Las reglas están hechas para romperse
7 de Septiembre
No quiero hablar de la clase de ayer, de verdad que no quiero. Hoy he pasado todo el día huyendo de la mirada de todo aquel con el que me cruzaba. Soy consciente de que nadie sabe que me follé a mi profesor privado de alemán, pero en mi cabeza no paran de sucederse los mismos pensamientos atronadores. Me da la sensación de que ya soy la puta de la universidad.
Está bien. Contaré la patética clase de ayer.
—Guten morgen —me saludó secamente, enterrando aquellos ojos verdes en el libro que reposaba sobre su mesa. No sé decir si estaba colorada, enfadada, avergonzada o todo a la vez. Ante mi silencio alzó su mirada—, en alemán es "Buenos días".
¿Me estaba tomando el pelo o se pensaba que era imbécil? Puse los ojos en blanco.
—Hasta ahí llego, pero gracias por la aclaración —contesté con sarcasmo. Me pareció ver que sonreía, pero era tan leve que parecía imperceptible.
—Ya sabes lo básico, entonces. ¿Qué tal si te sientas? —Y señaló a la silla que había en frente de su escritorio. Asentí y, absolutamente tensa, me senté. Miré a todos lados sin decidir en fijarme en nada, ya que no quería cruzarme con sus ojos. Era demasiado vergonzoso, demasiado patético. Se hizo un incómodo silencio que él rompió carraspeando—. Antes de comenzar con la clase, soy Klaus Keller. Seré tu profesor de alemán intensivo, un curso que durará dos semanas. Pasaremos muchas horas juntos para que hables casi a la perfección el idioma y puedas desenvolverte en la universidad.
No os miento si digo que casi me atraganto cuando dijo "pasaremos muchas horas juntos". No necesitaba eso, necesitaba espacio y encerrarme en mi cuarto. Pero lo que más me jodía era en el tono con el que lo decía, como si no pasase nada y fuese una alumna más. Quizás no era la primera alumna con la que dormía. Después de todo, tenía todo el aspecto de mujeriego. "Pasa de él y contrólate, Faye", me dije a mi misma. Así lo hice, así que pasé las siguientes dos horas intentando ignorar que le había visto completamente desnudo la noche anterior.
Y pensaréis que tampoco ha sido para tanto, pero ahí no termina esta historia. Hoy no tenía clase con él, ya que era el inicio de las clases de la universidad. No pude concentrarme en ninguna de las presentaciones y parecía imbécil intentando socializar con mis compañeros de clase. Todos destacaban mi curioso acento, me preguntaban de dónde era y me pedían que les enseñase francés. Lo típico de ser extranjera. Por si no se ha notado ya a estas alturas, es un tema que me enerva. La conclusión es que nadie de mi clase me cae bien. Aunque también tengo que decir que, en términos generales, no me gusta la gente.
Subí tras una dura tarde a mi cuarto, abrí la puerta y me tiré a la cama sin más miramientos. En su cama estaba Silke escuchando música con.... ¡Aleluya! ¡Auriculares! Pensaba que no sabía que existían.
—¿Día duro? —preguntó con una sonrisa. Con mi cara enterrada en la colcha de la cama, gruñí—. ¡Interesante! Eres tan habladora, Faye.
—No estoy para tu sarcasmo de mierda —contesté incorporándome. Me froté los ojos, corriéndome de paso todo el rimel. Ya no podía lucir peor, igualmente.
—¿Y qué tal el de alemán? No me contaste nada ayer.
Me quedé en silencio y después gimoteé. Para qué iba a mentirle si lo acabaría descubriendo en cuanto le viese por los pasillos. Ella también lo había visto en la discoteca y no era tan tonta para no reconocerlo.
—Es el tío con el que me fui el día que salimos —murmuré, aún sin saber si quería que lo oyese o no. Se quitó los cascos y me miró con incredulidad. Os juro que pensaba que se le iban a salir los ojos de la cuenca.
—¿¡Qué!?
—Y encima ha fingido que no pasaba nada —seguí hablando, avergonzada.
—Será cabrón...
—Y encima ha dicho con un tono que no te puedes imaginar un "pasaremos mucho tiempo juntos" que casi hace que me explote la cabeza.
Silke saltó, literalmente, de su cama y me zarandeó. No sé si describirla como pura energía o como un grano en el culo.
—Tienes que ir a hablar con él y dejarle las cosas claras. Ya.
Me horroricé al oír eso. ¿Cómo iba a mirarle? ¿Cómo iba a hablarle si quiera de ese tema? Negué con la cabeza, nerviosa.
—¿Estás loca? Ni de coña. ¿Y si se pone a contarlo por ahí? ¿Y si es un loco?
—Si lo hacen le despide, y si no le dejas las cosas claras no descansarás tranquila. Tienes que ir y poner las cartas sobre la mesa. ¡Que sepa quién manda! —Silke estaba emocionada, como si estuviese viendo una telenovela en primera persona. Casi parecía que se lo estaba pasando bien. Lo que no podía negar es que tenía toda la razón, así que me levanté vagamente de la cama y suspiré.
—Está bien. Tienes razón. Iré ahora, creo que le toca horario de tutoría...
Y, bajo la mirada emocionada de la estúpida rubia que tengo como compañera de cuarto, me arreglé el maquillaje y bajé hasta su despacho. Nerviosa y con las manos sudorosas, toqué la puerta dos veces. Mi vello se erizó cuando oí "adelante". Allí estaba él, con la camisa remangada y apretada en sus bíceps y ese pelo oscuro alborotado. Llevaba unas gafas que decían "ven y quítamelas".
¿En qué demonios pienso?
—Ah, Faye. Siéntate. Acaba de terminar el horario de tutoría, pero por ti me voy un poco más tarde a casa —dijo con una media sonrisa. Lo que os digo, juega conmigo.
—No he venido a por tutoría —contesté, entre nerviosa y aterrorizada. Y también un poco enfada. Klaus se puso serio, se quitó las gafas y se cruzó de brazos, mirándome fijamente. Por supuesto, no ayudaba nada.
—Soy todo oídos.
—Ya sabes a qué he venido. No hagas como que no me conoces, tú sabes tanto como yo lo que pasó hace un par de días —Y una vez comencé a hablar, no pude parar—. Los dos lo hicimos sabiendo que era un rollo de una noche, está bien. Pero me jode el hecho de que ni siquiera hayas hecho un amago de hablarlo, de decirme que lo ignoraríamos. Me jode mucho que pases de mí así, ¿vale? Solo quiero que sepas que somos alumna y profesor, está bien, pero que no habrá nada más... —No os voy a mentir. Esto último lo dije totalmente insegura, retirando la mirada, achicándome. Él se levantó y se colocó delante de mí.
—Está bien. Tienes razón, somos profesor y alumna —contestó. Me atreví a alzar la mirada, a pesar de lo imponentes que eran sus ojos verdes.
—Está bien —repetí.
—Está bien.
Se hizo un silencio sepulcral, una lucha de miradas. Entonces, casi al mismo tiempo, acercamos nuestros labios hasta besarnos. Y de un beso vino la pasión, por lo que acabé comiéndole la boca a mi profesor de alemán en su despacho. Y de ahí pasamos a su escritorio, a apartar los papeles con furia y seguir devorándonos con fiereza. Seguidamente fue hacia la puerta y la cerró con pestillo, quitándose la camisa mientras venía hacia mí con esa mirada tan intensa. Terminamos desatando nuestra pasión en un despacho de universidad, en una relación que no estaba bien. Pero eso sí, decidió taparme la boca para que nadie me pudiese oír.
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