Cap 9
Mientras tanto, en Royal Woods, a cierta hora, cierta pareja de jovencitos ingenuos acudió al campo de minigolf, con la idea de pasar una tranquila noche el uno en compañía del otro.
–Oye, ¿seguro tus papás no tendrán problemas con que hayamos venido? –preguntó el chico a su acompañante: una muchacha de tez muy pálida y cabello tan oscuro como la noche, con un fleco que cubría sus ojos.
–Seguro –le contestó la chica al pelirrojo de grandes dientes y piel salpicada de pecas. Ese quien era uno de los pocos con los que solía dejar de lado su fachada espeluznante–. Sabes que en mi casa nunca se dan cuenta cuando no estoy.
–Si, pero... Es que... No sé...
–Mira, si eso te tranquiliza, sólo jugamos dieciocho hoyos rápidos y nos vamos. Te prometo que nadie se dará cuenta que estuvimos aquí.
–No es eso. Lo que pasa...
–¿O es que no te alegras de haber salido conmigo esta noche? Recuerda que es una ocasión especial.
–Si, si, ya sé que hoy celebramos la primera vez que empezamos a salir en secreto, pero... –Rocky paseó la mirada a su alrededor. Aquella era una noche poco activa en el minigolf. Tanto que solamente él y Lucy disponían del campo para ellos solos. En otras circunstancias eso hubiese sido lo ideal; mas en esa ocasión había algo que lo inquietaba. Lo único que se escuchaba era el canto de los grillos, puesto que ni siquiera se habían tomado la molestia de poner la música con la que se ambientaba el campo cuando solía asistir más gente–. ¿No temes que ese tipo ande por aquí cerca?
–No creo –repuso Lucy con confianza–. Dudo que de tantos lugares que tenga para esconderse haya elegido venir aquí. Además, sabes que yo no le tengo miedo a nadie, son los otros los que me temen a mi.
–Si, de eso no me cabe la menor duda –convino el pelirrojo.
Riendo encantada, su acompañante de pelo negro se aferró a uno de sus brazos en un gesto cariñoso. En efecto, sus padres le habían restringido las salidas a ella y sus hermanas hasta que tuvieran noticias de Clyde McBride. Pero se daba el caso que ella había estado esperando esa salida por semanas y no iba a dejar que un tonto celoso se la echara a perder. A fin de cuentas el pleito era con su hermano y no con ellos dos. Por tanto no había de que preocuparse.
–De todas formas –dijo Lucy besando en la mejilla a Rocky–, aquí tengo a un valiente caballero que me proteja por si algo llega a pasar.
–Bueno, eso es cierto –alardeó ruborizándose el pelirrojo–. De acuerdo, vamos.
Los dos pagaron sus entradas a un empleado desganado en el quiosco, quien les hizo entrega de sus pelotas y sus palos.
–Oye, a todo esto, ¿qué es de tu hermano? –preguntó Rocky a Lucy camino al primer hoyo–. Rusty me mandó a preguntar si está bien.
–Más o menos –contestó ella–. Mamá y papá lo mandaron a quedarse con los Casagrande mientras se soluciona todo. El pobre sigue tan arrepentido de haberse metido con Chloe que me deprime incluso a mi. Con decirte que no desea otra cosa más que hacer las paces con Clyde a pesar de todo.
–¿Aun después de que le destrozó su camioneta y le prendió fuego?
–Si. ¿Qué te parece?
–Que es muy noble de su parte. Ojalá esta situación se pueda arreglar pronto antes de que empeore.
–Bha, dudo que pueda empeorar todavía más.
–Si, tienes razón.
Si así pensaban era porque no podían ser más ingenuos este par de jovencitos. En especial Lucy que ya no era la niña avispada y cínica que solía ser antes, sino otra preadolescente despreocupada e ingenua que hace de todo menos caso a las advertencias de sus padres.
Lo que vino a ser una suerte para el que los espiaba desde su escondite en unos matorrales, situados al otro extremo del campo. Sin contar al apático empleado del quiosco que estaba muy absorto en su celular y tenía los audífonos puestos, esa noche estaban solos y no había testigos que los oyeran gritar.
***
–¡Buen tiro! –aplaudió Lucy a su cita–. ¡Hoyo en uno!
–¡Si! –se jactó el muchacho pelirrojo–. ¡Rocky manda!
–Bien. Ahora toca ir a mi hoyo favorito.
–Ah, si, el de los ataúdes y las lapidas. Sólo, por favor, está vez no me hagas entrar en uno, ¿si?
–Oh, ¿pero así qué gracia tiene?... Mhp... Aguarda un minuto, ahora vengo.
–¿A dónde vas?
–Ehm... Tengo... Que ir a polveárme la nariz, si no te importa.
–Oh... No te preocupes, yo aquí te espero.
***
Minutos después que salió del cubículo y procedió a lavarse las manos, Lucy creyó ver moverse a una sombra bajo la puerta del baño.
–¿Rocky?... Si eres tú, ya salgo.
Pero nadie respondió.
Al salir tampoco halló a su acompañante, lo que le resultó algo extraño... Hasta que sintió la mano pesada de alguien más alto que ella clavándose en su hombro, y obligándola a volverse con brusquedad.
–¡Exclamación!... ¡Clyde!
Este la agarró por el cuello de su blusa y la volvió a meter al baño, arrinconándola contra una pared. La jovencita quedó aturdida, estupefacta, jamás creyó que Clyde podría doblegarla así con lo flaco que estaba. En parte sería porque la ira asesina que lo invadía le ayudaba a sacar fuerzas de flaqueza y en parte porque, por muy flacucho que fuese, si había crecido bastante y ya no era tan debilucho a cuando era niño, mientras que Lucy apenas se había estirado un poco hasta alcanzar la misma altura que Lincoln tuvo a la edad que tenía ahora. El caso es que la tenía arrinconada.
–Muy bien –amenazó mirándola a sus ojos cubiertos de pelo, al tiempo que presionaba las manos contra sus hombros con mayor tenacidad–. Vas a decirme donde está ese perro traidor.
–No sé de que hablas –mintió Lucy.
–No te hagas la que no sabe nada –gruñó Clyde–. Hoy en la tarde estuve escondido cerca de tu casa, vigilándolos, y lo vi subir al auto de Lori con una mochila y vi que en ella llevaba a su estúpido conejo de peluche. Lincoln nunca saca su conejo de peluche a no ser que se vaya de viaje. ¡¿Creen que no me he dado cuenta que tratan de esconderlo de mi?! ¡Pues no podrán! ¡Tarde o temprano lo encontraré y le haré pagar por lo que me hizo, así tenga que buscarlo por debajo de las piedras!
–Por favor, Clyde, tranquilizate –gimió la gótica–. No estás pensando con claridad. Lo mejor será que te entregues. Cuánto más tiempo pase será peor para ti.
–¡Nunca! ¡No hasta que me encargue de ese sucio reptil! Ahora dime donde lo puedo encontrar por las buenas o haré que me lo digas por las malas. Adelante. ¡Habla!
–¡Oye!
En ese momento, Rocky irrumpió en el baño de mujeres y arremetió contra el atacante de Lucy, apartándolo de ella al asestarle un puñetazo en el rostro, que apenas si sintió.
–¡Deja a mi novia!
La pelinegra cayó al piso de rodillas, mientras que el pelirrojo se plantó amenazante frente al afroamericano con los puños en alto.
En respuesta, Clyde embistió a Rocky conectándole un derechazo, seguido por un golpe en la quijada y un gancho al hígado. El otro chico trató de defenderse, pero McBride sacó provecho de ser alguien más alto y más grande, aparte de estar peleándose con un niño más debilucho que su amigo Rusty, que ya era mucho decir.
Por lo que no pasó mucho antes de que Rocky acabara en el suelo con un ojo amoratado, la nariz sangrante y a merced de Clyde quien lo remató a fuerza de patadas en el estomago.
En esto, Lucy se apuró a sacar su teléfono y marcar al 911. No obstante Clyde se lo arrebató de sopetón y lo arrojó a un inodoro. Seguidamente la levantó agarrándola del cuello de su blusa y la arrinconó de nueva cuenta contra la pared del baño.
–Ahora si, dime donde está tu hermano o te lo sacaré a golpes.
–¡En la ciudad!... –chilló el apaleado pelirrojo–. Sus padres lo enviaron a la gran ciudad.
–¡Rocky, no! –chilló Lucy.
–¿La ciudad?... –repitió Clyde–. Claro, lo han de haber enviado con los Casagrande. Muy bien, gracias.
–Rocky, no debiste decirle eso.
–Ya tienes lo que querías –rogó el pelirrojo–. Ahora suéltala.
–Claro que si.
Clyde se asomó fuera del baño a buscar en derredor, y sonrió triunfante al dar con una caseta cobertizo de puertas corredizas abierta, apenas a unos metros de distancia. ¡En serio esa noche estaba de suerte!
–Y ahora, para asegurarme que no vayan a decir nada...
Aprovechando que el empleado del quiosco cabeceaba amenazando con quedarse dormido, Clyde levantó a Rocky del cuello de su camisa, agarró de la muñeca a Lucy y arrastró a ambos a la caseta.
–Adentro, niños.
Primero a arrojó allí adentro a Lucy, que cayó sobre unas colchonetas. Después a Rocky, no sin antes esculcarle los bolsillos y quitarle el celular, el cual arrojó sobre la cerca del campo.
De ahí cogió un palo de escoba de entre las muchas cosas almacenadas, salió de la caseta y corrió la puerta antes que Lucy intentara salir por sus propios medios. Por ultimo la atrancó atravesando el palo en diagonal en el lado que se deslizaba.
Al salir pasó a gachas bajo la ventana del quiosco, aunque el apático empleado ya se había quedado dormido de verdad, con el teléfono encendido en sus manos.
***
A las afueras del pueblo, Clyde se detuvo fuera del bar de motociclistas. Su siguiente paso era hallar un modo de llegar rápido hasta Great Lake City, mientras todavía tuviera la sangre caliente.
Por ello empezó a revisar cada moto que encontró estacionada a la entrada, esperando encontrar una a la que de casualidad su dueño le hubiese dejado prendida la llave. Cosa que no fue así.
Aparte, recordó que no sabía andar en moto. De encontrar una con la llave disponible, estaba seguro que al montarla perdería el equilibrio y se acabaría matando.
Mas cuando estaba por desistir y pasar a idear otro modo de viajar, la suerte le sonrió una vez más.
Al final de la hilera de motos, conectada a un tomacorriente exterior, halló la silla motorizada de Scoots. Era de aquellos armatostes que ni siquiera podían considerarse vehículos como tal. No se accionaban con llave, tampoco usaban combustible y funcionaban con una batería que accionaba el motor y se recargaba conectándose a un tomacorriente cualquiera.
Tan fácil como eso, lo único que tuvo que hacer Clyde fue desconectar el enchufe, montarse en la silla y ponerla en marcha.
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