Cap 1

Chloe se la estaba pasando mal.

Tenía dieciséis años, era una chica joven y bonita, y se la estaba pasando mal. Estaba aburrida de todo.

Una lastima, que una adolescente como ella no se la estuviese pasando bien en una fiesta de preparatoria... Si es que a eso se le podía llamar fiesta. No había una sola gota de alcohol, o algo más... Estimulante, por así decirlo... Sólo bebidas gaseosas, carne asada, ensalada de papa y tarta de manzana.

La música era un puto asco: canciones de SMOOCH, Boys Will Be Boys y K-Pop; y encima habían adultos supervisándolos. El señor Harold asaba salchichas en la parrilla con el señor Howard abrazándolo de la cintura. Este ultimo alzó una mano para saludarla y ella simuló sonreír al corresponder al saludo. ¿Qué era eso, una fiesta de preparatoria o una parrillada vecinal? Con trabajo contuvo la arcada cuando vio a ambos hombres besarse en los labios. No obstante debía quedar bien con los señores McBride si quería que el tonto de Clyde la siguiese cubriendo de regalos caros y llevándola de viaje... Aunque ya ni eso lo valía.

Puesto que, por sobre todo, estaba harta del pelmazo que tenía por novio.

En mala hora había aceptado bailar con él la ultima pieza en aquel baile de San Valentín. Era el ultimo año en la primaria y su vieja amiga Emma había rechazado al infeliz humillándolo en publico. Sabía que esa no había sido su intención, ¡pero vaya que le guardaba rencor por ello! Por su culpa ahora estaba estancada en la relación más patética, cursi, monótona y tediosa en la que cualquier chica pudiera estar. De haberlo sabido, nunca de los nunca le habría tenido lastima al tonto ese. Así quizá no la habría buscado a partir de entonces.

Cierto que de niña Clyde le pareció un chico muy simpático. A mediados de la secundaria demostró ser alguien sensible, detallista y atento, en especial con las mujeres. Todo un caballero de esos de los que ya no habían. Fue por ello que aceptó salir con él el día que se le declaró, no de forma tan extravagante como sucedió con Emma; sólo la estuvo esperando a la salida de la escuela con un cartel que rezaba en letras grandes:

¿QUIERES SER MI NOVIA?

Y ahora que cursaban la prepa, Emma estudiaba en el extranjero (de la que se había librado) y Chloe sin nada mejor que hacer que asolearse en una silla de playa a la orilla del lago, rodeada por los ñoños de la escuela.

Rusty Spookes era el típico huevón virginal que presumía haberse enredado con más chicas y Zach Gurdle el chiflado que se tocaba con teorías conspirativas ridículas. Los dos discutían en el porche de la cabaña de los McBride –de seguro por alguna razón estúpida y que en lo más mínimo le importaba a Chloe–. Rusty pretendía demostrar su superioridad con unos espantosos pasos de baile alardeando de tener buen ritmo, mientras que Zach meneaba su barriga flácida al descubierto, de modo que parecía hacer cantar al alíen que tenía tatuado allí. ¡Qué cringe! En medio de ellos dos, la jirafona insípida de Stella Zhau reía con sus payasadas. Lo mismo que Kat, la novia de Zach, y Jordan Chica que salía con Liam Hunnicutt.

Hablando del chico de campo de costumbres y expresiones raras, este estaba en la mesa de picnic platicando con el equipo local de Baseball liderado por Lynn Jr., una de las chicas más insoportables del ultimo año.

Chloe debía afrontar su triste realidad: estaba en una fiesta de puros perdedores, inmaduros. Mas no tenía porqué extrañarle habiéndose ennoviado con el mayor de todos los perdedores allí.

Pero Chloe sabía que los tiempos cambiaban, como también sabía que ya no era una niña y que lo suyo con Clyde no iba a durar.

Lo tuvo claro en el momento preciso que avistó a Lincoln Loud, de pie sobre el muelle, bajo una playera holgada, descalzo y en pantaloncillos cortos. Otro patético idiota perdedor más... A su modo... Bien podría considerárselo el perdedor alpha, visto que sin él sus amigos eran más inútiles que de por si. De buena fuente sabía que ni siquiera podían sentarse correctamente en el autobús si no estaba ahí para decirles cómo. Literal, el mismo chiste de Peter Griffin.

Por entre sus gafas de sol, Chloe lo vio inclinarse. Hasta el momento había pasado desapercibido su trasero redondo, nada flácido, marcándose bajo esos pantaloncillos cortos y ajustados que daban la impresión que no llevaba puesto nada, nada de nada.

–¡Atrapé uno! –gritó de pronto.

Empuñando la caña por el mango, Lincoln enroscó el carrete a gran velocidad hasta sentir que las manos le ardían. En un ultimo esfuerzo tiró para atrás con todas sus fuerzas y una trucha saltó fuera del agua, retorciéndose frenéticamente al otro extremo del dedal.

Sin embargo, su maniobra fue tan brusca y mal ejecutada que Lincoln resbaló y se fue de espaldas. El dedal se rompió y el anzuelo se desprendió de la boca del pez que voló por arriba de la cabeza blanca del joven y fue a aterrizar: De cara dentro del bikini de la castaña de baja estatura.

¡Splash!

–¡Iu...!

–¡Rayos!

Inmediatamente Lincoln se levantó dando tropiezos y acudió en su ayuda. Mas si mantuvo su distancia a medio metro de llegar a ella. Pese a que estaban rodeados de gente, nadie más se percató de lo que pasó entre ellos dos. No en ese momento que la música estaba a todo volumen y cada quien en lo suyo.

–¡Lo siento, Chloe! –se disculpó en el acto–. ¡No fue mi intención...!

–¡Mira lo que hiciste! –la otra saltó de la silla plegable, estremeciéndose toda al sentir como el baboso y escamado animal se retorcía entre sus niñas–. ¡Sácalo!

–¡¿Qué?!

Sin pensarlo demasiado, sin ser del todo consciente de lo que hacía o lo que decía, Chloe se acercó a Lincoln con las manos en alto, se puso de puntillas y se estiró hacía él sacando el busto, con lo que sus grandes pechos quedaron cerca de su cara.

–¡Sácalo ya! –rogó a gritos.

Pasando de estar pálido como un papel a ponerse rojo como un tómate, el avergonzado chico retrocedió tres pasos por instinto, pero sin dejar de apreciar el escultural cuerpo mojado y casi desnudo de la muchacha que tenía frente a sí, bajo las dos piezas rosadas de su bikini que no dejaban nada a la imaginación.

–¡Claro que no...! –balbuceó Lincoln en respuesta, todavía sin dejar de mirar–. ¡De ninguna manera!

–¡Sácalo! –chilló Chloe, que en cambio se acercó más–. ¡Date prisa! ¡Esto está todo resbaloso y mojado!

–Ah... Ah...

El peliblanco tragó saliva. La música seguía retumbante, los demás entretenidos en sus conversas, sin enterarse de nada, y Clyde no asomaba por ningún lado. ¿Dónde estaba cuando más lo necesitaba?

–¡Sácalo! –volvió a rogar la chica apretando los dientes. Su gemido sonó a que se iba a echar a llorar.

–Está bien.

Al final Lincoln se compadeció de ella. Lo hizo tan rápido como pudo en favor de darle prisa al mal paso. Para ello se quitó la playera y la envolvió en su mano, cerró los ojos e igual apuntó la vista en otra dirección, al momento de tener que aventurarse a buscar a ciegas entre aquel par de montañas. Al crecer, lo que le faltó a Chloe en altura se le compensó con otros atributos. Ya quisieran sus hermanas de pelo castaño tener lo que ella tenía.

–Ay... Dios...

En eso apretó algo que lo impulsó a retirar la mano. Misma por la que empezó a recorrer un cosquilleó que se dispersó por todo su cuerpo y se aglomeró bajo su cintura.

–Lincoln... –avisó Chloe con un hilillo de voz–. Ese no era...

–¡Perdón!

Sin más demora pescó a la trucha por la cola, está vez asegurándose de ver lo que hacía con un ojo entreabierto. Al cabo, la chica abrazaba su pecho con la cabeza gacha para ocultar su propia cara encendida de rubor.

–¡Lo siento! –se volvió Lincoln a disculpar tras arrojar la trucha al piso. De ahí desenvolvió la playera de su mano y se la pasó a Chloe, a falta de ninguna toalla que halló cerca–. ¡Ten, sécate con esto!

Chloe estaba más que harta y a punto de mandarlo al diablo, armarle una escena, acusarlo de ser el pervertido que era delante de todos y... Y era la primera vez que lo veía con el torso mojado y al descubierto. Seguía teniendo una complexión delgada, pero tampoco es que estuviese en mala forma. Su abdomen no era un lavadero perse, pero estaba tonificado. Sus brazos distaban de ser los de un levantador de pesas, pero tampoco es que fueran delgados y frágiles. Sus pectorales lejos estaban de ser como los de un héroe, pero de que se mantenían firmes se mantenían. Se dio cuenta que tampoco contaba con piernas poderosas, pese a que las suyas si se veían lo bastante firmes y cómodas para sentarse en ellas. Todo en él estaba donde debía estar. Ni un gramo de grasa sobrante en su cuerpo.

Lo que tenía delante suyo habría sido resultado de haber ayudado a la tal LJ en sus entrenamientos como el buen hermano que era, según tenía entendido. Cuanto menos mejor a lo que el pelmazo de Clyde tenía para ofrecer. Sobre todo a comparación con aquello otro que se estaba marcando allí abajo, dentro de esos ajustados pantaloncillos.

En pocas palabras, a Chloe le gustó lo que vio. Tanto que la hizo replantearse al segundo que el incomodo encuentro... Ya no le resultó tan incomodo. Así de rápido se disipó su enojo. Su expresión se relajó y dio paso a una sutil sonrisa maliciosa.

–Lo siento –insistió el peliblanco en disculparse–. No quise hacerlo.

–... De acuerdo... –concedió Chloe con disimulo. Cogió la playera y se secó con ella, de paso olfateándola con discreción–. Tranquilo.

Lincoln se dispuso a recibirla de vuelta, pero Chloe no se la devolvió. En vez de eso la tendió sobre la silla y se le sentó encima de piernas cruzadas. A continuación puso las gafas de sol en la mesita de al lado junto a su boina y en su lugar agarró una botella blanca.

–Te perdono si a cambio me haces un pequeño favor para compensarme.

–Seguro –asintió Lincoln–. ¿Cuál es?

A lo que Chloe se levantó de un brinco y lo agarró de la muñeca para darle a sostener la botella blanca. De ahí lo volvió a soltar y sentarse sobre su playera.

–¿Podrías ponerme bloqueador en la espalda? –pidió, riendo por lo bajo y mordiéndose el labio inferior con sutileza.

Terminado de procesar bien lo que acababa de oír, la mandíbula de Lincoln descendió de golpe y sus ojos se abrieron a lo grande.

–¡¿Que qué?!

Por instinto dio otros dos pasos más largos para atrás, casi tropezando, pero logrando estabilizarse para apretar las piernas. A rápidas miradas buscó a alguien que lo sacara de esa, pero el barullo mantuvo a todos ajenos a lo que se estaba cocinando a la orilla del lago.

Estaba por replicarle a Chloe, cuando vio que esta se había girado y empezado a desabrocharse la parte de arriba del bikini. Podía jurar que su mano actuó sola al estrujar la botella, con tal fuerza que la tapa se abrió de golpe y un chorro de bloqueador salió disparado de ella desparramándose en el prado.

–No lo desperdicies –le reclamó Chloe, no obstante sin dejar de reír–. Vamos, hazlo rápido que el sol está muy fuerte hoy y no quiero quemarme.

El cuerpo de Lincoln siguió actuando por cuenta propia. Para cuando lo supo había avanzado los dos pasos y untado su mano de bloqueador. Ahí se detuvo a tiempo.

–¡No!... ¡No puedo hacer eso!... –replicó, gimiendo y balbuceando–. ¡Eres la novia de mi mejor amigo y...!

–Ya, deja de hablar tanto y pónmelo que no tengo todo el día –exigió la muchacha que ya se había tendido bocabajo en su silla.

–Yo... Oh, rayos...

Ante esto, Lincoln también terminó por acceder, aunque no tan a regañadientes como pareció, pero si con la certeza de que se iría de cabeza al infierno y sin barranco que lo frenara.

Empezó por frotar los hombros y la espalda alta de Chloe con la crema que ya tenía untada en la mano. De allí siguió con la espalda baja. Su piel era suave y tersa, como la de un bebé. Estaba por descender otro poco, cuando se detuvo.

–Y... Ya está.

–Ahora las piernas –pidió Chloe.

–...¿Q...?...¡¿Qué?!

–Anda, que tampoco me quiero quemar allí.

Ahora era otra parte del cuerpo de Lincoln la que reaccionaba por si sola, una que nunca había podido controlar.

–¡No! –soltó con un gemido.

Cosa que molestó a Chloe que ya se estaba empezando a impacientar.

–Hazlo o juro que gritaré y les diré a todos que me tocaste el...

–¡Está bien! ¡Está bien!...

Sin otra alternativa a su alcance, Lincoln se untó la mano con otra poca de crema y la deslizó suavemente desde los tobillos hasta las pantorrillas de Chloe, y otro poco más en ascenso.

–Con cuidado –rió la muchacha con picardía–. Me haces cosquillas.

–¡Lo siento!

Se detuvo otra vez, cuando captó que estaba por rebasar los muslos. Aguardó a que Chloe le replicara algo más, cuando en esas Clyde llegó con un trozo de carne asada y un elote servidos en un plato desechable.

A prisa, Lincoln escondió la botella de bloqueador tras su espalda y guardó más distancia de la silla en la que reposaba Chloe, quien por su parte dejó de sonreír complacida. Justo cuando se la estaba pasando tan bien.

–Hey, amor –la saludó su novio–, la comida está lista. Mi papá preparó esa ensalada de col que tanto te gusta.

–Está bien –respondió ella con frialdad–. Ya voy.

De ahí Clyde se dirigió a su mejor amigo.

–Tú también ven a comer, Lincoln –este otro parecía respirar acaloradamente, lo que lo preocupó–. ¿Te sientes bien? Te vez algo agitado.

–Si... ¡Si! –mintió–. Sólo algo acalorado.

–Bueno, entonces ven y te daré un vaso de limonada con hielo. Los espero en la mesa.

Habiéndose retirado el tonto de su novio, Chloe se levantó y volvió a abrochar el bikini. Amó el rubor candente que apareció en la cara de Lincoln y como este se apuró a apartar la vista de ella. Se le antojó adorable... Y de más interés.

Al acercársele con las manos tras la espalda volvió a esbozar esa traviesa sonrisa, aunque ya no de forma tan sutil. De nuevo se puso de puntillas sacando el pecho, quedando a escasos diez centímetros de su cara como si fueran a besarse.

–Hey, gracias –poco más y le sopla al oído–. Eres muy gentil cuando te lo propones.

Y se alejó, contoneando deliberadamente sus bien formadas caderas. A medio andar se regresó a mirarle y, de un modo ya nada discreto, le guiñó un ojo.

Tras de si, Lincoln se quedó en una pieza, aturdido, acalorado y con las piernas apretadas, tratando de asimilar lo que acababa de suceder.

Camino a la mesa de picnic a ocupar su lugar en medio de Clyde y los señores McBride, Chloe reconsideró que su tarde en la cabaña en el lago de sus suegros... No había sido tan desperdiciada.

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