Capítulo 20 | Ida

—No te conviene que no haya boda —dijo la voz de Amanda. La seguí de regreso al presente, a su habitación. Sus ojos violetas estaban puestos en mí y había parado de tejer—. A nadie le conviene.

—Lo sé —murmuré depositando mi taza de té de nuevo en la mesa baja que nos separaba.

No le había contado lo que pasó entre Drake y yo. Claro, eso no fue necesario mencionarlo para que lo supiera. Siempre sabía. De hecho, apenas había pronunciado palabra desde que entré a su habitación para despedirme. Mi mente estaba en Alan, en su recuperación y en el incidente de hace dos días. El rubio continuaría en observación durante unos días más.

—Tiene emociones contradictorias en su corazón. Todavía le queda mucho por vivir y por aprender. —Siguió con su manualidad.

—A veces pareciera que estuvieras de su lado —comenté.

—Su padre debió haber sido el alfa, no él.

Y entre sus decisiones de alfa estuvo enviar una comisión para reunirse con los Pólux y buscar orientación. Aunque del tentáculo que guardé en el frasco no quedó nada, porque se desintegró, había información valiosa por compartir y por comparar en los antiguos textos de los Pólux a ver si encontrábamos alguna coincidencia que nos ayudara a enfrentar la situación. Drake le delegó esta misión a Josh, Paula, Ian y yo. Me incluyó en el paquete con la excusa de ser una de las dos personas sobrevivientes de un ataque reciente, pero mi lado malicioso me sugirió que era para alejarme de Alan. Su actitud me decía que no le gustaba mi amistad con él.

—Siempre estoy de tu lado, mi niña. Por eso mi intención es guiarte —sonrió luego de unos momentos. Hizo un último movimiento, un corte y me ofreció su creación: una bufanda—. A los Pólux les gusta el color púrpura, úsala.

—Gracias —le devolví la sonrisa y acepté el regalo colocándola alrededor de mi cuello. Después le daría una mejor forma.

Tomamos otro poco de té en silencio. Amanda me proporcionaba la paz que necesitaba antes de emprender el largo viaje hacia el hogar de los Pólux. Mas, también aprovecharía la ocasión intentando conseguir un poco de información.

—¿Sabes algo de la neblina o de los tentáculos succionadores de vida? —pregunté.

No respondió. Continuó degustando su bebida y se comió una galleta.

—No me dirás nada de ese tema, ¿o sí?

Negó con una sonrisa de niña traviesa.

—Los Pólux son el camino, no yo. —Volvió a agarrar sus herramientas de trabajo e inició un nuevo tejido—. Que las bendiciones de la diosa caigan sobre ti, mi niña.

—Bien —suspiré tomando una última galleta y poniéndome de pie—. Voy a llamar a Lisa para que vuelva rápido.

—Estoy cansada. Puedes irte, Vanessa. Tienes asuntos que atender. Lisa no tardará en regresar, no es necesario que la llames. —Como vio que me requerí unos minutos para considerarlo, añadió—, me portaré bien.

Su cara me hizo ceder. No pude resistirme y de cualquier forma ya debían estar esperándome para partir. Había ido a visitar a Amanda ya con mi mochila, así al salir me dirigí enseguida al estacionamiento principal del recinto.

Mientas me acercaba lo primero que vi fue a Ian recostado contra el maletero del auto de Josh, fumándose un cigarrillo. Después, vi a Josh hablando con una pareja agarrada de manos que me daba la espalda. No tardé en darme cuenta de que se trataba de Drake y Corinne. Una radiante Corinne que sonreía restregándome su felicidad quebradiza. Lástima que no podía gritarle a los cuatro vientos que me acosté con su prometido. No jugaría esa carta.

Manteniendo todo lo interno en su lugar, saludé con seriedad mientras pasé junto a ellos. No les di un segundo vistazo, ni esperé su contesta. Caminé directamente hacia Ian para guardar mi equipaje. Él solo se hizo a un lado y me permitió abrir el maletero.

Observé de reojo a la pareja. Corinne intentaba disimular, pero podía percibir cómo posaba su atención en mí. Le soltó la mano a Drake para rodear sus hombros con el brazo y pegar sus cuerpos; marcando territorio. Patética.

Drake sí era un gran actor. Ni en un instante dejó de enfocarse en su hermano o en la rubia. Incluso de acarició el cabello en una oportunidad. No pude evitar sentir asco. ¿Cómo podía fingir tan bien, si hace poco estaba supuestamente herido por cómo concluí las cosas? ¿Eso también fue ficción? ¿Cómo pude volver a caer tan bajo?

—¿Y Paula? —le pregunté al pelinegro.

—Se le olvidó algo y ya regresa.

—Bueno, esperaré dentro.

Subí a la parte trasera del vehículo y apoyé la frente del asiento del copiloto. Estaba preocupada, estresada y ansiosa. Cerré los párpados y permanecí en esa posición mientras esperaba. Josh debía estar recibiendo las instrucciones finales de Drake. Podía escucharlos, pero opté por bloquear el ruido. Yo solo quería salir de ahí.

Pensándolo un poco más afondo, me haría bien estar lejos por un par de días. Lejos de tantos recuerdos en plena superficie y especialmente de Drake. Tal vez hasta hallaría la manera de escapar para evitar asistir a la boda, una boda que ya no quería que se efectuara. Sin embargo, no estuve segura de cuál era la verdadera razón. ¿Para vengarme de Corinne? ¿Para vengarme de él? ¿Serviría de algo? ¿Valdría la pena? ¿Para qué? ¿Por qué?

—¡Alan!

Escuchar su nombre me sacó de mi derroche mental. Me asomé hacia el exterior y vi a Alan corriendo hacia mí en pijama. Perseguido por Olivia, quien no corría rápido en tacones. Con todos perplejos viéndolo, incluso Paula que acababa de llegar y tuvo que apartarse para dejarlo pasar, el rubio se detuvo en mi ventanilla.

—¿Qué haces? —cuestioné sacada de foco por la extraña situación—. ¿Por qué no estas en la enfermería dejando que te cuiden?

Miró hacia Olivia, calculando el tiempo que le quedaba, y luego se agachó un poco para quedar a mi nivel.

—¿Ibas a irte sin despedirte? —fue lo que dijo—. Ni siquiera me dejaste darte las gracias por haberme salvado, una vez más.

—Ya me habías agradecido.

No respondí a lo primero, porque era obvio. Sí iba a irme sin despedirme. Saber por parte de Olivia o de Ian que ya se encontraba mejor, era suficiente. No quise convertir ese viaje en un drama, ni que Alan se concentrara en otra cosa que no fuera su bienestar. No era bueno que estuviera ahí, descalzo y haciendo una escena.

—Alan...

—Ten. —Puso en mi regazo un bolso pequeño que no detallé antes—. Es comida para el viaje. No llevas, ¿cierto?

—No traje. Gracias.

Con las manos alrededor del bolso y sintiendo su peso, deduje la presencia de varias viandas en su interior. El gesto accionó una sensación agradable en mi corazón.

—Cuídate, Vanessa. Te prometo que yo estaré bien.

Acunó mi rostro en sus manos y antes de que pudiera reaccionar, plantó un beso en mis labios. Así de inesperado, así de aturdidor. Durante esos breves segundos nos miramos fijamente. Y no fue incómodo, sino que a través de su mirada me trasmitió una disculpa y a la vez una alegría efímera.

—Buen viaje —susurró al retirarse.

Me brindó una última sonrisa y se alejó.

—Sí, sí, Olivia. Vas a tener que encerrarme cada vez que salgas —lo oí decirle a la doctora.

Pegué la espalda contra el asiento y me ocupé de recuperar el aliento que no había percibido haber perdido. No caí en la tentación de ver hacia afuera, de ver la reacción de Drake. Todos habían sido espectadores de esa unión de bocas.

Poco transcurrió y las puertas del vehículo se abrieron. Josh y Paula se sentaron en la parte delantera e Ian ocupó el puesto junto a mí. Ninguno dijo nada en voz alta, solo Ian posó sus ojos por un momento en el bolso con comida y luego me sonrió divertido. Lo ignoré y me recosté contra la ventana ya cerrada para intentar dormir y diluir el efecto de lo acontecido.

Mi sueño se prolongó debido a las extrañas canciones que le gustaban a Josh. Extrañas, porque él no parecía del tipo que escuchara puro instrumental de relajación. Sonidos de cascadas, flautas, violines. Eso más la escasa conversación resultaba en somnolencia.

Los dos momentos de respiro, para descansar de esa música y estirar las piernas, fue cuando nos detuvimos a echar gasolina y aproveché de ir al baño, y en la parada para comer y comprar bocadillos para lo que faltaba de carretera. En el típico restaurante de carretera, ellos se alimentaron de comida rápida mientras yo degusté una rica pasta de salsa blanca con vegetales.

Una vez acabada el almuerzo-cena, Ian y yo nos dirigimos solos al auto porque Josh y Paula tenían que ir al baño. Supuse que no iba a hacer por separado.

Ian ocupó el asiento del conductor porque era su turno de conducir las tres horas que quedaban para llegar al hogar de los Pólux. Pronto llegaríamos a la antigua y abandonada ciudad de Qaammat. Rogaba por que los Pólux no se guiaran tanto radicalmente por las costumbres de vivir en contacto con la naturaleza como lo hacían los Ypres, ya que mis músculos no estaban con ganas de dormir en el suelo.

Conforme nos entrenaban, aprendíamos a la par sobre las demás manadas en el mundo, las más importantes y especialmente las que se relacionaban más con los Cephei. Sus lenguas, costumbres, diferencias, cómo se formaron y más. Sin embargo, aunque los Pólux eran de las manadas más antiguas y de las más importantes, también eran los más reservados.

—Por lo que veo a Alan le gusta tenerte bien alimentada —comentó Ian cuando yo ya estaba cómoda en mi lugar.

Fingí no haberlo escuchado y me coloqué el cinturón de seguridad. Destapé la segunda botella de agua que Alan empacó para mí y bebí con paciencia.

El pelinegro no se dio por vencido. Inclinó su asiento hacia atrás para poder clavar sus ojos azules en mí.

—¿No me dirás nada del frágil lobo blanco que se preocupa demasiado por ti?

—¿Qué quieres que te diga?

Suspiró—. Iba a dejar que me contaras lo que quisieras. En fin, mira, la unión de almas es un acto muy íntimo y por eso se reserva para el matrimonio. Es normal que luego de compartir algo así con alguien, a quien le revelas todo de ti y de quien alcanzas a conocer todo, te sientas... conectada a esa persona. Y me parece súper bien que sea con Alan, él es buen sujeto.

—Él está enamorado de mí, Ian, pero es demasiado bueno para mí. No se merece a alguien roto como yo —solté—. Además, yo no estoy lista para estar con alguien, y tampoco es el momento adecuado.

—Entonces él va a tener que dejar de cometer actos osados en vano. Tuviste que haber visto la cara que puso Drake cuando te besó, seguro no se quedará tranquilo y tomará represarías. El loco ese cree que eres su propiedad.

—Tendré que volverle a dejar claro que se equivoca, entonces.

Saqué de la bolsa de compras un paquete de gomitas con formas de osos de colores y se lo pasé. Sabían que eran de sus favoritos.

***

Dejamos la autopista para cruzar en una salida poco transitada. Ya era de noche y los focos de nuestro carro era lo único que iluminaba los alrededores. Estábamos rodeados por un bosque, no con tantos árboles como el nuestro, pero un bosque al fin.

Ian redujo la velocidad cuando una cadena con un letrero de prohibido el paso se interpuso—. ¿Seguro es por aquí, Josh? —preguntó por encima de las gotas de lluvia que resonaban contra el metal del coche.

—Por supuesto —replicó desabrochándose el cinturón. Josh dejó su puesto de copiloto y salió sin importar ser mojado por la lluvia. Caminó hacia adelante con el objetivo de quitar la obstrucción.

La mano de Paula se enroscó en mi brazo, sacudiendo la extremidad para llamar mi atención.

—¿Qué ocurre?

Señaló las ventanas, hacia las sombras en el exterior—. Lobos. Lobos de verdad.

Sus ojos brillantes nos observaban entre los troncos. Sus siluetas eran más pequeñas que las de un hombre lobo, casi del tamaño de uno desarrollándose o mal desarrollado, como Alan.

—¿Y si lastiman a Josh?

Se soltó el cinturón de seguridad. Y probablemente hubiera ido a su lado para protegerlo si Ian no la hubiese interrumpido.

—Josh puede cuidarse solo. Además, según los textos, los lobos de la zona trabajan en conjunto con los Pólux.

Los caninos mantuvieron distancia incluso en el momento en el que Josh se apartó para que el vehículo ingresara. Después, regresó el extremo de la cadena a su lugar y volvió a montarse.

—Esas miradas dan escalofríos —comentó Ian cuando nos desplazamos otra vez.

—Y todavía falta —contestó Josh. Sacó el teléfono de su chaqueta y lo revisó—. No hay señal. Bienvenidos a territorio Pólux. Recuerden hacer lo que les digan y respetar sus costumbres. Queremos que nos ayuden. Estoy a cargo, así que no lo arruinen.

Transitamos por el tramo otro rato.

Paró de llover.

El espacio de los árboles no tardó en ser ocupado por edificaciones que se desmoronaban. Casas de piedra sin ventanas ni puertas, recintos de máximo dos plantas siendo tragados por la naturaleza. Abandonado. Un pueblo fantasma.

El frenado repentino me empujó hacia adelante. Me sujeté del asiento donde estaba Josh para evitar el impacto. Alcé la vista para ver qué había sucedido. Las luces del auto iluminan un grupo de más de diez personas interponiéndose en nuestro camino. Todos vestían túnicas en tonos púrpuras.

—Josh...

—También los veo, Ian. Son ellos. Tomen sus cosas y bájense. —Él fue el primero en abandonar el carro, yendo directo al encuentro de los encapuchados.

Oí el sonido del maletero abrirse cuando Ian oprimió el botón correspondiente. Paula e Ian obedecieron la orden de Josh, mientras yo permanecí en mi sitio, viendo cómo el hermano del alfa estrechaba la mano del desconocido con la vestimenta del morado más profundo.

¿En serio habíamos llegado? ¿Cómo podía la manada más antigua y culta vivir en un pueblo destruido? La posibilidad de dormir en la intemperie era muy tangible. Iba a preferir pasar la noche doblada, incómoda, en el automóvil.

Paula captó mi atención al golpear la ventana de mi puerta. Me hizo una señal con la cabeza, indicándome que me uniera a ellos en la tarea de bajar el equipaje. Le respondí con un breve asentimiento, resignándome a esperar de qué manera transcurría la situación.

Desabroché mi cinturón y, luego de acomodar el bolso que Alan me dio en mi hombro, salí del coche. Ojeé por un instante hacia Josh, quien intercambiaba palabras con el mismo al que saludó. Ese debía ser el alfa, o por lo menos estar en un alto puesto, como segundo al mando.

—A Clovis no le gustará esto, Aldrich. Conoces nuestras costumbres —decía el miembro de los Pólux, claramente molesto.

—Como seguro Drake les hizo saber, es indispensable su presencia —argumentó Josh.

Retiré la mirada. Me encontraba intrigada por la conversación, creía que todo estaba preparado y nos esperaban, pero parecía lo contrario. Sin embargo, no pude escuchar más, porque, percatarme de la gran cantidad de ojos que resplandecían en casi cada espacio negro, vigilándonos, me desconcentró. Tragué y me apresuré a ir a la parte trasera de nuestro transporte.

—Ten —dijo Paula dándome la mochila verde musgo con mis pertenencias—. Todos esos lobos me ponen los pelos de punta.

—A mí también —murmuré.

—Ya somos tres —agregó Ian ya con su morral encima. Sacó el bolso de Josh y cerró el maletero—. Esperemos estar el menor tiempo posible.

—Denme su equipaje, impuras —habló una voz gruesa a mis espaldas, demasiado cerca. Tanto que su aliento cálido impactó contra mi nuca.

Giré de repente e impuse distancia. Era uno de los Pólux con un tono de túnica más claro.

—Mi nombre es Vanessa —gruñí.

No me importaba lo que fueran. No dejaría que se refirieran a mí con aquella etiqueta despectiva. Había sido un largo día y anhelaba descansar.

Colocó las manos en el borde de su capucha y la removió para revelar su rostro. Era de tez oscura y sin ni un solo mechón de cabello. La tonalidad verde de sus irises era cautivadora.

—Me llaman Jair. ¿Te he ofendido?

Alguien presionó mi hombro. Paula.

—Por supuesto que no, Jair. Dale tus cosas, Vanessa. —Ella sí aceptó su oferta con gusto, teniéndole su bolso—. Muchas gracias por la ayuda.

Accedí para no armar un escándalo, mas preferí quedarme con la comida de Alan. Además, pensándolo bien, la oferta fue un gesto de hospitalidad. ¿Un puro cargando las pertenencias de un impuro porque sí? Difícil de ver.

Jair colgó el morral de Paula en su hombro y el mío lo sujetó con una mano, así como Ian estaba haciendo con sus cosas y las de Josh—. ¿Eso es todo?

—Sí.

—Bien. Ahora síganme para unirnos a la manada.

Rodeamos el carro yendo detrás de Jair para descubrir que el grupo de empuchados desapareció, llevándose a Josh con ellos. Paula me brindó una mirada de pánico, concordando con mi pensamiento de que algo olía mal. Ambas dirigimos la atención a Ian, quien después de Josh era el que poseía la autoridad. El pelinegro también lucía preocupado, mas hizo una señal con su mano libre ordenándonos que esperáramos. En mi opinión era la mejor opción.

El Pólux continuaba avanzado a unos pasos de distancia de nosotros, como si creyera que no notaríamos la ausencia de nuestro compañero ni de sus secuaces. ¿Qué tramaban? ¿Por qué se encontraba tan confiado? ¿Acaso los otros estaban ocultos en las sombras lejanas observándonos?

Jair ni se molestaba en ojear a vernos para cerciorarse de que las cosas iban bien. Claro, podía fácilmente oír las pisadas indecisas de Paula y los latidos acelerados de su corazón. Ella sí que no sabía mantener la calma.

—¿Y Josh? —preguntó Ian con cuidado cuando se percató de que Jair nos guidaba a una de las casas. Era una de las mejores conservadas, con casi el techo cien por ciento intacto y solo una pared demolida, por la cual accederíamos—. ¿Dónde está?

A través de la oscuridad y la tierra circulando por la fuerte brisa, destacaba una figura en el medio de la única habitación, donde las paredes divisoras ya no estaban. Había algunas repisas y mesas de madera que exhibían, siendo capaz de distinguir por la forma y uno que otro detalle captado por mi vista sobrehumana, figurillas y utensilios antiguos. También noté un par de placas y letreros que probablemente daban algún tipo de explicación.

—Se fue antes con los demás para explicar la situación —replicó Jair—. Él es Zintul.

—¿Qué situación? —pregunté.

—Lo sabrán en breve —contestó Zintul. Él no removió su capucha como Jair, solo dio un paso hacia adelante para hacernos saber que no era una estatua—. Las canoas están esperando.

¿Canoas?

—¿Esto es una especie de museo, o algo así? —cuestionó la castaña. Se encontraba junto a una de las mesas ojeando los artefactos—. Me recuerda a uno en el que trabajé con mi padre.

—Dudo que lo sea, Paula.

—En realidad lo es, por lo menos de día. Aunque no lo parezca, vienen muchos turistas. Muchos nos turnamos como guías y el dinero no está de más. No dependemos de los hechiceros, ni de los cazadores —contradijo Jair a Ian, pero enfocado en Paula.

—Qué interesante —respondió ella.

—Vamos.

Zintul salió de la casa por donde una vez tuvo que estar la puerta trasera. Jair fue detrás de él y nosotros seguimos a Jair.

Con aquel corto intercambio de palabras, el ambiente pareció apaciguarse. Continuábamos alerta, a pesar de que dudaba que en realidad fuera una trampa. Solo manejaban las cosas diferentes a nosotros. Lo que no comprendía era el misterio y lo de las canoas. ¿Entonces no vivían en ese pueblo desolado?

Por el otro lado, Paula se veían menos preocupada por el paradero de Josh y más pensativa que de costumbre. Seguramente pensaba en su vida anterior y en la familia que nunca volvió a ver.

Atravesamos unas cuantas ruinas más hasta llegar a la orilla de un lago. El cuerpo de agua era tan inmenso que aparentaba no tener fin, e incluso lo hubiese confundido con el mar si no estuviera consciente de en qué parte del país nos encontrábamos. Dos canoas de madera clara y hermosamente elaborabas descansaban con la mitad de su estructura sobre la capa de piedras.

—Nuestras canoas pueden llevar un máximo de tres personas, sin incluir el peso del equipaje —explicó Jair depositando el equipaje de Paula y mío en una de ellas—. Ian puede ir con Zintul y ustedes conmigo.

—¿Van a separarnos?

—Es la única forma. Solo Jair y yo sabemos cómo llegar a la isla.

Me abstuve de preguntar a qué isla se refería. Zintul me daba algo de miedo, me perturbaba, y no estaba segura si era porque no nos mostró su rostro. Sin embargo iba a protestar por la idea de separarnos, pero Ian me detuvo cuando colocó las mochilas que cargaba en la otra canoa.

Todavía no muy convencida, me monté en el transporte acuático con Paula pisándome los talones con la indicación de Jair. Ambas compartimos el asiento ya que en el otro estaba el remo, el lugar que ocuparía el Pólux.

Jair levantó unos centímetros la canoa para empujarla por completo en el agua. Después se subió sin tener que mojar su túnica, con unos segundos de ventaja. Mientras él se acomodaba en su sitio, Ian ayudó a Zintul a poner la canoa en el lago para luego ambos subirse. Los dos Pólux sumergieron el remo en sincronía y al instante nos desplazamos.

Los dos botes avanzaban cerca el uno del otro, apagando mi desconfianza. Me relajé y miré las estrellas que ahora brillaban sobre nosotros, reflejándose con vanidad en el espejo natural. La Luna se encontraba a un costado, al lado de la montaña lejana cerca de nuestro territorio.

—¿Qué significa Qaammat? —preguntó Paula—. Vi algo en uno de los carteles, pero no alcancé a leerlo.

—Es Luna en la lengua Inuktitut —dijo Jair.

Estábamos lejos de la orilla, tanto que era difícil detallarla. Unas frases desconocidas para mis oídos circularon por el viento, provenientes de Jair y Zintul. La brisa cesó y las estrellas parecieron aumentar su luminosidad. Una niebla blanca fue materializándose hasta envolvernos por completo. Ya no veía la canoa donde se encontraba Ian, casi ni podía observar con claridad a Paula.

¿Qué demonios era esto?

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