Antes | Alan

Me relajé contra el pecho de Drake.

Nos encontrábamos en una banca, resguardados del sol gracias a un joven árbol. Era un buen día para estar despreocupados y simplemente disfrutar de nuestra relación. Estábamos en aquella calma que siempre llega después de la tormenta; el merecido descanso antes de comenzar la batalla de nuevo.

Las instalaciones se hallaban casi vacías. Los forasteros habían regresado un par de semanas con sus respectivas manadas debido a unas cortas vacaciones y la mayoría de los miembros de los Cephei fueron a una excursión con Arthur; la más larga e importante del año. Atrás quedaron los necesarios para mantener el funcionamiento del recinto, los enfermos, los castigados y el aún futuro alfa como responsable de todo. Según Drake, Los Tres decidieron demorar su renuncia como heredero del puesto hasta después de la reunión de manadas de la región. No era el momento para vernos inestables, así que ni siquiera el mismo Arthur sabía todavía.

A pesar de haber querido ir la excursión, mi tutor prefirió dejarme castigada por supuestamente aún no alcanzar el nivel que deseaba. No me molesté por ello. Necesitábamos un respiro luego de tanto estrés y prepararnos para lo que venía.

Los rumores crecían; los comentarios malintencionados y las miradas llenas de odio. Incluso los mismos impuros me excluyeron de su círculo, alegando que era una traidora por buscar desestabilizar la manada seduciendo al próximo alfa, una manipuladora sedienta de poder; lo mismo que decían los puros. Mientras unas me detestaban por envidia a mis espaldas, porque alcancé lo que ellas ni siquiera se atrevieron a soñar, otras aseguraban a gritos que mi verdadero objetivo era Arthur. Y eso que aún no se enteraban de la renuncia.

Era duro continuar caminando con el mentón en alto cuando tu reputación estaba en boca de todos. Si la situación había sido difícil siendo una recién llegada, al enredarme con Drake se volvió casi insostenible. Y no lo compartía con él. No quería que se preocupara, que se sintiera culpable, o inclusive empeorara las cosas peleándose. Él también tenía sus propios problemas. Mi mayor apoyo era Paula, quien se convertía en mi pañuelo de lágrimas cuando lo requería y me obligaba a salir de la cama en los peores días.

En la soledad, me cuestionaba una y otra vez cómo pude colocarme en esa posición. ¿En realidad un hombre lo valía? ¿No me estaba equivocando? ¿Y si se arrepentía y todo terminaba siendo en vano? ¿Acaso era posible un futuro juntos?

—No me gusta cuando pones esa cara —comentó Drake acariciándome el brazo para captar mi atención.

Apoyé la barbilla de él y lo observé. Estar dudando me hizo pensar que quizás no lo merecía. Se encontraba arriesgando todo por mí y yo no me sentía capaz de soportar la carga. Lo dicho por Corinne me atormentaba.

—No es nada importante.

—Si es por lo que creo, entonces sí lo es. No te preocupes por mí. Ya tomé mi decisión y aceptaré las consecuencias. A la larga también será lo mejor para Corinne. —Puso la mano en la cima de mi cabeza—. Ahora dame una sonrisa, lobita inútil.

Suspiré, decidiendo dejar la conversación ir. No era el momento para tocar el tema. Preferí forzar una sonrisa.

—Tienes que inventar un nuevo apodo para mí. Si no lo haces, comenzaré a llamarte por esos nombres empalagosos que odias.

Ladeó la cabeza, sonriendo de manera juguetona.

—¿Ah, sí? ¿Acaso estás amenazando al nieto del alfa?

—Es una advertencia, bizcochito rellenito de amor.

Estiré el brazo con la intensión de pellizcarle el cachete. Lo impidió sujetándome de la muñeca.

—Cuidado, Schuster. ¿Quieres que aumente tu castigo?

—Si significa que podremos pasar más tiempo así, entonces por supuesto, terroncito de azúcar.

Busqué con mi mano libre provocar cosquillas en su costado. En esa ocasión no lo evitó, incluso me soltó para facilitar la tarea. Su estómago vibró ante las carcajadas.

—Le darás un mal ejemplo a nuestros hijos cuando le contemos esta historia —dijo faltándole el aliento.

Su frase generó que me detuviera, justo cuando me agarró para hacerlo él mismo. Tenía una ancha sonrisa e inhalaba grandes cantidades de aire para recuperarse. Su brillo alegre disminuyó al percatarse de mi expresión. Estaba pensando en tener hijos. Conmigo.

—Lo siento, se me escapó. Sé que es pronto para hablar de eso.

Claro que lo era, ni siquiera habíamos pasado al siguiente nivel de nuestra relación. Sin embargo, que lo mencionara validó que iba en serio conmigo. Me dio miedo, pero al mismo tiempo... me gustó.

Sabía que estaba esperando que respondiera. Podía ver en sus ojos que ansiaba una réplica que afirmara que yo, como él, también lo había considerado. No obstante, era demasiado pronto.

—Oigan, tortolitos. —Apareció Bryan para darme tiempo. Aproveché de sentarme para poder respirar—. No es que quiera explotar su burbuja de amor, pero tengo que mostrarte algo, Drake, o mejor dicho, a alguien.

Drake también se reincorporó. Apretó la mandíbula, reflejando molestia por haber sido interrumpidos.

—¿Es urgente?

—Sí. No sacaría a una impura de su cuento de hadas si no lo fuera.

El castaño se levantó. Permaneció a centímetros de su amigo, mirándolo fijamente. Lo conocía. Sabía que no le agradó lo dicho ni el tono que empleó y que luchaba por no romperle la nariz. Ya le había sacado sangre a Josh por insinuar que yo era una puta.

Intervine poniéndome de pie y entrelazando nuestros dedos. Soltó una pesada respiración

—Vamos entonces. No creo que haya problema con que los acompañe, ¿cierto?

—No —contestó Bryan con sequedad.

Dio un paso hacia atrás sin desviar la vista y luego giró para regresar por donde había venido. Cuando Drake no se movió, yo avancé para que siguiera mi ejemplo. Después de unos minutos de caminar en silencio hacia el edificio principal, él logró serenarse y colocó un brazo alrededor de mis hombros.

—No le hagas caso a Bryan, amaneció de mal humor —murmuró—. Más tarde retomamos la conversación. Esto no es un cuento de hadas, es real.

Le sujeté la mano y pasé el pulgar por su índice. Cada cosa que decía o hacía me influenciaba en continuar apostando por lo nuestro.

—No te preocupes, sé que siempre amanece así. Yo estoy bien, él es el ogro.

Bryan gruñó, mas se abstuvo de entrometerse. Yo por mi parte solté una risita para acabar de calmar las aguas. Volví a estar tranquila al causar que Drake sonriera de nuevo.

Su amigo nos llevó a una sala común, donde había un televisor y una amplia variedad de películas y juegos. No era extraña una noche de cine o alguna competencia. La recreación era buena para socializar, lo que se transformaba en el fortalecimiento de lazos y se traducía en una manada más sólida.

Mis ojos no tardaron en posarse en el niño castaño que ocupaba uno de los sillones. No alzó la vista al oírnos ingresar; se mantuvo cabizbajo contemplando sus deportivas azules. Al palpar su aroma, lo percibí distinto al nuestro. Era uno desbordante, coloreado con abundantes matices que me causaron dolor de cabeza.

—¿Quién es? —preguntó Drake retirando su extremidad—. ¿Qué hace un niño humano aquí, Bryan? ¿Qué mierdas hiciste?

—Controla tu lenguaje —reprendí.

Avancé lentamente hacia el desconocido. Se trataba de un humano, por eso la percepción había sido diferente. Era el primer humano con el que me topaba desde mi conversión.

—Tranquilo, no maté a sus padres por error, ni nada. Es Alan, el hijo bastardo de mi padre.

—Ya veo. Hace años mi madre me contó algo al respecto. ¿No se suponía que vivía con una prima lejana de Humbert?

Al alcanzar el inicio del mueble, el corazón de Alan se aceleró. No se atrevió a verme, sino que empezó a tronarse y tocarse los dedos con nerviosismo. Percibí una lágrima que se deslizó por su mejilla hasta el mentón y que cayó en su camiseta de dinosaurios.

—Sí, pero murió hace un par de días y como nadie quiere hacerse cargo del engendro, lo enviaron para acá para que mi padre resolviera su problema —respondió con desdén—. Como se fue a la expedición con Arthur, cae sobre mí la penosa responsabilidad de pedirte permiso para que se quede unos días con nosotros.

Como no escuché una contesta inmediata de Drake, giré para mirarlo. No pude creer que lo estuviera meditando. Se trataba de un niño que no podía tener más de trece años. No podían solo echarlo a la calle.

Drake notó mi atención puesta en ellos. Tenía la mirada que me dio las primeras semanas con la manada. Una impenetrable, mas a la vez cargada con dureza. Tomó a Bryan del brazo y lo dirigió al pasillo para platicar con mayor privacidad.

Respiré hondo, tragándome el disgusto.

Entendí que hubiera información que debía permanecer ajena a mis oídos, que él era una especie de alfa suplente y que era el asunto familiar de un puro. Sin embargo, minutos a atrás había mencionado tener hijos conmigo, ¿y ahora necesitaba discutirlo antes de decidir si abandonaba o no un niño a su suerte?

Me enfoqué en el hermano de Bryan, decidiendo guardar la molestia para cuando pudiera exponérsela a Drake. El pequeño, obviamente aborrecido por Bryan, necesitaba primero de mí. No conocía la historia de su origen, ni siquiera había cruzado por mi mente la posibilidad de un hombre lobo teniendo un hijo con una humana, pero su tristeza me rompió el corazón. Acababa de perder a alguien.

Terminé de aproximarme. Opté por sentarme en la mesa baja frente a él para que quedáramos al mismo nivel. Paró el movimiento de sus manos.

—Hola —saludé con suavidad.

Levantó la cabeza, sus ojos azules observándome con desconfianza. Era un pequeño asustado y que su hermano lo tratara como basura no ayudó.

—Me llamo Vanessa, ¿y tú? —añadí.

Le tendí la mano, no obstante, no recibí ningún contacto físico. Se quedó quieto, mirándome. Sus ojos estaban un poco rojos y su nariz algo congestionada; seguramente por haber estado llorando.

Debía ser tímido.

Tuvo sentido, porque ser producto de una infidelidad no debió darle una vida sencilla. Yo conocía a los padres de Bryan; Humbert Seward era buen amigo de Arthur y eso era suficiente para considerarlo buena persona, mas Alexa, su esposa, era una mujer malhumorada y de carácter fuerte. Además estaba el hecho de no poseer ni una pizca de lobo en él. Los días que pasaría con nosotros no pronosticaban ser agradables, a pesar de no ser su culpa.

Metí la mano en mi bolsillo y saqué dos caramelos. Puse uno en mi boca y el otro se lo ofrecí.

—Tengo una hermana que se llama Hannah. A ella le encantan los dulces de miel y como no puedo verla, siempre llevo conmigo algunos para recordarla. ¿A ti te gustan?

Asintió levemente, pero sin mostrar intención de aceptar el caramelo.

—Si quieres te regalo este y todos los que quieras, si prometes que no le harás caso a lo que diga el ogro de tu hermano de ti. Eres un niño muy lindo y te tiene envidia por eso.

Lo pensó por unos instantes. Mi paciencia dio frutos cuando estiró su mano para agarrar el caramelo. Me brindó una pequeña sonrisa antes de comérselo.

—Gracias —susurró. En eso, su estómago rugió y se sonrojó ligeramente—. Lo siento.

Me reí y removí un poco su cabello.

—Está bien, debes tener hambre. Mejor te doy de comer antes de darte más caramelos.

Me puse de pie, lista para ir a buscarle algo en la cocina. Al fijarme en la puerta, me encontré con Drake apoyado del marco. No sabía cuánto tiempo llevaba ahí.

—No hay problema, ¿verdad? —cuestioné con un tono casi cortante.

—No, caramelo. Claro que no.

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