Cap 5

Horas después que finalizaran las clases y cesara la lluvia, Lynn Jr. se encaminó por cuenta propia a la residencia McBride.

–Oh, hola, Lynn –la saludó el señor Harold que salió a recibirla en compañía de su esposo.

–Hola, señor McBride. Hola, señor McBride.

–¿En que podemos ayudarte? –preguntó Howard con desanimo.

–Si... Bueno... –la castaña se rascó la parte de atrás de su cabeza, sin saber por donde empezar o tan siquiera atreverse a mirarlos a la cara–. Yo... Este... Quería disculparme por este asunto de Lincoln y Chloe...

–¿De qué hablas? –indagó primeramente el señor Howard.

–Si tú no hiciste nada –aclaró en seguida el señor Harold.

–Exacto –se explicó Lynn–. Yo fui de las primeras en saber que el tonto este se estaba viendo con la novia de su hijo a escondidas y no dije ni hice nada al respecto... Es que entré en pánico y no supe que hacer... Sé que no hay excusa que lo valga. Lo que Lincoln hizo fue horrible; pero es que sigue siendo mi hermano y yo... Creanme que si hubiese sido cualquier otro lo habría delatado de inmediato... Por favor, les suplico que me perdonen. No quise causarles tantas molestias.

–Entendemos, cariño –concedió Harold–. Estabas en una posición difícil.

–Lo que si –advirtió Howard–, no queremos que Lincoln se vuelva a acercar a Clyde. Lo siento.

–Claro... –asintió Lynn–. Imagino que debe estar más que furioso con él que cualquier otro.

Los dos hombres se miraron entre si.

–Eh... La verdad no sabríamos decirte –comentó Howard.

–Aparte de no querer hablar del asunto parece habérselo tomado con mucha calma –contó Harold–. Nuestro hijo siempre ha sido muy sensible a este tipo de cosas y esperábamos verlo devastado; pero no. De hecho ha estado muy tranquilo.

–Creemos que podría estar reprimiendo sus emociones.

–Rayos –lo que dijo Howard preocupó a Lynn–. Eso nunca es bueno.

–No, no lo es –convino Harold–. Ya hicimos cita con la Dra. Lopez, pero no nos atenderá hasta dentro de seis semanas que regrese de la luna de miel con su tercer esposo.

–Oh... Este... ¿Les molesta si paso a saludarlo?

–Claro que no. Adelante, pasa.

Los McBride se hicieron a un lado permitiéndole la entrada a su casa. En la sala, Lynn encontró a Clyde sentado frente a la tele encendida, atento al reportaje impartido por un documentalista de National Geographic.

La mosca de Birmania tiene unas mil parejas sexuales y no experimenta ninguna culpa...

Pese a la expresión neutra y serena de Clyde, Lynn no dejó de notar la tenacidad con la que su mano se aferraba al brazo del sillón a nada de desgarrar el tapizado a arañazos, sumado al temblor constante, discreto y acompasado en una de sus piernas.

–Eh... Hola, Clyde –se aproximó a saludarlo.

–Hola, Lynn –respondió sin regresarse a mirarla.

–Y... ¿Cómo has estado?

–Bien.

–Y...¿Cómo te has sentido?

–Supongo que bien.

La castaña se regresó a mirar a los padres del chico que la habían seguido hasta la sala. Lo que vino a encontrarse allí la hizo sentirse el doble de apenada con esa familia pese a que estos la habían eximido de toda culpa. Entonces tuvo una idea.

–Oye... –se dirigió nuevamente a Clyde–. Este... Mis amigas y yo iremos más tarde a... A ver un juego de Baloncesto en Beaverton... Si, eso... Y después iremos a comer a Eructo hamburguesas. Sé que este tipo de eventos no son lo tuyo, pero es que todas ellas irán con sus novios y yo... Pues se me acaba de ocurrir que tal vez... Si quieres... Podrías acompañarme a mi como para no sentirme excluida.

Con oírla decir eso Clyde si se regresó a mirarla. En cuanto a sus padres, estos dos se quedaron atónitos.

–... ¿Me estás invitando a salir?

–¡Como amigos! –aclaró Lynn antes que todos allí se hicieran alguna idea equivocada–. Iríamos como amigos, solamente. Lo que pasa es que... No sé... Te ves algo tenso y quizá esto te vendría bien para despejar la mente como me ha servido a mi... Claro, si tus papás están de acuerdo. ¿O qué opinan ustedes, señor y señor McBride?

–Mmm... Si, claro –accedió Harold sin pensárselo demasiado–. No veo porqué no.

–Tal vez cambiar de actividad te haga bien –convino Howard–. Si, anda, cariño. Ve y diviértete un poco. Lo necesitas.

–Está bien –aceptó el joven sin darle mayor importancia–. ¿Me prestan las llaves de la camioneta? Les daré un aventón a Lynn y sus amigas.

–Seguro –se las cedió Harold–. Aquí están.

***

Más tarde, el grupo de adolescentes se hallaban formados fuera del estadio de Beaverton.

Mientras sus amigas y sus parejas se hacían cariñitos y se hablaban acaramelados, Lynn le hizo saber a Clyde cuales eran sus verdaderas intenciones al haberlo invitado a ir allí con ella.

–Mira, Clyde, aunque no lo parezca, yo también te considero mi amigo, y de verdad me siento muy mal por no haberte dicho lo que pasaba con Chloe.

–Ya, olvida eso –repuso en tono apático–. Es natural que hayas querido encubrir a tu hermano. Yo hubiera hecho lo mismo en tu lugar.

–Aun así quisiera compensarte –insistió Lynn–. Y creo que la mejor forma es ayudándote a recuperar tu hombría.

–¿De qué hablas?

–¿No es obvio? Mírate: Tu novia te engañó, no con cualquiera, sino con tu mejor amigo; te botó como a un perro, y aun así parece no afectarte como debería. Eso no es normal. Deberías estar triste... ¡NO! Deberías estar enojado con todo el mundo y necesitas expresar tus emociones como se debe; ¿y qué mejor forma de empezar que aquí?

A lo que Clyde alzó la vista y leyó lo que anunciaba el letrero a la entrada al estadio. En seguida supo que Lynn les había mentido a sus papás cuando dijo que irían a un partido de baloncesto.

–¿En una función de lucha libre?

–¡Claro! Nada mejor que un masculino espectáculo de lucha para descargar toda esa furia que tienes guardada en tu interior.

–No lo sé, Lynn, no creo...

–Boletos, por favor.

Pero antes que pudiera dar su opinión, la hermana de su ex amigo entregó las entradas al guarda, lo asió del brazo y lo guió a las tribunas.

***

–¡Si! –gritó Maddie.

–¡Vamos! –la imitó Eliot.

–¡Aplástale la cabeza! –igual hizo Lainey.

En medio de un sin fin de gritos, abucheos e insultos del publico, Lynn siguió aconsejando a Clyde sobre como debía desahogarse.

–Muy bien, ahora es cuando. Nada como presenciar una buena golpiza para hacer fluir el enojo.

Culminado el primer encuentro, al ring subió un luchador de rojizo pelo corto y barba en perilla, micrófono en mano.

¡Debo estar en Royal Woods! –gritó para provocar al publico–. ¡Porque lo único que veo son un montón de nenas!

–¡Retira lo que dijiste, Sheamus MLP! –gritó Margo en respuesta.

–Hay, ¿no te hace enojar tanto que quieres bajar a golpearlo, Clyde? –sugirió Lynn.

–No, la verdad –repuso el otro.

–Bueno, tal vez no a él porque está muy grande... ¿Pero no quieres golpear al tipo que está junto a ti?

El sujeto de la butaca a la izquierda de Clyde, un hombre corpulento de pelo largo con tatuajes, se regresó a gruñirles de forma hostil.

–Bueno, no porque también está muy grande –se retractó Lynn de inmediato–. ¿Pero no quieres golpear a su hijo?

Dicho y hecho, la castaña se levantó y derribó de un izquierdazo al chiquillo de la butaca a la izquierda del sujeto de pelo largo con tatuajes.

¡Pow!

¡Sí! ¡Toma eso, Sheamus MLP! Idiota.

***

–... Pero Clyde siguió sin reaccionar –terminó de contar Lynn al cabo de unos días, después de la siguiente practica con el equipo de Baseball–. Lo siento.

–Pobre –dijo apenado Liam.

Quien luego se lo contó a Zach, Rusty y Stella. Esta ultima decidió tomar cartas en el asunto.

***

Por lo que más tarde invitaron a Clyde a ir con ellos a "Juegos y comida Gus" para levantarle el animo. En torno a su mesa de siempre se sentaron: Él en medio, y de un extremo al otro: Liam con Jordan, Rusty y Zach con Kat en ese orden, y está vez sin Lincoln.

Stella fue la ultima en presentarse. Sólo que cuando lo hizo vestía unos jeans azules y una camisa anaranjada de mangas cortas tomando a todos por sorpresa.

–Muy bien, Clyde –dijo al acercarse a la mesa mientras sacaba algo de su mochila–, si esto no te hace reaccionar nada lo va a hacer.

A continuación se calzó una peluca blanca completando así su disfraz.

Hola, mírenme, soy Lincoln Loud, el hombre del plan –canturreó haciendo uso de una voz falsa y sacando los dientes de arriba para emular los de un conejo–. Es hora de empezar la operación: Acostarme con la novia de mi mejor amigo a sus espaldas y pensar en un nombre más corto para este plan.

Lo que sea de cada quien, Clyde si reaccionó, pero no del modo que esperaba.

–... ¡BUA JA JA JA JA...! –rió divertido–. Que bien imitas todos sus gestos... ¡Ja ja ja...!

Y es que no pudo tomarse en serio su imitación, ¿y quién si?

Los otros bufaron y rodaron los ojos. Kat, que era la que estaba más cerca, se levantó de su lugar y fue con Stella a tratar de persuadirla de dejar de hacer el ridiculo.

–Stella, no creo que esto vaya a fun...

No soy Stella –la interrumpió tomándola de la muñeca y trayéndola hacia ella, todavía engrosando y agudizando la voz al tiempo para emular la del peliblanco–. Soy Lincoln y me acuesto contigo, Chloe.

–¡¿Qué ra...?!

Empeñada en seguir con su imitación, Stella sacó una boina purpura de su mochila y se la puso en la cabeza a Kat, a la que tumbó al suelo y se le echó encima. Al cabo la una luchaba contra la otra que le frotaba la entrepierna contra su persona con suma agresividad.

–Oh, si, ven acá...

–¡Oye, no...!

A que lo hago mucho mejor que Clyde, ¿no te parece?

–¡Quítame las manos de encima, grandísima imbécil!

Te gusta sucio, ¿no es así?, chiquita.

–¡¿Qué haces?!... Oye, ¿qué tienes en el pantalón?

Oh, si, ¿así es como te gusta?

–¡Zach, ayudame!

Ya sé que Clyde no puede satisfacerte.

–¡Zach!

Mientras los demás veían esta simulación tan incomoda y falta de sentido del ridiculo, algo dentro de Clyde se activó. Ya había pasado antes durante la semana de quemados del sexto grado y ya hacía mucho de eso.

La risa de hacía unos instantes se desdibujó toda. Su entrecejo se frunció, sus labios se apretaron, sus dientes rechinaron, las venas de su frente y cuello se ensancharon, su cara se tornó roja, sus ojos se encendieron como brazas, sus orejas echaron humo y hasta unos bíceps se formaron en sus brazos delgaduchos.

Grrr...

Con un potente rugido aguerrido, Clyde se levantó de su lugar alzando y juntando ambos puños para tomar impulso y enseguida partir la mesa en dos: ¡KABLAM! De ahí se arrojó a arrancarle la peluca a Stella que se agazapó temerosa. Lo mismo que sus amigos y todos los clientes en la pizzería. Más por el modo en que desgarró la peluca con las manos. De súbito los ojos de Clyde echaban chispas y sus dientes se asemejaban a los colmillos de una bestia sedienta de sangre fresca.

–¡LINCOLN LOUD, DATE POR MUERTO!

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