Antes | Nueva vida


Desperté en una pequeña habitación luego de haber sido secuestrada. Una van me interceptó cuando volvía de la escuela y me inyectaron algo que me durmió.

Mi entorno era de paredes y piso de concreto. Mi cama, en la que yacía, era individual y hecha con barrotes. El resto del espacio era el que me separaba de la puerta y en una esquina el inodoro. Pese a la tenue iluminación, me pareció curiosa la pulcritud del lugar. No era una cortesía que se esperaba en un secuestro. La comida tampoco era mala.

Sin importar cuánto gritara, nadie vino a callarme. Sin importar cuánto golpeara la puerta, nadie vino a obligarme a parar. Era como si estuvieran seguros de que no sería escuchada.

Me esforzaba por mantenerme ruidosa todo el tiempo posible. O por lo menos con la mente enfocada en algo. De lo contrario regresaba a mí la imagen del hombre que vi al llegar allí.

Al bajarme de la van no se molestaron en cubrirme el rostro. Guardé en mi memoria esos árboles, ese estacionamiento y la fachada de esa amplia construcción. No supe por qué le presté mayor interés a cierta ventana, pero un hombre se asomó en ese momento y fui capaz de detalla gran parte de su aspecto. Facciones duras y aura intrigante. Fue solo un instante, porque en cuanto se percató de haber captado mi atención, corrió la cortina; sin embargo, mis manos ardieron con ganas de tocarlo. Me desconcertó esa extraña sensación de ansiar conocerlo y escuchar sus deseos.

Supuse que el haberme aferrado a él fue producto del impacto del secuestro. Llegué a soñar con él y fantasear con que venía por mí. Perturbador, pero una manifestación inexplicable.

Fue imposible medir el tiempo. No supe cuánto transcurrió hasta que tuve la primera transformación. Y fue en una de esas ocasiones en las que casi podía visualizar al desconocido en la habitación conmigo, casi podía oír su voz y olfatear su aroma.

Todo comenzó con una calidez esparciéndose por mi cuerpo, que aumentó de manera extrema hasta tornarse insoportable; creí que literalmente me prendería en llamas. Me arqueé soltando un grito de dolor bañado en lágrimas cuando mi espalda crujió al estirarse. Una fuerza invisible halaba de mis extremidades al punto de romper huesos y tejidos.

Rodeé fuera de la cama y caí al suelo. Perdí por unos momentos la consciencia. Sin embargo, ese descanso a la agonía que enfrentaba no fue suficiente. Al recuperarla, un entumecimiento abarcó todo mi ser. Mi cuerpo no se sintió como mío. Más aire entraba a mis pulmones, los objetos a mi alrededor contaban con más resplandor y oía voces que antes no, fuera de la habitación.

Intenté moverme.

Mis ojos se enfocaron en el par de extremidades estiradas frente a mí; unas que no eran brazos, sino patas cubiertas por pelo marrón oscuro. Respondieron a mi orden. Confundida, hice lo mismo con las traseras y me levanté. A pesar de no estar de pie sobre mis piernas, en aquella posición, en cuatro, el piso se vio más lejos. Sentí que algo colgaba entre mis glúteos y al girar, ya asustada, me topé con una cola frondosa. De la impresión di un brinco y golpeé la cama. Ésta se desarmó. Estuve por gritar por ayuda, pero solo se escuchó un aullido.

Tenía que tratarse de un sueño. Yo no podía ser un perro gigante. Sin que alguien apareciera para darme explicaciones, rogué en una esquina de la recamara por que todo terminara.

Las ansias de ver de nuevo a ese sujeto incrementaron. Fue una sensación ridícula, pero en esa forma me sentí más cerca de él. Así fuera en esas mismas condiciones, necesité verlo. Quizá mi subconsciente creía que él tendría las respuestas que requería. El hecho fue que el deseo fue tal que empecé a embestir la puerta para buscarlo.

Ninguno de mis intentos funcionó. En cada ocasión, reboté cayendo en el suelo a raíz de la cantidad de fuerza proyectada y las zonas que hicieron contacto con el material ardieron. No obstante, no me rendí. Continué con mis esfuerzos, lastimándome en el proceso. Perdí el control sobre mí.

Mi energía se agotó. Me desplomé y perdí el conocimiento sin haber dañado de alguna forma la puerta.

Al despertar, me encontré desnuda en el mismo sitio. Era mi yo de siempre, sin melena, ni cola. En un intento de no perder la cordura, me dije que lo ocurrido debió ser una alucinación. No obstante, los episodios se repitieron.

Lo curioso fue que a medida que se sumaban las veces transformada, el cambio dejó de doler y las ansias por ese hombre desconocido se fueron apaciguando. El día en que ya no se asomaba por mis pensamientos, otro extraño me visitó.

—Hola, Vanessa, soy Arthur —se presentó ofreciéndome su mano.

Envolví más la sábana contra mí, escondiendo mi piel, y pegándome a la pared.

Era un hombre bien vestido, con uno de esos trajes antiguos de tirantes y faja. El tono musgo y el cuero marrón se amoldaban al cuerpo del señor, quien debía tener alrededor de la edad de mi padre. Las arrugas todavía no tan pronunciadas y las canas delataron que ya había consumado su medio cupón de vida. En la mano que me tendió, había un anillo de matrimonio.

—¿Quién es usted? —pregunté en una voz temblorosa, a pesar de haber querido sonar valiente.

Apartó su extremidad, pero decidió sentarse en el borde del colchón. Me observó alejarme a la esquina más lejana, lo cual en realidad no hizo mucha diferencia.

—Lamento que hayamos tenido que mantenerte encerrada estos meses, pero fue por tu propio bien. Los Tres dicen que ya superaste el vínculo de conversión, así que pronto podrás comenzar tu nueva vida.

—No entiendo. Yo no quiero una nueva vida, quiero regresar con mi familia.

—Eso no será posible. Lo siento.

Lo que cruzó por su rostro fue muy similar a la pena, como la que demostró mi papá cuando nuestro perro huyó. Estuvimos semanas buscándolo y nunca apareció. Ellos debían estar buscándome y yo tenía que ser fuerte para volver con ellos. Había una explicación para lo que llevaba sucediéndome; una que surgía de las series y películas que solía ver con Hannah, mi hermana, solo que no sabía qué implicaba.

—¿Me matarán?

—No, te unirás a la manada.

—Yo no haré eso.

Se acercó y contuve la respiración porque no fui capaz de moverme. Quedé paralizada en mi sitio, esperando lo peor. Tomó el borde de la sábana y la deslizó para dejar al descubierto mi hombro.

—¿Ves esa cicatriz? Es la marca de la mordida del hombre lobo que te convirtió. Ahora eres como él, como yo, como nosotros. Los vampiros van tras los que son como nosotros, ¿acaso quieres poner a tus seres queridos en peligro? ¿Incluso sin saber cómo defenderlos?

La forma de la mordida era difícil de detallar por su tonalidad casi idéntica a la de mi tez, mas ahí estaba. Era el frío recordatorio de esa noche que regresaba como una pesadilla. El que me atacó era un monstruo. Ahora yo también era uno y si no pensaba bien la situación podía dañar a los míos.

Colocó distancia otra vez.

—Eres una chica lista. Eso lo sé. Por los momentos no puedes controlar la transformación, pero podemos enseñarte a hacerlo, así como un sinfín de cosas más. Te daremos conocimientos y protección a cambio de lealtad y esfuerzo.

Necesitaba entender qué era lo que me sucedía. Pensé en Hannah y en mis padres, en mi mejor amiga, e incluso en el idiota que me rompió el corazón. También quería aprender a defenderlos de, como había dicho Arthur, los vampiros. ¿Descabellado? Sí, pero ya llevaba demasiado tiempo convirtiéndome en un lobo gigante como para impresionarme.

—Está bien, lo haré.

—Me alegra escucharlo. —Se puso de pie y extendió su brazo en dirección de la puerta—. Paula, ya puedes pasar.

La puerta se abrió y una chica vestida de negro ingresó. Su cabello castaño era largo y despeinado. Sus ojos grises resaltaban por su tamaño mientras sus labios lo hacían por poseer el único rasgo de maquillaje. Vestía un suéter holgado, vaqueros desgastados y zapatillas.

—Vanessa, ella es Paula. Lleva un mes con nosotros y será tu compañera de cuarto.

Ella me sonrió con nerviosismo a la vez que daba unos cuantos pasos más. Colocó la pila de ropa que cargaba sobre el colchón. Detallé un par de blusas, licras y ropa interior.

—Esto es para ti, sé lo incómodo que es al principio estar desnuda por ahí —dijo—. Yo todavía no me acostumbro.

—Bueno, las dejaré solas. Recuerda mostrarle el lugar y hablarle de las reglas. —Revisó la hora en su reloj de muñeca—. Bienvenida a los Cephei, Vanessa. Más tarde iré a conversar contigo para terminar de gestionar ciertos detalles.  

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top