La penitencia silenciosa

10 de septiembre

Perdonad que no haya escrito antes, pero han sido unos días muy complicados. La verdad es que aún no me explico cómo acabé de esa manera en el despacho de mi profesor, pero me arrepentí inmediatamente. Creo que él también, pues la despedida fue fría y sin ningún tipo de sentimiento. Me sentía verdaderamente como una prostituta. Lo único que le faltó fue darme un billete de cincuenta euros. Después de eso volví con más ganas de pedir que me practicasen una lobotomía, a ver si terminaba de quedarme tonta. 

No le conté nada a Silke. De hecho, cuando me preguntó qué tal me había ido únicamente supe decirle "raro". Tampoco estaba mintiendo.

Me he pasado estos dos días yendo de clase a la habitación de la residencia y de la habitación de la residencia a clase. Tengo que decir que, aunque mis compañeros son imbéciles, las clases son medianamente interesantes. Lo poco que me puedo enterar, claro. 

Por supuesto escribo porque tengo algo que contar. 

***

—Entonces... ¿El ensayo es sobre la influencia de la literatura o sobre la literatura en sí? —pregunté por enésima vez a Lotte, la única compañera de clase normal que tengo y la única que intenta esforzarse en comunicarse conmigo en inglés. Ella asintió, atándose su larguísimo cabello pelirrojo y ondulado en una coleta alta. Lotte es preciosa, de ese tipo de chicas con un cuerpo atlético y bien formado, piel suavemente bronceada por todo el deporte al aire libre que practica y una sonrisa que ilumina la universidad. Yo en cambio soy desgarbada y delgaducha. 

—¡Sí! Tienes que tratar punto por punto la influencia tanto nacional como internacional. En la biblioteca he localizado unos buenos manuales, así que podemos ir juntas a mirarlo.

Me paré en medio del pasillo de la facultad y suspiré, apoyándome en la pared. Me sentía mareada. Me agobiaba todo lo que tenía que hacer. No solo me sentía retrasada en cuanto a materia, sino que el idioma lo complicaba todo. Teniendo en cuenta, además, con que llevo dos días sin ir a las clases de Klaus Keller. Sí, soy una cobarde, pero, ¿qué haríais vosotros en mi lugar? 

—Te agradezco toda la ayuda, Lotte —dije sinceramente. La verdad es que desde que la he conocido no ha parado de ayudarme. Ella me miraba con preocupación.

—No pasa nada, pero... ¿estás bien? 

—Sí, estoy un poco agobiada. Nada más— Y sonreí como pude. Seguimos caminando, aunque fuese por disimular.

—¿Vas a ir a la fiesta de los chicos del sábado?

Arqueé una ceja. Silke me había dicho algo, pero no estaba demasiado para fiestas así que no le presté demasiada atención.

—Algo me habían comentado, pero lo dudo. Tengo que ponerme al día, el alemán me cuesta.

—¡Pero por un poco de descanso no va a pasar nada! Te vas pronto y ya está. 

Me quedé pensativa por unos segundos. Miré a Lotte, que me devolvía la mirada con ese semblante animado y adorable. Puse los ojos en blanco.

—Está bien, un rato solo.

—¡Genial! —contestó la pelirroja, abrazándome. Me reí con incomodidad, pues el contacto físico es una cosa que no termino de llevar bien. Antes de que me juzguéis por esta última frase, me refiero al contacto físico no-sexual. Mejor me callo. 

Y entonces pasó una de esas situaciones en las que los astros se alinean para joderme. Delante nuestro, caminando hacia nosotras, Klaus Keller se acercaba.

—Mierda —susurré en voz demasiado alta. Intenté cubrirme con el pelo, pero era demasiado tarde. Señor Sonrisa Trident White se paró.

—Qué alegría verte, Liselotte —dijo con esa tranquilidad que le caracterizaba. Me sorprendió que saludase así a mi compañera, así que desenterré mi cara de mi pelo y la miré incrédula.

—¡Mucho tiempo! —contestó con dulzura—. Este año también iré a teatro, así que nos veremos, ¿no?

—Por supuesto. Os tengo preparada una obra que os encantará.

Y como me estaba perdiendo en esa conversación y me sentía totalmente estúpida, me escondí disimuladamente detrás de Lotte y esperé a que se fuese. Me sentía como en una película de terror, cuando la protagonista se esconde en el armario esperando a que el asesino se olvide y se vaya. Y sí, soy tan imbécil de pensar que pasará.

—¡Ah! No sé si conoces a Faye. Somos compañeras de Inicios de Literatura.

Lo que decía. Era momento de fingir que todo estaba bien, así que volví al mundo real e intenté sonreír.

—La conozco bastante bien. Estoy ayudándola con el alemán —dijo clavando sus ojos verdes en mi, haciendo que me sintiese menuda y desprotegida. Puede que no fuese más que mi imaginación, pero aquello sonaba a indirecta—. Además, luego tenemos clase. ¿Verdad, Faye?

Asentí lentamente sin pronunciar palabra. Fue Lotte la que rompió el silencio.

—¡Ah! Qué genial. Pues entonces convencela tú para que una al club de teatro.

Y aquello fue la gota que colmó el vaso. Nada de teatro, nada de actuación. Eso estaba olvidado en mi cabeza. Se me heló la sangre y mis traumas volvieron a flote. 

—Tengo que irme —dije con sequedad, dejando a los otros dos pasmados. Me giré y me fui, porque no podía aguantar tanta presión.

Estoy convencida de que Klaus Keller ha venido para arruinarme la vida.

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