya que Drake fue claro en que ese tipo de cosas no estaban permitidas en territorio Pólux—. Gracias por la comprensión.
—¿Por casualidad el alfa está disponible? —le pregunté esperando a que llegara a la cima de las escaleras—. Es importante que me reúna con él.
Ella asintió—. De hecho, me mandaron a buscarte. Te están esperando en su alcoba.
***
Clovis y Daria ocupaban la mitad del último piso del edificio para familias. La otra mitad le pertenecía al segundo al mando, a su mujer y dos niños; siendo él a su vez el hijo mayor del alfa. Me encontré con los dos cachorros bajando corriendo la escalera para reunirse con el grupo de jóvenes frente al recinto.
—Van de excursión —comentó Zara luego de regañarlos por estar apresurados—. Hoy irán a la castada al noreste de la isla. Alejandro, hijo de mi padre, les dará una clase de nado a los pequeños.
Me llamó la atención su elección de palabras, mas ya estábamos cerca de la entrada como para preguntar.
Daria nos recibió en una bata de dormir hasta las rodillas. Le dio un beso a Zara en la mejilla—. Gracias, hija, ya puedes ir a cumplir con tus labores.
Zara se despidió y cruzó la terraza para desaparecer por las escaleras.
—Conseguí lo que pidieron —dije, indispuesta a perder tiempo.
Sonrió asintiendo levemente con la cabeza—. Bien hecho. Pasa, mi esposo te espera.
Me guió al interior y, a diferencia de la recamara que compartía con Paula, no caminé dentro de la habitación principal, sino a una modesta sala de estar. Muebles de madera y peculiares dibujos en las paredes. En el fondo se encontraba un comedor de cuatro puestos, donde yacía Clovis comiendo trozos de manzana.
—Eres eficiente —dijo él, consciente de mi noticia previa, cuando tomé asiento a su lado—. Muéstranos.
Deposité la tarjeta sobre la mesa—. No sé qué piensan hacer, pero dudo que falsificarla sea sencillo. Y no se la pueden quedar porque debo devolverla antes de que se dé cuenta.
—No te preocupes por eso —replicó agarrándola para examinarla—. Se la podrás regresar antes del mediodía de mañana. —Se la entregó a Daria—. Ya sabes qué hacer, amor.
Ella afirmó y salió del apartamento.
Clovis no continuó hablando. Se concentró en comer los pedazos de fruta mientras leía un libro de páginas amarillentas con símbolos que desconocí. El silencio se apoderó del espacio.
Claro, podía oír los pájaros cantándole al sol, las olas acariciando la costa y a la manada encargándose de sus actividades. Voces de adultos, adolescentes y niños mezcladas con algunos aullidos y rugidos juguetones. Estaban aislados y aun así eran felices en su burbuja, en armonía con la naturaleza. Ellos eran libres en irse a explorar el mundo cuando quisieran. Había escuchado historias de ello y que al final, tarde o temprano, cada uno volvía para quedarse. No se acostumbraban al cambio, o sencillamente extrañaban su lugar de origen. La paz con la que crecieron.
—¿Cuándo me darán acceso a la biblioteca privada? —pregunté después de un rato.
—En cuanto Daria vuelva —contestó—. Solo permitiré que entres tú. Nadie más.
—¿Por qué?
—La diosa no aprobaría a Josh. No es digno y le falta mucho por aprender.
Auch. Eso haría molestar a Josh. Genial.
—Acompáñame, Vanessa. —Daria estaba en el arco de la entrada.
Me levanté—. Gracias.
Fui con Daria hacia el edificio de dos plantas con columnas. En lugar de doblar a la izquierda para ir al final del corredor y acceder al comedor privado, cruzamos a la derecha e ingresamos a una habitación. La pared del otro extremo no podía verse por la cantidad de cajas y maniobramos entre ellas para llegar allí. La ayudé a mover cuadro cajas livianas, haciendo aparecer un tapiz que caía hasta el piso. Ella lo hizo a un lado para revelar un pasadizo secreto con escaleras ascendientes iluminado por velas aromáticas.
Me cedió el paso—. Mi hija Laila está arriba, ella se encarga de la biblioteca privada.
Avancé por el pasillo, el cual se volvió más oscuro cuando Daria acomodó el tapiz como antes. Escuché cómo amontonaba las cajas mientras subía por las escaleras de espiral. Era ingeniosa su forma de esconder ese sitio.
Arriba, el cambio brusco de brillo me aturdió por un instante. La tenue luz se transformó en el día soleado de afuera. Resultaba que el techo era de cristal, permitiendo el ingreso de los rayos del sol y proporcionando una vista del cielo azul y de las nubes.
—Es más hermoso de noche. —Bajé la mirada para depositarla en Laila. Ella estaba acostada en un sillón tapizado de color crema leyendo un libro con cubierta de cuero. Lo puso a un lado y se reincorporó—. Creí que dormirías un poco antes de venir. Hay mucho por investigar y leer.
A nuestro alrededor había estante tras estante repleto de libros, ordenados en corredores que giraban pareciendo no tener fin. Había incluso pergaminos en una vidriera pegada a la pared, junto a un escritorio donde descansaba un libro con un grosor que asustaba. Leer por completo el conocimiento almacenado ahí llevaría décadas.
—Estoy bien. Mientras más pronto empecemos mejor.
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