Capítulos 15 y 16
¡Holaaa!💕 Os dejo dos capítulos, porque estoy en medio de algo grande en mi vida y no me dan las horas para preparar los 2 capítulos semanales. Os cuento todo por Instagram: nerea_vara / bynereaner
Id comentando a medida que leéis porfi, ya sabéis que mi única motivación para seguir actualizando, son vuestros comentarios🙏🏼
¡Disfrutad!
COLE
Emily se deshace en lágrimas entre mis brazos mientras yo puedo notar cómo se me calienta la base de la cara a medida que la sangre empieza a hervirme por todas las cosas que me estoy imaginando. No quiero presionarla, pero necesito saber qué hostias ha pasado antes de perder la cabeza del todo.
—Me ha dicho que te denunciará si no vuelvo a casa con él —confiesa finalmente después de apartarse para mirarme.
Suelto una carcajada amarga y aprieto los puños al mismo tiempo que tuerzo el cuello a los lados; toda esta ira va a salir despedida en cualquier momento y será con ese cabrón.
—Pues la próxima vez que entres en su habitación, le dices de mi parte que puede comerme los huevos si quiere.
—Cole... —Aprieta los labios y niega con la cabeza al mismo tiempo que sus ojos se humedecen una vez más.
Estoy hasta la polla de verla llorar, de que un hijo de la gran puta se crea con el derecho de empañar los ojos más increíbles que he visto en mi vida.
—Nena, escúchame —pido a la vez que la sostengo por las mejillas y me inclino ligeramente para ponerme a su altura—. ¿Pretendes que me quede de brazos cruzados mientras vuelves con el mismo tío que lleva semanas maltratándote y que intentó violarte hace veinticuatro horas?
Inmediatamente vuelve a romperse y sus llantos son cada vez más irregulares, le falta el aire y está demasiado nerviosa; no voy a poder calmarla. No así.
—¿En qué habitación está? —pregunto decidido a acabar con esta mierda. Niega con la cabeza y da un paso hacia la puerta, como si creyese que voy a entrar para buscarlo—. Em, ¿en cual?
—Cole, no.
—Confía en mí, por favor. —Me acerco y trato de transmitirle calma con la mirada—. Te prometo que no voy a ponerle una mano encima.
—¿Y qué vas a hacer entonces?
—Solo hablar con él.
—¿Hablar? —pregunta con incredulidad.
—Te lo juro, dime en qué habitación está.
Sostengo su mirada, pero supongo que me conoce demasiado bien porque vuelve a negar y a reforzar su posición frente a la puerta mientras abraza la tabla con informes que lleva en sus manos. Entonces, sin dudarlo, se la quito y me alejo unos pasos para leer el nombre de todos los pacientes, encontrando el de ese cabrón en la 215. Bajo el brazo para que deje de dar saltitos intentando quitármelos, y se lo devuelvo a la vez que abro la puerta.
—Cole —llama en voz baja—. ¡Cole!
Sé que me está siguiendo e imagino que se queda fuera de la habitación para vigilar cuando llego hasta ella y entro sin dudarlo. Ver el estado de su rostro no me impresiona lo más mínimo, en las peleas que participaba antes de entrar a prisión —y en la que volveré a hacerlo en cuanto Byron consiga meterme—, los resultados eran iguales o peores.
—¿¡Qué haces tú aquí!? —exclama en cuanto me ve. Intenta alcanzar el botón de ayuda para pulsarlo, pero tiro del cable a tiempo y lo lanzo tras la cama—. Zorra —dice entonces mirando por encima de mi hombro.
No sé si Emily está tras de mí o si está fuera, pero no voy a perder el tiempo en comprobarlo. Esto va a ser rápido.
—¿Sabes una de las cosas que se aprenden en la cárcel? —mascullo cerca de su rostro con las manos apoyadas en las barras de la cama—. A matar y fingir que ha sido un accidente.
—Puedes ser un jodido salvaje, pero no eres un asesino.
Escuchar salir esa palabra de entre sus labios, la misma que usó Emily para definirme cuando llegué ayer a casa tras la paliza, hace que la poca paciencia que había conseguir reunir se esfume.
—Ponme a prueba —susurro al mismo tiempo que cierro el puño y hundo los nudillos en el hueso de su rodilla—. Te dije que te partiría las piernas si te acercabas a quinientos metros de ella.
—¡Para, para! —exclama cuando aprieto con más fuerza—. ¡Emily!
Retiro la mano de ahí para agarrarlo por las mejillas, clavo los dedos en las gasas y aprieto, provocando que vuelva a gritar de dolor.
—La próxima vez, cogeré cuatro jeringuillas llenas de aire y te las clavaré en la arteria —digo con tanta ira y calma que puedo notar cómo se me humedecen los ojos por el esfuerzo que estoy haciendo por contenerme y no matarlo ahora mismo—. Ese aire irá a tu cerebro y disfrutaré viendo cómo te retuerces de dolor como el puto cerdo que eres hasta que te mueras sin que nadie pueda hacer nada.
La poca expresión que le queda en el rostro debido a los golpes se transforma. Sus ojos evidencian el terror y retrocede un poco en la almohada al ver cómo mi semblante no cambia; sabe que no es una amenaza más.
—Mándame de vuelta a prisión si quieres, pero recuerda que tengo amigos que te conocen. Si yo vuelvo al trullo, puede que me pase el resto de mi vida allí dentro, pero la próxima cama que tú ocuparás será la de la morgue.
Sostengo su mirada un instante más para asegurarme de que le queda claro y, solo entonces, me giro para comprobar que, como pensaba, Emily está observando la escena desde la puerta. Le hago un gesto para que salga de la habitación y ella mira a ambos lados del pasillo antes de dejarme salir.
—Siento que hayas tenido que ver eso —murmuro sin tocarla porque aquí todo el mundo piensa que sigue con ese cabrón; sin embargo, me muero por envolverla con mis brazos cuando pestañea varias veces y se pasa la mano por los ojos.
—Estoy bien. —Inhala por la nariz profundamente mientras yo asiento y observo cómo trata de serenarse.
—Vuelve a trabajar, estaré por aquí.
—De acuerdo.
Los dedos de su mano rozan sutilmente los míos, intercambiamos una mirada más y cada uno nos alejamos hacia extremos opuestos del pasillo. Voy hasta la sala de espera y me siento en una silla, pero esto demasiado nervioso, por lo que vuelvo a ponerme en pie y regreso al pasillo. Veo cómo habla a los lejos con una compañera y esta la abraza; seguramente ha visto sus ojos y cree que está así por su hijo de puta que claramente ya es su exnovio.
Decido bajar a la calle para fumarme un cigarro e intentar relajarme. Me siento en el respaldo de un banco que hay en un costado de la fachada y observo durante varios minutos cómo la gente entra y sale del hospital; algunos lloran, otros ríen.
No me va a denunciar, lo he visto en su mirada. Está acojonado y eso me enfurece más porque solo demuestra lo mierda de hombre que es; con Emily es muy valiente, pero en cuanto yo me acerco, se mea encima como el asqueroso de su amigo.
En lo que respecta a ella, tanto Abi como yo le hemos dicho que sí debería ponerle una denuncia por violencia de género. Ya sabemos cómo funciona esta mierda. Lo más probable es que no hagan mucho más que detenerlo y que pase un par de noches en el calabozo hasta que su papaíto haga algunas llamadas y lo manden para casa.
Por desgracia, las leyes aquí parecen hechas enteramente por hombres.
Cuando una mujer denuncia un maltrato, sí, detienen al presunto agresor, pero si no hay pruebas, sale a la calle en setenta y dos horas, y después las consecuencias de esa denuncia son terribles para la mujer; a Emily eso no le pasaría porque estoy yo, pero no todas corren con esa suerte.
Esta mañana, mientras se duchaba, me he metido a buscar información en internet sobre las opciones que tiene y, sinceramente, preferiría no haberlo hecho. Un informe de la "Línea Nacional de Violencia Doméstica de Estados Unidos" dice que, cada minuto, veinticuatro mujeres sufren violencia de género.
Doce millones de mujeres al año.
Doce millones de hijos de puta que deberían estar en prisión o, mejor, bajo tierra por cobardes; sin embargo, también he leído que solo el sesenta y seis por ciento de las denuncias acaban en acusación... Ese número ha sido el que me ha terminado de convencer de que, sí Emily decide denunciarlo, por supuesto la apoyaré y estaré para cualquier cosa que necesite, pero si no, no insistiré. Además, ese cabrón no tiene antecedentes, su padre es abogado y nunca la ha golpeado delante de nadie —sus amiguitos de ayer no cuentan porque nunca declararán en su contra—, así que Em no tiene pruebas. Los hematomas y el corte del labio habrán desaparecido en unos días, así que, aunque reuniese fuerzas para denunciarlo más adelante... No podría demostrarlo.
Lo siento, pero no seré yo el que la haga pasar por un proceso de investigación en el que, encima, se la juzgará a ella por haberlo dejado y haberse ido a vivir con su exnovio; el cual acaba de salir de prisión por pegar una paliza a otro tío.
Jamás la creerían.
Tiro el cigarro cuando siento el calor en los dedos y me doy cuenta de que, estaba tan absorto en mis pensamientos y con la mirada perdida, que casi me fumo el filtro. Decido llamar a mi mejor amigo para ver si sabe algo de las peleas, necesito conseguir pasta como sea, y rápido. Encima, esto no se lo he dicho a ellas porque no quiero que se preocupen más, pero si no consigo curro en dos semanas, vuelvo para dentro. Es uno de los requisitos de la condicional, tener un contrato de trabajo.
Tengo todas las esperanzas puestas en Naomi. Cuando mi hermana me ha dicho que metía horas porque necesitan camareros, lo he visto claro. Por suerte para mí, Naomi es una mujer y, aunque suene arrogante, las mujeres se me dan bien.
Me llevo el móvil a la oreja y espero a que Byron responda mientras me pongo en pie y camino por la acera. Mis ojos pasan por las decenas de ventanas que hay en la fachada, sin poder evitar preguntarme tras cuál de ellas estará el cerdo al que acabo de amenazar de muerte.
—¿Qué pasa, tío? ¿Cómo está Em?
—Jodida, ese cabrón está ingresado en su hospital. Estoy fuera. Le ha dicho que, si no vuelve con él a casa, me denunciará —explico al mismo tiempo que lleno mis pulmones de aire.
—¿Estás de coña? ¿Lo has visto? —habla con urgencia y nerviosismo.
—Acabo de amenazarlo con meterle cuatro jeringas de aire en el cuello si se le ocurre acercarse a ella.
—Con dos cojones. Y como te denuncie y te detengan, acabo con él —asegura con evidente ira en la voz.
—Se lo he dicho.
—Pues esperemos que le haya quedado claro.
—Necesito pasta, hermano. —Cambio de tema porque este solo consigue nublarnos el juicio a los dos y no sirve de nada; lo que tenía que hacer, ya lo he hecho—. ¿Sabes algo nuevo?
—Sí, hay pelea en Monroe en dos semanas.
—¿¡Dos semanas!? —exclamo tan alto que dos señoras que se acaban de sentar en el banco del que me he levantado, me miran asustadas.
—Hay otra pasado mañana, pero es en Rayville.
—¿Rayville? —pregunto extrañado—. Si es un puto pueblo de mala muerte, ¿cómo hacen una pelea ahí? No me jodas.
—Ni idea, tío, pero no puedes salir de Monroe con la tobillera.
—Me cago en su puta madre. —Chasqueo la lengua y me revuelvo el pelo.
—Estaré pendiente. Si sale algo nuevo, te pego un toque.
—Sí, gracias.
—Cole, puedo dejarte...
—No —interrumpo antes que de la palabra "dinero" salga de su boca—. Me las arreglaré, no te preocupes.
—Como quieras, ¿unas birras esta noche? Hailey tiene a la niña el fin de semana.
—Vale, pero estaré aquí hasta que Em salga a las diez.
—¿Vas a quedarte en el hospital toda la tarde?
—Sí, no pienso dejarla aquí sola con ese cabrón.
—Bueno, pues termino de hacer unas cosas y me paso por allí para hacerte compañía —comenta provocando que una pequeña sonrisa se dibuje en mi rostro—. Te llamo en un rato.
—Venga, hermano.
Cuelgo el teléfono y lo guardo en el bolsillo de los vaqueros para regresar dentro. Al pasar por la puerta, me hago a un lado cuando una camilla pasa a toda velocidad empujada por dos personas y un montón de gente detrás.
—Herida de bala en el costado izquierdo, ha entrado en parada dos veces de camino y...
Dejo de escuchar cuando se pierden dentro de una puerta con el letrero en rojo de "prohibido el paso a personal no autorizado". Miro a mi espalda y un hombre de mantenimiento se acerca con un carrito de la limpieza para fregar la sangre que ha ido dejando.
Cuando salgo del ascensor en la segunda planta, busco a Emily con la mirada, pero no la veo por ninguna parte, supongo que estará dentro de alguna habitación. Me siento en la sala de espera, en la silla que está más hacia fuera y desde la que puedo ver claramente la puerta de la habitación 215.
—¿Quieres un café?
Alzo la cabeza del teléfono cuando, un par de horas después, escucho su voz a mi derecha. Le dedico una sonrisa y la observo un momento para percibir cómo se encuentra; no ha vuelto a llorar, así que eso me deja un poco más tranquilo.
—Hay una máquina al final del pasillo.
—Pero ese es una mierda, tenemos una cafetera dentro —contesta a la vez que señala con el dedo la sala de control donde suelen estar cuando no están en las habitaciones—. ¿Te apetece?
—Vale, gracias.
—Enseguida vuelvo. —Curva ligeramente la comisura de sus labios y yo le guiño un ojo.
No paso desapercibido cómo, cuándo se acerca a la 215, de forma consciente o inconsciente, se pega al lado opuesto del pasillo hasta que la deja atrás. Trago saliva por la mala hostia de pensar que el cerdo asqueroso que intentó agredirla continúa ahí dentro, y me intento convencer a mí mismo de que esta será la última vez que tendrá que verlo; sin embargo, vuelvo a tensarme cuando regresa con una expresión diferente a la que tenía hace unos minutos. Y sin el café.
—¿Qué pasa? —pregunto al mismo tiempo que bloqueo el móvil y lo guardo en el bolsillo al levantarme.
—Acaba de pedir el alta —informa con nerviosismo—. No tiene conmoción cerebral y el médico no considera que sea necesario que permanezca en observación.
Tenso la mandíbula y trato de responder con calma cuando fija los ojos en mí, preocupada y esperando ver cómo reacciono.
—Vale, bueno, mejor. —Asiento y me chupo los labios—. Así se largará de aquí.
—Mis compañeras me han dicho que me cubren el resto de la tarde, que me vaya con él.
—Joder —murmuro mientras tuerzo el gesto y trato de disimular cuando una de sus compañeras, Amanda, nos ve y se acerca con el ceño fruncido.
—Em, perdón por interrumpir, ¿le ayudas a vestirse o lo hago yo? —pregunta señalando la 215.
Clavo mis ojos en ella y puedo ver cómo traga saliva, aterrada y nerviosa por no querer acercarse a él; sobra decir que yo tampoco pienso permitirlo. En su lugar, dibujo una sonrisa seductora en mi rostro al mismo tiempo que miro a su compañera, lo que hace que ella relaje la expresión y se fije mejor en mi aspecto, deteniendo la mirada en el tatuaje de mi cuello. En cuanto me sonríe de vuelta, paso le lengua despacio por mis labios para comprobar que, efectivamente, sigue el gesto con sus ojos.
—Buenas, me llamo Joe, ¿tú eres? —pregunto ofreciéndole mi mano.
—Amanda, encantada.
Emily observa la escena en silencio y sin ser capaz de intervenir; en su expresión puedo percibir las ganas que tiene de salir corriendo de aquí.
—Un placer. —Asiento y apoyo la mano tras la espalda de la mujer que, a pesar de haber estado dos años separados, sigue ocupando todos mis pensamientos—. Verás, es que mi madre está ingresada en la planta de abajo y me he enterado de que Em trabaja aquí. Fuimos juntos al instituto y hacía muchos años que no nos veíamos.
—Oh, vaya, tranquila —dice entonces dirigiéndose a ella—. Yo me ocupo, poneros al día.
—Gracias —musita ella forzando una sonrisa. En cuanto se aleja, fija la vista en mí—. ¿Qué hago?
—Ve a cambiarte y diles que sí, que te tomas la tarde libre.
—¿¡Qué!? —exclama en voz baja—. ¿¡Quieres que me vaya a casa con él!?
—Por encima de mi cadáver, Emily. —La miro con el semblante serio y algo ofendido por pensar que le pediría algo así—. Sal con él de la habitación y coged el ascensor. Yo me encargo, confía en mí.
EMILY
Intercambio una última mirada con Cole antes de perderme dentro del vestuario. No sé lo que tiene pensado, pero lo que sí sé es que confío plenamente en él.
Me cambio mientras pienso en lo sucedido durante las últimas tres horas. Cuando ha llegado y lo he visto esperándome en las escaleras de emergencia, me he derrumbado. Lo único que me hubiese gustado en ese momento habría sido que me sacase de aquí; no obstante, lo que ha hecho me ha sorprendido.
Mientras lo seguía por el pasillo de camino a la habitación de Trey, pensaba que todo se había acabado, que le daría otra paliza y volverían a detenerlo; esta vez para siempre. Cuando le ha hablado con calma —a pesar de que su voz desprendía rabia, desprecio y mucha ira contenida— y lo ha amenazado con inyectarle aire... Dios, por un lado, el sadismo y la determinación con la que lo ha dicho me ha helado la sangre; pero por el otro, debo reconocer que una pequeña parte de mí se ha sentido orgullosa al ver que es capaz de controlar sus impulsos.
No soy estúpida, sé que, si hubiese estado en otra parte y si le llego a decir que minutos antes me había tocado el trasero, probablemente lo habría ahogado con la almohada; pero no voy a contárselo, no después de que haya manejado la situación tan bien.
Bueno, bien para ser Cole.
En cuanto me pongo el abrigo y echo el uniforme al cesto de la ropa sucia, me miro un momento en el espejo y trato de infundirme valor para lo que sea que Cole tiene planeado. Me asiento a mí misma y giro el pomo de la puerta justo al mismo tiempo que veo a Trey salir de la 215. Sus ojos hacen contacto inmediato con los míos, al menos el que puede abrir del todo, ya que el otro es apenas una línea rodeada de hematomas e inflamación.
—Mira, ahí está —dice Amanda a la vez que me señala y hace un gesto para que me acerque—. Qué bien, ya te has cambiado —celebra con una sonrisa—. Ahora marchaos a casa y descansad, que buena falta os hace. —Acaricia la espalda de mi agresor con lástima y yo dibujo una pequeña sonrisa mientras me coloco a su lado sin llegar a tocarlo.
—Gracias por todo, Amanda —le dice con un gesto de amabilidad tan falso como todo él.
La despido con la mano y los dos empezamos a caminar hacia el ascensor en silencio. Puedo escuchar cómo la sangre bombea al paso por mis oídos, el pulso se me dispara cuando no veo a Cole por ninguna parte y las manos comienzan a sudarme. Trey estira la suya para hacer el amago de agarrarme, pero entonces la retira y se detiene en seco cuando Cole sale del cuarto de baño del final del pasillo; el que está junto al ascensor. Clava la mirada en él y yo continúo caminando un poco más calmada ahora que sé que está aquí, pero igualmente nerviosa por lo que Trey pueda hacer.
Cuando llegamos hasta el ascensor, Cole se coloca a su lado, haciendo que él quede en el medio de los dos. Ninguno habla, la tensión puede cortarse con filo de un cuchillo y algunas personas más se detienen a nuestra espalda esperando para subir. En cuanto las puertas se abren, Cole entra el primero y pega su espalda a la pared del fondo, Trey se sitúa delante de él y yo al lado de este. El resto de la gente también sube y pulsan diferentes botones. Entonces, cuando el ascenso cierra las puertas y empieza a bajar, veo de reojo cómo Cole acerca su boca al oído de Trey y le susurra:
—Vas a subirte al taxi que te está esperando en la puerta, te vas a marchar a tu casa y nunca más volverás a ponerte en contacto con ella.
Contengo la respiración al ver cómo Trey también lo hace, no mueve ni un músculo y Cole es el único que parece tener toda la situación bajo control.
—Asiente si lo has entendido.
Trey mueve la cabeza ligeramente arriba y bajo, Cole se chupa los labios y vuelve a pegar la espalda a la pared al mismo tiempo que sus dedos se entrelazan con los míos. Las puertas se abren entonces, esperamos a que la gente salga y él le da un pequeño empujón en la espalda para instarlo a caminar. Suelta mi mano para disimular y los tres salimos del hospital al mismo tiempo. Cuando Trey ve un taxi con el motor en marcha junto a la puerta, gira la cabeza hacia Cole, este asiente y los dos observamos cómo va hasta él, se sube en los asientos traseros y me dirige una última mirada antes de cerrar la puerta. El taxi se pone en marcha, rodea el aparcamiento y frena un poco en la salida para después incorporarse al tráfico de la calle principal.
Solo entonces soy capaz de soltar todo el aire contenido y romper a llorar.
Cole tira de mi brazo para pegarme a su cuerpo y hunde los dedos llenos de anillos entre mis cabellos oscuros, aspiro el aroma de su piel a través de la tela de la sudadera negra mientras trato de calmarme; aunque sé que esto no será un proceso de dos días.
—Todo ha acabado, nena —asegura con las manos apoyadas a cada lado de mi cuello—. Venga, volvamos a casa.
Asiento y ya me da igual que alguna compañera pueda verme con él, entrelazo mis dedos con los suyos y juntos caminamos hasta la parada del autobús. Nos toca correr para no perderlo y, por suerte, conseguimos subirnos a tiempo, ya que pasa cada cuarenta minutos y no me apetecería tener que esperar aquí; solo quiero llegar a casa.
—Joder, está a tope —comento mientras nos abrimos paso entre la gente.
Cole apoya la mano por encima de mi trasero, en la espalda, para colocarme contra el cristal en un hueco que hay entre las filas de asientos ocupados. Pega su cuerpo al mío cuando la gente lo empuja y me dedica una pequeña sonrisa a modo de disculpa, pero su cercanía no me molesta en absoluto; al contrario, no dudo en rodearle cintura con mis brazos para pegarme a su pecho. Deposita un beso en lo alto de mi cabeza y permanecemos así durante los veinte minutos que dura el trayecto.
COLE
El bajón de la adrenalina y el miedo hace que se quede dormida en mi regazo después de que, al llegar a casa, nos sentemos en el sofá. Miro la película, a la cual he bajado el volumen para no despertarla, mientras mis dedos acarician los mechones sueltos de su cabello; solo necesito verla así, tranquila y relajada.
Desde que he salido han pasado tantas cosas que no hemos tenido un minuto de paz, ni siquiera sé lo que ha pasado en su vida durante estos dos años; sin contar con ese cabrón. Y también sé que ella quiere preguntarme mil cosas acerca de mi estancia en la cárcel, la conozco. La curiosidad es una de sus mayores virtudes y defectos a partes iguales; le ha traído tantas cosas buenas como malas. Solo deseo que estos días se pasen deprisa, todas las marcas de su cuerpo se borren y pueda empezar a trabajar en curar las marcas de su corazón.
Esas costarán más trabajo borrarlas.
Antes, mientras buscaba información sobre las opciones que tenía respecto al maltrato, también me han aparecido varias asociaciones de mujeres que ayudan a otras a sobrellevar y superar todo esto. Tienen equipos de psicólogos y terapias de grupo. Sé que a Em no le va a gustar y que de entrada rechazará la idea, es muy hermética con sus sentimientos y emociones; fue uno de los motivos por los que discutíamos cuando estábamos juntos. Pero tengo la esperanza de que cuando pase un tiempo, ella misma se dé cuenta de que lo necesita, que le vendrá bien hablar con otras mujeres que han pasado por lo mismo y con profesionales que entiendan del tema. Yo... Por mucho que quiera ayudarla, lo único que puedo hacer es protegerla; soy la última persona a la que le dará detalles sobre lo que ese cabrón le ha hecho durante estos meses.
—Mierda —murmuro cuando tocan la puerta y ella se remueve.
—¿Quién es? —pregunta mientras abre los ojos y se apoya en el sofá para incorporarse.
—Creo que Byron, me ha mandado un mensaje hace un rato. —Me levanto para ir hacia la puerta y me fijo en la mirilla para asegurarme antes de girar la llave.
—Buenas.
—Hola, tío. —Choca mi puño, el que tengo más sano de los dos, y yo me hago a un lado para dejarlo pasar—. ¿Cómo estás, Em? —consulta cuando ella lo recibe con una sonrisa y un abrazo.
—Mejor, necesitaba descansar. —Bosteza y se abraza a sí misma por encima de la sudadera que cogió ayer de mi habitación, la cual ya se ha agenciado por mucho que le llegue hasta por debajo del culo.
—¿Habéis cenado? —Levanta las dos bolsas que trae repletas de cajas con comida china al mismo tiempo que adorna su rostro con una enorme sonrisa.
—Pues no, y me muero de hambre —digo quitándoselas para ir hacia la cocina.
—Pues a cenar —sentencia al mismo tiempo que se frota las manos y me sigue.
Emily se encarga de colocar un mantel sobre la mesita del centro de la sala mientras nosotros sacamos las cajas de las bolsas. Le paso a Byron unos tenedores, porque ninguno somos capaz de usar los palillos chinos, y nos sentamos alrededor de la mesa para comer.
Las horas van pasando y las agujas del reloj están cada vez más cerca de marcar las dos de la madrugada. Emily se ha vuelto a quedar dormida en el sofá, como siempre cuando estábamos juntos, mientras que By y yo echamos unas partidas a la PlayStation que compramos entre los dos hace años. Intentamos no hablar muy alto, pero cada vez que le gano y hago que su coche salga despedido en la misma curva, se mosquea y suelta algún insulto más alto que hace que Emily arrugue la nariz y se mueva.
—Como la despiertes, te reviento —le advierto por tercera vez en voz baja.
—Venga, otra.
—No, que mira la hora que es, tengo que ir a recoger a Abi.
—Ya voy yo, tengo el coche —ofrece a la vez que señala la calle con la cabeza.
—Tengo que hablar con Naomi.
—¿La jefa? —pregunta cuando me levanto despacio. Yo asiento en su dirección—. ¿Vas a pedirle curro?
—Si no consigo un contrato en dos semanas, me meten para dentro, hermano.
—¿Qué? —inquiere con ceño fruncido al mismo tiempo que me sigue hacia la puerta—. Hostia, eso no me lo habías dicho.
—Ya. —Me encojo de hombros y dejo escapar un fuerte suspiro.
—Pensaba que solo necesitabas pasta, no un puto contrato, Cole.
—Lo solucionaré, la convenceré.
—¿Y si no?
—Pues si no, ya puedo encontrar otra cosa pronto. —Miro por encima de su hombro cuando Emily estira las piernas y se tapa un poco más con la manta.
—Si quieres puedo hablar con mi jefe, por probar no perdemos nada.
—Ni siquiera sé en qué estás currando ahora. —Chasqueo la lengua al mismo tiempo que me pongo la capucha de la sudadera—. Tienes que contarme muchas cosas.
—Es la fábrica de recambios de neumáticos —explica mientras se dirige a la puerta, pero entonces me doy cuenta de que vamos a dejar a Emily sola.
—¿Por qué no te quedas con ella y voy yo al bar? —sugiero a la vez que la señalo con un gesto—. No quiero dejarla sola, no me fio ni un pelo de que ese cabrón no haya mandado a alguien, porque él ya te digo que no tiene huevos de presentarse aquí.
—Claro, toma. —Lleva la mano hasta el bolsillo, saca las llaves del coche y las lanza por el aire para que las coja al vuelo.
—Enseguida vuelvo.
—Tranquilo, no me moveré de aquí.
Me dirijo a su Chevrolet Camaro del sesenta y nueve sin dejar de mirar a ambos lados de la calle, inspeccionándola y asegurándome que nadie vigila la casa. Arranco el motor y doy gracias a mi padre por lo único que hizo bien en la vida: obligarme a sacar el carnet de conducir para poder ir al supermercado a comprarle cervezas.
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