Antes | Tropezar otra vez
Tuve razón en creer que no tenía a qué regresar. Las instalaciones seguían iguales, la dinámica de la manada también y Paula me recibió con un llanto que pareció interminable. Volví al mismo sitio donde mi vida cambió y fue como si nunca lo hubiera abandonado. Me fortalecí durante mi ausencia, pero el vacío de mi corazón roto permaneció. Estando en cubierto creí haberlo llenado, sin embargo, en esos muros cada piedra, cada soplido de la brisa me lo recordaba.
¿Por qué regresar? Tenía que haber sido yo la que se sacrificó y no Kevin. Él tenía una hermana, mientras yo solo el recuerdo de un engaño.
A pesar de ello, el momento de mi vida en el que me había sentido más aliviada fue entrar en territorio Cephei y ser interceptada por los guardabosques, es decir, los Hijos de Diana encargados de patrullar el bosque. Sucia y exhausta me cargaron hacia la entrada de mi viejo hogar. Arthur y Drake me recibieron, donde el futuro alfa lo que hizo fue abrazarme y, en ese instante de debilidad, estallé en lágrimas en sus brazos.
Bañándome en ese manantial, casi un mes después, me arrepentí una vez más de haberlo hecho. Me consoló con las mismas manos que manosearon a Corinne a escondidas durante meses. Recordarlo me asqueó.
Me sumergí por completo, como si el agua caliente fuera a purificar mi piel. Traté de poner mi mente en blanco, de que la necesidad de oxígeno fuera lo único que ocupara mis pensamientos. Aún se oía el caer de la cascada y el cantar de uno que otro pájaro. Mi método de relajación iba bien. Mis músculos se relajaban y mis pulsaciones disminuían.
Todo en orden hasta que empecé a escuchar gritos y ver imágenes sangrientas procedentes de mi memoria. Las mentiras que dije, los individuos que maté y la sensación de satisfacción que se alimentaba con cada elogio; mis actos oscuros hicieron eco en cada rincón. El remordimiento que me evité sentir en aquel entonces se manifestó con fuerza, agrietando mi cordura.
Saqué mi cabeza a la superficie desesperada por aire, todavía con las sombras de ese pasado que quería olvidar. En esa pesadilla me convertí en un monstruo y sabía que las secuelas jamás me abandonarían. No hasta que Monique o alguno de los suyos me encontraran y cobraran su venganza.
Nadé a la orilla y me senté donde mi cuerpo desnudo quedaba de la cintura para abajo cubierto por el agua. Me aferré a los bordes de mi asiento de roca y me esforcé por no sufrir de un ataque de pánico. Tener la conciencia corrompida cobraba factura.
—No deberías estar aquí sola, Vanessa.
La voz de Drake logró que me tensara, mas mi mente no detuvo su conflicto. Ni siquiera giré a observarlo.
—Eres el menos indicado para decirme qué debería o no hacer —me esforcé por responder—. Déjame sola.
—Ey, estás temblando.
Depositó su mano en mi hombro y en señal de repulsión mi cuerpo se lanzó hacia adelante. Regresé al agua, interponiendo distancia entre nosotros.
—No me toques.
A esos metros de mí, lució imponente con cada milímetro de piel expuesto. Percibí una diferencia de peso, notable por cómo se asomaban sus costillas y las clavículas estaban más pronunciadas. En lugar de hacerme ilusiones, pensando que se debía a falta de alimentación por su preocupación hacia mí, lo vi como producto de exceso de sexo. Si no quería cometer los mismos errores, tenía que intuir lo peor, lo que más daño me hiciese.
Drake no replicó. Dio un paso y luego otro, hasta tener sus pies en el agua, seguidos por su ser entero. Sin embargo, al principio no mostró intenciones de acercarse. Permaneció en el borde del manantial.
—No recordaba lo caliente que era el agua —comentó.
Durante la parte linda del noviazgo habíamos visitado ese lugar en muchas oportunidades. Para alejarnos de las malas lenguas, para ponerlos en contacto con la naturaleza, y para amarnos sin medida. Era un sitio que pocos conocían, cerca de las faldas de la Montaña de las Almas.
No soportaba su presencia. En su rostro veía la cara burlona de Corinne, satisfecha por haberse salido con la suya. Me dispuse a irme.
—No te vayas todavía, Vanessa. No estás bien y tampoco has asistido a tus citas con la psicóloga.
En otras circunstancias, quizá con un nivel de locura superior, hubiese soltado una risa divertida. Claro que no estaba bien; nadie podría estarlo después de estar más de un año infiltrada en un clan. Cualquiera con darme un simple vistazo lo hubiera concluido. El problema era que mi calvario lo veía como el merecido castigo de los actos que cometí, como el camino que debía transitar para recibir el perdón. Además, no estaba preparada para reflexionar sobre ellos.
—Tú eres el menos indicado para preocuparte por mi salud mental.
Esa era la mejor respuesta. Prefería recordarle lo mucho que me había herido. No tenía moral para exigirme que fuera a mis citas médicas.
—Yo no, pero mi abuelo sí. Él se siente responsable por tu estado. Él aceptó que te entrenaran y enviaran a ese lugar.
—Yo no me arrepiento de nada. Necesitaba una salida y esa fue la que conseguí. Aunque resultó estúpido creer que me haría librarme de ti, lo volvería a hacer.
Arthur. Sabía que se preocupaba por mí como un padre. Me causaba remordimiento saber que sentía culpa por los demonios que me atormentaban. Al tomar mi decisión, yo fui consciente de que mi vida correría peligro y que tendría que hacer cosas que iban en contra de mi moralidad.
Tal vez haría el esfuerzo de visitar a la psicóloga, aunque no tuviera ganas de hablar. Asistir y quedarme en silencio sería por lo menos un avance. Pero Drake no tenía por qué saberlo.
—Yo sí me arrepiento de haberte orillado a eso. No tienes idea de cuánto.
—Ahórratelo.
Nadé hacia el borde del manantial más cercano. No podía continuar escuchando cuánto sentía lo que me había ocurrido. No podía seguir viendo esa cara de tristeza ni respirando su mismo aire.
—Caramelo.
Escuchar el sobrenombre que me puso años atrás hizo que me paralizara. Llevar tanto tiempo sin escucharlo generó que me erizara. Me quedé inmóvil, con las palmas sobre el borde rocoso, esperando qué palabras seguirían.
—A pesar de todo, ¿tampoco te arrepientes de que te haya mordido?
La pregunta provocó que mis músculos se tensaran mientras recordaba desde el pasado más próximo hasta el más lejano.
Haber reprimido tantas emociones negativas para luego ser liberadas como una avalancha que amenazaba con consumirme. Haber cruzado la línea hacia lo imperdonable y aguantado un dolor indescriptible. Haber empujado mis límites hasta atentar contra mi integridad. Haber sentido que me estaba perdiendo. Todo eso fue consecuencia de querer alejarme desesperadamente de él por el daño que me hizo. Jugó con mi corazón. Se burló de mí. Me destruyó.
—¿Te arrepientes? —susurró.
Deslizó sus dedos por mis brazos. La sensación familiar hizo que me empezara a relajar. El olor a sangre, los gritos de sufrimiento, se iban oyendo cada vez más distantes. Su tacto atrajo los recuerdos buenos, aquellos que en su momento me dieron seguridad y una felicidad que, aunque ingenua, sabía jamás volvería a sentir.
Quería volver a sentirme segura. Cuidada. Protegida. Justo como llegué a sentirme por un tiempo en sus brazos.
Negué lentamente.
No me arrepentía. A pesar de todo, no modificaría mi pasado. Lo sucedido ya formaba parte de mí y más adelante serviría como lección. Cambiar el hecho de ser mordida significaría ahorrarme mucha agonía, pero también no saber acerca de ese mundo. Era no conocerlo a él ni conocer de lo que yo era capaz.
Lo maldije en silencio por habernos roto. Poder tenerlo como apoyo hubiese hecho más sencillo encarar lo que enfrentaba. Tener sus brazos a mi alrededor, afirmando que todo estaría bien, hubiera sido de gran alivio.
—Deja que te cuide —murmuró en mi oído.
Depositó un beso en mi cabello y me rodeó sutilmente con sus brazos. Podía sentir cómo su respiración movía los mechones mi cabeza.
—Por favor, no vuelvas a cometer una locura así.
Su flojo agarre me permitió girar. Lo tenía a escasos centímetros de mí. El calor que irradiaba su escultural cuerpo me hizo comenzar a sudar. Estaba cerca. Tan cerca sus labios de los míos que estaba a punto de caer y tropezar otra vez.
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