Ella lo sabía...


Kirishima observó su celular, era el segundo mensaje que le mandaba y esperaba pacientemente una respuesta. No le gustaba nada lo que había pasado, era obvio que a Yokozawa le afectó el verlo abrazado a esa  mujer... no podía culparlo, el vendedor siempre fue muy cabeza dura para ver su valor y, hasta la fecha, había ciertas inseguridades que se negaban a abandonarlo. Si estuvieran juntos todavía, habría hecho comentarios mordaces y efectivos para dejarle bien en claro que él solo tenía ojos hacia su persona. Ojos para él. 

Seguía siendo así de una manera que no se lograba explicar del todo, pues aún era tormentoso el mar de las emociones y, la única diferencia, era que ya no se estaba ahogando. Ahora, estaba flote en un pequeño bote, tan pequeño que apenas podía caber con las piernas dobladas, pero al menos podía tener una mente despejada y analítica. Sorata llevaba un buen rato recostado en su cama, había abandonado por completo la sala de estar, aislándose en su propia habitación, con más exactitud en el sillón individual que tenía ahí. No le molestaba en lo absoluto, Sorata fue una gran compañía gatuna en sus noche eternas y en sus días insípidos. 

Entendía un poco más el amor irracional que le tenía Yokozawa y.... Kirishima frunció los labios ante la vibrante imagen de Hiyori apareciendo en su mente. Su pequeña, su tesoro, su corazón. El castaño se obligó a pensar en otra cosa, tomó su celular con toda la intensión de mandarle otro mensaje al menor cuando el aparato vibró; la pantalla se iluminó y, en la barra de notificaciones, el nombre de Yokozawa apareció. Su manos temblaron al abrir inmediatamente el mensaje. Era breve, conciso y al grano, como el sujeto. 

 Iré porque me merezco una explicación, dime el día y la hora. Buenas noches. 

Sí, que hombre tan más complejo. No tenía que pensarlo demasiado, quería verlo, quería explicar que ella le agarró en curva cuando lo agarró en curva al obligarlo a hablar de Hiyori. Sabía que después de eso, Yokozawa odiaría a la mujer y con justa razón, fue muy insensible de su parte querer entrar a la fuerza a su vida por una herida que apenas cicatrizaba, así que, de esa manera, le envío el mensaje que indicaba el día, que sería pasado mañana a partir de las siete de la noche hasta las doce como máximo. Sonrió ante el reclamo del horario impuesto, alegando que era un mierda de horario y que llegaría entre las siete cuarenta y cinco y las ocho. 

Bueno, al menos sabía que el vendedor volvería a su territorio después de mucho, mucho tiempo. 


[...]


Ese día Yokozawa llegó más temprano de lo usual, quería acabar lo antes posible para llegar a tiempo a recoger a Matsumoto. Chasqueó la lengua frustrado por haber aceptado inocentemente, tal vez no era la mejor de las ideas pero algo era seguro: prometía algo mejor que su soledad en su departamento. Mientras sus compañeros llegaban, aprovechaba para darle varios reportes revisados y aprobados a muchos para que pusieran en marcha los múltiples proyectos. En lugar de hundirse en el alcohol tras haber cortado con el editor, este se sumergió en el trabajo excesivo, seguiría así de no ser por el fastidioso de Henmi. 

En parte no quería probar el alcohol por miedo a que kirishima se enterara, no quería que lo viera en un estado tan deplorable como aquella vez, cuando empezó todo y por otra parte, también, era porque ya no lo creía necesario. Ahora era mucho más maduro y serio en cuanto las emociones tratasen aunque en su mundo, a solas, no fuera más que un llorón echo bolita. En ese tiempo de relación creció mucho en muchos aspectos, no quería que ese trabajo que tanto le había costado se fuera a la basura. 

Ya entrada la mañana, Henmi estaba algo raro, no sabía muy bien cómo interpretarlo. Las miradas fortuitas que le cachó un par de vece le dieron mucho que pensar y por más que le preguntaba a su mano derecha que diablos traía, el sujeto fingía demencia, cosa que lo irritaba más. A la hora del almuerzo, Kisa fue a recogerlos. Para ese entonces, el departamento de ventas ya estaba acostumbrado a las visitas ocasionales del editor más "curioso" del departamento de Esmeralda.  Otros empleados de departamentos ajenos no entendían la razón de que ventas tuviera tantas conexiones con los editores de Esmeralda y Japun, si supieran que estos mismos tampoco sabían. 

— ¿A dónde se les antoja ir para almorzar? — preguntó el azabache, sobándose el estómago. — Muero de hambre, ¿que tal al lugar donde venden esos sandwiches que probamos hace como tres semanas, eh? 

A Yokozawa realmente no le importaba donde comieran, con que la comida fuera comestible daba igual el lugar. De esa manera, los tres se dirigieron a ese lugar, Kisa alegaba lo abusivo y explotador que resultaba Takano en ocasiones, no entendía como Onodera lo aguantaba cuando se cargaba más con él. También alegó lo mucho que extrañaba a su amigo y se animó a preguntar si no les importaría que lo invitara una vez a sus reuniones. 

Henmi guardó silencio, el chico de cabellos cafeces no le caía mal porque nunca había tenido la oportunidad de conversar con él, sin embargo, sabía que había algo, una historia en las sombras con su jefe... de hecho, Yokozawa resultaba sumamente misterioso ante sus ojos. Siempre muy reservado pero cargando un lío siempre con personas que jamás se hubiera imaginado que tuvieran contacto. Yokozawa solo se encogió de hombros y el asunto quedó cerrado, Henmi no supo a qué conclusión llegó su amigo editor. 

De regreso, satisfechos y con energías, Kisa alegó que necesitaba ayuda con un proyecto que tenía con un mangaka. Este le solicitó ayuda al oso para pulir algunos aspector, Yokozawa no quería cargarse más trabajo del que tenía pero no tuvo corazón para decirle que no al enano. Quedaron de reunirse en la sala de descanso a las seis. Cuando se reunieron las cosas fueron rápidas, sorprendentemente eficaz. 

— Parece que tienes mucha prisa, Yokozawa — comentó kisa al ver que el vendedor checaba constantemente su reloj de mano. 

Yokozawa lo vio de reojo, receloso sobre si soltar la información, quizás no sería tan mala idea... quizás. 

— Tengo que recoger a alguien — admitió. 

— ¿A quién? — toda su atención estaba en la conversación, si Matsumoto entraba significaría que las cosas iban bien. Necesitaba información para mandársela a su novio y amigo. 

— A... Matsumoto — soltó a regañadientes. 

Kisa casi se paraba de la silla a brincar por toda la sala como corderito, estaba feliz y mejor aún, significaba que era un buen cupido. Este despidió al vendedor mandándole muchas buenas vibras, su respuesta fue una mirada gélida, eso lo cohibió, claro, pero tenía la suficiente confianza como para permitirse tomarle un poco el pelo al oso salvaje. 


[...] 


Kirishima llegó temprano a su casa, debía limpiar lo mejor posible su hogar para recibir mañana a Takafumi, la casa no era un chiquero, obviamente, pero nada se le comparaba a la limpieza que realizaba el oso. Estaba saliendo aspirar sus propio cuarto, solo faltaba lavar la tina, el lavabo y espejo del baño y todo estaría bien por el día de hoy, ya mañana se encargaría únicamente de la cocina. Apagó la aspiradora y se dirigió a guardarla en su pequeño armario. 

La idea de tenerlo ahí le provocaba emoción, perdido en ese tipo de pensamiento abrió la puerta y un olor tan bien conocido lo envolvió. Paró en seco, su vista fue a la pared y la recorrió hasta dar con la puerta del armario, esa, que se encontraba a unos pasos más a la derecha de él. A unos pasos más a la derecha de la misma habitación de Hiyori. Kirishima había abierto por error la habitación de Hiyori. 


[...]


Matsumoto estaba nerviosa, ahora que caminaba a lado de ese gran hombre se sentía en un sueño. Como le dijo yukina, el vendedor fue puntual. Todo pintaba bien, se había dado la tarea de investigar lugares ricos para comer, había escogido un lugar que no estaba muy lejos y que vendía comida tradicional japonesa además de contar con un gran catalogo de pastas. como supuso, Yokozawa era todo un caballero y había cumplido un muy egoísta capricho suyo: ir al restaurante caminando por el camino menos corto. 

Por obvias razones, no le dijo que se moría por pasar un jardín con él, en cambio, dijo que tenía que pasar a la farmacia a comprar algunas cosas. Cuando llegaron al jardín su cuerpo temblaba de la emoción, al fin pasaba con el hombre que tanto tiempo llevaba gustándole, ¿cómo no sentirse la mujer más dichosa? Su recorrido fue breve, casi por salir el celular de Yokozawa vibró, este se disculpó a ver la pantalla y se alejó un poco para contestar. 

— Oye... espera, espera. Habl- ¿qué? Kirishima, necesito que te tranquilices... no te entiendo. Dije que no te entie-. Bien, voy para allá. 

Silencio. 

Yokozawa se quedó sin moverse unos momentos, eso le preocupó. Tal vez le habían dado noticias malas, cuando le iba a preguntar si todo estaba bien el peliazul se dio la vuelta, encarándola. Su rostro se veía ligeramente alterado, muy confuso y preocupado.  

— Lo siento, Matsumoto, pero sucedió algo que debo atender con urgencia. Lamento hacerte esto pero alguien necesita de mi ayuda, ¿te importaría si lo dejamos para otra ocasión? 

— No te preocupes, se ve que es importante. Ve, por suerte la estación está muy cerca, yo puedo caminar desde aquí para que vayas. 

Yokozawa le regalo un sonrisa sincera, de esas que muy pocas veces le regalaba a las personas, de esas que volvían loco al editor y que a ella, también la volvían loca, porque era una sonrisa tan pura y hermosa que su corazón casi paró. 

— Gracias — dicho esto, se dio la media vuelta y salió corriendo en dirección contraria, para la zona de taxis. 


[...] 


Kirishima estaba en la sala, en shock con el papel aún en la mano. No se lo podía creer, era mucho para él... solo había tenido la suficiente noción al su alrededor para llamarlo. Cuando escuchó su voz casi se rompió a pedazos, entro en histeria. Por suerte, él le entendió y ahora venía hacia él. 

Pasó mucho tiempo, ciertamente el castaño no supo cuanto, pero una zancadas pesadas y grandes se escucharon. Se paró en automático y corrió a la puerta, la abrió y se topó con esos ojos azules llenos de preocupación. No le importó que estuvieran en el pasillo, kirishima saltó a esos brazos que extrañó desde que se le ocurrió la idea de cortar con él y se ocultó en ellos, buscando cariño, consuelo, refugio y, ¿quién era Yokozawa Takafumi para privárselos? Nadie, porque el también desfallecía por abrazarlo y expresarle cuanto lo amaba y lo extrañana. 

— Yokozawa... Yokozawa...

El mencionado no dijo nada, se limitó a abrazarlo con fuerza y levarlo a dentro, una vez cerrada la puerta, acarició sus suaves y finos cabellos con devoción. 

— Tranquilo, estoy aquí. Dime, ¿qué fue lo que encontraste en su habitación? No te entendí. 

El mayor no dijo nada, estaba temblando. Yokozawa lo llevó hasta la sala, ambos se sentaron sin romper su abrazo y el castaño empezó a hablar. 

— Abrí su habitación por error, cuando menos me di cuenta ya estaba adentro y-y yo me senté en la cama, intentando saber cómo me sentía. En su escritorio había una carta... — hubo un pausa, Yokozawa lo apretó más a su cuerpo para consolarlo y darle fuerzas. — Tenía nuestros nombres, la abrí y ahí decía lo mucho que nos amaba, que era muy feliz y que sabía de nosostros, Takafumi — un gimoteó salió de su labios. Ella sabía que nosotros teníamos una relación y que estaba muy feliz porque su papá y su oniichan  se amaban y la amaban a ella. Mi pequeña lo sabía y lo aceptaba... 

Ahí fue cuando ya no pudo más y lloró en los brazos del querido oniichan de su hija, de su querido oso. Yokozawa no sabía que decir, uno de sus peores miedos era que la pequeña sabía la verdad porque creía que lo odiaría, sin embargo... sin embargo... 

— Pensaba darnos la tarjeta el 17 de junio, el día intermedio de nuestros cumpleaños — añadió con voz queda. Ni siquiera pudimos decirle la verdadera naturaleza de nuestra relación, Yokozawa. 

— Lo sé — susurró el menor, besando la cabellera contraria. Eran gestos tan naturales que ninguno de los dos se percataba. Los sutiles besos, caricias reconfortantes eran parte de ellos y de su relación, por ende, olvidaron el hecho que ambos habían dejado de ser nosotros.  Aunque en sus corazones, realmente no dejaron de serlo. 

.

.

.

Kirishima observó con devoción a la persona dormida a su lado, le había costado un montón convencerlo de dormir con él. Tuvo que usar todas sus tácticas pero habían valido la pena. El calor corporal del hombre que yacía en el plano de los sueños lo mecía. Se levantó con mucho cuidado, deshaciendo el abrazo para ir al baño. 

Cuando regresó, notó algo diferente, una figurilla a parte de la de su novio. 

¿Hiyori? — susurró. 

El bulto se movió y una cabecilla salió del extremo de la cobija, los ojos de su hija, idénticos a los suyos lo miraron con pena, ¿qué hacia su pequeña? 

Papá, no puedo dormir. 

Ya veo — el mayor se acercó a la cama, con cuidado, nuevamente se acomodó en esta. Se posicionó de al manera para quedar frente a su hija. — Te aseguro que calientita con nosotros te dormirás muy pronto. 

Ella le sonrió gentilmente y se acomodó aún más en las cobijas, quedando entre los dos hombres. No tardó mucho para que ella se durmiera y poco menos para que se durmiera él, esa vez no se preguntó el por qué su hija no le preguntó sobre porque Yokozawa estaba dormido con él, ni mucho menos porque se metió a la cama como si se tratara de su misma mamá. Esa mañana, mucho antes que los madrugadores lo hicieran, se despertó admirando como Yokozawa abrigaba a Hiyori con uno de sus brazos alcanzando parte de la cintura de él. 

Desconocía se el vendedor era consciente de la presencia de Hiyo. Para su suerte, había dejado una cámara en su mesita de noche con el fin de fotografiar a Yokozawa mientras dormía, era una oportunidad de oro para capturar tan bella escena. Estaba ansioso por ver la reacción de su amor al darse cuenta que Hiyo durmió con ellos, de seguro le regañaría y se sonrojaría. Seguramente amaría ver la fotografía, claro, aunque no lo admitiera.  

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Hola, lamento la demora, sé que me he ausentado un montón. Espero que lo hayan disfrutado. 

¡Nos leemos pronto! 

                

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