Capítulo 19 | Caer en las redes

Gritos ahogados a mi alrededor, ocultos en una oscuridad que no me dejaba ver. Pasos y gruñidos me perseguían. No podía detallar mi propio cuerpo, pero sí sentir el movimiento de mis piernas y la fatiga acumulándose por estar corriendo. Los latidos apresurados de mi corazón representaban el miedo que me transmitió mi seguidor.

El camino se agotó. Di un paso y caí al vacío. Sobre mí, unas irises rojizas descendían a unos metros de distancia. La caída no tenía fin. El espacio negro fue siendo ocupado por partes de mi vida. Mi primera cita con Drake, él cumpliendo como mi entrenador en las clases de rastreo, nuestras visitas escondidas a la cabaña en el bosque; esas y otras más llenaron las sombras. Lo único extraño fue que no era yo en ellas, sino Corinne. La rubia usurpaba mi puesto. Me excluía de los recuerdos de Drake como si nunca hubieran sido míos.

—Él no es tuyo. Nunca lo fue —dijo la deformidad que no lograba identificar.

—¡Cállate! —chillé, estirando el brazo lo suficiente para golpearlo.

Gotas de sangre salpicaron sobre mi rostro. Una sonrisa macabra se formó en los labios que se fueron formando, así como las demás partes, con moderación. Alan. Él era el dueño de esos ojos escarlatas.

—¿Te duele la verdad?

No tuve la posibilidad para responder. Devolvió mi golpe, enviándome hacia la derecha. Choqué con una pared blanca y acabé en el suelo del mismo color. Mi cabeza dio vueltas y requerí de cerrar y abrir los párpados varias veces. Conforme lo hice, el escenario fue transformándose.

Confundida, los apreté por un largo minuto para después separarlos. Reconocí donde me hallada. Estaba acostada en el pasillo de las habitaciones puras, precisamente en el de los de alto rango. Me senté con lentitud, todavía afectada por la pesadilla que tuve. Eso había sido. Noté mi camisón negro y medias de conejos rosados. ¿Acaso caminé estando dormida hasta aquí?

No me extrañó. La experiencia de horas antes estuvo cargada de emociones y no era la primera vez que aquello me sucedía. Además, Paula no estaba en la habitación cuando volví, seguramente entreteniendo a Josh, por lo que no hubo nadie para detenerme.

Luego de arrastrarme a la pared más cercana, me levanté con la ayuda de la misma. Acomodé mi pijama. Leí el número de la habitación frente a mí y no pude creerlo. Era la de Drake. Podía acercarme, intentar escuchar lo que ocurría en el interior. Supuse que estaría con Corinne, así que borré la tentación de mi mente. No podía continuar lastimándome a propósito.

Decidí marcharme antes de ser atrapada husmeando en el ala pura. Sin embargo, no había dado ni cuatro pasos cuando la puerta a mis espaldas se abrió.

Era Drake. Él me miró por unos segundos a través de la abertura, como convenciéndose de que no era una alucinación. Sus ojos estaban rojos y su expresión todavía demacrada. Algunos años parecieron sumarse a sus facciones. Optó por terminar de separar la puerta.

—¿Necesitas algo, Vanessa?

Crucé los brazos como un reflejo defensivo. ¿Por qué de todos los lugares dentro de esos cuatro muros tuve que acabar justamente ahí?

—No... Solo estaba... Tuve un mal sueño y salí a caminar un poco.

—¿Llegando por arte de magia en mi cuarto?

Presioné los labios y tragué. El pijama que me llegaba a medio muslo no ayudó a sentirme bien. Me sentí expuesta.

—Regresaré a mi habitación. Buenas noches.

—A mí a veces también me sucede. Me pongo a caminar y por alguna razón termino en tu puerta, incluso cuando no estabas aquí —dijo demorando mi partida—. Creo que, a pesar de los años que han pasado desde que te mordí, tu aroma todavía me atrae.

Nunca antes lo había admitido. Siempre creí que el apego era solo mío. Eso era lo que salía en los libros: el convertido volviéndose dependiente de su creador, no al revés, e iba más allá que cualquier emoción común. Al parecer no querían que nosotros, los impuros, supiéramos porque podía llegar a ser una debilidad.

—Iré a dormir —contesté.

Negó apoyándose del marco de la puerta.

—No lo harás, así como yo tampoco podré hacerlo.

Sonó seguro, como si pudiera percibir mi interior. Y estaba en lo cierto. Al cerrar los ojos una nueva pesadilla se adueñaría de mi inconsciente

—Eso no...

—Entra y hablemos un poco —continuó—. A menos que quieras quedarte ahí y despertar a todo el pasillo.

¿Hablaba en serio?

—¿Corinne no está calentando tu cama?

No era como si fuera a aceptar.

—Entra y averígualo por ti misma —respondió alejándose de su posición y retornando al interior de su recamara—. Dejaré abierto por si cambias de opinión.

Me quedé ahí, contrariada.

¿Por qué? ¿Por qué ofrecer aquello cuando estaba por casarse? ¿Por qué preocuparse cuando le oculté lo del bebé? Tendría que estar molesto, incluso cuando se lo merecía. ¿Por qué lo no estaba? ¿Por qué seguir intentado cuando más de una vez marqué la raya entre nosotros? ¿Por qué insistir cuando ya obtuvo lo que quería de mí?

No supe por qué accedí. Tal vez fue la misma fuerza que me hizo acabar frente a su habitación. Quizá Drake poseía un poder sobre mí que iba más allá de lo que sabía. O lo anterior era una excusa para ver hasta dónde sería capaz de llegar.

Estaba igual a como recordaba. Un poco más desordenado y con una montaña de papeles sueltos en su escritorio, pero idéntico. La misma alfombra que fue de su padre antes de su muerte, los cuadros de paisajes que pintó su madre adornando las paredes blancas, los muebles de madera y su cama cubierta por sábanas crema. Una cama que solo él ocupaba estando sentado en una esquina.

—Supongo que no tienes alcohol, ¿o sí? —pregunté, ya que no hizo más que estudiarme.

Elegí uno de los dos sillones individuales y lo moví para tomar asiento frente a él. Al analizarlo bien, no iba a estar mal si hablábamos, sobre todo si estaba la posibilidad de que hubiera alcohol de por medio. Conversar nos iba a hacer bien para llegar a un acuerdo y cerrar por fin el ciclo. No más daño para él ni para mí.

—Agoté mi reserva hace un rato. Lo siento. Para la próxima guardaré un poco, ya que te has vuelto una bebedora.

—Dudo que haya una próxima vez. —Miré alrededor. Ni una sola foto de su prometida ni de ambos. Tampoco estaba la nuestra, mas no fue una sorpresa—. ¿Hablaste con Corinne? ¿Le contaste lo que ya sabes?

—Ella no tiene por qué saberlo. Es nuestro hijo y solo nos incumbe a nosotros.

—Era —murmuré.

Un silencio rellenó el espacio.

Llevó ambas manos a su nuca y exhaló con pesadez para luego levantarse y pasear por la habitación. Lo vi hacerlo por varios minutos, en los que mantuvo los ojos en el suelo. Se detuvo y me miró.

—Cierto.

Tuve ganas de llorar por enésima vez ese día.

—¿Sabes? Fue mala idea entrar, mejor me voy.

Me puse de pie, pero antes de que me alejara sujetó mi muñeca. Entrecerré los ojos, sintiendo comezón en el lugar en el que nuestras pieles se tocaron. Estábamos teniendo demasiado contacto para mi gusto.

—Te amo. Nunca ha sido mentira —soltó—. No soporto verte así. Ruda cuando volví a verte, frágil como lo estás hoy. —Acercó su mano a mi rostro. No pude moverme—. Me agobia saber que es mi culpa.

Acarició mi mejilla y fue inevitable no temblar. Había sido mucho. Ese día, esas semanas, esos meses, esos años. Ya no podía más. No podía seguir luchando por reprimir lo que llevaba por dentro. Mis fuerzas se agotaron.

Noté la intención en su mirada y sabía que no resistiría. No estando tan débil y fuera de mí.

—No me hagas esto —susurré—. No te aproveches de mi...

Me calló impactando sus labios contra los míos. Eran suaves y cálidos. Eran familiares. Una parte de mí le dio la bienvenida, pero la otra gritó que debía alejarlo. No podía, no quería eso. Tenía que reaccionar empujándolo lejos para evitar volver a ser destruida. Yo no...

No obstante, para mi mal, me agarró de la cintura para unir más nuestros cuerpos. Su olor y toque nublaron mis sentidos. Todo se convirtió en él. En el deseo que resurgía por él. Siempre él. Encontró la forma para escabullirse bajo mi piel. Para desconectar mi mente llena de advertencias y de rencor. Para convencer a mi cuerpo de cooperar y dejarse manipular por él. Se aprovechó de mis defensas caídas para tenerme a su merced. Pasó sus manos por mi cuerpo, despertando sensaciones que hace mucho se encargó de congelar. Me hizo temblar con su toque paciente al principio y desenfrenado después.

¿Cómo no rendirme ante el hechizo de sus hábiles dedos?

Nos seguimos besando. No tardó en aventurarse dentro de mi bata y en hacerla desaparecer. Me tumbó en su cama, en sus sábanas marcadas con su aroma, es decir, en una piscina de telas de él. Se acomodó sobre mí para luego guiar mis manos a los botones de su camisa, animándome a deshacer las capas de ropa que nos separaban.

Se apoderó de mí un sentimiento imparable por permitir que calmara el dolor de mi alma con cada centímetro de su piel. Acabé por quitárselas a jalones, desgarrándolas. Necesité con urgencia que apaciguara mi fuego interno, o que lo alimentara para que terminara de consumirme. Cualquiera de los dos resultados me iba a satisfacer.

Abrazando sus caderas con mis piernas, otro error fue añadido a la lista con un rudo impacto. Fue otro motivo para odiarlo y odiarme por ser tan débil. Por ser una estúpida. No iba a mentirme, la experiencia agridulce fue tal cual lo recordaba. Sabía cómo manejar el ritmo de las cosas para sacarle el máximo provecho a la situación y llevarnos juntos al éxtasis.

Cuando el gozo culminó, fue inevitable sentirme sucia. La realidad me golpeó, una donde él estaba comprometido con Corinne y yo acababa de hacerle lo que ella me hizo. Me había convertido en la amante. La culpa me abarcó.

Sobre el colchón, cubiertos por la delgada sábana, nuestras respiraciones se normalizaban. Lado a lado, nuestros brazos rozaban. Yo mantuve la mirada en el techo, mas pude percibir sus ojos encima de mí, los cuales debían estar irradiando el orgullo de haberme poseído de nuevo.

Sin pensarlo demasiado, salí de la cama en busca de mi ropa.

—¿Qué haces? —preguntó Drake sentándose todavía cubierto de la cintura para abajo.

Recogí mi camisón y me lo puse. Continué escaneando el lugar intentando localizar mi ropa interior. Lo mejor era ignorarlo. Temí que si le prestaba atención se daría cuenta de lo sencillo que era volverme a tener a sus pies.

—Caramelo, ¿a dónde vas? Quédate conmigo.

Oí el rechinar de la cama y no demoré en sentir sus cálidas manos acariciando mis hombros. Las sacudí, alejándome.

—No pongas esa cara —dije—. Esto no fue más que sexo. Ningún sentimiento incluido.

Mantuve mi cara de cinismo. Claro que había significado algo, pero no podía decírselo. Aquello jamás pasaría otra vez.

—¿De qué hablas?

Por otro lado, él reflejó su confusión. Lo tenía desnudo frente a mí demostrando haber sido herido por mis palabras. Lució vulnerable, como si también hubiera sido importante para él. Se trató de una escena que esperé por mucho, pero que me confirmó que las venganzas no siempre eran dulces.

Forcé una sonrisa de burla.

—No te hagas el loco, Drake. No somos niños. Simplemente descargué mi calentura contigo y tú hiciste lo mismo. Sin ataduras.

Se tomó un momento para digerir mi explicación. Después, me sorprendió brindándome una sonrisa divertida.

—Te volviste buena para los chistes. Por un minuto me lo creí.

—No es una broma.

Me aparté para verme en el espejo. Tenía escrito sexo salvaje en cada parte visible de mi piel. Me había mordido el hombro y esparcido moretones. Me dio asco. Iba a tener que sacrificar mi lencería.

—Ya basta, Vanessa, no me hace gracia. Sé que me lo merezco, pero es una broma de muy mal gusto.

Le di una última mirada a través del espejo.

—Qué bueno que no lo es entonces. Que tengas un buen día, Drake.

Sin más, lo dejé con la palabra en la boca antes de que pudiera detenerme. Corrí por los pasillos hasta alcanzar mi recamara. Solo pensaba en bañarme para intentar borrar sus marcas intangibles en mí, cambiarme de ropa y no toparme con Paula en ese estado.

Al parecer, ella tampoco se quedaba a dormir con Josh luego de una sesión romántica.

—¿A dónde fuiste? —interrogó en la entrada de la alcoba. Ella también iba llegando.

—¿Dónde estabas tú? —contraataqué tratando de rodearla para ingresar primero.

No obstante, lo impidió. Sus ojos se agrandaron al detallar mi aspecto.

—¿Qué te pasó, Vanessa? Mírate cómo estás. ¿Te ataca-? —Su avalancha de preguntas se vieron interrumpidas cuando inhaló y pudo percibir el olor impregnado en mí. Su preocupación se apagó y dio paso al reproche—. Drake y tú... Ustedes... Maldita sea, Vanessa. ¿Perdiste la cabeza?

La empujé con mi hombro para hacerla a un lado y poder pasar. Ella no se rindió y me siguió con su parloteo.

—¿Eso es una mordida? —chilló—. Te estoy hablando.

—Y te estoy escuchando —contesté.

Saqué de mi armario un cambio de vestimenta y me encerré en el baño. Bajo la regadera froté mi piel con una esponja hasta que se tornó roja. Quise remover cada trazo invisible de sus dedos sobre mí. Cada caricia. Cada beso. Sin embargo, enfrentando la molestia en mi superficie, el frenesí cesó al percatarme de que por más lo intentara, las imágenes en mi mente no se irían. De ellas no podía deshacerme tan fácil.

Me sentí atrapada y con urgencia de huir. No podía permanecer más ahí, no luego de lo que acababa de suceder. Me vestí apresurada aún con mi cuerpo húmedo.

—Estoy preocupada por ti —dijo Paula esperándome, con las manos en sus caderas, de pie frente a la puerta—. Lamento haberle dicho a Drake lo del bebé.

—Ya no importa —repliqué—. Nada de lo que pasó hoy tiene importancia.

—Por favor.

—Adiós, Paula.

La rodeé y me apresuré a la salida.

—¿Qué significa eso? —la oí gritar, pero yo ya me encontraba corriendo por el pasillo.

No me retrasé colocándome unos zapatos, porque de todas formas en algunos minutos me hallaría en cuatro patas en el bosque en busca de mi libertad.

Fui a la torre donde vivía Amanda. El guardia me dejó pasar, sin pensar que en esa oportunidad me dirigiría a la cima del muro. Me senté en el borde con vista a los árboles y, al decidir por dónde comenzar, inicié mi descenso sujetándome de los agujeros entre los bloques de piedra. Era un muro alto y tuve que esforzarme por no mirar hacia abajo y mantener el control de mis nervios. Cualquier descuido significaba una caída.

Cada vez estaba más cerca del suelo, más lejos de Drake y de esa pesadilla. No pude evitar pensar en Alan. Me consolaba el hecho de saber que ese mismo día lo sacarían de su celda, continuaría con su vida, y yo me convertiría en tan solo otro recuerdo. Le pedí a la diosa que le regalara una vida larga y feliz. Se lo merecía.

Con los pies en la tierra, no demoré en transformarme. Mi ropa se hizo trizas para ser reemplazada por mi pelaje marrón oscuro con reflejos. En esa forma me desplacé más deprisa, saltando sobre las rocas, ramas y troncos. Me vi inalcanzable, capaz de salirme con la mía. Conocía la ruta y horario de los patrulleros, por lo que confié que no me toparía con ninguno; y cuando notaran mi ausencia, ya estaría lejos como para que los rastreadores me atraparan.

A casi un kilómetro de travesía, un aullido se unió a los latidos de mi corazón desenfrenado. Después detecté las pisadas, informándome de que por los momentos solo era un perseguidor.

Aceleré el paso y desvié mi trayecto. Conocía bien el territorio, cada madriguera, cada arbusto, cada árbol, siendo imposible olvidarlo a pesar de los años.

Me detuve en el borde de una zanja, producto de un riachuelo casi seco. Lancé unas cuantas piedras a su superficie, sin brincar. Después, me apresuré a llegar a un antiguo árbol que poseía un hoyo en su tronco lo suficientemente grande para esconderme.

Era un buen plan. Esperar a que el desconocido continuara de largo para luego yo seguir por mi ruta real. Hubiera sido un buen plan si la persona no hubiese estado tan próxima como para interceptarme antes de que alcanzara mi meta.

Me dieron un empujón acompañado con un gruñido. No tuvo tanta fuerza como para hacerme perder el equilibrio, por lo que incrementé todavía más mi urgencia de apartarme. No desperdicié tiempo detallando mi obstáculo hacia la libertad. Tampoco consideré iniciar una pelea donde probablemente sería derrotada y arrastrada de regreso. Colocaría distancia y después pensaría en una nueva estrategia.

No obstante, subestimé la velocidad de mi adversario. Una nueva embestida se hizo presente desde mi costado, con fuerza y conmigo demasiado cerca del borde. Caí, pero no sin antes clavar los colmillos en su cuello cubierto por cabellos blancos. Lo arrastré al fondo del riachuelo. Rodamos por la escasa capa de agua hasta ser detenidos bruscamente por el otro extremo.

Al dolor del impacto se le agregó el peso de él sobre mí, sacando el aire de mis pulmones. Mi mente continuaba siendo un revoltillo de residuos de los acontecimientos del día: la conmemoración de la muerte del bebé, que Drake supiera la verdad, el error que cometí al entregarme otra vez a él. Todo eso dio como resultado que perdiera la concentración requerida y retornara a mi forma humana.

Con mi única mano suelta, limpié las lágrimas que noté en ese instante. Lo próximo que hice fue mirar bien al sujeto que me halaría de los cabellos si fuera necesario para regresarme con la manada, al dominio de Drake. Un lobo de ojos azules, no tan grande con debería, me gruñía con su hocico muy cerca.

Ya lo habían liberado.

—Quítate de encima, Alan —siseé.

Lo consideró por un breve momento, mas terminó obedeciendo sin separarse mucho. Me senté y removí unas cuantas hojas secas de mis brazos.

—Gracias por llenarme de lodo.

Se sacudió para secar su pelaje, generando que yo quedara más empapada. Se estiró y cambió de forma para ponerse de pie.

—Te lo ganaste por querer escapar. ¿Qué te ocurrió en el hombro? ¿Y esos moretones?

La suciedad en mi piel pasó a segundo plano. Le resté importancia y me levanté.

—¿Tú no lo hueles? Paula no tuvo que estar tan cerca para percibirlo.

La confusión se posó en sus facciones para transformarse, al respirar hondo un par de veces, en algo cercano a la repulsión con decepción intentando ser ocultaba.

—Apestas a... Drake. Demasiado. Es como si ustedes... Oh.

Oh, eso fue lo único que dijo por un largo rato. Quise más que un oh. Esperaba un reproche que resaltara el tamaño de mi equivocación. ¿Y quién otro podría hacerlo sino era él, quien me conocía tanto como yo misma, y quien además tenía sentimientos por mí? Pero solo dijo: oh.

Le di la espalda y comencé a alejarme. Quizá su sorpresa era tal que tendría la oportunidad de escapar.

—¿A dónde vas? —cuestionó también iniciando el movimiento.

Sus pensamientos no fueron tan fuertes como para desconectarlo por completo de la realidad, pero sí para dejarlo estático por varios minutos.

—A buscar algo de ropa. Sé que no lograré nada intentando huir, pero tampoco regresaré así como estoy —contesté sin detenerme. Lo miré disimuladamente. Él observaba cualquier cosa excepto a mí—. No le daré el gusto de verme llegar así.

—No me vas a engañar, Vanessa, hacia allá no hay nada. Además está por salir la luna y en esa dirección del bosque es donde han ocurrido las desapariciones y los ataques de esa neblina rara.

—Hay una cabaña vieja que Drake y yo utilizábamos para apartarnos de la manada. Hay ropa para ambos y comida. —Y la posibilidad de hallar un hoyo en su guardia para huir—. No está lejos y ya estaremos de vuelta para cuando la luna alcance su cima más alta.

—Igual no me parece buena idea.

—No me digas que tienes miedo, ni siquiera hay luna llena hoy.

Sus pisadas cesaron. Me volteé para ver cuál era el problema y lo encontré con los ojos clavados en el suelo, los puños presionados a sus costados. Había más que un oh deseando ascender por su garganta.

—Si no quieres ir, espérame aquí entonces.

—No puedo, porque sé que escaparás. Las órdenes del alfa fueron claras.

—¿Te juramentaste? —inquirí.

—Sí, fue una de las condiciones. Drake juró que me mantendría controlado. Además yo no soy tan fuerte como para ser un lobo solitario como tú.

Debido a las circunstancias, no pude juzgarlo. Sin embargo, la verdad era que no había nada mejor que ser dueño de tus propias decisiones y para ello no se podía tener un alfa. Opté por no hacer comentarios y cambiar a mi yo cuadrúpedo para ir a la cabaña. Sin preocuparme en confirmar si me seguía o no, a los pocos minutos pude escucharlo detrás de mí.

Fuimos en dirección de la frontera intangible de los Cephei y los Arcturus, la zona donde habían ocurrido los extraños ataques. Estábamos algo distantes de la Montaña de las Almas, pero el peligro continuó existiendo. Cuando pasamos las aguas termales el cielo ya se estaba oscureciendo y empecé a creer que se trató de una mala idea, mas faltaban escasos metros y no pude retractarme. Grave equivocación.

Mientras atravesábamos el campo de amapolas, noté cómo una neblina se colaba entre la línea de árboles a nuestro alrededor. No detallé su fuente y pudo provenir incluso de los mismos árboles. Había visto neblina antes en ese sector, sin embargo, jamás de esa manera, mucho menos con esa tonalidad púrpura.

Se fue tornando cada vez más espesa, esparciéndose a cada rincón. Alan aulló a mis espaldas, como señal de miedo. Él no quería acercarse y no lo culpé, yo misma disminuí la velocidad ante el avistamiento.

Mis patas hicieron contacto con la nube. Era fría, tanto que envió un escalofrío por mi organismo. Avancé y sentí leves cosquilleos. No obstante, no permitiría que me frenara. La cabaña estaba doce árboles más allá. Tomaría las cosas y saldríamos de allí.

El pequeño lobo no me abandonó. Logró colocarse a mi lado, enviándome algunas miradas de preocupación mientras la visibilidad se empobrecía. De un instante a otro, me dio un suave empujón, apuntando con su hocico un espacio diagonal a nosotros. Algo se movía entre la nube morada. Eran como serpientes desplazándose, creando ondas, por el suelo. Unas eran gruesas, otras delgadas. Iban incrementando en número.

No me costó deducir el pensamiento que se formó en mi acompañante. Debíamos buscar refugio y rápido. Comenzamos a correr haciendo lo posible por evitar los largos reptiles. En algunos casos fue necesario saltarles por encima, en donde los mismos reaccionaban e intentaban atraparnos enroscándose en nuestras patas.

Visualicé la entrada de la cabaña y a unos pasos regresé a mi cáscara humana para ser capaz de abrir la puerta. Ya era difícil respirar a causa de la densa neblina. No podía verse el cielo. Alan ingresó y tranqué la puerta enseguida.

—Está entrando por debajo de la puerta —dijo el rubio tirándose en el piso, exhausto.

—Lo sé —repliqué inspeccionando los escasos metros cuadrados del lugar—. Y por la chimenea también. Lo mejor será ocultarnos en el sótano. No vaya a ser que esas cosas puedan entrar.

—¿Esta caja de fósforos polvorienta tiene un sótano?

Lo miré feo a través de la oscuridad.

La idea era que conservara su apariencia de cabaña abandonada para mantener en secreto su verdadero propósito. Fue construida por el tatarabuelo de Drake porque prefirió vivir lejos de la instalación de la manada y cerca de la naturaleza. Pasó a manos del bisabuelo del castaño y así sucesivamente hasta que Drake la recibió deteriorada y con muebles viejos.

En el tiempo que pasamos ahí, me encargué de conservarlo limpio y agradable para ambos. Sin embargo, ya habían transcurrido más de cinco años desde la última vez que puse un pie en su interior y había un desastre que no recordaba. Sofás desgarrados, mesas de madera destruidas y objetos esparcidos por el sitio.

Le indiqué a Alan que moviera el sillón y yo quité la alfombra para dejar a la vista una trampilla que daba acceso al sótano.

—Voy a bajar primero para encender unas velas. No vayas a cerrar la puerta hasta que te diga.

Descendí por las escaleras verticales.

Había más oscuridad allá abajo, debido a la ausencia de ventanas. Había varios estantes con diferentes utensilios a mi alrededor, incluyendo cubiertos oxidados y álbumes con fotografías antiguas. Las velas y fósforos estaban en el estante casi frente a mí. Encendí una y le indiqué a Alan que ya podía cerrarla.

Lo oí moverse y el crujido de las escaleras cuando subió por ellas. Antes de que escuchara la trampilla cerrarse, un quejido del rubio se hizo presente, seguido del golpe de su cuerpo impactando sobre el suelo.

Giré de inmediato, confiada de que había pisado mal y caído, mas en el inicio de las escaleras había un tentáculo negro haciendo figuras en el aire. Acabó de bajar con la velocidad de una flecha y se enroscó en el tobillo de Alan. Él soltó un sonoro grito de dolor y la cosa esa lo haló para llevarlo escaleras arriba.

—¡Quema! —se quejó mientras batallaba sujetándose del primer escalón.

Removí los objetos de los estantes en busca de algo con qué cortar. Di con un grueso cuchillo de cocina y corrí hacia Alan, quien se retorcía intentando liberarse y sin ser capaz de soportar el dolor.

—Deja de mover la pierna —siseé hundiendo la mano en su extremidad para inmovilizarlo—. ¿O acaso quieres que te la rebane?

—¡Solo quítala!

Elevé el cuchillo y después lo dejé caer sobre el tentáculo gelatinoso. Lo dividí en dos de inmediato, provocando que soltara un líquido oscuro y espeso semejante a la sangre. El tentáculo se sacudió salpicando unas cuantas gotas por el lugar antes de regresar por donde había venido. Me apresuré a subir y cerrar la trampilla con seguro.

Alan se quedó tendido en el piso respirando con pesadez. Me arrodillé a su lado para retirar el pedazo que permaneció en contacto con su piel. Lo toqué con cuidado, pero al no sentir molestia alguna, lo terminé de agarrar y meter en un frasco para mostrárselo a la manada. Volví con el rubio y examiné su tobillo. Tenía la zona en carne viva con las áreas a su alrededor pálidas y mostrando excesivamente sus venas.

—Me estaba succionando la vida —susurró.

—¿De qué hablas?

—Sentí cómo mi cuerpo empezaba a envejecer aceleradamente, cómo absorbía mi energía vital. Quería dejarme seco.

Iba a decir que era ridículo lo que decía hasta que, al detallar su rostro de cerca, noté unas arrugas que no estaban antes. Eran escasas y leves, pero ahí se encontraban.   

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