4

Como su madre le prometió, JeongIn no recordó casi nada de lo que pasó aquellos tres días encerrado junto a su Alfa.

Hubo momentos en los que recuperaba la conciencia, pensó, o realmente no sabía si se trataba de algún sueño. Simplemente abría los ojos, pesados como nunca, y todo era ardor, calor, una sofocación que lo volvía vulnerable y tembloroso. A veces, por puro instinto, buscaba levantarse, hasta que una mano enorme y fría lo sostenía contra la cama. En aquellos breves momentos solo sentía que fuertes brazos lo rodeaban y todo era feromonas, dolor, una sensación burbujeante en su vientre lleno. A veces creía verlo sobre él, con el cabello despeinado, la cintura rodeada de sus piernas. El cuerpo debilitado, manipulado, penetrado y cubierto de sensaciones devastadoras que lo regresaban a un mundo lejos de aquello. De vez en cuando, JeongIn solo escuchaba sonidos extraños que salían de su boca, y a veces, si se concentraba, oía a HyunJin llamarlo por lo bajo. Mi Omega, mi Omega, mi Omega.

Tan íntimo, extraño, ajeno. Como si aquel calor y esas palabras no fueran para él.

Fue lo único que recordó con lucidez aquella mañana que despertó, bajo el suave soplido del viento que entraba por la ventana. JeongIn entreabrió los ojos, mientras el fantasma de aquel recuerdo huía de su memoria. El Omega desvió la mirada al techo inmaculado, blanco, y la gran araña cubierta de cristales brillantes, focos amarillentos. Electricidad. Había electricidad. Ahora tenía una casa con electricidad y apenas notó que la bienvenida de aquel día no lo sorprendió con el aroma a vela. JeongIn sintió la boca seca y pastosa. Su mirada se desvió a los cabellos despeinados y dorados, al rostro y el cuerpo entero que descansaba sobre el suyo.

—Mnh —gimió bajito, liberando sus brazos.

Sus dedos delgados se apoyaron en los gruesos brazos que lo rodeaban. JeongIn abrió los ojos, lúcido, mientras observaba que aquel lo abrazaba con total libertad. El corazón del Omega latió con fuerza, quieto. Sentía el cuerpo adolorido y cansado, en especial las piernas. JeongIn se encogió, clavando las uñas en aquella piel. Las feromonas de HyunJin bañaban el lugar, igual que las suyas. El Omega apretó las manos en su propio pecho cuando aquel se removió.

—JeongIn... —lo oyó susurrar, mientras volvía el rostro. Los ojos oscuros del más chico se clavaron en aquel hombre, que se levantaba, rodeaba lado a lado de su rostro con los brazos. Los ojos de HyunJin se clavaron en los suyos. Su cuerpo grande, desnudo, cubierto de rasguños. JeongIn no pudo evitar observar el hombro mordido, colmillos pequeños. El Alfa entrecerró los ojos—. Omega...

JeongIn no se movió, siquiera sabía si podía hacerlo. Aquel se apartó con cuidado, permitiéndole ver su propio cuerpo, más pequeño y delgado. Desvió los ojos al segundo, aferrando las manos a su pecho, apretando las uñas con tanta fuerza contra la palma que sintió ardor en su piel. JeongIn clavó la mirada en el techo, mientras oía que aquel caminaba por la habitación. Le dolían las piernas, las caderas. Había notado marcas en su cintura, un rastro de manos fuertes, dibujadas en su piel. Marcas rojitas, como un moretón. Aún sentía la extraña sensación de calor y fiebre sobre el cuerpo, en especial sobre la frente.

JeongIn bajó con lentitud ambas manos desde su pecho hasta su vientre. Apretó la piel blandita, cálida, habitaba allí un dolor molesto que lo hizo pensar una y otra vez sobre lo que pudo haber ocurrido aquellos días. El menor intentó levantarse, cada hueso dolía, hasta que se sentó. Además del dolor en el estómago, le ardían sus partes íntimas. JeongIn clavó sus ojos oscuros en el Alfa, que entraba y salía por una puerta blanca. Notó vapor, el sonido del agua. El cuerpo desnudo de HyunJin era grande. Músculos marcados, vientre plano, vello púbico recortado, con un miembro grande y grueso, totalmente diferente al suyo. JeongIn bajó la mirada al instante, comprendiendo.

Vivir cerca del campo le había permitido presenciar etapas de la vida en los animales, como la reproducción. Como cuando su yegua rompió corral y se unió al caballo blanco de Felix, antes de que mamá los vendiera a ambos. Suavemente apretó las manos en su vientre. No recordaba mucho sobre el acto, ahora simplemente sentía un poco de dolor e incomodidad, pero ya sabía lo que aquel Alfa le había hecho y con qué.

—Lo limpié anoche, JeongIn... pero... ¿vendría conmigo al baño?—habló el Alfa, sentándose al final de la cama. Ambos desnudos, en una habitación que recién ahora JeongIn reconocía como suya. El Omega lo miró. Aquel era su esposo, su Alfa. Mamá le había dicho que lo que pasaría la primera noche era algo normal en las parejas, que incluso se volvía a hacer de vez en cuando—. ¿Le duele mucho?

JeongIn bajó la mirada, sentía las mejillas ardientes, los ojos picaban. Sus puños se cerraron en las sábanas a sus costados. Gruesos cardenales en sus caderas, su cintura, entre sus muslos. Sus piernas temblaban ligeramente y algo había pasado allí. Algo extraño, prohibido. Una realidad con la que se sentía ajeno y no debería. Los ojos del Omega se desviaron ligeramente al cuerpo del Alfa, a esa desnudez diferente, a ese miembro.

—Y-yo... —empezó, la garganta se le cerró. HyunJin se acercó con cautela, demasiado. Sus feromonas dominantes treparon por su vulnerable cuerpo sensible y debilitado. JeongIn lo miró con grandes ojos, respirando profundo, cuando sintió que la mano gruesa de aquel se posicionaba sobre su vientre.

—Es solo una sensación pasajera —comentó el Alfa, presionando cuidadosamente la zona. JeongIn no pudo evitar elevar una mano, tomarlo de la muñeca con una expresión preocupada. HyunJin sonrió apenas—. En el celo no lo siente... pero ahora que los síntomas se van, los dolores durarán apenas unas horas. Puede descansar hoy, si quiere, mandaré que le preparen deliciosos platos. ¿Qué le gustaría? ¿Golosinas, dulces, tartas?

La mano de aquel se deslizó suavemente por su piel, trazando un rastro por sus muslos, sus piernas. JeongIn reconoció un toque repetitivo, acostumbrado. Una mirada que se desviaba a su vientre pálido, a su cintura estrecha, sus partes íntimas. Una mirada que no supo describir. Oscura, dilatada, cubierta de un deseo que desconocía. Algo que tal vez su Omega había descubierto aquellos días y que se quedaría enterrado eternamente en sus memorias perdidas. JeongIn tragó saliva con dificultad, ahora era un Omega reclamado.

No solo por el anillo, ni la biblia familiar, ni su insignificante firma en un papel grueso, sino por aquella mirada, por ese toque, por la intimidad que parecía haber mantenido con aquel durante esos días. Una intimidad propia de una pareja de años.

HyunJin lo había probado como Omega,  lo había reclamado. En sus ojos oscuros habitaba una faceta suya que ni el mismo JeongIn conocía. ¿Qué clase de cosas había hecho durante esos días? ¿Qué palabras había susurrado? ¿Qué tantas cosas prohibidas para su mundo había roto de repente, en pocas horas?

Ya no era un cachorro. Ya no podría volver a casa nunca más, ya no era como sus hermanos. Apretó los labios, mientras su rostro se deformaba lentamente en un llanto silencioso. ¿Cómo miraría a su madre a la cara? Qué clase de horror era aquel, esa sensación de vacío y dolor en el pecho. JeongIn elevó la mirada cristalizada, el Alfa lo observaba en silencio.

—JeongIn —susurró, estirando una mano para alcanzarlo. Apenas sus dedos gruesos lo tomaron del mentón, este se volvió por completo, vomitando sobre el suelo, a un lado de la cama. El Alfa se subió con rapidez, sosteniéndolo con fuerza de los brazos, la frente, mientras JeongIn sentía que algo ardiente y doloroso se despedía de su boca. Transparente, dulzón.

El toque ajeno ardía sobre su piel, lo hacía estremecer y extrañas sensaciones brotaron de su vientre cuando sintió su voz cerca suyo, preguntándole si necesitaba un médico. JeongIn cerró los ojos, sollozando, mientras HyunJin le limpiaba con una mano los hilos de bilis que colgaban de sus labios y nariz. Se sintió pequeño y vulnerable.

—Tranquilo —hablaba el Alfa, sosteniendo con cuidado su frente, su nuca. JeongIn tosió, intentando sacarse aquella mucosidad de la garganta destrozada. No podía ver bien por las lágrimas—. Venga conmigo, JeongIn, es mejor sacarlo con agua.

Aquel lo sostuvo con fuerza, afianzando el agarre en su cintura. JeongIn apenas sintió que los dedos de sus pies raspaban el suelo, no sentía las piernas y se asustó aún más con la idea de haber perdido su capacidad de caminar. HyunJin lo sostuvo cuando prendió una canilla de bronce y el agua salió fresca, mientras el Alfa lo ayudaba a limpiarse la cara. Lo obligó a hacer gárgaras, aunque JeongIn se atragantó dos veces. Al acabar, HyunJin lo sentó sobre el mueble, alejándose un poco. El pecho de JeongIn subía y bajaba con rapidez, bajo respiraciones agitadas y mejillas rojizas.

El menor bajó la mirada a su cuerpo desnudo. Sus manos se pegaron en sus muslos y observó, con grandes ojos, que un líquido espeso había caído desde su parte íntima. Automáticamente se calló, silencioso, mientras elevaba la mano y separaba los dedos pegajosos entre un líquido transparente y blanquecino. Sus ojos se desviaron al Alfa.

—Lo limpiaré —susurró el hombre, acercándose. El Omega se quedó quieto, mientras aquel lo alzaba y lo colocaba sobre una tina enorme. El agua estaba cálida y olía a flores y limón. Se acurrucó un poco, observando que el Alfa se agachaba a su lado y acercaba una esponja y un poco de pan de jabón. Aquel empezó a limpiarlo. Tenía el ceño levemente fruncido, la mandíbula ligeramente apretada. JeongIn percibió cierto ambiente tenso, pero no tenía las energías para querer arreglarlo—. ¿Le gusta el mar, JeongIn?

El menor elevó la mirada. Se quedó callado, pensando en las lecciones que había hecho junto a su madre y que en ninguna de ellas habían mencionado el mar. El corazón de JeongIn latía con tanta fuerza, intranquilo, que decidió hacer silencio.

—JeongIn —repitió el hombre, frotando la esponja en su brazo. Suavemente se detuvo y buscó su mirada. Tenía el ceño fruncido, las cejas pobladas, los ojos oscuros bañados en una ligera molestia o malestar. El rostro del Omega se puso pálido, recordaba la misma expresión en su padre, antes de que este lo retara o le llamara la atención—. Cuando le hablo quiero que me responda.

—Sí —habló, automático. JeongIn sintió que los vellos de su nuca se erizaban y suavemente trató de mantenerle la mirada, a pesar de que los ojos de aquel empezaban a destellar—. Sí... responderé.

—¿Su madre le explicó cómo es un matrimonio? —preguntó el Alfa, soltando la esponja sobre el agua. Suavemente lo vio apoyar el brazo sobre el borde de la tina, descansando su cabeza sobre él. Ladeó el rostro y desde aquella posición sus músculos se volvieron notorios. Su mano libre vagaba por el agua, acariciando la piel de sus piernas.

—Sí —respondió, mirándolo. JeongIn se estremecía cada vez que lo sentía rozar contra su piel—. Me dijo... que debemos ser compañeros.

—Mnh... —murmuró el Alfa, mirándolo—. ¿Y qué debe hacer usted como mi compañero?

JeongIn enrojeció, bajando la mirada. Suavemente frunció el ceño. Sabía qué debía responder, pero no quería. No sería verdad y no aguantaba su mirada destellante sobre él. JeongIn deseó estar en su casa, mientras sentía que dedos suaves lo tomaban del mentón y lo obligaban a elevar la mirada.

—Míreme. Los compañeros se ven a los ojos cuando hablan —continuó HyunJin, soltándolo, volviendo a su tranquila posición anterior—. Usted me habla, yo le presto atención. Me dice algo, yo le respondo. Para ser compañeros, tenemos que hablar... responda lo que le pregunto.

JeongIn lo miró, sin apartar su atención, sus ojos oscuros contra los ajenos. Sentía los ojos ardientes, la nariz rojiza por el llanto. HyunJin esperó una respuesta que jamás llegó. Allí, en silencio, con su mandíbula apretada y sus ojos profundos, lucía como un Alfa que probablemente su padre rechazaría. No solo por la dominación, por la juventud, la riqueza... JeongIn percibió que aquel era mucho más de lo que podría soportar. Más Alfa, más todo de lo que pudo haber sido su padre.

—Ahora que protejo a su familia, ¿ya no hablará más como antes? —preguntó el hombre, acercándose más, lento, con una atención plena sobre el Omega. Su enorme mano trepó por el agua, hasta el hombro delgado y pequeño del chico. Los dedos gruesos apretaron ligeramente el cuello delgado, tierno, suave. El azabache soltó un leve quejido, presionando su cuerpo contra la tina, apartando el rostro, mostrándole la piel pálida y cubierta de lunares, solo como un Omega podía hacer frente a su Alfa—. JeongIn... quiero que olvide por un segundo las diferencias de jerarquía y respeto que mutuamente nos debemos... hágalo y pregúnteme lo que quiera. No me enojaré... ni le haré nada que no le guste.

HyunJin lo soltó. Suavemente sintió que aquellos dedos acariciaban su mejilla y luego lo abandonaban. El menor presionó la mandíbula, analizando sus palabras. A pesar de no tener su toque sobre el cuello, no pudo moverse. Lo miraba de reojo, acalorado, rojito, agitado.

—Si me pasa algo... —empezó, no había notado que la voz le temblaba—. Si algo me sucede y ya no estoy aquí, ¿seguirá protegiendo a mi familia, como lo prometió?

—¿Qué quiere decir? —los ojos del Alfa destellaron. El oscuro cambiando a tonalidades fuertes, rojizas. JeongIn sintió que todo su cuerpo se estremecía ante la simple presencia. HyunJin no se movió, ni un músculo, siquiera sus ojos se apartaron de él.

—Si me muero... ¿se ocupará de mi familia? —se arrepintió al segundo de decirlo. El semblante del Alfa, que antes parecía intentar ser amable, se transformó por completo en seriedad, en algo indescriptible que parecía quebrarse en su interior. De repente, JeongIn juró ver cómo el ambiente se volvía pesado a su alrededor, como niebla espesa. Fuerte, mortífera. Eran las feromonas de HyunJin.

Se preguntó qué tanto pensaba. Si aquella mirada perturbada se debía a sus palabras o a un evento pasado, a un Omega en especial que no era él, sino el primer amor de aquel hombre, de ese Alfa. Un Omega que se había matado. Uno que le había cedido su lugar, allí, en aquella habitación, en el calor que aquel hombre brindaba.

—Si usted se muere... —habló finalmente el hombre, sin dejar de mirarlo—. Yo ya no tendré lazos ni obligaciones con los suyos. Mi familia empieza y acaba con usted... hasta que pueda darme un cachorro. Sangre de mi sangre, el niño me atará eternamente a un deber que cumpliré en su honor... si fallece. Pero yo no lo dejaré morir, JeongIn... es mi Omega ahora, depende de mí como yo de usted...

En aquel momento, el rostro de JeongIn se puso pálido como un papel. Suavemente sus mejillas empezaron a calentarse, rojizas. El calor subió por su cuerpo en el momento que comprendió que las feromonas de HyunJin iban contra él.

—Ya no pertenece a la casa de su madre, ni a sus hermanos, ni a ese mundo que sé que extraña. Tiene mi apellido en su nombre... y luego llevará en su nuca mi mordida. Usted es mi deber ahora, es mi responsabilidad... su vida depende de mí, JeongIn... y la vida cómoda que anhela para su familia depende de lo que usted haga de ahora en adelante. Lo único que le exijo... es que sea mi compañero y me dé una familia, yo cumpliré con mi deber como su Alfa. Lo que me pida, se lo daré.






















Yo quiero escribir monstruosidades, pero me algo me detiene.

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