10

HyunJin tenía un carácter amable y permisivo cuando se trataba de los cachorros.

Eso fue lo pensó tras dos semanas en la que su familia venía a dedicarle gran parte del día a visitarlo. De los siete días que JeongIn se la pasaba encerrado en la casona, cuatro pertenecían a sus momentos más agradables. Despertaba por las mañanas con cierta alegría que quemaba en el estómago, ansiado por sentir algo conocido. Cuando su familia llegaba poco le importaba pensar en los nuevos problemas que tenía en su cabeza, como ocuparse de una gran casa, ser un buen Omega y esposo. JeongIn tomaba los consejos de su madre cuando ella tenía algo que decir, pero se los olvidaba al rato se retiraba a pasar tiempo con Felix y los mellizos.

Cuando HyunJin terminaba su trabajo por la tarde, iba con ellos y los mellizos corrían a abrazarlo. Al principio aquello lo descolocó, una sensación negativa brotaba en su estómago al ver lo diferente que era con sus hermanos, con los más pequeños. Había escuchado a HyunJin reír por las palabras de los mellizos, siendo que cuando estaban solos apenas sonreía. Puso maestros tutores de educación artística para ellos, además de la institutriz que les enseñaba a leer y escribir bien. Su madre estaba tranquila y no hacía más que repetir el buen hombre que era y que estaba feliz al saber que los hijos de JeongIn tendrían un lugar seguro donde crecer.

Un buen hombre... JeongIn se quedó pensando en aquello esa misma tarde que vio a su familia retirarse en el carruaje. Saludó con una mano a sus hermanos hasta que se perdieron de vista. Había sido un día feliz, repleto de charlas y risas en un pequeño mundo que quería conservar celosamente para sí mismo. Hicieron galletas y luego recorrieron una pequeña parte de los bosques que pertenecían a la familia Hwang, que era toda la extensión de los llanos, las lejanas montañas y los valles más hermosos y solitarios. Era un tierra enorme y desolada, habitada por animales asustadizos y majestuosos. Aún JeongIn no podía creer que todo ese dominio simplemente había quedado a nombre de HyunJin, tras la muerte de casi toda su familia.

Su ceño se frunció, planchando su ropa con sus manos calientes. Si no lograba darle un heredero a HyunJin, ¿a quién le quedaría todo aquello? Incluso tenía más propiedades a lo largo del país, barcos mercantiles, trenes de carga... la mayoría de la nobleza había recaudado su fortuna gracias al legado Hwang, por ello siempre estaba ocupado con encuentros y JeongIn recibía cartas tras cartas de Omegas de baja cuna que lo invitaban a tomar el té. Las rechazaba amablemente, aunque el señor Kim le recomendaba aceptar algunas. El beta lo acompañaba a todas partes, de hecho, podía sentir su presencia a unos metros, pendiente de él al igual que todos los criados y la servidumbre de aquel lugar.

JeongIn tenía los ojos de todos encima suyo desde aquella tarde que HyunJin lo tomó del rostro y le recalcó aquellas funestas advertencias. No te dejaré morir. ¿Qué podía hacer, más que guardar silencio? No se lo había contado a su madre. La amaba, la quería, deseaba que viviera lo suficiente para ver a todos sus hijos bien... pero ya no sabía si confesarle sus sentimientos era buena idea. Ella hablaba demasiado con HyunJin, de hecho, las tardes en las que el Alfa estaba presente, ella lo invitaba a caminar y los veía hablar por varios minutos. Sabía que se trataba de él, ¿qué le decía? Ella estaba convencida de que su matrimonio estaba dando frutos, tras ver lo amable que era HyunJin con ellos. Un buen hombre...

JeongIn no sabía lo que era conocer un buen hombre. No tenía una referencia clara, además, ¿qué sabía su madre? Su papá, el Alfa con el que se casó y tuvo hijos, los abandonó y la dejó en la miseria. Para su madre ser un buen hombre radicaba en el cuidado que podía otorgarle a los Omegas, a la familia de este y a los cachorros. El sustento económico y social eran primordiales... y el amor, el cariño, era un agregado que podía estar o no. No la culpaba, era la clase de matrimonio que ella había visto desde pequeña, igual que casi todos los Omegas de ese lugar.

JeongIn bajó la mirada a las hojas que tenía en manos.

Una era un dibujo que Felix le había hecho, las otras dos eran de los mellizos para HyunJin. Se quedó quieto observando los trazos infantiles. No podía negar el cariño que sus hermanitos estaban desarrollando por HyunJin y tampoco sabía si eso podía influir en el trato que el Alfa tenía hacia él. Si su esposo empezaba a querer a su familia, ¿naturalmente él le caería mejor? Frunció el ceño, suspirando. Si lograba tener un buen compañerismo con HyunJin, tal vez al morirse no dejaría a su familia fuera de su cuidado y sustento económico. Sabía que no tenía por qué cuidar de ellos... pero JeongIn no lograba embarazarse con facilidad.

—JeongIn —habló el señor Kim detrás suyo—. El señor HyunJin lo busca. Está esperándolo en sus aposentos.

Se quedó unos segundos de silencio. Asintió, avanzando dentro de la casona. El señor Kim permaneció unos dos metros detrás de él, mientras atravesaban el pasillo para dirigirse a las escaleras. HyunJin había estado trabajando todo el día, y a diferencia de siempre, solo bajó a saludar y volvió a sus cosas. JeongIn frunció el ceño cuando el señor Kim lo llamó.

—JeongIn, ¿le gustaría llevar las galletas que hoy hizo con sus hermanos? Estoy seguro que al señor le gustará —habló el beta, a su lado había un joven criado con una bandeja que tenía dos tazas humeantes, mermeladas y un tazón con las galletas decoradas. JeongIn se encogió de hombros.

—¿A él... le gustan?

—Estuvo preguntando sobre el buen aroma que había, mi señor —comentó el joven criado. Era el nieto de la cocinera, casi la misma edad que Felix. JeongIn no pudo evitar verlo por completo, al menos unos segundos. Era delgado, bajito, con la cabeza rapada y los ojos grandes. Lucía amable—. Lo acompañaré si gusta.

—Está bien —mencionó, avanzando. Escuchó que el señor Kim apuraba al pequeño y este en pocos segundos ya estaba subiendo los escalones a su lado. Eran de la misma altura, a pesar de que aquel tenía catorce años. No podía creer que los diferenciaba tan poco tiempo, siendo que JeongIn estaba casado y aquel joven se divertía cocinando con su abuela—. ¿Hace mucho trabajas aquí?

—Entré cuando vino usted, mi señor —sonrió, tenía los dientes muy grandes y chuecos—. El señor HyunJin es muy generoso con la paga.

—¿Crees que es un buen hombre? —no supo por qué mencionó aquello. JeongIn volvió disimuladamente la mirada hacia su espalda, el señor Kim no estaba.

Al observar al chico, este tenía el ceño fruncido.

—Bueno... creo que es un buen amo. Mi abuela siempre trabajó aquí, desde joven, igual que mi mamá y mi papá...  creo que es amable y muy estricto. Pienso que usted puede determinar mejor eso, mi señor, está casado con él.

No respondió nada ante eso. Bajó la mirada al anillo que descansaba en uno de sus dedos. Al acercarse a su habitación, empezó a sentir ciertas pulsaciones dentro de su pecho, mucho más fuertes y lentas. A veces la marca que tenía en su nuca le advertía la clase de sentimientos que tenía HyunJin, incluso antes de verlo. Reconocía su enojo, su tranquilidad, su deseo sexual... pero había cosas de él que desconocía, como la alegría o la felicidad, el simple cariño. JeongIn lo ganaba momentáneamente con su familia, pero HyunJin no tenía nada de eso.

—Gracias —murmuró, tomando la bandeja cuando el criado le abrió la puerta de su habitación. Entró con cuidado, dejando la bandeja sobre una pequeña mesita que descansaba frente a un gran ventanal, junto a una silla mecedora. JeongIn lo buscó, desviando la mirada de la cama tendida al vacío balcón.

—JeongIn —escuchó y su cuerpo se volvió hacia el cuarto de baño. Un fuerte latido golpeó su pecho, mientras planchaba su ropa con las manos cálidas. Se acercó con pasos silenciosos, abriendo la puerta.

HyunJin estaba de espaldas, recostado en la gran tina. Su cabello estaba mojado y goteaba lentamente contra su nuca desnuda. JeongIn se quedó helado en la entrada, bajando la mirada a los gruesos hombros, los brazos apoyados en los bordes, dejando notar los músculos que diferenciaba su anatomía de la suya. Su piel estaba lisa, húmeda en gotas, ajena a los rasguños que a veces le dejaba en la intimidad cuando podía. JeongIn dejó escapar el aire de sus pulmones suavemente.

HyunJin lo intimidaba. Su actitud, su físico, su forma de mirarlo y tocarlo. Era un Alfa dominante que tenía poder sobre él: había un papel que ambos firmaron, donde JeongIn se entregaba en matrimonio. Se había apoderado de su nombre, de la salud y el bienestar de su familia, incluso de su cuerpo. No era una sensación que había cruzado solamente por su ser, sino que veía Alfas y Omegas ajenos que bajaban la mirada ante él. Otros intentaban desafiarlo, provocarlo, pero HyunJin siquiera gastaba energías en responder a sus movimientos. ¿Por qué un hombre como él había elegido a un jovencito ignorante del mundo? ¿Gustaba intimidarlo? ¿Ver su temblor y su expectación ante cada movimiento que hiciera?

JeongIn no se consideraba un Omega atractivo. De hecho, el día que lo vio dentro de su casa, pidiendo por su mano, apenas era un joven sumamente delgado con la mirada asustada. Sus pómulos resaltaban, igual que sus costillas. Era el cuerpo de un cachorro que recién asimilaba su nuevo género. Ahora que llevaba varias semanas allí podía sentir el cambio en su anatomía, con más carne en sus muslos y cintura para definir las características que se suponía debía tener. Por ello, cuando lo veía con sus elegantes trajes y su bastón sentía que nada debía hacer a su lado un Omega bajito y asustadizo como él. Era una sensación que ahogaba en su estómago y subía a su pecho.

El Alfa volvió la mirada hacia él.

—Ven —comentó HyunJin, su voz era suave y demandante—. Quítate la ropa y entra.

JeongIn juntó sus manos. Apartó la mirada unos segundos de la desnudez de aquella espalda. Conocía a HyunJin en la intimidad, sabía cómo era su cuerpo, pero aún no se acostumbraba

—Traje... galletas y té —mencionó—. ¿Le gustaría... comer conmigo en el balcón? Se enfriará... de lo contrario.

—Ven aquí —recalcó, sin mirarlo—. Quiero que estés conmigo.

JeongIn presionó los labios. Empezó a sentir que todo su rostro se ponía colorado, cubierto de un rubor que fue tiñéndole la piel en humedad. No dijo nada, mientras se quitaba los calzados y empezaba a desabrochar la hebilla de sus pantalones cortos. Sus pulmones inspiraron con más profundidad, notando que las feromonas de su esposo cruzaban la tranquilidad, el suave tinte de la intimidad y un ligero deseo. No sabía si eso era actual, si simplemente era la simple esencia y marca de las largas noches que lo poseía en la otra habitación, sobre la cama. JeongIn era el único en aquel lugar que podía sentir aquello. Las criadas que entraban a limpiar su cuarto todas las mañanas apenas podían sospechar de lo demandante que era HyunJin con sus feromonas.

El hogar estaba repleto de betas. HyunJin no recibía a nadie que fuera cercano para él, si debía ver a un Alfa por trabajo, lo hacía fuera. Tal vez la única persona, además de JeongIn, que había percibido las marcas implícitas de su esposo sobre su ser había sido su madre. Eso le provocó más calor, de la mano de la vergüenza. Cuando raspó con sus dedos sus muslos pálidos, la desnudez de su intimidad, empezó a temblar y sentirse vulnerable. Su Alfa no lo poseía desde hacia mucho, con su enfermedad y su delicada salud no había recibido nada más que caricias sobre la ropa bajo un estado de dominación absoluta. La influencia de las feromonas y la marca volvían a su ser demasiado permisivo con el contacto, a pesar de lo que sintiera en el interior.

Empezó a respirar más profundo, como si sus pulmones exigieran más aire. Se quitó el listón que rodeaba el cuello de su camisa holgada, desabrochó los botones delicados y su pecho se reveló. Bajo la cargada ropa gruesa que le entregaba calidez solo se encontraba su delgado cuerpo de piel lechosa, pálida, con la caricia de los lunares en el cuello y la espalda. JeongIn sintió que el ligero frío de la habitación le erizaba la piel. Ya no se le notaban tanto las costillas, sus muslos estaban más gruesos y adquiriría más color cuando algo lo avergonzaba. JeongIn se quedó estático, grabó en su memoria su piel tersa y blanca, las muñecas pálidas con venas violáceas que pronto guardarían la huella rojiza de las manos de HyunJin. En su pecho se grabarían sus besos y la marca tras su nuca, ya casi cicatrizada, sería reabierta en el instante que sintiera la calidez de su semilla en su interior.

—Ven, te enfriarás —habló el Alfa, volviendo la mirada hacia él. JeongIn lo observó con grandes ojos, acercando sus delgadas manos a sus partes íntimas, en un vago intento de cubrir su vergüenza.  Casi juró ver una sonrisa en el rostro del Alfa cuando alzó una mano—. JeongIn.

Aceptó su mano. El Alfa se removió, mientras lo tomaba de la cintura y lo ayudaba a subir. El menor jadeó, temblando, cuando su cuerpo casi helado por la intemperie y la desnudez se enfrentó a la calidez del agua. Se acurrucó en el espacio que aquel le permitió, enfrentándose. JeongIn juntó las piernas contra su pecho, rodeando sus rodillas con los brazos. HyunJin estaba a un metro de él.

—Acércate más —lo escuchó, mientras una mano bajo el agua lo tomaba de los muslos y la cintura. Lo arrastró con la misma facilidad con que lo dominaba en la cama y JeongIn sintió que su cuerpo cedía rápidamente. Su acelerada respiración y el calor de sus mejillas delató el mismo estado que siempre tenía cada que lo reclamaba como Alfa. En el instante que se acercó más a él, aquel aferró los brazos a su delgada cintura. El menor alzó las manos, apenas rozando los hombros.

Un tirón doloroso cruzó su pecho y su estómago. De repente sintió que aquel lo superaba en tamaño, en fuerza, en voluntad, en todo lo que pudiera diferenciarlo totalmente de su insignificante ser. JeongIn apartó la mirada a sus manos delgadas, le estaba doliendo respirar.

—Cierra los ojos —exigió. JeongIn lo hizo, y al instante sintió que el agua caía sobre su cabeza. HyunJin le apartó el cabello del rostro, bajo la atenta mirada del Omega. El menor frunció el ceño, observando como tomaba el jabón a su lado, en una mesita y lo frotaba entre sus manos para crear espuma. JeongIn empezó a sentir el aroma suave a limpio, no era dulce, pero a veces tenía la esencia de diferentes flores—. ¿Cómo está tu familia?

JeongIn lo miró, mientras el hombre empezaba a limpiarle el cabello. Se quedó quieto, sus latidos eran acelerados. Podía sentir en el aire el deseo en las feromonas de HyunJin, emanaba de su piel, su cuerpo, su mirada que bajaba de su cabello a su rostro, al toque suave de sus grandes manos sobre sus pequeños hombros delgados.

—Están bien —susurró, agachando la cabeza al sentir que vertía más agua. Las gotas se deslizaron por sus mejillas, sintió el gusto amargo en sus labios. JeongIn creyó que lo iba a tomar allí mismo, en la tina. Era tal vez el único lugar en la habitación que le faltaba el rastro de la unión de sus cuerpos. Esperó unos segundos, notando que empezaba a frotar su cuello, sus hombros. Realmente lo estaba lavando como a un niño—. Mi familia está muy bien. No tienen necesidades... se lo agradezco.

JeongIn recordó los dibujos de sus hermanos, la alegría de los mellizos al estar con aquel Alfa. Su madre había dicho que era un buen hombre. JeongIn vaciló, inseguro en sus pensamientos.

—¿Le agrada mi familia? —preguntó, mirándolo. HyunJin presionó el toque en sus hombros, frotando sus huesos, algo que le proporcionó un ligero dolor que lo hizo encogerse. El Alfa sonrió, delineando con sus dedos su cuello—. Mis hermanos... están muy contentos con usted.

—Son buenos cachorros —respondió—. Su madre hizo un buen trabajo con su crianza.

Presionó suavemente los labios. Bajó la mirada y la desvió a los costados al instante. A pesar del jabón que creaba ciertas burbujas entre ellos, pudo ver la desnudez de HyunJin cerca de la suya.

—Te hicieron un dibujo.

—Lo guardaré —aclaró el Alfa, quitándole el jabón de los hombros. Se detuvo y ambos se miraron. JeongIn pudo notar, en ese momento, cómo el tiempo pesaba en la edad de HyunJin. La mandíbula marcada, el rostro maduro. Tenía los ojos de un hombre que poseía demasiada experiencia en la vida, a diferencia de él, que aún no se quitaba el reflejo del miedo por el mundo exterior. Vio cansancio en su mirada, una ligera infelicidad que había notado en los ojos de su padre meses antes de irse para siempre, cuando notaba que nadie además de él le prestaba completa atención.

Pero esa mirada no significaba que extrañaba a otra familia, tampoco se trataba de la supuesta tristeza que pensaba le provocaba la idea de abandonarlos para siempre. HyunJin no tenía otra familia. No había familia para él que no fuera JeongIn. Se lo había dicho su madre y se lo había confirmado el Alfa. HyunJin anhelaba tener seres queridos y lo había elegido a él para que se los diera.

La infelicidad en su mirada, sin embargo, era tal vez la ausencia del verdadero Omega que debería estar ahí con él. SeungMin, el primer esposo, el que había conseguido la muerte cuando JeongIn era un cachorro. ¿Qué recuerdos guardaba sobre aquella persona? JeongIn quiso preguntar. Sabía que en su vida solo conocería a HyunJin como su único Alfa, a pesar de no amarlo, no quererlo. Pero para aquellos la vida podía guardar más de un compañero. Su padre tuvo dos, HyunJin también.

—JeongIn —lo llamó HyunJin, apartándole los mechones mojados del rostro. El Omega lo miró—. Quiero... que seas sincero.

Lo miró, notando que HyunJin esperaba su confirmación. Asintió suavemente, sintiendo que el corazón empezaba a palpitarle más rápido. 

—¿Piensas matarte cuando me des un cachorro?

Abrió los ojos con sorpresa. Al instante su rostro se puso pálido. JeongIn quiso apartar la mirada, pero rápidamente la mano de HyunJin lo tomó de la barbilla, acariciando su cuello. No era el mismo toque de la otra vez, que le susurró con fuerza y brutalidad que no lo dejaría morir. Era suave, a pesar de que su respiración se volvió irregular.

Los ojos de HyunJin se oscurecieron lentamente cuando lo vio asentir. Apenas un movimiento bastó para que no se escuchara nada más entre aquellas paredes 

—¿Y qué le diré a tu madre? —preguntó por lo bajo el Alfa—. ¿Qué le diré a tus hermanos... para que entiendan que no volverán a verte nunca más? 

—No lo sé —susurró bajito, sus ojos nublados en lágrimas.

HyunJin asintió, soltando su rostro. JeongIn bajó la mirada, sus gruesas lágrimas se deslizaron por sus mejillas.

—No quiero que te mueras, JeongIn —la voz del Alfa retumbó contra él. JeongIn sintió que su corazón dolía. Un silencio se hizo entre ellos, hasta que HyunJin siguió hablando—. Vive... tengamos una familia propia y ve cómo tus hermanos crecen. Ten cachorros conmigo... y cría a tus bebés como te hubiese gustado que a ti te cuidaran. Yo estaré contigo.

JeongIn no respondió.

—No... no creo poder tener cachorros —sollozó, mirándolo con los ojos irritados. HyunJin sonrió—. Mi cuerpo... no quiere tenerlos.

—Los tendrás... y serán hermosos.

El rostro del menor se deformó lentamente. Tembló cuando sintió su suave caricia sobre sus hombros, sobre sus brazos. Su suavidad, su amabilidad y tranquilidad provocó más dolor y nervios en su ser que verlo tomarlo sin esperar su aprobación. JeongIn abrió los ojos cada vez más, mientras HyunJin se detenía, mirándolo. 

—Permanece a mi lado... sé mi compañero, sígueme y permíteme seguirte —habló—. Y aunque no me des cachorros... te prometo que toda tu familia permanecerá bajo mi cuidado. Les daré herencias y formarán parte de mi nombre siempre que tú estés a mi lado.

No comprendió lo que quería decirle. JeongIn lo miró con el rostro ligeramente asustado. ¿Todo dependía de él otra vez? ¿No necesitaba un cachorro... sino un compañero? Quiso advertirle que aquello sería imposible. Que podría seguirlo a donde fuera, pero que jamás su mente y su corazón estaría en sintonía con los suyos. Además... si lo que decía era verdad, JeongIn no podría irse nunca de su lado.

—Dame cinco años de tu vida, JeongIn —agregó, mirándolo a los ojos—. Y decide a último momento su quieres irte o no. Espero que para entonces... vivir a mi lado no te resulte tan terrible como para buscar tu muerte. También... espero que la razón por la que quisiste matarte tantas veces... desaparezca por completo de tu cabeza para entonces. Te cuidaré... a ti, a los hijos que tengamos y a toda tu familia. Me comprometo... si tú aceptas, quiero ser un buen Alfa para ti.

Un buen Alfa.

¿Qué tanto podría prometerle HyunJin como para tentarlo a quedarse? JeongIn sintió un gran pesar en su pecho. Desvió la mirada y allí sus ojos encontraron los dibujos de sus hermanos, doblados en partes. En todo momento que pensó en su muerte, jamás evitó todas las preguntas que lo llevaban a cómo reaccionarían sus hermanos. Cuando aquel deseo creció en su ser toda su familia estaba rota por completo.

Era como si cualquier dolor, por terrible que fuera, importara poco al lado de aquellos cinco corazones destruidos. Habían quedado en la miseria, JeongIn creyó que su madre se mataría por el dolor de perder su lazo... y que le dejaría a él la responsabilidad de cuidar a sus hermanos. Había estado tan asustado, tan solo y aislado de todo que se convenció de que su muerte solo sumaría un poco de dolor al pozo sin fondo que su padre había dejado. Los mellizos se olvidarían de él, Felix le lloraría toda la vida y su madre negaría la tristeza para poder curar la poca familia que le quedaba.

¿Qué pasaría si se iba dentro de unos meses? ¿Sería lo mismo? Finalmente pudo recordar la alegría y la felicidad de sus hermanos. Confiaban nuevamente en un presente próspero y bondadoso con ellos. No había tristezas y penas más grandes que cubrieran lo que causaría su muerte. No había nada. Su familia era feliz de vuelta. Sus hermanitos habían encontrado finalmente un Alfa en quién apoyarse... en quién creer. HyunJin había curado el lugar que su padre abandonó hacia tanto.

¿Qué tanto quebraría la vida de los pequeños si se mataba antes de que terminara el año? ¿De dónde venía... aquella inconmensurable tristeza? ¿Esa decisión por querer irse?

Si se mataba, su padre tal vez volvería... y solo se daría cuenta que otro Alfa había hecho lo que como hombre él debió prometerle a su Omega y a sus cachorros. Estaba seguro de que papá insultaría a su madre por casarlo tan joven, que le quitaría a los cachorros más chiquitos y volvería a destruirla por completo. Si eso pasaba... si su madre intentaba con Felix lo mismo que hizo con él... seguramente su hermano menor lo seguiría en la muerte.

Y su madre finamente se quitaría la vida.

No supo porqué, pero JeongIn no quiso eso. Empezó a sentir demasiado dolor en el pecho y sus ojos nublados en llanto trataron de mirar a aquel hombre. HyunJin no lo respetaba, no era su compañero, no había en él algo que llamara su atención pura. Le aterraba, le daba miedo pensar en todo lo que podía hacerle, en cómo lo penetraba, lo inmovilizaba, cómo buscaba enterrarse dentro de él para hacerle un hijo. Era el Alfa que le entregaba felicidad a su familia, a sus hermanitos, era el hombre que ahora le pedía seguir viviendo a su lado... si quería que la protección a su familia durara toda la vida. Mamá lo había arrojado a una habitación oscura donde no podía dar ningún paso. Lo había entregado sin que pudiera elegir.

¿Pero qué otra opción existía para ellos?

JeongIn sintió que HyunJin le limpiaba las lágrimas. El menor miró con amargura a su esposo. Al que sería el padre de sus hijos si lograba llenar su vientre. HyunJin era seguridad económica, era cuidado, educación, era un Alfa que dominaba a su Omega, que mandaba en el ámbito sexual. ¿Pretendía hacerlo feliz si se quedaba? ¿Qué felicidad podía tener si en cualquier momento aquel hombre podría echarlo con facilidad de su vida? Aún si JeongIn tuviera a sus hijos, a su sangre... así como papá había hecho. No podía confiarle su vida y su ser a un hombre que tenía tanto poder sobre él.

Por eso, a pesar de que asintió, no dejó de lado aquella valentía que su existencia guardaba para quitarse la vida.

Si en algún futuro HyunJin lo traicionaba como hizo su padre, JeongIn se llevaría a la muerte su propia vida y la de sus hijos. Lo haría frente a sus ojos, frente a sus manos, tal vez porque había perdido la oportunidad de hacerlo aquella vez que lo dejaron la primera vez.

—Prometelo —susurró. HyunJin no despegó sus ojos de él.

—Te lo prometo —respondió al instante. Lo vio removerse, estirando una mano hacia la mesita. JeongIn observó que había tomado algo pequeño. El Alfa agarró su mano y lo colocó en su palma. Era un broche plateado, un escudo con el apellido Hwang. Tenía pequeños diamantes en los bordes y una aguja larga que lo sujetaba a la ropa. HyunJin solía llevarlo cuando iba a reuniones importantes... pero este lucía pequeño y más brillante—. Úsalo siempre que salgas, te reconocerán como mi Omega. La aguja es para protección.

—Es pequeña.

—Aún así podrías matar a un hombre con ella —aclaró HyunJin, mirando el broche. JeongIn asintió, notando cómo sus dedos le mostraban los detalles. Detrás estaba su nombre grabado. Hwang JeongIn—. Tengo que ir al puerto ahora... a ver a Lee Minho. Ven conmigo, te mostraré mis barcos.

—¿Está cerca del mercado? —preguntó, HyunJin frunció levemente el ceño.

—No irás al mercado —respondió al instante. JeongIn apartó la mirada y HyunJin abrió los ojos, sintió que sus manos se tensaban—. Es... es peligroso. Hay muchas tiendas buenas, pero la gente que recorre sus calles...

—Creo... hum, que me quedaré.

Un silencio se hizo entre ellos. JeongIn agachó la cabeza, mientras veía de soslayo que HyunJin llevaba una mano húmeda al rostro, frotando sus ojos con cansancio. Lo escuchó suspirar, lo sintió pensar entre susurros.

—Ven... no creo que haya problema si el Señor Kim te acompaña —habló el Alfa. JeongIn se encogió de hombros cuando sintió que besaba su cabeza. El menor elevó la mirada al verlo levantarse. Se ruborizó al observar su desnudez, su miembro—. Iré a preparar las cosas, tómate tu tiempo. Mandaré a tus criadas para que te ayuden a cambiarte.

—Puedo yo solo —comentó. HyunJin volvió la mirada, desnudo. Todo su cuerpo goteaba. JeongIn estaba sentado en la tina, con el agua hasta los hombros, todo acurrucado y pequeño en una esquina.

—No... te las enviaré —aclaró—. Ah... JeongIn, usa el broche.

El menor asintió. En cuanto HyunJin desapareció de su vista, percibió un intolerable cansancio sobre el cuerpo entero. Soltó un suspiro, deslizándose en la tina, mientras alzaba el broche de la familia Hwang.

HyunJin le había pedido seguir viviendo... a cambio de darle a su familia su apellido. El menor recorrió con sus dedos el metal, era pesado. Si su madre lo viera con eso en la ropa, seguramente diría un sinfín de cosas respecto a los Alfas y sus extrañas formas de reclamar territorio y dominación. Podía oírla hilarante hasta en sus pensamientos, feliz al saber que alguien quería tener a su hijo a su lado. JeongIn realmente no sabía si su madre lo comprendía de verdad. Parecía entender su dolor... pero al final de todo parecía decirle que se conformara con ello. No lo escucharía nunca si se enteraba lo que el Alfa le propuso aquella tarde.

Las criadas llegaron diez minutos después. Eran dos mujeres jóvenes que se ocupaban siempre de él y de la habitación. Una se encargó de prepararle la ropa, mientras la otra lo ayudaba a secarse y peinarse. Por lo que sabía, ambas eran madres de cachorros pequeños, así que más de una vez JeongIn sintió aquella calidez y suavidad en sus dedos al cuidarlo. JeongIn estuvo preparado en poco tiempo, mientras terminaba de colocarse el broche.

El señor Kim lo buscó, con una leve sonrisa.

—Está muy apuesto, JeongIn —comentó, tendiéndole su brazo para que JeongIn lo tomara—. Permítame escoltarlo hasta su Alfa.

JeongIn sonrió, aceptando el gesto. El señor Kim sonrió aún más al ver el broche que colgaba de su abrigo. Al bajar, el menor notó que era poco parecido al que tenía HyunJin. Mucho más grande, menos decorado que el suyo. Solo tenía un diamante escarlata y opaco que resaltaba demasiado. El Alfa sonrió al ver su nueva marca en él.

—Mañana llamaré al sastre —le comento, mientras salían. HyunJin lo ayudó a subir al carruaje—. Le diré que te haga más ropa. Dos serán prendas que me gustan en ti... puedes elegir el resto, lo que te guste.

—¿Puedo para mis hermanos, también?

—Tus hermanos tienen su propio sastre —respondió el Alfa, mirándolo. JeongIn se ruborizó—. ¿Quieres... la opinión de otro para tu ropa?

—No... solo quería saber.

—En el mercado también venden buenos trajes para Omegas, no son de la misma calidad... pero hay diferentes estilos de otros países —aclaró HyunJin, teniéndole una bolsa con monedas. JeongIn sintió el peso sobre sus manos. El menor lo miró con grandes ojos—. Compra... un talle más para la ropa.

—Gracias, señor —murmuró, apretando la bolsa de monedas contra el pecho—. ¿Pero por qué...?

—Crecerás más —comentó el Alfa, ladeando levemente la cabeza—. Como ahora te alimentas bien tu talle cambiará.

JeongIn asintió, guardando su pequeño botín en sus bolsillos. Jamás había tenido tantas monedas, siquiera cuando ahorró en su niñez los pocos centavos que encontraba en casa. Inevitablemente pensó en usar un poco y entregarle el resto a su madre para guardarlo. Ahorrar les serviría para el futuro si algo salía mal...

No. JeongIn miró al Alfa una vez más. No comprendía por qué hacía todo aquello. Jamás le había preguntado con exactitud qué lo impulsó a buscarlo y pedir su mano. ¿Había algo en el que le gustaba? ¿Qué era? No era atractivo, de hecho, era demasiado delgado al momento de conocerlo. Sabía leer, tejer, su madre le había enseñado modales... pero nunca habían hablado de otra cosa.

¿Había algo en HyunJin que le gustara? JeongIn lo miró, conocía un poco sobre él, al menos el trato que ambos guardaban le había dado una idea de la clase de hombre que era. HyunJin era atractivo y amable con sus hermanos, era eso tal vez algo que no le desagradaba tanto. De ser libre, ¿lo hubiese elegido como esposo? ¿A él?

Alejó aquellos pensamientos cuando notó que el carruaje entraba al puerto. Los lugares eran viejas casas de piedra oscura, ennegrecidas por la humedad, el moho y la mugre de las calles. El ruido de charlas, gritos y risas estalló en sus oídos. Olía a agua salada, a pescado, a comida y una combinación de tierra mojada y ropa sucia. JeongIn cubrió su nariz, sintiendo que el estómago se le revolvía.

—JeongIn —el Alfa le tendió un pañuelo. El Omega lo tomó, llevándolo a su nariz. Se ruborizó al momento de sentir las feromonas del hombre—. Llegaremos al puerto en breve, ¿crees poder bajar?

—No lo sé —murmuró, encogiéndose.  Un ligero dolor empezó a hacerle cosquillas en la cabeza. Empezó a sentir el aroma de HyunJin a su alrededor, fuerte y dominante, algo que le trajo una calma traicionera que le sacó lágrimas. El carruaje se detuvo cuando HyunJin alzó un llamado. JeongIn escuchó gritos de mando, gaviotas, el ruido de las olas chocar contra la orilla. Rápidamente salió del carruaje cuando el señor Kim abrió la puerta. HyunJin lo siguió, tomándolo de los hombros cuando se dobló, la bilis goteó de sus labios al sentir las arcadas.

—¡JeongIn! —alzó la voz el Alfa, tomándolo de la nuca. El menor intentó soltarse, mientras se le llenaban los ojos de lágrimas. Negó, sintiendo que el estómago se le revolvía.

—¡No! —negó, tratando de alejarse del agarre de enormes manos sobre su barbilla. HyunJin lo tomó a la fuerza, obligándolo a mirarlo. Lo presionó contra su cuerpo y de repente, en breves segundos, empezó a sentir el aire menos pesado, a pesar de los temblores que brotaron de su cuerpo. Aquel lo había marcado con su aroma—. Yo...

—¿Quieres volver?

JeongIn volvió la mirada. Sus ojos chocaron contra los enormes barcos mercantiles. Monstruosas estructuras que guardaban el escudo de la familia Hwang como el corazón de una sirena. La gente caminaba, distraída, ignorando la presencia de ambos, a pesar de que HyunJin lo había tomado a la fuerza para calmarlo. Respiró profundo, mientras el aire parecía cortar todo su interior. Su mirada llorosa se clavó en el lejano mar. Tormentoso, oscuro, enorme.

—¡Hwang HyunJin!

JeongIn volvió la mirada. Sintió que HyunJin lo jalaba suavemente detrás suyo, en el instante que Lee Minho se acercaba con un criado más. Traía un capote negro y un traje demasiado fino para el clima deprimente del puerto. Al igual que HyunJin, tenía un bastón en su mano, a pesar de que sabía que aquel hombre no sufría ningún pesar.

—Lee Minho —nombró HyunJin, el otro Alfa se acercó, alzando la mirada para ver al pequeño Omega que lo miró con grandes ojos—. Creí que esperabas en el estudio.

—Pude ver tu carruaje desde la ventana —habló distraidamente. Lee Minho se inclinó, sonriente, sus ojos oscuros y penetrantes se clavaron en JeongIn cuando ladeó la cabeza en su dirección. Lo trataba como si fuera un niño—. Omega, ¿vomitando otra vez? Tienes un estómago sensible.

JeongIn bajó la mirada, limpiándose la saliva de los labios. Se inclinó suavemente en respeto cuando HyunJin dio un paso enfrente, obligando al otro Alfa a enderezarse. A pesar de eso, Lee Minho no apartó su mirada de él. 

—JiSung esperó tu respuesta a su carta por semanas. ¿No te olvidaste de él, no? Me dijo que puedes visitarlo cuando quieras... estoy seguro que serán buenos amigos.

—Él aún no se recupera —mencionó HyunJin.

—¿Qué hace aquí, entonces? —Minho replicó, elevando una ceja—. Eres un pésimo mentiroso, HyunJin. Asustarás al chico si no lo dejas interactuar con otros Omegas.

JeongIn elevó la mirada a su esposo. Este frunció el ceño y sus oscuros ojos se desviaron al señor Kim. Hubo una comunicación silenciosa que JeongIn notó y que casi siempre sucedía. No sabía cuántos años llevaban juntos como para poder comprender las palabras de cada uno con un solo gesto.

—El señor JeongIn tiene que comprar algunas cosas —mencionó Kim, inclinando su cabeza con respeto hacia Lee Minho. El beta lo miró y JeongIn apuró el paso hacia su lado—. Con su permiso, mi señor.

—Mnh, envíale una carta a JiSung —recordó Minho, mientras JeongIn retrocedía tras el beta—. ¡Quiere verte!

—Cuídalo —susurró con fuerza HyunJin, lanzando una mirada al Omega y luego al beta. El menor se quedó quieto, mientras los dos hombres se alejaban. Lee Minho hablaba animadamente y le trajo una sensación extraña verlo girar la cabeza hacia su dirección. Sus ojos negros parecían sonreír. 

—Vamos, JeongIn —el beta a su lado lo tomó del brazo. El Omega sintió una delicada mano sobre su mentón—. ¿Te duele... el estómago? ¿Quieres volver a casa?

—No... —negó, aún sentía el peso de las monedas en su bolsillo—. Quiero recorrer el lugar.

El beta asintió, sin poner objeción al pedido de JeongIn. Sin embargo, lo guió todo el camino que recorrieron para llegar a las tiendas. Había estado en ese lugar hacia un año, cuando acompañó a su madre a vender toda su joyería y los cubiertos de plata. Cuando el señor Kim lo guió a una tienda de ropa de Omegas, JeongIn se detuvo en la entrada. Apenas recordaba el camino, el aroma, los rostros. Había estado tan ausente por aquel entonces que a veces no sabía si eran simples recuerdos o situaciones que había soñado en el pasado. El Omega apartó la mirada. Había un hombre gritando a viva voz la venta de sus productos. Listones, joyas... tenía un aspecto barato. Era tal vez la clase de tienda en la que pasaría varios minutos viendo todo, sin comprar nada.

Decidió acercarse. Miró de soslayo al señor Kim, quien hablaba con la señora que atendía. Solo eran unos pocos metros de lejanía. Avanzó en silencio, esquivando a las personas que caminaban con rapidez. Su ceño se frunció suavemente al oír al hombre que atendía afuera del local, con la mesa de muestras.

—...¡Sal de aquí, Omega! ¡No tengo ningún puesto de trabajo para cosas como tú! —susurró con fuerza el hombre. JeongIn se detuvo frente al puesto, sus ojos expectantes al beta que parecía querer tomar un bastón, alzándolo apenas como si quisiera golpear al chico frente a él.

—Por favor, necesito comer... mi madre está muy enferma, puedo... puedo limpiar, ordenar, ¿no me recuerda? Era el Omega de la casa Park, siempre le comprábamos... mis hermanos y yo...

—Niño, tu casa ya no existe, sal de aquí si no quieres problemas —comentó con dureza el beta. Era un hombre viejo, con la barriga pronunciada y los años cargados en la piel arrugada y el cabello cano. JeongIn se quedó petrificado frente al lugar. Sus ojos se clavaron en el joven que se volvió hacia él. Era delgado, demasiado, traía lo que parecía ser una camisa holgada de nobleza, sucia y destrozada en algunas partes. Los pantalones marrones los reconoció como aquellos que papá solía comprarle en su niñez, eran calientes, perfectos para el invierno y solían durar varios años... pero JeongIn frunció suavemente el ceño al ver la desgastada tela en las rodillas, las manchas de mugre, tierra, sangre en la tela. Era un joven más bajito que él, de cabello castaño dorado. Tenía el rostro manchado de pecas, sucio, pero a pesar de la mugre que lo cubría podía reconocer la suavidad y la delicadeza de los Omegas de baja cuna, como había sido él en el pasado. Los cachorros que vivían en la calle estaban marcados por experiencias nefastas, cicatrices en el rostro, en las manos, en la mirada oscurecida...

Y lo que veía en aquellos iridiscentes le marcaba miedo, terror, una angustia que lo hizo retroceder un paso.

—¿Estás bien? —preguntó, las palabras le salieron solas. Los labios de aquel chico temblaron, igual que sus manos. Notó que la mirada de ese pequeño Omega se clavaba en sus ropas gruesas y abrigadas, en lo elegante de la vestimenta y el broche plateado del escudo de la familia Hwang que aseguraba la hebilla del abrigo. El joven rubiecito se puso de rodillas, desesperado, mientras sus manos se arrastraban hasta sus zapatos.

—¡Mi señor! ¡Por favor, déjeme ser su sirviente! —habló desesperado, llevando sus manos a su rostro, como si quisiera limpiarse la mugre seca. JeongIn frunció el ceño aún más cuando aquel le mostró los dientes, los molares blanquecinos, puros—. ¡No estoy enfermo, no! ¡Puedo limpiar sus cosas, ayudarlo a vestirse, acompañarlo donde sea... sé sobre la vida de un noble y los cuidados de un Omega! ¡Créame, mi familia pertenecía allí, le serviré mucho, por favor!

—¡Vete de aquí, Omega! —gritó el beta, acercándose para interponerse entre ellos. JeongIn retrocedió otro paso, mientras veía que el beta, un enorme hombre, empujaba al chico que seguía rogando—. ¡Harás que se me vayan los clientes!

JeongIn estaba a punto de ordenarle que lo dejara, pero el viejo beta se detuvo cuando tres hombres se acercaron, sonrientes, enormes. JeongIn los miró con grandes ojos, traían ropa sencilla. Camisas holgadas sepia, con el cinturón de cuero grueso, donde colgaba la bolsa de monedas y una espada. Los pantalones marrones y las botas, al igual que los múltiples tatuajes, delataron que eran hombres del mar. Sus cabellos castaños estaban teñidos suavemente por el beso del sol, signo de largas travesías que se marcaban en la piel morena y las cicatrices en diferentes partes del rostro y el cuerpo. Los ojos oscuros de aquellos brillaron cuando alzaron al pequeño Omega de los cabellos, mientras este soltaba un fuerte grito.

—¡Jihoon, maldita rata! ¡A dónde creías que ibas escapar! Inútil pequeña porquería —sonrió el hombre, mientras apretaba al Omega contra su pecho. JeongIn se sintió invadido, asustado, al ver la expresión de horror en el rostro de aquel chico. Su cuerpo delgado, demasiado frágil y diferente a la anatomía de ese hombre le produjo malestar en su interior. Aquellos parecieron ignorarlo, arrastrando al chico lejos de las tiendas, a los costados más oscuros y poco concurridos del mercado. JeongIn no pudo evitar ver cómo aferraban sus grandes manos en aquel pequeño cuerpo. En el cabello rubio...

—Joven Hwang —mencionó el mercader a su lado, JeongIn bajó la mirada a la mano frente a su pecho, como si le diera un alto. No supo en qué momento avanzó. El Omega miró con grandes ojos al beta—. Le recomiendo que no lo siga... y no haga caso de ese Omega. El capitán de un barco mercante lo tomó como ayudante... pero no se convirtió nada más que en el prostituto de todos los tripulantes. No le hará nada bien aceptarlo como su sirviente, menos si le ofrece su amabilidad... ese Omega seguramente morirá pronto.

—¿Quién... dijo que era?

—Era el cachorro menor de la familia Park, hace dos años su padre se suicidó por las deudas... y la madre y los cachorros intentaron seguir a flote con lo poco que tenían. Naturalmente, la mujer consiguió casar a dos de sus cuatro hijos... pero los Alfas de sus cachorros la dejaron sin cuidado. Es natural que pasen estas cosas por aquí —habló, volviendo a su puesto como si nada—. No le crea si le dice que tiene un hermano y una madre que alimentar. Ese chico está solo, sé que su madre se mató en el mar con el otro cachorro que le quedaba... y él trató de seguirlos... pero verá, como le mencioné, un barco mercante lo encontró y se lo quedó. Bueno, ¿qué quiere llevar? Estas telas de aquí vienen del exterior, son finas y muy suaves, apuesto que se le verá bien a usted y como es de la familia Hwang, le dejaré estos tres broches de piedras preciosas de regalo... estoy seguro que a su hermano Omega le gustará.

JeongIn lo miró con grandes ojos. El hombre le sonreía amablemente, mientras mandaba a uno de sus ayudantes a preparar una caja para guardar las telas, asumiendo que JeongIn compraría. Bajó los ojos a los broches de piedras preciosas. Sí... había unos que seguramente a Felix le gustaría, incluso el de color rosa podría ser un buen regalo para su madre. Un detalle pequeño. Miró al beta, ¿lo trataría con tanta amabilidad si él hubiese sido el Omega que le pidió trabajo?

¿Lo trataría el mundo tan bien si, al final de todo, su madre no hubiese conseguido el favor de Hwang HyunJin para él y su familia? En otra realidad, pensó, él estaría en las calles como aquel joven, rogando comida, amabilidad, esperanza. Aún si muy en su interior supiera que jamás recibiría la ayuda de nadie, en especial de la nobleza. Además... pensó, mientras sus ojos se oscurecían, él se hubiese matado antes de caer en las calles. Sabía, muy en el fondo, que su madre también, arrastrando a los mellizos bajo el agua para descansar de aquella terrible realidad. Y Felix seguramente terminaría como ese chico, siendo pisoteado, abusado por las manos de decenas de hombres.

—Ah, señor JeongIn, ¿comprará estas telas? —escuchó la voz del señor Kim a su lado, había aparecido con numerosas bolsas en los brazos. El beta se acercó levemente, inclinándose para que solo él lo escuchara—. Sabe que el señor HyunJin puede conseguirle telas más preciosas, ¿por qué le pidió que guardara esas? Ni siquiera son los colores que le gusta.

—Acompáñame —murmuró, ignorando a los dos betas que lo llamaron. JeongIn avanzó a paso apresurado, sintiendo que el calor empezaba a mojarle la nuca y a teñirle las mejillas. JeongIn apretó el broche en su pecho, listo para sacar el puntiagudo alfiler de acero, de diez centímetros. Tenía la forma de una espada, apenas del tamaño de la palma de un niño. Sus ojos se agrandaron cuando se detuvo en la abertura entre dos edificios, oscuro, mientras veía a los tres hombres de antes sentados en cajones, rodeados de basura y roedores que se escondían. El más grande tenía al Omega sobre sus piernas, le había roto lo que quedaba de la camisa sucia de noble y ahora JeongIn podía verle el cuerpo marcado de manos, de pequeños cortes, moretones, mordidas y cardenales.

Todo su rostro se puso rojo, cubriéndose de horror, tristeza e impotencia. La piel blanca de aquel Omega manchada de la monstruosidad de los Alfas, de su mano insensible, asquerosa. Tembló ligeramente, mientras veía que sucios dedos tomaban el cuello del chico, presionándolo con tanta fuerza que el rostro del Omega estaba rojo. El Alfa manoseaba la zona íntima del joven sobre la ropa, frotaba su delgado cuerpo contra su entrepierna, diciéndole atrocidades que ningún Omega, ni siquiera una persona, debía escuchar.

Ese podría ser él. Ese Omega podría haber sido cualquiera de sus hermanos. A JeongIn se le encendieron los ojos irritados.

—¡Suéltalo! —gritó, rojo de la cólera. Un fuerte y doloroso tirón le atravesó el estómago. Los tres Alfas lo miraron de pies a cabeza y sus ojos de demonio brillaron al notar sus finas ropas. Dos se pusieron de pie y el más grande empujó al joven contra el suelo de una patada. JeongIn retrocedió, sorprendido y asustado. Sus manos rápidamente arrancaron el alfiler de su broche, sosteniendo ambas cosas en sus dos manos. El Alfa sonrió, mirando a sus compañeros. Se acercó apenas dos pasos, colocando su sucia bota sobre el cráneo del Omega que tosía en el suelo. El chico soltó un quejido, llorando. JeongIn sintió que sus pulmones ardían, miró al Alfa, entre aterrado, asustado, cubierto de dolor—. ¡Suéltalo!

—¿Quién te crees, cachorro? —siseó el Alfa, presionando con más fuerza la cabeza del chico. JeongIn se puso completamente rojo, sus ojos alterados alzaron el alfiler, apuntando al Alfa. El hombre miró el broche—. ¿Por qué haría caso a un Omega como tú? Este de aquí nos pertenece... nuestro capitán le paga para que nos haga de puta. ¡Déjalo trabajar y vete!

—¡Señor JeongIn! —escuchó la voz de Kim detrás suyo. El beta se detuvo, sosteniéndolo con fuerza del brazo. Los ojos del hombre se horrorizaron al ver la escena frente a él. Los Alfas desviaron su atención al beta—. JeongIn... venga conmigo... en este instante.

—¡No! —alzó la voz, soltándose. Dio un paso más, a pesar de que las piernas empezaban a fallarle. Sentía que la dominación de aquellos golpeaba contra su percepción. JeongIn empezó a respirar más profundo, podía sentir vagamente sus feromonas, apenas un poco debido a la marca. Podría ser su hermano, podría ser Felix—. Él... ¡él... se ofreció como mi sirviente, y vengo a llevármelo!

—¿Y para qué querría... un dulce Omega de la nobleza un prostituto como este entre sus criados? —preguntó, avanzando un paso igual que él. Se inclinó, tomando al chico de los cabellos y alzando su rostro con brusquedad. El joven lo miró con ojos cristalizados, tenía los labios rojizos, la mejilla guardaba un fuerte golpe que antes no tenía—. ¿O es que quieres probar con este Omega? ¿Qué...? ¿Acaso el cojo de Hwang HyunJin... no te complace como Alfa... JeongIn? Mnh... parece que a los jovencitos Omegas les gusta más el calor de los verdaderos Alfas... y por eso llueven por aquí como este inútil. Ven, cachorrito. Te lo daremos si quieres... pero tendrás que bajarte esos lindos pantalones que traes y poner tu pálido trasero contra mi verga. Entre los tres gustosos llenaremos tu pequeño y delicado vientre... hasta que se abulte de nuestra semilla. Le haremos el favor a Hwang HyunJin de preñar a su Omega, porque está claro que es tan inservible como su maldita pierna... ¡Dos Omegas en su cama y ni siquiera puede llenar sus vientres de bastardos!

—Repite esa mierda una vez más.

JeongIn volvió la mirada. Su esposo estaba de pie, apuntando con aquel revolver que tiempo atrás había quitado la vida de su caballo. El rostro de HyunJin era serio, sus grandes ojos oscuros se clavaban en el hombre que se volvió. JeongIn empezó a sentir la terrible dominación que empezó a brotar de su esposo, las feromonas agrias, amargas, que advertían su enojo y rabia le provocó un agudo dolor en el vientre. Soltó un bajo quejido, mientras el Señor Kim lo sujetaba de los brazos y lo protegía con su cuerpo. El Omega sintió que le quitaba el broche y el alfiler de las manos y fue en ese mismo instante que notó el dolor y la abundante humedad en su palma. JeongIn bajó la mirada, se había cortado la piel.

Hubo silencio. El Señor Kim lo alejó suavemente, a pesar de que JeongIn quiso buscar al Omega. Miró al chico a los ojos y este se arrastró por el suelo, entre sollozos, hasta sus pies.

JeongIn notó cómo aquellos hombres cambiaban su postura, más recta, más peligrosa. Eran del mismo tamaño que HyunJin, pero lucían como el tipo de Alfa que su madre hubiese llamado demonio. JeongIn volvió el rostro. La gente que seguía en el mercado apenas lanzaba una mirada, pero seguía con sus cosas, ignorando. Nadie intervenía, en especial las Omegas y las familias. JeongIn notó que los caballeros, sin embargo, volvían el rostro atentos, con una mano metida en el chaleco bajo la gruesa tela del capote. Notó que aparecía el señor Lee Minho, acompañado de su criado beta. El Alfa lo miró, luego al señor Kim y con una mano los llamó para que se acercaran detrás suyo.

—Hwang... —escupió el Alfa más grande, todos se detuvieron. Sus ojos se desviaron al rostro del hombre, que sonrió sobradamente a su esposo—. Le decía a tu Omega...

El primer disparo provocó que el señor Kim lo cubriera con su cuerpo. JeongIn soltó un grito, temblando, aturdido, mientras oía otro y de repente varios brazos lo rodeaban. El señor Kim, el criado de Lee Minho, mientras lo alejaban de allí. JeongIn se negó, sintiendo que el corazón le latía tan fuerte que respirar ardía. No podía hablar, no podía moverse.

—No... —susurró, con la voz quebrada, mientras veía que el joven chico sobre el suelo se acurrucaba pequeño contra la pared, cubriendo su cabeza. Podría ser Felix, podría ser su hermano en aquella situación, si nada de esto hubiese pasado—. ¡No lo dejen!

Pudo verlo, JeongIn asomó el rostro y por unos segundos vio la sangre brotando de una de las piernas del hombre que estaba de rodillas. Un brazo colgaba ensangrentado, mientras HyunJin le apuntaba la boca del arma contra la cabeza. Lee Minho estaba a su lado, su mano sostenía otro revolver.

—¡Trabajas en mis malditos barcos! —gritó HyunJin, su enojo provocó que su cuerpo temblara.

—No... —escupió el hombre, mirándolo con grandes ojos—. Es el barco de Christopher Bang, nuestro capitán. ¡Yo no te debo ninguna fidelidad!

—¡Christopher Bang es mi lacayo, animal! —los ojos rojos de HyunJin brotaron al instante. Las piernas de JeongIn fallaron, sosteniéndose solamente de los brazos aferrados del señor Kim, mientras le susuraba desesperadamente que no se desmayara. El criado de Lee Minho los guió hasta el carruaje, cercano, a pesar de que negó. Incluso en su debilidad las palabras de HyunJin latían contra su cráneo—. ¿Te atreves a tratar como prostituto a mi Omega? ¡Le exiges abrirse de piernas para ti, a ti! Te romperé la maldita mandíbula para que no puedas siquiera repetir su nombre. ¡Discúlpate con él antes!

—¡Señor HyunJin! —alzó la voz el señor Kim, soltándolo. JeongIn sintió que el criado de Minho lo sostenía, que ponía una mano cálida contra su frente, mientras JeongIn vomitaba lo poco que había comido sobre el suelo. La vista se le nubló en lágrimas, se sentía débil, frágil, todo su cuerpo hormigueaba. Se sentía en peligro. No sabía qué estaba pasando.

—Llevátelo —escuchó que HyunJin sentenciaba. Negó entre temblores, mientras lo metían al carruaje y lo recostaban en el asiento. El Señor Kim se puso de cuclillas a su lado, quitándole el abrigo, limpiando con un pañuelo su boca y la humedad de su piel. JeongIn negaba, sentía que murmuraba incoherencias.

—...No lo dejen con ellos, no, lo van a matar, lo matarán. Súbanlo aquí... por favor.

—Nada le pasará al señor HyunJin —mencionó el criado de Lee Minho, mientras le limpiaba el rostro con un paño húmedo. JeongIn lo miró con ojos llorosos. El señor Kim suspiró.

—Por favor... llévanos a un lugar tranquilo —pidió Kim. El criado de Minho asintió, bajando. El beta frente a él tenía una expresión preocupada, cansada, mientras le quitaba el resto del abrigo y le desabotonaba la camisa holgada—. No matarán al Omega... JeongIn.

—Pero yo lo vi... tú viste cómo lo trataban... no sobrevivirá.

Podría ser su hermano.

—Esos Alfas... no estarán más para lastimarlo, señor —mencionó y no quiso comprender a qué se refería. JeongIn derramó silenciosas lágrimas, mientras su rostro se deformaba y se acurrucaba en sí mismo. El Señor Kim apretó los labios, viendo cómo el Omega presionaba las piernas y las manos contra el vientre—. Trataré... de conseguirle un buen lugar. No creo... no creo que el Señor HyunJin esté de acuerdo con aceptarlo como su criado. Daremos una vuelta... en una hora seguro ya estará aquí. Mientras tanto... trate de relajarse. Le traeré agua y algo para comer... necesitará energía si quiere pedir a ese chico como su sirviente.

—Pero dijiste...

—Pienso que no estará de acuerdo... pero si se lo pide usted, JeongIn... no lo sé, tal vez lo acepte.

JeongIn no supo cuánto tiempo estuvo recostado en el carruaje. En un momento el movimiento se detuvo, escuchó voces, murmullos y oyó al señor Kim abrir la puerta. No sintió su amable presencia a su lado cuando abrió los ojos, sino que reconoció el traje de HyunJin. Sus feromonas habían perdido aquel rastro violento y ahora solo... olía a él. JeongIn abrió los ojos por completo, mientras lo veía ponerse de cuclillas frente a él. Sintió que una gran mano se colaba entre sus cabellos y le alzaba el rostro.

Quiso enderarse, hasta que sintió el tacto frío de un vaso contra los labios.

—Bebe —ordenó el Alfa, JeongIn así lo hizo. El paso del agua fresca sobre su garganta lo despertó, mientras sus ojos se clavaban en el rostro sombrío del Alfa. Solo llevaba sus pantalones y su camisa holgada. No traía chaleco ni tapado. Cuando bajó el recipiente, dejó suavemente su cabeza, a pesar de que JeongIn se incorporó, sentándose—. ¿Estás bien?

—Sí —susurró, juntando sus piernas. Su corazón empezó a palpitar con más fuerza. HyunJin se acercó, aún agachado, sintió sus manos en sus piernas. Mojó sus labios, tembloroso, dudoso. Ambos se miraron—. ¿Los mataste...?

—¿Querías que los matara? —preguntó al instante. El rostro de JeongIn se deformó.

—¡No!

—No los maté. Su sangre... no vale la pena en mis manos —respondió, acariciando suavemente sus piernas, como si quisiera tranquilizarlo—. ¿Qué hacías allí? —preguntó, mirándolo—. ¿Por qué no estabas con el señor Kim...?

—Estaba con él.

—No —remarcó el Alfa, mirándolo serio—. Kim nunca dejaría que te escaparas a esas zonas, siquiera dejaría que miraras a esos hombres. ¿Por qué estabas ahí?

JeongIn se encogió. HyunJin suavizó la mirada cuando notó que el Omega empezaba a temblar. Sintió sus feromonas cuando habló una vez más. 

—¿Te asustaste mucho? No debías escuchar eso...

—Quería... llevarme al Omega que tenían. Me pidió desesperado que le diera trabajo, de sirviente... —confesó. HyunJin lo miró en silencio.

—¿Qué Omega?

—El que estaba en el suelo. Me habló... y luego esos hombres se lo llevaron. Estaban... tocándolo y se veía que sufría. Parece que vive en la calle, es un Omega... morirá si no hacemos algo.

—JeongIn —habló el Alfa, mirándolo a los ojos —. Esas cosas pasan siempre... en todas partes. No se puede salvar a todos.

Sintió que el corazón le ardía. El Omega colocó las manos en los grandes hombros, empujándolo. HyunJin lo miró con el ceño fruncido, mientras JeongIn apenas se levantaba, rojo por completo. Se sentía tan débil.

—¿Cómo puedes decir eso... y luego tocarme con tus manos? —susurró con fuerza, la vista se le nubló—. ¡Yo también soy un Omega! ¡Él también era un cachorro de baja cuna, al que su padre dejó... llevando a su familia a la ruina! ¡Yo podría estar en su lugar, ¿como puedes decirme eso?! ¿Acaso mi vida importa tan poco? ¿Acaso solo vale si me caso con alguien, con un Alfa? ¡Yo podría ser él, mis hermanos podrían ser él! ¿Por qué eres tan cruel?

—¡Pero no eres él, JeongIn! ¡Ni tus hermanos ni tu madre! —Hyunjin alzó la voz, mirándolo a los ojos—. Estás llamando cruel al hombre incorrecto, JeongIn, porque no fui yo el Alfa que dejó a tu familia, sin importarle lo que pasara contigo o tus hermanos.

Un dolor agudo brotó en el pecho de JeongIn al recordar a su padre. Automáticamente sus ojos se llenaron de lágrimas, desbordadas sobre sus mejillas. HyunJin lo miraba serio, apenas con el ceño fruncido.

Había tantas cosas para responder... y sin embargo sus palabras lo callaron por completo. Sí. JeongIn bajó la mirada, llorando en silencio. HyunJin podía poseer su cuerpo cuando quisiera, podía tratarlo duramente, exigirle su calor, sus caricias... y aún así no se comparaba con la realidad que había visto hoy. La realidad a la que su padre los había dejado en el pasado, tras su abandono. Su padre era cruel, nefasto, era tan asqueroso como aquellos Alfas que le exigieron penetrarlo y llenarlo hasta la última gota si tanto quería salvar a uno de los suyos. ¿Hubiese vuelto su padre de verlo en aquella situación? ¿Lo rechazaría de la misma forma que aquel beta, asumiendo que pronto moriría? JeongIn presionó los labios, apretando las manos en el vientre.

—Quiero... vomitar —susurró bajito. HyunJin lo tomó de los brazos y lo sacó fuera del carruaje. JeongIn se inclinó, mientras sentía su mano contra la frente para evitar que el cabello se le ensuciara. Lo sintió frotar su espalda mientras las arcadas y la bilis colgaban de sus labios. Ardía demasiado, su garganta, su nariz, todo su pecho. JeongIn vomitó los restos de lo que su estómago tuviera. Agua, el desayuno, el almuerzo, incluso un poco sangre. Forzó su garganta, llorando.

—Ten cuidado, JeongIn —habló el Alfa, el Omega se quedó quieto cuando sintió su fuerte mano presionarse con cuidado sobre su vientre—. Te lastimarás.

JeongIn se quedó callado, temblando. Su estómago se revolvía dentro suyo, a pesar de la calidez de aquellos dedos aferrados a su piel. Su mirada alterada, dilatada, se clavó en el cuidado con el que lo trataba.

Jamás lo había tratado con tanto cuidado... y eso lo asustó.







Casi 10000 palabras.

¿Actualización el domingo? Perdón, era el martes. Ocurrieron cositas nefastas.

POR FAVOR COMENTEN QUÉ LES PARECE LA HISTORIA HASTA AHORA.

Breve reseña acá --->

Lean Hado o me mato.

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