Antes | Consecuencias

Volver a casa había sido extraño. Especialmente porque habían pasado años desde que hui sin dejar explicación y regresé con un bebé en camino. Sentí temor porque no sabía cómo reaccionarían mis padres; si me guardaban rencor por haber desaparecido, o si serían capaces de perdonarme. Pero no tenía a dónde más ir. Y no pensé en mejor manera de comenzar de cero, que regresando a mis orígenes. Además, no me sentía capaz de ser madre sola.

Todos mis miedos desaparecieron cuando, luego de tocar dudosa el timbre, mi madre abrió la puerta. Ella me abrazó y lloró, mi hermana gritó y mi padre se quedó congelado en la escalera al bajar para ver qué sucedía. No me interrogaron, ni me hicieron malos gestos. Me ofrecieron comida y acomodaron en mi vieja habitación, la cual seguía intacta.

No me presionaron, mas le merecían una historia, aunque fuese falsa. Atribuí lo ocurrido a un arrebato de adolescencia de no poder soportar el engaño de Sam. Que no aguantaba verlo, tampoco vivir en un poblado tan pequeño y no pensé en otra cosa que escapar. Así, sin consultarlo con nadie. Fue duro, pero luego la vergüenza no me dejó volver. Después, me involucré en una relación tóxica, de la cual acababa de huir y había quedado como consecuencia el bebé que esperaba.

Eran mi familia. Me amaban. Y me aceptaron sin hacer preguntas sobre lo relatado.

Pensé en ello y en lo afortunada que era mientras caminaba hacia la casa. La cantidad de miradas de sorpresa a mi alrededor iba disminuyendo. La aparición de la hija perdida de los Schuster había sido titular en el periódico local meses atrás.

Tranquilidad. Aunque en mi adolescencia creí nunca llegar a sentirlo, extrañaba la tranquilidad de ese modesto lugar. La seguridad que caminar por sus calles producto de conocerse todos. Dormir sin pesadillas y pasar el día sin sentir la necesidad de estar alerta todo el tiempo. No tenía precio.

Cambié las bolsas con las compras a mi otra mano. Faltaban unas cosas para la cena y me ofrecí para ir a comprarlas. Caminar me hacía bien. Aunque llevaba tiempo ya sin transformarme, estar en contacto con la naturaleza todavía lo sentía necesario.

El bebé se movió y sonreí mientras acariciaba mi vientre. Ya faltaba poco para tenerlo en mis brazos. Ese pueblo iba a ser un buen lugar para criarlo.

—Lo sé —susurré—. Yo también tengo hambre.

Crucé en la esquina y una ráfaga de viento me hizo temblar. Olor a humo impregnó mis fosas nasales y el sonido crispante de madera quemándose abarcó mis oídos.

—¡Fuego! ¡Llamen a emergencias! —oí a alguien gritar.

Las bolsas cayeron de mi mano. La casa de mis padres estaba en esa calle. Tuve un mal presentimiento.

Corrí. Como si no me faltaran pocos meses para terminar el embarazo, ni tuviera las piernas hinchadas, ni la espalda adolorida. Con el corazón frenético, vi cómo algunas personas comenzaban a aglomerarse frente a la casa. Luego, comprobé que mis sospechas eran ciertas.

A pesar de la nube gris que salía por las ventanas y del brillo dorado de las llamas, tiré la puerta principal e ingresé. El recibidor aún no estaba comprometido. Todavía se escuchaba el televisor en la sala sonando.

—¡Mamá! ¡Papá! ¡Hannah! —grité y después me cubrí la boca con la manga del abrigo.

Giré para pasar por el umbral de la sala y me encontré con una escena que jamás borraría de mi mente. Mis padres estaban tendidos en el suelo cubiertos de sangre. Y no provenía de cortadas, sino de mordidas. El Clan del Norte había dado conmigo.

Entre lágrimas, me apoyé de la pared. El calor comenzaba a ser insoportable.

—¡Hannah! —volví a llamar, todavía con la esperanza de que mi hermanita estuviera bien.

Iba a hacer un último intento, pero detallé los pies que sobresalían de la parte de atrás del sofá familiar. Eran los zapatos de Hannah sobre un charco de sangre.

Di el primer paso para acercarme a ella, mas alguien sujetándome de atrás me detuvo. Estuve por girar y defensarme, sin embargo, sus palabras lo evitaron. No era un Descendiente de Imm.

—Tiene que salir de aquí, señora —dijo el bombero—. Venga conmigo.

Hubo una explosión y me cubrió con su cuerpo. En la habitación conjunta se oyó a la madera de la planta superior ceder. Pensé en mi hijo y en mí, y por eso accedí a ser guiada hacia el exterior por el bombero.

Mi familia estaba muerta y había sido mi culpa. Mi error de regresar les había costado la vida. Mi equivocación de huir de los Cephei, tiempo después, también me arrebató al regalo más puro que podía enviar la diosa: a mi hijo.   

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