Capítulo 10 | Recién Llegados
La mañana siguiente despertamos con la sorpresa de tener nuestra ropa de regreso. Nuestras pocas prendas se encontraban dobladas en el escritorio junto al desayuno. Mientras comíamos, sin volver a mencionar lo ocurrido el día anterior, le conté sobre lo que sentí al transitar los pisos inferiores de la construcción.
«Yo también creo que es una señal de Diana».
«Ahora, cuéntame, ¿cómo te fue con Caitlin?»
Dejó de masticar por un instante.
«Bueno...»
Sin previo aviso, fue interrumpido por la susodicha ingresando a la recamara.
—Thomas quiere verlos —informó.
Abandonamos los platos a medio comer y la seguimos por el pasillo. Caminaba pegada al rubio, sin tocarlo, mas estando dentro de su espacio personal. Quise saber el porqué Thomas nos mandó a llamar, pero solo obtuve una respuesta cortante y vacía.
—Dime algo, ¿pensaste en mí? —cuestionó la morena—. Porque yo sí lo hice. Pensé en todo lo que pudimos haber hecho si no nos hubieran interrumpido.
Alan se limitó a sonreírle y para ella fue suficiente. Sabía que debía estar aprovechándose del interés de ella en él para intentar adquirir información, sin embargo, podía ser un arma de doble filo. Sin dudas cada segundo que pasaba con ella estaba siendo puesto a prueba.
En el recibidor de la casona Thomas nos esperaba con un grupo de diez Descencientes de Imm formados en una fila. Justo como el que me llevó el primer día a su habitación, era chicos y chicas jóvenes que todavía respiraban como si de verdad necesitaran hacerlo. Miraban curiosos su alrededor y algunos mantenían los brazos cruzados de manera defensiva. Tampoco debían tener mucho de haber sido convertidos.
Thomas vino hacia nosotros. Le dio unas palmadas a Alan en el hombro.
—Veo que ya estás recompuesto. No quiero que vuelva a pasar una escena como la de ayer. No necesitamos espíritus débiles en el clan.
En vez de salir palabras de aliento como anticipó su gesto, le dio una advertencia. Se tratara de un caso especial, o no, Thomas no tenía tiempo para lidiar con quiebres emocionales que continuarían poniendo en duda su liderazgo. Se encontraba al mando del clan, pero, como pude ver la noche anterior, todavía no era un puesto firme.
—No volverá a ocurrir —replicó con aires de certeza.
—Y yo me encargaré de ello, amo —intervino Caitlin—. Como sabe, no está acostumbrado a la sangre fresca y por ende perdió el control, sin embargo, me haré responsable de educarlo en nuestras formas.
—Eso espero —contestó antes de posar su atención en mí—. Ya Caitlin tiene su tarea, ahora te toca a ti, Vanessa. Seguro que no has olvidado que todos debemos aportar al clan.
—Lo que ordenes.
No protesté contra la nueva labor de Caitlin como maestra, porque dejaría que Alan la manejara a su manera. Después de meditarlo durante el desvelo, llegué a la conclusión de que debía confiar en la capacidad del rubio para desenvolverse. Consolándolo, escuchando sus lamentos una y otra vez, no lo harían fortalecerse como lo necesitaba; tampoco convirtiéndome en un escudo entre el peligro y él. Ya no era un niño.
—Estos chiquillos que ves aquí son carne fresca. Ninguno tiene más de dos meses de haber sido mordido. Tu tarea será entrenarlos, ya que sé que eso es lo tuyo. Quiero que sean soldados letales, sin una pizca de miedo en ellos.
«Son unos niños».
«Lo sé».
A diferencia de nosotros, los vampiros permanecían en la edad física con la que habían sido convertidos. Teníamos un ritmo más lento de envejecimiento, pero ellos se mantenían iguales.
En la época de Monique me encargué de fortalecer las habilidades de Malditos de Aithan recién incorporados al clan. De los vampiros nuevos se ocupaba otro, a quien no había visto desde mi regreso. Supuse que ahora Arsen tenía el control sobre todos los Malditos de Aithan, incluyendo a los que requerían entrenamiento, por lo que el puesto había sido ocupado.
Me dispuse a dar una vuelta alrededor del grupo para examinarlos mejor.
Eran tres mujeres y siete hombres, con rasgos similares, exceptuando al de características asiáticas. Varios estaban tensos o temblorosos, solo un par lucía un poco más relajados, quizá ya habiendo aceptado su situación. La que captó mi atención fue una pelirroja ubicada en uno de los extremos; era pequeña, con enormes ojos azules llorosos y aspecto frágil. Por experiencia, sabía que menos de la mitad sobreviviría a sus primeros seis meses, incluyéndola a ella.
—¿Con mis propias reglas? —pregunté regresando a estar al frente, sin apartar la vista de ellos.
—Siempre y cuando me des resultados, sí.
Las puertas principales se abrieron para interrumpirnos. Arsen ingresó sin una prenda de ropa, guiando a quince o veinte más. Se encontraban mugrientos, con algunos moretones y sangre seca. Además de él y otros tres que recordaba de la noche anterior, el resto parecían apenas haber pasado por la pubertad.
—Será divertido ver a una Hija de Diana entrenando a Descendientes de Imm —dijo él.
—¿Una de nuestros enemigos nos entrenará? —susurró uno de los nuevos vampiros al que estaba junto a él—. Sexy no es lo mismo que letal.
Qué lástima que no se acostumbraba al hecho de los sentidos superdesarrollados, por lo que los presentes pudimos escucharlo.
—El que habló, ¿cuál es tu nombre? —interrogué.
El joven tragó grueso y se enderezó. No era tan valiente después de todo.
—Liam.
—Bien. —Caminé para quedar cara a cara con Arsen. Era diez centímetros más alto que yo, con más músculo y más aliados, pero cuando le respondí esos detalles se volvieron inexistentes—. Cuando quieras puedes ir a vernos, seguro será divertido ver a Liam orinándose del dolor y suplicando morir para no continuar. Dentro de unos meses podrán partirle el culo a cualquiera de tus cachorros.
Me brindó una sonrisa ladeada llena de gracia.
—Estaré ansioso por verlo, preciosa.
Dicho esto, siguió su camino hacia el comedor perseguido por los suyos.
Noté cómo el último de ellos giró para enfocarse por un momento en la fila. Seguí su vista, la cual se posó en la pelirroja. Ella, por su parte, desvió la mirada. Decidí dejarlo pasar.
—Caitlin, que Alan vaya esta noche con ustedes al pueblo —instruyó Thomas—. Yo me quedaré a supervisar la primera clase.
—Entonces, permiso para retirarnos.
—Adelante.
«Ten cuidado», dije.
«Igual».
No esperé a que se acabaran de marchar para concentrarme en el grupo. El cargo me tomó desprevenida, pero rápidamente decidí cómo empezar. La experiencia anterior había sido de ayuda y los años en los que me endurecí aportarían también.
—Vamos. Todos afuera. Si quieren formar parte del Clan del Norte, primero deben pasar por la prueba de iniciación.
Los chicos avanzaron de inmediato. Thomas me retuvo por un instante sujetándome del brazo. Me tendió un arma en su funda.
—Es tuya. Úsala para poner orden.
Además, me mostró un pedazo de papel, el cual decía: Mata a Galvin. Agiliza las cosas.
Asentí.
No necesitaba pedirle detalles. El mencionado pudo haber hecho algo que molestó a Thomas, o quizá no. Tal vez solo no le agradaba su nombre y era una excusa para utilizarlo como la pieza sin importancia que formaba parte de su juego. Asustar a los recién llegados los obligaría a empujarse el límite; y si no eran capaces de hacerlo, simplemente los desecharía al no aportarle nada al clan.
Me apresuré a alcanzar a mis estudiantes y a quedar frente a ellos para dirigirlos. Mientras los encaminaba bordeando el acantilado hacia el bosque, iba dictando ciertas pautas. Ellos ojeaban la caía y debían estar tratando de adivinar cuántos metros habían, o imaginándose qué tan duro sería caerse.
—Si siguen las reglas, sobrevivirán. Si son leales al clan, sobrevivirán. Si el destino así lo quiere, sobrevivirán. Hagan lo posible por sobrevivir, pero siempre estén listos para morir.
—¿Habrá un examen, o algo así de lo que digas? —preguntó una rubia.
—Sí, cada segundo que sigues viva es porque estás aprobando el examen. Cuando falles, lo sabrás porque moriste. ¿Tu nombre?
—Avery Dickens.
—Solo Avery. Ya no eres humana, así que tu apellido no importa. Que no se les olvide. Ya nada debe unirlos a su antigua vida humana. Ahora le pertenecen al clan.
Escogí el reducido claro con forma de media luna junto al borde. Pedí que los faltantes dijeran cómo se llamaban. Galvin resultó ser el más grande del grupo, al cual Liam le susurró minutos antes. Me recordó un poco a los brabucones de la manada, con su postura desafiante y mirada burlona, como si todo le pareciera un chiste.
—Su vida depende de sus decisiones, pero también de las decisiones de los demás. ¿Ven esta arma? —Se las mostré—. Me da el poder de matarlos si comenten tres faltas. ¿Comprenden? Esto no es un juego.
Thomas eligió una roca alta y plana en la parte superior para sentarse y así disfrutar del espectáculo. Más que vigilar el desempeño de sus nuevos soldados, me estaba evaluando a mí. Lo sabía. Lo conocía. Me quería de su lado y por eso me daba las oportunidades para demostrarle que podía confiar en mí. Me necesitaba.
—Ahora bien. La prueba es esta: tienen que saltar al acantilado y luego buscar la manera de regresar acá.
—¿Saltar? ¿Estás loca? —habló Galvin.
—No es una pregunta. O lo hacen, o no están dentro. Tienen que liberarse del miedo humano.
Se miraron entre ellos.
El efecto al lanzarse desde esa altura era igual a chocar con concreto. Un humano se haría trizas al golpear la superficie. Les dolería, quizá se romperían algunos huesos, pero en minutos sanarían. Después iban a tener que subir escalando. Esa era la única opción.
—¿Quién va primero?
Todos dieron por instinto un paso hacia atrás. Ni siquiera el que lucía más atrevido se ofreció. Coloqué las manos en mis caderas y pasé la mirada lentamente por los rostros caucásicos, por el asiático y la pelirroja. Estaban indecisos, asustados o negados.
Esa era la cruda realidad por la que los vampiros o impuros debían pasar en el génesis de su nueva vida. La mayoría no eligió ser como era, pero tenía que asumir su nuevo presente para sobrevivir. Así como yo no planeé ser atacada por Drake aquella noche, esos chiquillos pudieron ser emboscados al salir de un bar, al regresar a la tienda por un producto que se les olvidó, o al sacar la basura. Simplemente había pasado.
—Escogeré entonces. Igual todos tendrán que hacerlo si no quieren una bala explosiva en el cráneo. Huir del clan no es una opción. —Aguardé unos minutos adicionales. Thomas asintió en mi dirección. Sabía lo que haría—. Ve tú primero, Galvin.
Comenzaron los murmullos. Pude oír cómo Galvin tragó grueso. Cerró sus manos y se puso tenso. Lo que hice fue brindarle una sonrisa. Aunque creyera que estaba loca, yo tenía el poder.
—No —replicó—. No tengo por qué hacerlo.
—¿Es tu última palabra?
—Sí.
—Bien.
Lo único que hice su alzar el arma y disparar en medio de sus cejas. Se escuchó el estruendo, mas no tuvo tiempo ni de parpadear. El proyectil ingresó en su cabeza y casi de inmediato estalló haciéndola trizas y esparciendo sus sesos.
Sus compañeros se tiraron al suelo. La sangre y tejidos cayeron sobre ellos. El cuerpo inerte quedó en parte encima de Cecilia, la más débil, quien se había ocultado detrás de él para no ser escogida.
Les ordené que se pusieran de pie.
Matarlo no fue difícil. A diferencia de la noche anterior, asesinarlo no me afectó. No estuve segura si la ausencia de la mirada juzgadora de Alan tuvo que ver, pero pude apagar la empatía como años atrás. Y menos mal, porque era consciente de cómo Thomas examinaba hasta el más mínimo de mis movimientos o gestos.
—Por murmurar sobre tu instructora, por llamar a su instructora loca y por negarte a cumplir una orden. Tres faltas —expliqué—. Liam y Lee, tiren su cuerpo al acantilado. Su muerte no evitará que sea el primero en saltar.
Los dos chicos se apresuraron a obedecer. Lo tomaron de sus extremidades y arrojaron al vacío. No querían ser los siguientes; nadie quería y por eso acatarían cada petición.
—Es tu turno, Jacob.
El castaño apretó la mandíbula, mas se alejó del grupo sin quejarse. Caminó hacia la orilla y respondió hondo.
—Aquí voy, Johanna —dijo antes de lanzarse.
Después me enteré de que Johanna había sido su prometida, quien murió a manos de vampiros la noche que él fue convertido.
Y así, al sobrevivir Jacob, uno a uno fueron cumpliendo con la tarea. Les costó un poco encontrar el trayecto ideal para subir, pero trabajando en equipo dieron con él. Agotados, sedientos, con huesos y mortales heridas recién curadas, les permití retirarse a sus nuevas habitaciones.
—Eres lo que el clan necesitaba, Vanessa —habló Thomas cuando quedamos solos en el claro. No se acercó. Permaneció en su roca—. Sería una lástima que nos fallaras.
—Sabes que no lo haré. No otra vez.
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