El sabor de la sangre en la boca
5 de Septiembre
Sí, lo sé. Mi promesa era escribir todos los días, pero no todos los días son para escribir. Prefiero reservarme este estúpido diario para cuando tenga algo interesante y un poco de tiempo.
En estos dos días he observado a la gente, como a mí me gusta hacer. Los alemanes son muy diferentes a los franceses. No hablo ni en el buen sentido ni en el mal sentido, por supuesto, aunque me caen mejor los de por aquí. No dicen tantas gilipolleces, o por lo menos las dicen en menor medida. Se hace más fácil pasar desapercibida.
Ésta mañana he visitado a mi nueva psicóloga, teniendo que transportarme hasta el pueblo dónde está mi universidad (se llama Sauerbach o algo así, no sé escribirlo correctamente y mucho menos pronunciarlo). Se llama Vanessa. Cuando he entrado a su consulta estaba un poco intimidada, aunque no lo reconocería jamás en voz alta. Ella estaba allí, sentada en un enorme sillón leyendo un libro con unas enormes gafas.
—Pasa —me dijo en un perfecto inglés, lo cual me tranquilizó. No tendría que esforzarme en hablar en alemán, el cual aún no domino. La tranquilidad duró poco, pues alzó su mirada y clavó sus ojos grises en los míos. Ciertamente, los alemanes son intimidantes.
—Soy... —comencé a decir tímidamente. Ella me cortó en seguida.
—Faye Fortier, ¿no es así? Lo sé. —Entonces dejó el libro en el enorme escritorio delante suyo, hecho de alguna madera oscura. Se levantó y se acercó a mí, para después darme la mano. Se la tomé tímidamente, mientras miraba a todos lados intentando ubicarme. Era un despacho sencillo, culto, con estanterías repletas de libros. Más que la consulta de un psicólogo, parecía el despacho de un catedrático—. Toma asiento.
Obedecí, sentándome en una silla delante de su escritorio. Ella volvió a su cómodo sillón, se cruzó de brazos y afinó la mirada. No pude apartar mis ojos de su rostro, pues a pesar de no tener una belleza extrema era una mujer hechizante. Tenía los labios pintados de un potente rojo que resaltaba su piel blanca nuclear y su cabello castaño. Debía rondar la cuarentena, de años, pero en espíritu parecía mucho más anciana.
—Y bien, Faye... Está bien que te llame por tu nombre, ¿no? —continuó mientras revisaba unos folios que adiviné que podía ser mi expediente. Asentí lentamente—. Perfecto. Ahora dime... —hizo una pausa lo suficientemente larga como para que me pusiera de los nervios, así que tragué saliva e intenté no salir corriendo—... ¿Has vivido?
***
Nos os miento cuando os digo que he salido llorando de la consulta, no porque Vanessa me desagradara, sino por su forma de meterse en mi cabeza. Y lo peor estaba por venir, pues tenía que volver a mi habitación y no me apetecía aguantar a Silke.
Ah, es verdad. No he mencionado que ya me he mudado a la residencia universitaria, y que por supuesto mi compañera de cuarto es imbécil. Se dedica a intentar usurpar lo máximo posible de la habitación y a poner una horrible música metal durante casi todo el día.
Entré al cuarto pesadamente y dejé mi bolso sobre la cama. Por supuesto, Silke estaba allí, desnuda sin ninguna clase de pudor mientras se maquillaba y secaba el pelo al mismo tiempo. No me preguntéis cómo lo hace, no tengo ni idea.
—Bienvenida a nuestra humilde morada, Fortier —dijo con una risa socarrona. A pesar de su carácter sarcástico y horrible, por lo menos se comunicaba conmigo en inglés.
—Déjame —contesté cortante sin mirarla, y me pareció oír que susurraba un "qué simpática". Me eché a la cama y me quedé mirando al techo, pero aquello no fue suficiente para deshacerme de ella. Se puso ropa interior y se sentó en mi cama, cruzada de brazos.
—¿Tienes algún amigo?
—No, ¿y tú?
—Salgo con gente.
—Enhorabuena, ¿qué tal sienta emborracharte con gente que te dejaría tirada si tuvieses un coma etílico? —Así habían sido nuestras conversaciones desde que nos conocimos. En dos días, prácticamente nos estábamos tirando de los pelos. Ella rió, sacudiéndose su larguísimo cabello rubio y ondulado.
—Y, ¿cómo sabes que me dejarían tirada?
Puse los ojos en blanco y me incorporé, clavando mi mirada en ella.
—Te he visto con ellos y créeme, tienen pinta —contesté. A decir verdad, esos gilipollas llevan molestándome los dos días que llevo en la universidad, preguntándome cosas como "si es cierto que los franceses escupimos al hablar" o "si las francesas lo llevamos depilado". No tienen ni una pizca de vergüenza y se dedican a pasar el tiempo en MI habitación. Además, sé que Silke está incómoda cuando se comportan así—. Tú tampoco tienes amigos, y me parece mucho más triste escudarse en cuatro gilipollas para sentirte mejor —seguí, sentenciando. Silke pareció quedarse blanca por alguna razón. A pesar de que habíamos discutido durante días sin parar, siempre había contestado con sarcasmo. Esta vez había dado dónde dolía.
—¿Y tú? ¿Qué harías si tuviese un coma etílico? —dijo con la boca chica, casi como le doliese preguntarlo pero tuviese una curiosidad que no la dejase vivir. Silke es muy extraña, como podéis ver. Me quedé pensativa.
—Me reiría un poco, la verdad.
Silke frunció el ceño.
—Ya, pero, ¿me recogerías?
Me pregunté si realmente me lo decía en serio o quería ponerme a prueba. De todas formas si de algo puedo presumir es de que soy sincera, así que le respondí como me decía mi cabeza.
—A diferencia de tus amigos, yo soy humana.
Silke sonrió casi triunfal, como si acabase de descubrir América o un nuevo color para pintalabios. Yo que sé. Se levantó y me tomó del brazo bruscamente, a lo cual me quejé.
—¡Faye Fortier ha despertado de su letargo! Por fin dejas de ser un robot —exclamó con ánimo. Fruncí el ceño, confundida—. Que digo, que te arregles y te pongas guapa aunque sea difícil para ti. Esta noche salimos tú y yo.
—¿Contigo? —contesté arqueando una ceja. Ella asintió, me soltó y empezó a rebuscar en su armario.
—Me apetece. Hemos empezado con mal pie, y qué mejor forma de conocerse que emborracharse, ¿verdad?
Me quedé pensativa, mirando a aquella chica a la que hubiese asegurado hacía unas horas que no soportaba. Suspiré, barajando la posibilidad de aceptar.
—¿Y tus amigos? —respondí, ya resignada, sorprendiéndome a mí misma aceptando su invitación. Hacía mucho tiempo que no salía, y me apetecía beber, fumar y quizás algo más.
—A mis amigos que les follen.
Y así es cómo aquí estoy, arreglada mientras Silke se termina de alisar el pelo. Es la primera vez en meses que me maquillo y la primera vez en años que me siento medianamente bonita. Quizás debería bajar la guardia con la gente a mi alrededor, pero me da miedo salir herida.
Esta noche salgo, pero volveré pronto. Mañana tengo tutoría con mi "profesor de alemán". El tal Klaus Keller. Sí, me he aprendido su apellido.
Deseadme suerte. Me beberé todo lo que pueda.
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