~10~
—Ruth qué sorpresa encontrarte aquí, querida.
La rubia tenía en su rostro una expresión más dura que una roca.
Desde que lo descubrió observándola a través del ventanal, le fue imposible volver a sonreír y seguir el hilo de la conversación con sus amigas, quienes no se dieron cuenta hasta que el susodicho se plantó frente a su mesa.
Ruth no le dijo nada solo se quedó estática, con odio profundo inyectado en la mirada.
—¿Lo conoces, Ruth? —preguntó Maggie, percibiendo el rencor de su amiga.
—Vete —fue lo único que dijo.
—¿No me vas a saludar, cariño? —preguntó, haciendo una mueca de tristeza que más que conmover, incomodó a todas.
—Lárgate, Adam; o no respondo —gruñó Ruth.
Obviamente sabía que no podía armar un escándalo en aquel lugar público, lo último que quería era perjudicar a sus socias y sus amigas. Además, no quería incomodar a más personas con esa situación, que sus amigas estuvieran pasando aquello ya era más que suficiente.
—Ruth, solo quiero hablar contigo, no hay nada de malo en eso.
—Última advertencia, o llamo a la policía —amenazó, ya casi en su límite.
—Joven, le voy a pedir de manera cordial que se retire —intervino Alexia, poniéndose de pie con semblante serio y los brazos cruzados.
Ya no era la risueña muchacha de unos segundos atrás.
El hombre la observó de arriba a abajo y no tardó en esbozar una sonrisa burlona.
—Señorita, esto no es de su incumbencia —aclaró, carraspeando para reprimir una risa generada por la repentina actitud de la más pequeña.
Ruth observó a su amiga y al hombre de nuevo. Se puso de pie en su sitio, quedando cara a cara con él.
—Lárgate, ¿o quieres que te lo deletree, gilipollas?
—No me voy hasta que hablemos, Ruth —acotó, frunciendo sus labios en una línea recta.
—Tú y yo no tenemos nada qué hablar.
—Mi amiga le ha pedido que se retire, hágalo su no quiere meterse en problemas con la policía —dijo Alexia, mostrando una placa de oficial que sacó del bolsillo de su pantalón en un rápido movimiento.
El hombre inmediatamente cambió de expresión, con cierto temor y se tensó.
—¿Adam? ¿Qué mierda haces aquí? Lárgate de mi propiedad antes de que te sirva una ensalada de puñetazos, pedazo de idiota —amenazó Aurora que apareció de forma casi repentina y con una escoba en la mano.
A pesar de todo y que dijo aquello con un tono de voz lo suficientemente alto, las personas en el restaurante ni se enteraban fe lo que ocurría.
Adam observó a las tres chicas y se dio la vuelta en dirección a la salida.
Ruth por fin respiró con tranquilidad.
—¿A qué hora llegó ese estúpido? —cuestionó Aurora, sosteniendo con fuerza el palo de escoba en su mano.
—No tengo idea ni quiero saberlo —respondió Ruth, pasándose una mano por el cabello—. Gracias por la ayuda, Alexia y Aurora.
—¿Alexia? ¿Y tú qué hiciste? —inquirió Aurora con curiosidad, ni se había percatado que la joven también estaba de pie.
—Muchísimo. ¿Quién es?
—Ala, no sabía que eras policía —comentó la pelinegra sorprendida.
—Adam es un idiota, nada más.
—Sí, pero no me pareció solo eso —murmuró Maggie, enarcando una ceja.
—¡Aurora, tía, qué haces con un palo de escoba, gilipollas! ¿Quieres espantar clientes, tonta? —se escandalizó Lorena, algo agitada.
Ambas habían estado conversando en las puertas de la cocina, cuando Aurora le quitó la escoba al muchacho de la limpieza y salió casi volando en cuanto reconoció al tipo. Si antes estaba molesta, aquel encuentro la dejó peor.
Solo en ese momento, todos los clientes de las mesas cercanas se percataron de la escena.
—Gracias, Lola, ahora todo el mundo ha volteado a chismosear... grande, Lola, grande —masculló Aurora sarcásticamente y bajó la voz antes de continuar— te juro que si no fueran mis clientes también, los mando a todos a la mismísima...
—¡Bueno, que la comida se enfría! —interrumpió Farah de repente y con una gran sonrisa, intentando relajar el ambiente.
—Cierto, muero de hambre —la apoyó Maggie, animando a Ruth y Alexia a sentarse de nuevo.
—¿Cómo no van a morirse de hambre si están así de delgadas? —preguntó Alexia con una sonrisita.
Sin embargo, Ruth no pudo seguirles. Estaba tan molesta que lo último que le importaba era almorzar.
—Lorena, si vamos a trabajar juntas, hay cosas que debes saber —dijo la rubia de repente.
Intercambió una breve mirada con Aurora, quien asintió de forma aprobatoria. Ruth miró a sus amigas y se encogió de hombros mientras se disculpaba por aquello.
—Vamos a la oficina —suspiró resignada la pelirroja—, será mejor que hablarlo aquí.
—Luz también tiene que estar presente —soltó Aurora, caminando tras las chicas. Seguía teniendo el palo de escoba que apretaba con fuerza, tanta que sus nudillos estaban casi blancos.
—Bien, llámala... y deja de ahorcar a la pobre escoba, que no te ha hecho nada.
—Mira, Lorena, es la escoba o uno de tus empleados —aclaró.
—Voy a llamarla yo, si Aurora agarra su celular, lo va a destruir de una —Ruth sacó su celular del bolsillo y buscó entre sus contactos a la castaña.
Enrollaba su pelo de forma nerviosa en uno de sus dedos y se mecía nerviosamente sobre sus talones.
Violeta apareció llevando a la cocina una bandeja con platos sucios, fue interceptada por Lorena antes de entrar y le dio la indicación de vigilar la entrada por si el tipo de minutos atrás volvía. Ella también había sido testigo de lo ocurrido y estuvo a punto de avisar a su jefa, pero Aurora se adelantó con el palo de escoba.
La de ojos morados le dedicó una fugaz mirada de curiosidad a Ruth, quien conversaba por teléfono con una alarmada Luz.
—¿Quién era? —preguntó la pelirroja.
—Vamos a tener que tomar algunas medidas aquí, Lorena... solo puedo decirte eso por ahora.
Lorena la observó confundida.
—No ha vuelto, Lorena —informó Violeta con seguridad cuando regresó.
—Estate atenta, Vi. Puedes seguir trabajando.
La muchacha asintió y partió a continuar sus labores.
—Luz está de camino —dijo Ruth, pellizcándose suavemente el tabique de la nariz. Empezaba dolerle la cabeza, no era buena señal—, y está igual que nosotras.
Lorena sintió un fuerte escalofrío recorrer cada hueso y cada nervio de su espina dorsal. Tenía el presentimiento de que lo que estaba a punto de saber no era para nada bueno.
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