Antes | Amigas
Extrañaba a mis padres y a mi hermana. El calor de hogar, la simpleza de la vida humana, la familiaridad de mi pueblo natal. Era increíble la ignorancia con la que crecí, con la que crecía la mayoría, sin imaginarse que más allá existía una realidad diferente. En ocasiones extrañaba también ese velo que cubrió mis ojos durante años. Hombres lobo, vampiros, cazadores, deidades; todo era real.
Era una impura; lo que significaba que los puros, aquellos nacidos como hombres lobo, nos menospreciaban. Muy cercano a la discriminación en verdad. Ellos tenían su propia burbuja, contando con privilegios, y nos humillaban por ser supuestamente menos fuertes. Aunque Arthur luchaba por modificar ese modo de pensar, era complicado vencer las reglas impuestas por la misma naturaleza: los débiles terminan pisoteados por los más aptos.
Sin embargo, al final del día, todos éramos Hijos de Diana, una especie de hombre lobo con forma de un lobo corriente, solo que de mayor tamaño y con razonar humano. A diferencia de los Malditos de Aithan, éramos mortales, con un promedio de vida que podía superar los cien años, y no bebíamos sangre. El alimentarnos prolongadamente de ese líquido vital nos haría indignos del manto de la diosa, convirtiéndonos en monstruos malditos con una sed incontrolable; más bestias que personas.
Todavía me costaba tener control de mis transformaciones. La luna llena era un detonante para liberar mi lado salvaje, al cual le encantaba hacerme creer que había logrado someterlo solo para salir a la luz de manera inesperada. Arthur decía que debía ser paciente y que cuando llegaran los nuevos alumnos me daría cuenta de que no era la única con ese problema.
Fue un poco raro cómo se manejaban como casi una escuela ordinaria, con horario de clases y vacaciones. No obstante, los habitantes permanentes, los miembros de los Cephei, se mantenían activos cumpliendo con sus actividades. Los mayores entrenaban a los jóvenes para que no perdieran su condición física y cada quien tenía su propio rol en la manada para que todo fluyera en armonía. Si fallabas, se te imponía un castigo.
Debido a ello terminé junto a otros impuros haciéndole mantenimiento a los salones. Nos dividieron en grupos para abarcar el piso completo, cada uno bajo supervisión de un puro encargado. Recibí una lata de pintura, una brocha y la labor de pintar las paredes. En el cuarto me acompañaban dos chicas y un chico, pero no entablé conversación con ellos. No paraba de sentirme fuera de lugar.
—¿Qué haces aquí? —preguntaron a mis espaldas.
Al girar me encontré con Paula. Vestía una franela holgada encima de unos desgastados vaqueros rotos. Su cabello castaño lo amarró en un moño alto, acentuando sus pómulos. Traía consigo un balde de pintura y un rodillo.
—Fui a un trote nocturno y no pude evitar transformarme. Aplasté a dos puros sin querer.
—Qué chistoso. Me hubiera gustado estar ahí —contestó con una sonrisa. Ella dejó de tener ese problema al poco tiempo de haberme conocido.
Ocupó el espacio a mi lado y también comenzó a pintar el muro.
Aunque ella fuera tímida, conmigo su comportamiento era más relajado y se preocupaba por que me sintiera a gusto. Éramos compañeras de habitación y se encargó de facilitar mi adaptación. Me mostró las instalaciones como Arthur le indicó, así como me explicó el modo de vida y me relató sus experiencias.
—¿Tú por qué estás aquí? —quise saber.
—Me quedé dormida y falté a mi turno en la cocina.
Le habían cambiado repentinamente el horario nocturno por el diurno porque una de las cocineras puras dijo que ya no la quería como ayudante. Mientras ella ayudaba picando vegetales y lavando platos, yo organizaba libros en la biblioteca en las tardes.
—¿Será que podré ir al baño? —cuestionó una de las muchachas que pintaba las sillas.
—Hay que esperar que regrese Corinne para que pidas permiso —respondió la otra.
—Es que ya llevo rato aguantando.
—Solo irá al baño, no creo que sea la gran cosa —intervine—. Ve rápido, nosotros te cubrimos. Además, no tiene por qué molestarse. Hace horas que tuvo que haber vuelto.
La chica con urgencia sanitaria había llegado a la manada una o dos semanas después de mí. Todavía temía hacer cualquier tipo de movimiento por si se equivocaba y la lastimaban por ello. De igual manera yo pasé por eso, mas pronto comprendí que era un sitio como cualquier otro, con sus reglas, y con personas distintas entre sí, cada una con sus problemas y valores, solo que agregándole el toque paranormal.
Ella puso la silla que acababa de terminar junto a las demás, a un lado de la ventana para que se secaran más de prisa. Luego se dirigió a los baños ubicados al final del pasillo.
Corinne entró al aula. Cuando no tenía que cumplir con labores de sacerdotisa, andaba por las instalaciones con ropa común. En esa ocasión tenía un elegante vestido que hacía juego con sus ojos. Sí era la imagen de alguien que estaba destinada a casarse con el alfa. Hasta su caminar parecía perfecto.
Pasó por las áreas de trabajo y examinó nuestra labor. Fue asintiendo hasta que se detuvo en el centro de la habitación.
—Van muy bien, pero... ¿falta una de ustedes, cierto?
Los demás tuvieron miedo de responderle. Paula me miró.
—Eh, ella fue al baño —contesté.
—¿Sin pedir permiso?
—Es que esperó y, como no aguantó más, yo no creí que tuviera problemas si iba.
Caminó hacia mí. Su mirada me intimidó. No estaba feliz.
—Ya tienes suficiente tiempo aquí, Vanessa, como para saber que la jerarquía es importante y que no puedes desafiar la autoridad de los que están por encima de ti.
Agaché la cabeza. No pensaba que lo que hice hubiese sido tan grave, mas su tono me generó culpa.
—Lo sé, pero ya habían pasado varias horas —murmuré.
—No fue su intención faltarle el respeto —intervino Paula—. Asumimos que usted no se negaría a permitir que fuera al baño, así que solo nos anticipamos a su orden porque no sabíamos cuándo regresaría. ¿O se hubiera negado?
—¿Qué sucede, Corinne?
Esa voz masculina me hizo alzar la cabeza. En el marco de la puerta estaba Drake, el futuro alfa. Sus facciones eran rústicas, su tez ligeramente tostada y su mirada penetrante, pero su tono cálido. Pocas veces había coincidido con él, sin embargo, siempre se me dificultaba dejar de observarlo. Él fue quien me mordió y con quien estuve semanas delirando.
—Nada que tenga la importancia para requerir tu atención —contestó ella.
Corinne estuvo por olvidarse del choque y marcharse. El problema fue que se dio cuenta de cómo los ojos de Drake se posaron en mí y que tampoco los retiró de inmediato.
En lo que supuse fue un arrebato, Corinne tomó un balde de pintura y vació el contenido sobre mí. Di un brinco de la impresión y quedé por unos momentos congelada con las manos levantadas mientras el líquido escurría.
—Ahora sí. Insubordinación resuelta —indicó—. Agradece que no fue peor.
Sabía que todos los ojos estaban sobre mí. La valentía que sentí para responderle se esfumó. Fue impactar contra la realidad; una en la que yo era una simple impura inexperta y ella era una pura con uno de los puestos más altos de la manada. Mis piernas temblaron y tuve ganas de llorar. La humillación se adueñó de mí.
Corinne caminó hacia su prometido. Contuve mis lágrimas en espera de que se fueran.
—Se olvidó de mí, sacerdotisa. Yo también estuve de acuerdo con el criterio de Vanessa —dijo Paula.
La rubia apretó sus manos en puños y giró para replicarle a mi compañera de habitación, sin embargo, quedó perpleja cuando tomó un balde de pintura y por voluntad propia se lo vertió encima. Paula quedó más empapada que yo de pintura, pero con una sonrisa en el rostro.
No lo podía creer. Lo que hizo me levantó el ánimo.
—Tú...
—Corinne, le diré a Nadia que te reemplace —la interrumpió Drake—. Ven conmigo.
No era una pregunta, sino una orden. Su expresión era seria y Corinne lo notó. Decidió obedecer en silencio, quizá dándose cuenta de lo desproporcional de su actuar.
—¿Estás bien? —me preguntó Paula.
—Sí, gracias. No era necesario que hicieras eso. Ahora también te hará la vida imposible.
Encogió los hombros, restándole importancia.
—No seas tonta. Eso hacen las amigas. Solo está celosa porque llamas la atención de Drake.
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