Capítulo 14 | Rescate
Luego de mi encuentro con Samuel me dirigí a atender a mis estudiantes.
En el trayecto pensé en que íbamos a tener que salir pronto de allí. No íbamos a poder hacerlo por nuestra cuenta, porque Samuel no estaba en el mejor estado y no sabía en qué condiciones estaría Drake. Tampoco podíamos esperar a que concluyeran los tres meses. La opción era buscar la manera de enviarle un mensaje a Josh que confirmar que tenían una justificación sólida para atacar la guarida del clan. Solo así los acuerdos no se considerarían violados.
Antes de empezar con mi clase, Alan apareció como el día anterior. El trato fue distante. Todavía digeríamos el hecho de habernos acostado.
«Hay rumores de que los Arcturus fueron a ver a los Cephei debido al secuestro de Samuel. Creen que habrá un posible ataque de ellos», indicó cuando ya yo había terminado de darle instrucciones a los jóvenes vampiros.
Esa información me hizo sentir un calor en mis manos. La diosa parecía estar poniendo todo en su lugar para que cumpliéramos con el objetivo.
«Debemos estar listos cuando suceda», repliqué.
La noche que terminaron escogiendo inteligentemente fue en la que se planificó un atentado contra un grupo pequeño de cazadores protectores de un poblado cercano, por lo que habría menos actividad en la casona. Como si hubiese buscado tener cierto grado de intimidad, Thomas también escogió esa fecha para cobrar el favor que le pedí.
Me ordenó cenar con él en su habitación. Me dio otro vestido y me pidió que dejara mi cabello suelto.
—Los siglos que tengo me han hecho entender que todo tiene su momento. Sabía que tarde o temprano estaríamos así —dijo meneando con sutileza su copa de vino.
—¿Comiendo juntos? No es la primera vez que sucede.
—Pero sí que te hayas puesto un vestido por mí. Trato de no pensar en que, si Monique no hubiera muerto, no estaríamos aquí y yo no sería el dueño de todo lo que dejó.
Elegí no comentar al respecto. Monique era un tema sensible.
Llevábamos rato de haber comido e intentaba sacarme conversación mientras disfrutábamos del vino. Para tener la capacidad de acompañarme en esa actividad tan de seres vivos, tuvo que haberse alimentado bastante bien de sangre momentos antes de encontrarse conmigo.
—¿Y cómo está Alan? A Caitlin no le agradó que tuviera tu aroma sobre él.
Otro tema incómodo.
—No hablemos de él —pedí—. Hay cosas más interesantes sobre las cuales hablar.
Bajó su copa, intrigado.
«Vanessa. Por favor, escucha», se asomó la voz de Alan en mi cabeza.
Disimulé bebiendo un poco más de vino.
«Te escucho»
«Ya vienen»
Intenté que me dijera algo más mientras volvía a llenar mi copa. Sin embargo, no obtuve respuesta.
—¿Nerviosa? —preguntó Thomas inclinándose hacia adelante.
Forcé una sonrisa seductora. Tenía que deshacerme pronto de él. Deslicé mi mano hasta la suya.
—Tal vez.
—Me gusta cómo has cambiado y me intriga saber hasta dónde eres capaz de llegar.
—Ponme a prueba entonces y veremos, mi señor.
Aquellas últimas palabras sirvieron de detonante, justo como anticipé. Apartó su mano para ponerse de pie y recorrer el tramo que nos separaba. También abandoné mi puesto, bajo su mirada que transmitía una orden silenciosa. Tiró la silla hacia un lado sin parar de observarme. Después, me sujetó de los brazos para estamparme contra la pared.
Inmovilizó mi cabeza con sus manos para acto seguido besarme. Fue un beso furioso y hambriento, de esos que luego de un rato te dejan los labios morados, hinchados y posiblemente heridos. Hice lo que pude por mantener el ritmo. Lo sujeté de su cintura, trayendo su cuerpo incluso más cerca de mí.
Descendió hasta mi cuello y fue aun más difícil preservar la compostura. Pude sentir la punta de sus colmillos rozando tentativamente mi piel. A diferencia de lo experimentado con Alan, sentí repulsión.
Su toque frío, su aroma a flores muertas; todo iba en contra de mi propia esencia.
—Esperemos un poco más antes de eso —dije jadeante.
Soltó un gruñido como respuesta.
—Thomas... —Tuve la intención de moverme para tomar las riendas de la escena por un instante, sin embargo, me empujó de regreso a mi sitio—. Disfrutaría más estando acostada. Y no soy una muñeca de trapo como las que acostumbras, dame algo de decisión. ¿Cómo complacerte si no es así?
Tenía que hacer que bajara la guardia. Solo necesitaba unos segundos y las manos en su cabeza.
Detuvo el paso de la punta de su lengua por mi piel para observarme. Le había agradado la idea. Relajó sus músculos.
—Bien —murmuró—. Te cederé el mando.
Acaricié su mejilla. Tracé la línea de su mandíbula hasta poder rozar sus labios entreabiertos con mi pulgar. Sus ojos de depredador no pudieron despegarse de mí. Estaba hipnotizado por los efectos que provocaba en él.
Lo besé. Sus manos fueron hasta mi trasero y di un paso hacia adelante para dirigirnos a la cama. Al principio fue como intentar mover una pared, no obstante, luego cedió. A escasa distancia, volvió a tomar las riendas y me lanzó sobre le colchón. La estructura inferior no hizo ni el más mínimo ruido porque se trataba de un sólido bloque de concreto. Eran bruscos, agresivos, y lo único que quería de mí era poder sentir, aunque fueran unos pocos minutos, mi calor corporal como si fuese suyo.
No tardó en estar de nuevo sobre mí, con sus manos aventurándose por debajo de la falda del vestido mientras volvía a besarme el cuello. Me costaba comprender cómo los simpatizantes de los chupasangres podían superar la reacción instintiva de repulsión hacia ellos, llegando el punto de poder intimar. Era antinatural. Desde el comienzo fuimos especies enemigas y, a pesar de las alianzas que podían forjarse, el desdén en lo profundo no se desvanecía.
—Déjame desnudarme para ti —murmuré tratando de darle un giro a la situación.
—Lo que quieras, Leticia.
Hice caso omiso a aquel nombre desconocido. Su infundada atracción por mí podía resumirse a eso: a que le recordaba a alguien más. No sería el primero ni el último que buscara en otra un viejo amor caducado.
Puse las manos en sus hombros y con la misma falta de tacto lo empujé para que quedara tendido sobre su espalda. Con un rápido movimiento me acomodé sobre él.
Me incliné para susurrar en su oído.
—Llámame como gustes, mi señor.
Le mordí el lóbulo de la oreja.
—Ahora, cierra los ojos.
Acerqué mi cara a la suya, teniendo nuestras bocas muy cerca. Sujeté su cabeza desde detrás de sus orejas.
No lo hizo, pero podía ver en ellos que estaba más que perdido ante la lujuria.
—Vamos. ¿No complacerás a tu Leticia?
Fue suficiente para que obedeciera. Seguí con el teatro unos latidos más. Luego, con un movimiento firme, le rompí el cuello. Thomas cayó inmóvil; muerto una vez más.
No se trataba de una muerte definitiva. Al colocar el cuello nuevamente en su lugar eran cuestión de horas para que sanara y la supuesta vida, si podía llamarse así, regresara a él. Los Descendientes de Imm requerían de métodos más contundentes para poner fin a su existencia. Aunque estuviera a mi merced, matar a un líder de clan no estaba dentro de mis planes.
Abandoné la cama. Arreglé a Thomas de manera que a simple vista pareciera estar tomando una siesta mientras intentaba sin éxito volver a comunicarme con Alan.
Dejé la habitación decidida a ir por Drake. No íbamos a tener una mejor oportunidad que esa.
Paré en seco al percatarme de que Caitlin venía hacia mí. Su sombría expresión se profundizó al notar mi presencia. No le agradó que me acostara con su juguete y mucho menos que no pudiera cobrarmélo al tener a Thomas de mi lado. Pudo haber marcado a Alan, pero yo lo había traído al clan, yo compartía la recamara con él y Thomas no la dejaría dañarme por asuntos carnales. Yo era la única que podía desafiar su dominio y salir ilesa.
—Eres insaciable, ¿no?
Claro, eso no evitaba comentarios desagradables.
—¿Qué? ¿Sigues siendo una de las muchas de Thomas? Tenía entendido que te desechó y por eso Monique te mandó por quince años lejos de aquí.
Los chismes de pasillos, si eran analizados con cuidado, eran buenos para recolectar cierta información. Thomas convirtió a Caitlin y durante décadas se saciaban entre sí, sin embargo, él se aburrió y como ella se volvió una molestia la enviaron a una base en la frontera, lo más lejos posible.
La reacción que causé fue su sonrisa. Una sonrisa tensa y que a gritos destilaba sus ganas de arremeter contra mí.
—Espero que lo hayas dejado satisfecho y de buen humor, porque tengo un mensaje que no le agradará y tiene que ver con tus amigos los Cephei.
—Está descansando. Me pidió que nadie lo molestara.
A pesar de lo que dije, siguió de largo hacia la puerta. Yo continué mi camino con calma, esperando que creyera en sí dormía. Oí la puerta abriéndose y al no escuchar más supe que se había quedado de pie en el umbral. Luego, la madera bajo sus pies crujió.
Giré a tiempo para recibir su ataque. Venía dispuesta a agarrarme, pero sujeté sus manos con las mías y redireccioné el impulso de su fuerza enviándola contra la pared. Ésta se hundió y cayó polvo del techo.
—Mataste a Thomas —rugió.
—Solo le rompí el cuello. Intentó sobrepasarse, así que yo...
—¡Traidora!
Vino de nuevo hacia mí y apenas pude esquivarla. No estaba dentro mis planes pelear con ella. No podía perder el tiempo y luchar contra un chupasangre en un espacio reducido era mala idea. Me di la vuelta y corrí a la vez que cambiaba de forma.
Tan pronto como apareció mi cola, ésta fue halada. La desgraciada me tiró para tenerme a su alcance, sin embargo, luché hundiendo las garras en el suelo de madera. Solo necesitaba virar en la esquina y llegar a las escaleras.
—Ven acá, perra sarnosa.
En eso se oyó el sonido de vidrio rompiéndose. Ambas giramos para investigar la causa. La ventana del fondo del pasillo se había roto y una esfera metálica rodaba hacia nosotras. Ésta se detuvo a unos escasos centímetros y su luz parpadeante dejó de titilar para mantenerse fija y destilar un espeso humo picoso.
Caitlin se quejó y su agarré se aflojó. Aproveché el descuido para librarme y apresurarme a las escaleras. Durante el trayecto llegaron más ruidos que indicaron la intervención de los Cephei en conjunto con los Arcturus. Aullidos y gritos. La puerta principal siendo destruida. Olor a sangre y fuego.
Alcanzando el barandal que rodeaba el cuadrado formado por el espacio de la escalera, me golpearon en la cabeza. Me mordí la lengua y me desplomé, desorientándome por unos instantes. El objeto precursor había sido una pesada mesa de hierro. Giré justo antes de que Caitlin se me abalanzara y por reflejo la pateé. Resultó encontrarse más cerca del borde de lo que anticipó, por lo que mi empujón fue suficiente para que atravesara el barandal y cayera al piso inferior.
Me asomé y desde abajo me devolvió la mirada hecha una fiera. Había caído de pie como un gato. Le vi las intenciones de saltar también como uno para continuar con nuestra disputa. No obstante, antes de que tuviera oportunidad, distraída conmigo, un gran lobo pasó y se la llevó entre sus colmillos. Caitlin se unió al grupo de cadáveres que adornaban el recibidor.
Bajé las escaleras, haciendo lo posible por mantenerme a raya de las peleas que se desarrollaban ya en los corredores y en los tramos de la escalera. Dos de mis estudiantes me miraron con alivio, creyendo que los ayudaría con el Arcturus frente a ellos. Sin embargo, apresuré el paso y me evité ser testigo de sus muertes cruzando la puerta hacia los pisos inferiores.
Mientras me movía por los pasillos, me topé con ruidos del otro lado de las puertas, de súplicas de libertad. No sabía en qué momento habían capturado a tantos prisioneros y ni en qué circunstancias. Haciéndome de oídos sordos, lo próximo que perturbó mi meta fue la falla de la iluminación. Una brisa helada que no sentí como tal, pero sí me erizó la piel, se coló a través de la más mínima grieta para apagar con un solo soplido cada vela y lámpara de aceite. No fue un problema, mas ni siquiera para una Hija de Diana era cómodo transitar por una cueva de chupasangres utilizando la visión nocturna. Humana o no, era espeluznante.
Dos esferas brillantes cercanas al suelo me recibieron al encontrarme a una planta de distancia. El Kaan estaba en el otro extremo del corredor, con una víctima en sus garras, interponiéndose en mi camino. Tiró el cuerpo sin vida y se reincorporó sin desviar su atención de mí. Aunque Jota estuviera familiarizado con mi olor, si Thomas no estaba para permitir mi presencia ahí, yo era una enemiga que debía destruir.
De los vampiros que conocía, los de su tipo eran los más tenebrosos. Con sus facciones similares a las víboras, sus ojos endemoniados y su aroma a putrefacción, lo convertían en una criatura que podía haber salido de los rincones más profundos del infierno. Jamás había enfrentado a uno y no me entusiasmaba hacerlo.
No obstante, no iba a tener otra opción. Más veloz de lo que se mueve un Descendiente de Imm, el Kaan llegó a mí. Percaté su intención de tomarme por el cuello, por lo que me erguí sobre mis patas traseras para salir de su alcance a tiempo y luego de estabilizarme lo empujé lejos. Él tuvo buenos reflejos. Antes de distanciarse demasiado, estiró el brazo para sujetar mi cola y halar de ella. Como consecuencia, estando encima de una alfombra, mi parte inferior se deslizó hacia adelante y perdí el equilibrio yéndome hacia atrás.
Lo estaba esperando cuando se posicionó sobre mí, dispuesto a arrancarme un pedazo de garganta con su mordida. Con una pata mantuve su rostro y largos colmillos alejados de mí. Con un poco de esfuerzo extra, fui yo quien tuvo la oportunidad de clavarle los dientes primero y quitarle un pedazo de carne. Lo hice a un lado para invertir posiciones y continuar haciendo daño; tanto como yo lo soportara.
En cuanto mis caninos se hundieron lo suficiente para perforar sus vasos sanguíneos, para alcanzar sus venas revitalizadas con sangre fresca, el ardor apareció en mi boca. A los escasos instantes se transformó en un dolor creciente, como una quemada que iba comprometiendo más capas de piel. Supuse que probar ácido debía generar una sensación semejante.
Cuando creí que corría el riesgo de quedarme sin boca, me aparté de un brinco y colocando varios metros de distancia. La sangre del Kaan que se escurrió de mi hocico salpicó en otras partes, causando el mismo agobiante dolor. Escupí tanto como pude. No sentía la lengua; exclusivamente la quemada. Requerí de unos minutos para recuperar, permitiendo que mis heridas sanaran. Sin embargo, me había dado el gusto de desprenderle un buen trozo de hombro y cuello.
Unos pasos anunciaron el arribo de otro participante. Antes de detallarlo, una tela goteante viajó por los aires para caer sobre Jota. El aroma a kerosene fue inconfundible. Luego, una diminuta flama se convirtió en el foco de atención. Danzó hasta hacer contacto con la posible cortina, encendiendo en llamas el material y por ende al vampiro.
El vampiro soltó un chillido tan agudo que pudiera haber roto cristal o incluso tímpanos. Con sus grititos de dolor como fondo, rodó por el suelo incapaz de levantarse. El fuego se fue esparciendo. Chocó con una de las puertas rompiéndola y perdiéndose dentro de la alcoba.
El causante del desenlace avanzó con unos ojos como faros. Alan estaba en su cáscara humana, desnudo y sucio con sangre.
—Ve por Drake y Samuel. Yo me encargo del Kaan hasta que llegue un hechicero. Gánate tu libertad —dijo.
Hasta su voz estaba un octavo distinta. Se encontraba tan bien alimentado como un bebedor de sangre tenía que estarlo. Aunque no me alegraba del todo, supe que iba a poder manejar al Kaan.
En algún punto perdí el agarre de mi forma lobuna a raíz de los efectos de la quemadura. Lo que me mantenía andando era la convicción de acabar con eso. Ya quería salir de ahí. Ya quería volver a tener el control sobre mi vida. Por otro lado, otra sensación más subjetiva se estiró desde la boca de mi estómago hasta generar una presión en mi corazón. Llevaba cinco años sin ver a Drake. Las preguntas esperadas se instalaron en mi mente: ¿en qué estado estaría?, ¿me reconocería?, ¿cómo me sentiría al verlo?
Dejé el rescate de Samuel en segundo plano y seguí de largo a donde debía estar Drake. Un ligero cosquilleo apareció. La palma de mi mano ardió. Abrí la puerta indicada, pero me encontré con un cuarto vacío y una puerta más. El aroma a almendras estaba por doquier.
Una explosión sacudió el edificio. Me apoyé de la pared para no caer. Los Arcturus habían llegado preparados sin dudas. Por algo eran los guerreros de la región. Mientras giraba la manilla de la puerta faltante, una segunda bomba estalló; esta vez mucho más cerca. Parte del techo cedió, llevándose consigo el muro externo.
Los escombros nublaron mi visión y entorpecieron mi respiración. Tendida en el piso me batallaba por continuar consciente. Tenía la vista fija en la apertura de la puerta semiabierta. Cadenas estaban siendo agitadas. Justo antes de que mis párpados cedieran, deslumbré una silueta aproximándose. Terminando de desvanecerme, rodeada por aquella esencia alguna vez tranquilizadora para mí, creí oír un murmullo llamándome.
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