5
—Señor, creo que su madre no vendrá hoy.
—¿Por qué no? —preguntó, observando desde las escaleras el largo camino hacia la entrada del hogar. Hileras de álamos plateados danzaban a la par del viento frío. Las nubes grises gobernaban el cielo, susurrando el suave llamado de la lluvia—. Ya pasaron tres semanas, ¿por qué no viene?
—Las tormentas recientes estropearon los caminos... seguramente es eso —el beta comentó, acercándose más. El joven Omega se acurrucó, abrazando sus rodillas. Sus ojos oscuros se clavaron en las montañas lejanas. Luego de su boda, como si de una tempestad se tratara, el clima empeoró y cayó sobre la tierra con total violencia. Eternas lluvias pesadas destrozaron flores, árboles. JeongIn jamás había visto algo igual—. ¿No quiere entrar? El Señor vendrá pronto, sabe que no le gusta que salga en climas fríos... se enfermará.
—Esperaré un poco más —susurró, frunciendo el ceño apenas. JeongIn bajó la mirada a sus manos rojizas, frías. No le gustaba mucho que aquel beta lo siguiera siempre. Sabía que HyunJin le había encargado cuidarlo, lo escuchó a escondidas.
El viejo hombre estaba con él siempre, a donde fuera que vaya. Los primeros días se dedicó a mostrarle la casona por completo, en aquellas horas que su esposo se retiraba por asuntos económicos y sociales. Creyó que podría confiar en él, pero todo lo que preguntaba y hablara luego HyunJin se enteraba. No solo aquel beta, sino también la servidumbre que se encargaba de cuidarlo en los demás aspectos. JeongIn reconoció que todos los empleados del hogar eran betas, mujeres y hombres. No había otro Alfa allí más que HyunJin ni otro Omega más que él mismo.
—¿Puedo ir a visitarla? —preguntó, volviendo la mirada al hombre—. HyunJin me obsequió un caballo fuerte, sé andar. Conozco el bosque cerca de mi casa, si usted puede guiarme en las partes que desconozco, creo que llegaremos bien.
—No sé mucho sobre andar en el bosque —respondió el beta, después de mirarlo con ojos dilatados varios segundos—. Por hoy desista de esa idea, por favor, mañana podrá ir junto con su esposo. El Señor estará encantado de acompañarlo.
JeongIn sintió que las mejillas le ardían. El calor en su rostro provocó que se encogiera en sí mismo, para que aquel no lo notara. Rascó suavemente la tela gruesa de su pantalón. Traía una camisa de mangas holgadas, con un abrigo de lana, bastante caro. HyunJin lo vestía, le decía qué ponerse, en qué momento. Estaba acostumbrándose a sus feromonas dominantes y a lo que ocasionaba en su cuerpo. HyunJin acostumbraba a besarlo en la nuca, a morderlo suavemente. La simple sensación de sus colmillos en su piel le provocaba temblores. Lo sostenía de las manos, lo tomaba con total libertad. Aún no le había hecho nada que lo aterrorizara por completo. HyunJin se detenía cuando sus feromonas le advertían cierto temor, nerviosismo.
Pasaban tantas cosas que no comprendía y realmente necesitaba hablar de ellas con su madre. Necesitaba saber si estaba en estado. Lo que había pasado los primeros tres días luego de su boda, aquello que JeongIn olvidó, no podían acabar nada más que en un cachorro. Era la naturaleza, el ciclo de la vida. Lo había leído en un libro, dentro de la enorme biblioteca de aquella casona. Luego del período, si la unión con un Alfa se concretó, venía el cachorro.
Pero JeongIn siquiera sabía qué clase de síntomas eran. Los escritos marcaban cambio de feromonas, estados de ánimo, diferencia notable en el cuerpo, especialmente el vientre y las caderas. JeongIn solo se notaba más nervioso, sus feromonas estaban inestables y desde la noche que comprendió que una parte del cuerpo de HyunJin había estado dentro suyo, el apetito se le había ido. Esperaba que fuera simplemente causas vanas de un Omega primerizo, necesitaba que su madre le dijera que era algo normal, que le había sucedido también y que luego todo pasaría y que le daría una cría a su esposo.
Porque JeongIn tenía un solo temor en aquel momento. Uno terrible, desastroso. La desdicha más grande para los de su raza, que solo venían al mundo por una sola razón. El simple pensamiento lo hizo estremecer. Porque si JeongIn tenía el vientre seco, ni su insignificante muerte podría darle a su familia el cuidado y el alimento que necesitaban. HyunJin se lo había dicho aquella vez. Nada lo ataría a su madre, a sus hermanos, si él no le daba un cachorro que uniera sus sangres.
Y aunque decidiera vivir, ¿qué pasaría con su matrimonio? HyunJin lo abandonaría, le pediría el divorcio y JeongIn quedaría manchado como un Omega infértil. Sus hermanos serían señalados de la misma manera, al menos Felix. Tendría que esperar algunos años más para los mellizos. Su madre moriría de tristeza y vergüenza. ¿Qué haría? ¿Qué podría hacer más que aguantar la necesidad de querer cerrar los ojos por siempre? Si tan solo papá estuviera ahí, si tan solo no se hubiera enamorado de otro Omega, él ni siquiera estaría ahí.
—JeongIn —escuchó la voz del beta, el Omega cerró los ojos. Ya no quería estar ahí. Mamá le había dicho que si le pedía un lugar a HyunJin podría descansar de todo, pero aquel hombre simplemente le recordaba todo lo que su Alfa no le permitía hacer.
—Quiero ver a mi madre —habló, poniéndose de pie—. ¿Qué si les pasó algo? Ella debería estar aquí. Debería estar con mi mamá... me dijo que vendría pronto. Algo le pasó. Tomaré mi caballo.
Se dio la vuelta al instante, caminando en dirección al establo. JeongIn apuró el paso, mientras el viejo beta lo llamaba con insistencia, remarcando que los caminos estaban destrozados y que sería una pérdida de tiempo, que enfermaría y que HyunJin se molestaría por esta situación. Por primera vez en su vida, JeongIn trató de ignorar un mandato. La sensación hacía que su corazón latiera más rápido y que el cuerpo le hormigueara. Atravesó el jardín y a lo lejos pudo ver a los dos betas que se encargaban de cuidar los jóvenes potros de la familia Hwang. El que HyunJin le había obsequiado, luego de aquella mañana que despertó, estaba comiendo heno. Era blanco, enorme, de cabellos albinos y trenzados. Ni bien entró, el beta que apenas había conocido una vez lo saludó con respeto.
—¿Quiere andar un poco, Señor? —preguntó, era un joven, tal vez unos dos años mayor que él. JeongIn lo miró con grandes ojos, tenía los hombros anchos, las manos grandes y era tan alto como HyunJin. JeongIn asintió—. Acabo de cepillarlo, está tranquilo... creo que puede andar un poco, antes de la lluvia.
—Bien —susurró.
—¡El señor JeongIn no irá...! —anunció el beta, llegando a la entrada del establo. Se lo notaba agitado, acalorado, sus ojos dilatados se desviaron del Omega al beta—. ChangBin, guarde al caballo. Pronto lloverá y si el Omega del Señor HyunJin sale, se enfermará. Lo lamento, JeongIn, pero no puedo dejarle hacer esto.
—Quiero ver si mi familia está bien —habló, frunciendo el ceño. JeongIn sintió que la cara se le ponía roja—. No le estoy pidiendo permiso, soy el Omega del Señor HyunJin, tengo tanto derecho como él a que usted respete mis decisiones. Si me enfermo, me aseguraré de que no lo culpe a usted.
No esperó su respuesta. Automáticamente se volvió, metiéndose en el establo. JeongIn se apuró a encontrar su caballo y en cuanto lo vio, sintió que algo de paz volvía a su cuerpo. El Omega se acercó de a poco, notando que el animal alzaba la cabeza en su dirección. Se acercó con cautela. Era un caballo de raza, enorme, no como el que había tenido en su niñez. Pero a pesar de ello, también era blanco y tranquilo. Suavemente lo acarició.
—Hola —saludó por lo bajo, repasando los dedos por el pelo trenzado. JeongIn desvió la mirada, buscando la montura. Al encontrarla, notó que pesaba mucho más de lo que recordaba. El animal no se inmutó en ningún momento, mientras lo arreglaba. JeongIn sentía que su corazón se iba serenando poco a poco, mientras recordaba paso por paso sobre cómo atar su silla en el aquel magnífico ser. Papá le había enseñado, desde cómo cepillarlos hasta reconocer cada malestar que pudiera aquejar a su animal—. ¿Te molesta la lluvia? Te mostraré el camino a mi casa... espero que puedas memorizarlo, porque iremos mucho... ahora que sé que puedo.
JeongIn se tomó su tiempo en cuanto notó que su cuidador había desistido en molestarlo. Tampoco apareció el joven beta. El Omega se permitió pasar treinta minutos allí, hablando solo con su caballo. JeongIn amarraba las correas con cuidado, asegurándose en cada momento. Cualquier error podría costarle la vida. Felix una vez se había caído de su caballo por atar mal su montura, fue el primer brazo roto que había visto en su vida. En cuanto terminó, se sintió orgulloso de no haber olvidado lo que papá le había enseñado.
Tomó una capa de lluvia que encontró colgada, a pesar del olor a humedad y a tierra. JeongIn acomodó un banquito a un costado del caballo, subió en él y aferró las manos en la montura para dar el primer salto. Hasta que el ambiente se llenó de un aroma fuerte y dominante, uno que bien había aprendido a reconocer las últimas semanas. El corazón de JeongIn latió con tanta fuerza que perdió la estabilidad y chocó contra el caballo, cayendo al suelo. Su rodilla se golpeó contra el banco y el caballo retrocedió. Automáticamente elevó la mirada.
—¿A dónde va, JeongIn? —la voz gruesa de HyunJin provocó que su piel se erizara. El menor lo miró con grandes ojos, levantándose. HyunJin respiraba un poco más acelerado, como si hubiera corrido. Tenía el cabello húmedo, cubierto de rocío. Observó la camisa blanca de lino que traía, mojada, arremangada hasta sus codos. Las feromonas fuertes lo rodeaban. El Omega desvió la mirada, una tierna y suave lluvia asomaba sobre la tierra.
—A visitar a mi mamá —murmuró por lo bajo, mirándolo nuevamente. El rostro de HyunJin estaba pálido, sus ojos completamente oscuros y profundos, tan dominantes que tuvo que retroceder un poco al sentirse intimidado—. Estoy preocupado, no la veo hace mucho.
—Está lloviendo —murmuró el Alfa. Sus ojos clavados en él. Había suavidad en sus palabras, a pesar de la frialdad y las feromonas dominantes que influían cada vez más en su nerviosismo. Bajo aquel tempestuoso día, las características Alfa resaltaban más en HyunJin. No siempre se avistaba a un Alfa dominante y la gran mayoría solía delatar cualidades temerarias. Enormes, altos, con una presencia que podía arder en la piel de cualquiera que fuera inferior. Y JeongIn era inferior, demasiado. Su Omega se removió como un loco en su interior cuando HyunJin ladeó la cabeza—. Tú no vas a salir.
—¿Tú...? —murmuró, mirándolo con grandes ojos cuando el Alfa se acercó. A pesar de la pierna maldita, JeongIn sintió que toda la presencia de HyunJin se lo tragaba por completo. Avanzó tanto que JeongIn retrocedió, hasta golpear su pequeña espalda contra la madera de la pared. El caballo se hizo a un lado, saliendo del establo. El corazón de JeongIn empezó a latir con tanta furia que tuvo que llevar una mano a su pecho. Se sintió pequeño, vulnerable, mientras las feromonas empezaban a inundar todo su espacio vital. El Alfa se colocó frente a él, poniendo en evidencia la diferencia de tamaños, de poder. JeongIn sabía que tenía que mirarlo a los ojos, pero el hecho de levantar la cabeza y dejar en total libertad su cuello lo ponía nervioso—. HyunJin.
—Cuando yo no estoy, el Señor Kim se encarga de cuidarte en mi nombre. Si él dice que no puedes, no puedes. Si ignoras sus palabras, me estás ignorando a mí —mencionó HyunJin, con total calma. Había en la profundidad de su voz una advertencia, una intención que provocó que se aferrara a la pared por completo, que se sintiera vulnerable. JeongIn lo miró a los ojos, entre el respeto y la incertidumbre de lo que podría pasar. Sabía lo que era, lo había conocido antes. No existía Omega en la tierra que no sintiera la voz autoritaria de un Alfa. Numerosas veces lo había visto en papá. La única diferencia era que su madre ahora no estaba para intervenir, que el Alfa ya no era su padre, quien solía enseñarle disciplina de un hogar. JeongIn tenía delante suyo a su Alfa, a la unión que concretó para facilitarle la vida a sus hermanos. Sin amor, sin cariño, sin nada que le confirmara que aquella mano dura no lo lastimaría.
—Mi madre... no la veo hace mucho —susurró por lo bajo, poniéndose rojo por completo. Siquiera se había disculpado por la falta. JeongIn sintió que una ligera punzada dolorosa crecía desde su pecho hasta su estómago. Numerosas veces HyunJin tenía que corregirlo. Cuando lo hacía era amable, paciente. No sabía por qué no sentía aquel ambiente allí. Siquiera su rostro, su forma de hablarle... JeongIn sintió que cualquier error que cometiera lo iba a llevar por mal camino. Se sintió acorralado, mamá nunca le había dicho qué hacer en esas situaciones—. Pasaron tres semanas, no vino nunca. Quiero verla, quiero saber si está bien... ¿puedo ir, Alfa? ¿puedo ir a verla, por favor? Solo una hora.
—¿Una hora? —susurró aquel, tomándolo de la barbilla. JeongIn tembló al instante. La mano de HyunJin abarcó parte de su barbilla, su mejilla izquierda. Las feromonas dominantes que liberaba hacían que todo su cuerpo se pusiera sensible. Los ojos oscuros, la ligera presión en sus manos, el aroma. Aquel Alfa no quería que se fuera, lo percibía. JeongIn sintió los ojos cristalizados, no quería llorar. El corazón le latía demasiado rápido.
—Sí... Alfa —murmuró, bajando la mirada. Las lágrimas bajaron por sus mejillas al instante, rápido, sobre su piel ardiente. No sabía qué hacer, no sabía cómo responder. JeongIn juntó sus manos, temblaban. No entendía qué sucedía con su cuerpo. Solo quería ver a su madre, quería volver a su casa un momento y estar con su familia. No le importaba la lluvia, era un Omega que se había criado en el campo, en el bosque. Una lluvia no era nada. Sentía la fuerte mano de HyunJin bajar por su hombro, apretar su piel, sus huesos más delgados. Tal vez lo mejor sería desistir, no le convenía que su Alfa se enojara, menos uno de quien toda su familia dependía—. Mejor... está lloviendo mucho, iré otro día... ¿vendría conmigo?
—Ve ahora.
JeongIn elevó la mirada irritada. HyunJin sonrió amable, a pesar de sus ojos oscuros, de que todo su rostro no parecía compartir aquella bondad. El Alfa sacó de su bolsillo algo que le colocó en la mano, estaba tibio. JeongIn bajó la mirada, era un reloj de bolsillo, dorado y pesado.
—Tienes una hora, para ir, ver a tu familia y volver —habló el Alfa, JeongIn sintió un nudo en el estómago—. El reloj te lo puedes quedar, si no puedes respetar mis órdenes, respeta el tiempo que tienes... para ir hasta la casa de tu madre.
—Puedo ir otro día —susurró, apretando el reloj en la mano. JeongIn lo miró a los ojos, sin importarle si reflejaba el nerviosismo y el temor que estaba sintiendo—. Tiene razón, me enfermaré si voy ahora.
—Ve ahora —ordenó HyunJin, toda expresión se había borrado de su rostro. JeongIn se quedó quieto. Toda su piel se erizó cuando las feromonas de aquel empezaron a tornarse ruines, peligrosas. El Omega se encogió, temblando, cuando aquel lo tomó del cuello con rapidez y unió sus labios en un segundo. JeongIn soltó un quejido, poco acostumbrado a los besos, en especial al toque agresivo de ese momento. La lengua de HyunJin se adentró en su boca, tomándolo por completo. Lo apretó contra la pared, presionando su garganta, su cuello con los dedos. Al separarse, sintió el gusto de la sangre en su lengua, se había lastimado—. Buen viaje, mi querido. Si sales ahora, seguramente llegarás sano y salvo.
—HyunJin...
—Toma tu caballo, ya —habló, empujándolo apenas fuera del establo. JeongIn sintió que la lluvia empezaba a mojar su cabello, la capa. Lo observó unos segundos, HyunJin parecía querer decir algo más—. Si no vuelves en una hora, le quitaré la comida de un mes a tu familia.
El corazón de JeongIn se aceleró. Sus ojos se agrandaron, desvió la mirada cuando su cuidador llegó. El Señor Kim lo miró con sorpresa, JeongIn esperó que pudiera ayudarlo.
—Señor... pronto la lluvia empeorará, ¿por qué mejor no entra con su Omega...? Preparé su habitación y una tina para que se laven —al oírlo, JeongIn dio un paso. La lluvia ya le había mojado todo el cabello. Cuando el señor Kim hizo una seña con la mano, para que entrara, JeongIn se apresuró.
—No —respondió el Alfa, fuerte y claro. Su voz atravesó todo su cuerpo, como si fuera un líquido corrosivo que entraba desde sus tímpanos y se derramaba por cada centímetro de su piel. JeongIn se detuvo al instante—. Quiere ir a ver a su madre, le dije que sí. Vaya tranquilo, JeongIn, lo esperaré aquí... recuerde que tiene una hora, no pierda el tiempo. Tome su caballo, antes de que se le escape.
Esta vez, el señor Kim siquiera lo miró. JeongIn se quedó unos segundos de pie, esperando que lo salvara de la situación. Al percatarse de su silencio, miró a HyunJin. El Alfa acercó una silla de madera y se sentó, sacando de su bolsillo otro reloj plateado, sus ojos oscuros se desviaron del objeto al Omega. Comprendió que no podía hacer nada para cambiar su decisión. JeongIn sintió que las lágrimas ardían sobre su piel fría. Automáticamente corrió en dirección al caballo, sollozando. El llanto creció tanto como la lluvia. Logró subirse al tercer intento, con dificultad por no tener ningún banco que lo ayudara. Sus manos temblorosas se aferraron a la correa y avanzó, sin mirar al hombre con el que se había casado.
El animal avanzó con tanta rapidez como podía, rumbo al bosque lejano. JeongIn siquiera sabía en qué dirección ir, pero era consciente que lo separaban algunos kilómetros. Trató de recordar la distancia entre su hogar y la casona Hwang, las horas en carruaje. De repente el campo llano se cubrió de gruesos árboles, enormes, oscuros. El aroma a tierra mojada, a musgo, corteza, inundó los pulmones de JeongIn. Se sintió devastado y agradecido, por un momento lejos de aquel lugar. El corazón de JeongIn latía con tanta fuerza que simplemente buscaba algún rincón conocido, alguna marca, algún listón infantil que le aclarara que estaba cerca de su casa, de su hogar, su verdadera familia.
Pero sus expediciones infantiles junto a Felix no bastaron para reconocer la inmensidad de ese mundo. JeongIn se detuvo en medio de los eternos gigantes, mientras la lluvia caía sobre la gruesa capa, sobre su cabello, su rostro. Toda su ropa mojada. Miró a su alrededor, llorando con tanta tristeza que siquiera podía leer los números en el reloj. JeongIn se limpió las lágrimas de los ojos, frotó el cristal contra su ropa. Aquel reloj no tenía números, sino líneas y pocas letras, como la equis. Ni siquiera sabía a qué horario se había retirado.
Se detuvo, temblando. Suavemente llevó ambas manos al pecho doloroso. Había cometido un error, uno que se clavaba con furia en su pecho, en sus pensamientos, en el terror que sentía por lo que pudiera pasar en el futuro, con su familia, con él mismo. JeongIn dejó que las lágrimas salieran libremente, mientras trataba de aclarar cuál era el camino a casa. Guió al animal, primero lento, luego con rapidez. Los ojos de JeongIn se deslizaban hacia todos los árboles, buscando marcas, cintas coloridas, algo que le indicara que estaba cerca. Hubo un instante, minúsculo, en el que creyó ver una cinta violeta atada sobre la rama de un árbol, una que papá le había dado para que no se perdieran. En el instante que la vio, el cielo pareció romperse en un ruidoso estruendo, fuerte, monstruoso. El trueno azotó cada espacio del bosque y el caballo relinchó, saltando con rapidez. JeongIn se aferró a la correa y al cuerpo del animal cuando este cayó tierra abajo. Fuerte, repentino, desastroso. El mundo dio vueltas y en el momento que todo se detuvo, JeongIn percibió que todo el cuerpo latía, que los árboles parecían danzar a su alrededor. La lluvia golpeó contra su rostro.
Temblaba. El Omega elevó la mirada, notando que la sangre empezaba a brotar de cortes en sus brazos. La presión sobre sus piernas se debía al peso del animal. JeongIn abrió los ojos con dolor, todo el cuerpo le dolía, en especial las piernas. Su caballo blanco ahora estaba cubierto de barro, hojas y cortes. La sangre brotaba de un corte grueso en el cuello del animal, que automáticamente cubrió con sus manos. Su caballo parecía querer levantarse, desesperado, mientras JeongIn observaba todo el desastre que había ocasionado. Su corazón dio un vuelco cuando observó la pata trasera del animal.
Ensangrentada, con una herida enorme, abierta, donde el hueso parecía asomarse entre la carne. Las manos de JeongIn temblaron y un llanto silencioso empezó a brotar en su rostro.
—Perdóname... perdón, lo lamento mucho —sollozó, cubriendo la herida del animal. JeongIn se aferró al caballo, llorando a todo pulmón. Ya no sentía las piernas, le ardían los brazos, le palpitaba demasiado la cabeza. Siquiera tenía el reloj para comprobar el tiempo, ya siquiera sabía si le importaba. El menor apoyó la cabeza contra las costillas del animal, oyendo sus latidos.
No supo cuánto tiempo estuvo así, llorando, observando el profundo bosque, dejándose seducir por el sonido de la lluvia. Pensando qué hubiera pasado si se hubiera matado aquella mañana en el claro, ahogado. Tal vez ahora Felix estaría en su lugar, él, que no entendía casi nada del mundo. Incluso su madre hubiera esperado al menos unos meses para casarlo, por respeto a su muerte. Tal vez incluso papá hubiese venido a su funeral, a su entierro. Un último momento, porque sabía que jamás volvería estando él con vida. JeongIn sintió que todo le dolía, no quería volver a esa casona, con ese Alfa. No quería siquiera ser su compañero. ¿Qué podía esperar de aquellos, si su propio padre lo había abandonado? Su papá, aquel que le prometió protegerlo por siempre. Aquel que los abandonó sin nada más que los ahorros de mamá.
—¡Señor, aquí está!
JeongIn no quiso volverse. Reconoció la voz del beta que trabajaba en el establo. Oyó pasos, relinchos de caballo. El Omega elevo la mirada cuando sintió las manos de alguien más aferrarse a él. Observó a ChangBin, el beta, empujar al caballo con sus fuertes brazos, mientras lo liberaban a él de su peso. Cuando lo soltaron, JeongIn se quedó en el suelo, juntando las piernas, las manos. El señor Kim lo miró con el ceño fruncido, casi con lástima. Pareció mirar algo a lo lejos y suavemente se inclinó a su lado, lo vio limpiarle la cara con un pañuelo.
—Es mejor que no diga nada, JeongIn... este no es el mejor día para el señor HyunJin. Cuando lo lleve a casa, simplemente haga todo lo que le pide —susurró el hombre, apartándole el cabello del rostro. Lo ayudo a sentarse y posteriormente a ponerse de pie. Todo el cuerpo de JeongIn temblaba. Sus ojos se desviaron hacia el animal, agonizante. HyunJin apareció. No traía capa, toda su ropa estaba mojada y sus músculos se traslucían a través de la camisa. Aquel lo miró, observó el caballo en el suelo, la pata quebrada, el cuello lastimado.
—Señor —comentó ChangBin, mirando al Alfa y al Omega. JeongIn los observó con grandes ojos, intentando comprender. Notó que HyunJin sacaba un revolver de la montura de su caballo y avanzaba sin más. JeongIn sintió que el señor Kim lo apretaba contra su cuerpo.
—Llevaré a JeongIn mientras tanto —habló, a lo que HyunJin negó.
—Lo llevaré yo, en mi caballo. Ayúdelo a subir —habló, mientras recargaba el revólver. El Omega miró a su cuidador, este negó.
—¿Qué hará? —murmuró, sus ojos dilatados—. Se puede curar, en serio, yo lo cuidaré...
—Esto no se puede curar —respondió HyunJin, apuntando sin más. Antes de que pudiera decir algo, el señor Kim le cubrió los oídos, los ojos. Justo en el instante que JeongIn veía, a través de los espacios que no lograban cubrir los dedos, el fuego del revólver, la tormenta rugía una vez más, tragándose del disparo contra el animal. JeongIn cerró los ojos, acurrucándose con total insistencia contra el pecho del beta. El hombre frotó su espalda y suavemente lo guió camino arriba.
—Tranquilo, JeongIn, es normal. Un caballo que no puede andar, solo encuentra la muerte —susurraba Kim, mientras avanzaban con rapidez. JeongIn empezó a llorar con más fuerza—. El señor HyunJin le regalará otro.
—¡No! No quiero otro, no quiero —lloró, mientras se detenían frente a un potro negro. JeongIn lo observó, con los ojos cubiertos de lágrimas—. Quiero irme a mi casa, quiero estar con mi familia. Por favor, por favor. Necesito hablar con mi mamá.
—Ya, está asustado... —susurró el cuidador. Ayudándolo a subir al caballo. El beta lo sostuvo de la mano, tratando de sonreír—. Tranquilo... ahora llegará a casa, se lavará, comerá algo caliente y delicioso e irá a dormir. Le prometo que mañana iré a ver a su familia, por noticias. Solo aguarde por hoy, por favor.
JeongIn asintió. El beta le colocó bien la capa y cubrió su cabeza. Esperó unos minutos, observando el bosque. No podía dejar de temblar. En cuanto escuchó pesados pasos, su corazón palpitó con violencia. Sintió el peso de alguien más detrás suyo, las feromonas de HyunJin lo envolvieron. Entre dominación y tranquilidad, como si quiera calmarlo después de obligarlo a salir, después de matar al caballo que le había obsequiado. El joven se encogió, mientras la mano del Alfa se posicionaba sobre su vientre y lo atraía de un movimiento, más cerca suyo. Sintió que lo rodeaba, que todo su aroma lo envolvía. Esperaba que no notara su corazón acelerado, sus latidos que parecían palpitar por todo su cuerpo. La respiración de HyunJin estaba serena, mientras volvían con tranquilidad hacia la casona.
Nadie comentó nada. Ni una palabra. JeongIn buscaba la mirada de cualquiera de los betas, pero ni el señor Kim ni ChangBin parecían querer dar cuenta de su presencia. JeongIn estuvo rígido durante todo el viaje, a pesar de que de vez en cuando HyunJin volvía a colocar una mano sobre su vientre y lo empujaba más cerca suyo. Al llegar, el Alfa bajó primero. Lo tomó de la cintura para ayudarlo cuando tocó su turno. El silencio entre ellos lo puso alerta.
Siquiera el señor Kim los acompañó. JeongIn sintió la mano de HyunJin sobre su cintura, caliente, pesada. Como una garra que lo arrastraba a un futuro que no quería ver ni presenciar. Cada paso que daba, lo ponía pálido. Al entrar a la habitación que compartían, las mejillas de JeongIn se calentaron al instante. Estaba cálida, a diferencia del clima frío que habitaba fuera. El sonido de la lluvia contra las ventanas era lo único que se oía allí, además de sus respiraciones.
JeongIn se quedó de pie en la puerta, sucio, con barro en la ropa y sangre en las pocas heridas que se había provocado al caer. Observó a HyunJin caminar hasta el hogar de la habitación, atizar los troncos del pequeño fuego. JeongIn observó la tina a un lado, la más grande, a diferencia de la que estaba en el baño. Estaba repleta de agua humeante, caliente.
—No volviste a tiempo —lo escuchó hablar, su voz gruesa provocó que su piel se erizara. JeongIn lo miró con grandes ojos. HyunJin repasó una mano por su cabello húmedo, luego se quitó los calzados. El Alfa no lo miró, simplemente empezó a desabotonar su camisa—. Provocaste la muerte de tu caballo... estás sucio y lastimado. ¿Por qué terminaste así, JeongIn?
No quiso responder. Los ojos le ardían.
—Responde, Omega.
—Por mi culpa —susurró, bajando la mirada, mientras gruesas lágrimas descendían de sus mejillas. Frunció el ceño, escuchándolo acercarse. La camisa de HyunJin cayó al suelo y observó que su gran mano se entrelazaba con el cordón de su capa. JeongIn presionó los labios, temblando, mientras el nudo se deslizaba y la capa caía al suelo. Sentía un nudo en la garganta—. Mi... mi familia... ¿hará eso?
La mano del Alfa cayó sobre su hombro, apretando, mientras subía por el cuello, presionando su garganta, su barbilla, obligándolo a mirarlo. Los ojos de ambos se encontraron. El rostro de HyunJin no tenía expresión alguna, simplemente sus ojos se desviaron a los labios del joven.
—No lo haré —susurró—. No lo haré... estaba enojado, discúlpame. No volverá a pasar.
JeongIn lo miró con grandes ojos. Sintió que el Alfa se inclinaba, que sus labios tocaban sus mejillas, lento, cariñoso. HyunJin unió sus labios, empujándolo con suavidad contra la puerta. El Omega frunció el ceño, gimiendo por lo bajo cuando sintió la lengua ajena contra la suya. Las manos de HyunJin viajaron a su cintura, luego a su camisa, desabotonando con cuidado. Sus manos frías subieron por su pecho, sus pezones. JeongIn se estremeció en temblores. El Alfa subió hasta su cuello, rompiendo el beso, lo obligó a mirarlo. Los ojos de HyunJin estaban dilatados, opacos.
—No vuelvas a desobedecerme —habló, JeongIn asintió. El hombre limpió sus lágrimas con las manos. Suavemente se separó. Ambos de pie, enfrentados. El corazón del Omega latía con fuerza y aquel lo sabía. Observó el cuerpo del Alfa. Su pecho desnudo. Hombros anchos, brazos fuertes, manos grandes. Era el único cuerpo Alfa que había visto en su vida. Sus ojos cristalizados bajaron la mirada cuando aquel se quitó los pantalones. El miembro dormido, largo y grueso, única parte en el cuerpo de aquel, además de sus colmillos, que tenían la función de reclamarlo y hacerlo suyo además de la palabra. JeongIn lo miró a los ojos—. Quítate la ropa.
El Omega se quedó quieto.
—Te lavaré —continuó el Alfa, tomándolo de la mano. Lo guió cerca de la tina. Sin despegar sus miradas, HyunJin le quitó el pantalón. En cuanto JeongIn quedó desnudo, aquel lo subió a la tina. El azabache tembló, mientras el agua cálida tomaba cada espacio de su cuerpo. El momento le recordó a la primera vez que estuvo ahí, como un Omega casado. Hasta que HyunJin se metió. Su cuerpo, mucho más grande que el suyo, abarcaba en su totalidad todo el espacio. El Alfa lo atrajo hacia su cuerpo, pegándolo a sus caderas. Las mejillas de JeongIn se tiñeron, rojizas, al sentir el miembro del Alfa contra su piel. HyunJin lo miró, sus ojos oscuros recorrían el rostro del Omega. El Alfa asomó una mano, apartándole el cabello del rostro—. Te limpiaré... curaré tus heridas... y te daré de comer, porque soy tu Alfa.
JeongIn asintió, apartando la mirada. Sus manos temblaban, apoyadas sobre el pecho del Alfa. Aquel lo atrajo más hacia su cuerpo y JeongIn se vio obligado a abrazarlo. Sintió que HyunJin escondía el rostro en su cuello, que sus manos recorrían su espalda, sus muslos, sus partes íntimas. El joven tembló al sentir una suave mordida en su cuello, los colmillos raspando.
—Pero a pesar de todo... —lo oyó susurrar, apretándolo cada vez más. JeongIn sintió que lo jalaba del cabello, que lo obligaba a separarse, a mirarlo. Los ojos del Alfa destellaban en rojizo—. Es mi deber recordarte que eres mi Omega.
Tengo bloqueo con Hado.
Cubran de comentarios este capítulo, para animarme y escribir más.
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