La vida que yo quiero
Había sido unos días difíciles, desgastantes de formas emocionales y mentales para el castaño. Luego de tres días, la habitación de Hiyori estaba limpia, llena de cajas con miles de recuerdos de su pequeña; le dolió hasta el alma pero era necesario acabar con ese capitulo de su vida, pasar de página como muchos le decían y vivir...
Había evitado el contacto con cualquier persona que no fuera necesaria y obligada. Su cabeza era un lío y, sinceramente, no tenía intenciones de poner esa sonrisa falsa en su boca para convencer a todos que está bien, ya no. Por otro lado, estaba el asunto de Yokozawa pendiente; no sabía que pensar aún de la imagen que vio, huía cada vez que esta llegaba a su mente. No lo culpaba, por su puesto que no, estaba en su derecho de hacer su vida una vez que terminaran, cosa que él hizo desde hace muchísimo tiempo. No podía creer cuánto le había lastimado sin querer y al fin, después de todo ese tiempo, podía ver el dolor ajeno, el dolor de Takafumi. Tendría que pedirle disculpa sin duda alguna, dejarlo solo había sido una barbarie cuando este también perdió a una hija.
Suspiró lleno de cansancio y estrés acumulado en media jornada laboral, había empezado a hacer rutinas de ejercicios después del trabajo, consiguiendo que dicha idea esté jodiéndole hasta el último músculo bueno, pero servía para demostrarle y demostrarse verdaderamente que estaba dando todo por cambiar. Una hora después de su desprecio mental por lo viejo que era y por no aguantar una rutuna de piernas, uno de sus subordinados se acercó indicándole que había algunos documentos que el mismísimo oso gruñón tenía que firmar.
El sujeto le recomendaba una junta para que chacaran ambos, como solían hacer antes después de cumplir un semestre de ventas y publicaciones, y evitar posibles problemas administrativos, por un instante quiso negarse porque el miedo le invadió. Ese miedo oscuro y latente que se instaló en su corazón cuando le dijo las últimas palabras y se fue dando por terminado todo lo suyo con él, sin embargo, Kirishima no era un cobarde. Estaba decidido que tendría que volver a tener que domar a su fiera andante y hermosa, volverle a dejar en claro que eran algo tan solido como un buen roble.
— Sí, gracias — atinó a decir dudativo, tomando los archivos. — Yo me encargo de aquí en adelante.
Se la pasó un buen rato viéndolos con mucho recelo, exprimiéndose los sesos en una buena manera de llegarle sin morir en el intento. No podía llegar diciendo un simple "hola", eso sería tan patético hasta para el mismo Yokozawa, pero tampoco podría llegar con otras intenciones más allá que las profesionales pues, sin dudarlo, el contrario huiría con las cola entre las patas como un cachorro asustado.
Si le preguntaban, era un mierda total.
Necesitaba esa confianza de la que tanto se mofaba, esa que había arrastras a Yokozawa a bares aún cuando este solo le mataba con la mirada, gracias a su perseverancia ese corazón era suyo. De él. De su propiedad. Y estaba dispuesto totalmente a reclamar esos labios nuevamente, imprimiendo un buen beso en ellos para borras cualquier rastro de esa mujer de anteojos extremadamente grandes.
Inspirado con los recientes pensamientos salió de su departamento como todo un campeón, dispuesto a actuar natural, bajo por el ascensor metalizando algunas posibles respuestas ante escenarios realistas. Al llegar, Henmi salió a recibirlo y disculparse por el comportamiento indebido que tuvo con su jefe días atrás e incluso le afirmó que le pidió disculpas aunque solo recibió un regaño horrible.
— Preocúpate cuando él no te diga nada, ahí es cuando en verdad lo has jodido — "Anda, créeme que te lo digo por experiencia". — Por cierto, ¿dónde está? Necesito darle unos documentos importantes de Japun.
— Oh, el jefe no está, se encuentra en su descanso — le informó viendo el reloj de su muñeca para confirmar lo dicho.
Eso estaba muy bien, podía estar en ese punto intermedio entre lo profesional y lo personal, podría hacer las cosas más amenas y matar dos pájaros de un tiro.
— Bien, gracias. Iré a la sala de descanso entonces, estoy seguro de que estará ahí mal humorado, ¿no? Lo alegraré un poco— estaba a punto de retirarse cuando Henmi le llamó, indicándole que no estaba ahí, cosa que le extraño muchísimo. — ¿Dónde está entonces?
El más bajo pareció dudar lo poco, cosa que no le gustó para nada al mayor y se temió lo peor, para su mala suerte, se trataba de eso mismo.
— Él salió a comer con la señorita Matsumoto — le informó algo cohibido, casi aterrado por el aura tan radical a la que se vio expuesto de un momento a otro. — Ella lo invitó, nosotros no tuvimos nada que hacer — se excusó rápidamente.
Kirishima no podía creerlo, sabía perfectamente de lo que se trataba toda esa salida. No era tonto, odiaba que los chismes siempre llegaran a él pues en más de una vez se enteró que el hombre más temido de Makurawa había salido con una misteriosa mujer, todos expectantes ante la mujer de estómago duro y valiente. Era obvio que ésta no se andaba con rodeos e iba por todo, no la culpaba pero él no estaba dispuesto a perder y lo mejor era que tenía todas las de ganar. Después de esa "cita" quizás ella le planteara la idea de salir formalmente y no sabía que respuesta recibiría y eso le asustaba.
No tenía ni idea de cual sería la respuesta de este, podía ser de un sí a un no, en dado caso, si fuera un sí, podría olvidarse de Yokozawa porque se aferraría con todas sus fuerzas a la idea de esa tonta relación unilateral por parte de la chica para sacarlo a la fuerza de su vida. Conocía lo testarudo que era, solo hacía falta recordar como se aferro a Takano a pesar de que fuera algo unilateral y estúpidamente doloroso e insano. No podía permitirlo. No, no y no. Era egoísta y para mala suerte de Matsumoto, se estaba metiendo en su territorio.
— Henmi, dime dónde está — su tono fue más desesperado de lo que quiso impulsado por la adrenalina pura del momento. — Anda, no tengo tiempo, necesito hablar con él urgentemente.
El hombre de cabello negro no supo en que momento todo había cambiado, empezaba a creerle a su jefe de lo excéntrico que era en realidad el jefe editor de Za Kan, tenía una dualidad impresionante que solo le dejaba una curiosidad insana de cómo esos dos personajes tan... "especiales" lograban tener una amistad, aún así seguía admirándolo de forma casi idolatra. Por otra parte, Kirishima no tenía tiempo que desperdiciar con Henmi, tenía que correr antes de que fuera demasiado tarde y ante la falta de cooperación se fue por otro camino. Una más fiable por el que Henmi caería redondito.
— Gato — dijo primeramente, confundiendo aún más al pobre hombre. — Yokozawa tiene un gato muy viejo y está muy enfermo. Se encuentra en la veterinaria en un chequeo pero recibí una llamada hace poco, unos diez minutos tal vez menos donde me dicen que quizás ya no viva para mañana — el vendedor se tocó el pecho por la pena, expectante al discurso y asombrado de que su jefe tuviera un gato, juraba junto con Kisa que una planta se le moriría al día siguiente de adquirirla. — Yo lo cuido por él, sabes como se satura de trabajo el pobre. Es necesario que me lo digas, Henmi, o te va a asesinar a ti por quitarle sus últimos momentos con su mascota.
El contrario lo meditó momentáneamente y asintió después de haber cesado la discusión interna con él mismo, cuando sus miradas se encontraron supo que esa parte del plan la tenía resulta y sonrió en sus adentros, satisfecho innegablemente. Le dio gracias a su abuelo por enseñarle como mentir, sin embargo, no sintió culpa porque se justificó internamente ante el hecho de que era por una buena causa.
Lo que no sabía era que el hombre de gafas los escuchaba del otro lado de la pared, inquieto por Sorata y enojado por la insensibilidad del hombre que alguna vez fue su amigo por no avisarle de su estado, ¿tanto lo odiaba que le mantenía oculto el estado del único vínculo que los unía? Un mensaje de texto hubiese bastado, claro, pero no, odiaba ser el último en enterarse de las cosas. Hasta el sonriente y carismático jefe de Japun sabía y peor ¡lo tenía a su cuidado! Eso le hizo sospechar porque conocía al vendedor como para saber que muy difícilmente podría soportar a una persona como Kirishima Zen.
Se mantuvo en silencio hasta que Kirishima salió para seguirlo, se preparaba para una calurosa discusión llena de reproches porque no quería seguir en ese estado, dejado de un lado como si su amistad desde la prepa le valiera un comino y mientras salía del edificio le marcó a Onodera para avisarle que llegaría en la noche de nuevo a la oficina.
[...]
Ambos caminaban por el mismo parque en que fue besado, era algo incómodo pero mientras la parlanchina mujer no se diera cuenta estaba bien. Había aceptado salir en esa ocasión para acabar con la falsa ilusión que se había inventado en su cabeza, no podía alimentar esas esperanzas cuando casi declaraba que no tenía corazón, porque el suyo estaba atrofiado y dentro de él había un idiota de ojos miel que no salí por más que lo intentase. Por lo tanto, era el momento de para todo aunque una parte de él, muy oscura, le dijese que aceptara esos sentimientos para ayudarse a sí mismo. Pensar en eso solo le revolvía el estómago y le hacía sentirse un hombre despreciable. Salió de sus pensamientos cuando notó el tímido agarre en sus manos, Matsumoto miraba al suelo y se veía el leve temblor de su cuerpo.
En su mente ya se preparaba para algo que no quería escuchar, algo que no tenía ganas de hacer, intentó hablar pero fue interrumpido con un leve "déjame hablar, por favor", no le quedó de otra más que morderse la lengua y ser lo más respetuoso posible con los sentimientos de ella, esperando a que estos salieran a la luz por primera vez.
Por otro lado, kirishima llegaba al parque casi con el corazón en la boca, definitivamente había roto el récord de las miradas puestas en él, después de todo no era normal ver a un hombre que arrebasaba el metro ochenta corriendo como caballo desbocado. Caminó aprisa adentrándose al parque seguido, sin saber, por el otro jefe editor que le seguía y que, en más de una ocasión, le había maltratado por hacerlo correr. No obstante, el estado de Sorata lo ameritaba y no le quedó más remedio que seguirlo.
Kirishima logró divisarlo a lo lejos cuando llegó a la fuente de chorros saltarines, jamás en su vida podría confundir esa espalada ancha que se cargaba en contrario. Ignoró el ardor de sus pulmones y corrió a su encuentro desesperado al notar la escena, no tenían que ser un genio para leer el lenguaje corporal de una chica que está a punto de declararse.
"¡Corre, corre, corre!" se reprochaba y animaba en partes iguales. "No lo voy a alcanzar, está demasiado lejos", se lamentó.
— ¡YOKOZAWA! — gritó con el resto de oxígeno que le quedaban en sus pulmones desesperado, queriendo más que nada para todo. — ¡Yokozawa Takafumi! ¡Yokozawa! — "mírame, mírame, mírame... por favor... estoy aquí por ti. Yo he visto por ti".
Estiró más los pies dando zancadas más largas, cerrando los ojos creyendo que eso le ayudaba a ser más veloz, fue deteniendo eventualmente sus piernas que ya no daban más; cuando paró por completo abrió los ojos y se encontró con las miradas de ambos en él, no se dio el tiempo deanalizar la escena y se movió por el puro instinto. Se enfocó en los ojos que más le importaban, los más importantes, los más especiales. Yokozawa lo veía con los ojos bien abiertos, paralizado casi al ver la osadía de ese hombre.
Poco a poco una enorme confusión se fue creando, desfigurando su semblante a uno atónito, confundido con destellos de dolo.
A pocos metros de ese par, posó lo más erguido que pudo y camino lo más firme que sus mallugadas piernas le permitieron sin apartar la vista de esos ojos color azul, por suerte estos tampoco se separaron de los suyos. Era como si el tiempo, en verdad, hubiese parado como lo muestran en las películas, tan... indescriptible donde sentías las manos sudadas y el estómago a punto de echarlo por la zona bucal. Cuando llegó hasta ellos hizo lo más estúpido del mundo, se aferró al azul en pleno día, en pleno público con claras intensiones de posesión, el agarre expresaba más cosas que una simple amistad, lo sabía pero necesita hacerlo tanto como el mismo aire.
— ¡¿Qu-?! — apenas logró articular cuando el otro se aferró más. — Kirishima... — empezó a murmurar con un toque de reproche y sorpresa.
— No — sentenció. — No. No. No. Yo... tú, nosotros. Ese día solo-, dije tonterías y tú no puedes. Yokozawa no puedes — balbeceaba. — No puedes tener una relación con ella.
Hubo silencio por ambas partes, Yokozawa hizo un intento por zafarse pero no se lo permitió. Dejarlo ir otra vez era como despedirse, ahora sí, para siempre de él.
— ¿Por qué? — fue todo lo que tuvo a cambio, no reproches, no negaciones o excusas para la mujer a lado suyo. Su voz era dura pero lo sabía, sabía que esa voz estaba casi rota por dentro.
— Porque te amo.
Luego hubo otro silencio, podía sentir el corazón latiendo de su vendedor a toda velocidad ignorando si era por él o por su locutora, la cual debería estar tan impactada como cualquiera que lo escuchase y no se equivocó, Takano veía con sumo asombro la escena desde los arbustos. Sus orbes marrones no se creía lo que acababa de presenciar, ni en un millón de años podía adivinar que Yokozawa había sido capaz de olvidarlo, empezando incluso una relación con alguien tan loco como para decir al aire lo que se decía en las sombras, entre paredes y susurros inalcanzables para los mirones.
— ... Yo — empezó el vendedor con un nudo atascado en la garganta.
— No digas nada, es mi turno de hablar — se animó a soltarlo, encontrándose con un rostro totalmente rojo pero lleno de esperanza, de sorpresa y alivio. — Te amo — repitió, sintiendo también su corazón saltar de goce. — Y siento tanto haberte dejado cuando tú también me necesitabas, bebé.
Yokozawa jadeó por la sorpresa, ese apodo le era puesto solo en ocasiones sumamente privadas y, aunque esta era una de ellas, había alguien. Tenía tanto que decir, tanto que gritarle, reprocharle y también tanto que liberar de forma positiva.
Era ridículo la liberación que sentía en su pecho, lo ligero que se sentía y la felicidad emergente que se instalaba en él de forma poderosa, estaba a punto de girar hacía Matsumoto cuando Takano apareció en su campo de visión, confundiéndolo y preocupándolo en partes iguales.
Sin embargo, en ese momento, fue como un ángel que cayó del cielo pues sin decir nada solo jaló a la mujer a un lugar lejano, dejándolos a los dos en esa privacidad que necesitaban. La mujer, contrario a lo que pensaba, no puso resistencia dejándose guiar por el extraño hombre mirando a ese par.
— Explícate — demandó con voz quedita. — Quiero, merezco y necesito una explicación, Kirishima, ¿soy un juego acaso? ¿por qué me dices esto, por qué no antes?, ¿por qué...?
— Tenía miedo — comenzó. — Yo no veía más que dolor y desesperación en mi vida y sentía que te estaba arrastrando, sentía que ya no era merecedor de ti y que, además, tú merecías a alguien completo y no fragmentado. Takafumi, todo lo que amo se muere, ¿y si algo te pasa a ti?
Dio un paso adelante y otro más al ver que el otro no se alajaba y tomó una de sus manos, rápidamente sintió como temblaba levemente y a envolvió con sus dos manos.
— Cometí muchos errores, los cuales puedo ver ahora y me arrepiento... quiero pedirte disculpas. Siento tanto haberte dejado a un lado, no haber visto tu dolor y solo provocarte más. Yokozawa, no soy perfecto, tú más que nadie lo sabes pero te amo y si es posible aún quiero recuperar lo nuestro. Solo si quieres — sus cartas estaban sobre la mesa, pero faltaba mucho que decir. — Hiyori estará en mi corazón siempre, he guardado sus cosas y puse en venta mi departamento, dejaré ese lugar por mi paz.
Guardó silencio y esperó su sentencia, ya fuera buena o mala la aceptaría pues entendería que pudo haber llegado tarde.
— Te dejé a un lado, rompí nuestra promesa, ¿lo recuerdas? Ese día en que todo comenzó, el día que dije que no me lo perdonarías si te dejaba de lado... yo lo olvide, olvide quien era mi refugio, mi hogar... olvide esa persona que estuvo a mi lado de manera incondicional. Te extraño, por eso vine. No quiero qu-
Una mano se posó en su labios, Yokozawa lo miraba sereno y solo asentía dándole a entender que lo entendía. Ya no quería volver las cosas complicadas, no quería que ese orgullo rechazara esas palabras que había esperado desde hace siete meses con paciencia. No, no quería eso, quería ser feliz y si esa era la oportunidad la aceptaría con gusto.
— Por suerte has logrado recobrar la cordura, idiota — comentó con la voz quebrada. — Haz valer tu palabra está vez, ¿de acuerdo? Ya lloré bastante por tu culo por toda mi vida.
Y Kirishima, por fin, después de esa llamada que llego a las cuatro con siete de la tarde anunciándole la más horrible noticia que un padre puede obtener, sintió felicidad absoluta.
[...]
— Parece que han solucionado todo — anunció el hombre viendo de reojo a la mujer, sentados en la fuente de chorros saltarines.
— Eso parece — comentó, viendo lo mismo que él.
— No luces muy sorprendida, ¿lo sabías?
— No, pero me doy una idea — apartó la mirada del abrazo que se dieron con algo de dolor para posarlos en aquel hombre. — Casi más de dos años el castaño actuó muy raro en una firma de mangas, me daba a entender con toda la sutileza del mundo que había algo entre ellos... supongo que en ese tiempo ya tenían algo, ahora ese actuar tiene sentido.
Regresó su vista para verlos alejarse a quien sabe dónde, suponía que todo había acabado ahí. Mañana sería su último día como trabajadora de esa librería así que jamás vería de nuevo al peliazul, también rechazaría el puesto en la editorial si era que lo obtenía.
— Ya veo... — murmuró el azabache. — ¿Quieres que te acompañe a tu casa, un café tal vez? Te ves algo alterada.
— Quizás se la desilusión al perder mi única oportunidad con él, ¿sabes? Realmente me gustaba, pero creo que nunca tuve una oportunidad, él parece de los que suele costarles decir un "no".
— Sí, es de esos — apartó la mirada de esos hombres cuando los perdió de vista, sin duda ellos estaban en su mundo y tanto él como ella fueron rápidamente olvidados. — No van a volver, se ven que tienen mucho de qué hablar.
Ella asintió concordando.
— Sí, eso parece. Me quedaré un rato aquí, tengo cosas que pensar.
El azabache asintió y se despidió amablemente de ella, deseándole lo mejor. Matsumoto duro varias horas convenciéndose de que su amor imposible era eso, imposible. — Adiós, Yokozawa, sé feliz con ese hombre castaño porque sea quien sea, tomó la mejor decisión: quedarse a tu lado.
FIN
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