~17~
Ruth tomó una bocanada de aire para darse valor. Tenía la opción de no responder aquella pregunta, incluso la misma Violeta se lo había dicho. Pero algo dentro de ella se removía indicándole que era seguro hablar, que podía confiar.
Nunca había dicho abiertamente todo el miedo que reprimía, solo cuando estaba completamente sola se daba el lujo de rozar esos pensamientos y autocompadecerse. Tampoco admitiría que más de una vez se replanteó su estilo de vida, sobre todo luego de lo ocurrido con Adam. Y cada vez que intentaba no caer en ese abismo de placer, perdía. Muchas veces el compartir cama la distraía, enfocaba su mente en otras cosas, pero ahora... ya no funcionaba la única salida que le quedaba en cambio, se volvió alguien promiscua. Y eso la molestaba más de lo que quisiera.
De a pocos y con cautela, fue contándole brevemente la historia a Violeta. Trató de ser tajante y mostrarse fría ante el tema, no quería recibir lástima.
Se sorprendió a sí misma cuando su voz tembló en cierto punto, una vez más volvía a rozar el miedo y lo detestaba.
—Eso es todo —finalizó de forma tajante.
Preguntas empezaron a carcomerle la cabeza, ¿por qué había hablado? Debió haber sido muy estúpida para dejarse llevar por esa sensación de confianza y valor fugaz que sintió.
—Yo... estoy impresionada —balbuceó la chica de ojos amatista.
Cruzaron la última calle que quedaba, a pocos metros se levantaba el edificio con departamentos en donde vivía.
—Tú... ¿no tienes miedo?
Ruth rio amargamente.
—No es como si un maldito acosador me tuviera en la mira las veinticuatro horas del día, para nada —soltó sarcásticamente.
—No me refería a eso, o sea, sí, pero... quiero decir que, ¿no te da miedo continuar con esa vida incluso después de lo que pasó?
Y ahí estaba de nuevo. La conversación volvía a girar entorno a su vida.
—Yo debería poder hacer lo que quisiera mientras no me dañe ni a otras personas.
—Sí, estarías en todo tu derecho... pero no todo el mundo piensa igual —respondió firmemente la azabache.
Ruth enarcó una ceja sin mirarla.
—Me gusta mi vida tal y como es —masculló. Se desconcertó un poco al decir aquello, pues tenía un sabor parecido al de una mentira.
¿En serio... le gustaba su vida?
Violeta no dijo nada, solo suspiró pesadamente. Se sentía un poco frustrada y no sabía por qué, apenas y conocía a la rubia que caminaba a su lado y ya quería inmiscuirse en temas que no le incumbían.
Pero... no podía evitar notar ciertas similitudes entre ella y su hermano.
Pocas personas sabían del pasado de Akim, de su adolescencia. Era alguien muy despreocupado y abrazaba la lujuria cada que podía. Un rompecorazones, le llamaba el resto. Fue un dolor de cabeza para su familia como para él mismo, hasta que un día simplemente no pudo más. Con la mirada perdida y el rostro mojado de tanto llorar, Akim le reveló a su hermana que odiaba el rumbo que su vida había tomado, que se sentía un inútil y un estorbo por no hacer nada bueno y ser una carga para la familia. Akim había hallado consuelo y distracción en fiestas y rollos fe una noche que, de alguna manera, lo distraían de pensamientos dañinos que lo asaltaban de forma cada vez más constante. No fue hasta que Akim se armó de valor para ir con un psicólogo que su vida empezó a cambiar a pasos cortos, pero seguros.
Violeta creía ver el reflejo de su hermano en la chica su lado, y así como hizo con él, estaba dispuesta a ayudarla... ¿pero cómo? Akim se recriminaba y acusaba de ser un estorbo, alguien inútil. ¿Qué era lo que se recriminaba Ruth?
—¿Crees que Nick pueda llegar a corresponderle a mi hermano? —preguntó la joven de ojos amatistas de repente.
Ruth vaciló unos segundos.
—No lo sé... Nick, desde que lo conozco, es algo... lento para estas cosas. Parece un niño, pero ojalá que pueda corresponderlo —admitió con una sonrisa asomando por el borde de sus labios.
—Me cae bien, no me vendría mal tenerlo como cuñafo, en realidad.
—Ya... a ver si él dice lo mismo.
—Pff, lo hará. No hay mejor cuñada que yo en el mundo —sonrió con sorna.
—Pobre... iré rezando por él —bromeó la rubia, deteniéndose delante de la escalera que llevaba havia las puertas de cristal para entrar a recepción.
Al ambiente había logrado aligerarse durante esa última parte, la despedida no sería tan incómoda como ambas creían que acabaría siendo.
Ruth levantó la cabeza hasta divisar su piso y se dio cuenta que las luces estaban encendidas indicando que Luz ya estaba despierta. Un pequeño nudo se formó en su estómago al recordar las palabras de Aurora en la tarde.
—Bonito edificio —Violeta había barrido con la mirada aquel lugar y la calle en general. Tenían un toque entre pintoresco y lo suficientemente moderno.
—Sí, no está nada mal... —Ruth la miró con algo de duda— bueno, hasta aquí llegamos. Gracias por acompañarme, Vi.
Esperaba que aquel apodo no la incomodase. Entonces Violeta sonrió amigablemente, haciendo que dos pequeños hoyuelos enmarcaran sus labios. Ese simple gesto encendió una pequeña alarma dentro de la rubia de ojos verdes.
Todo el camino había olvidado su atracción sexual por la chica y ahora es como si volviera en forma de un baldazo de agua fría.
—Espero vernos otro día, fue... agradable conversar contigo —acotó ella de forma breve y se encogió de hombros a modo de despedida.
Ruth le devolvió el gesto con una discreta sonrisa, entonces Violeta empezó a caminar de regreso por donde habían pasado. Iría al paradero y tomaría un taxi hasta su casa, pensó Ruth.
Y aunque la azabache se había ido ya, perdiéndose entre la gente que iba y venía, la alarma dentro de Ruth no dejaba de saltar.
Necesitaría un baño con agua fría en cuanto pusiera un pie dentro del apartamento.
Ya dentro de la recepción, esperó el ascensor pacientemente. De pronto, la sensación de tener un mal presentimiento la abrazó por la espalda.
Quiso no darle importancia, pero el escalofrío que le erizó la piel y recorrió cada hueso de su columna la hizo incluso hasta temblar, dudando si entrar o no a su propio piso.
—Luz, ya llegué —anunció luego de retirar las llaves del cerrojo y cerrar la puerta tras de sí.
La castaña entonces asomó la cabeza por la puerta de su propia habitación. Tenía los labios fruncidos en una perfecta línea recta y el cabello atado en un moño del que salían varios mechones disparatados hacia todas las direcciones.
Luz tenía la mala manía de llevarse pequeños mechones a la boca y mordisquearlos cada que estaba nerviosa o muy molesta.
Luego de verla llevarse uno de esos mechones sueltos a la boca, Ruth supuso lo que tanto temía.
—Ruth, tú... ¿has hablado con Aurora durante el día?
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