Capítulo 1 | Cuando el pasado te encuentra


Armar una red de mentiras y moverme a través de ella se volvió mi manera de sobrevivir. Para los Hijos de Diana, para los vampiros, para los cazadores, para el gobierno; no importaba. Todo se reducía a sobrevivir y cumplir con mi misión. Suprimir emociones, fingir otras y crear un cóctel de falsedades con verdades era mi función. A veces incluso me olvidaba de las consecuencias. O, quizá, ya había dejado de importarme.

A eso me aferraba al sonreír y tratar con afecto a cada hombre que entraba en el radar de mi empleador. Así conseguía la información que necesitaba.

La noche que mi estilo de vida por el último año y medio se derrumbó, mi objetivo fue un celular que extraje de la chaqueta del banquero con el que bailé. Entre risas, palabras ingeniosas y toques más allá de lo apropiado, el preciado aparato acabó en mi poder. Estaba tan encantado que no notó su ausencia y me acompañó hasta mi vehículo con la insistencia de vernos de nuevo.

Le mentí una vez más y me marché. Conduje hasta la parada de autobuses indicada, metí el celular en un sobre y lo dejé en la banca. Luego, esperé al otro lado de la calle en el interior de mi auto mientras era recogido. Para hacer más llevadero el paso del tiempo, saqué de debajo de mi asiento una botella ya abierta de vodka.

Mi celular sonó. Era Wyatt.

—Confírmame la recepción —fue lo primero que dijo.

A penas terminó con su frase, un muchacho en bicicleta se detuvo junto a la banca y tomó el sobre. Tenía el color de gorra acordado, así que esperé a que se fuera para encender mi vehículo y retirarme.

—Confirmado. Ya me voy.

—Bien hecho, Vanessa.

Puse el celular en altavoz en el asiento del copiloto y conduje con la botella entre mis piernas para continuar bebiendo. Anhelaba quitarme ese vestido ajustado y tirarme en la cama de mi apartamento alquilado.

—Antes de que vayas a descansar, necesito que busques un paquete en el hotel que queda en la antigua plaza.

Suspiré. La noche todavía no terminaba.

—¿En la recepción? —pregunté.

—Sí, ya te conocen. No tendrás ningún problema.

—¿Wyatt?

—Dime.

—Quiero que me reubiques pronto. Ya tengo demasiado tiempo en esta ciudad.

Alcanzar las dos semanas en un mismo lugar me ponía intranquila y ya llevaba casi un mes allí. No podía ser recordable y lo dicho por Wyatt encendió de nuevo mi alarma.

—Lo sé. Sé que me estoy excediendo del tiempo acordado, pero tienes que ser paciente. Sabes que dependo de las decisiones de arriba.

Lo que sabía era que mis habilidades de engaño captaron la atención de los jefes de Wyatt y él se encargó de reclutarme. No me lo había dicho directamente, pero siempre intuí que eran asuntos del gobierno. Me sentía como una espía. Verlo de esa manera me daba motivación extra.

—Eso me dijiste la semana pasada —gruñí.

—¿Bebiste? ¿Es eso? No seas paranoica. No has notado nada extraño y sabes que te cuido, aunque no puedas verme.

Guardé silencio. Me molestaba que sacara a colación el tema de la bebida en momentos así. No tenía nada que ver con mi problema, sino con las personas de las que huía. El favor de la diosa llevaba demasiado tiempo de mi lado, y no podía descuidarme. Wyatt no sabía por completo la historia de mi pasado.

—Hagamos algo —continuó—. Mañana yo personalmente iré por el paquete. Nos reunimos en un restaurante para desayunar juntos y conversar. Y, si quieres, te doy un bono adicional para que te vayas de vacaciones un par de días mientras mis jefes se deciden. ¿Te parece?

No tenía otra opción más segura. Además, ya teníamos varios meses sin estar juntos en la misma habitación. Aunque no pudiera verle el rostro, su presencia me hacía sentir menos sola.

—Sí. Está bien. Te aviso cuando tenga el paquete.

Finalicé la llamada y le subí el volumen a la radio. El ruido me ayudaba a acallar las memorias que me atormentaban.

Como de por sí estaba cerca del centro, no tardé en llegar a mi destino. Se trataba de un edificio azul con ventanas arqueadas y enmarcadas en líneas blancas. Era de siete pisos, pero de fachada muy sencilla en comparación con los monstruos construidos en las calles más transitadas. Lo único llamativo era su fuente de piedra con zonas cubiertas de musgo.

Estacioné mi vehículo y el portero me saludó al abrirme la puerta. El olor que solamente podía ser captado por seres como yo, me revolvió al estómago. Así supe lo que era a pesar de la ausencia del color escarlata en sus irises. Tenía más de una semana sin encontrarme con un vampiro y su interacción conmigo hizo énfasis en que era hora de cambiar de ciudad.

No perdí la compostura. Hice caso omiso a las reacciones de mi cuerpo por estar cerca de mi enemigo natural y quise hacerle creer que, a diferencia de él, no lo detecté. Era mejor así. Solo sería más precavida con mi presencia allí.

La recepción era igual de común. Pisos de cerámica y muebles de madera hacían alusión a épocas más simples, sin tanta ostentosidad. Detrás del mostrador había una chica que me dio la bienvenida.

—Vengo por un encargo.

—Ah, bien. Por aquí está.

Revisó los cajones a su alcance. Hice una nota mental de sugerirle a Wyatt encontrar mejores puntos de intercambio.

Como si el universo disfrutara poniendo a prueba mi paciencia, antes de que diera con el paquete, el teléfono de la recepción sonó. Como solo estaba ella, interrumpió lo que hacía y respondió.

—Señorita, necesito que se calme. Respire.

La recepcionista frunció el ceño. La persona que hablaba del otro lado de la línea lo hacía de prisa.

—¿Dijo vampiro? ¿Qué número de habitación es? —La chica escribió en un trozo de papel el número, seguido por un gran signo de interrogación—. Tranquilícese. Debe ser alguien disfrazado. Ya envío a seguridad.

Claro que no iba a creerle. Yo en mi vida de humana tampoco lo hubiera hecho. Por instinto se buscaba idear una razón más coherente y vinculada con las limitaciones de nuestra percepción.

Un ataque de vampiro no era mi problema. Mi objetivo era retirar el paquete e irme. Yo no era cazadora y mi condición de desertora me incentivaba a permanecer lo más lejos posible de ese mundo.

La recepcionista colocó una caja embalada frente a mí. Se mantenía tranquila.

—Disculpe, aquí está.

El desespero en la voz de la mujer continuaba retumbándome en la cabeza. Pensé en lo confundida y atemorizada que debía estar. Después me la imaginé muerta y que yo pude haber hecho algo para evitarlo. Supe que de no actuar iba a convertirse en otro cargo de conciencia.

—Cuida el paquete. Ya vengo por él —indiqué—. Soy una agente especial e iré a ver qué le ocurre a esa huésped.

—Oh, no. No se preocupe. Nosotros...

Pero yo ya me encontraba entrando en el ascensor. Presioné el botón necesario y me preparé para poner en práctica mi entrenamiento de combate y mi experiencia como infiltrada en un clan de vampiros. Sin embargo, el cierre de las puertas se vio interrumpido por la mano de un hombre, quien ingresó al ascensor.

Estuve por pedirle que se saliera, mas hubo algo en su aroma que me descolocó. Era dulce; pero no solo eso, había un elemento indescifrable que me paralizó. Las puertas se cerraron y su fragancia me envolvió. No pude girar para comprobar si lo conocía. Solo pude sostener en mi mente la vaga imagen de una estatura superior a la mía y mechones rubios.

Contuve la respiración buscando que el efecto se desvaneciera, siendo en vano. Mi pulso estaba acelerado y mis manos picaban. ¿Por qué? ¿Quién era? ¿Era un Hijo de Diana? No podía ser, porque la esencia tenía matices distintas. ¿Un Maldito de Aithan? Tampoco.

—Señorita, este es su piso, ¿cierto?

Su voz me sacó de mi conmoción. Parpadeé. Lo miré. Sus ojos eran azules. No lo reconocí.

—Sí, gracias —murmuré.

Salí del ascensor sintiendo las piernas pesadas. Avancé por el pasillo y solo ojeé una vez por encima de mi hombro hacia el extraño. También era su piso. Terminó de abrir la primera habitación e ingresó a ella.

Me apoyé por unos instantes de la pared y respiré hondo. Debía volver a estabilizarme. Envié esa extraña reacción a segundo plano y me concentré en la prioridad: meterme en asuntos que no me incumbían con tal de limpiar un poco mi conciencia.

Saqué de mi bota un cilindro de madera con punta afilada. Era un arma curiosa que tuve la oportunidad de robarle a un cazador. Por un extremo servía como estaca y por el otro tenía una apertura para liberar la llama creada al presionar el botón que iniciaba la ignición. En mi posición nunca estaba de más tener una protección adicional.

Llegué a la habitación y lo primero que noté fue la puerta entreabierta. La terminé de empujar para revelar unas manchas de sangre en el suelo.

—¿Señora? Soy la recepcionista. Voy a entrar —anuncié.

Estuviera todavía el vampiro o no, al principio creería que se encontraría con una humana, por lo que me daría ventaja para poder divertirse. Avancé hacia el interior con el lado del encendedor frente a mí. No vi señales de lucha y algo se sentía raro.

—Baja eso, Vanessa.

En lugar de obedecer, afiancé más el agarre en el arma. El hombre que esperaba por mí sentado en el borde de la cama, fue peor que el tener que enfrentarme a un vampiro. Cabello largo hasta el borde de sus pómulos redondeados y una mirada cargada de desprecio dirigida hacia mí.

Mi temor se hizo realidad. Me encontraron.

En vez de responderle de alguna manera, lancé la estaca hacia él y aproveché de esa ventana de tiempo para salir de la habitación. La transformación ya no llegaba por sí sola, así que tuve que recurrir a morderme la mano para recurrir a mi cáscara lobuna. Mi estructura ósea cambió, mis tejidos se estiraron, los estímulos externos se amplificaron y el pelaje me cubrió.

Corrí hacia las escaleras de emergencia. Mi camino no tardó en ser obstruido por un lobo negro tan grande como yo. Era Ian. No iba a perder tiempo peleando con él.

Frené y decidí que lo mejor sería escapar por la ventana de alguna recamara. Golpeé con mi costado la puerta de la más cercana. La estructura se agrietó, pero antes de efectuar el choque final, unos colmillos se hundieron en mi cola y me halaron hacia atrás. Mis patas delanteras cedieron por unos segundos, pero pude volver a apoyar mi peso en ellas para patear con las traseras a mi agresor.

Me soltó. Busqué escabullirme al interior de la habitación. En un espacio más cerrado sería más fácil enfrentarlos por separado. No obstante, otro Hijo de Diana de pelaje color canela impactó contra mi costado. La esquina del marco de la puerta se clavó en mis costillas. El golpe fue seguido por otro desde el lado contrario. Y así se fueron turnando hasta que perdí el agarre de mi cáscara lobuna y acabé tendida escupiendo sangre.

—No tenía por qué ser así —dijo Ian mientras me obligaba a poner de pie.

—Tú sabes que sí —repliqué.

Con ayuda de Bryan y Patrick, me regresaron a la habitación donde estaba Josh. No intenté huir de nuevo. Era momento de conservar energías y esperar la oportunidad adecuada.

Expuesta y con mi libertad como desertora tendiendo de un hilo, encaré a Josh con la frente en alto. Durante mi conversión no detecté ningún rastro que indicara la presencia de Drake, por lo que supuse que arrastrarme de regreso con la manada no era suficientemente importante. Debía estarse revolcando con su novia.

—Has perdido el toque —comentó Josh examinando mi cuerpo sin ningún tipo de decoro—. Descuidada, débil y con dificultades para transformarte. ¿Ya sientes el velo de la diosa abandonándote?

No contesté a su provocación. Debía estarse divirtiendo con su pequeño momento de protagonismo. No tenía cualidades de líder como su hermano. Demasiado arrogante e impulsivo.

—¿Y sigues igual de ingenua? —continuó—. Todavía no puedo creer que pensaras que mi hermano renunciaría a todo por ti. Un Aldrich no le daría la espalda a su linaje por una impura.

Dolió. No tanto como solía hacerlo cinco años atrás, pero sí como para impacientarme. La diferencia entre un Hijo de Diana puro, como él y sus acompañantes, y yo era que ellos nacieron siéndolo y yo fui mordida mientras era humana.

—¿Qué quieres, Josh? ¿De verdad, odiándome tanto, harás que vuelva?

Le pidió a los demás que se fueran. Di un paso hacia él, pero me detuve cuando la puerta del baño se abrió. Paula, mi antigua mejor amiga, se unió a nosotros. O, más bien, lo que quedaba de ella. Ahora llevaba el cabello corto con reflejos oscuros y un excesivo maquillaje en el rostro. Tenía una bata en sus manos.

—Ten.

La acepté, porque la costumbre de estar siempre vestida hizo que me sintiera incómoda. Habían transcurrido varios meses desde la última vez que me transformé y años desde que expuse mi cuerpo ante alguien más.

—Te aseguro que es lo que menos quiero, pero debo llevarte con nosotros. Aunque lamento tener que decirlo, necesitamos de ti —respondió Josh.

Paula se mantuvo de pie junto a mí, atenta a mis movimientos. Me preguntaba qué hacía ella allí si era tan impura como yo.

—A menos que Arthur venga a pedírmelo, preferiré que me maten —dije—. Solo a él le debo obediencia.

Ser desertor era un acto castigado con dureza. La lealtad hacia el alfa era uno de los pilares fundamentales de la manada. Mi aprecio hacia Arthur no fue la causa de mi traición, sino que fue la única forma de salvar lo que más amaba.

La expresión de Josh se tornó sombría. Hasta ese instante no detecté el cansancio en sus ojos. Paula se tensó y observó su reacción.

—Esa es la cuestión, Arthur ya no es el alfa. Drake ocupó su lugar y los vampiros lo secuestraron.

—Pero, Josh, Drake solo podría ser alfa si...

Callé al encontrarle sentido a todo. Por eso mi marca ardió y me sentí desorientada por unos días. Arthur, mi alfa, murió y Drake, el siguiente en la línea de sucesión, tomó el puesto. Mis piernas se debilitaron y tuve que apoyarme del mueble del televisor. Al final el maldito cumplió con su meta. A pesar de todas las veces que juró que no le interesaba, alcanzó el motivo de su existencia.

Josh se levantó y se acercó a mí.

—Así es, y está en peligro. Si alguna vez lo amaste, volverás para salvarlo.

En otras circunstancias me hubiera reído en su cara. Él, como casi cada miembro de la manada, cuestionó hasta el cansancio mis sentimientos por Drake. Nunca pensó que yo fuera suficiente para su hermano, debido a los prejuicios, y tuvo que haber sido quien más se alegró cuando lo nuestro fracasó. Tan desesperado debía estar que tuvo que rebajarse a usar esa carta.

Lástima que Drake se encargó de convertir todo ese amor en odio.

—No tienes idea de las veces que he deseado que muera —susurré—. No soy la más indicada para el trabajo.

Las emociones, los sentimientos, y los recuerdos que experimenté con él salieron a flote. El rencor que se fue convirtiendo en algo hermoso. Las cosquillas al tenerlo cerca. El contemplarlo fascinada en silencio. El calor de su piel. La seguridad de sus brazos. Los besos, las peleas y las lágrimas derramadas. La amargura. El odio.

—Hazlo entonces a cambio de otra cosa —intervino Paula sujetando el brazo de Josh, quien ya estaba invadiendo mi espacio personal y no lucía contento con mi respuesta.

Mi antigua amiga sabía cómo Drake pisoteó hasta la última pizca de mis sentimientos por él. Con sus mentiras, decepciones y desprecios, lo destruyó todo. Y que, por mí, podía quemarse en las llamas del infierno. No se merecía ni mi compasión. Si accedía a salvarlo, solo sería para torturarlo y matarlo con mis propias manos.

—Nada que me ofrezcan me interesa —dije.

Josh se zafó del agarre de Paula, mas aceptó poner un par de pasos de distancia. La forma en la miró a Paula me desagradó, y la versión anterior de ella se hubiera intimidado, sin embargo, esa Paula no se inmutó. Yo no fui la única que cambié.

—Tu libertad —ofreció ella—. ¿Es lo que más quieres? No tener que continuar ocultándote.

No, ella no tenía ninguna potestad para tentarme con esa oferta. No obstante, me conocía lo suficiente como para saber que era lo único que podría convencerme. Terminar de cortar lo último que me unía a los Cephei tal vez me traería paz.

Posé mi atención en Josh. Apretaba la mandíbula. Desaprobaba ese intercambio, pero yo no desaprovecharía la oportunidad.

—¿Qué me garantiza que cumplirán con su palabra? —pregunté—. Pueden mentirme y luego obligarme a que me quede.

Josh lo meditó por unos instantes. Su expresión de recompuso. Volvió a pretender tener el control de la situación. Lo había sido lo que planeó, sin embargo, se trataba de salvarle la vida a su hermano.

—Un pacto de sangre —propuso al fin.

Era un juramento irrompible que obligaba a cada parte hacer lo prometido, sin medias verdades. Aunque te arrepintieras, una fuerza invisible te forzaba a hacer lo estipulado. La diosa se encargaba de velar por el cumplimiento del trato. Así que, solo iba a tener que entrar en la guarida de los vampiros y rescatar a Drake para no ser más una desertora.

—¿Harías un pacto de sangre con una impura como yo?

—Sí —dijo con tono forzado.

Sonreí. No disimularía lo mucho que disfrutaba tenerlo en esa posición.

—Acepto.

Hundí la uña de mi dedo índice en la palma de mi mano izquierda y efectué una cortada diagonal. La sangre brotó de la herida y extendí mi extremidad hacia él. Josh se paró frente a mí e imitó mi acción. Nuestras sangres se mezclaron en un apretón de manos, mientras nos observábamos nuestro reflejo en los ojos del otro.

—Yo, Josh Aldrich, juro que si traes de regreso a mi hermano con la manada, serás libre de tomar tu propio camino.

—Yo, Vanessa Schuster, juro que traeré de regreso a tu hermano con la manada, si con al haber cumplido seré libre de tomar mi propio camino.

Un cosquilleó nació en la zona de mi corazón y se esparció hasta la punta de mis dedos. Una ligera brisa acarició mi rostro, manifestando de aquella manera a la diosa. Josh también lo sintió.

—En nombre de Diana, lo juro —dijimos al unísono, sellando el compromiso.

Josh fue a servirse un vaso de agua y yo examiné mi mano. La cortada se cerró en instantes dejando una tenue línea plateada que a los segundos fue absorbida por la piel.

—Pasaremos la noche aquí y mañana nos vamos —informó Josh.

—Tengo que ir por mis cosas. Alquilé un apartamento a unas calles de aquí.

—Ian y los demás se encargarán de eso —respondió Paula—. Lo que me preocupa es tu empleador. No creo que sea de las personas que se quede tranquilo si desapareces, ¿verdad? Hay que inventar una buena excusa.

—¿También saben de él?

—Tenemos un par de semanas vigilándote —aclaró Josh—. Seguro sabrás qué decirle. 

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