9
—¡JeongIn!
La voz de su hermano resonó incluso antes de que lo viera. JeongIn se puso de pie, bajando los escalones de la entrada de la casa. Sus ojos se clavaron en el carruaje que venía, mientras un brazo delgado agitaba un pañuelo celeste. Las mejillas del Omega se tiñeron, sonriendo, mientras se acercaba aún más al ver el rostro hilarante de Felix.
Había pasado una semana desde aquella tarde que HyunJin lo llevó a la casa de Lee Minho, donde JeongIn vomitó enfrente de los Omegas nobles. Se había aturdido tanto que agradeció la debilidad y el desmayo que lo abrazó ni bien pisó aquel lugar que ahora llamaba casa. Aunque caer al suelo de golpe le generó terribles moretones en las rodillas. Dentro de todo, un poco de dolor contra el suelo era mucho mejor que la idea de sentirse encerrado en la misma habitación que HyunJin, con el Alfa alterado y enojado. JeongIn no se había despertado hasta el día siguiente, en el que el médico de la familia lo obligó a oler un espécimen asqueroso, provocando la más viva reacción. Se salvó del interrogatorio y agradeció la advertencia que el beta le hizo a su Alfa. Nada debía alterarlo.
Una parte de la cura, además de las medicinas, involucró deliciosos platillos y días en cama, sin que nadie lo molestara. Otra parte sumaba la presencia de HyunJin y sus feromonas, puesto que su débil Omega necesitaba del cuidado de su Alfa. Era algo que JeongIn no entendía para nada, a pesar de la marca.
No podía negar que la mordida de HyunJin le había afectado terriblemente. Pero su calor, su mirada, su toque, todo él lo volvía sensible, ansioso y sumiso. ¿Dónde estaba la tranquilidad que supuestamente debía generarle? Estaba seguro que el mayor sentía lo mismo, aunque lo forzara. JeongIn bajó la mirada a su anillo por unos segundos, sintiendo, además, el ardor de la marca reabierta tras su nuca. Estaba casado, marcado, dormía con un Alfa a su lado y le permitía dominar su cuerpo y descubrir las extrañas sensaciones de la penetración. HyunJin lo poseía de todas las formas posibles, era su dueño y si él respiraba era porque aquel le permitía. Sin embargo, la realidad era que su Alfa era tan extraño y distante para él como suponía que era su Omega para aquel hombre.
¿Podrían notar el resto de las personas aquella distancia? ¿Lo había notado Lee JiSung y los otros Omegas? JeongIn presionó los labios... a los pocos días de despertar, HyunJin le dejó una pila de cartas a un lado de la cama. Cartas de los Omegas que conoció ese día. A pesar de haberle dejado en vergüenza, HyunJin exigió una disculpa por parte de aquellos debido al trato y la forma en la que lo recibieron. JeongIn no entendió por qué la nobleza se rebajaría de ese modo, su madre enloquecería por el atrevimiento, a pesar de que HyunJin le reafirmaba una y otra vez que el insulto que recibió aquel día era también un daño a su persona. Casi lanzó una carcajada al leer las disculpas.
Omegas más hermosos que él, más delicados, bonitos, con cachorros en los brazos y en el vientre pidiéndole disculpas a él. ¿Quién era, en definitiva? ¿El Omega que el señor HyunJin buscó, provocando la muerte de su verdadero amor? ¿El cachorro que fue entregado a cambio de seguridad, alimento y cuidado eterno para su familia, siempre y cuando su útero se llenara de crías? ¿El cachorro que su padre abandonó por otra familia?
JeongIn frunció el ceño, a pesar de que un gran peso se aflojó de su pecho en el momento que vio a Felix y a los dos mellizos correr hacia él. Una sensación dolorosa ardió en su interior, en sus ojos, en las temblorosas manos que rodearon aquellos escuálidos cuerpos que se abrazaron al suyo con fuerza y alegría. Evitó llorar, a pesar de que los ojos se le cristalizaron y el rostro se le tiñó de carmín. Sintió su cariño por todas partes, en sus brazos, su pecho, su corazón... ardiendo en dolor. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que recibió un toque cariñoso, cubierto de seguridad, bondad, añoranza? El aroma de su verdadero hogar rondaba en sus cabellos, en sus finas y extrañas ropas. Los mellizos se aferraban con tanta fuerza que JeongIn quiso fundirlos en sus brazos, quiso desaparecer entre ellos para que secretamente arrastraran su alma a un lugar donde pertenecía.
JeongIn elevó la mirada al carruaje, mientras veía que su madre bajaba con ayuda de un criado. En cuanto la vio, JeongIn sintió que las piernas le temblaban.
—Con este precioso día, la casona se ve maravillosa —la escuchó decir, mientras se quitaba un elegante sombrero. Tenía el rostro pálido, pero aún con el leve maquillaje podía volver a la belleza que siempre la caracterizó.
Se veía... sumamente frágil, delicada. ¿Había sido su madre siempre así? Observó en sus facciones el rastro cansado de la enfermedad, en sus ojos, sus movimientos lentos. No veía a su madre desde aquel día que se casó, que lo entregó por completo a los brazos de un desconocido. Bajó la mirada a su vestido grueso, al bello y fino abrigo que tomó sobre sus manos pequeñas y delgadas, pálidas... lucía terriblemente cansada. ¿Por qué? ¿Por qué? JeongIn se había casado, se había entregado, era un Omega reclamado para que cuidaran a su familia, ¿entonces por qué su madre lucía de esa forma? Debía estar fuerte, hilarante, con bellos brazos regordetes y una mirada vivaz, así como cuando papá aún existía en sus vidas, como cuando mamá aún conservaba su marca, su mordida, ahora gris. ¿Dónde se reflejaba la felicidad y el cuidado que su matrimonio les debía prometer?
—Mamá... —JeongIn soltó a sus hermanos, avanzando hacia ella. La mujer lo miró con grandes ojos, mientras JeongIn se desbordaba silenciosamente.
Ella apretó los labios y con un solo movimiento de mano el criado a su lado acompañó a los cachorros lejos de allí. En cuanto se quedaron solos, JeongIn se avalanzó hacia ella, rompiendo en un llanto ruidoso y ahogado—. Oh, cariño... tranquilo, mi cachorrito, ya estoy aquí.
—¿Por qué... no viniste? ¿Por qué me de... dejaste tanto tiempo? —sollozó, apretándose contra ella. Su madre lo rodeó con sus brazos, acariciando su pequeña espalda—. Yo... yo me asusté, estuve muy solo, me siento muy solo. No me dejes más, mamá, por favor.
—Sabes que tus hermanos se enfermaron... y yo también... —respondió tranquila su madre. Ella rompió el abrazo, arrastrando una mano hacia la mejilla del Omega. JeongIn lloraba tanto... que ni siquiera podía respirar bien. Su madre lo miró con un atisbo de tristeza en el rostro, un silencio que ni siquiera quería pensar en qué significaba. Verla allí, sentir su aroma... le despertaba las más terribles sensaciones. Como volver al hogar después de tanto dolor, a un pequeño espacio seguro, donde sabría que habrían brazos y el calor suficiente para cuidarlo, alejado de todo el mal que el mundo pudiera causarle—. ¿Quieres... que entremos a un lugar privado? Puedes contarme todo.
JeongIn asintió. Su madre le sonrió, alzando la cabeza para darle un suave beso en la frente. Lo tomó del brazo y lo guió hacia la entrada. El menor se sentía aturdido, adolorido en el pecho, y a su vez también sentía que el alivio le erizaba la piel y le traía extraños escalofríos. JeongIn elevó la mirada cuando vio al señor Kim en la puerta, con ojos grandes, mientras lo veía rojo y cubierto de lágrimas.
—Mi señora —saludó, inclinando un poco la cabeza—. ¿Señor JeongIn... se encuentra...?
—Por favor, señor Kim, ¿podría guiarnos a un espacio privado donde pueda charlar cómodamente con mi hijo? —se adelantó su madre, paciente, ofreciendo una amable sonrisa. El hombre asintió, invitándolos a pasar—. Traiga un poco de paños húmedos y una taza de té, por favor. Y si es tan amable, ¿podría acompañar a mis otros hijos? Trajeron un rompecabezas, son muy educados así que no le causaran problemas.
El señor Kim asintió, guiándolo a una pequeña sala que JeongIn apenas reconoció. Daba al camino de la entrada y a pesar de su estrecho espacio, a comparación de las otras habitaciones, habían tres sillones y muebles pulcramente limpios. Las altas paredes estaban repletas de cuadros, escudos, todos pertenecientes a la familia Hwang. Ni bien entró, sus grandes ojos dilatados e irritados se detuvieron en la pared principal, donde había un cuadro del día de su casamiento.
HyunJin estaba sentado cómodamente en un sillón blanco, enorme, mientras JeongIn lo acompañaba a su lado con la mirada seria, oscurecida. El Alfa se veía enorme... imponente, tan grande que el aire se le escapó por un instante de los pulmones al ver lo delgado e insignificante que se veía a su lado. Le sorprendía la diferencia física que ambos guardaban entre sí. Su débil mirada recorría el cuerpo del Alfa, su ropa elegante, su rostro serio... JeongIn no comprendió por qué su expresión lo hacía sentir igual de vulnerable. Conocía a ese hombre en la intimidad, sabía lo que esas manos podían hacerle, sus labios, su lengua. Distinguía el deseo en sus ojos, al igual que la pasión, el odio... y aquella cosa entre sus piernas que servía para reclamar y demostrar cómo le pertenecía.
JeongIn sintió un ligero peso al recordar que HyunJin estaba en la casa, en su oficina, terminando el trabajo suficiente para poder atender a su familia. Le lanzó una mirada a Kim antes de que este se fuera de la habitación. El hombre supo entender al instante.
—Tranquilo, JeongIn, tiene el tiempo suficiente para charlar con su madre... yo le avisaré cuando el señor HyunJin lo busque —mencionó el beta, golpeando suavemente la puerta con los nudillos. JeongIn asintió, mientras el hombre se retiraba. El menor soltó un ahogado suspiro, volviéndose para ver a su madre sentada en uno de los sillones.
Ambos se miraron finalmente. JeongIn se percató de que su madre estaba aún más delgada de lo que recordaba. Se notaba en las marcadas clavículas que sus vestidos dejaban ver. Sus brazos acababan en manos ligeramente arrugadas, blanquecinas. Estaba pálida y aunque su ropa y su cabello lucieran sumamente ordenados nada le quitaba el aspecto enfermo de haber pasado semanas en cama. Ella sonrió amablemente, JeongIn no sabía determinar si su madre había envejecido de golpe o si su clara ausencia en su vida provocó que olvidara sus más amables facciones. El menor presionó los labios, acercándose lo suficiente para estar debajo de su cálida mano, acurrucado en un pequeño espacio cerca de su cuerpo. Ella lo acarició con cariño.
—JeongIn —lo nombró—. ¿Qué sucede, cachorro? ¿Qué te pone tan triste?
—Los extraño —susurró, mientras su rostro volvía a deformarse en un llanto silencioso. Ella lo tomó de las mejillas, obligándolo a mirarla. Le sonreía suavemente—. Cometí muchos errores... —murmuró, el rostro le ardía tanto. JeongIn se encogió, mientras la presencia de HyunJin resurgía de sus más dolorosos recuerdos—. Y él... él me marcó, pero yo no quería.
Su madre lo miró en silencio, acariciando su cabello. JeongIn le contó todo entre lágrimas, a pesar de que a veces el aire se le iba de los pulmones y las palabras se le atascaban en la garganta. La expresión amable de aquella se fue disipando, cubriéndose de sombras que JeongIn reconocía muy bien, como cuando hablaba de papá y su madre lo miraba. Tuvo que dejar de mirarla cuando confesó que, a pesar de la intimidad que mantenía con HyunJin, aún no lograba quedar preñado, siendo que aquel lo poseía numerosas veces.
Su madre lo escuchó hasta la última palabra, hasta que JeongIn se detuvo. Permanecieron en silencio un momento breve, hasta que el menor la miró.
—Yo... yo no puedo ser compañero de ese hombre —confesó, mirándola a los ojos—. Puede tomar todo lo que quiera de mí... pero no es un compañero, mamá. No me ve así... y yo no lo veré nunca en la vida de esa forma. Él... solo es el Alfa que me marcó, que me pidió y tomó... pero no puedo tener una amistad con él... ni siquiera le caigo bien, no soy nada... solo... un Omega que tiene y puede poseer cuando quiera. Y yo... yo no puedo decirle nada.
—Hablaré con él —respondió su madre con suavidad, ella le secó las lágrimas, acarició su rostro como a un niño—. Tu madre se encargará... y te prometo que será un hombre diferente. Sé que... a veces los Alfas son intimidantes, y tal vez crees que por ser pequeño y más... frágil debes aceptar todo lo que exigen. Me pasó con tu padre... también era joven cuando me casé, él... simplemente decidió que yo debía ser su Omega... no me gustó mucho al principio, pero me acostumbré y además después viniste tú...
—Pero tú y papá se querían —mencionó, su madre frunció el ceño, sus labios se volvieron una fina línea.
—Me quería, sí... y yo también lo quería a mi forma —respondió, se quedó callada unos instantes. JeongIn se detuvo en su mirada ausente, triste, como aquella única vez que observó desde la ventana de casa cómo papá se iba con otro Omega—. Me hubiese gustado que no fuera así. Sé que lo quieres mucho... pero no olvides que él nos dejó sin nada, cachorro. No me duele tanto... el que nos haya dejado por otra familia sino... el que me dejara sabiendo que lo único que conocía en el mundo era su compañía y nada más. Nunca me dejó hacer nada... me separó de mi familia... y solo los tengo a ustedes. Si tan solo tuviese a mi mamá o a mi papá... tal vez nos hubiésemos mudado al campo con ellos. Nada de esto... pasaría.
JeongIn se quedó en silencio. Siempre creyó que sus padres se querían, que incluso papá haría lo que fuera por su madre. Lo recordaba juntando flores para ella, preparando té caliente en el invierno y horas enteras en el mercado eligiendo los vestidos más bonitos. ¿Por qué mamá se había olvidado de todo aquello? Había muchas cosas que no sabía, pero las acciones que observó en su niñez le hizo entender que su padre quiso a su madre durante mucho tiempo, hasta que eso se acabó.
—Sé que no era lo que tú querías, JeongIn... de hecho esperé toda mi vida que fuera diferente para ti. A mí también me obligaron a casarme... y creí que te evitaría ese destino, como mi madre me prometió a mí a pesar de que no lo cumplió. Tú no deberías estar aquí, ninguno de nosotros... tal vez no ahora —comentó la mujer, sus mejillas se tiñeron suavemente mientras sus ojos se irritaban—. Si tan solo tu padre se hubiese quedado... si hubiese aguantado algunos años más... tal vez... tal vez sí estarías aquí, JeongIn, pero con otra edad y otros sentimientos. Tal vez no hubieses querido ahogarte en el río cerca de casa... porque sé que extrañas a tu papá y sé que quisiste irte con él ese día que te buscó a ti... y solo a ti. Y te quedaste... y yo te hice esto. Ahora estás asustado... y sé que tu Alfa te aterra, entiendo ese sentimiento... te pido perdón, JeongIn, por hacerte esto.
JeongIn sintió la gota de una lágrima golpear su mejilla. Sus ojos se agrandaron al escucharla, al oír sus disculpas por verlo allí, por haberlo entregado por completo a otro hombre con tal de salvar a sus hermanos. Una parte de él comprendió que en aquel mundo una Omega adulta como ella, en el contexto que la rodeaba, jamás en la vida hubiese conseguido otro matrimonio. Esa parte le repetía en la cabeza el rechazo de las otras familias hacia ellos, la falta de ayuda, los escasos recursos que empezaron a tener a pesar de que vendieron casi todas sus cosas. Esa parte se tragó todo el aire de sus pulmones, se tragó la calma de su pecho... pero no fue tanto la sensación como enfrentarse a la otra parte. Aquella oculta, oscura, que quería tomarla de los hombros y rasgarle los oídos a gritos. ¿Por qué lo había abandonado con ese hombre? ¿Por qué lo había dejado allí sin saber nada de lo que le pasaría? ¿Por qué debía cargar con la responsabilidad de cuidar a su familia?
Estaba a punto de decirlo, pero su oído sensible a los pasos escuchó dos leves golpecitos en la puerta. Por instinto su cuerpo se levantó, la piel erizada y pálida, los ojos dilatados y expectantes.
—HyunJin ya vendrá —murmuró. JeongIn empezó a plancharse la ropa con las manos. Alzó la mirada a la puerta, encontró a un lado sobre una mesita los paños y el té que su madre había pedido. Se acercó con rapidez, limpiando su rostro. HyunJin no debía saber que había estado llorando. El menor dejó los paños sobre el platito de metal y bebió el té en un santiamén. Su cuerpo dio un respingo cuando sintió una mano en su hombro. Era su madre.
—Hablaré con él, JeongIn —aclaró, se había secado las lágrimas, aunque sus mejillas estaban ruborizadas y sus ojos cristalizados. El menor asintió y se encogió cuando ella le besó la sien—. Haré que sea un buen Alfa para ti, el que mereces.
JeongIn frunció el ceño, sin mirarla. Asintió levemente, ordenando todo con cuidado. Cuando salió de la habitación se encontró a lo lejos con otro criado que estaba hablando con HyunJin. El menor sintió un leve escalofrío, observando lo bien vestido que iba el Alfa. Traía su típica ropa de noble, esta vez con una camisa blanca y chaleco gris. Parecía discutir el menú de la merienda cuando JeongIn se acercó.
—...Para los cachorros prepara algunas delicias dulces, esas golosinas con azúcar impalpable... y prepara algunas tortas con frutos rojos para la señora Yang —la voz de HyunJin era seria, como si dictara uno de los tantos documentos que reproducía en una máquina de escribir. Estaba a varios metros, pero eso no evitó que HyunJin desviara los ojos hacia él a mitad de la oración—. Y JeongIn seguramente querrá lo de siempre, las... tú... ¿estuviste llorando?
—No —respondió automáticamente, mientras su cuerpo se retorcía de la sorpresa. Se quedó quieto, mientras el criado y el Alfa lo miraban—. Yo... no tengo apetito... así que no...
—Puedes retirarte —aclaró HyunJin dirigiéndose al chico a su lado, este les hizo una leve reverencia a ambos, antes de que el Alfa se acercara con el ceño fruncido. JeongIn se puso nervioso, levantó la mirada cuando aquel se colocó frente a él—. Estabas llorando.
—No —negó con la cabeza. HyunJin alzó una mano hacia su mentón, tomándolo con firmeza. Estudió su rostro y señaló con su otra mano la irritación leve a los costados de sus ojos—. No es...
—Tienes irritado por el llanto. Sé cómo quedas después de llorar, JeongIn, en todas tus maneras —habló, soltando su cuerpo en silencio. Las mejillas del más joven se tiñeron aún más de carmín, el Alfa arrastró los dedos por su cuello, a la altura de su nuca y la mordida. Su simple roce causó una exaltación en él. Sintió la marca de sus feromonas queriendo penetrar su tacto—. ¿Alguien te hizo llorar?
El Omega frunció el ceño. Bajó la mirada, con los labios presionados y las palabras atascadas dentro suyo. Si HyunJin conocía su llanto, siempre se debía a él. Pensó que decírselo lo iba a enfurecer. Hasta podía imaginar su rostro, su expresión quemándose en disgusto y la lejanía que provocaría más entre ellos. Sabía, sin embargo, que lo buscaría en la noche y le demostraría qué tanta verdad tenían sus palabras. JeongIn sintió un leve tirón en el vientre cuando sus ojos se desviaron a la entrepierna del hombre. HyunJin no lo poseía desde hacia tiempo y sabía que de volver a estar con él todo su cuerpo dolería terriblemente. Sentirlo sobre su pecho, sus piernas, sus brazos... y permitirle penetrarlo eran sensaciones que se estaban quedando solo en sus recuerdos y realmente dudaba que su sensibilidad física fuera tan amable de recordarle la costumbre que se había obligado a tomar para calmar su ansiedad.
Prefirió guardarse la respuesta.
—Mi... mi mamá quiere hablar contigo —habló, aunque no necesitó guiarlo porque la mujer ya había salido. El sonido de sus zapatos delicados contra el suelo hizo que JeongIn se sintiera cada vez más chiquito. Su madre se detuvo a su lado. Eran casi de la misma altura, por lo que HyunJin quedaba ridículamente enorme frente a ella. El Alfa, sin embargo, se inclinó con respeto al saludarla.
—Señora Yang.
—Señor Hwang, un gusto, gracias por invitarnos... y cuidar de mí y de mis hijos todos estos terribles meses de enfermedad. Espero no le moleste que venga a ver a JeongIn más seguido en el futuro... porque lo haré. ¿Me invita una taza de té? Quiero charlar con usted.
HyunJin lo miró de soslayo. El menor sintió la mano fuerte de su madre en el hombro, soltando una de sus tantas agradables sonrisas.
—Deje que JeongIn vaya con sus hermanitos, trajeron muchos rompecabezas... ve, cariño, los mellizos quieren que juegues con ellos —ella lo empujó suavemente. El Omega la miró, conocía el velo grisáceo en aquellos ojos, la falsa sonrisa y el manto sensible de la amabilidad fingida. Conocía cómo era su madre, lo exigente y dura que podía ser. Lo había sentido en carne propia y no supo si aquello era lo correcto. Miró a HyunJin, mientras ambos se retiraban a la pequeña habitación donde JeongIn había llorado todas sus miserias. Eso podía terminar muy bien o podía acabar con el poco respeto y bondad que había forjado en la relación con su marido.
Se quedó como un viejo árbol seco de pie, abandonado a la mitad del pasillo. JeongIn llevó una mano a su vientre, aún estaba sensible por lo ocurrido en la casa del señor Lee y si comía lo suficiente en aquella merienda, tal vez podría fingir un terrible malestar que lo salvaría de cualquier cosa que pasara. Asintió, caminando como un espectro entre los enormes y desolados pasillos de aquel lugar.
Parecer un alma en pena no sirvió mucho cuando el señor Kim lo encontró y lo guió hasta la biblioteca de la propiedad. JeongIn se enfrentó a un salón enorme que olía dulce y que poseía un sinfín de libros gordos que jamás había tocado. Tenía dos pisos bien marcados, el secundo guiado por un pasillo individual y dos escaleras caracol de madera. Habían sillones aterciopelados y mesas pulcramente limpias. Las ventanas eran enormes, con viejos vitrales bíblicos que habían perdido parte de su color con el tiempo. Los mellizos estaban recostados en una alfombra, con un rompecabezas enorme en el suelo. Charlaban como si no hubiera mañana, mientras Felix separaba las piezas por valor de colores similares.
—¡JeongIn, ven a jugar! —habló uno de los mellizos, Yeonjun. El pequeño corrió hacia él, tomándolo de la mano para sentarlo a su lado. El señor Kim le tendió un almohadón bordó que aceptó y en un breve momento le ofreció una taza de chocolatada. JeongIn se negó. Observó una mesa repleta de tazas y un plato lleno de galletitas de coco, las de mamá—. ¡Este lugar es enorme! No debes aburrirte nunca, JeongIn.
—¿Tu esposo se leyó todos esos libros? —preguntó el otro mellizo, JunHyuk. Mientras acomodaba tres piezas en el rompecabezas—. ¿Puedo llevarme algunos?
—Ah... le preguntaré —respondió, tomando una pieza para ayudar. Felix estaba recostado en el suelo, separando los colores. Armaba una pequeña parte por sí solo. JeongIn lo observó, tenía el cabello oscuro más largo y al igual que mamá lucía delgado y pálido.
—Pero ahora también son tuyos, ¿no puedes prestarme? —volvió a hablar JunHyuk, jalando de la camisa holgada que tenía. El mayor lo miró—. Quiero aprender a jugar ajedrez, y a tocar el piano. ¿Me prestas también tu caballo, JeongIn? El Señor HyunJin dijo en tu boda que me enseñaría a cabalgar si crecía más, ¡y sí crecí! O mejor, ¿no puedes regalarme uno?
—No digas esas cosas, ¿qué te dijo mamá hoy temprano? —saltó Yeonjun con el ceño fruncido—. Nuestro hermano debe estar tranquilo.
—Hay muchos caballos —murmuró, sonriendo con timidez cuando el señor Kim lo miró. JeongIn sintió un ligero nudo en la garganta al recordar el caballo blanco que HyunJin mató. Tomó otra pieza—. Les puedo dar los míos... yo no andaré más.
—¿Por qué? ¿No te gustan? —preguntó Yeonjun, mirándolo. Sus ojitos se desviaron a su cuerpo, pareció pensar en algo—. ¿Tienes bebé? ¿HyunJin no te deja cabalgar porque tienes bebé? ¿Cuándo nacerá?
—No tengo bebé —susurró, mirándolos. Sus tres hermanitos lo observaban. JeongIn sintió que las mejillas le ardían. Había pasado demasiado tiempo desde su boda, lo sabía, la mayoría de los Omegas quedaban preñados al mes de casados. JeongIn sintió que el ánimo levemente se le iba esfumando—. Hum... ¿Cómo estuvieron todo este tiempo? ¿Está todo bien en casa? ¿Qué tal los criados y el trato?
—HyunJin nos llevó mucho más de lo que necesitábamos —habló Felix, acercándose con un almohadón entre los brazos—. Ahora tenemos nuestras propias camas... abrigo y el depósito de alimento volvió a estar lleno, igual que la leña para el hogar. Los criados son buenos, no dejan que mamá haga algo y es gracioso... mamá siempre mete sus narices en sus trabajos. Claro que... como estuvimos mucho tiempo en cama, no pudimos hacer mucho. Deberías ir a ver, JeongIn, limpiaron muy bien el patio. Hicieron una huerta para mamá y ahora nuestras habitaciones están repletas de juegos y ropa nueva. Incluso nos informaron que traerían una institutriz... es como cuando estaba papá.
Los pequeños se miraron en silencio. Pocas veces volvieron a hablar de papá desde que se fue. En especial los mellizos. Ellos sabían que había existido un hombre en sus vidas, pero realmente JeongIn no estaba al tanto si recordaban su rostro o no, eran muy cachorritos cuando él se fue.
—Vamos a cabalgar —habló, levantándose. Los pequeños hicieron lo mismo, emocionados, mientras el Señor Kim asentía y los acompañaba. Las puertas que daban al jardín estaban abiertas y una brisa fresca entraba a la casona. Sus hermanos corrieron a la velocidad de la luz, mientras el señor Kim le tendía una capa gruesa como abrigo, color azul marino. La aceptó, agradecido cuando salió y la ventisca le erizó la piel.
El jardín estaba igual que siempre. Una mesa larga con mantel blanco esperaba con platillos dulces que los criados acomodaban con rapidez. Los mellizos corrieron allí primero, tomando las delicias dulces en azúcar impalpable.
—Niños... —llamó—. Eso... es para después, aún falta mamá y...
—Ya estamos aquí —escuchó la voz de su madre, acercándose mientras se acomodaba un abrigo igual al suyo. Rápidamente la miró de pies a cabeza, analizando su estado. Tenía el rostro pálido, los ojos oscuros cargados de bondad al ver a sus cachorritos corretear por la zona. Ella se le acercó, abrazándolo con un brazo fuerte—. Ya hablé con él.
—¿Qué le dijiste? —preguntó, no sabía cuánto tiempo había pasado. El menor desvió la mirada, no se veía a HyunJin por ningún lado—. ¿Qué... de qué hablaron?
—De ti, claro —comentó ella, mientras el señor Kim ayudaba a los pequeños a sentarse y lavarse las manos con paños húmedos. JeongIn sintió las mejillas rojas—. Todo estará bien.
El rostro de JeongIn se deformó levemente, asustado. No comprendía qué tanto su madre podría resolver de su relación con su esposo, siendo que él siquiera podía hacerlo. Quiso saber todo, escucharla contar cada detalle como siempre hacía, pero su madre solo le dio un beso en la frente y caminó hasta la mesa.
—¿Por qué aún no te sientas? —el menor se sobresaltó cuando HyunJin se acercó. Tenía las facciones suaves, a pesar de la mirada filosa. Sus iridiscentes bajaron por su cuerpo, mientras el rostro de JeongIn se cargaba de sonrrojos. El Alfa toqueteó el abrigo—. Te compraré otro más grueso.
—Te estaba esperando —susurró, sin pensarlo. Las facciones de HyunJin se fruncieron levemente, asintiendo. Sintió su caliente mano sobre la cintura, empujándolo para que caminara. Los ojos de JeongIn se clavaron en el hombre cuando este relajó su expresión y le dedicó una suave sonrisa a sus hermanitos.
JeongIn poco habló durante toda la tarde que su familia estuvo allí. Sus ojos no se apartaban del Alfa, de su mirada amable, paciente y bondadosa que entregaba a sus hermanitos. Los escuchaba atentamente, a pesar de que los mellizos y Felix contaran las historias más infantiles y vergonzosas de toda su niñez. Se sintió extraño verlo de esa manera.
Cuando HyunJin estaba con él podía sentir la presión de su dominación sobre el cuerpo. Su mirada penetrante y oscura completamente atenta a cada movimiento que hiciera, como si fuera un depredador y él su próximo alimento. Lo hacía sentir sofocado, asfixiado, tan débil y vulnerable que su simple toque lo volvía completamente a su merced. ¿Dónde estaba todo eso? JeongIn se quedó callado cuando fueron a los establos. Lo vio subir a sus hermanitos con él, mientras ChangBin ayudaba a Felix. Los oía charlar, jugar, realmente... él parecía disfrutarlo. JeongIn frunció el ceño, sintiendo una extraña y dolorosa presión en el pecho.
—Creo que le agradan los cachorros —habló su madre, sentada a su lado. JeongIn la miró con grandes ojos, luego desvió su atención a ellos.
¿Su anterior Omega no estaba preñado cuando se mató? Pensó. ¿Por qué entonces lo dejó morir si iba a tener lo que tanto quería? Un cachorro. JeongIn bajó la mirada hacia su propio cuerpo, su vientre. Él quería un cachorro porque eso significaba que HyunJin se vería obligado por siempre a cuidar de su familia. Y él... finalmente podría irse.
El menor se miró las manos. No pensaba en la muerte desde hacia algunos días. Se sentía constantemente en cierto peligro, pero creía que ya se estaba acostumbrando al sentimiento. Pero la muerte... realmente había estado decidido a quitarse la vida. No había nada en su vida que le prometiera gran felicidad, ni siquiera el futuro le indicaba algo de qué sujetarse para permanecer allí. Si vivía sería por sus hermanos, por su madre... por cumplir el deber de amarlos más que a sí mismo.
¿Hubiese sido diferente si su familia no se rompía tan pronto? ¿Qué clase de persona sería si el abandono de un ser querido no fuera su mayor pesar? Su padre, su primer Alfa, la primera figura que debía darle el ejemplo de una buena pareja... ¿hubiese estado de acuerdo él a ese matrimonio?
¿Se hubiese quedado con HyunJin si las cosas sucedían de otra forma? Su madre le había dicho algo extraño aquella tarde. Como si en otra realidad, donde su padre aún existía para ellos, él igualmente permanecería al lado de Hwang HyunJin. Con otra edad y otros sentimientos. ¿Por qué decía eso? Su esposo... era autoritario y dominante. Le provocaba los sentimientos y sensaciones más incómodos... debilidad, vulnerabilidad, vergüenza. HyunJin podría intimidar a quien quisiera. Sin embargo, también había arreglado lo que se suponía debía prometerle su padre. Sus hermanos estaban bien, estaban contentos. Y su madre lucía tranquila.
JeongIn trató de relajarse en el asiento. Observó cómo su madre se levantaba e iba directo a Felix, quien hablaba animadamente con ChangBin. JeongIn frunció el ceño, su hermanito tenía las mejillas coloradas, los ojos brillantes. Estaba sobre un gran caballo negro, el de HyunJin, mientras el beta lo guiaba amablemente. ¿De qué hablaban tan cómodamente? Se conocían desde hace una hora y parecían agradarse mucho más que él y su propio esposo.
Sonrió apenas. Tonto. ¿Qué comparaba él si la primera vez que habló con HyunJin ya sabía que lo pretendía como su Alfa? Sabía que inevitablemente se iba a casar con él. Y eso era lo que lo había asustado desde el principio. Llevaba poco tiempo siendo Omega cuando aquel vino. Apenas había pasado algunas lunas, asimilando el hecho de que su cuerpo ahora podía crear vida, que podrían marcarlo, reclamarlo y doblegarlo porque había un lado animal en su interior que influía demasiado en sus sentimientos y acciones.
Y de repente todo eso que era nuevo para él ya tenía un dueño. Aquellos miedos por los que había llorado tanto hasta la madrugada ya no lo acosaban para nada. HyunJin ya lo había hecho sentir todo lo diferente que podía ser su cuerpo del suyo. Su vientre ya lo conocía, su cuerpo estaba al tanto de lo que podría provocarle con cada penetración, cada embestida fuerte. Su Omega se había acostumbrado a su dominación y por ello le mostraba sumisión. ¿Cuál era su miedo ahora? ¿Ser sometido una y otra vez? ¿Volver a sentir cómo lo ponía boca abajo y lo poseía? ¿Engendrar una criatura de esos tantos encuentros?
Un cachorro en sus entrañas, en su vientre. Uno con su sangre sometida y la mano dura de HyunJin. JeongIn tragó saliva, pálido. ¿Qué clase de criatura sería? Había escuchado que los cachorros indeseados nacían con malformaciones, monstruos que la divinidad rechazó por la mala unión. Seres miserables. JeongIn sintió el pesar en su pecho, recordando las palabras de su madre. Ella también había estado en su lugar, él era su primer cachorro... tal vez por eso había nacido mal. Tal vez por eso la muerte y la clara seguridad de que no viviría tanto estaba atada a su destino. Tal vez eran cosas que su madre había sentido al momento de la concepción, al tomarla su padre. Morir, morir. El dolor de su madre grabado en sus venas.
JeongIn escuchó el llamado de sus hermanos. Abandonó sus pensamientos, aclarando la mirada en un cielo anaranjado cubierto de nubes doradas. Rápidamente se puso de pie, aturdido, mientras veía como su madre, de la mano de JunHyuk, lo esperaba a lo lejos.
—Ya se van, señor —mencionó ChangBin, mientras desmontaba el caballo negro de HyunJin. El Omega volvió rápido la cabeza, avanzó a paso apresurado. Su madre le sonrió, lucía terriblemente cansada, igual que su hermanito. Felix cargaba una maleta de cuero, al parecer otros rompecabezas y algunos juegos de mesa que HyunJin les había obsequiado a los pequeños.
—¿Te quedaste dormido un rato? —le preguntaba Felix, mientras caminaban a la entrada del hogar. Era más bajito y delgado que él—. Casi no jugaste con nosotros, JeongIn, ¿estás muy cansado?
—Ah... es que ya estoy grande —susurró. Felix lo miró a los ojos, aún tenía las mejillas regordetas de la pronta infancia que había dejado. Tenía catorce años recién cumplidos y su existencia había sido para JeongIn un regalo. Un amigo para sus tantas aventuras.
—Entiendo —respondió. El Omega apretó los labios, cuando salieron de la gran casona el carruaje ya estaba esperándolos. HyunJin cargaba a Yeonjun en brazos, el Alfa se subió, acomodándolo con cuidado mientras JeongIn se despedía de sus hermanos y madre. Recibió fuertes abrazos y palabras de cariños, mientras los ojos se le cristalizaban. Se quedó de pie allí, junto a HyunJin, hasta que el carruaje dejó de verse.
El suave y fresco viento le removió el cabello. JeongIn se encogió de hombros, bajando la mirada cuando sintió la mano pesada de HyunJin en su nuca. Su ceño se frunció al instante que lo escuchó.
—Ven conmigo —habló el Alfa, soltando su piel suavemente. JeongIn se volvió, mientras el aire se le iba de los pulmones. Se quedó unos segundos de pie, volviendo la mirada para buscar la ayuda de alguien. Pero el señor Kim no estaba. El rostro del menor se deformó lentamente, con cada paso. HyunJin rodeó la casona, directo al jardín. Los criados estaban limpiando en silencio y al verlos a ambos JeongIn se detuvo. Todos eran betas. Y notó cómo los ojos de ellos se desviaban del Alfa hacia él—. Continúen luego.
JeongIn esperó que alguno ofreciera una taza de té, o abrigo dentro del hogar, donde sabía que otros ojos podrían salvarlo. El Alfa siguió caminando por el jardín, con JeongIn detrás. Sabía que no iba a funcionar, sabía que su madre iba a empeorar la situación. ¿Qué tanto habían hablado? ¿Su madre le contó todo lo que dijo? ¿Sobre no ser compañeros? ¿Sobre el miedo que le generaba? JeongIn empezó a sentirse realmente descompuesto. Desvió la mirada, a lo lejos, en los establos, ChangBin estaba de pie, con el ceño fruncido, mirándolos.
JeongIn se detuvo, sentía que le temblaban las manos. Las miró, trató de controlarlas pero no pudo. Sus ojos se alzaron al Alfa que volvió el cuerpo hacia él. Estaban en la entrada de aquel pasillo largo y desolado de árboles, allí donde HyunJin le dijo que sería su Omega, allí donde su madre le confesó que lo mejor sería coincidir su celo con los primeros encuentros carnales con su esposo. Para que olvidara.
—¿Qué te sucede? —preguntó HyunJin, frunciendo el ceño levemente. JeongIn pestañó y automáticamente sintió cómo las lágrimas descendían de sus mejillas ardientes. Tenía las manos presionadas en el estómago.
—Me... me duele, no me siento bien —se apuró a decir, con la voz temblorosa. El Alfa lo miró unos segundos y extendió una mano hacia la suya. Su tacto estaba caliente y contrarrestó con su fría piel temblorosa y pálida. JeongIn sintió cómo el sudor frío le teñía la ropa de la nuca, mientras HyunJin lo guiaba al final del camino. Había un banco. Nunca lo había visto.
—Siéntate —mencionó HyunJin, el menor lo hizo al segundo. Sus ojos lo miraron, mientras veía que se quitaba el pesado abrigo y se desabrochaba los botones de las muñecas y el chaleco de vestir. El Alfa se sentó a su lado, cansado, llevando una mano a su cabello largo. Lo vio fruncir el ceño y llevar sus gruesos dedos a sus muslos. Apenas se había dado cuenta que no llevaba su bastón—. JeongIn...
—¿Sí? —respondió, aquel no lo miraba. La luz de la tarde le iluminó el rostro, el cabello. Todas sus facciones se relajaron, como cuando saludó a sus hermanitos. Notó sus cejas gruesas, sus ojos oscuros, sus labios gruesos. Tenía la nariz recta y la mandíbula marcada. La sombra de los años se notaba en su mirada.
—JeongIn... ¿tú querías quitarte la vida? —preguntó. El rostro del menor se puso pálido. Lo dijo suave, lento, como cuando lo despertaba a la mañana con el baño preparado y la ropa lista... todo para invitarlo a desayunar con él. ¿Vienes conmigo? No podía creer que le estaba preguntando aquello.
¿Qué le había dicho su madre?
Su ex esposo se había matado.
—¿Me tienes miedo? —preguntó el Alfa.
—No... —respondió al segundo, aunque su voz tembló y sintió que le ardía la garganta. Era una mentira.
JeongIn desvió la mirada. El bosque frente a él era inmenso. Los campos lejanos, todo guardado bajo un manto dorado... era tan silencioso.
—¿Quieres divorciarte?
—¡No! —alzó la voz, mirándolo—. ¡No...! Mi... mi familia...
—No dejaré que tu familia se muera de hambre, JeongIn —aclaró HyunJin, volviéndose de repente. Ambos quedaron enfrentados. Su ceño fruncido, sus ojos oscuros clavados en él—. Si te digo esto, ¿irás a matarte? ¿Te quitarás la vida una vez asegures el cuidado de esos niños y tu madre?
JeongIn dejó escapar un sollozo. Gruesas lágrimas brotaron de sus ojos, mientras negaba. HyunJin lo tomó del rostro con fuerza.
—No te dejaré morir, ¿me escuchas? —repitió, apretando su piel. Levantó su mentón, obligándolo a verlo. Tenía los ojos irritados, la expresión dolorosa y desesperada. Sus feromonas se habían teñido de tantas cosas nefastas que el menor se sintió sofocado, aturdido, atacado. JeongIn tenía la vista nublada en lágrimas cuando aquel afirmó su voz de Alfa—. No te dejaré ir nunca. Tú te quedarás aquí para siempre. Estarás conmigo, JeongIn, porque eres mi Omega y yo soy tu Alfa. Porque me darás cachorros y yo cuidaré de ti y de nuestros hijos... porque te quitarás la vida solo cuando yo me muera. ¿Entendiste, JeongIn?
Iba a continuar pero se ponía peor. Solo hasta acá por hoy.
¿Qué creen que le contó la madre de JeongIn a HyunJin?
¿Qué piensan del papá de JeongIn?
¿Creen que con esta afirmación (el deseo de morir de JeongIn) HyunJin cambie algo?
Los leo.
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