3

Lo último que Yang JeongIn quiso hacer antes de perder su libertad fue caminar sobre el silencioso sendero de árboles, lejos de todos.

Se quedó allí mucho tiempo, sintiendo el fresco viento contra las mejillas rojas y el cuerpo caliente. Saboreando el susurro de aquellos eternos gigantes, clavando la mirada en las ramas que se agitaban aquella tarde donde dejaría de ser un cachorro. Ni su madre ni sus hermanos se acercaron, tampoco su futuro Alfa. Simplemente lo dejaron ser durante aquellos minutos. JeongIn bajó la mirada a sus pantalones cortos, a su camisa con mangas holgadas, todo blanco, a excepción del lazo oscuro en su cuello. Era tela gruesa, de calidad, que Hwang HyunJin había elegido para él a pesar de que JeongIn le había prometido a su madre usar el vestido holgado de su abuelo Omega, años atrás. Traía zapatos de cuero nuevos y le habían prohibido usar cualquier tipo de perfume, por orden del Alfa.

JeongIn observó el anillo en su dedo. Aún desde allí podía oír la hilaridad que caracterizaba a su madre, las risas de sus hermanos, fascinados por las cosas del lugar. Apenas comprendió que su apellido ya no era Yang, que ya nada lo ataba al nombre de su padre y que su familia ahora pasaba a segundo grado. Había abandonado su casa aquella misma mañana y los pocos años que vivió allí entraron en una maleta pequeña. Dejó su ropa porque su madre le avisó que HyunJin se encargaría de vestirlo de ahora en adelante. Con la intervención de su madre, JeongIn dejó casi todo. Libros, pinturas, zapatos. Dejó a Yang JeongIn encerrado en aquella casa que ya no era suya y simplemente trajo los pocos vestigios que pudo arrancar. Se aferró a las fotografías, a las manualidades, a las piedras preciosas encontradas en ríos y los dibujos que solía pintar con sus hermanos.

Entrecerró los ojos, sintiendo cierta presión en la cabeza. JeongIn llevó una mano a su vientre, donde el calor permanecía cautivo. Había sentido una gota de lubricante resbalar por su muslo en el momento que se casó. HyunJin lo había notado, su madre también. El Alfa lo limpió con un pañuelo, a escondidas, al sentarse. Le susurró que no se preocupara, que esas cosas pasaban y que faltaba poco para que todo termine. JeongIn estuvo de acuerdo, pero no aguantó estar un minuto más allí. Se sentía descompuesto, ajeno, sensible. Quería volver a casa, a su casa, y acostarse en su cama. Quería volver con su madre y con sus hermanos y usar vestidos. Anhelaba estar en la sala, con el fuego del hogar prendido, leyendo junto a sus hermanos, junto a mamá y a papá.

Pero su padre ya no estaba y necesitaban un Alfa que los protegiera. Papá había elegido a sus otros hijos, al otro Omega y ahora JeongIn ya no llevaba su apellido. Corría la suerte de haberse casado con alguien que podría cuidarlos muchos años, incluso Felix y sus otros hermanos tenían ahora la posibilidad de elegir a sus parejas. Había firmado la biblia familiar y ahora su familia recibiría dinero. HyunJin se encargaría de pagar las pocas deudas y tendría que darle cachorros. JeongIn sintió que la fiebre lo golpeaba en ese instante.

Eran solo unos meses. Tal vez un año. Podría aguantar un año. Los Omegas jóvenes a veces morían tras dar a luz, por la debilidad. JeongIn sabía que podía compartir ese destino, nunca había sido tan fuerte. Papá lo había dicho, lo recordaba hablar con mamá, alejados. JeongIn era su cachorro más débil, por eso lo protegía más. Incluso si aún estuviera allí con ellos, hubiese aconsejado casarse más adelante, al menos hasta que comprendiera realmente lo que era un matrimonio.

JeongIn respiró profundo, sintiendo los ojos ardientes. En realidad, pensó, esperar no servía de nada. Sus padres esperaron, para conocerse, acostumbrarse y aún así la familia se acabó. JeongIn alzó la mirada, a lo lejos. Sabía que no sería el único Omega para su Alfa, que si HyunJin quería podía tener a todos los que quisiera, a pesar del anillo. No esperaba nada de él, solo que fuera amable y cumpliera con todo lo que había prometido.

—JeongIn —escuchó y se volvió al instante con mejillas rojas y ojos cristalizados. Su madre estaba de pie detrás suyo. Traía un vestido elegante y hermoso, a pesar de las arrugas a los costados de sus ojos. Sus guantes blancos eran de seda, regalo de HyunJin. Traía su bolso entre las manos—. JeongIn... la fiesta ya acabó, ya me voy... tus hermanos quieren saludarte.

—¿Te vas... tan temprano? ¿Por qué? —el Omega de volvió. Estaba colorado, delgado. Sus rodillas rojizas tras una piel pálida. Los labios de JeongIn tenblaron—. Quédate... ¿queda la celebración de la noche, no?

—Lo organizamos, sí... pero no creí que tu celo vendría hoy. No queremos presionarte —susurró su madre. El Omega la miró con grandes ojos. Su ceño se frunció cuando sintió un leve tirón en su vientre, automáticamente llevó una mano a la zona, apretando—. Pensé que lo ibas a tener mañana... al menos para tu luna de miel.

JeongIn tragó saliva. El viento fresco contra su piel ardiente lo hizo temblar. Rápidamente presionó sus manos entre sí, intentando calmarse. El Omega la miró a los ojos—. ¿Qué me hará hoy? Dímelo, mamá. ¿Por qué elegiste esta fecha? ¿Qué cosa quieres que no recuerde? No te vayas, quédate...

—No te lastimará, JeongIn —habló aquella, acercándose para tomarlo de las manos. JeongIn dejó caer gruesas lágrimas, rojo por completo. Su respiración empezó a tornarse más rápida, entrecortada—. No te hará nada malo, créeme. No es un mal Alfa, yo jamás te dejaría con alguien que te lastime. Créeme, lo sé. Es un buen hombre, JeongIn... te tratará bien.

Pero su Omega se suicidó quiso recordarle, pero se atragantó. JeongIn frunció el ceño, sollozando.

—Ya... estás muy asustado y lo entiendo... pero verás que no es para tanto —su madre lo abrazó, JeongIn rodeó su cuerpo con sus brazos, fuerte. Ella frotó su espalda delgada—. No estaremos lejos, te vendré a ver y tú podrás ir a verme a mí. Tus hermanos te visitarán. Yo no te dejaré, JeongIn, estaré para ti. Podrás ir a casa en tu propio carruaje, no tendrás que compartir tus cosas nunca más... ni tus pinturas, ni tus libros favoritos. Y... permítete conocer a tu Alfa, JeongIn. Es tuyo ahora...

—Mamá, quiero irme a casa —sollozó, dejando caer lágrimas tras lágrimas—. Déjame ir contigo, prometo que no te haré enojar. Podemos vender las muñecas, los libros caros, los que papá me regaló, podemos venderlos ahora, sé que valen mucho, pero déjame volver a casa. No quiero...

—¡JeongIn! —gritó su madre y el Omega se sobresaltó. Automáticamente la soltó, bajando la mirada. JeongIn cerró los ojos con fuerza, sentía que no podía respirar bien—. Ya basta. Ya no puedes volver. No puedes volver más. Eres un Omega ya, uno casado. ¿Sabes cuántos chicos de tu edad querrían estar en tu lugar? ¿Sabes cuántos Omegas terminan casados con Alfas horribles? Conozco a HyunJin desde que era un cachorro, él es educado, es bueno y me siento agradecida que quiera estar con uno de mis hijos, a pesar de que mis cachorros fueron abandonados por su propio padre. Protegerá nuestra familia, aunque no le corresponde... permítete conocerlo, JeongIn, en serio. Tú eres su Omega y él es tu Alfa. No te pido que lo ames ni que te enamores de él, solo quiero que sea un buen compañero para ti, como tú para él. A veces eso importa mucho más... que otra cosa.

JeongIn no dijo nada, simplemente lloró en silencio. Sus ojos irritados miraron a su madre y esta sonrió, acariciando su mejilla. Suavemente la sintió acercarse más, para abrazarlo. El menor cerró los ojos.

—Sé que estos últimos tiempos han sido difíciles... pero trata de disfrutarlo, JeongIn. Tu Alfa solo tiene que ser un buen compañero y sé que lo será. No te preocupes por el resto... si el cariño nace, no lo desprecies. Te lo mereces. Disfruta de lo que él pueda darte.

JeongIn asintió. Suavemente ella limpió las lágrimas de su rostro con un pañuelo de tela, con un bordado que él le había hecho. Su madre se apartó, tomándolo del brazo y caminaron juntos. El calor de su cuerpo disimuló el llanto reciente. Cuando JeongIn acompañó a su familia hasta el carruaje, notó que él era el único que se sentía miserable.

—¿Puedo quedarme a dormir aquí algún día? —preguntó Felix, mirando los altos y enormes cuadros en las paredes, antes de salir. JeongIn lo miró en silencio—. ¿Puedo, JeongIn? Tomaremos té y dibujaremos bajo un árbol. El señor HyunJin dijo que tiene un establo con caballos hermosos y que todos son tuyos ahora, podemos cabalgar, ya que ahora soy grande y tú también.

JeongIn miró a su hermano menor. El cabello oscuro de Felix estaba largo y aún mantenía la ropa de cachorro en su cuerpo escuálido y pecoso. El resto de sus hermanitos, dos mellizos, corrieron directo al carruaje. Los saludó, sin tantas palabras. Sabía que si decía algo, se pondría mal nuevamente. JeongIn se tensó ligeramente cuando su Alfa apareció detrás suyo, con las manos repletas de bolsas de seda roja. JeongIn clavó la mirada en las golosinas que recibieron sus hermanos, en el bonito recuerdo de su boda. Ni siquiera pudo concentrarse en los detalles, solo observó que era algo pequeño, blanco y con flores.

Su familia saludó con una sonrisa y JeongIn avanzó tres pasos, mirándolos irse. Sus ojos oscuros, dilatados, se clavaron en aquel carruaje que ya no era suyo.

—¿Está bien? —escuchó detrás suyo. JeongIn no se movió, suavemente se volvió, sus ojos grandes, cristalizados. HyunJin tenía un traje azul oscuro, tenía un listón blanco amarrado a la muñeca, igual al suyo. Su cabello largo estaba atado y la sonrisa que antes tenía se había borrado. Lucía grande, alto, de hombros anchos y manos enormes. El Omega se sintió frágil frente a él—. JeongIn.

—Sí —susurró apenas, sentía que la garganta se le cerraba. Asintió nuevamente, la vista empezaba a nublarle en lágrimas. Solo esperaba que aquel pensara que se trataba de su celo.

—Su familia puede venir cuando quiera, JeongIn... y usted también puede ir, si eso es lo que le preocupa —habló el Alfa, quieto. JeongIn asintió, a pesar de que su rostro se deformó en llanto. Automáticamente lo cubrió, apartándose. No quería que lo viera llorar, aunque efectivamente lo estaba haciendo frente a él. JeongIn se secó las lágrimas con rapidez, interminable, debía esforzarse para tener una buena convivencia, por sus hermanos. JeongIn respiró profundo, frotando sus ojos. Su cuerpo se sobresaltó por completo cuando sintió una mano sobre sus hombros. Al volverse con rapidez, HyunJin la alejó—. ¿Quiere un té? Le daré su medicina, por el calor.

JeongIn se quedó quieto. Sentía la piel ardiente, afiebrado, sabía que dentro de unas horas las feromonas de aquel Alfa lo afectarían. Era consciente de que su Omega buscaría aquellos brazos, ese cuerpo. El menor llevó una mano a su vientre. No quería tomar medicina si eso significaba que iba a estar consciente para lo que viniera después.

—Estoy bien —afirmó, su voz salió temblorosa. El más alto lo miró, su ceño levemente fruncido, como si pensara demasiado qué decir. JeongIn sintió que la piel de la nuca le ardía, suavemente llevó una mano a la zona y se encogió, sintiendo el cabello húmedo en sudor. El menor se estremeció cuando el soplido del viento trajo consigo las feromonas de aquel hombre. Frescas, fuertes. Era como enterrarse en medio del bosque, entre árboles de corteza húmeda, tierra oscura y grama envuelta en rocío. JeongIn lo miró con ojos dilatados, entre asustado y fascinado.

—¿Quiere...? —empezó el Alfa. Las mejillas de JeongIn se pusieron rojas por completo, su ceño se frunció apenas y todo su cuerpo se estremeció. La mirada del hombre bajó hacia sus piernas, pálidas, delgadas. JeongIn copió su acción, apretando las manos en la tela de sus pantalones cortos y blancos. Los latidos de su corazón se aceleraron cuando observó dos gotas espesas y transparentes, cayendo con lentitud por su muslo. Las lágrimas brillaron en los ojos del Omega. Sintió una ola de calor golpear su piel. JeongIn se encogió en sí y automáticamente sintió fuertes brazos tomarlo de la cintura—. Tranquilo, está bien... no es nada, JeongIn, mandaré a buscar la medicina y preparar una tina.

—No... medicina, no, por favor, no quiero tomar nada —murmuró, perdiendo las fuerzas de sus piernas. JeongIn percibió los temblores en su cuerpo, suavemente apartó el rostro, escondiendo la naricita contra el pecho del Alfa. Sentía que la humedad resbalaba por sus piernas, las feromonas de HyunJin se volvieron más notorias. Lo escuchó mandar, ordenar con una voz que provocó ligeras sensaciones extrañas en el estómago. Sus manos se apretaron contra los brazos ajenos, hasta que sintió que lo recostaban con suavidad sobre una superficie esponjosa. JeongIn trató de recuperar la noción al abrir los ojos. Notó almohadones a su alrededor, grandes ventanas, un cuarto enorme en el que iban y venían mujeres que llenaban una tina con agua caliente.

Después, silencio. JeongIn entreabrió los ojos, suavemente trató de levantarse. Oyó pasos pesados contra el suelo y luego frías manos sobre sus hombros lo obligaron a sentarse. El corazón de JeongIn se aceleró, sus ojos se agrandaron, mirándolo.

—Tome —habló HyunJin, afianzando un firme agarre sobre su pequeña mandíbula. JeongIn sintió el aroma de la medicina en la nariz, el gusto amargo en los labios. Automáticamente apartó el rostro, negando—. JeongIn, le subirá la fiebre.

—No quiero... no —susurró, no aguantaba el calor en las mejillas—. No quiero, me hará mal.

—No le hará mal —insistió el Alfa. Sus feromonas invadían la habitación. JeongIn lo miró con ojos cristalizados, mientras HyunJin dejaba la medicina sobre el suelo. Lo vio a sus pies, desatando sus zapatos con rapidez. Sentía que todo su cuerpo latía a la par de su corazón, fuerte, rápido. Ardientes lágrimas bajaron a los costados de sus ojos, uniéndose a la humedad de su cabello. JeongIn negó, mientras su cuerpo se cubría de leves espasmos ante el contraste de la piel fría de las manos de HyunJin contra sus piernas y muslos calientes. El Alfa lo sujetó como si nada, sacándole la camisa de un tirón. JeongIn trató de alejarlo con sus manos, pero había perdido la fuerza. Era como si su cuerpo solo fuera movimientos vagos y lentos, sensible, vulnerable. Lloró en silencio cuando aquel le quitó el pantalón y la ropa interior, húmeda, pegajosa en lubricante.

JeongIn negó, no era momento aún. No se sentía completamente ido. HyunJin lo tomó entre sus brazos, mientras el Omega murmuraba que lo dejara, que esperara un poco. El aire abandonó sus pulmones cuando sintió que su cuerpo se derretía junto al agua tibia de una enorme y gruesa tina. Los ojos de JeongIn se agradaron, tragando agua cuando se resbaló y cayó de espaldas. Fuertes manos lo tomaron nuevamente.

—¡JeongIn! —alzó la voz el Alfa, aferrando una mano contra su pecho pequeño. JeongIn empezó a toser, mientras aquel le apartaba el cabello mojado de la cara. Se sintió nuevamente despierto, aunque su piel ardiera, aunque sintiera el cuerpo adormilado—. Disculpe... no creí que estuviera tan débil.

HyunJin golpeó su espalda. Traía una camisa blanca, sin el moño ni los cinturones. Las mangas levantadas revelaban sus brazos gruesos, cubiertos de vello. La cinta blanca en su muñeca estaba mojada. El Alfa lo miró con ojos dilatados, mientras apartaba los últimos mechones de su rostro. JeongIn cerró los ojos, asomando una mano hacia la ajena, fría, helada, contra la piel de sus mejillas ardientes.

—JeongIn... ¿siempre es así su período? —preguntó, JeongIn lo soltó, se sentía débil. Su estómago se retorcía en extrañas sensaciones que lo hacían apretar las piernas. Observó su cuerpo desnudo bajo el agua. Asintió levemente, jamás la pasaba bien durante sus celos. Se deshidrataba, vomitaba casi todo lo que comía y los calores insoportables le provocaban dolor de cabeza. Era como si su cuerpo supiera que pronto vendría un leve período de malestar. Se fundía, se perdía su fuerza, su cuerpo dejaba de funcionar con tal de guardar energías para aquellos malditos días. Eso era lo que recordaba de los pequeños momento de lucidez. HyunJin lo acomodó bien, para que no cayera—. Beba la medicina.

—Vomitaré —negó, encogiéndose.

—No lo hará, lo prometo —susurró el Alfa, acercando el vaso. JeongIn no supo en qué momento se movió. Aquella medicina era amarga, asquerosa, no comprendía porqué algo tan necesario debía tener un sabor tan feo. Felix solía picarle limón y naranja, para sumarla a la medicina. Así era menos amarga. Negó suavemente. El Alfa suspiró—. Sé que tiene un gusto horrible, pero lo hará sentir mejor.

No insistió más cuando JeongIn volvió a negarse. El Alfa lo apartó y ambos se quedaron en silencio. HyunJin estaba apoyado contra la bañera, sobre un banco pequeño. Sin aquel traje, la camisa le permitía notar sus hombros grandes. Lo vio desviar los ojos a su propio cuerpo. JeongIn tenía hombros normales, como todo Omega. Sus pezones eran rosados y pequeños. Era delgado y no tenía mucha carne para tomar. Sus ojos se desviaron cuando aquel bajó la mirada a sus partes íntimas. Su miembro pequeño, de piel tersa, con poco vello púbico.

—No tema de mí —murmuró HyunJin, mirándolo con sus oscuros y profundos ojos. JeongIn no se movió. Ya siquiera le servía el temerle, el sentir miedo. Estaba ahí con él, atado de por vida, a menos que encontrara prematuro sueño bajo el cobijo de la muerte. Suavemente juntó sus manos bajo el agua. HyunJin era su Alfa. Vivía con él, había asumido la responsabilidad de cuidar a su familia. JeongIn sintió un ligero tirón dentro del vientre, su piel se erizó. Sus ojos se desviaron a los iridiscentes de aquel hombre. Más alto, más grande, con mucho más mundo de lo que él podría tener ahora y en el pronto futuro.

Los ojos del Omega se dilataron cuando una gran mano se apoyó sobre sus hombros. Gruesos dedos, fríos, acariciaron la piel ardiente de su nuca. Las gotas húmedas de su cabello mojaron aquella piel. Un ligero apretón, suave, dominante, que evitó que hiciera  movimiento alguno cuando otros labios besaron los suyos.

Era frío, como el viento que entró por la ventana y acarició su piel cálida. Como si un lejano susurro le advirtiera que se conformara con su destino. JeongIn nunca en la vida pudo recordar la noche que dejó de ser un cachorro.










Si es la primera historia que leen mía, también tengo otro fanfic Hyunin.

Se llama HADO.

Pásense.

;)

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