Capítulo 18 | Secreto revelado


Era experta en fingir que todo estaba bien y Drake lo confirmaba una vez más. A pesar del intenso desahogo emocional de la noche anterior, accedí enseñarles dónde Alan escondió la carpeta de los Arcturus. La mencioné en el detallado informe de la misión, el cual ayudó en el resultado del juicio del rubio, y Drake se interesó por su contenido.

Los Arcturus, nuestros vecinos, no le contaron a los Cephei sobre la misteriosa neblina que asechaba en el bosque y era indicio de la desaparición de cualquier desafortunado. Ian me contó que tenían el conocimiento de algunos campistas perdidos en el sector, pero también que un grupo reducido de vampiros rondaba la zona. Los sucesos al parecer sucedían justo alrededor de la frontera de ambas manadas, de la Montaña de las Almas.

La Montaña de las Almas era considerada el punto de la región más cercano a Diana. Según las clases de historia, tiempo atrás sacrificios fueron hechos ahí, porque una sacerdotisa aseguró que la diosa se le apareció en el bosque y se lo ordenó; uno en cada luna nueva para potenciar la cosecha y la caza. En las distintas cuevas y peñascos que la conformaban, aún podía encontrarse restos de las distintas ofrendas. La tradición paró cuando llegaron los primeros Hijos de Diana e indicaron que ese ya no era el deseo de la diosa, que sería suficiente con que construyeran en la cima un templo en su honor y la veneraran ahí. Se decía que los Cephei eran descendientes de esos forasteros, quienes prevalecieron ante una enfermedad que arrasó con la tribu originaria.

Lo cierto era que, de esa formación rocosa emanaba un aura que le erizaba la piel a cualquiera.

—Deben ser estos —dije refiriéndome al grupo de arbustos de acebos entre dos cedros jóvenes.

Drake, Bryan y Patrick vinieron hacia mí todavía en sus formas lobunas. Yo no había aceptado a Drake como mi alfa, así que no estaba incluida dentro de su conexión telepática. Para comunicarme con ellos en ese estado, debía estar en mi cáscara humana.

Bryan y Patrick empezaron a cavar donde señalé; Drake en cambio volvió a su condición de bípedo.

—¿Segura? —preguntó.

—Si los restos del campamento son esos que pasamos y Alan me dijo que no se alejó demasiado, estos tienen que ser los arbustos de los que habló —contesté—. Aunque, claro, hubiera sido mejor que él mismo viniera.

Me mantuve neutral, como si estuviera hablando con cualquier conocido. No debía dejarme dominar por mis emociones, incluso si las palabras de la noche anterior significaban que me enamoré de un ser perverso sin escrúpulos. Ese era el único título que podía tener alguien que utilizaba a las personas para su propio beneficio.

Bryan soltó un aullido y ambos retornaron a su imagen humana. El medio hermano de Alan sacó algo de la tierra y se puso de pie. Era la carpeta.

—Aquí está, alfa —dijo entregándosela al castaño.

—Buen trabajo —felicitó.

Le sacudió los restos de suciedad y luego se tomó un momento para abrirla y ojear su contenido. Su expresión se fue torciendo a medida que avanzaba. Yo recordaba las fotografías de los cuerpos sin vida y mutilados, de los lobeznos desaparecidos y de ese espeso mar de neblina púrpura que se esparcía por el bosque ahuyentando a los animales. Fuera lo que fuese, era sinónimo de muerte. Seguramente a eso se refería Amanda.

Drake se la tendió a Patrick y después me miró. Lucía preocupado.

—No entiendo por qué los Arcturus no nos informaron de esto —intervino Patrick teniendo una reacción igual a la de su alfa—. Si todo esto ha pasado en su territorio, puede desplazarse al nuestro.

—Con razón Samuel desafió a su padre para investigar. Deberíamos hacer lo mismo y estar preparados —comentó Bryan.

—No. Por los momentos no. No sabemos qué sea y es mejor consultar a Los Tres antes. Quizá visite a los Pólux también. Nunca había escuchado de algo así —habló Drake—. Tampoco le diremos a los Arcturus que tenemos su carpeta. Si quieren seguir trabajando por su cuenta, que lo hagan.

Los Pólux eran la manada más antigua de la región y de las más viejas del mundo. Mientras los Arcturus eran los guerreros, los Ypres los pacíficos y nosotros los entrenadores, los Pólux eran los sabios. Poseían una amplia gama de textos y un extenso conocimiento tanto del plano terrenal como del espiritual. Vivían excluidos en su isla, a un par de días de viaje, lejos de la mala influencia humana.

No era raro acudir a ellos ante la necesidad de consejos. Y eso fue precisamente lo que hizo Drake. Los Tres le sugirieron ir con ellos y obedeció marchándose de inmediato esa noche. Fue un alivio, porque el día siguiente se conmemoró la peor fecha de mi vida.

Si no hubiera sido por la aturdidora alarma de Paula, hubiese elegido pasar el día durmiendo. Sin embargo, luego de escuchar cada uno de sus movimientos por la habitación, contar el tiempo que duró en el baño y el azote de la puerta producto de su partida, me fue imposible volver a conciliar el sueño. Permanecí un largo rato inmóvil, con la sensación del peso del edredón casi dejándome sin aire, con la mirada perdida en el techo.

Concluí que mi destino era estar sola. Si el universo no me hubiera arrebatado lo mejor que pude crear, mi realidad sería una diferente. Pero no, luego de cargar ese verdadero compañero de vida eterno durante casi nueve meses en mi vientre, en una cruel jugada lo perdí para siempre. Ese acontecimiento representaba ese día.

Mis manos se deslizaron hacia mi vientre vacío. Vida habitó en él y, aunque ni una estría quedó como evidencia, la sensación continuaba fácil de recordar cinco años después. A pesar del hoyo en mi pecho, que ya no amenazaba con convertirse en un hoyo negro listo para consumirme, en esa ocasión no tuve ganas de llorar.

Decidida, hice la colcha a un lado y me senté. Cada uno de mis músculos se sintió entumecido. Necesité un trago urgente.

Me levanté y así como me hallaba, en pijama, abandoné la habitación arrastrando los pies. Sabía exactamente dónde encontraría lo que buscaba. A decir verdad, no me importó si me encontraba con alguien. Más rumores no harían la diferencia.

Ingresé en la antigua habitación de Arthur, la cual Drake ocuparía una vez se casara con Corinne. Fui cuidadosa de no tener testigos. Me dirigí a su minibar privado, cuyos licores en una ocasión compartió conmigo, justo antes de irme en cubierto al Clan del Norte.

—Sé que no te molestará, Arthur. De todas maneras ya no puedes disfrutarlas —susurré mientras efectuaba mi selección—. Espero que no vengas a espantarme.

Elegí un par de botellas de ginebra. Abrí una de ellas para dar el trago más largo que pude soportar. Limpié con mi antebrazo el poco que se derramó por mi mentón. El ardor de mi garganta y estómago sirvió para apaciguar mi profunda tristeza.

Cerré los párpados por un instante. Sí, de esa forma pasaría ese día, bebiendo hasta emborracharme y perder la consciencia. Así me sentiría menos miserable.

Seguí tomando conforme regresaba a mi recamara. En ella, mantuve las luces apagadas. Me acomodé entre ambas camas y me enfoqué en lo único que deseaba concentrarme.

Pensé en él, en lo mágico que fue cuándo se movió por primera vez dentro de mí. Pensé en las innumerables veces en que le hablé, en los cuentos que le conté y las canciones de cuna que aprendí para él. Lo amé tanto antes de tenerlo en mis brazos que consideré dárselo a una familia humana para que no tuviera que afrontar los peligros de mi mundo. Aunque me destruyera el alma, solo pude pensar en su bienestar.

Destapé la segunda botella. No había dado ni tres tragos cuando la puerta se abrió. Paula encendió la luz y mis ojos se quemaron.

—Esto tiene que ser una broma —chilló, tan irritante como de costumbre—. ¿De dónde sacaste eso?

Preferí no responder. Le brindé una sonrisa tonta antes de permitir que el líquido seco descendiera por mi garganta.

La castaña con mechas bufó y se abalanzó sobre mí para quitarme la botella. Debido a mis movimientos ya no tan coordinados, ganó.

—Dámela —gruñí intentando alcanzarla extendiendo mis brazos, a pesar de que ella estaba de pie alzándola por encima de su cabeza y yo seguía desplomada en el suelo.

—¿Esto es lo que has estado haciendo todo el día? —preguntó—. Patrick ha estado buscándote.

Puse los ojos en blanco. El estúpido de Drake me había puesto a cargo de Patrick para volver a ponerme en forma. Yo no necesitaba ningún entrenador personal. Lo que quería era irme de ahí.

Me apoyé de mi cama para tratar de levantarme. No obstante, mis piernas temblaron, el mundo dio vueltas, y caí hacia adelante como una alcohólica. Al punto que de la nada comencé a llorar.

—Agradece que fui yo quien te encontró. Sabes que está prohibido tomar alcohol así.

Antes era más divertida.

—No me importa. Lárgate. Todo me vale mierda.

Para mi desgracia, las lágrimas no paraban de brotar.

—¿Y por qué lloras? ¿Cuál es tu problema?

No pude descifrar si su tono cambió de regañón a preocupado. Como pude volví a sentarme apoyando la espalda del costado de la cama. Paula puso la botella en su colchón y se sentó en la esquina del mismo.

—Te lo diré —dije meneando la cabeza. Pasé con brusquedad las manos por mis ojos. Detestaba llorar—. Cuando huí, estaba embarazada y ese bebé murió.

Me observó en silencio por unos minutos, abriendo y cerrando la boca. Ella supo de mi embarazo, pero no se detuvo a cuestionar qué sucedió con el niño. Quizá creyó que lo había dejado con mis padres o algo así para poder huir. Solo Amanda y yo sabíamos que murió momentos después de darle a luz.

Luego de compartir esa noticia con ella, me arrepentí. Corría el riesgo de que se lo contara a Josh y por ende llegara a los oídos de Drake. Ese maldito no merecía enterarse ni siquiera de que había quedado embarazada. En cuanto decidió enredarse con Corinne, perdió cualquier derecho como padre. El bebé fue solo mío y solo yo tenía derecho a lamentar su fallecimiento.

Paula se arrodilló frente a mí y sujetó mis manos. Su mirada era dulce.

—Ven, vamos a darte un baño con agua fría.

—Estoy bien —murmuré.

Colocó mi brazo en sus hombros y me ayudó a ponerme de pie. No saboteé sus intenciones porque ya estaba cansada de luchar. Dejé que me quitara la pijamada y me guiara al chorro helado de la ducha. La nube en mi mente se aclaró un poco. Al estar seca, me facilitó un conjunto limpio y al estar lista me llevó a la cama. Acarició mi cabello y me arropó.

—Lo siento mucho, Vanessa. No me detuve a pensar qué ocurrió con él, así como tampoco se me cruzó por la cabeza que... En fin, no sabía.

—No tienes por qué sentirte mal —repliqué acomodándome entre las mantas. Me volteé para darle la espalda—. Mañana regresaré a ser la misma.

—Bien. Voy a darme un baño para ir a cenar. Supongo que no vendrás, ¿cierto?

Negué, ya con los párpados cerrados.

Comprendió mi mensaje y se apartó para ocuparse de ella. La oí cómo recogía la botella que abandoné en el piso, así como recogió hace tiempo cada pañuelo que humedecí con lágrimas a raíz de los problemas con Drake.

Desperté de un sueño tranquilo debido al hambre. No comí nada en todo el día y eso mezclado con el alcohol empezó a hacer estragos. Necesitaba alimentarme con urgencia.

Al revisar la cama junto a la mía la noté vacía. Miré la hora y me percaté de que había amanecido hacía poco. Supuse que Paula estaba con Josh. Lista para retomar el control sobre mí, salí de la cama para ponerme lo primero presentable que encontré e ir a realizar un pequeño atentado a la cocina común de los impuros. No era la gran cosa, ya que consistía de una nevera y reducida despensa por si alguien deseaba algún aperitivo nocturno, pero iba a servir para mis planes.

Llegué a mi destino sin inconvenientes. Escogí hacerme un par de emparedados y beber un jugo de cartón. Mi estómago agradeció que parara de agredirlo y volviera a consentirlo. Tenía meses sin beber tanto.

Satisfecha, emprendí el recorrido de regreso a mi recamara. Cuando iba pasando junto a la sala de entretenimiento del ala impura, una disputa interrumpió mi caminar.

—Me lastimas —se quejó sin dudas la voz de Paula.

—Y tú desobedeces al no decir lo que quiero saber —contestó Drake.

No pude imaginar de qué podía tratarse. Seguro era un tema ajeno a mí, pero Paula era mi amiga así que me incumbía, sobre todo luego de lo bien que actuó ante mi descarrilamiento. Esperaba no tener que enfrentarme de nuevo a Drake para defenderla.

—Te lo preguntaré una vez más, ¿me oyes? ¿Por qué Vanessa no salió de su cuarto en todo el día ayer? Le dijiste a Patrick que estaba indispuesta. ¿Por qué?

Me quedé sin aliento mientras aguardaba la réplica de Paula. No podía revelarle mi secreto. Me asustaba la reacción que podía tener. ¿Por qué interesarse tanto en mí? ¿Acaso Corinne no lo entretenía lo suficiente?

—Ya te lo dije, Vanessa estaba enferma. Por favor, suéltame.

—No te creo —sentenció el alfa.

Paula permaneció callada.

—Tú te lo buscaste —agregó él.

Oí un hueso romperse, seguido por un grito de Paula. Apreté los puños, el desgraciado estaba hiriéndola para sacarle información.

—Dímelo, o de lo contrario te partiré el otro brazo —amenazó.

—No, por favor —lloriqueó.

—¡Entonces dilo!

No pude soportarlo más. Giré la manija y justo cuando entré, la bomba explotó.

—¡Estaba embarazada cuando se fue, Drake!

Me paralicé en el umbral, aún con mis dedos enroscados en la manilla de la puerta. Drake tenía a Paula sometida contra la mesa de billar, adhiriendo en ángulos dolorosos sus brazos contra su espalda. En el próximo instante la soltó y sus ojos se desplazaron a mí. Lo que vi me estremeció. Sorpresa, confusión, enojo. Ya conocía mi mayor secreto y no había vuelta atrás.

Sentí que me ahogaba. Una sensación sofocante se instaló en mi pecho, fue como si Drake hubiera enrollado las manos alrededor de mi cuello y estuviera asfixiándome. Pude ver en sus ojos que un pensamiento similar cruzó por su mente. Al fin y al cabo, aunque me hubiera dañado el corazón, le oculté la existencia de mi hijo. Mío, porque eso continuaba siendo.

Tuve que retirar la mirada debido a que la intensidad en la suya fue demasiado para mí. Paula me pedía disculpas silenciosas mientras sostenía el brazo roto contra su costado, esperando a sanar. Me molesté con ella, a pesar de saber que no era culpable de nada.

—¡No te quedes ahí! —gritó Drake liberando la presión que se acumuló, empujando la mesa de billar y logrando moverla unos centímetros—. ¡Por lo menos ten el valor para mirarme!

Fue inevitable encogerme en mi sitio. La furia lo hacía temblar y aceleraba sus respiraciones. No podía contenerse

—¡¿Es verdad?! ¿Estabas esperando un hijo mío? —añadió.

—Sí. —Reaccioné terminando de entrar en la habitación y trancando la puerta detrás de mí. Seguro media manada ya estaba enterada del asunto, pero de igual manera preferí mantener cierta privacidad—. Sí, Drake.

Se acercó, tumbando un sillón en el proceso. El estruendo provocó que me pegara a la pared.

—¿Y quién te crees para ocultármelo? ¿Dónde está? ¿Qué hiciste con él? ¡Mírame, maldita sea!

—¡Deja de hacer tantas preguntas! —estallé reuniendo la valentía para encontrar sus ojos. No era nadie para exigir explicaciones. Él fue quien me botó, quien nos botó—. ¡No eres nadie para... para pedirme absolutamente nada!

—¡Es mi hijo! —Se detuvo frente a mí, a una escasa distancia. Nuestros rostros estaban tan cerca que su aliento movía mis mechones de cabello—. Dime dónde está.

Yo no fui capaz de respirar. Todo daba vueltas y sentía el peso del techo caer sobre mí. Lo que tanto quise ocultar se me escapó de las manos y ya no podía ocultarlo. Quise huir de la situación. Tomar mis cosas y desaparecer. Pero era tarde.

—¡Está muerto! —exclamé sintiendo mi interior desgarrarse; iniciando en mi garganta para luego desplazarse a todo lo demás—. ¡Murió, Drake!

No pude soportarlo más y rompí en llanto, hundiendo las manos en mi cabello. Decirlo, confesárselo, fue como estar viviendo su pérdida de nuevo. Una agonía sofocante que no me permitía respirar.

Cada emoción fue removida de su rostro, instalándose un dolor que yo conocía bien. El color abandonó su tez morena y sus piernas lo hicieron tambalear hacia atrás. Cayó con brusquedad sobre su trasero. Extendió sus palmas y las observó mientras lágrimas silenciosas brotaban de sus ojos.

Fantaseé incontables veces con el día en que lo tendría así, completamente desarmado a mis pies, sin embargo, la razón nunca fue al enterarse del bebé. Nuestro bebé; por más que me costara admitirlo después de tantos años de odio. No había mayor prueba de ello que verlo en el suelo sufriendo por nuestra criatura.

No era una intensidad igual a lo que yo sentía. Yo tuve ocho meses para hacerme a la idea que sería madre. Pude construir mi amor poco a poco. Fui capaz de sentirlo dentro de mí; de imaginar una vida con él. Por el otro lado, Drake, en esos breves minutos, se ilusionó en ser padre y de golpe esa ilusión se le fue arrebatada.

—Lo siento mucho, Vanessa. No quería decirle, pero él...

—Tranquila, yo sé. Es mejor que te vayas —le dije a Paula.

Nos dejó solos con nuestro dolor. Le puse seguro a la puerta, reprimiendo las ganas de escapar. Me quedé ahí, dándole la espalda y esperando la pregunta que no tardaría en llegar. Ya lo sabía y debía darle la explicación que merecía.

—¿Qué le pasó? —murmuró todavía en su sitio.

Inhalé hondo. Volteé para agacharme y estar a su lado. Tardé un momento en organizar mis ideas, en donde otro par de lágrimas escaparon al rebobinar lo ocurrido.

—Caí de unas escaleras en un intento desesperado por huir del cuarto que alquilé. Los simpatizantes de Monique estaban por dar conmigo. Perdí la consciencia y supongo que algún vecino me llevó al hospital.

Drake alzó la cabeza para mirarme fijamente, para verme con atención mientras relataba uno de tantos horrores que tuve que enfrentar por mi cuenta.

—¿Estabas sola? Creí que cuando te fuiste irías con tus padres. ¿Y Wyatt?

No hablaría de mi familia. Esa tragedia continuaría siendo solo mía.

—No viene al caso. A Wyatt lo conocí tiempo después, ya que Arthur tardó en dar conmigo.

—Ya lo sabes.

Asentí, repentinamente olvidando cómo articular palabras.

Notó mi pausa prolongada como signo de que me costó seguir. Tomó mi mano en la suya y la apretó. No lo aparté porque en ese momento no me nació hacerlo. Sería la excepción.

—Sigue.

—Desperté en una camilla mientras me empujaban por los pasillos. Sentí un fuerte dolor en el vientre y humedad ya sabes dónde. Intenté preguntar por el bebé, pero el dolor no me lo permitió. Lo próximo que supe fue que me encontraba dando a luz.

—El golpe te hizo adelantar el parto —susurró—. Nació prematuro y no pudo sobrevivir por su cuenta, ¿cierto? Ellos te tenían acorralada y por eso...

Negué, deteniéndolo y ejerciendo fuerza en su mano. Lágrimas se volvieron a acumular.

—Escuché su llanto, Drake, incluso lo tuve en mis brazos. Me observó con sus ojitos bien abiertos, iguales a los tuyos. Luego la enfermera se lo llevó a la incubadora para prevenir cualquier riesgo, pero estaba sano. Pasaron un par de días, en donde estuve en reposo total. Pedí por mi hijo y... el doctor me informó que dejó de respirar y no pudieron hacer nada. Según ellos, sus pulmones no se desarrollaron bien y esa fue la causa. —Se me escapó un sollozo—. Me mostraron su cuerpo a través de un vidrio. No tuve la fuerza para acercarme más que eso. Era demasiado.

Reviví la imagen en mi mente y rompí a llorar.

Me haló hacia él, envolviéndome en sus brazos. Fue demasiado para mí. Si él no me hubiera engañado en primer lugar, no estaría atravesando por ese sufrimiento. No soporté tenerlo tan cerca.

—¡Suéltame! Todo esto es tu culpa. Si no te hubieras enredado con Corinne. Si tan solo... ¡Eres un maldito bastardo! —Comencé a forcejear, dando cortos golpes en su pecho—. ¡Ojalá te mueras!

No logré nada con mis intentos. Era un alfa. Un puro. El que me convirtió. Me apretó más contra él.

—Lo sé, lo sé —repitió lo mismo una y otra vez mientras yo soltaba insultos, trataba de agredirlo y sollozaba.

El tiempo transcurrió y en algún momento dejé de gritar y de golpearlo. Solo lloré hundiendo el rostro en su hombro. La calidez de sus brazos hizo sentir segura. Su familiar aroma me apegó a él, enredándome en sus redes. Los latidos de su corazón cerca de mi oído me fueron tranquilizando. El llanto se fue disipando hasta que los espasmos de mi cuerpo se detuvieron y me quedé quieta mientras me sostenía.

Ninguno de los dos habló. Ninguno de los dos tuvo que expresarse a través de palabras. Sencillamente teníamos un dolor mutuo y nos consolábamos en silencio porque nadie más podía hacerlo. Era nuestro y nosotros debíamos sanar.

Nuestra privacidad fue interrumpida por alguien intentando abrir la puerta. Al no poder ingresar, tocó.

—Soy Josh, ábreme.

Drake suspiró, retirando la mano de mi cabeza.

—Ahora no. Hablamos cuando se ponga el sol.

—Es importante —insistió su hermano.

Abrí los párpados y noté al moreno observándome, con sus ojos pidió mi permiso.

—Está bien —murmuré.

Permitió que me apartara. Limpié las lágrimas acumuladas en mi cara mientras lo oí levantarse e ir hacia la puerta. Mantuve la mirada retirada, cubriéndome con el cabello y las manos para que Josh no me viera en ese estado.

—Oh, así que sigues con Vanessa —dijo el intruso antes de cerrar la puerta—. ¿Qué ocurre? Paula me informó que estaban aquí, pero no me dio razones para que...

—No sucede nada que te incumba —lo interrumpió Drake—. ¿Qué quieres?

Josh expulsó aire sonoramente por la nariz, mas no respondió la pregunta. Sentí su atención puesta en mí.

El alfa gruñó.

—Habla o vete de una vez.

—Corinne quiere verte. Te está buscando como loca.

Y así como la olvidé, ella aparecía de nuevo para arruinar mi cercanía con Drake. Bueno no, llegaba para recordarme el daño que me provocaron ambos y echarle vinagre a la herida.

—Dile que en un rato voy.

—Pero, Drake, ella no va a...

—Maldita sea, Josh. Haz lo que te digo —ladró.

—Está bien, está bien. Cálmate —replicó el segundo al mando—. No te tardes.

Escuché sus pasos y la puerta abriéndose y volviéndose a cerrar.

—Ve con ella —dije en voz baja—. Ella es a la que debes atender, no a mí.

—Vanessa...

Giré con brusquedad para fulminarlo con la mirada. Me torné amenazante a pesar de continuar arrodillada en el suelo.

—¡Ve! Tú lugar está junto a ella.

Dio una pisada titubeante hacia mí.

—No puedo dejarte así.

—Estoy bien —mentí—. Que sepas la verdad no cambia nada. Que haya permitido tu cercanía tampoco. Fue un momento de debilidad que acabó y que espero no vuelva a suceder.

Cerró los ojos por un tiempo prologando, recibiendo el impacto de mis palabras.

Fue un iluso en creer que todo retornaría a ser color de rosas y alegría conmigo. ¿Qué esperaba? ¿Que lo recibiera con los brazos abiertos solo porque se enteró de la muerte de nuestro hijo y lo destrozó como a mí? Nunca podríamos tener una relación sana después de nuestro pasado. No podía forjarse una amistad luego de tanto. Tampoco me rebajaría a ser su amante, tomando la posición de Corinne cuando él supuestamente era mi pareja.

Se enfocó en mí otra vez y asintió.

—Sé que no cambia nada. Sé por qué me odias y tienes toda razón para hacerlo. Yo mismo me odio, Vanessa. —Extendió su mano, ofreciendo su ayuda para ponerme de pie—. Aún así, solo yo puedo entender lo que sientes. Tengo la obligación de recompensar cada cosa que te hice, en espera de merecer tu perdón algún día.

—Dudo que ese perdón llegue este siglo o el siguiente. —No acepté su mano. Me levanté por mi misma como tantas veces—. Ve con tu prometida antes de que venga, se imagine cosas, termine diciendo algo indebido y deba arrancar su venenosa lengua de víbora.

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