Cap 6

A la salida de "Juegos y comida Gus", los amigos de Clyde lo rodearon interponiéndose en su camino.

–¡Ya, Clyde, cálmate, por favor! –rogó Stella.

–¡Fuera de mi camino, todos! –bramó, resoplando cual toro embravecido–. ¡Voy a matar a ese Judas! ¡LO VOY A MATAR!

–¡Agárrenlo!

Ante su terquedad, la alta filipina lo levantó abrazándolo por la cintura y estrechándolo entre sus brazos. Ocasión que Liam aprovechó para sacar la cuerda de lazar que siempre llevaba consigo. Con esta procedió a maniatarlo con ayuda de Kat y Jordan.

–¡Sueltenme! ¡Sueltenme!...

Luego lo arrojaron a la parte de atrás de la camioneta de sus padres. Estando allí, Zach se quitó un calcetín, se lo embutió en la boca y terminó de amordazarlo con un pañuelo fino que le prestó Rusty.

–¡Mmm...!

Quien para acabar le quitó las llaves y se puso al volante.

–Será mejor que lo llevemos a su casa. Esperemos que para mañana se haya calmado un poco.

***

Unas calles más adelante los detuvo una policía regordeta.

–Buenas noches, oficial –saludó Rusty a la agente–. Bonita noche.

–Licencia y matricula.

–Uy, no tenemos –se excusó Zach–. El auto no es nuestro, lo tomamos prestado.

–¡MHP...!

–¿Que fue eso?

La policía siguió los gemidos hasta la parte de atrás de la camioneta y apuntó con su linterna a la ventanilla posterior. En cuanto vio a asomar a un negro con una mordaza en la boca que gemía y se sacudía luchando por zafarse de sus ataduras, de inmediato regresó al frente y apuntó con la linterna al conductor.

–Chicos, ¿quieren decirme que está sucediendo?

–No es nada, oficial... –contestó Rusty con una cordial sonrisa–. Este...

–Lo atamos porque tiene un diente roto y adolorido –mintió Jordan–, y no nos deja ayudarlo.

–¡Eso mismo! –secundó Zach–. Justo ahora íbamos a ver a la mamá de un amigo que es dentista para que le ponga una corona.

Tras oír esto, la policía apagó su linterna, se la colgó a la cintura, se encogió de hombros y se hizo a un lado cediéndoles el paso.

–Adelante, buenas noches.

–Gracias –asintió Rusty con otra sonrisa cordial, y siguieron su camino.

***

A la mañana siguiente, Lynn se sentó a la mesa para desayunar con su familia. Durante la charla matutina puso al tanto a su madre y hermanas de lo que le contó Liam la noche anterior por teléfono, respecto al repentino ataque de furia que tuvo Clyde. A su vez, Lola le reclamó a su hermana por seguir involucrándose en el asunto.

–Todavía no puedo creer que hayas ido con los McBride en primer lugar, Lynn. Esta situación ya de por si es muy grave y tú sigues echándole leña al fuego.

–Pues perdóname por haber querido ayudar a Clyde a expresar sus emociones –repuso la castaña–. Es lo menos que podía hacer por él después de haber encubierto a este apestoso traidor.

–Lynn, no le digas así a tu hermano –la amonestó Rita. Seguía molesta por el actuar de su hijo, pero su enfado con él ya había aplacado para entonces.

–No, tiene razón, mamá –escucharon decir al mencionado con voz lastimera–. Lo que hice es imperdonable. No sólo le fallé al que es como un hermano para mi, sino a ustedes y todos los que me importan en esta vida, como amigo, como hijo, como hermano, como hombre. Sólo soy un perro cochino.

Al igual que todas las mañanas, el señor Lynn ingresó en ese momento al comedor, luciendo su delantal y su gorro de chef con el bolígrafo y la libreta.

–Buenos días, familia –se anunció canturreando–. La cocina ya abrió. Tomo sus ordenes.

Pero antes de anotar nada reparó que no estaban todos; sólo su señora esposa y las seis de sus diez hijas que aun vivían con ellos en la casa Loud.

–¿Donde está Lincoln? –preguntó a todas–. ¿No se ha levantado todavía?

Como en la escuela, Lucy levantó la mano para tomar la palabra.

–De hecho, papá, está bajo la mesa.

–¿Qué?

Rita asintió y señaló para abajo, por lo que el señor Lynn se agachó a alzar el mantel. En efecto, allí halló acurrucado a su hijo con la cabeza hundida entre sus rodillas.

–Que nadie me de desayuno –se lamentó–. Un ser tan despreciable como yo no lo merece.

Pese a la decepción que aun sentía de él por sus acciones, el buen hombre entendió que también debía brindarle algo de amor y comprensión a su muchacho.

–Anda, hijo, sal ya de ahí y siéntate a desayunar con nosotros. ¿Quieres?

–No –gimió sollozante–. Soy un animal inmundo que no merece comer con las personas civilizadas. Peor, soy mugre.

–Tampoco digas eso, hermano mayor –le replicó Lana, quien como su papá quiso mostrarse indulgente con él.

–No eres mugre, Linky –la apoyó Lily.

–Es verdad –siguió lamentándose–. Soy peor que mugre. Admiro la mugre, quisiera ser mugre, la mugre se burla de mi.

El señor Lynn suspiró.

–A ver, hijo, cometiste un grave error y ya estás pagando por ello. Tu madre y yo te castigamos lo que era justo, tus amigos no te hablan, tu novia te terminó, los suspendieron a ti y a Chloe de la escuela por hacer mal uso de sus instalaciones y, si, se ve que todo esto te pesa y estás muy arrepentido de lo que hiciste. Pero tampoco puedes seguir lamentándote para siempre. Lo mejor que puedes hacer es seguir con tu vida, aprender de tus errores y tratar de ser una mejor persona de aquí en más.

–Si, cariño –secundó su madre–. No ganas nada sintiendo pena por ti. Anda, sal y siéntate con nosotros. Tampoco puedes quedarte sin desayunar. Al menos hazlo por mi.

–Mmm... Bueno... –accedió a regañadientes, pero no se animó a salir de debajo de la mesa–. Entonces, nada más, unos huevos revueltos... Con tocino y pan tostado con un poco de mantequilla y mermelada; pero nada de jugo para mi, no lo merezco... Bueno, tal vez sólo un vaso.

¡CRASH! ¡CRASH! ¡CRASH! ¡CRASH!... ¡KABOOM!

En eso, los Loud se sobresaltaron con los estallidos de varios cristales al romperse, seguidos por una breve explosión. Al salir al porche en manada presenciaron un espectáculo de lo más espantoso.

–¡Me quiero volver chango! –gritó Lincoln–. ¡Mi auto!

Aturdidos, completamente en shock, sus padres y hermanas observaron horrorizados el lamentable estado de su amada "Vanzilla", a la que alguien le había acuchillado los neumáticos, reventado los faros, los parabrisas y hasta la ultima ventanilla y prendido fuego.

¡MUERE TRAIDOR!

rezaba el grafiti pintado en la parte anterior del vehículo.

Desde la perspectiva del señor y la señora Yates que salieron de la casa de en frente al oír el escándalo, ellos leyeron el de la parte posterior que decía:

¡MAL AMIGO!

¡CANIBAL!

rezaba la pintada en el costado derecho, que era el que daba cara a la casa del vecino cascarrabias de los Loud.

BASTARDO... – Lily entrecerró los ojos y con esfuerzo empezó a leer lo que tenía pintado en el costado izquierdo, el de la puerta corrediza–. HIJO DE... ¡Hey!

Pero Rita le tapó los ojos antes de que pudiese completar la oración.

A su vez, Lisa entró a la casa y al cabo regresó con un extintor con el que se apuró a apagar las llamas.

Mientras se ocupaba de ello, quien sino Clyde McBride salió de detrás del vehículo ardiente con un martillo en una mano y una caneca vacía de gasolina en la otra.

–¡MUA JA JA JA JA...! –se carcajeó como todo un desquiciado–. ¡ARDE, PRECIOSA, ARDE!

–¡Ese fue mi primer auto! –sollozó histérico el señor Loud–. ¡Y el primer auto de mi padre, y el primer auto de su padre...!

–Ah, hola, Clyde –lo saludó Lincoln con una sonrisa nerviosa.

–¡Tú sigues, Loud! –amenazó apuntándole con el martillo que usó para reventar los cristales.

Y en el acto arrojó a un lado la caneca vacía y se lanzó a embestirlo, con la clara intención de magullarle el craneo a martillazos.

–¡Muere!... ¡MUERE, CANALLA...!

Una suerte que Lynn supiera actuar a tiempo al brincar de la barda del porche y caer de panzazo sobre él como en un encuentro de lucha libre.

¡KAPOOW!

–¡Suéltame! –rugió Clyde, segundos después que Lynn lo tenía sometido bajo una llave dormilona–. ¡Juro que voy a matar a ese traidor así sea lo ultimo que haga!

–¡Clyde, cálmate, por favor! –pidió la castaña, cerrándole los brazos en torno al cuello y las piernas alrededor del torso–. ¡No voy a dejar que cometas una locura!

A los pocos segundos, la camioneta de los McBride aparcó al otro lado de la calle y Howard y Harold se bajaron presurosos para ir en busca de su hijo.

–Clyde, cariño –exclamó Howard, angustiado al ver el estado de "Vanzilla"–. ¿Pero que hiciste?

Por si fuera poco, una sirena policiaca anunció la llegada de una patrulla al lugar de los hechos.

–Muy bien, ¿qué sucede aquí? –exigió saber el primer policía en bajar de la patrulla–. Recibimos una llamada anónima diciendo que alguien estaba haciendo un gran alboroto.

Preocupado, Lincoln miró de reojo a la casa del señor Quejón, al que apresurado vio correr la cortina de su ventana.

–¡Es él, oficial! –chilló la voz histérica de alguien más que señaló a Clyde–. ¡Él destrozó nuestra camioneta y trató de atacar a nuestro hermano!

–¡Lola! –le recriminó Lincoln a su hermana, pese a que lo que decía era cierto.

–¡Y esperen a que me quite a esta vaca de encima! –vociferó Clyde, prácticamente confesando todo–. ¡Entonces si acabaré contigo, Lincoln Loud!

–¡Ya basta, Clyde! –siguió insistiendo Lynn mientras seguía luchando por contenerlo–. ¡Lo estás empeorando todo para ti!

–Cielos –exclamó Lana–. Clyde se volvió loco.

–Muy bien, creo que ya oímos suficiente y la evidencia es clara –dijo el otro policía que procedió a apartar a la castaña y fichar al muchacho de color–. Jovencito, quedas detenido por daños en propiedad ajena, alterar la paz y presunto intento de homicidio.

–¡Esperen, no pueden llevárselo! –suplicó Howard.

–¡Si, no pueden llevárselo...! –secundó el peliblanco–. Él es inocente.

–Lincoln, basta, por favor –lo silenció su madre–. Tú y las niñas entren a la casa mientras los adultos nos ocupamos de esto.

–Pero mamá...

–¡Ahora, jovencito!

–Oh, cielos, Lynn –Harold se apresuró a disculparse con el señor Loud, en tanto Lincoln y sus hermanas acataban la orden de Rita–. Cuánto lo siento. Te prometo que pagaremos por los daños de tu camioneta.

–Me parece bien –asintió tras enjugarse una lagrima y recobrar la calma–. Yo lamento que todo haya llegado a este extremo.

–Señor –se acercó a hablarle uno de los policías–, ¿piensa presentar cargos?

–Oh, por supuesto que si –aseveró el señor Loud, para total estupefacción de los McBride.

Los oficiales, entonces, subieron a la parte de atrás de la patrulla al detenido, quien entre forcejeos –que acabarían por costarle un corrientazo con una macana eléctrica y una rociada de gas pimienta en los ojos– asomó su cabeza por la puerta abierta del vehículo y amenazó a en voz alta:

–¡CUANDO SALGA DE ESTO, JURO QUE IRÉ POR TI, LINCOLN LOUD, Y AHÍ SI TE MATARÉ!

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