11
HyunJin despertó bajo el malestar de funestos recuerdos. Un golpe fuerte y doloroso tiró de su corazón al instante que abrió los ojos, asustado.
Fría humedad recorría los mechones oscuros de su cabello, deslizándose por su frente, su cuello. Los ojos del Alfa destellaron suavemente cuando bajó la mirada a su pecho desnudo, donde una pequeña mano descansaba. Miró con grandes ojos los delgaditos dedos, la muñeca diminuta a comparación de la suya. Observó el anillo dorado que brillaba en el dedo. Era su joven esposo, su Omega.
HyunJin se enderezó suavemente, sintió que una brisa helada danzaba en la habitación, susurrando sus movimientos lentos en las cortinas delgadas que se removían ante las ventanas abiertas. El cielo estrellado se decoloraba ante un pronto amanecer. La naturaleza murmuraba por lo bajo y, si se concentraba, podía oír los lejanos ríos y claros que serpenteaban en sus tierras. Apenas una luz pálida entraba en la habitación oscura.
—HyunJin —escuchó un leve susurro. Sintió que su piel se erizaba. Apretó los labios y sus grandes ojos oscuros se desviaron a su lado, donde aquel pequeño cuerpo descansaba.
Siempre notó un parecido entre JeongIn y si difunta pareja. Mismo cuerpo delgado y bajito, la misma mirada, a veces incluso sus más naturales gestos lo devolvían a momentos que solo vivían eternamente en su interior. A veces, incluso, como en ese breve y fatídico instante, sus ojos lo engañaban dulcemente. Creía ver su cabello lacio color chocolate, su delicado rostro dormido junto a él, con sus pequeñas manos aferradas a su cuerpo en busca de calor. HyunJin abrió los ojos, tratando de descifrar si lo que veía era real, si aquel a su lado era el Omega que había amado casi toda su vida. Quieto, silencioso, bajo un manto de paz tan vilmente monstruoso que los ojos le ardieron. No quería cerrarlos, no quería dejar de verlo por temor a que desapareciera.
Sin embargo, no necesitó hacerlo, porque el Omega a su lado se removió como si le confirmara que nada en el mundo le devolvería la vida de su antiguo esposo. Aquel cabello sedoso desapareció, dejando uno oscuro de puntas rizadas, suave, delicado. La piel pálida de JeongIn era como porcelana, igual que sus largas pestañas oscuras y sus labios rosados. A pesar de los meses que llevaba allí, a su lado, aún su cuerpo delataba una notoria delgadez. El camisón corrido dejaba ver las marcadas clavículas. Se deslizaba sobre una piel tersa y suave, una que le gustaba tocar porque era fría. Bajó la mirada a las piernas acurrucadas, los muslos pálidos tenían el rastro de sus manos marcadas, mientras el camisón caía a la altura de su zona íntima.
HyunJin apartó la mirada, sintiendo que suaves lágrimas mojaban sus párpados. Las secó, suspirando. Lentamente se acomodó en la cama, volviendo su cuerpo hacia JeongIn. Estiró una mano hacia la cintura delgada y tiró de él. El Omega no puso resistencia, como siempre, mientras lo apretaba contra sí. Lo vio fruncir el ceño, escuchó sus bajos quejidos, y a pesar de todo, tuvo su rostro a centímetros suyo, mientras aquellas frágiles manos se aferraban a su pecho. Los ojos del Alfa destellaron, respirando lento y suave las feromonas del Omega.
Naturalmente, JeongIn era un joven precioso. Verlo provocaba que sus ojos se tiñeran del más puro rojizo. Despertaba sus instintos más profundos, los que había buscado ocultar por vergüenza y falta ante toda la educación que pudo haber adquirido. Hacía que sus anhelos significaran su nombre, provocaba gran dominio en sus pensamientos con facilidad, sin el más mínimo esfuerzo. HyunJin apartó un mechón oscuro de la frente del Omega.
Era un ser frágil. Sensible. Tenía una mirada devastadora que delataba cada uno de sus sentimientos. Al Alfa de HyunJin le gustaba, influenciaba en cada centímetro de todo su ser: el deseo, el placer, su forma de tratarlo y el dominio constante que buscaba ejercer sobre aquel. HyunJin lo atrajo hacia su cuerpo, apretando las manos en la cintura. Bajó la mirada al camisón corrido, a los muslos gruesos que fácilmente podrían darle paso a sentir la calidez de la zona íntima de JeongIn. Sus yemas recorrieron aquella piel, presionándose, buscando sentir sus feromonas.
—Mnh... —escuchó y notó sus grandes ojos clavados en él. Quieto. Apenas parecía que podía respirar. No esperó palabras de su parte, sino que lo acercó más, provocando que el ajeno repitiera su nombre—. HyunJin...
Una advertencia suave. Aún así el Alfa guió sus labios a la boca de JeongIn. Recibió una suave bienvenida, tal vez porque el Omega se estaba acostumbrando a sus constantes acercamientos durante la madrugada. Quería sentir su calidez, sus manos, quería saber que ese Omega estaba vivo y cerca suyo. No cerró los ojos, quería verlo bien. El ceño fruncido de JeongIn, sus largas pestañas, su cabello despeinado que se entrelazaba entre sus dedos. Apenas bastó unos pocos segundos para que sus párpados cerrados trajeran a su memoria el calor de viejos recuerdos. HyunJin frunció el ceño, acariciando el rostro ajeno. Se alejó unos centímetros, con el corazón latiendo vivamente.
El Omega que estaba frente a él no era SeungMin. Jamás lo sería, tampoco existía la remota posibilidad de volver a verlo en aquel mundo. Estaba muerto. El Alfa sintió la mirada de aquel joven sobre él. La respiración ajena ligeramente descontrolada, los labios brillantes y húmedos por el contacto... la mirada dilatada, opacada, esperando su próximo movimiento. Lo soltó, alejándose de un solo movimiento.
—Sigue durmiendo —habló, poniéndose de pie.
Caminó hasta el balcón. El frío le erizó la piel del pecho y los pies desnudo. La luz opaca del pronto amanecer apenas iluminaban las tierras y el bosque lejano. Pronto el sol tibio secaría el rocío del pasto. Y cuando los días bellos y suaves volvieran, aquel enorme jardín retomaría el encuentro de las voces de pequeños cachorros, los hermanos de JeongIn. El Omega con el que estaba casado recuperaría una pizca de felicidad momentánea, perdiéndose en un mundo que desconocía por completo.
Sé que pronto mi hijo se matará, Señor Hwang.
Había dicho la madre de este, sin rodeos. La señora Yang se sentó aquella tarde con total normalidad, con esa mirada vacía, sus palabras astutas. Ella trató de sonreírle. Probablemente después de dar a luz. Oh, no crea que es por usted, al menos no en gran parte. JeongIn siempre fue un cachorro débil, por eso creyó que su padre estaría para él toda la vida... para protegerlo. Lo amaba mucho, ¿sabe? Creo que más que a mí. JeongIn lo quiso con todo su corazón porque era la única persona en el mundo que podría comprenderlo. Le pido que sea amable con mi hijo... sé que es pretencioso de mi parte, pero... realmente me gustaría saber si JeongIn desiste de la idea de matarse una vez vea a su primer cachorro. Sé que no lo dejará, no hará lo que su padre le hizo a él.
HyunJin llevó una mano hacia su cabeza, suspirando. Su rostro se volvió hacia atrás, centrando su atención a la pequeña figura acurrucada en la cama, envuelto en sábanas. Ese Omega sabía camuflarse entre las mantas cuando quería. Sin embargo, sabía a qué se debía aquella posición tan íntima. Sus brazos aferrados a su pecho, sus piernas flexionadas, cuidando su vientre.
Solo algunos estaban al tanto de que JeongIn esperaba un cachorro.
La simple idea le encendió la mirada rojiza. HyunJin frotó su pecho, quitando la burbujeante sensación del cuerpo. Lo había notado una mañana que observó su cuerpo desnudo en la cama. Su piel perfumada, tibia de sol, delataba un aroma dulzón diferente al habitual. El roce caliente de sus dedos sobre su vientre le producía choques eléctricos, un constante zumbido al alma que brotaba de su corazón. Estaba esperando a su hijo, a su primer cachorro.
Siempre creyó que el momento dichoso de la paternidad sería una caricia al alma, similar a sentarse bajo el sol en otoño o acabar un buen libro a la luz de una opaca tarde tormentosa. Era su anhelo más grande, una calma que debería apoderarse de todos sus sentidos. Sin embargo, no sentía nada más que un ligero dolor en el pecho que no se le iba nunca. Era bajito, silencioso y molesto. Lo hacía sentir ansioso, enojado, nervioso. Y sabía que la razón se debía a JeongIn.
Que su cachorro creciera en su delgado cuerpo, cuestión que preocupaba al médico, no le era tan alarmante. Estaba ganando peso de a poco, lento, muy lento, pero le inquietaba pensar en la confesión de la madre de su Omega. JeongIn se iba a matar. Irremediablemente se iba a quitar la vida. Y si no anhelaba la muerte, se convertía fácilmente en el blanco de ojos ajenos. De otros Omegas, otros Alfas.
Lo había mantenido encerrado y alejado de todo el mundo, de todas las miradas y las filosas palabras que podrían envenenar su mente. No le importaba que la sociedad pensara que JeongIn tenía demasiados problemas de salud como para funcionar como Omega, porque sabía que solo eran puras mentiras que le ayudaba a evadir las miradas ajenas sobre JeongIn. Sabía que Lee JiSung quería torturarlo mentalmente, con el nido de víboras que había criado a lo largo de los años. Incluso Lee Minho siquiera disimulaba la atención que le generaba.
Y JeongIn no dejaba de meterse en problemas.
Le aterraba la idea de que aquel pequeño ser se encontrara en una situación límite que le provocara un aborto. Tanto el médico como la madre de JeongIn le habían aconsejado mantener el asunto en secreto, incluso del propio Omega. Estaba claro que JeongIn era un completo ignorante ante el tema. Parecía no sospechar de los habituales cambios que su rutina estaba teniendo, mucho más cuidadoso. Aún podía verlo ansioso, preguntando por su madre para cuestionarle cosas sobre la intimidad. Su vientre apenas era un pequeño bulto nada notorio y seguramente en el futuro, dentro de unos meses cuando JeongIn finalmente diera cuenta del cachorro, tendría que enfrentarse a la posibilidad de que este se quitara la vida.
Esconder el secreto no serviría. Se lo diría de tal forma que no lo asustara demasiado.
HyunJin suspiró, sintiendo el reflejo cálido de los primeros rayos del sol sobre el rostro. Un cachorro. Un cachorrito... desde el momento que se enteró, no pudo evitar pensar en cómo serían los próximos meses al nacimiento. Había algo en su interior, tal vez primitivo, que le aseguraba con toda alma que JeongIn sería una buena madre. Tal vez era su marcada preocupación por los pequeños mellizos, su alegría sincera al verlos correr, al jugar con ellos. Podía verlo a un lado del hogar caliente, moviendo suavemente la mecedora con un bebé rosado y abultado entre sus brazos. Con aquella expresión inimitable que solo las madres tenían. Aquella versión de JeongIn, tan alejada de la realidad, no se quitaba de su cabeza. Pensarlo le traía cierta amargura.
Tal vez porque sabía que JeongIn jamás sería feliz a su lado, ni siquiera por el cachorro... y que aquella simple imagen en su cabeza no era nada más que sus viejos anhelos, aquellos que alguna vez había soñado cuando era otro quien dormía a su lado. Alguien que lo amaba, que lo quería. HyunJin frunció el ceño, llevando una mano hacia su rostro. Un fuerte dolor atravesó su pecho. Abrió los ojos expectantes, lagrimosos, clavados en el lejano bosque. El sonido del río podía oírse desde allí, como una maldición. Allí, donde había arrojado las cenizas del Omega que amaba.
No le había dado entierro, a pesar de que sus tierras guardaban su propio cementerio. La iglesia no se lo había permitido y ahora SeungMin vagaba por aquellos bosques, perdido por la eternidad. Los ojos de HyunJin se oscurecieron al ver aquellos enormes y viejos ancestros, se movían lentamente con el viento. Desde que arrojó los restos de su Omega en aquel lugar no se atrevió a volver... aunque juraba que el dolor le había borrado el recuerdo del lugar exacto.
Había momentos en el año que intentaba buscarlo inútilmente. Creía, desde lo profundo de su vacía alma, que volvería a verlo, al menos un susurro de su presencia.
Dos años atrás, cuando el viento de la madrugada se llevaba su sueño, HyunJin merodeaba aquellos bosques solitarios. Podía caminar por horas, descalzo, a pesar de que los pies se le congelaran. Cuando notaba que se había alejado lo suficiente de todo signo de vida humana, soltaba sus recuerdos en palabras. Lo nombraba, lo llamaba, esperaba por él. Había rogado por alguna mísera señal que le marcara que su alma seguía a su lado.
No hubo ningún rastro y aún así sus ojos, sensibles por el anhelo de ver al fantasma de su amor, se congelaron al observar una silueta amable y juvenil andar entre aquellos eternos gigantes. Lo llamó, sin voz, creyendo que se trataba de aquel que ya no estaba con él. Pero aunque su corazón buscara su cabello castaño y su mirada amable, y aunque sus manos temblaran por querer tocarlo... no podría confundir jamas, con nadie más, el rostro que vio aquel día.
Fue la primera vez que percibió la existencia de Yang JeongIn.
Su cabello oscuro, rizado en las puntas, no hacía más que resaltar su piel pálida besada por la luz de la luna. En sus ojos no existía nada más que una tristeza y pena eternas, un llanto silencioso que pareció guiarlo como un ente por aquel bosque. Rendido, ajeno. Algo en su rostro le mostró la incómoda sensación de haberlo conocido, de saber quién era, a pesar de que ni su alma ni su mente recordara con exactitud.
Se sintió culpable por desear el calor de otro. Por permitir que sus ojos juzgaran belleza en el rostro de un ajeno, que simplemente dejara fluir el instinto de su Alfa, que buscaba a aquel joven inconscientemente. Quiso saber sobre él, simplemente para poder evadirlo y quitarse la tentación de verlo. SeungMin estaba muerto, era un Alfa viudo y había estado oculto entre sus propios pensamientos mucho tiempo. No podía existir otro más que su Omega. No...
—Perdóname, Min —susurró, tan bajito que tuvo la vaga esperanza de que el viento le llevara su arrepentimiento. Clavó la mirada en la extensión de bosques.
Jamás olvidaría el ardiente calor que brotó de su estómago el día que se enteró que la familia de JeongIn ya no tenía sustento. Fue como si el destino, el terrible hado que HyunJin había aborrecido gran parte de su existencia, le brindara la posibilidad de romper por completo todos los delgados y desgastados lazos que aún lo unían a SeungMin. Fue a su hogar, se aprovechó del sufrimiento que pasaban, de la desesperación de una madre por no acabar en pocos meses en la calle, con cuatro cachorros que seguramente serían tomados a la fuerza.
Una parte de él, la más animal, había ansiado el momento de verlo a la cara. Obtener a JeongIn no había sido difícil. A pesar de la modestia de su madre por calmar su propia desesperación, se lo entregó sin más. Le aseguró que JeongIn quería casarse, que llevaba un año siendo Omega y que por situaciones familiares no había podido presentarlo en sociedad. En menos de tres meses la mano de aquel joven fue suya.
Verlo de cerca por primera vez fue una experiencia diferente a lo sucedido en el bosque. Lo recordaba siempre, con el más minúsculo detalle. La ropa de cachorro ligeramente arrugada, a pesar de la tela blanca almidonada. Su delgadez, su terrible belleza oscura y silenciosa fue monstruoso de ver. No se parecía en nada a SeungMin. El cabello castaño, la alegría que comunicaba su mirada, sus mejillas sonrojadas y sus ojos alegres contrarrestaban ante aquella alma consumida.
Y a pesar de eso, no pudo detener el impulso de querer tomarlo para sí. Quería que fuera suyo, quería tenerlo cerca, verlo siempre. Detenerse en cada detalle de él que le respondiera el por qué le había hecho acordar a su antigua pareja aquella vez.
Y tal vez la ligera obsesión que creció en su ser y que aún quemaba en su estómago se debía a que no le recordaba a SeungMin por su físico, sino por la actitud y la mirada que su primer Omega tuvo los últimos meses antes de quitarse la vida. Aquellos que se obligó a olvidar. ¿Era tal vez un castigo divino el toparse con la misma piedra? HyunJin volvió la mirada hacia el Omega.
JeongIn jamás debió conocer su enojo. Era inevitable que en toda su tristeza HyunJin no reaccionara impaciente. Había tanto peligro en el mundo, tantas desdichas... que parecía que todas las exigencias que una vez quiso hacerle a SeungMin, antes de morir, las volcó todas sobre ese pequeño Omega. Lo había amado tanto, tanto... ¿por qué tomó aquella decisión? Lo hubiese perdonado, hubiese aceptado cualquier cosa, sin importar lo que fuera, solo porque era él. Se había humillado terriblemente... para que al final de todo terminara arrojando sus cenizas en un lugar cualquiera.
HyunJin había estado dispuesto a aceptar al cachorro que llevaba en su vientre, a pesar de que no era suyo.
Sintió una fuerte punzada en el pecho al recordarlo. El Alfa llevó una mano a la zona, frunciendo el ceño. SeungMin jamás le había dicho de quién era el bebé, ni siquiera quiso deducirlo. Sabía que Lee JiSung guardaba ese secreto, que entre las tantas cartas que se habían mandado, la única que HyunJin logró encontrar, Jisung le advertía que no le dijera nada. Que a fin de cuentas le había dado el cachorro que tanto quería. De nada sirvió leer aquello, puesto que fue el mismo SeungMin quien lo confesó.
Era algo que no comprendía. SeungMin siempre fue algo reservado, ¿por qué confesar su mayor secreto? Había pensado, una vez, que tal vez su Omega estaba al tanto de un secreto de Jisung, y que este lo había amenazado con contarle a todo el mundo el adulterio del que formó parte. No sería la primera vez que Lee JiSung arruinaba la vida de un Omega.
Traerlo en sus recuerdos le provocó dolor de cabeza. HyunJin presionó ligeramente sus sienes, mientras respiraba profundo y se volvía, camino a la habitación. La luz opaca del amanecer apenas danzaba contra el oscuro lugar.
Miró la cama donde JeongIn estaba. Acurrucado, tranquilo, tan entregado a su destino que no se parecía en nada al temeroso joven que había dormido a su lado los primeros días. HyunJin no desvió la mirada cuando escuchó un suave golpe en la puerta. Su oído agudizado percibió la voz del señor Kim, incluso por lo bajo.
—Pasa —habló, acercándose a la puerta. El beta apenas abrió, aún tenía la sencilla ropa de dormir, tan ajena al uniforme que solía usar.
—Señor HyunJin —comentó, sus ojos grandes. El beta desvió la mirada a su lado, como si quisiera ver más. El Alfa no comprendió porqué su cuerpo cubrió por totalidad cualquier visión de JeongIn a ojos ajenos—. ¿JeongIn está despierto...?
—No, ¿necesitas decirle algo?
—Yo... —el beta relamió sus labios. HyunJin frunció el ceño, sin determinar si la palidez del rostro se debía a la luz del amanecer o al simple hecho de que el Señor Kim estaba actuando extraño. Lo vio asomar una carta entre sus manos—. Señor, son terribles noticias.
HyunJin apartó al beta en un instante, saliendo de la habitación. Cerró la puerta con cuidado, no sin antes volver la mirada para asegurarse de que el Omega estaba dormido. Al centrar su atención en el señor Kim, este desplegó la hoja en un santiamén.
—La madre de JeongIn... ella... —mencionó, sin terminar la oración. HyunJin arrancó la carta de sus manos, leyendo con rapidez. Su rostro se puso pálido en unos segundos y rápidamente avanzó, con el señor Kim siguiéndolo por detrás —. Señor. ¿Qué le diremos a JeongIn?
—Aún nada. Que preparen mi caballo, levanta a ChangBin para que me acompañe y manda a otro criado a llamar al médico. Y, señor Kim... —comentó, deteniéndose a medio camino. El beta lo miró, el susto que reflejaba su mirada era un claro mensaje que comprendía bien—. No le digas a JeongIn... hasta que yo vuelva.
—Pero... ¿y sus hermanos?
—Están a mi cargo —habló, bajando las escaleras. El alfa frunció el ceño con cierto dolor, mientras evitaba cargar con todo el peso a su pierna coja. Al bajar, había una beta con la ropa lista para salir. HyunJin se vistió rápidamente, mientras daba órdenes —. No se quedarán solos, y si la madre de JeongIn se muere en estos días, traeré a los pequeños aquí. Les daré mi apellido, firmarán la biblia de mi familia... y espero que esto no provoque demasiado a JeongIn.
—¿Qué le pasó a mi mamá?
Todos levantaron la mirada. El rostro de HyunJin se puso pálido al ver al Omega de pie, al borde de las escaleras. Tenía una delgada mano agarrada del barandal y su camisón blanco estaba arrugado. Estaba despeinado, con el rostro surcado en una preocupación que le fue marcando las líneas del dolor en el rostro. Su dulce rostro empezó a agrietarse en desesperación.
—¡Señor JeongIn! —llamó el beta, avanzando un paso. Extendió una mano, esperando que el Omega la tomara cuando este bajó rápidamente.
—Vuelve al cuarto, JeongIn —habló, enderezándose. El señor Kim volvió el rostro. HyunJin no dejó de mirar a JeongIn cuando este se detuvo, tenía el rostro pálido, expectante—. Regresa... ya.
—¿Qué le pasó a mi mamá? —susurró bajito. HyunJin tragó saliva, sintiendo los labios secos. Bajó la mirada de aquel rostro asustado, hasta las manos temblorosas que apretaron el vientre. Allí, allí donde estaba el pequeño cachorro. ¿Cómo JeongIn no podía darse cuenta que tenía otro ser dentro suyo? El Alfa respiró profundo, volviéndose. Avanzó sin más hacia la salida, tomando su abrigo, colocándoselo, mientras oía que JeongIn lo llamaba y que el señor Kim intentaba persuadirlo—. ¡¿Qué le pasó?! ¡Llévame con ella, por favor! ¡Déjame ir a verla!
—¡Señor JeongIn! —alzó la voz el beta, justo cuando HyunJin salía del hogar. La punzada sobre su pierna ardió cuando sintió que pequeñas manos jalaban su ropa, empujándolo. Afuera estaban los criados con el caballo que había pedido, su potro negro. El Alfa apretó los dientes cuando sintió que JeongIn empezaba a golpearlo, a tomar su brazo, todo para que lo mirara.
—¡Déjame ir! ¡Déjame ver a mi madre, te lo ruego, Alfa, te lo pido! —sollozaba, con lágrimas bañando su rostro rojizo. HyunJin lo miró con grandes ojos, JeongIn se deshacía por completo. Se aferraba con fuerza a su cuerpo, a pesar de los temblores. Sus feromonas agrias empezaron a dilatar los ojos de HyunJin.
—JeongIn —murmuró, mirándolo a los ojos. No sabía siquiera si aquel podía verlo bien. Rápidamente aferró sus grandes manos a sus brazos, sus hombros. Era tan pequeño, tan delgado y delicado que le dio lástima—. JeongIn... ¿en serio quieres ver... a tu madre en ese estado?
En ese momento el Omega se detuvo. Lo vio abrir los ojos, enormes, una expresión que jamás había visto en su rostro. JeongIn se quedó atónito, tembloroso, mientras lágrimas silenciosas caían por sus mejillas. HyunJin frunció el ceño, sintiendo una fuerte punzada en el pecho. Suavemente lo atrajo hacia su pecho, cubriendo su piel fría con su abrigo. A los pocos segundos su llanto vibró contra su piel y supo que no necesitó decirle nada para hacerlo comprender.
—Trae el carruaje —ordenó a un criado, mientras sostenía con fuerza al Omega.
JeongIn no dejó de llorar en todo el camino hacia su antiguo hogar. HyunJin trató de envolverlo con sus feromomas, darle la tranquilidad que la marca que los unía debía prometerle. El señor Kim los acompañó, sentado frente a ellos, con un bolso a un lado repleto de medicinas y abrigos para cuidar al Omega. No supo si JeongIn comprendería realmente el dolor que aquejaba su madre.
HyunJin nunca conoció Omega alguno que sobreviviera a un lazo roto.
La madre de JeongIn había aguantado más de dos años. Y tal vez la desesperación por buscarle apoyo a su familia la mantuvo con fuerzas hasta ese momento. No quería que JeongIn supiera eso. Tampoco creyó que él lo pensara, porque tal vez lo único que vino a la cabeza de JeongIn en ese momento era el hecho de volver a su antiguo hogar, después de meses enteros sin recordar siquiera su aroma.
Cuando sacó al Omega del carruaje, este alzó la mirada llorosa, desastrosa. Su mirada se iluminó por unos segundos y HyunJin sintió cierto malestar en el corazón al ver su rostro.
La última vez que JeongIn estuvo en su casa, aquel hogar estaba deteriorado. Una casona enorme, viejísima, acosada por árboles y plantas que cubrían de humedad las paredes y teñían los ladrillos rojizos de húmedo musgo. Los arreglos de los últimos meses habían cambiado totalmente el hogar. Hubiese esperado otra reacción suya, al menos era ese su objetivo cuando ordenó arreglar el desastre que había dejado el padre del Omega. HyunJin esperó lo peor cuando observó que la puerta del hogar se abría y un delgadito y escuálido cuerpo corría hacia JeongIn. El cabello negro de Felix estaba largo, despeinado, apenas amarrado a un listón azul francés. El joven cachorro se aferró a los brazos de su hermano mayor, llorando.
—JeongIn, por favor... —sollozó el más pequeño—. No entres, no lo hagas... mamá te escribió una carta, no... no quiere que te pase nada malo. ¿Vuelve, sí? Vuelve a tu casa... llévate a los mellizos, hazlo, por favor.
El pequeño le tendió a JeongIn un sobre con manos temblorosas. Su Omega lo miró con grandes ojos.
—Quiero verla —susurró. Arrugando la carta contra su pecho. El señor Kim se adelantó para ayudar a JeongIn a avanzar. HyunJin se quedó quieto, sintiendo que el estómago se le revolvía. El pequeño Felix lloró, tembloroso, sus ojitos amables se volvieron hacia él.
—Mi mamá se morirá —jadeó bajito, encogiéndose. HyunJin apretó los labios, quiso acercarse, darle la calma que sus feromonas podrían ofrecerle. Felix negó, limpiándose las lágrimas—. Si mi mamá se muere... JeongIn la seguirá. ¿Qué haré? ¿Qué haré? No quiero estar solo, no quiero, no tengo nada. Quiero... yo quiero a mi papá, q-quiero a mi papá.
Su estómago se revolvió por completo. HyunJin apartó la mirada, sus ojos se conectaron con ChangBin, quien había dejado el carruaje tras atar a los caballos. El beta se acercó al instante, acompañando al pequeño. El Alfa avanzó detrás de ellos, mientras sentía que el frío golpeaba contra su piel ardiente. El amanecer golpeaba un cielo dorado que empezaba a aclararse y pudo ver más allá de todo las grandes extensiones de bosques, los claros... allí donde había visto a JeongIn más de una vez.
Agradeció que los mellizos durmieran. Aunque sintió sus ojos destellar al ver a los dos cachorritos abrazados entre sí, acurrucados entre almohadas y osos de tela. Los tres criados que estaban allí habían preparado té en una bandeja, medianamente abandonada en medio de una mesa. El señor Kim estaba fuera de la habitación de la madre de JeongIn, con el bolso apretado contra el pecho y la mirada clavada en un punto fijo.
—Kim —llamó, el beta lo miró, tenía los ojos irritados —. ¿La viste?
—Está muy mal... señor —susurró, apartando la mirada—. Toda la piel de su cuello, donde estaba la mordida... es violácea, marcada en venas. Está pálida... su piel es gris. Ni siquiera tiene fuerzas para hablar. Yo... esto es muy triste, cuando JeongIn entró, ella le dijo que aguantó lo suficiente... lo suficiente para darle seguridad a ellos.
—No puede morir —murmuró por lo bajo, la había visto hacia varios días atrás. La había escoltado, la había escuchado contar todas aquellas anécdotas cuando JeongIn era un cachorro medianamente feliz—. ¿En serio... dejará que la marca de un hombre que no está hace tres años le quite la vida? Ella lo sabe. Sabe lo que provocará esto a JeongIn... ¿por qué...?
Sus ojos destellaron cuando sintió un agudo dolor en el pecho. HyunJin llevó una mano a la zona, empezando a sentirse descompuesto por la cantidad de sensaciones que empezaban a golpear su ser. Tristeza, miedo, desesperación, enojo... amor. El Alfa se acercó a la puerta, apenas abrió un poco para ver. JeongIn estaba arrodillado, con las manos aferradas a su madre. Un escalofrío le recorrió la piel al verla. Deteriorada, destrozada. ¿Dónde había quedado aquella mujer que, a pesar de la pobreza, mantenía cuidadosamente su imagen y la de sus hijos? Su cabello oscuro despeinado estaba desparramado sobre la almohada, su piel gris estaba marcada en venas, en miradas cansadas, labios blancos. Sus ojos oscuros miraban al joven con tristeza. Quiso aguantar la necesidad de entrar y sacar a JeongIn de allí, de evitarle la situación de ver a su madre morir frente a él.
—...No te vayas, no te vayas —lloraba bajito el pequeño—. No podré avanzar sin ti... no lo haré, no me dejes. Llévame contigo, quiero irme contigo.
—JeongIn...—oyó la voz de la mujer y no quiso estar allí. HyunJin salió a paso rápido, a pesar que un tirón doloroso brotó de su pierna a su columna vertebral. Ignoró el llamado de Kim y avanzó sin más, saliendo de la casona, internándose al sendero de árboles que aún guardaba aquellas viejas decoraciones infantiles que notó la primera vez que JeongIn lo llamó para aceptar darle su mano.
Cuando se encontró solo, vomitó sobre el suelo. Una ardiente sensación le quebró la garganta y le nubló la vista. La misma e irrevocable sensación de no tener el control y no saber qué hacer ante estas situaciones volvió a acosar su corazón. El llanto, el pedido de muerte, la tristeza eterna de su Omega... HyunJin cerró los ojos con fuerza, apretando su pecho con una mano. ¿Por qué tenía que decir eso? ¿Por qué ansiaba tanto la muerte? Le había dado todo lo que pedía, había hablado con él para mejorar su propia relación... había... había destrozado toda su inocencia. Sus sueños, sus ganas de vivir. ¿Qué derecho tenía a obligarlo a estar a su lado? Aunque lo anhelara y lo quisiera, él no querría pertenecer. Lo sabía. JeongIn se mataría, se mataría a pesar del bebé, del pequeño que crecía en su vientre. ¿Qué debía hacer? ¿Decirle, mencionarle que tenía otra vida en su interior y hacerlo sentir culpable? ¿Decirle que sus hermanitos quedarían destrozados?
¿Qué podía hacer para retenerlo a su lado...? ¿Qué derecho tenía a obligarlo a estar con él?
Ni siquiera había podido con su propio Omega. HyunJin clavó la mirada en el profundo bosque. Su corazón latió con fuerza, destrozado, cuando a lo lejos creyó ver al que había sido el amor de su vida. Lo observaba, lo miraba, expectante, mientras cometía el mismo error dos veces. Le rogó que hiciera algo si lo amaba. Algo...
La madre de JeongIn aguantó dos semanas más.
Escribió cartas, muchas cartas. Lloró junto a sus hijos, en especial con JeongIn.
Y finalmente se fue una madrugada de lluvia. La piel sobre su nuca se había puesto violeta, casi oscuro, y nadie más que él, el señor Kim, y el médico vio esa imagen.
Si algo detuvo a JeongIn de matarse esa misma mañana, fue la presencia de sus hermanitos, que lo tomaron de los brazos y el cuerpo entero.
Y si algo evitó que JeongIn pensara en la muerte, fue el hecho de mencionarle, tres días más tarde, que estaba esperando un cachorro.
No comprendió qué lo hizo ceder. No habló del cachorro en ningún momento, pero solía encontrarlo mirándose el vientre, acariciando la zona. El día que sepultaron a su madre en el cementerio de la familia Hwang, lo vio clavar la mirada en la entrada de casa, como quien espera a alguien.
Alguien que al parecer nunca vino.
PERDÓN POR LA TARDANZA es que estaba triste.
¿Qué les parece la historia hasta ahora? Agradecería un comentario con desarollo.
Tengo mucho cansancio.
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